Está en la página 1de 35

Las Maravillas de

la Santa Misa

Padre Paul O’Sullivan,


O.P.
LAS MARAVILLAS DE LA SANTA
MISA

“Porque desde Levante a Poniente es grande mi Nombre


entre las naciones, y en todo lugar se sacrifica y se ofrece al
Nombre mío una ofrenda pura; pues grande es mi Nombre entre
las naciones, dice el Señor de los ejércitos”.
—Malaquías 1:11
Capítulo 1

LAS MARAVILLAS DE LA SANTA MISA

Los santos nunca hablan tan elocuentemente como cuando


hablan de la Misa. Nunca pueden decir lo suficiente de este tema
tan solemne. Por eso San Buenaventura dice que las maravillas de
la Misa son tantas como las estrellas del cielo y los granos de arena
en las playas del mundo.
Las gracias, bendiciones y favores concedidos a aquellos que
asisten a este sacrificio divino van más allá de toda comprensión
humana.
La Misa es la maravilla más grande del mundo. No hay nada en
la tierra igual a ella, ni nada en el cielo mejor.
La maravilla más grande que le sigue a la Misa es la indiferencia
y la ignorancia de los católicos con respecto a la misma. ¿Cómo es
que tantos católicos no van a Misa?
El gran Sacrificio del Calvario se ofrece cerca a sus hogares,
casi en sus mismas puertas y son demasiado perezosos para asistir
a ella.
¡¿El sacrificio del Calvario?! Sí, porque la Misa es
verdaderamente muy similar a la muerte de Jesús en la cruz. [Vea la
nota en la página 10].
¿Por qué las madres, los catequistas y los profesores no
inculcan en las mentes y corazones de aquellos a su cargo las
maravillas de la Misa? Los sacerdotes están obligados por el
Concilio de Trento a hacerlo.
¿Los protestantes bien pueden preguntar a aquellos católicos
que no van a Misa diaria, si realmente creen que Dios nace y muere
en el altar como lo hizo en el Calvario? [Vea la nota de la página 10].
Y si lo creen, ¿por qué no asisten a Misa?
San Agustín nos dice que los paganos y los gentiles de su era
preguntaban con amarga ironía a los tibios e indiferentes cristianos
si creían sinceramente que su Dios todo misericordioso y
bondadoso descendía a sus altares. Ustedes cristianos,
comentaban, nos acusan de adorar a dioses falsos, pero por lo
menos creemos que son dioses y los honramos; mientras que
ustedes, ¡desprecian al que llaman el Dios verdadero!
Ningún cristiano inteligente y culto podría faltar a Misa si
solamente supiera lo que realmente es.

San Luis y la Misa


El Rey Luis de Francia, que trabajaba quizás más duro que
cualquier otro hombre en su reino y que era uno de los mejores y
más gloriosos soberanos que gobernó Francia, ¡encontraba tiempo
para asistir a dos o tres Misas diarias!
Algunos de sus cortesanos sugirieron que él estaba
excediéndose con tantas Misas. El Rey contestó que si él pasara
más tiempo persiguiendo los placeres mundanos o entreteniendo a
sus amigos con ricos banquetes o frecuentando teatros y lugares de
diversión por varias horas cada día, no se quejarían de que
dedicaba demasiado tiempo al placer.
“Ustedes olvidan, mis buenos amigos, que oyendo Misa, no sólo
aseguro para mí innumerables bendiciones, sino que concedo los
beneficios más importantes a mi reino, mucho más de lo que podría
hacer de cualquier otra manera”. Esta respuesta de San Luis se
puede dirigir a los miles y miles de cristianos apáticos e indiferentes
que podrían asistir fácilmente a Misa diaria y no lo hacen.
Al tiempo que hacen un gran sacrificio, recibirían bendiciones y
favores por encima de sus más elevadas expectativas. Pero, de
hecho, muchos podrían ir a Misa sin hacer ningún sacrificio, o con
un costo tan insignificante, que su culpabilidad al descuidar este
sacrificio divino, sería ciertamente incomprensible. Nada, excepto la
ignorancia, puede explicar la razón por la cual tantos católicos dejan
de participar en la Misa cada día.
Al oír la Misa, el día valdría mil días; tan maravillosas serían las
gracias y los beneficios que recibirían aquellos que así lo hicieran.
Lejos de perder el tiempo, sus negocios prosperarían más y
alcanzarían un grado de felicidad que no podrían lograr de otra
manera.

Simón de Montfort
El famoso general y héroe, Simón de Monfort, con solamente
800 soldados a caballo y muy pocos soldados de infantería, fue
inesperadamente atrapado en Muret por una armada de 40 000
hombres liderados por el Rey de Aragón y de Raymond, el Condado
de Tolosa, quien defendió la causa de los herejes albigenses. Él
estaba en Misa cuando sus oficiales vinieron a anunciar que el
ejército que sitiaba estaba marchando para atacar la ciudad.
“Déjenme primero terminar la Misa” él contestó, “y entonces
estaré con ustedes”. Luego se apresuró hacia donde sus fuerzas ya
se habían reunido, les pidió que confiaran en Dios, y ordenando
abrir las puertas, embistió justo en el corazón del ejército que se
acercaba, lo llevó a un absoluto desorden, abatió al mismo Rey de
Aragón y obtuvo una gloriosa victoria.
Baronio declara que el Emperador Lotario oía tres Misas
diarias, incluso cuando estaba en el campo de batalla con sus
tropas.
En la Gran Guerra [Primera Guerra Mundial], se sabía bien que
el Mariscal Foch, el Capitán General de los ejércitos franceses y
británicos, oía Misa diariamente, incluso cuando su posición era la
más crítica.
El Emperador Otón de Alemania una vez convocó a un consejo
a sus funcionarios y consejeros principales en el Palacio de Worms
(Vormatia) muy temprano en la mañana.
El Duque de Bohemia, uno de los príncipes que tenía que
participar en este consejo, oía Misa a diario y por lo tanto, llegó
tarde al palacio real. Este retraso enfureció al Emperador, y sin
esperar al Duque, empezó el consejo, dando órdenes a todos los
presentes que no rindieran honores o saludaran al Duque a su
llegada.
Un corto tiempo después, el Duque entró a la cámara del
consejo y para sorpresa de los presentes, el Emperador, que al
principio parecía bastante molesto, se levantó rápidamente y mostró
mucho respeto hacia el Duque. Cuando todos los temas de estado
fueron discutidos, el Emperador Otón, notando la sorpresa
manifestada por los monarcas y príncipes por su cambio de
comportamiento hacia el Duque de Bohemia, replicó: “¿Por qué?” él
dijo, “¿No vieron que él vino acompañado por dos ángeles, uno a
cada lado? No me atreví a mostrar mi resentimiento”.
Favores similares tan maravillosos son concedidos a los más
humildes de los fieles, a cualquier persona que oiga la Misa
devotamente.
Aquí están algunos hechos.

El ángel y las rosas


Un granjero pobre asistió a Misa todos los días, durante muchos
años de su vida. Una fría mañana cuando cruzaba los campos
cubiertos de nieve camino a la Iglesia, creyó haber oído pasos
detrás de él y dándose vuelta, vio a su Ángel de la Guarda llevando
una cesta llena de hermosas rosas, que exhalaban un delicioso
perfume. “Mira”, dijo el Ángel, “estas rosas representan cada paso
que has dado camino a la Misa, y cada rosa representa una
recompensa gloriosa que te aguarda en el cielo; pero mejores,
mucho mejores son los méritos que has conseguido de la Misa
misma”.
Cómo hacer que su negocio prospere
Dos hombres de negocios residían en la misma ciudad
francesa. Ambos estaban dedicados a la misma línea de comercio,
pero mientras que uno era próspero, al otro le resultaba muy difícil
ganar lo suficiente, a pesar de que trabajaba más duro y se
levantaba más temprano que su amigo.
Ante tal situación, resolvió buscar consejo de su próspero
colega, esperando aprender el secreto de su éxito.
“Mi buen amigo”, contestó el comerciante rico, “no tengo ningún
secreto, yo trabajo tanto como tú. Si hay alguna diferencia en
nuestros métodos, es ésta: Yo voy a Misa diariamente y tú no. Sigue
mi sincero consejo, anda a Misa cada mañana y estoy seguro que
Dios bendecirá tu trabajo”.
El hombre más pobre hizo como le aconsejaron, y pronto, de
una manera inexplicable, sus dificultades cesaron y su negocio
prosperó más allá de todas sus expectativas.
Capítulo 2

¿QUÉ ES LA MISA?

1. En la Misa, el Hijo de Dios se hace hombre otra vez, para que


el extraordinario Misterio de la Encarnación, con todos sus infinitos
méritos, se repita como cuando el Hijo de Dios se hizo hombre en el
vientre de la Virgen María.
San Agustín nos dice: “¡Qué dignidad tan sublime tiene el
sacerdote, en cuyas manos Cristo se convierte en hombre una vez
más!”
2. La Misa es el nacimiento de Jesucristo. Él nace realmente en
el altar cada vez que se celebra la Misa, así como Él nació en Belén.
San Juan Damasceno dijo: “Si alguien desea saber cómo el pan
se transforma en el cuerpo de Jesucristo, yo se lo diré. El Espíritu
Santo eclipsa al sacerdote y obra en él como obró en la Santísima
Virgen María”.
San Buenaventura dijo: “Cuando Dios desciende sobre el altar,
no hace menos de lo que realizó cuando se hizo hombre por primera
vez en el vientre de la Virgen María”.
3. La Misa es igual al Sacrificio del Calvario. En ella Dios muere*
como murió el primer Viernes Santo. Tiene el mismo valor
incalculable del Calvario y da a los hombres las mismas gracias
inestimables.
La Misa no es una imitación o un recuerdo del Calvario, es
exactamente el mismo sacrificio y difiere solamente en la manera
como se ofrece.
En cada Misa la sangre de Jesús se derrama por nosotros otra
vez. [Vea la nota al pie de la página 10]. San Agustín dice: “En la
Misa, la Sangre de Cristo fluye de nuevo por los pecadores”.
4. Nada en esta tierra, ni en el mismo cielo, da más gloria a Dios
y obtiene más beneficios para nosotros que una sola Misa.
5. Por medio de la Misa ofrecemos a Dios la mayor gloria y
alabanza que Él podría desear y le damos gracias por todos los
beneficios que nos ha concedido. Hacemos mejor reparación de
nuestras faltas que con las penitencias más severas.
6. No podemos hacer nada mejor por la conversión de los
pecadores que ofrecer por ellos el Sacrificio de la Santa Misa. Si las
madres solamente oyeran y ofrecieran Misas por las intenciones de
sus hijos descarriados y las esposas por las de sus maridos, ¡qué
felices serían sus familias!
7. ¡Ninguna oración, ningún sufragio, no importa cuán
fervientes, podrían ayudar a las almas del purgatorio como la Misa!
¡Pensemos en ellas! Entre ellas podrían estar nuestros seres
queridos, padres, madres y amigos. Podríamos ayudarles más
fácilmente y aliviar sus tremendos dolores más eficazmente, oyendo
la Misa por ellas.

¿Qué dicen los santos de la Misa?


Para hacer más evidente lo que acabamos de decir, vamos a
citar las palabras de los santos y doctores de la Iglesia.
San Lorenzo Giustiniani: “No hay mejor oración o acción, que le
de más satisfacción a Dios y que sea de más utilidad para nosotros
como lo es la Misa”.
San Alfonso: “Ni Dios mismo podría hacer algo más santo,
mejor, o más grande que la Misa”.
Santo Tomás enseña que la Misa es, ni más ni menos, el
Sacrificio del Calvario renovado en el altar, y que cada Misa da a los
hombres los mismos beneficios que el Sacrificio de la Cruz.
San Juan Crisóstomo: “La Misa tiene el mismo valor que el
Calvario”.
San Buenaventura: “La Misa es un compendio de todo el amor
de Dios, de Sus beneficios a los hombres; cada Misa concede al
mundo, un beneficio no menor al que le fue conferido por medio de
la Encarnación”.
San Hanon, Obispo de Colonia, vio una vez un círculo de
extraordinaria belleza y brillo alrededor del cáliz durante la
Consagración, que después se introdujo en el recipiente sagrado. Él
estaba tan sobrecogido que temió continuar con la Misa, pero Dios
le reveló que esto sucedía en cada Misa, aunque no es visible a los
ojos humanos.
El anfitrión es, nada más ni nada menos, que el gran Eterno e
Omnipotente Dios, quien llena el cielo con su majestad. ¿Por qué no
nos damos cuenta?
Santo Odón de Cluny: “La felicidad del mundo proviene del
sacrificio de la Misa”.
Timoteo de Jerusalén: “De no ser por la Santa Misa, el mundo
hubiera sido destruido hace mucho tiempo debido a los pecados de
los hombres”. “No hay nada que apacigüe la cólera de Dios, ni nada
que obtenga para nosotros tantas bendiciones como la Misa”.
San Lorenzo Justiniano: “Ninguna lengua humana puede
describir los inmensos favores y bendiciones que recibimos de la
Misa. El pecador obtiene perdón, el buen hombre se hace más
santo, se corrigen nuestras faltas y nuestros vicios son arrancados
de raíz oyendo la Santa Misa”.
Fornerius: “Por una sola Misa que oigamos en estado de gracia,
damos a Dios más satisfacciones y obtenemos para nosotros
mismos más beneficios y favores que por los peregrinajes más
largos y dolorosos”.
Marchant: “¡Si ofreciéramos a la Santísima Trinidad todas las
penitencias, las oraciones, todas las buenas obras de todos los
santos; si ofreciéramos los torrentes de sangre, los sufrimientos de
los doce Apóstoles y de los millones de mártires, todo esto le daría
menos gloria y placer, que una sola Misa! ¿Por qué? Porque la Misa
es verdaderamente el Sacrificio del Calvario. En la Misa, Jesucristo
ofrece a Su Padre Eterno todos los dolores, humillaciones y los
méritos infinitos de Su pasión y muerte”.
La Misa nos otorga las mayores gracias, bendiciones y favores
espirituales, que no podríamos recibir de ninguna otra manera.
Nos salva de incontables peligros y nos libera de los males que
nos amenazan.
San Alfonso pregunta: ¿Cuál es la razón para todo esto?
Él contesta que la Misa es infinita en valor. Mientras que todas
las oraciones y buenas obras de los ángeles y santos, aunque son
de gran mérito y dan gloria indescriptible a Dios, son limitadas, por
tanto no se comparan con el infinito valor del Sacrificio de la Misa.
Así como toda la creación, el cielo y la tierra, el sol, la luna y las
estrellas, las montañas y los océanos, todos los hombres y los
ángeles no son nada en comparación a Dios, así también ninguna
buena obra, por más santa que sea, es comparable a una Misa. La
Misa es Dios mismo.

Los ángeles y la Misa


San Gregorio: “Los cielos se abren y multitudes de ángeles
vienen a asistir al Santo Sacrificio”.
San Agustín: “Los ángeles rodean y ayudan al sacerdote
cuando él está celebrando la Misa”.
San Juan Crisóstomo: “Cuando se celebra la Misa, el santuario
se llena de incontables ángeles, que adoran a la divina víctima
inmolada en el altar”.
La eficacia de la Misa es tan maravillosa y la misericordia y
generosidad de Dios tan ilimitadas, que no hay momento más
propicio para pedir favores como cuando Jesús nace en el altar. Lo
que entonces pidamos casi seguro lo recibiremos y lo que no
obtengamos por medio de la Misa difícilmente se nos otorgará a
través de todas nuestras oraciones, penitencias o peregrinajes.
Los ángeles lo saben muy bien y vienen en multitudes a adorar
a Dios y a hacer sus peticiones a esta hora de misericordia.
Leemos en las revelaciones de Santa Brígida: “Un día cuando
asistía al Santo Sacrificio, vi un inmenso número de ángeles santos
descender y situarse alrededor del altar, contemplando al sacerdote.
Ellos entonaron cánticos divinos que cautivaron mi corazón; el
mismo cielo parecía contemplar el gran sacrificio. ¡Pero nosotros
pobres, ciegos y miserables criaturas asistimos a la Misa con tan
poco amor, gusto y respeto!”
“¡Si Dios abriera nuestros ojos, qué maravillas veríamos!”
Cuando el Beato Henry Suso, un dominico santo, celebraba la
Misa, ángeles en forma visible se reunían alrededor del altar y
algunos se acercaban a él en éxtasis de amor.
Esto es lo que ocurre en cada Misa, aunque no lo veamos.
¿Los católicos han pensado alguna vez en esta asombrosa
verdad? En la Misa están rezando en medio de miles de ángeles de
Dios.
Capítulo 3

GOZOS DE LOS SANTOS EN LA MISA

Santo Domingo estaba acostumbrado a pasar la noche en


oración frente al Santísimo Sacramento. En las mañanas él
celebraba la Misa con el fervor de un serafín y estaba a veces tan
lleno de amor y placer que su cuerpo se levantaba en el aire y su
cara brillaba con una luz sobrenatural.
San Juan de la Cruz celebraba la Misa con amor y devoción
extraordinarios. Una vez pronunciadas las palabras de la
Consagración, su cara brillaba con una luz tan resplandeciente que
muchos de los que estaban en la iglesia se reunían alrededor del
altar para contemplar tan maravilloso brillo.
Después de la Misa, el Superior le pidió que comentara lo que
había sucedido. Él contestó: “En la Consagración, Dios se me reveló
con tal majestad y gloria que temí no poder continuar con la Misa”.
El Beato Juan de Alverne celebraba la Misa con mucha
devoción. En el Día de la Asunción su alma estaba tan llena de
santo temor y emoción que intentó en vano pronunciar las palabras
de la Consagración. Comenzó y se detuvo brevemente; nuevamente
comenzó y se detuvo otra vez. Al observar este problema, su
Superior le ayudó a decir toda la Misa.
Apenas el Beato Juan acabó de decir las palabras de la
Consagración, vio que la Sagrada Hostia tomó la forma del Divino
Niño y estaba tan sobrecogido que solamente con la ayuda de dos
sacerdotes fue capaz de concluir el Santo Sacrificio. Entonces se
desmayó en éxtasis de amor.
Tomás de Cantimpré, el célebre obispo dominico, que era
famoso por sus profundos conocimientos y alto grado de piedad,
describe un milagro que él mismo presenció en compañía de
muchos otros.
Después de haber oído que Nuestro Señor había aparecido
visiblemente en una Hostia Consagrada en la Iglesia de Santa
Amanda, en Douai, se apresuró hacia allá y pidió al sacerdote abrir
el tabernáculo y exponer las partículas sagradas. Muchas personas
se congregaron en la Iglesia al saber de la llegada del obispo y
resultaron privilegiadas al ver una vez más a Nuestro Divino Señor.
El obispo nos dice lo que él mismo vio: “Vi a mi Señor cara a
cara. Sus ojos eran claros y tenían una expresión de amor
maravillosa. Su abundante cabello flotaba sobre Sus hombros. Su
barba era larga, Su frente amplia y alta, Sus mejillas eran pálidas y
Su cabeza estaba ligeramente inclinada. A los ojos de mi amado
Señor, mi corazón estalló de alegría y amor. Después de un rato, la
cara de Nuestro Señor asumió una expresión de tristeza muy
profunda, como la que debe haber tenido durante Su Pasión. Estaba
coronado de espinas y Su cara bañada en sangre. Al mirar el rostro
de mi dulce Señor cambiar así, mi corazón se perforó con una
amarga pena, lágrimas fluyeron de mis ojos y me pareció sentir las
puntas de las espinas incrustarse en mi cabeza”.
San Juan de la Orden Agustina estaba tan consumido por el
amor a la Misa que se había acostumbrado a levantarse temprano
en la mañana para satisfacer su impaciente deseo de celebrar el
Santo Sacrificio lo antes posible.
Su devoción era, en efecto, admirable y su alma se llenaba de
éxtasis, especialmente en el momento de la Consagración.
Los que le ayudaban en su Misa, sin embargo, se quejaron al
superior de que el buen padre los cansaba por el tiempo tan largo
que le tomaba celebrar su Misa, lo cual les impedía que cumplieran
con sus otros deberes. El superior le pidió que terminara su Misa
más rápido, así como lo hacían los otros miembros de la comunidad.
El buen sacerdote obedeció estas instrucciones, pero al final de
algunos días, se lanzó a los pies del prior y le imploró que se le
permitiera dedicar más tiempo a la celebración de la Santa Misa.
Al ser exhortado por el superior a que indicara las razones de
esta devoción poco común, el Padre Juan reveló las gracias divinas
que recibía y cómo veía visiblemente a Jesucristo en el altar. Agregó
detalles que llenaron al prior con tanto temor y emoción que casi le
hicieron desmayarse.
La narración de estos hechos dio al superior un nuevo y
ardiente fervor a la Santa Misa durante el resto de su vida.
San Raimundo de Peñafort, Superior General de la Orden de
los Dominicos, celebraba la Misa con fervor angelical. En una
ocasión, un globo de fuego cubrió su cabeza y sus hombros, como
una aureola gloriosa, desde el momento de la Consagración hasta la
Comunión.
El Beato Francisco de Posadas de la misma orden no fue
menos favorecido. Su cara brillaba con un esplendor extraordinario y
llegó a ser hermosa al extremo, como si hubiese recibido una nueva
vida. Un día una llama de luz brillante salió de su boca e iluminó el
Misal cuando estaba leyendo el Evangelio. En dos ocasiones
durante Pentecostés, su cuerpo entero emanó un esplendor similar
e iluminó el altar.
Cuando él pronunció las palabras de la Consagración, Nuestro
Señor le dijo con infinito amor: “Hijo mío, YO SOY QUIEN SOY”.
Después de consumir la Sagrada Hostia, Francisco fue elevado y
permaneció en el aire suspendido.
San Ignacio fue conocido por celebrar la Misa con devoción
embelesada. Un día el asistente vio una llama brillante circular
alrededor de su cabeza y se apresuró para extinguirla. ¡Para su
sorpresa, descubrió que era un resplandor sobrenatural lo que
envolvía la cabeza del santo!
El Beato Francisco de la Orden Menor sufrió durante muchos
años graves dolores en las piernas, de modo que cualquier
movimiento le causaba intenso sufrimiento. Pero su devoción a la
Misa era tan grande que durante todos esos años, lleno de fe, se
levantaba de su sofá por las mañanas y celebraba los Misterios
Divinos sin la más leve inconveniencia.
El Beato Juan, un dominico de Ravena, fue visto con
frecuencia envuelto en un esplendor divino durante la Misa.
Las vidas de los santos están llenas de maravillas similares. Lo
que debemos considerar, sin embargo, es que en cada Misa que
oímos, no importa que tan humilde sea el sacerdote, los Misterios
son los mismos, infinitos en número, como lo dice San
Buenaventura. Es el mismo Dios infinito, omnipotente y eterno, que
nace en el altar y que se ofrece como verdaderamente lo hizo en el
Calvario, para los que asisten a Misa.
Capítulo 4

LOS SACERDOTES, LOS HOMBRES MÁS


FELICES

No sólo los santos, sino todos los sacerdotes devotos


experimentan la más profunda satisfacción y alegría al celebrar la
Santa Misa. Es suficiente para ellos saber:
Que están en comunicación inmediata, íntima y personal con
Dios mismo; que lo están sosteniendo en sus manos, mirándolo,
conversando con Él y que Él está mirando sus corazones con un
amor indescriptible.
Que le están dando la alegría y la gloria más grande posibles
que Él pueda desear, mayor gloria que todos los ángeles y los
santos le dan en el cielo.
Que están trayendo bendiciones incontables para sí mismos,
para su tierra natal y para el mundo entero.
Que están rodeados por multitudes de ángeles santos quienes
están mirando cada movimiento que hacen.
Finalmente, que están ayudando, consolando y regocijando a
las almas del purgatorio.
¿Cómo es posible que un sacerdote devoto e inteligente que
sepa y sienta todo esto, no esté lleno de dicha?
La Misa de León XIII
“Una vez me fue permitido ayudar en la Misa del Papa León
XIII”, comentó un venerable sacerdote, “y ningún libro que haya
leído sobre la Misa, ningún sermón que haya escuchado, ha
producido en mí una impresión tan profunda. Ya son cincuenta años
desde aquel feliz día, y aún no he olvidado la Misa del Santo Padre.
No he celebrado ninguna Misa en la que no haya intentado imitar la
devoción que él manifestó en su Misa. El Papa tenía entonces 85
años de edad, y me pareció débil y considerablemente encorvado
cuando entró en la capilla. Sin embargo, cuando procedió al altar, se
llenó de una nueva vida, una nueva energía”.
“Él comenzó el Santo Sacrificio entregado totalmente en
devoción. Todos sus gestos, todos sus movimientos, la elocución
lenta y clara de sus palabras demostraba evidentemente que él
sentía que estaba ante la misma presencia de Dios. Al momento de
la Consagración, su cara se alumbró con una hermosa luz, sus
grandes ojos brillaban y toda su expresión era de alguien que
admiraba y conversaba con el Todopoderoso”.
“Tomó la hostia en sus manos con extrema reverencia y
pronunció las solemnes palabras de la Consagración, manifestando
con una total comprensión el enorme acto que realizaba”.
“Entonces dobló su rodilla como si estuviera ante el trono de
Dios en el cielo, levantó la hostia en alto y la miró en éxtasis,
regresándola lentamente al corporal”.
“Él manifestó la misma unción y viva fe durante la Consagración
de la Preciosa Sangre. De ahí a la Comunión, su fervor era visible
en cada momento. En el ‘Agnus Dei’ (Cordero de Dios), parecía
estar hablando cara a cara con Dios”.
“No me aventuro a describir con qué amor consumió el Sagrado
Cuerpo y bebió la Preciosa Sangre de Jesús. Sin embargo, la Misa
no fue muy larga, toda la ceremonia fue simple, pero tan
impresionante que, como lo he dicho, ha estado ante mis ojos por
cincuenta largos años”.
Protestante convertido por la Misa
Un grupo de turistas ingleses, protestantes, asistieron al Santo
Sacrificio en la Catedral de Florencia. El celebrante dijo la Misa con
profunda devoción, absolutamente inconsciente de que este grupo
de extranjeros lo miraba de cerca. Algunos miembros del grupo,
cuando habían satisfecho su curiosidad, salieron de sus lugares
cerca al altar y procedieron a mirar las bellezas del sagrado edificio.
Uno, sin embargo, se quedó y continuó mirando cada movimiento
del sacerdote hasta la conclusión de la Santa Misa. El quedó clara y
profundamente inspirado, especialmente por la mirada de fe y
alegría visibles en la cara del sacerdote cuando procedió del altar
hacia la sacristía. A su regreso a Inglaterra, este caballero pidió
instrucción católica y llegó a ser un católico ferviente.
No vacilamos en decir que, cuando los protestantes o los no
creyentes asisten a una Misa celebrada con devoción, con
frecuencia quedan tan profundamente impresionados que muchos
de ellos, como el inglés que acabamos de mencionar, se hacen
católicos.

Misas apresuradas e irreverentes


Muy diferentes, dice San Alfonso, son los tristes resultados
causados a los que asisten a una Misa celebrada con prisa e
irreverencia.

Padre Mateo Crawley


El Padre Mateo Crawley fue, sin duda, uno de los misioneros
más grandes del mundo. No había nadie más bueno, más modesto
y encantador. Incluso cuando hablaba de los pecadores más
grandes que había encontrado, se refería a ellos con amabilidad y
compasión.
Sin embargo, hay un hecho que él recuerda con gran tristeza.
Oímos la historia de sus propios labios: “Mi padre”, dijo, “fue
protestante, era un hombre que llevaba una buena vida, honesto y
directo. Mi madre era católica y crió a sus hijos en la fe católica. Su
deseo más ferviente era ver a mi padre convertirse. Actuaba con
mucho tacto y prudencia y fijó sus esperanzas más en la oración y
en el ejemplo que en la persuasión, aunque ella también encontró
medios para dar a conocer a mi padre las verdades de la Iglesia
Católica, sin que se molestara”.
“Finalmente, sus esperanzas estaban a punto de verse
cumplidas, tanto es así que mi padre prometió venir con nosotros a
Misa. Así lo hizo, pero desafortunadamente el sacerdote celebró la
Misa con tanta rapidez e irreverencia que mi padre regresó a casa
decepcionado y declaró que nunca más pensaría en hacerse
católico”.
“Nosotros también estábamos profundamente decepcionados,
ya que mi padre rechazó escuchar cualquier otra referencia a la fe
católica. Los años pasaron y continuamos rezando. Una tarde, un
sacerdote misionero de la Orden Pasionista nos visitó, y mi padre
tan hospitalario como siempre, lo invitó a quedarse. ¡Por Providencia
Divina la conversación de los dos tuvo un efecto sorprendente en mi
padre! Una vez más él aceptó oír la Misa que iba a ser celebrada
por este misionero”.
“El Padre Pasionista celebró la Misa muy sencillamente, pero
piadosamente también, y gracias a Dios Todopoderoso, mi buen
padre poco después comenzó un curso de enseñanza católica y se
convirtió”.
Capítulo 5

LOS BENEFICIOS DE LA MISA

Santo Tomás, el príncipe de los teólogos, escribe


maravillosamente acerca de la Misa. “La Misa,” dice, “otorga a los
pecadores en pecado mortal la gracia del arrepentimiento. A los
justos, la remisión de los pecados veniales y el perdón del dolor
debido al pecado. Otorga además, un aumento de la gracia habitual
[Santificante], así como todas las gracias necesarias para sus
necesidades especiales”.
San Pablo, el ermitaño, se paró una vez cerca de la puerta de
una iglesia mientras la gente entraba. Él vio el alma de un hombre,
un gran pecador, en tal horrible estado de corrupción que quedó
aterrado. Además, vio al diablo parado a su lado, quien parecía
tener completo control sobre él. Al salir de la iglesia, vio al mismo
hombre completamente cambiado, lo llamó a un lado y le preguntó
confidencialmente si se había arrepentido de sus pecados. El pobre
hombre inmediatamente confesó que había cometido muchos
pecados y muy graves, pero durante la Misa había leído en su libro
de oraciones lo siguiente: “Si sus pecados son tan rojos como
escarlata, yo los haré tan blancos como la nieve”. “Comencé
inmediatamente a decirle a Dios que me perdonara, que estaba muy
arrepentido de mis pecados y que deseaba ir a confesarme
inmediatamente”. San Pablo vio que por este acto de
arrepentimiento sincero, el hombre fue perdonado de todos sus
pecados por los méritos infinitos de la Misa.
Nuestro Señor dijo a Santa Matilde: “En la Misa vengo con
tanta humildad que no hay pecador, no importa cuan depravado sea,
que no esté dispuesto a recibirlo, si él así lo desea. Vengo con tanta
dulzura y misericordia que perdonaré a mis enemigos más grandes,
si piden perdón. Vengo con tal generosidad que no hay nadie tan
pobre al que no pueda saciar con las riquezas de mi amor. Vengo
con un alimento divino que fortalecerá al más débil, con una luz tal
que iluminará al más ciego, con tal plenitud de gracias que eliminará
todas las miserias, vencerá la obstinación y disipará todos los
temores”.
¡Qué palabras de consuelo divino, las palabras de Dios mismo!
Si no hubiéramos oído más sobre el Sacrificio de la Santa Misa, ¿no
son estas palabras por sí solas suficientes para llenarnos de fe y
confianza en los Divinos Misterios?
San Gregorio Nacianceno. En la vida de este gran santo
leemos que su padre enfermó gravemente y se estaba muriendo. El
enfermo había caído en tal estado de debilidad que apenas podía
hacer los movimientos más leves. Su pulso era extremadamente
débil y no podía tomar ningún alimento. Al final perdió totalmente el
sentido.
Su familia, habiendo perdido sus esperanzas en todo recurso
humano, puso su fe en Dios. Acudieron a la Iglesia, donde
celebraron una Misa por la recuperación del enfermo. A su regreso,
todo peligro había pasado y el paciente había recuperado
perfectamente su salud.
El Santo Cura del Ars cayó gravemente enfermo y a pesar de
la constante ayuda de los médicos, rápidamente empeoró, de modo
que no había esperanzas de que viviera. Él pidió celebrar una Misa
en el altar de Santa Filomena. Al finalizar la Misa, estaba totalmente
curado.
En la ciudad de Lisboa, una señora se estaba muriendo de
una enfermedad mortal. Los médicos no tenían esperanzas de que
se recuperara. Ella sufría de un cáncer maligno el cual había
alcanzado tal extremo que una operación era imposible. Su confesor
sugirió que se ofreciera una Misa por su pronta recuperación. La
moribunda aceptó alegremente el consejo. La Misa fue ofrecida en
honor de Santo Domingo y con su eficacia infinita la enferma se
recuperó rápidamente para la alegría de sus amigos y la sorpresa
de sus médicos.
Cuán a menudo vemos en hogares cristianos a padres,
hermanos o hermanas enfermos al borde de la muerte. Los llevan a
médicos eminentes, compran remedios costosos, no escatiman
gastos para evitar la muerte y acelerar la recuperación de sus seres
queridos.
Todo esto es, como debe ser, pero ¿por qué olvidar, por qué
descuidar el más potente de todos los remedios, la Santa Misa?
¿Cuántos hombres y mujeres que están ahora en sus sepulcros
podrían estar vivos y bien si se hubiesen ofrecido unas Misas por
ellos, como en la historia de la señora de Lisboa? ¿Cuántas
desgracias y accidentes se evitarían si los hombres tuviesen fe y
confianza en los infinitos méritos del Santo Sacrificio?
Si los católicos solamente entendieran la eficacia de la Misa, las
Iglesias no serían suficientes para abarcar las multitudes que se
reunirían para asistir a la celebración de los Divinos Misterios.
Si únicamente por Dios y por Su gloria, las madres cristianas
asistieran y ofrecieran Misas por sus familias y, mejor aún, si
prepararan adecuadamente a sus seres queridos desde su juventud,
para asistir a la Santa Misa.

La Misa nos brinda una muerte dichosa


La gracia suprema de nuestra vida es una muerte santa y
dichosa. ¿De qué nos sirve haber tenido una vida larga y feliz, de
haber disfrutado de todas las comodidades que la riqueza nos
pueda dar, de todos los honores que el mundo pueda conceder, si al
final tenemos una muerte infeliz?
Una muerte infeliz significa una eternidad de miseria y aflicción.
Podemos morir solamente una vez y si morimos mal, no hay
posibilidad de remediar este error. Una muerte infeliz hunde al
hombre en el fuego del infierno por los siglos de los siglos. Por lo
tanto es primordial que hagamos todo lo que esté a nuestro alcance
y utilicemos todos los medios posibles para asegurar una muerte
feliz.
Los escritores santos recomiendan varios métodos excelentes a
través de los cuales podremos asegurar nuestra salvación,
utilizándolos de la mejor manera. Todos están de acuerdo, sin
embargo, que el mejor y más fácil de estos métodos es la asistencia
frecuente a la Santa Misa.
Nuestro Santísimo Señor le aseguró a Santa Matilde que
confortaría y consolaría a todo aquel que fuese asiduo asistente a la
Misa y que enviaría a tantos de sus más grandes santos para
ayudarles a morir como a Misas hayan asistido en el transcurso de
sus vidas.
Penellas relata que un hombre devoto tenía tal confianza en la
eficacia de la Misa que hacía todo lo posible para estar presente en
el Santo Sacrificio tan a menudo como pudiese. Él cayó gravemente
enfermo y murió con gran paz y alegría. El sacerdote de su
parroquia se afligió mucho por la pérdida de este ejemplar miembro
de su comunidad y ofreció para su alma muchos sufragios.
Grande fue la sorpresa del buen sacerdote cuando el muerto se
le apareció radiante de gozo y le agradeció por su caridad,
agregando a su vez que no tenía necesidad de oraciones, ya que
debido a su asistencia frecuente a la Misa, fue recibido
inmediatamente en el cielo.
Monseñor Nautier, Obispo de Breslavia, a pesar de sus
múltiples ocupaciones y responsabilidades, trató de estar presente
en tantas Misas celebradas en la Catedral como pudo. Al momento
de su muerte, su alma fue vista elevándose al cielo acompañada por
muchos ángeles gloriosos que cantaron cánticos dulces de alegría y
alabanza.
Todo buen cristiano haría bien en seguir estos ejemplos y en
pedir a Dios cada vez que oye la Misa que le conceda la gracia de
una muerte santa y le libre del fuego del purgatorio.

No falte a la Santa Misa


La obligación de oír la Misa los domingos y los días festivos es
crucial y fallar en el cumplimiento de este deber, sin una razón
valedera, es un pecado mortal. No solamente el pecador pierde así
importantes gracias que pueda que nunca las reciba de nuevo, sino
que Dios podría también castigarlo seriamente, como ha sucedido
con frecuencia.
Los siguientes son algunos de los muchos casos que podríamos
mencionar.
El siguiente hecho sucedió cerca de Roma. Tres hombres de
negocios fueron a una feria en Cisterno, y después de realizar sus
transacciones satisfactoriamente, dos de ellos se prepararon para
regresar a casa la mañana del domingo. El tercero precisó que de
hacerlo así, no podría asistir a Misa. Aquellos se rieron de sus
palabras y contestaron que podrían ir a Misa otro día. Entonces se
montaron en sus caballos y salieron en su viaje de regreso.
Su compañero asistió a Misa y después procedió a seguirlos.
¡Cuál fue su consternación al saber que ambos habían muerto en el
camino, víctimas de un terrible accidente!
Los escritores de estas líneas recuerdan otro tremendo castigo
impuesto por el Todopoderoso a un pobre hombre, también en
Roma. Este hombre era un albañil que en lugar de ir a Misa los
domingos, trabajaba públicamente, por lo tanto hacía gran
escándalo.
El Día de Pentecostés, estaba como de costumbre en su trabajo
sobre un andamio muy alto cuando, para sorpresa, se precipitó a
tierra y ¡murió instantáneamente!
San Antonino de Florencia cita otro caso de muerte como
castigo por no asistir a Misa. Dos jóvenes salieron juntos a cazar.
Uno de ellos había oído Misa y el otro no. Se repente se desató una
tormenta con rayos y relámpagos. El desafortunado que no había
ido a Misa, murió al caerle un rayo encima. Su compañero resultó
ileso.
Uno de los principales deberes del cristiano es oír Misa los
domingos, el día de la semana consagrado a Dios. Es, de hecho, de
temer el descuidar esta obligación.
Cómo un muchacho pobre llegó a ser obispo,
cardenal y santo
Pedro Damián perdió a sus padres poco después de su
nacimiento. Uno de sus hermanos lo adoptó, pero lo trataba con
dureza forzándolo a trabajar duro, alimentándolo mal y vistiéndolo
pobremente.
Un día, Pedro encontró una pieza de plata, que representaba
una pequeña fortuna. Un amigo le dijo que podía, a conciencia,
utilizarlo para sí mismo, pues no se podía encontrar al dueño. La
única dificultad de Pedro era el poder elegir qué era lo que más
necesitaba ya que estaba en extrema necesidad de muchas cosas.
Mientras le daba la vuelta a este asunto en su joven mente, se
le ocurrió que podría hacer algo mejor, como pagar por una Misa por
las almas del purgatorio, especialmente para las almas de sus
queridos padres. A costa de un gran sacrificio, puso en acción su
idea y ofreció la Misa. Inmediatamente un cambio completo a su
suerte se hizo evidente.
Su hermano mayor llamó a la casa donde él vivía y horrorizado
por los terribles sufrimientos a los que había sido sometido el niño,
hizo los arreglos necesarios para que quedara bajo su cuidado. Lo
vistió y alimentó como a su propio hijo, lo educó y cuidó lo más
amorosamente posible. Una bendición venía seguida de otra
bendición. Los maravillosos talentos de Pedro se hicieron públicos y
él fue rápidamente promovido al sacerdocio. Tiempo después, lo
ascendieron al episcopado y finalmente fue nombrado Cardenal…
Milagros atestiguaron de su gran santidad de modo que después de
su muerte fue canonizado y declarado Doctor de la Iglesia. Estas
gracias maravillosas fluyeron, como de una fuente, de una Misa.
Capítulo 6

LOS SACERDOTES, ÁNGELES EN LA TIERRA

Si entendiéramos la divina dignidad del sacerdocio,


comprenderíamos por completo la infinita grandeza de la Misa.
San Ignacio Mártir dice que el sacerdocio es la más sublime de
todas las dignidades creadas.
San Efrén le llama una dignidad infinita.
Casiano dice que el sacerdote de Dios es elevado sobre todas
las soberanías terrenales y celestiales. Es inferior solamente a Dios.
El Papa Inocente III dice que el sacerdote está entre Dios y el
hombre; inferior a Dios, pero superior al hombre.
San Denis llama al sacerdote un hombre divino y al sacerdocio
una dignidad divina.
San Efrén dice que el regalo de la dignidad sacerdotal
sobrepasa toda comprensión.
Por lo tanto, San Juan Crisóstomo dice que el que honra a un
sacerdote, honra a Cristo y el que insulta a un sacerdote, insulta a
Cristo.
San Ambrosio ha llamado al sacerdocio una profesión divina.
San Francisco de Sales, después de haber ordenado a un
santo eclesiástico, percibió que al salir, él se paró en la puerta como
para dar precedencia a otro. Cuando el santo le preguntó porqué
paró, él contestó que Dios lo favoreció con la presencia visible de su
Ángel de la Guarda, quien antes de haber sido recibido como
sacerdote estaba siempre a su derecha y lo precedía, pero ahora
desde el momento en que fue ordenado caminaba a su izquierda y
rechazó ir adelante de él. Fue en una competencia santa con el
ángel que él paró en la puerta.
Según Santo Tomás, la dignidad del sacerdocio sobrepasa
incluso a la de los ángeles.
San Gregorio Nacianceno ha dicho que los mismos ángeles
veneran a los sacerdotes.
Ningún ángel del cielo puede absolver un solo pecado. Los
ángeles de la guarda obtienen para las almas a su cargo la gracia
de tener acceso a un sacerdote que pueda absolverlas.
San Francisco de Asís solía decir: Si viera a un ángel y a un
sacerdote, doblaría mi rodilla, primero al sacerdote y luego al ángel.
San Agustín decía que perdonar a un pecador es mayor trabajo
que crear el cielo y la tierra. Para perdonar un solo pecado se
requiere toda la omnipotencia de Dios. Entiéndase el poder del
sacerdote.
San Alfonso decía: Ni toda la Iglesia junta puede dar a Dios
tanto honor u obtener tantas gracias como un solo sacerdote puede
hacerlo al celebrar una sola Misa. Por lo tanto, en la celebración de
una sola Misa, en la cual se ofrece a Jesucristo en sacrificio, el
sacerdote da mayor honor al Señor que si todos los hombres al
morir por Dios, ofrecieran el sacrificio de sus vidas.
Con respecto del poder de los sacerdotes sobre el verdadero
cuerpo de Jesucristo, es por la fe que cuando pronuncian las
palabras de la Consagración, el Verbo Encarnado se ha obligado a
obedecer y entrar en sus manos bajo la especie sacramental.
San Ignacio Mártir: Los sacerdotes son la gloria y los pilares de
la Iglesia, las puertas y los porteros del cielo.
San Alfonso: Si el Redentor descendiera en una iglesia y se
sentara en un confesionario y un sacerdote se sentara en otro
confesionario, Jesús diría a cada penitente: “Ego te absolvo” [yo te
absuelvo]. De igual manera, el sacerdote diría a cada penitente:
“Ego te absolvo”. Los penitentes de cada lado quedarían absueltos
por igual. Consecuentemente, la dignidad sacerdotal es la más
noble de todas las dignidades de este mundo.
San Ambrosio dice que la dignidad sacerdotal trasciende todas
las dignidades de reyes, emperadores y ángeles. La dignidad del
sacerdote excede el valor de la dignidad de los reyes así como el
valor del oro sobrepasa al del plomo.
San Cipriano dice que todos los que tienen el verdadero
espíritu de Dios, cuando se ven obligados a tomar el orden
sacerdotal, están llenos de temor y temblor.
San Epifanio escribe que no conoció a nadie deseoso de ser
ordenado sacerdote, que no tuviese temor a tan divina dignidad.
San Gregorio Nacianceno dice sobre la vida de San Cipriano,
que cuando el santo oyó que su obispo pretendía ordenarlo
sacerdote, él, con humildad, se ocultó. Se relata en la vida de San
Fulgencio que él también huyó lejos y se escondió.
San Ambrosio, como él mismo atestigua, resistió durante
mucho tiempo antes de consentir ser ordenado sacerdote.
San Francisco de Asís nunca consintió ser ordenado
sacerdote.

Dios recompensa a aquellos que ayudan a los


sacerdotes
Un comerciante humilde vivía en un pequeño pueblo de Irlanda
con su esposa e hijo. Tenían muy poco de los bienes de este
mundo, pero eran muy devotos e iban a Misa tan a menudo como
podían.
Un joven sacerdote, debido a su mala salud y mucho estudio,
perdió el equilibrio mental y no podía realizar sus deberes
sacerdotales. Vagó de un lugar a otro, manso y dulce, sin dar trabajo
a nadie.
El buen comerciante propuso a su esposa darle un pequeño
dormitorio y alimento en su modesta casa. El sacerdote aceptó
alegre esta generosa invitación y pasó algunos años con ellos,
yendo y viniendo a su disposición.
Antes de morir, recuperó el uso de la razón y, sentado en su
lecho de muerte, pidió a Dios fervientemente que bendijera en
abundancia a esta generosa gente: “Dales, querido Señor, mil veces
más de lo que ellos me han dado a mí, Tu sacerdote. Bendícelos
espiritual y temporalmente”. Al decir esto, murió.
Maravillosamente, este modesto comerciante creció en
abundancia y prosperidad, de modo que su hijo se hizo millonario y
cuatro de sus hermanas se hicieron monjas; cuatro de las hermanas
de su esposa también se hicieron monjas. Él mismo vivió una larga
vida.
Los que contribuyen a la educación de los seminaristas reciben
abundantes recompensas, porque no pueden hacer nada mejor que
ofrecer un buen sacerdote a Dios.
Nadie en esta tierra puede dar a Dios tanta gloria como un
devoto sacerdote.
Capítulo 7

CÓMO BENEFICIARSE ASISTIENDO A MISA

La primera condición para oír la Santa Misa sacando provecho


de ella, es entender a fondo la infinita santidad de esta y las gracias
que se obtienen para sí mismo. Para lograr este fin debemos leer
este pequeño libro, no una vez, sino muchas veces.
La Misa, como hemos visto, es un estupendo misterio. Nuestras
mentes, por otro lado, son débiles y lentas para entender. Por lo
tanto, tenemos que leer con frecuencia y reflexionar seriamente en
las maravillas de la Misa. Una Misa oída con comprensión y
devoción consigue para nosotros más gracias que cientos o miles
de Misas oídas negligentemente e ignorando lo que es la Misa.
Deberíamos establecer como regla inviolable el llegar a la
iglesia unos minutos antes de que comience la Misa. En primer
lugar, para estar preparados y en calma cuando el sacerdote suba al
altar y en segundo lugar, para no distraer a otras personas.
Deberíamos no solamente oír la Misa, sino ofrecerla con el
sacerdote. Más aún, deberíamos tener la intención de oír y ofrecer
todas las Misas que se dicen al mismo tiempo en todo el mundo.
¡De esta manera recibiríamos una participación en estas
innumerables Misas!
La Cruz
Todos notamos de inmediato la presencia del crucifijo en cada
altar, que las vestiduras de los sacerdotes están todas marcadas
con el signo de la Cruz, que el sacerdote comienza la Misa con la
señal de la Cruz, que él hace esta santa señal muchas veces
durante la Misa. ¿Por qué? Para dejarnos bien claro que la Misa es
realmente y en verdad el Sacrificio de la Cruz. Que en la Misa,
Cristo es crucificado, vierte su Preciosa Sangre y muere por
nosotros. [Vea la nota al pie de la página 10.] No tenemos que tener
ninguna duda que estamos asistiendo realmente al Sacrificio de la
Cruz.

Oraciones de la Misa
Podemos utilizar cualquier oración que deseemos y que nos sea
de más ayuda, sin embargo generalmente se admite que es mejor
utilizar un libro de oraciones y seguir la Misa, tan de cerca como
podamos, con el sacerdote.
El Confiteor [“Yo Confieso” o “Yo Pecador”]. Cuando el
sacerdote se agacha al principio de la Misa y dice el Confiteor,
debemos también unirnos con Jesús en Su agonía. Debemos
confesar humildemente nuestros pecados y pedir perdón por estos,
por los méritos de la agonía de Cristo.
Entonces seguimos las diferentes oraciones con el celebrante.
En el Sanctus deberíamos recordar que los ángeles bajan en
multitudes a ayudar en la Misa y que estamos en medio de ellos.
Debemos unir nuestras voces con las de ellos para adorar y alabar a
Dios. Ellos presentan nuestras oraciones a Dios.
En la Consagración deberíamos tener la más profunda
reverencia y amor, porque Jesús realmente nace en las manos del
sacerdote, como nació en Belén. Cuando el sacerdote levanta la
Sagrada Hostia, deberíamos mirar a nuestro Dios con éxtasis de
alegría, como los ángeles lo miran en el cielo y decir: “Señor mío y
Dios mío”.
En la Consagración de la Preciosa Sangre debemos recordar
que toda la Preciosa Sangre que Jesús derramó en el Calvario está
en el cáliz. Debemos ofrecérsela a Dios junto al sacerdote por la
gloria de Dios y por nuestras propias intenciones.
Es bueno colocarnos a nosotros mismos, nuestros pecados,
nuestras intenciones, nuestros seres queridos y las almas del
purgatorio, en todos los cálices que sean en ese momento ofrecidos
a Dios en cualquier parte del mundo. Debemos estar llenos de temor
y amor santos desde el momento de la Consagración hasta la
Comunión. Estamos en medio de innumerables ángeles que adoran
a Dios.
De hecho, es una muestra de lamentable ignorancia el ser
irreverente, mirar alrededor o hablar durante este momento tan
sagrado. Peor es salir de la iglesia, abandonando a Dios que muere
en el altar por nosotros. [Vea la nota al pie de la página 10]. Nada
sino la necesidad más grave debe inducir a que uno salga por lo
menos hasta después de la comunión del sacerdote.
Recuerde, estimado lector, que el día que usted oye la Santa
Misa le vale mil días. Que todos los trabajos y obras de un día, una
semana o un año entero, no son nada en comparación con el valor
de una Misa.

Una palabra para padres y madres


Leyendo estas maravillosas palabras de los santos y los
Doctores de la Iglesia, ¿cómo es posible que cualquier padre o
madre cristianos no desee ardientemente ver que por lo menos uno
de sus hijos sea un sacerdote?
Los padres buscan seriamente el bienestar de sus hijos, se
esmeran en procurar que ellos sean felices, que tengan cada
beneficio y honor. Qué lamentable es, entonces, que muy rara vez
busquen para ellos el más grande de los honores: el sacerdocio.
Es verdad que hemos oído hablar de algunas familias que
tienen tres, cuatro o seis hijos que son sacerdotes, ¡pero estas son
muy pocas!
* Las declaración de que Jesús (Dios) “muere” y que su sangre “se derrama”
en la Misa, se refiere a una renovación mística, sin sangre, ya que, en lo que
concierne a muerte física, “Cristo resucitado de entre los muertos no muere
ya otra vez; y que la muerte no tendrá ya domino sobre él” (Romanos 6:9).—
Editor, 2004

También podría gustarte