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Amelia Pascual
Universidad de La Rioja (Spain)
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DIGNIDAD HUMANA
Y DERECHO
FUNDAMENTAL
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NIPO: 005-15-051-5
ISBN: 978-84-259-1663-2
Depósito legal: M-12152-2015
índice
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 17
por Ricardo Chueca
7
DIGNIDAD HUMANA Y DERECHO FUNDAMENTAL
V. Funciones de la dignidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 48
VI. Conclusión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
VII. Bibliografía utilizada . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 50
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LA DIGNIDAD HUMANA COMO PRINCIPIO
JURÍDICO DEL ORDENAMIENTO
CONSTITUCIONAL ESPAÑOL
I. Introducción
Estas páginas persiguen contribuir a la determinación del significado
y efectos constitucionalmente adecuados del reconocimiento de la «dig-
nidad de la persona» efectuado, en concreto, por el artículo 10.1 de la
Constitución española de 1978.
El art. 10.1 contiene una norma jurídica de significado ciertamente
difícil, estamos ante una de estas cláusulas generales constitucionales en
la que, como bien acierta a expresar Jiménez Campo, o bien se toman
como «mero cortejo retórico del contenido constitucional en verdad
vinculante; o peor aún, se admite que lo que hay en ellas es, sin más un
yacimiento de recursos verbales para el arbitrio […]; o se emprende, en
fin, la tarea de construir su posible sentido preceptivo de manera com-
patible con lo que sea propio a la democracia constitucional» 1. Sin
perder de vista que como también incisivamente formulase ya hace
tiempo Rubio Llorente «la capacidad de las categorías jurídico públicas
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2
F. Rubio Llorente, «Principios y valores constitucionales», en Estudios de Derecho
constitucional. Homenaje al profesor Rodrigo Fernández-Carvajal, vol. I, Murcia, 1997, p. 645.
3
Sin perjuicio de algún antecedente anterior, la Carta de Naciones Unidas de
1945 se refería ya a la dignidad en los siguientes términos: «Nosotros los pueblos de
las Naciones Unidas resueltos a preservar a las generaciones venideras del flagelo de
la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimien-
tos indecibles, a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la
dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y
mujeres y de las naciones grandes y pequeñas…». Y en el plano constitucional pa-
rece casi obligado recordar también el art. 1.1 de la Ley Fundamental de Bonn de
1949: «La dignidad del hombre es intangible. Respetarla y protegerla es la obligación
de todo poder público». Por lo demás, un completo repaso de las menciones a la
dignidad en textos internacionales y constitucionales puede consultarse en P. Serna,
«La dignidad humana en la Constitución Europea», Persona y Derecho, n.º 52, 2005,
pp. 13 a 77.
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4
Un resumen del proceso de redacción del artículo 10.1 puede verse, por ejemplo,
en J. Ruiz-Giménez Cortés, «Artículo 10. Derechos fundamentales de la persona», en
Comentarios a la Constitución Española de 1978, O. Alzaga Villaamil (dir.), tomo II, Ma-
drid, 1997, pp. 48 a 53.
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5 I. von Münch, «La dignidad del hombre en el Derecho constitucional», Revista
derechos fundamentales», Marcial Pons, Madrid, 240 (recensión), Teoría y Realidad Cons-
titucional, n.º 18, 2006, p. 566.
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«La dignidad humana es intangible» —art. 1 de la Constitución alemana—; «La
libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la digni-
dad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la
familia humana…» —preámbulo de la Declaración Universal de 1948—; o «La Unión
se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia,
igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos…» —art. 2 del Tra-
tado de la Unión Europea—.
8 V. Gimeno-Cabrera, Le traitement jurisprudentiel du principe de dignité de la personne
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Dice así con razón C. Starck, Jurisdicción constitucional y derechos fundamentales,
Madrid, 2011, p. 161, que «la interpretación de la garantía de la dignidad, conforme su
tenor literal y posicionamiento sistemático, debe ser propia de cada Constitución que
asegura la dignidad humana específicamente».
13 A. Hernández Gil, El cambio político español y la Constitución, Madrid, 1982, p. 422;
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14
R. Alexy, Teoría de los derechos fundamentales, Madrid, 1993, p. 86
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15 De forma expresa así el TC, en uno de sus primeros pronunciamientos (Sen-
tencia 4/1981, de 2 de febrero, F. 1) advierte: «Pues bien, entendemos que los principios
generales del Derecho incluidos en la Constitución tienen carácter informador de todo
el Ordenamiento jurídico —como afirma el art. 1.4 del Título Preliminar del Código
Civil— que debe así ser interpretado de acuerdo con los mismos. Pero es también
claro que allí donde la oposición entre las Leyes anteriores y los principios generales
plasmados en la Constitución sea irreductible, tales principios, en cuanto forman parte
de la Constitución, participan de la fuerza derogatoria de la misma, como no puede ser
de otro modo».
16
Sobre el tema es ineludible la remisión a F. de Castro, Derecho civil de España,
T. I, 2.ª ed., Madrid, 1949 (reimp. 1984), pp. 327 y ss.
17
I. González Pérez, La dignidad…, ob. cit., pp. 112 y 113. En este sentido, cfr.
también, E. Pérez Luño, Derechos humanos, Estado de Derecho y Constitución, Madrid, 1984,
p. 75 o J. Arce y Flórez-Valdés, Los principios generales del Derecho y su formulación consti-
tucional, Madrid, 1990, pp. 144 y 145.
18
Los principios constitucionales se han entendido también como instrumentos
normativos de los valores. Cfr., en este sentido, J. Leguina Villa, «Principios generales
del Derecho y Constitución», Revista Vasca de Administración Pública, n.º 114, 1987, p. 14
19 Un examen del debate en torno a la distinción entre valores y principios puede
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Así concluye por ejemplo F. J. Díaz Revorio, Los valores…, ob. cit., p. 126
21
22 F. Rubio Llorente, «Principios y valores…», ob. cit., pp. 648 y 649 y M. Aragón
Reyes, Constitución y Democracia, Madrid, 1989, pp. 95 y 96. En el mismo sentido, J. Ji-
ménez Campo, «Artículo 10.1», ob. cit., p. 179.
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Sin ánimo exhaustivo, en esta línea, puede verse F. Garrido Falla, «Artícu-
lo 10», en Comentarios a la Constitución, 2.º ed., Madrid, 1985, p. 186; P. Lucas Verdú,
«Artículo 1», en Comentarios a la Constitución Española de 1978, O. Alzaga Villaamil (dir.),
tomo I, Madrid, 1996, p. 63; G. Peces Barba, Los valores superiores, Madrid, 1984, pp. 85
y 86; L. Parejo Alfonso, Constitución y valores del ordenamiento, Madrid, 1990, p. 135; A.
Torres del Moral, «Valores y principios constitucionales», Revista de Derecho Político,
n.º 36, 1992, pp. 19 y 20; o F. J. Díaz Revorio, Los valores superiores…, ob. cit., pp. 120
y 121.
24 En esta óptica, para A. Garrorena Morales, «Valores superiores y principios
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25
J. Jiménez Campo, «Artículo 10.1», ob. cit., p. 179.
26
M. Aragón Reyes, Constitución y Democracia, Madrid, 1989. pp. 94 y ss.
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Dice así F. J. Bastida Freijedo, Teoría general de los derechos fundamentales en la
Constitución Española de 1978, Madrid, 2004, p. 52, que «con su reconocimiento consti-
tucional se produce una irradiación de su contenido —libertad e igualdad de todas las
personas— a cualquier relación normativa en la que esté en juego dicho contenido, con
lo que en realidad, acaba caracterizando a nuestra propia “forma de Estado”, al orden
político y social al que, como ya se ha dicho, sirve de fundamento».
28 J. L. Austin, Como hacer cosas con palabras: palabras y acciones, J. O. Urmson (comp.),
Barcelona, 1990, pp. 44 y ss. Al respecto, especialmente ilustrativo, puede ser la lectura
del discurso de Ingreso en la Real Academia de la Lengua de E. García de Enterría,
«La lengua de los derechos. La formación del Derecho Público europeo tras la Revo-
lución Francesa», www.rae.es (a. 25-XI-2013).
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29
En el mismo sentido, J. Jiménez Campo, «Artículo 10.1», ob. cit., p. 180.
30
R. Chueca Rodríguez, «La protección jurídica del embrión humano: un caso
de penuria normativa», en Genética y Derecho II, C. M. Romeo Casabona (dir.), Madrid,
2003, p. 37
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No parece compartible en este sentido la interpretación de que la dignidad
ocuparía la posición central del artículo 10.1, siendo las otras premisas meras «manifes-
taciones o consecuencias» del reconocimiento constitucional de aquélla. Véase, así, M.
A. Alegre Martínez, La dignidad…, ob. cit., p. 42.
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A pesar de que en la práctica todas estas nociones tienden a intercambiarse o
entremezclarse, observa bien, M. Benchikh, «La dignité de la personne humaine en
droit international», en La dignité de la personne humaine, M. L. Pavia y T. Revet (dirs.),
Paris, 1999, p. 41, que el término fuente indicaría más precisamente la procedencia o el
punto de origen, mientras que el fundamento se referiría a la explicación o a la legiti-
midad. En este sentido, si la dignidad de la persona ha hecho que esta adquiera derechos
(fuente), ha sido porque ha sabido adquirirlos gracias al desarrollo de su inteligencia,
de sus capacidades y de su razón. Son así estas cualidades propias de la persona las que
constituyen el fundamento de la dignidad.
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de la persona…», ob. cit., p. 69, «la dignidad se convierte en la fuente de los derechos,
de todos los derechos independientemente de su naturaleza, de la persona, que dimanan
de esa dignidad inherente a todo ser humano». Ello lleva al citado autor a incluir dentro
de los «derechos inherentes» todo el Título I, incluido el Capítulo Tercero. La idea de
la dignidad como fundamento o fuente general de todos los derechos fundamentales
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hallaría lejos de esta última óptica, dado que, más allá de referencias
imprecisas y acríticas a los derechos fundamentales 35, a la postre y al
hilo sobre todo de la tarea de determinación de la titularidad iusfunda-
mental, encarna la dignidad reconocida en el artículo 10.1 sólo en deter-
minados derechos fundamentales («es posible afirmar —señala la STC
17/2013, de 31 de enero, F. 2— que, como se deduce de los pronun-
ciamientos de este Tribunal, existen derechos que, en tanto que inhe-
rentes a la dignidad humana, corresponden por igual a españoles y
extranjeros») 36.
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misma línea, para F. J. Bastida Freijedo, Teoría general de los derechos fundamentales en la
Constitución Española de 1978, Madrid, 2004, p. 39, «se produce, así, una relación recípro-
ca entre esos derechos [Título I] y la dignidad humana reconocida en el artículo 10.1
CE. Ésta se irradia a los derechos fundamentales constitucionalmente recogidos y que
el intérprete de la CE estime inherentes a la persona, pero a su vez el concepto cons-
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p. 103 se podría «reconocer que existe un derecho radical, entre los fundamentales, del
que de alguna manera dependen o traen causa los demás. Se trata del derecho a ser
considerado como ser humano, como persona, es decir como ser de eminente dignidad,
titular de derechos y obligaciones».
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prudencial», Persona y Derecho, n.º 41, 1999, pp. 190 y 191; o J. Jiménez Campo, «Artícu-
lo 10.1», ob. cit., p. 184.
44
Un buen ejemplo de ello lo proporcionan las abundantes Sentencias relativas a
los derechos fundamentales del art. 18, en los que frecuentemente la alusión por el TC
a la dignidad viene exclusivamente a expresar que la lesión del honor, de la intimidad,
de la imagen o de la protección de datos es lesiva de la misma (por todas, STC 29/2013,
de 11 de febrero, F. 6). Afirmación que es obvia una vez sentada la materialización o
conexión de la dignidad con dichos derechos. La referencia a la dignidad de carácter
literario resulta igualmente diáfana en la STC 102/1995, de 26 de junio, F. 7 en relación
a la defensa del medio ambiente.
45 En detalle, véase, V. Gimeno-Cabrera, Le traitement jurisprudentiel…, ob. cit.,
pp. 269 y ss.
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retórico, los ejemplos ahora son mucho más escasos, aun cuando el
primero en el que nos detendremos ha tenido una notable significación.
i) En efecto, de gran repercusión ha sido la utilización del reco-
nocimiento de la dignidad de la persona de cara a la atribución de ti
tularidad de derechos fundamentales a los extranjeros. Éstos, como
sabemos, gozarían, al igual que los nacionales, de los derechos «que son
imprescindibles para la garantía de la dignidad humana» (STC 107/1984,
de 23 de noviembre, F. 3; que se reitera en SSTC 99/1985, de 30 de
septiembre, F. 2; 130/1995, de 11 de septiembre, F. 2; 95/2000, de 10
de abril, F. 3; o 17/2013, de 31 de enero, F. 2) o, dicho de otra manera,
de los «derechos “inherentes a la dignidad de la persona humana”» (STC
91/2000, de 30 de marzo, F. 7) 46; o «en tanto inherentes a la dignidad
humana» (STC 17/2013, de 31 de enero, F. 2).
Hay que tener presente sin embargo que, a pesar de ese notable
efecto anudado al principio de dignidad, lo cierto es que el TC no se
adentra más por ello en una especificación material del mismo que, a
su vez, justifique o fundamente en mayor grado sus pronunciamientos
singulares al respecto. Ciertamente, la STC 91/2000, de 30 de marzo,
F. 7 y la ineludible en esta materia STC 236/2007, de 7 de julio, F. 3,
en apariencia tratan de precisar cómo se determina —lo cual, reconoce
ya de partida el TC que «ofrece algunas dificultades»— esa conexión
con la dignidad, pero es fácilmente observable que, a la postre, sus
términos se limitan a reiterar y repetir la operación de interpretación a
realizar, esto es, verificar si la «naturaleza del derecho», su «tipo abstrac-
to», «los intereses que básicamente protege» o su «contenido esencial»
son o en qué medida inherentes a la dignidad —a ese «mínimum invul-
nerable»— de la persona humana, concebida como sujeto de derecho y
46
En el citado pronunciamiento el TC, en el contexto de un recurso de amparo
promovido frente a la decisión judicial que declara procedente una solicitud de extra-
dición, sustenta en la dignidad de la persona la obligación de que los jueces nacionales
verifiquen, aun tratándose de actuaciones de un Estado extranjero, el respeto de ciertos
derechos fundamentales o de ciertos contenidos de los mismos. Estos son justamente,
y aunque de nuevo queden en la indeterminación, los «imprescindibles para la garantía
de la dignidad humana». «El núcleo irrenunciable del derecho fundamental inherente a
la dignidad de la persona», «su contenido absoluto» tendría de este modo una «proyec-
ción universal» (FF. 7 y 8). Alude también parcialmente a ello, aunque con una men-
guada relevancia en su fundamentación, la STC 181/2004, de 2 de noviembre, F. 13,
referida asimismo a un supuesto de extradición.
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tanto de la dignidad, como del libre desarrollo de la personalidad y de los valores su-
periores, que no consagran ninguna doctrina o construcción dogmática determinada, lo
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V. Conclusión
A lo largo de este trabajo hemos tratado de ir desgranando la cate-
gorización jurídica más adecuada del reconocimiento efectuado por la
CE de 1978 de la «dignidad de la persona».
La dificultad y resistencia que la noción de dignidad presenta en
dicha labor sin duda corre paralela a su ilimitada significación histórica,
social, filosófica o ética, si bien, en términos constitucionales, a nuestro
juicio, lo que el art. 10.1 de la CE de 1978 reconoce es un principio
jurídico únicamente cualificado por su atribución de carácter fundante
de nuestro orden político.
Ese rasgo de fundamento, tal y como se reconoce generalmente,
irradia un efecto o proyección legitimadora —eso sí, no en exclusiva—
del sistema político fundado. Más aún, según hemos observado, el
enunciado constitucional de la dignidad tendría en sí ya un valor per-
formativo —transformador— de la realidad: no se aspira a la dignidad,
ni se constata; su mención constitucional hace ya que ésta se esté rea-
lizando y existiendo. En íntima conexión con todo ello, la dignidad de
la persona se halla ya materializada, realizada o corporeizada en otros
preceptos constitucionales y, por supuesto, en los derechos fundamen-
tales.
Como principio jurídico constitucional —pero incluso si se quiere
como valor— no cabe, en primer lugar, ignorar que la dignidad de la
persona tiene una eficacia jurídica tasada, que su trasfondo material
histórico no autoriza a sobrepasar. Sin descartar de partida una hipoté-
tica aplicación supletoria excepcional del principio, extrayendo directa-
mente del mismo la regla jurídica aplicable al caso, dicha eficacia se
realiza básicamente en su función de pauta de interpretación del orde-
namiento jurídico y medida o parámetro de constitucionalidad.
Ahora bien, en esa órbita, tampoco debe obviarse que la consecu-
ción práctica de esa función —especialmente si conlleva efectos anula-
torios de otras normas—choca con la esencial indeterminación de los
principios, en este caso extrema, dada la profunda subjetividad e ina-
prehensibilidad de una noción material de dignidad. No es por tanto
difícil concluir en el peligro, al amparo de la coartada jurídica de su
reconocimiento constitucional, de caer en un voluntarismo interpretati-
vo y de deslizar ahí, de modo paternalista, lo que no son sino opciones
vitales —aun bienintencionadas— de carácter personal. En suma, de
perder la objetividad mínima que la ciencia jurídica exige. Y es que a
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