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Inmaculada Jauregui Balenciaga

Doctora en psicología clínica e investigación. Máster en psicoeducación y


terapia breve estratégica
Este artículo es continuación de  Fenomenología de la infidelidad: anatomía
de un engaño, ya publicado en epsys.
Resumen
En este artículo se pone de relieve el dolor y el sufrimiento consecuencia de la infidelidad, en
un contexto sociocultural que, de manera contradictoria, pretende primar el amor romántico,
una construcción patológica dado que genera ilusiones, distorsionando e idealizando la
relación amorosa. Relación fuera de la realidad, engañosa pero anhelada por la esperanza
que porta. En una sociedad postmoderna en donde los vínculos y las relaciones están siendo
sustituidas por redes y contactos superficiales, la fidelidad puede resultar paradójica, aunque
deseada y requerida. Hay verdaderas y reales dificultades para poner fin a las relaciones y,
como consecuencia, se quiere y pretende superar la infidelidad. La fidelidad se entiende como
un contrato consensuado de exclusividad y la infidelidad se define como la violación y traición
de ese contrato. Traición vivenciada por muchas personas como traumática y los síntomas
que éstas presentan, coinciden con los síntomas descritos en el diagnóstico de estrés
postraumático.
Palabras clave: fidelidad, infidelidad, amor romántico, construcción sociocultural, dolor,
sufrimiento, resentimiento, trauma, estrés postraumático.
Abstract
This article would like to emphasize the pain and the suffering result of infidelity, in a
socicultural context that, somewhat contradictorily, it aims to prioritize romatic love, a
pathological construction, since it generates illusions, distorting and idealizing the love
relationships. Relathionships outside of reality, misleading but desired because of hope. In a
post-modern society in which bonds and relationships are beeing replaced by social networks
and casual relationships, the fidelity can result a desired and yearned paradoxe. There are real
and truly difficulties to finish the relationships and, as a result, people want to overcome the
infidelity. The fidelity is understandood as consensual ad exclusiveness contract and then,
infidelity is understood as a violation and betrayal of this contract. Betrayal lived by many
people like a trauma and the symptoms that they presents, seems to correspond to the
postraumatic stres disorder.
Keywords: fidelity, infidelity, romantic love, sociocultural construct, pain, suffering, resentment,
anger, trauma, posttraumatic stress disorder.
Introducción
La infidelidad es una de las principales razones de separación en las parejas, si no la principal
causa de divorcios. Genera daños psicológicos que perduran en el tiempo y provoca
trastornos psicológicos como ansiedad, trastornos somatoformes o psicosomáticos y
enfermedades mentales como la depresión.
La infidelidad genera múltiples problemas que van más allá de la pareja, afectando incluso a la
progenitura. En este sentido, provoca daños irreparables que se prolongan en el tiempo, y a
menudo, envuelve en una guerra sin fin, tomando a los vástagos como rehenes.
No obstante, a pesar de los destrozos que la infidelidad causa y el enorme coste económico y
emocional en que deriva, nos encontramos con poca literatura científica al respecto, aunque
es un motivo importante de consulta, tanto individual como de pareja.
La infidelidad, si no tabú, parece constituir un evento ambiguo en nuestros tiempos, ya que no
se le ha dado un espacio de conocimiento digno. Si bien la ciencia no le ha dado el lugar que
socialmente parece tener, si se ha tratado en la esfera artística, alcanzando una amplia
presencia en disciplinas como la literatura y el cine.
Aunque la infidelidad no puede constituir una categoría diagnóstica, urge tomar en serio toda
la sintomatología que provoca, fundamentalmente en la persona que la sufre. En este sentido,
el presente artículo ofrece una descripción fenomenológica de las consecuencias en personas
que sufren –y han sufrido– la infidelidad, a partir de la sintomatología clínica, y tratará de
circunscribirlo en una categoría diagnóstica ampliamente conocida como es el estrés
postraumático, dada las similitudes encontradas.
No obstante, precediendo la exposición fenomenológica, además de definirla, situaremos la
infidelidad dentro de un contexto cultural concreto; la monogamia en el amor romántico del
siglo XXI.
El amor romántico, una construcción sociocultural en regresión
La concepción del amor en los tiempos actuales se basa en el amor romántico, un amor-droga
que cubre los anhelos de acabar con el doloroso sentimiento de una insoportable soledad
alienante y nos conecta a un placer total, a una fusión espiritual – además de carnal– con el
otro (Herrera, 2010). En este sentido, en la época de derrumbe de todas las utopías políticas y
religiosas, la utopía amorosa cobra un protagonismo hasta cierto punto de vista justificado.
Prácticamente el tejido social está roto, se han acabado las solidaridades, las comunidades y
la familia extensa. El único y último reducto o bastión es la familia nuclear (Lasch, 1996) cuya
base es la pareja.
En consecuencia, podríamos decir que el amor romántico, que surge en el siglo XI con los
trovadores provenzales, ha evolucionado hasta convertirse en una individualizada “utopía
emocional colectiva” (Herrera, 2010, p. 78). Es, por lo tanto, un “producto cultural occidental”
(Ibid, 77) globalizado.
Paradójicamente, el amor romántico tiene muy poco, al parecer, de romántico pues “es un
producto mítico que posee… una dimensión cultural que tiene unas implicaciones políticas y
económicas” (Ibid, p. 76) fundamentalmente de dominación porque, entre otras funciones,
tiene el deber de ejercer un control social (Gutman, 2012). No debemos olvidar que el amor
romántico se trata de un contrato social que enarbola un estilo de vida, una forma de ser y
estar en el mundo según el cual, estamos incompletos si no estamos en pareja. El amor
romántico se plantea, se vende y se compra como un estado civil ideal. El amor romántico
como industria: “la mitificación de las relaciones de pareja como una utopía emocional
colectiva”(Herrera, 2010, p. 78). El capitalismo necesita de la familia nuclear basada en el
amor romántico que significa, por definición, “hasta que la muerte nos separe”. Se trata de una
unidad de consumidores, que también acabará –si no lo está ya– cayendo en crisis al igual
que todos los paradigmas, fundamentalmente porque el propio amor, también se ha
transformado en industria.
La cultura líquida postmoderna en la que nos movemos en este siglo, destruye todo lo
concerniente a los vínculos, siendo estos sustituidos por redes en las cuales las relaciones
son superficiales. No son tiempos de compromiso sino de relaciones de bolsillo como dice
Catherine Jarvie (Bauman, 2006). Y la cultura en la que estamos inmersos, justamente
promueve lo contrario a los requisitos de una amor maduro y comprometido: consumidores
impulsivos, poco reflexivos sin capacidad crítica, enajenados, angustiados, solos, autómatas,
narcisistas, inmaduros, infantiles, sin capacidad reflexiva, sin memoria. Una estructura social y
cultural que fomenta la dominación masculina sobre la femenina a través de la violencia en
todos sus ámbitos.
En lo que al amor y la fidelidad concierne, la cultura patriarcal, según hechos, parece ser
contraria a la monogamia (Pittman, 1994). Por un lado, entendemos –y se nos vende– el amor
romántico como un amor cimentado sobre un contrato que, entre otras “cláusulas” estipula la
monogamia como la base de la pareja. El contrato amoroso se basa fundamentalmente en la
fidelidad. Se trata de un contrato de exclusividad sexual. En otras palabras, el amor romántico
es fundamentalmente monógamo. Dicha manera de amar, parece tener que ver con el
cuidado, el darse, generar crecimiento de aquello que amamos. Requiere “cuidado,
responsabilidad, respeto y conocimiento” (Fromm, 2004, p. 34). Así, el amor –romántico o no–
requiere de una madurez emocional y por lo tanto, debe haber un aprendizaje. Erich Fromm
(Ibid) nos dirá que amar es un arte que “requiere conocimiento y esfuerzo” (p. 13). Y para ello,
es necesario humildad, coraje, fe y disciplina. Rollo May (2000) nos hablará de voluntad en el
amor. Todos estos aspectos, parecen del todo contradictorios con el desarrollo de la sociedad
postmoderna, caracterizada por una inteligencia fracasada (Marina, 2016).
Por otro lado, si la monogamia es un aspecto que exige una igualdad entre los géneros
(Pittman, 1994), la infidelidad define fundamentalmente una relación amorosa en términos de
dominación, porque los secretos y las mentiras son una información no compartida y sólo la
tiene quien detenta el poder (Gutman, 2012).
Dada la evolución de nuestra sociedad, en el amor romántico confluyen múltiples
contradicciones y paradojas que hacen del mismo un esquizofrenizante imposible pues lo
mismo y su contrario, es decir, la doble moral, que en realidad es una falsa moral, conduce a
una cierta locura. Muy al contrario, lejos de desarrollar este arte, el amor aminora en una
cultura claramente regresiva. Es en la infidelidad, precisamente, donde se ve esta regresión,
aunándose la falta de voluntad, de compromiso, de coraje y de fe (fidelitas).
El concepto de fidelidad e infidelidad en tiempos líquidos: ¿Una paradoja?
En una sociedad socialmente enferma, en la que los vínculos tienden a licuarse (Bauman,
2006), esto es, a debilitarse, hablar de fidelidad puede resultar incluso anacrónico. En una
sociedad consumista en lo que todo dura nada, la fidelidad y la noción de “para siempre”
pretenden sobrevivir. Los mitos postmodernos sobre la pareja nos siguen envolviendo y en el
imaginario colectivo está a la búsqueda de esa pareja ideal, fiel, eterna. Las principales
dimensiones del comportamiento amoroso parecen ser la intimidad, el compromiso y la pasión
(Herrera, 2010). La base: confianza y fidelidad. Por lo tanto, la fidelidad conecta directamente
con los dilemas existenciales humanos profundos como al amor, la finitud o la muerte, el
sentido de la vida, el vacío existencial, la soledad, la eternidad, el compromiso, la libertad, la
confianza. El psicoanalista Erich Fromm (2004) ya lo aclaró: “Cualquier teoría del amor debe
comenzar con una teoría del hombre, de la existencia humana” (Ibid., p. 18).
En una sociedad líquida como la actual, libre de ataduras, en donde el divorcio es fácil de
obtener, ¿qué retiene a las personas en relaciones de larga duración, acusadas, en muchos
casos, de ser aburridas, monótonas, deficientes sexualmente, deficientes en su comunicación,
desapasionadas, vacías, inmaduras, irracionales, exigentes, dependientes, violentas?(2)
Si elegimos “libremente” a la pareja, ¿qué retiene a la persona que comete infidelidad? Por lo
general, la persona infiel suele actuar quedándose en su relación o iniciando una nueva con la
persona llamada amante. Rara vez, opta por quedarse sola.
Y por ende, ¿Qué retiene a la persona que tolera lo intolerable: la infidelidad? Por regla
general, particularmente en las relaciones de larga duración, la persona víctima de infidelidad
intenta recomponer la relación. Rara vez opta por quedarse sola.
Lo que ambos tienen en común, lo que parece estar de fondo en la problemática de la
infidelidad es conjurar la soledad (Fabretti, 1982). Porque la separación parece aún más
traumática que la infidelidad. “La vivencia de la separatividad provoca angustia (…) Estar
separado significa estar aislado (…) De ahí que estar separado signifique estar desvalido”
(Fromm, 2004, p. 19).
Si ambas partes de la pareja deciden permanecer juntas, o la persona infiel decide empezar
con la tercera persona del triángulo amoroso, es probable que esa búsqueda compulsiva de
amor responda al autoengaño necesario para evitar sentir la soledad, el duelo, el sentimiento
de fracaso, la inestabilidad emocional, fallas en las comunicaciones, además de problemas
psicológicos no resueltos.
Si la fidelidad es la promesa que restaura el miedo fóbico al abandono y conjura la soledad y
la angustia que conlleva, la infidelidad nos devuelve al punto de partida donde dejamos de
afrontar la soledad y la ipseidad [3].
La promesa o el contrato que se establece durante la etapa de enamoramiento de ser la
persona exclusiva para el otro, es vista por ciertos autores como un engaño mutuo, que en el
caso de la persona seductora, sería engaño a la pareja y en el caso de la persona enamorada,
sería autoengaño (Fabretti, 1982). Autoengaño que sólo es concebible dentro de una cultura
del amor igualmente engañosa (Ibid). La infidelidad supone la ruptura del autoengaño; éste ya
no funciona. Supone un golpe duro y bajo para el narcisismo de “ser-lo-todo” para la otra
persona. Ese narcisismo que consiste en escapar de los estados depresivos tan
característicos de nuestros tiempos modernos y que “proliferan en nuestra sociedad debido a
la debilidad de la voluntad, al egocentrismo y a la obsesión por uno mismo” (Herrera, 2010, p.
337).
La fidelidad requiere fuerza de voluntad y renuncia al placer inmediato, ambos requisitos
combinan mal con el infantilismo propio de las personas infieles, quienes exigen seguridad sin
sometimiento a la norma, al contrato.
¿Dónde empieza la infidelidad? El mito compartido dice que la infidelidad se produce cuando
se está sexualmente con otra persona, es decir, cuando una de las partes traiciona el acuerdo
mutuo libremente consensuado de monogamia o exclusividad sexual. No obstante, lo que en
la clínica se observa, es que la infidelidad parece ser más bien la culminación de un proceso –
oculto, secreto- de separación, comenzado tiempo antes ¿Qué proceso oculto y secreto pasa
la persona infiel hasta llegar a la infidelidad o a la ruptura por ésta? No sólo se omite la
infidelidad, es que durante años se han ocultado malestares que han hecho que la persona
infiel se separe psicológicamente mucho antes. Proceso oculto y secreto, la mayor parte de
veces inconsciente, porque para llegar a la infidelidad, la persona arrastra una crisis personal
no compartida durante incluso años, mientras que la pareja piensa que todo va bien o no tan
mal, en cualquier caso. El proceso de engaño comienza mucho antes -aunque quizás culmine
con la infidelidad-, con el secreto y la ocultación de un malestar psicológico, que nada tiene
que ver con la pareja. Un sufrimiento que tiene relación con la historia personal de la persona
infiel y que lo lleva arrastrando, inconscientemente, años.
Parece que finalizar una relación no resulta fácil (Bolaños, 1998). Hemos esbozado
anteriormente el miedo a la soledad existencial, al vacío propio de la individualidad moderna
quizás, como un motivo para mantenerse en una relación insatisfactoria en ciertos planos.
Pero hay otras teorías.
La infidelidad desvela fundamentalmente una crisis transicional (Ibid). Así, parece tener
relación con crisis individuales, dificultades no resueltas en el ciclo de vida de las personas
(Salgado, 2003), dificultades de apego y de elaboración del duelo, que serían camufladas bajo
la infidelidad y que nada tienen que ver con la pareja. Elementos patógenos como la
disonancia cognitiva [4], pueden entrar en juego en ambas partes de la pareja.
A la persona infiel, posiblemente durante años, su desagradable estado psicológico le ha
hecho cambiar mentalmente de actitud, de conductas, todas ellas coherentes con la
continuidad de la pareja, evitando, negando y disociándose de aquellas ideas, creencias,
pensamientos o acciones disonantes que le pudieran llevar a la ruptura, lo que lleva a suponer
que haya estado auto-engañándose durante años. En la persona traicionada, la disonancia
cognitiva tendría la forma de autoengaño, es decir, de “ver la realidad de acuerdo con las
propias creencias” (Nardone, 2016 p. 191).
También está la teoría del intercambio social de Chadwick-Jones (1976) que concibe la
decisión de continuar o no, ser infiel o no, en términos de costes y beneficios. Desde esta
perspectiva, podríamos decir que muchas parejas lo son o deciden continuar a pesar de la
infidelidad más por conveniencia que por amor.
Por último está la teoría del apego y duelo de Bowlby (1983). La infidelidad se produciría por
una posible dificultad, en la persona infiel, de hacer el duelo y separarse de su pareja. Parece
tratarse de un estilo de apego ansioso evitativo propio de las personalidades narcisistas,
antisociales, obsesivas (Lorenzini y Fonagi, 2014). Estas personas inhiben sus estados
emocionales, particularmente si éstos son negativos. Es decir, no reconocerán ni su angustia,
ni su malestar ni mucho menos buscarán apoyo. Su estilo evitativo inhibido provoca una
disociación entre lo que viven en la relación (exterior) y en su interior, un yo exagerado
compuesto de una imagen perfecta de sí mismas, evitando toda vulnerabilidad.
Por el contrario o de manera incluso complementaria, la clínica muestra que, en muchos
casos, las personas que deciden permanecer en la relación y perdonar revelan un tipo de
apego ansioso (Hazan y Shaver, 1987), inseguro o dependiente, excesivamente sensibles al
rechazo y a la ansiedad. Personas que quieren que las quieran, al precio de anularse. En
ellas, existe un profundo miedo al abandono. Complacen, cuidan, (sobre) protegen, idealizan.
Suele ser propio de personalidades histriónicas y límites. El duelo y la abstinencia parecen
resultar insoportables de procesar, produciéndose posiblemente una depresión de abandono
que les podría llevar incluso, al suicidio. En estas personas, se rebelan deficiencias en las
habilidades sociales sobre todo en lo que concierne a la asertividad y a la autoestima. Tienden
a establecer relaciones simbióticas o fusionales, en las que la individualidad resulta fácilmente
anulada y anulable.
En estos casos, se habla de personalidades masoquistas, concepto que desde la perspectiva
psicoanalítica no significa placer al dolor, sino tolerarlo, en pos de algún beneficio mayor
(McWilliams, 2011). En las relaciones de este tipo de personalidades, también llamadas
anaclíticas [5], su autodestructividad tiene como finalidad, inconsciente, mantener el apego a
costa de sí mismas, de su identidad. Son denominadas “masoquistas relacionales” (Ibid). Este
tipo de personas tienden a recrear en sus relaciones circunstancias, normalmente
relacionadas con la negligencia y el abandono emocional, que evocan el pasado, con la
finalidad, inconsciente, de superarlas, produciendo, paradójicamente, el efecto contrario.
Freud llamó a este fenómeno, compulsión a la repetición (Freud, 2001). Estas personas
repiten en sus relaciones amorosas, por el tipo de “elección hecha”, el sufrimiento padecido.
No deja de ser una autodefensa ante la ansiedad de separación. Apego aunque sea a través
del sufrimiento; Este es el beneficio, confirmando permanentemente esa profunda sensación
de injusticia. Sacrifican su poder –su potencial– en aras del amor.
La infidelidad: Dolor moral, sufrimiento
La infidelidad parece ser la primera causa de divorcio a nivel mundial (Buss et al., 1992) y “la
principal disociadora de familias” (Pittman 1994, p. 31).
El psiquiatra Frank Pittman (1994) define la infidelidad como una “defraudación, la traición a
una relación, la violación de un convenio” (p. 18). Sea cual sea el acuerdo, la infidelidad es su
violación. El autor lo deja claro: la infidelidad consiste en mentir o mantener en secreto la
traición del convenio establecido.
Tras todo lo expuesto anteriormente y a tenor de las secuelas que la infidelidad causa,
particularmente en las personas que la sufren, me parece fundamental tratarlo como una
patología vincular, en su sentido etimológico, pathos que significa sufrimiento. Un dolor que
perturba la tranquilidad del espíritu, del alma (Séneca, 1994). Se trata de “situaciones límites”
de las que no podemos salir, quedando atrapadas en ellas y sintiendo que no podemos
(Jasper, 1966). Son perturbaciones lógicas “… reacciones verdaderas cuyo contenido está en
relación comprensible con el acontecimiento original que no hubieran nacido sin este
acontecimiento” (Bercherie, 1986, p. 178 citado en Dasuky et al., 2007). En este sentido y a
priori, no hay nada anormal en la personalidad de la victima de infidelidad. Esta sufre las
consecuencias; “daños colaterales”.
El sufrimiento inherente a la infidelidad en la persona traicionada, ese dolor del alma, esa
aflicción moral, la sociedad postmoderna, en su intento de negarlo, ocultarlo, evadirlo,
disociarlo, anularlo, lo tacha de inútil; inútil porque procede de nuestra mente, de nuestros
pensamientos y de nuestras creencias (Àlava, 2003). La psicología cognitiva lo deja bien
claro, sufrimos no por los acontecimientos, sino por cómo los interpretamos (Beck, J. S.,
2009) [6].
Al hilo de esta idea, la pregunta que se impone es ¿cuáles son esas creencias erróneas e
irracionales que tenemos, particularmente los occidentales, sobre la fidelidad amorosa que
tanto sufrimiento nos generan? Parece ser que la respuesta está en la idea que tenemos del
amor; un amor romántico que mitifica las relaciones de pareja, convirtiéndola en una utopía
emocional. “Un fenómeno idealizado y vivido de forma irreal por muchas personas” (Herrera,
2010, p. 79). La creencia errónea del amor verdadero puede desglosarse en ese amor eterno,
puro, incorruptible. Ese amor fusional que protege “de las inclemencias de la vida y desaloja
las vivencias de soledad humanas tan inquietantes como inevitables” (Coria, 2005 en Herrera
2010, pp. 372-373). En definitiva, parece tratarse de un amor maternal, regresivo, a través del
cual, las personas pretenden alcanzar la unidad total, el paraíso perdido. Son pretensiones
narcisistas y como tales, grandiosas y megalómanas que nos hablan de amores imposibles,
irrealizables e inalcanzables. Se asemeja al amor materno con su aceptación incondicional.
La psicología humanista va más allá de la corriente racionalista y afirma que a nivel humano,
hay algo más profundo que pone de relieve la infidelidad amorosa, algo cuya dimensión va
más allá de la cognición y su inutilidad, empapando globalmente la existencia humana, para
que la falta de ello suponga una amenaza. El amor. La búsqueda de ese encadenamiento libre
para así liberarnos de la vivencia de la separatividad que además de vergüenza y culpa,
genera angustia. A través del amor, el ser humano pretende superar la separatividad, salir de
la prisión de la soledad existencial (Fromm, 2004). El amor como la trascendencia de la
individualidad, sentir que se forma parte de algo más que de sí mismo. Desde esta
perspectiva, podemos fácilmente entender que el amor se haya convertido en una especie de
religión en su sentido etimológico de “religare”. No obstante, el amor romántico en tiempos
(post)modernos, nos lo venden como una necesidad, una búsqueda anhelada de una mítica
unidad perdida; esa búsqueda del alma gemela, esa mitad que nos asegura una fusión
perfecta, tanto física como espiritual, reflejando así esa infancia perdida en la que éramos el
centro del universo y nos sentíamos seguros. Esa fusión trascendental por la que perdemos
nuestra individualidad y somos un colectivo, una comunidad, un nosotros. Dejamos de ser
angustiosamente uno para ser dos. Parece un argumento de cualquier película romántica de
Hollywood. Pero, de facto, nada más lejos de la realidad. Quizás haya que diferenciar el amor
como expresión de la condición humana que trasciende la individualidad en pos de un bien
común, del postmoderno amor romántico, patchwork [7] hecho de retales individuales e
individualistas, es decir, un narcisismo a dos, para así evitar y sanar heridas narcisistas que
alejen de un mundo despiadado (Sennet, 1996).
Si el romanticismo supone un alejamiento de la realidad (Tollinchi, 1989), el mito del amor
romántico representa pues esa locura quijotesca, ese delirio [8] sobre el cual basamos
nuestras frustradas expectativas. La cultura está llena de estos mitos: el príncipe azul, su
vertiente femenina la bella durmiente o cenicienta, por mencionar algunos. Mitos que
pretenden demostrar que las “folie-à-deux” [9] amorosas son posibles y necesarias para
consolidar la familia. La idealización a la cual nos lleva la mitología romántica del amor,
supone una fantasía [10] con la cual es imposible intimar. En la fantasía “el sujeto se repliega
sobre sí mismo hasta el punto de que su realidad virtual suplanta a la realidad real,
renunciando a toda acción” (Castilla del Pino, 1998, p. 47).
La idealización busca la perfección, distorsionando las cualidades y el valor, en este caso, del
objeto amado. De esta manera, éste, resulta engrandecido y exaltado, cuando no inventado,
lo que no permite una valoración, digamos realista, de la persona amada ni de la persona que
ama. La idealización pretende restaurar un estado primitivo de omnipotencia narcisista infantil
(Klein, 1988). Para Mélanie Klein (ibid) este mecanismo de defensa está unido al de escisión
(disociación) y negación, pues se vincula con una negación mágica omnipotente de aquellas
características indeseables del objeto amado, lo que permite recubrirlo e investirlo de
perfección. Con ello, se evita el sufrimiento psíquico propio del duelo y la amenaza de
angustia. De hecho, para esta autora, este mecanismo es una defensa maníaca contra una
angustia depresiva.
En este sentido, el amor de la persona víctima de infidelidad hacia la persona infiel pone de
relieve la magnificencia del ser amado, en tanto que espejismo, la inflación de la pequeñez de
la persona infiel. Pero también, el sentimiento de inferioridad, la baja autoestima y la carencia
afectiva de la persona que lo tolera y que necesita engrandecer al otro. Este amor parece
haber sido un amor fantasioso, idealizado e idealista fruto de una distorsión perceptiva y una
disociación entre lo bueno y lo malo. No parece un amor realista sino un amor ideal, romántico
en su significado original derivado del término francés “roman”, novelesco. Se viste de “amor”,
cuando en realidad se trata de restaurar un narcisismo herido, una imagen personal dañada
por no haber sido mirado, valorado, en su esencia, quedando así un vacío emocional a llenar,
una carencia afectiva a satisfacer, que el amor romántico se encargará de eliminar,
desapareciendo con ello, estados de angustia, de vacío y, evitando el duelo de situaciones
pasadas no resueltas.
Este amor novelesco, ficcional, fantasioso, que parte de una personalidad, al parecer,
sobreadaptada, excesivamente complaciente a la que Winnicot (1965) la bautizó como “falso
yo” [11], nos remite a heridas narcisistas del pasado, ante las cuales ha sido necesario el
desarrollo de mecanismos de defensa tales como la disociación, la proyección, la
identificación y la idealización de la persona amada, de tal manera que la persona víctima de
infidelidad probablemente ha visto lo que quería ver y no lo que realmente era su objeto de
amor. Un amor dependiente de la mirada del otro, de su aprobación, de su valoración, de su
consideración. Eco [12] enamorada de Narciso.
Los amores infieles parecen ser amores propios, de corte neuróticos (Shapiro 1999), amores
bloqueados en etapas infantiles que luego son representados en las relaciones afectivas.
Amores llenos de miedos y expectativas proyectados en las parejas que, paradójicamente,
impiden desarrollar la capacidad de amar. Demandas encubiertas, agendas ocultas,
expectativas inconscientes, que se transfieren o se proyectan al cónyuge, desencadenando
conflictos, trastornos emocionales y desequilibrios psicológicos. Por eso, resulta importante
precisar que el malestar en el matrimonio no es causa de la infidelidad sino al contrario, la
infidelidad lo catapulta.
Concepto de trauma psíquico
En Freud, si bien el concepto de trauma tuvo sus puntos de inflexión, el autor lo define como
una invasión disruptiva del psiquismo, con la consecuente ruptura de las defensas, dejando al
aparato psíquico en el desamparo, paralizando la capacidad de respuesta del sujeto y
generando un tipo particular de angustia (Freud, 1990). Esto es, que el aparato psíquico no es
capaz de construir un sentido, elaborar simbólicamente una representación de los afectos por
desbordamiento emocional, por lo que se produce una regresión psíquica hacia un
funcionamiento más primitivo, menos integrado. En otras palabras, en el trauma se produce
un flujo excesivo de excitación intolerable para el psiquismo del sujeto, de tal forma que,
acaba generándose una serie de efectos patógenos que dan forma a trastornos de diversa
índole. El psiquismo pierde el control, el equilibrio. El sujeto se vuelve prisionero de
emociones, perdiendo la capacidad de enfrentarse a sí mismo. El sujeto se vuelve
desconocido para sí mismo. Aparecen emociones que antes nunca había albergado como la
ira, la rabia, el odio. Puede llegar incluso a pensar en matarse o matar o en vengarse.
Como hemos avanzado en el apartado anterior, el trauma psíquico no se produce
exclusivamente por un acontecimiento externo, por muy violento que éste sea. En este
sentido, el concepto de trauma psíquico implica una interacción entre el mundo externo, el
acontecimiento violento, y el mundo interno, es decir, la manera en que es vivenciado. Por lo
tanto, a pesar de que la experiencia traumática tenga dos componentes, uno subjetivo y otro
objetivo, podríamos decir sobre lo esencial del trauma: “ Es la experiencia subjetiva de los
acontecimientos objetivos la que constituye el trauma… cuanto más cree uno que está en
peligro, más traumatizado estará… psicológicamente, el resultado del trauma es una
abrumadora emoción y un sentimiento de total impotencia. Puede o no, haber una lesión
corporal, pero el trauma psicológico, junto con el trastorno fisiológico, juega un papel principal
en los efectos a largo plazo” [13] (Allen, J.G. 1995, p. 14). Efectivamente, sabemos que el
trauma no puede definirse en base al evento externo sino en interacción constante con la
persona que lo vive: “lo traumático es consecuencia de una específica interacción entre lo
fáctico y la forma en que esto es vivenciado por el psiquismo” (Tutté, 2004, p. 897).
Dado que, no todas las personas reaccionan igual ante un suceso, es difícil catalogar un
suceso como traumático de manera generalizada o global. No obstante, las secuelas
psicológicas de la infidelidad por parte de la persona que la vive en tanto que la sufre
pasivamente, particularmente si la relación es de larga duración, suelen ser de tal magnitud,
que podríamos considerar la infidelidad como un evento traumático para muchas personas,
siendo conscientes de la dificultad y controversia que genera la conceptualización de tal
diagnóstico (Crespo y Gómez, 2011). En el caso que nos ocupa, la consideración de la
infidelidad como evento traumático, parte fundamentalmente de las secuelas que dicho
acontecimiento acarrea en sus víctimas y de la dificultad para “superarlo”.
Un criterio importante y fundamental para determinar si un suceso es o no un trauma es el de
amenaza (Ibid). Es decir, el peligro al que se está expuesto constituye una amenaza de vida o
muerte. Pues bien, la infidelidad puede ser vivida por la persona víctima como una amenaza
real. Toda su existencia se desmorona como si por su vida hubiera pasado un tsunami. Si bien
no se trata de una muerte física, sino de una especie de muerte psíquica, comúnmente
diagnosticada como depresión.
Toda una serie de síntomas se toman en cuenta a la hora de diferenciar un trauma psicológico
y éstos podrían clasificarse en síntomas físicos y síntomas emocionales. Entre los primeros
están los dolores de cabeza, mareos frecuentes, insomnio, pesadillas, estado de alerta o
hipervigilancia, nerviosismo, fatiga y desconcentración. Los síntomas emocionales son: estado
de shock, incredulidad, negación, irritabilidad, ira, sentimientos de culpa y vergüenza,
sentimiento de aflicción, ansiedad, confusión y aislamiento (Tutté, 2004).
Pues bien, la fenomenología de las reacciones expuesta en la clínica en relación a la
infidelidad, pone de manifiesto este cuadro sintomático consistente fundamentalmente en esa
profunda sensación de ruptura interior, expresada en múltiples ocasiones como un desgarro
del alma que sumerge en las profundidades de un abismo indescriptible a quien la padece. En
muchos casos esto es somatizado, debido, fundamentalmente a la desilusión por la pérdida
de alguna de las creencias que configuraban su vida.
Estado de Shock
Uno de los primeros síntomas que se relata es la paralización, el bloqueo. Se produce una
especie de inmovilidad, de parálisis que se refleja tanto a nivel físico como psicológico. A nivel
físico se corta la respiración, el cuerpo tiembla, la boca se seca, hay sensaciones de
desmayo, tensión. A nivel psicológico, se aglutinan muchas emociones en un mismo
momento, posiblemente de ahí la parálisis o el bloqueo en la acción. La persona, como que no
reacciona. La persona vive como una especie de muerte interior, un desgarro. No puede creer
que le esté sucediendo. Está asustada, no sabe qué hacer ni a quien llamar. La mente se
queda en blanco. Como si estuviera en una película o en un sueño. Está pero no está. Este
estado se diagnostica comúnmente como reacción a un estrés agudo, destacando síntomas
como adormecimiento, desprendimiento, mutismo, desrealización, despersonalización.
Continúan viviendo el evento traumático en forma de pensamientos, sueños, regresiones. En
breve, aparecen síntomas de ansiedad o crisis de angustia y empieza todo un deterioro
personal, social y laboral.
Negación
La negación como mecanismo de defensa, entra en juego y se convierte en protagonista para
eludir el derrumbe psicológico, para evitar la ruptura interior, para evitar caer en la locura. La
negación sirve para mitigar la agresión del impacto de la noticia o agresión; permite
amortiguar ese primer impacto casi insoportable y atañe al afecto asociado a la noticia
(Cyrulnik, 2013).
No obstante, negar la realidad para evitar el sufrimiento es un mecanismo de defensa que no
permite elaborar psíquicamente el acontecimiento e impide dirigir el dolor hacia modificaciones
más adaptativas a la realidad. Así, en la clínica se oyen frases como “no me puede estar
pasando a mi esto” o “no es posible”. El término “no” de la negación, lo podemos escuchar de
múltiples maneras: “Pronto me despertaré y nada de esto habrá ocurrido”. A veces la
negación se actúa, la pareja vuelve a la relación sin casi hablar del tema, haciendo como si
nada ha ocurrido, proyectando viajes u otros planes en conjunto. Esta manera de negar,
muchas veces, produce un efecto a corto plazo de unión y luna de miel, pero a largo plazo, en
ocasiones, se repite la infidelidad o estalla el conflicto incluso años más tarde.
Angustia
La angustia parece ser una de las formas de expresión del sufrimiento (Kierkegaard, 1949). La
sensación de amenaza ante una pérdida inminente es brutal. La angustia, a nivel psicológico,
es una reacción a una situación peligrosa. Una señal de alarma (Freud, 1983).
En este sentido, la infidelidad es vivida como un peligro de desintegración psicológica de la
persona. Todo se desmorona y aparecen sensaciones de abandono, desamparo, soledad y
desesperación. Representa un estado de inquietud interna que no permite concentrarse ni
realizar las tareas más comunes; se trata de una inquietud paralizante. La persona está
constantemente invadida por una profunda sensación de peligro que no se va. Siente que su
integridad psíquica está amenazada. La desesperación, esa angustia sin salida (Ibid). La
angustia, ese afecto desagradable que anuncia peligro, que parecida a la abstinencia, se
apodera de la persona, hasta invadirla.
La angustia tiene que ver con el tiempo (Grön, 1995). Esta dimensión se hace patente en la
persona víctima de la infidelidad por el hecho de vivir atrapada entre el pasado y el futuro. La
angustia, esa reflexión en el que el futuro se ve como pasado. Y el pasado también como
futuro. No hay salida. Por eso la angostura, esa visión estrecha en la que se siente atrapada.
A nivel filosófico, la angustia tiene otras connotaciones como esa inquietud ante la posibilidad
que trae la nueva libertad (García, 1989). Y efectivamente, tras muchos años de relación, la
libertad puede asustar. Fromm (2000), en este sentido, hablará del miedo a la libertad. La
separación aporta una libertad. Sí. Pero no elegida.
La angustia tiene también que ver con la soledad, una soledad en el sentido de aislamiento.
La persona víctima de infidelidad, despierta de la inocencia; ha sido expulsada del jardín del
Edén en donde se sentía confortable, cómoda. Estaba completa. Y la angustia que siente es
porque se ve confrontada y enfrentada a la soledad de su individualidad. Una individualidad
que se hace consciente, que se piensa por primera vez, posiblemente, en mucho tiempo.
Antes era una pareja, se sentía completa, y ahora vuelve a su ser individual, libre, pero rota,
abandonada, desamparada. La angustia parece ser el reflejo del aislamiento que sufre la
persona víctima de infidelidad… aislamiento derivado de la pérdida. Es la vuelta a sí mismo…
el retorno a uno mismo. El bucle melancólico (Juaristi, 1997).
La angustia presagia un cambio brusco, un salto al vacío, a la nada. Nos habla y anuncia la
caída. Un despertar tras una época de estar adormilada, tranquila, en seguridad. Con la
infidelidad se pierde la inocencia… la inocencia de confiar, de volver a recuperar una
seguridad de base perdida. La creencia de que la pareja nunca nos engañará. La persona
víctima de infidelidad no vivía la pareja con la posibilidad del engaño. De hecho, vivir con esa
posibilidad hubiera sido patológico: duda patológica, celos, paranoia. Esa es la paradoja: sin
confianza no hay pareja pero vivir la realidad de la pareja hoy en día, sin autoengaños,
entrañaría -y de hecho entraña- desconfianza ¿Qué se hace entonces?
La pérdida de la inocencia que trae consigo la angustia parece ser la pérdida de la ignorancia.
La persona víctima de infidelidad por fin sabe. Pero sabe entre comillas. La imaginación juega
con ese saber, a veces, hasta hacerse obsesivo. Por eso, necesita saber y saber con detalles.
Cree, en lo más profundo de sí misma, que así calmará la angustia. Pero no sucede así
porque cuanto más se sabe, más dudas se tienen y más desconfianza, desatando en muchos
casos la rabia, el rencor, el resentimiento, la violencia.
Por otro lado, la pareja infiel se ha vuelto extraña, no es reconocible… no se sabe ya quien es
esa persona. El sentimiento de inseguridad se extiende a la propia historia vivida: ¿fue cierta?
¿me quiso? ¿me engañaba cuando me decía que me quería? Todo se reinterpreta,
supuestamente de manera realista. El optimismo y la fe se pierden.
Lo que parece quedar claro en la clínica es que la infidelidad representa un peligro que emite
una fuerte señal de alarma. La infidelidad es una amenaza real de una muerte anunciada. La
infidelidad pone ante la tesitura de dejar de ser pareja y volver a un estado de célibe, de
soltería, estado castigado, por otra parte, por nuestra sociedad. En la infidelidad se junta la
angustia tanto por la amenaza ante la pérdida, como por el abandono, por la soledad. Es una
angustia por despertar de un cierto estado infantil e ingenuo de confianza ciega. Aunque la
pareja no muera, ya no será la misma. Hay una ruptura, una quiebra. La angustia es la señal
de lo real, nos dirá Lacan (2006). La realidad en este caso es la caída, la pérdida. Y ahora,
¿qué va a pasar? De alguna manera, la persona víctima de infidelidad, a veces, se sitúa en
una posición de espera del otro, a quien desea por supuesto. ¿me va a abandonar? ¿va a
dejar a la otra persona? Esta es la tesitura angustiante. Espera y expectativa angustiante que
diría Freud (1983).
“La angustia aparece ante la impotencia para deshacer lo hecho” (Castilla del Pino, 1981, p.
59). Quizás esto es lo que se pone de manifiesto en la víctima de infidelidad. Quisiera que lo
que ha ocurrido desapareciera y eso es lo que no se puede. Quisiera deshacer, borrar.
Culpa
Junto a la angustia, aparece su corolario, la culpa. Ese sentimiento de pesar, propio de la
culpa que “se presenta siempre con ingredientes angustiosos” (Ibid, p. 59). Quizás porque
anuncia “que una de nuestras necesidades se quedará insatisfecha” (Ibid, 51). En le caso de
la infidelidad, la necesidad de amar y ser amado/a se quedará insatisfecha, parcial o
totalmente, dependiendo de si la relación continua o se fractura definitivamente.
La culpa tiene que ver con la falta (Thalman, 2008). La persona víctima de infidelidad cree
haber cometido una terrible falta. Piensa haber actuado mal. Supone haber incumplido una
norma (Ibid). Ese es el pensamiento que muchas personas creen firmemente y les atormenta
cuando acuden a consulta. Están invadidas por pensamientos, y sensaciones concomitantes,
de lo que se ha hecho o no se ha hecho, de lo que ha podido ser la causa de que la pareja la
abandonara, y además por otra. La persona tiende a culpabilizarse de la infidelidad del otro.
Se hace responsable del acto de otra persona. Entra en un profundo sentimiento de falta o
falla. Algo ha hecho o no ha hecho que ha causado la infidelidad. “La víctima (…) con
frecuencia, tiende a echarse la culpa” (Ibid, p. 55). Y esta vivencia subjetiva de la culpa
“modifica la totalidad de la vida psíquica en su conjunto” (Castilla del Pino, 1981, p 62).
Algunas víctimas de infidelidad se sienten profundamente culpables y así también se lo refleja
la sociedad al completo, por supuesto, de manera inconsciente. Le culpan y se culpa de no
haber dado algo que su pareja necesitaba. Ni que decir tiene que en la mayor parte de casos,
se hace referencia al sexo. De esa manera, se justifica que la persona sea infiel con razón.
Craso error.
La culpa hace emerger a la superficie todos los defectos por los cuales una persona puede ser
rechazada: la gordura, la menopausia, la falta de deseo. La culpa en definitiva nos pone
delante de la falta, del fallo. ¿qué se ha hecho mal? ¿cuál ha sido el error? Así, se dedican a
buscar en el pasado qué hicieron o dejaron de hacer, qué pudo desencadenar la infidelidad,
pero todo esto será en vano. La persona que sufre la infidelidad ha sido desaprobada. Emerge
el sentimiento, un tanto patológico en algunos casos, de no haber sido suficientemente buena
persona, lo que está muy próximo al sentimiento de inferioridad, que es el que se desarrolla
frente a la persona rival o amante. En otros casos, la rivalidad, a veces en sus formas más
violentas, aparece. La competitividad hace estragos. Para lo cual, la irracional y mítica
creencia de “buscar fuera lo que no se tiene en casa” no ayuda.
Junto con la culpa, en la infidelidad se suele dar el fenómeno de la culpabilización, acto de
machacarse repetitivamente con pensamientos de culpa, lo que hace que este sentimiento
perdure y se prolongue en el tiempo.
Ansiedad
La ansiedad es un trastorno que se caracteriza por dolores de cabeza, opresión en el pecho,
falta de aire, temblores, palpitaciones, sudoración, molestias gástricas, nudo en el estómago,
tensión, rigidez muscular, cansancio, hormigueo, sensaciones de mareo, inestabilidad,
irritabilidad, trastornos del sueño. Estas sensaciones, típicas de un cuadro de estrés agudo, en
muchas ocasiones, se convierte en crisis de ansiedad o ansiedad generalizada o trastorno
ansioso-depresivo, afectando a la capacidad cognoscitiva, al pensamiento y a la memoria. La
persona sufre de pérdidas de memoria, de falta de concentración, de bloqueo mental. Hay una
irritabilidad muy marcada y toda una gama de emociones que hace que la persona se sienta
como en una montaña rusa constante. A nivel psicológico, aparece una inestabilidad
emocional.
A nivel psicológico, la ansiedad se manifiesta a través de síntomas como una excesiva
preocupación, sensación de volverse loco, sensación de agobio, pérdida de la confianza en sí,
bloqueos mentales, ganas de huir, de desaparecer, pensamientos negativos persistentes,
miedos y fobias, despersonalización, sentimientos de vacío y de extrañeza, dificultad para
tomar decisiones.
La ansiedad también tiene su corolario corporal, contribuyendo al desarrollo de trastornos
como pérdida de peso, falta de apetito, insomnio, cefaleas, ardor de estómago, dolores
musculares, bruxismo, trastorno dismórfico, trastornos de conversión, hipocondría, dolores
somatoformes, trastornos endocrinos, fiebres, dermatitis.
Todos estos síntomas, de una u otra manera, los vemos en personas víctimas de infidelidad.
Su salud mental se resiente, entre otras razones por la persistencia de los síntomas a lo largo
del tiempo.
Ira, Rabia, Venganza, Resentimiento
Ya no hay dudas, si es que las había. Ya es un hecho. Se va… se ha ido… ha traicionado. Se
ha ido en secreto… sin hablar, sin dar explicaciones, sin dar la cara, sin asumir ninguna
responsabilidad, echando la culpa a lo que no le han dado. La persona víctima de infidelidad
se siente como un trapo usado. Cuestionando el para qué tantos sacrificios, tanto invertido. Y
emergen emociones como la ira y la rabia, emociones naturales difíciles de controlar. Ya no se
es la misma persona. Hay una metamorfosis, una personalidad desconocida hasta entonces.
Algunas películas como “Infiel”, además de la realidad, nos han mostrado que la rabia fruto de
la infidelidad puede ser mortal.
La ira, esa emoción defensiva que emerge ante un comportamiento amenazante relacionado
con la traición y el engaño, se desata con la infidelidad, ya que representa, además, una
amenaza de un sistema de vida, de unos valores, de unas creencias.
La ira tiene su parte positiva porque puede movilizar recursos psicológicos para corregir
comportamientos equivocados o ayudar a adaptarse a nuevas situaciones. Pero se contempla
también su parte negativa por el hecho de que, bajo esta emoción, se pierde de vista la
perspectiva de las cosas y la empatía.
En la rabia se manifiesta una incapacidad para procesar emociones o vivencias (Parker,
2008), ya sea porque no ha sido suficientemente desarrollada o, porque se ha perdido
temporalmente esta facultad, debido a un trauma reciente.
La percepción de injusticia desencadena la rabia, además de la frustración. Al respecto, la
infidelidad es percibida como una injusticia, es decir, una mala conducta, una conducta
negligente en contra del bien común que es la pareja. En la infidelidad ha habido un
incumplimiento moral del acuerdo. Hemos expuesto que la infidelidad manifiesta una
desigualdad, que no es sino una forma de injusticia. Refleja una relación de poder
desequilibrada, en donde aquella persona que oculta y miente, no solo detenta el poder, sino
que quita a la pareja la posibilidad de decidir.
Querer vengarse deriva de la rabia. A través de la venganza, se pretende encontrar alivio
emocional, que el daño sea restaurado, una especie de justicia compensatoria; se trata de
equilibrar la balanza. Tener la sensación de que la pareja “se sale de rositas” resulta casi
insoportable. La venganza es una manera de quitarse el daño y trasladárselo a quien lo ha
provocado. Parece pues un intento de igualar, de hacer justicia. La venganza, ese impulso
que nace del resentimiento por haber sido humillado, pretende devolver el daño, aunque
finalmente, el resentimiento no se resuelve con la venganza (Améry, 2001). La venganza
otorga sentido al dolor. La venganza… es “amor” germinado por la locura del dolor, pretende
ser una liberación reparadora. La venganza, compuesta de elementos emocionales y
cognitivos, parece más bien una estrategia desesperada para deshacerse del rencor,
finalmente en vano. Al contrario de lo anhelado, con la venganza el trauma se actualiza,
trauma del que se pretende salir. La venganza es la paradoja en la que vive la persona
doliente. Es una respuesta violenta a la violencia. Afín de cuentas, ambas palabras, venganza
y violencia, tienen la misma raíz latina, “vis”, que significa fuerza. Paradójicamente, en la
venganza se encuentra la fuerza. La venganza, a pesar de parecer ser una manera de dar
sentido a lo absurdo en la pérdida, al sinsentido, a su vez representa una manera de
mantenerla viva porque, de alguna manera, la venganza mantiene unida a la pareja. La
persona que desea vengarse depende emocionalmente de la persona de quien se quiere
vengar. La venganza, duelo no resuelto (Quiroga, 2013) parece constituir una manera de
mantenerse en relación, de negar la separación. Una separación traumática por el hecho de la
traición.
La venganza surge ante la ruptura de la confianza. Venganza y confianza son las dos caras
de una misma moneda: el contrato social. Tenemos que entender que la pareja, esa persona
que no iba a hacer daño se ha convertido en verdugo. De ahí la confusión: ¿cómo es posible?
¿cómo es posible que alguien que ame o haya amado, sea capaz de hacer tanto daño?
En la venganza se produce una escisión entre lo bueno y lo malo, un oscilar entre el amor y el
odio, entre la idealización y la denigración (Lansky, 2009).
En general, en la infidelidad, la venganza se repite frecuentemente en forma de fantasías.
Pero a veces se llega al acto.
No podemos hablar de la venganza sin el resentimiento o rencor que muchas veces se ve en
las personas que sufren de infidelidad. Esa aflicción que se siente una y otra vez,
particularmente cuando se recuerda la ofensa: “una ofensa ocurrida en la realidad que resta
enquistada en el sujeto. Desde el psicoanálisis se ha visto este afecto como una defensa
compleja frente a vivencias penosas” (Sánchez, 2006, p. 69).
Suele perdurar en el tiempo porque se mantiene en la memoria (Marina y López, 1999) a
modo de fijación. Estos autores comprenden el resentimiento como esa incapacidad para
borrar el daño. Y eso es lo que mantiene a muchas personas víctimas de infidelidad en el
“impass”: esa incapacidad de borrar. El resentimiento no permite soltar. No pueden ni
retroceder ni avanzar: “El resentimiento bloquea la salida a la dimensión auténticamente
humana, al futuro y la víctima queda fijada al pasado deseando que «todo aquello» no hubiera
ocurrido” (Sánchez, 2006, p. 72). No hay restauración del daño, una reparación del perjuicio
causado, lo que representaría una especie de justicia restaurativa. La infidelidad representa,
en este sentido, un conflicto no resuelto, no elaborado.
Améry (2001) propone como desencadenante del resentimiento, la negativa del
reconocimiento del daño causado. Y es justamente eso lo que se observa frecuentemente en
la fenomenología de la infidelidad. La negación por parte de la persona infiel y en su defecto,
un tímido reconocimiento que, oculta más que muestra. Lo que la persona infiel parece
vivenciar además de la desinvestidura de una investidura que antaño existió, es el desinterés
de los efectos del daño hacia la persona víctima de infidelidad. Esa falta de empatía. En ello
radica, quizás, la fijación en el traumatismo (Sánchez, 2006). Los reproches de la persona
víctima de infidelidad “consiguen al menos una investidura a mínima” (Ibid, p.74).
La persona víctima de la infidelidad es una mera receptora de un daño ocasionado por la
persona infiel, quien en muchos casos, no siente culpa: “Tanto la posibilidad de
representación de lo que ha ocurrido como la culpa quedan en manos del agredido que se
convierte en propietario de la verdad moral” (Ibid, 73). En este sentido, el resentimiento
buscaría que la persona infiel reconociera su falta en términos de conciencia (Ibid).
El psicoanálisis parece entenderlo como una defensa compleja o como diría Freud, una
angustia-señal ante un traumatismo, relacionada con la pérdida del objeto (Ibid). Su función
sería la de impedir la ruptura del vínculo y así “preservar el capital narcisista del sujeto” (Ibid,
p. 74). Al hilo, “el resentimiento puede hallarse directamente vinculado a un tipo específico de
traumatismo narcisista” (Ibid, p. 69). Este tipo de herida narcisista es la que muy
frecuentemente encontramos en algunas víctimas de infidelidad.
Soltar, renunciar al resentimiento, conllevaría un duelo, a todas luces, insoportable, porque
implicaría una “amenazadora retirada de esa investidura imprescindible para la supervivencia,
verdadero cemento identitario” (Ibid). Quizás, la amenaza de ruptura que supone la infidelidad
en parejas de larga duración, ponga en evidencia una regresiva dependencia emocional,
reminiscencia de un primigenio vínculo objetal necesario –madre– para el mantenimiento de la
vida, posiblemente en su momento fallido.

Depresión
Muchas personas víctimas de infidelidad se presentan en la consulta abatidas. Tras una ardua
lucha, en muchos casos, renuncian; se rinden. La rendición puede ser parcial, es decir, no
afecta a todos los ámbitos de la vida, por ejemplo, la persona mantiene la actividad laboral. En
este caso, aunque la renuncia no sea total, el malestar es generalizado. Lo que ocurre
algunos veces es que la renuncia parcial, toma forma de evitar una futura implicación
emocional. Es decir, que la persona víctima de infidelidad renuncia al afecto e incluso a las
emociones. Construye una creencia irracional y disfuncional según la cual, si no se implica,
nada puede sucederle (Muriana et al., 2007). Así, adopta una postura defensiva ante futuras
posibilidades. La depresión en estos casos que, como he señalado, puede durar años, no se
caracteriza por una tristeza permanente, sino que “el eje sintomático se traslada de la tristeza
a la inhibición, a la pérdida de iniciativa” (Ibid, p. 43). De hecho, hay muchas personas que,
como se dice popularmente, no vuelven a rehacer su vida”.
Pero también hay circunstancias en las que la renuncia afecta a todas las esferas de la vida,
no pudiendo trabajar y por lo tanto, cogiendo una baja laboral, delegando el cuidado de los
vástagos a la familia, entre otras formas de renuncia.
La depresión supone la ruptura de un equilibrio (Ibid). Supone la ruptura de una creencia, esto
es, un pensamiento estructurado que la persona toma por verdad; una certeza. Se trata de un
conocimiento que estructura toda una visión del mundo que, en el caso de la infidelidad, se
viene abajo. Ese acontecimiento inesperado, resquebraja la rigidez de la creencia –certeza– y
hace que ésta se rompa: “Todo lo que ha funcionado… ya no funciona, todo aquello en lo que
se ha creído se derrumba ruinosamente bajo el empuje destructivo del accidente no previsto”
(Ibid, p. 48). En el caso de la depresión, “ la creencia de fondo se hace añicos, se rompe y el
paciente incapaz de reconstruirla, renuncia” (Ibid, p. 49). La infidelidad establece un antes y un
después. Ya nunca nada será lo mismo. La infidelidad no deja de ser una ruptura.
Desde esta perspectiva, la persona deprimida por ser víctima de infidelidad, es una ilusa
desilusionada primeramente por “la traición, nunca contemplada” (Ibid, p. 38). Esta persona
vivía en la creencia certera de la fidelidad. Pero es que en eso justamente se basa al amor
monógamo; en la confianza. No es una creencia fabricada por sí misma. Es una creencia
basada en un pacto mutuo, sin el cual, la pareja no sería viable. Por eso quizás, el profundo
sentimiento de impotencia al no poder modificar la situación. Porque la infidelidad ha sucedido
sin que ella pueda hacer nada, sin que ella lo sepa.
En algunos casos, la víctima de infidelidad vive con pasividad la condición de sentirse
traicionada, ahondando en su condición de víctima y condenando a la pareja infiel. En otros
caso, puede perdonar, de tal manera que permita a ambos componentes de la pareja superar
esa visión ideal de la pareja original y reconstruirse (Ibid).
Pero ¿qué tipo de ilusión es la de la persona infiel para que se sienta engañada? Se trata de
una ilusión que promete aquello que esperamos: la fidelidad. En efecto, si la ilusión no lleva
consigo la promesa de cumplir las expectativas –pactadas–, no será ilusión y por tanto no
habrá engaño ni depresión. Porque para que una ilusión sea engaño, ésta tiene que prometer
aquello que esperamos: “La estafa solo puede tener éxito porque el estafador promete al
estafado hacer realidad parte de sus sueños” (Cyrunlik, 2013, p. 41).
“Flash-back” o imágenes que invaden
Una vez “revelada” la infidelidad, hay quienes deciden continuar con la relación. Pero no son
pocas las personas que reviven una y otra vez el acontecimiento, ya que les invaden
imágenes y fantasías sobre el acto mismo, incluso tras haber pasado años. La persona
victima de infidelidad se ve asaltada, en cualquier momento, por escenas fantaseadas sobre el
acto mismo. No puede parar de pensar en ello, de imaginárselo. La persona, a veces, entra en
una especie de bucle o espiral de la cual, le resulta prácticamente imposible salir, es obsesivo.
Pueden pasar años y la persona seguir imaginándose situaciones, lugares, frases. Como
consecuencia, la persona quiere saber exactamente, busca información de una manera
obsesiva, interroga de manera inquisitiva a su pareja. Quiere saberlo todo. Aparecen
fenómenos como la desconfianza, los celos, la paranoia y la vigilancia, el registro, como
manera de intentar controlar una situación que se escapa de las manos. Una multiplicidad de
reacciones se desatan. Si la pareja ha sido capaz de mentir, saber la verdad se impone al
precio que sea. Se enfocan en detalles, nimiedades a veces pero que ahora, a la luz de la
infidelidad, pueden ayudar a comprender, a explicar, a saber. Se adentra en un bucle del cual
es difícil salir. En esta situación, la persona víctima de infidelidad caracterialmente se
transforma, aparecen lados oscuros que ni sospechaba. Se vuelve desconfiada, controladora,
celosa. Y cada vez que el fantasma de la infidelidad reaparece, muchas reacciones ya
mencionadas en apartados anteriores vuelven a suceder, como el primer día. Es decir, es
como si la persona víctima de infidelidad volviera a esa primera vez en que se enteró de la
noticia y vuelve a pasar por las fases de shock, rabia, ira, deseos de venganza, tristeza,
depresión, angustia, culpa, ansiedad, vergüenza. Se vuelve una y otra vez a la casilla de
salida. La persona actúa como si la infidelidad se repitiera una y otra vez, lo que ocasiona
cambios en el carácter, continuos altos y bajos, cambios de humor, en definitiva, una marcada
inestabilidad emocional. Es como si la persona estuviera atrapada en una vivencia de la que
no puede salir. Revive la experiencia una y otra vez. Su vida se ha parado. No puede dar ni
marcha atrás ni tirar para adelante. Está atascada en un suceso del que no puede salir. Esta
reviviscencia, a veces, se manifiesta también a través de los sueños, convertidos muchas
veces en pesadillas.
Es como si la persona buscara entender, comprender… necesita explicaciones. Busca un
motivo, una causa, una explicación. Busca comprender lo que pasó. Intenta aferrarse
desesperadamente a la razón, al entendimiento. Es como si volviera constantemente al lugar
del crimen para encajar las piezas. Porque la infidelidad, pertenece a lo inefable. De hecho, el
acto de la infidelidad es un acto secreto, no dicho.
El factor sorpresa suele ser, en muchos casos, el tinte que da color al trauma: “No me lo
esperaba de él”. Efectivamente, la infidelidad, en muchos casos, pilla por sorpresa. La
persona no se lo espera. La persona confía, lo que es normal porque está pactado. Lo
contrario sería celotipia y por lo tanto sería del orden de la patología.
Autoestima
La autoestima, el sistema inmunitario de la conciencia, es esa confianza en nuestras
capacidades. Pero también para la autoestima, la confianza resulta fundamental: “La esencia
de la autoestima es confiar” (Branden, 1994, p. 22).
La baja autoestima en personas víctima de infidelidad viene de la pérdida de confianza en sí
mismas y en sus capacidades, particularmente del hecho de verse sustituidas, reemplazadas,
vencidas, inferiores a la persona amante. Algunas sienten que han fracasado tanto en su
identidad personal como de género. Las personas así, se sienten inseguras, no confían en sus
capacidades, abandonando, en muchos casos, actividades placenteras como el deporte, la
costura, la pintura, la escritura. Su seguridad, en muchos casos, desaparece. No parece las
mismas personas de antes. En parte, debido a la vergüenza y a la humillación, distorsionan la
imagen de sí mismas. No se ven como les ven los demás. El concepto de sí mismas se
devalúa y tienden a callarse por miedo a perder más aún si cabe. Su mirada se centra en los
defectos propios y en cómo podrían camuflarlos mejor. Recuerdo una mujer que lo primero
que hizo tras enterarse de la infidelidad fue llamar a una esteticista para hacerse una limpieza
de cutis. Era su primera vez.
Aparecen rumiaciones, pensamientos machacantes, casi obsesivos sobre la imagen, el
autoconcepto. En este sentido, la persona va intentar lidiar con este sentimiento o bien
inhibiéndose aún más o bien, compensándolo, de manera compulsiva, en una especie de
explosión maniaca.
Vergüenza
Ese afecto que depende de la mirada del otro, emerge casi inmediatamente, en la infidelidad.
Tiene que ver con el rechazo, con el desprecio de la persona de quien esperamos afecto y
normalmente se reacciona evitando, ocultándose y retirándose (Cyrulnik, 2013). En la persona
avergonzada, “la representación de sí está desgarrada” (Ibid, p. 46). Una representación
devaluada por no haber estado a la altura.
La vergüenza está ligada al sentimiento de inferioridad: “la vergüenza es un sentimiento
penoso de inferioridad, indignidad o deprecio ante los demás” (Thalman, 2008, p. 58). Y aquí
es donde nos encontramos con la dimensión social de la infidelidad, que muy a menudo se
ignora. La persona víctima de infidelidad se para a pensar en lo que los demás pensarán de
ella, interpreta que los demás verán algo que ella no ve, en quién lo sabe y lo sabía antes que
ella. A ojos de los demás, se siente culpable, fracasada y teme ser juzgada. Por eso, tiende a
esconderse. Quisiera desaparecer. Porque, recordemos, que la infidelidad, en la mitología
popular, ocurre porque esa persona no le ha dado algo que se suponía que le tenía que dar.
Es decir, que la infidelidad, desde esta errónea perspectiva, es culpa de la persona víctima de
la infidelidad. De ahí la vergüenza social. Todo el mundo sabrá que ella no le ha dado algo.
Ella será la culpable.
La infidelidad es vivida como una humillación no sólo privada sino pública. Su vida íntima de
alguna manera se ve aireada, sacada a la luz. Lo que pertenece al ámbito de lo privado es
publicado sin su consentimiento. A veces se ve hasta “obligada” a contar, a airear aspectos de
su vida privada. Algo que no hubiera hecho de no haber habido infidelidad. Pierde un poco su
dignidad. Esa transparencia involuntaria que denota su falla, ese poner en evidencia, genera
vergüenza.
Como la vergüenza no suele expresarse, se inventan algunas estrategias para ocultarla.
Recuerdo una persona víctima de infidelidad que cuando “explicaba” como acabó su relación
sólo podía articular la misma frase: la relación se “terminó de manera muy traumática”. Esta
persona pasó meses encerrada en casa durante los fines de semana. Dejó de asistir a actos
públicos como ceremonias y celebraciones.
Secuelas de la infidelidad y estrés postraumático
Dadas las secuelas que la infidelidad produce en algunas personas, particularmente en
parejas de larga duración y que deciden continuar con la relación, podríamos considerar la
infidelidad como trauma, y situar los síntomas de algunas personas víctimas de infidelidad
dentro de la categoría diagnóstica de estrés postraumático. Precisando que no todas las
personas víctimas de infidelidad presentan esta sintomatología particular. La reacción
psicológica ante la infidelidad depende de muchas variables como la edad, las circunstancias,
la estabilidad de la pareja, los recursos psicológicos, la red social, la propia personalidad,
entre otras.
No obstante, la experiencia de la infidelidad en algunos casos transforma, modificando a la
persona, de tal manera que altera su personalidad y su manera de apreciar y evaluar la
realidad. El recuerdo constante de la infidelidad, impide “pasar página”, generando conflictos
que pueden durar años. Es como si la persona víctima de infidelidad, en algunos casos, se
quedara atrapada en ese instante, fijada, bloqueada. Por momentos, parece vivir con
normalidad, hasta que algo en su mente salta y revive de nuevo la infidelidad. Es un constante
rumiar. Es como si esa idea estuviera constantemente en la mente ,a veces como telón de
fondo y otras veces, como protagonista. Es como si la experiencia de la infidelidad no se
terminara de asimilar. Algo se detiene y no se puede avanzar. Muchas personas realizan
esfuerzos ingentes para “superar” la infidelidad y seguir adelante sin conseguirlo. Dos, tres,
cuatro y hasta cinco años pueden pasar en ese “impass”. En ocasiones, tras años de haberse
separado, aún siguen sin poder pasar página o rehacer su vida. Siguen ancladas en la
infidelidad, en el dolor, en el sufrimiento, en la rabia, en el temor. No es extraño que se den
cambios en las personalidad, volviéndose desconfiada, paranoide, celosa, irritable, ansiosa.
En ciertas personas, la venganza toma forma de promiscuidad sexual, de infidelidad y otros
comportamientos impulsivo-compulsivos [14] a menudo adoptando formas de autoagresión
como recaídas en adicciones, pudiendo llegar al suicidio. También hay formas de
heteroagresión como por ejemplo, ser infiel o convertirse en amante para vengarse, por
ejemplo.
Criterios de estrès postraumático en la infidelidad
La conceptualización y definición de esta categoría diagnóstica así como su modificación a
través de los años, resulta controvertida. Otro punto polémico es el parentesco
sintomatológico con otras categorías diagnósticas como trastorno de estrés agudo.
Finalmente, lo que añade más debate al tema es la evaluación de esta problemática en los
adultos (Crespo y Gómez, 2011).
No obstante, ante la noticia de la infidelidad, en la práctica clínica encontramos un patrón que
se repite, particularmente en las relaciones de larga duración, coincidiendo con la
sintomatología propia del estrés postraumático. En este sentido, vamos a revisar dichos
criterios y a mostrar esta particular coincidencia.
Para comenzar, debemos precisar que el trastorno de estrés postraumático es ante todo un
trastorno de ansiedad. Un estado de inseguridad, conmoción, intranquilidad, nerviosismo y
preocupación, caracteriza a algunas personas que han sido víctimas de infidelidad. Estado
que puede extenderse a lo largo del tiempo e, incluso cronificarse. Estas personas ven su
vida, sus sueños, sus proyectos peligrar, cuando no, desaparecer. Este estado anímico no
permite dormir, relajarse, estar en determinados lugares, alimentarse, al contrario,
desencadena muchas otras reacciones como la hipervigilancia, falta de apetito porque el
estómago se cierra, agitación psicomotriz en muchos casos, dolores diversos de origen
tensional. Es un estado que lo invade todo y genera mucho miedo fundamentalmente por la
sensación de no poder controlar.
Pero además del cuadro ansioso, se presentan circunstancias características como la re-
experimentación del evento traumático, la evitación de estímulos asociados al trauma y un
embotamiento de la capacidad de reacción del sujeto. Una de las cosas que más destacan en
las personas a quienes se les comunica la infidelidad de su pareja y que deciden permanecer
en la relación, es la constante reviviscencia de la infidelidad. Su cabeza no puede parar de
imaginárselo, de verlo. Son imágenes que invaden la mente, que irrumpen, sorprendiendo a la
persona. Por ello, en parte, se intenta evitar todo aquello que recuerde la infidelidad, la mayor
parte de veces sin éxito.
La sorpresa del desvelamiento de la infidelidad en la mayor parte de ocasiones, en un primer
momento, deja sin capacidad de reacción. La persona entra como en un estado de parálisis.
En algunos casos, no se siente nada. Recuerdo una persona que dijo que empezó a
reaccionar, a darse cuenta [15], a tomar conciencia, a despertar, a los seis meses de la noticia
y al año, osó preguntar finalmente, lo que realmente había sucedido. La persona no puede
creerlo. Por supuesto que las personas continúan con su vida pero a nivel emocional, algo se
para. No se entiende. Esa incomprensión del porqué, del cómo, y los numerosos interrogantes
que emergen y que, en la mayor parte de casos no son revelados, tampoco permite elaborar
psíquicamente la situación, con lo que el embotamiento puede ser mayor. La falta de
comunicación, las mentiras, las ocultaciones, en definitiva, la falta de información y la
deshonestidad por parte de la persona infiel, no permite salir de ese estado de incredulidad.
El estado de estrés postraumático está representado por toda una sintomatología que
exponemos a continuación y que coincide en muchísimas personas víctimas de infidelidad
(Bobes et al., 2000).
Cuadro clínico:
A. La persona ha estado expuesta a muerte o amenaza de muerte o peligro de daño grave, o
violación sexual real o amenaza, en una o más de la siguientes maneras:
1. Experimentar uno mismo el acontecimiento.
2. Ser testigo del acontecimiento que le ha ocurrido a otro.
3. Tener conocimiento de un acontecimiento que le ha ocurrido a alguien cercano o a un
amigo.
4. Experimentar exposiciones repetidas o de extrema aversión a detalles del acontecimiento
(por ejemplo personal de emergencias que recoge partes de cuerpo; agentes de policía
expuestos repetidamente a detalles sobre abuso infantil).
Lo extraño de este ítem es que en ciertos casos, no hay una exposición directa al acto infiel en
sí, lo que se experimenta en primera persona es el hecho de saber o de enterarse. Lo que
resulta particularmente traumático es “la ausencia física del cónyuge traicionado” (Pittman,
1994, p. 43). Esa revelación de su ausencia resulta ser una forma de exposición en primera
persona a un peligro o daño grave. La amenaza está fundamentalmente en la desaparición, la
aniquilación de todo un sistema de vida que la infidelidad implica, además del distanciamiento
emocional que suele conllevar. La infidelidad golpea en la línea de flotación psicológica de la
persona, la cual, en un principio, tiende a quedar paralizada, bloqueada. A veces, entra en tal
estado de confusión que le puede llevar meses incluso, para salir de él. Cuesta reaccionar.
Dicho estado impide en muchos casos tomar decisiones. Hay una resistencia mental a creerlo,
frecuentemente acompañada de otros mecanismos de defensa como el de la negación “Esto
no me puede estar pasando” o despersonalización “Es un sueño y en cualquier momento me
voy a despertar”.
En algunos casos, la infidelidad puede llevar a la ruptura amorosa, al abandono sin mayores
explicaciones por parte de la persona infiel, sin hablar de lo que ocurre en la pareja. Esta
desaparición aumenta la cualidad traumática del acontecimiento. La persona infiel lleva en
completo silencio y ocultación, por adelantado e individualmente, todo un proceso de
separación que comenzó mucho tiempo antes incluso de la infidelidad. La persona víctima de
infidelidad recibe un duro golpe que, por no ser físico, no es menos dañino. No estaba
preparada. Empiezan las preguntas, la lucha para no volverse loca. El mundo se derrumba. La
cabeza no fluye, se embota, brotan preguntas para intentar comprender, retomar el control:
¿desde cuándo? ¿qué ha pasado? ¿cuántas veces? ¿le quieres? ¿cómo es posible?
Lo difícil para ser considerado estrés postraumático es calibrar a qué llamamos exposición al
daño. Porque no le ha pasado físicamente nada. Su integridad física no ha sido amenazada.
Pero si su integridad psicológica. El daño tiene secuelas irreversibles tanto en ella como en la
familia. Muchos vástagos llegan a enterarse, incluso, los progenitores los utilizan como
árbitros en la contienda, en la medida en que se posicionan del lado de la víctima en muchas
ocasiones, negándose a tratar con la persona que ha sido infiel. Ocurre que la modificación
caracterial no sólo afecta a la persona a quien se le “notifica” la infidelidad, sino a la
progenitura. Esta puede expresarlo de muchas maneras: cambios bruscos de humor, bajada
en el rendimiento escolar, depresión, ansiedad, fobias diversas, culpabilidad, ira, rabia,
agresividad, violencia, trastorno negativista desafiante. También afecta a la economía familiar,
empobreciéndola, en la mayor parte de los casos.
Lo particular de esta situación es que la persona experimenta la infidelidad repetidamente con
cada exposición a imágenes, conversaciones, películas. Cualquier mención al tema puede ser
un desencadenante para revivir toda la sintomatología.
B. Síntomas intrusivos que están asociados con el acontecimiento traumático (iniciados
después del acontecimiento traumático), tal y como indican una (o más) de las siguientes
formas:
1. Recuerdos dolorosos del acontecimiento traumático, espontáneos o con antecedentes
recurrentes, e involuntarios e intrusivos.
2. Sueños recurrentes angustiosos en los que el contenido y / o la emoción del sueño están
relacionado con el acontecimiento.
3. Reacciones disociativas (por ejemplo, flashbacks) en el que el individuo se siente o actúa
como si el acontecimiento traumático estuviese ocurriendo (estas reacciones pueden ocurrir
en un continuo, en el que la expresión más extrema es una pérdida completa de conciencia
del entorno).
4. Malestar psicológico intenso al exponerse a estímulos internos o externos que simbolizan o
recuerdan un aspecto del acontecimiento traumático.
5. Importantes respuestas fisiológicas al recordar el acontecimiento traumático.
Ni que decir tiene que este grupo de síntomas intrusivos son quizás los más destacados en
las personas víctimas de infidelidad. El revivirla constantemente, el reactivarla a través de los
estímulos tanto externos como internos, el intenso malestar psicológico ante evocaciones, las
respuestas fisiológicas ante el recuerdo o la referencia a la infidelidad como vómitos, mareo,
nauseas, contracción del estómago, ansiedad. Muchas veces, la persona queda atrapada en
una especie de bucle, un “impass”, caracterizado por rumiaciones constantes de tipo
obsesivo, evocando el evento doloroso.
Cada uno de estos cinco ítems de este criterio diagnóstico refleja a la perfección las secuelas
de muchas personas víctimas de infidelidad. Así, los recuerdos dolorosos de la infidelidad se
evidencian y reactivan de manera intrusiva, es decir, sin que la voluntad de la persona
intervenga, involuntaria y recurrentemente.
En muchos casos hay sueños angustiosos y pesadillas relacionadas con el tema, incluso
mucho tiempo después.
Las reacciones disociadas, entre otras, a modo de flashback, es decir, escenas retrospectivas
o ilusiones visuales propias de un trastorno de percepción (Howell, 2005), se suceden incluso
años después. La reviviscencia de estas escenas hace que, en la persona que las vive, se
desencadenen toda una serie de reacciones como las que brotaron al principio. Algunas
personas víctimas de infidelidad se ven atrapadas en un bucle de fantasías e imágenes del
evento que no han visto, pero lo sufren en propia carne. Quizás esta es la mayor de las
paradojas. Verse asaltada por fantasías de un evento que no le ha sucedido pero al mismo
tiempo, sí. Es decir, es una situación no vivida como protagonista pero afecta directamente
justamente por no haberla vivido, es decir, porque su pareja no mantuvo una relación con ella
en ciertos momentos, sino con otra persona. Pues bien, estas imágenes fantaseadas, son
vividas en la mente una y otra vez. Las personas no parecen tener ningún control sobre ellas.
Cuando éstos flashbacks se producen, la persona vuelve a reaccionar como al principio,
desencadenándose reacciones fisiológicas y fundamentalmente un profundo malestar
psicológico, destacando la angustia, la ansiedad y la depresión, síntomas que pueden estar
presentes durante años.
Muchas de las respuestas psicológicas, como resultado de un estrés prolongado, pueden
desencadenar incluso enfermedades psicosomáticas como síndrome de colon irritable,
hipotiroidismo. En general, enfermedades de carácter autoinmune. También se producen
dolores musculares de origen tensional que, en ciertos casos, se vuelven crónicos,
apareciendo contracturas que necesitan tratamiento a largo plazo.
Desesperanza, depresión y ansiedad. Es una triada emocional que generalmente se
concatena.
C. Evitación persistente de estímulos relacionados con el acontecimiento traumático (iniciados
después del acontecimiento traumático), a través de la evitación de una (o más) de las
siguientes formas:
1. Evitación de recordatorios internos (pensamientos, sentimientos o sensaciones físicas) que
estimulan recuerdos relacionados con el acontecimiento traumático.
2. Evitación de recordatorios externos (personas, lugares, conversaciones, actividades,
objetos, situaciones) que estimulan recuerdos relacionados con el acontecimiento traumático.
Esta evitación cambia la vida de la persona víctima de infidelidad. A consecuencia de la
evitación, la persona suele cambiar hábitos de vida, a veces drásticamente. Deja de rodearse
de gente, deja de frecuentar lugares habituales, pierde contactos y, en algunos casos, tiene
que empezar la vida desde cero. Hay personas que llegan incluso a cambiar de puesto de
trabajo para evitar toparse con la tercera persona en discordia. La persona hace lo que sea
con tal de evitar aquello que puede suscitar de nuevo toda la sintomatología descrita.
No obstante y paradójicamente, también hay personas víctimas de infidelidad que persisten en
querer saber, incluso de manera obsesiva, detalles del acto y de la tercera persona, en un
intento, al parecer, de comprender, llenar el hueco, el vacío que deja lo incomprensible,
conocer personalmente a la figura de la amante, hablar con ella. En este sentido, su
comportamiento lejos de ser evitante, puede parecer hasta persecutorio, lo que no deja de ser
una reacción dañina y particularmente obsesiva.
D. Alteraciones negativas en las cogniciones y del estado de ánimo que se asocian con el
acontecimiento traumático (iniciadas o empeoradas después del acontecimiento traumático),
tal y como indican tres (o más) de las siguientes formas:
1. Incapacidad para recordar un aspecto importante del acontecimiento traumático.
2. Persistente y exageradas expectativas negativas sobre uno mismo, otros, o sobre el futuro.
3. Culpa persistente sobre uno mismo o sobre los otros sobre la causa o las consecuencias
del acontecimiento traumático.
4. Estado emocional negativo generalizado- por ejemplo: miedo, horror, ira, culpa o
vergüenza.
5. Reducción acusada del interés o la participación en actividades significativas.
6. Sensación de desapego o enajenación frente a los demás.
7. Incapacidad persistente para experimentar emociones positivas
Con respecto a los lapsus de memoria, la persona a veces disociada o en estado de shock, no
escucha o no retiene cierta información. Por eso, mucho tiempo después puede volver a
escuchar lo sucedido y sentir que no lo había escuchado antes o, que es la primera vez que lo
escucha cuando igual la pareja infiel ya se lo había dicho.
La persona víctima de infidelidad puede llegar a entrar en una espiral de baja autoestima que
puede incluso desembocar en actos autolesivos. Las ideas de suicidio se pasan en algunos
casos por la imaginación, cuando no, se realizan. Algunas fantasean pensando en tener
accidentes de coche, imaginan las reacciones de las personas allegadas si “desaparecen”. La
persona víctima de infidelidad en esta situación postraumática se piensa la más fea, la más
gorda y la persona más denigrante del mundo. Piensa que nadie va a quererla nunca y que
nunca saldrá de ese pozo. Fantasea sobre la posibilidad de quedarse sola hasta el fin de sus
días. Desarrolla muchas fobias y comportamientos fóbicos o de evitación. Tiene miedo de salir
incluso a comprar. Siente una mezcla de sentimientos que van desde el miedo, pasando por la
rabia, la culpa y sobre todo la vergüenza, el qué dirán, cómo va a explicar lo sucedido. Evita
salir a la calle para no exponerse. Se plantea si hay personas que saben lo que ella no ha
sabido hasta ahora. Por supuesto, que deja prácticamente todas las actividades de lado,
exceptuando el trabajo en algunos casos. Se distancia de todas las personas, se aísla. Puede
incluso pasar meses sin salir de casa, sin llamar a nadie. No siente nada… algo se ha
congelado, parado en su interior.
E. Alteraciones en la activación y reactividad que están asociados con el acontecimiento
(iniciadas o empeoradas después del acontecimiento traumático), tal y como indican tres (o
más) * de las siguientes formas:
1. Comportamiento irritable, enojado o agresivo.
2. Comportamiento temerario o auto-destructivo.
3. Hipervigilancia.
4. Respuestas exageradas de sobresalto.
5. Dificultades para concentrarse.
6. Trastornos del sueño – por ejemplo, dificultad para quedarse o permanecer dormido [16].
Cabe destacar la rabia, la ira incluso llegando a la agresividad y la violencia, además de un
estado permanente de irritabilidad. Esta rabia, en algunos casos, asesina, se ve claramente
en la película “Infiel” en el que el protagonista víctima de la infidelidad, mata al amante. Sin
llegar a esos extremos, conocemos bien escenas de peleas entre la persona víctima de
infidelidad y la persona amante o situaciones en las que, la persona víctima y la persona
amante se ponen en contacto y se informa de lo sucedido. También sabemos de actos de
agresión consistentes en amenazas, llamadas telefónicas acosadoras, de planes sobre cómo
vengarse, de venganzas a través de impedir que la persona infiel vea a los vástagos. Hay
muchas maneras en que las personas víctimas de infidelidad han generado respuestas
violentas. No obstante, hay personas que sufren este estado de ira como irreal, como estados
en que no son ellas mismas como si algo se apoderara de ellas. Se asemejan a formas
alteradas de conciencia o estados disociativos.
El comportamiento temerario y autodestructivo se impone, llegando en algunos casos hasta el
suicidio. Ya nada importa. La persona no tiene nada que perder. Es un estado de
desesperación. “¿Qué más da ya?” oiremos en consulta muchas veces. En otras ocasiones,
las personas vuelven a recurrir a sustancias tóxicas: recaen en el tabaquismo o retoman el
consumo de cannabis, por ejemplo.
La hipervigilancia se caracteriza por una sensibilidad sensorial acentuada acompañada de una
exageración de conductas –overreacting–, con la finalidad de detectar amenazas (Bobes et
al., 2000). Algunas víctimas de infidelidad, desarrollan una marcada atención a cualquier señal
que le indique de nuevo otra infidelidad, rozando a veces la paranoia, puesto que en su día,
no fueron capaces de preverla. Están atentas a cualquier llamada, cualquier detalle, cualquier
cambio de voz, de comportamiento. La infidelidad les ha pillado por sorpresa y ahora tienen
que prevenir.
Una mayor atención y alerta suele ir acompañada de una exaltación sensorial, cognitiva y
afectiva. Hay una mayor consciencia que suele paradójicamente ir acompañada de una
marcada distraibilidad. De ahí, en parte las dificultades para concentrarse y para dormir,
muchos tiempo después, incluso años.
F. Estas alteraciones (síntomas de los Criterios B, C, D y E) se prolongan más de 1 mes.
Todas las alteraciones mencionadas y explicadas se producen mucho tiempo después,
incluso años, y con nuevas parejas. Hay personas que la celotipia se vuelve caracterial, es
decir, que los cambios de carácter sufridos en la infidelidad permanecen a lo largo del resto de
la vida. La desconfianza particularmente pasa a formar parte del carácter, impidiendo incluso
impide que la persona rehaga su vida. Las nuevas parejas podrían –y de hecho, en algunos
casos lo son– ser víctimas de estas secuelas.
Hay que precisar que ciertas alteraciones persisten cuatro y cinco años después, a veces, con
la intensidad del primer día.
También matizar que la mayor parte de estas secuelas, perduran fundamentalmente en las
parejas que, a pesar de la infidelidad, siguen adelante con la relación, es decir, que no ha
habido separación.
En las parejas que se separan, si bien la mayor parte de los síntomas pueden permanecer con
el tiempo, mucho tiempo, años después, también desaparecen algunos, sobre todo aquellos
síntomas descritos en las secciones A, B y C.
En general, suelen permanecer los trastornos del sueño, la hipervigilancia, las secuelas
psicosomáticas, la evitación, la baja autoestima, la culpa, el desapego, la desconfianza. La
depresión y la angustia suele remitir o tomar diferentes formas. La ansiedad tarda más y
puede desaparecer aunque en otras personas, la ansiedad se transforma en ansiedad flotante
generalizada. En la clínica, se ha observado también síntomas que remiten, pero que pueden
volver a surgir al iniciar otra relación como la desconfianza, los celos, el control, la
hipervigilancia, la susceptibilidad.
No obstante, el tipo de reacción de las parejas ante el hecho, lleven mucho o poco tiempo,
suele mostrar un patrón similar, destacando un malestar psicológico intenso (ansiedad,
depresión y angustia), insomnio, trastornos del sueño, comportamientos de evitación de
estímulos relacionados, manifestaciones de ira y agresividad, embotamiento afectivo,
hipervigilancia, comportamientos autodestructivos. La diferencia suele radicar en el factor
tiempo. En cualquier caso, la mayoría de estos síntomas suelen durar más de un mes.
G. Estas alteraciones provocan malestar clínico significativo o deterioro social, laboral o de
otras áreas importantes de la actividad del individuo.
A riesgo de ser redundante, la persona víctima de infidelidad tiende a suspender actividades
cotidianas, si bien en muchos casos llega a mantener el trabajo y los estudios, particularmente
si el trabajo es fuente importante de ingresos. En otros casos, las bajas laborales se suceden
así que como el abandono temporal o definitivo de los estudios. En muchos casos, se produce
un aislamiento social y el cese de actividades, fundamentalmente de ocio. El distanciamiento
puede afectar también a la familia de origen, familia extensa.
H. Los problemas no se deben a efectos fisiológicos directos de una sustancia o a una
condición médica general.
Los síntomas frutos de la infidelidad de la pareja expuestos, no parecen estar conectados o
relacionados con el consumo de sustancias tóxicas ni enfermedad alguna.
Reflexión final
La infidelidad, en muchas personas, no se supera del mismo modo que se supera la muerte
de un ser querido ni ninguna otra pérdida. En este sentido, la infidelidad en algunas víctimas,
parece una herida que no cicatriza, que no puede parar de supurar o que puede sangrar en
cualquier momento de manera intensa a modo de hemorragia. Y que sigue influyendo a pesar
del tiempo transcurrido. Puede llevar y de hecho lleva, años para “superarse”, debido
fundamentalmente a la persistencia de la sintomatología a través del tiempo y a las enormes
consecuencias que ésta acarrea en la persona que la sufre particularmente. La persistencia
de la sintomatología traumática puede ser en parte, por la propia estructura de la infidelidad
basada en una profunda herida narcisista infringida por la falta de conciencia moral de la
persona infiel, quedándose estancada, la persona que la sufre “pasivamente”, en un bucle
depresivo compuesto fundamentalmente de estructuras y mecanismos defensivos, difícil de
digerir, generando altos niveles de sufrimiento.
Entroncamos la infidelidad con el concepto de trauma psíquico entendido éste como una
experiencia vivida por el sujeto cuyo impacto, deja secuelas en forma de cuadro sintomático
que guarda, en muchos casos, similitudes con el trastorno de estrés postraumático.
En este sentido, la infidelidad nos parece una problemática que tiene, en muchos casos,
graves consecuencias en la salud mental de la víctima y para la familia en general. Hay que
precisar que las víctimas de infidelidad son numerosas y las consecuencias tienen un coste
económico y emocional muy elevado. Desgraciadamente, la bibliografía es escasa y poco
rigurosa y llama la atención que no sea un foco de estudio e investigación más destacado.
En parte quizás aún se piensa que la infidelidad es una cuestión moral asociada a los valores
morales, hoy en día en desuso. Percibimos en la infidelidad y en su trato, una cierta
banalización de este mal. La psicología, y por extensión las ciencias en general, abordan poco
y mal asuntos existenciales tales como el amor, la fidelidad, la voluntad, la honestidad, la fe, el
perdón, el sufrimiento, el dolor, el daño, la moral, la ética, la libertad, el bien común. Todo ello
queda oculto en el secreto profesional encerrado en clínicas terapéuticas en forma de
síntomas, claras manifestaciones de dolor y sufrimiento difícil de tratar en muchas ocasiones.
Gran parte del trabajo consistiría primeramente en desmitificar muchos juicios y prejuicios
sobre la infidelidad que circulan en forma de creencias populares. En dar a las relaciones y
vínculos una mayor relevancia tanto en sus aspectos patológicos como sanos.
Notas
1. Agradables y breves. No se necesita esfuerzo alguno para disfrutar de ellas.
2. Móviles de la infidelidad (Salomon, 2005).
3. Término filosófico que significa sí mismo.
4. Discrepancia, contradicción o incompatibilidad entre las creencias, los pensamientos e
ideas (cogniciones) y las acciones.
5. “Anlehung”, término que define un tipo de relación de dependencia. Fue utilizado por Freud,
por primera vez en “Tres ensayos sobre una teoría sexual” en 1905. Ha sido traducido por
apoyo o apuntalamiento.
6. Cuyo precursor podríamos situarlo en el filosofo estoico griego Epicteto quien decía que las
personas son afectadas por la opinión que se hacen de los acontecimientos, no por los
acontecimientos en sí.
7. Pieza tejida con fragmentos de otras telas.
8. Delirio, es decir, evidencia, más que creencia, de una interpretación de la realidad
dislocada. Algo interno, tras ser disociado, es proyectado en el exterior. Y ese error –
percepción paranoidemente rígida– es entendida como un auténtica verdad. Se trata de una
“forma de razonar” por la cual se percibe como real algo que no lo es (Castilla del Pino, 1998).
9. Delirio compartido.
10. Mecanismo de defensa regresivo que consiste en suplantar una realidad virtual a la
realidad real. No tiene nada que ver con el concepto de imaginación, proceso sano orientado
hacia una realidad (Castilla del Pino, 1998).
11. “False self”.
12. Ninfa que habitaba escondida los bosques castigada a responder a la voz del otro,
repitiendo la última palabra pronunciada (Ovidio,1997).
13. “It is the subjective experience of the objective events that constitutes the trauma…The
more you believe you are endangered, the more traumatized you will be…Psychologically, the
bottom line of trauma is overwhelming emotion and a feeling of utter helplessness. There may
or may not be bodily injury, but psychological trauma is coupled with physiological upheaval
that plays a leading role in the long-range effects”.
14. Acting out o pasaje al acto, término psicoanalítico que en la clínica psiquiátrica designa
una serie de acciones impulsivas, violentas, agresivas que expresan una imposibilidad de
representar, es una forma simbólicamente distorsionada y en general, no forman parte de la
manera de reaccionar del sujeto (Laplanche y Pontalis, 1993).
15. En el sentido del término inglés “realize”.
16. Los síntomas necesarios para el cumplimiento de este criterio serán contrastados con
datos a nivel empírico.
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