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la Santa Misa
Simón de Montfort
El famoso general y héroe, Simón de Monfort, con solamente
800 soldados a caballo y muy pocos soldados de infantería, fue
inesperadamente atrapado en Muret por una armada de 40 000
hombres liderados por el Rey de Aragón y de Raymond, el Condado
de Tolosa, quien defendió la causa de los herejes albigenses. Él
estaba en Misa cuando sus oficiales vinieron a anunciar que el
ejército que sitiaba estaba marchando para atacar la ciudad.
“Déjenme primero terminar la Misa” él contestó, “y entonces
estaré con ustedes”. Luego se apresuró hacia donde sus fuerzas ya
se habían reunido, les pidió que confiaran en Dios, y ordenando
abrir las puertas, embistió justo en el corazón del ejército que se
acercaba, lo llevó a un absoluto desorden, abatió al mismo Rey de
Aragón y obtuvo una gloriosa victoria.
Baronio declara que el Emperador Lotario oía tres Misas
diarias, incluso cuando estaba en el campo de batalla con sus
tropas.
En la Gran Guerra [Primera Guerra Mundial], se sabía bien que
el Mariscal Foch, el Capitán General de los ejércitos franceses y
británicos, oía Misa diariamente, incluso cuando su posición era la
más crítica.
El Emperador Otón de Alemania una vez convocó a un consejo
a sus funcionarios y consejeros principales en el Palacio de Worms
(Vormatia) muy temprano en la mañana.
El Duque de Bohemia, uno de los príncipes que tenía que
participar en este consejo, oía Misa a diario y por lo tanto, llegó
tarde al palacio real. Este retraso enfureció al Emperador, y sin
esperar al Duque, empezó el consejo, dando órdenes a todos los
presentes que no rindieran honores o saludaran al Duque a su
llegada.
Un corto tiempo después, el Duque entró a la cámara del
consejo y para sorpresa de los presentes, el Emperador, que al
principio parecía bastante molesto, se levantó rápidamente y mostró
mucho respeto hacia el Duque. Cuando todos los temas de estado
fueron discutidos, el Emperador Otón, notando la sorpresa
manifestada por los monarcas y príncipes por su cambio de
comportamiento hacia el Duque de Bohemia, replicó: “¿Por qué?” él
dijo, “¿No vieron que él vino acompañado por dos ángeles, uno a
cada lado? No me atreví a mostrar mi resentimiento”.
Favores similares tan maravillosos son concedidos a los más
humildes de los fieles, a cualquier persona que oiga la Misa
devotamente.
Aquí están algunos hechos.
¿QUÉ ES LA MISA?
Oraciones de la Misa
Podemos utilizar cualquier oración que deseemos y que nos sea
de más ayuda, sin embargo generalmente se admite que es mejor
utilizar un libro de oraciones y seguir la Misa, tan de cerca como
podamos, con el sacerdote.
El Confiteor [“Yo Confieso” o “Yo Pecador”]. Cuando el
sacerdote se agacha al principio de la Misa y dice el Confiteor,
debemos también unirnos con Jesús en Su agonía. Debemos
confesar humildemente nuestros pecados y pedir perdón por estos,
por los méritos de la agonía de Cristo.
Entonces seguimos las diferentes oraciones con el celebrante.
En el Sanctus deberíamos recordar que los ángeles bajan en
multitudes a ayudar en la Misa y que estamos en medio de ellos.
Debemos unir nuestras voces con las de ellos para adorar y alabar a
Dios. Ellos presentan nuestras oraciones a Dios.
En la Consagración deberíamos tener la más profunda
reverencia y amor, porque Jesús realmente nace en las manos del
sacerdote, como nació en Belén. Cuando el sacerdote levanta la
Sagrada Hostia, deberíamos mirar a nuestro Dios con éxtasis de
alegría, como los ángeles lo miran en el cielo y decir: “Señor mío y
Dios mío”.
En la Consagración de la Preciosa Sangre debemos recordar
que toda la Preciosa Sangre que Jesús derramó en el Calvario está
en el cáliz. Debemos ofrecérsela a Dios junto al sacerdote por la
gloria de Dios y por nuestras propias intenciones.
Es bueno colocarnos a nosotros mismos, nuestros pecados,
nuestras intenciones, nuestros seres queridos y las almas del
purgatorio, en todos los cálices que sean en ese momento ofrecidos
a Dios en cualquier parte del mundo. Debemos estar llenos de temor
y amor santos desde el momento de la Consagración hasta la
Comunión. Estamos en medio de innumerables ángeles que adoran
a Dios.
De hecho, es una muestra de lamentable ignorancia el ser
irreverente, mirar alrededor o hablar durante este momento tan
sagrado. Peor es salir de la iglesia, abandonando a Dios que muere
en el altar por nosotros. [Vea la nota al pie de la página 10]. Nada
sino la necesidad más grave debe inducir a que uno salga por lo
menos hasta después de la comunión del sacerdote.
Recuerde, estimado lector, que el día que usted oye la Santa
Misa le vale mil días. Que todos los trabajos y obras de un día, una
semana o un año entero, no son nada en comparación con el valor
de una Misa.