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Resumen Daños
Resumen Daños
<<Derecho de Daños>>
Derecho de Daños
CONCEPTO Y FUNCIONES:
Bajo el rótulo derecho de daños se engloban todas las cuestiones vinculadas con la
prevención, la reparación y -eventualmente- con la punición y el pleno desmantelamiento del ilícito
dañoso.
De esta definición se desprenden las tres funciones a que está destinado el
derecho de daños:
1. Función preventiva: La función preventiva del derecho de daños se presenta
como un complemento idóneo de las tradicionales vías resarcitorias.
Suelen distinguirse dos formas de prevención:
De carácter general: consiste en la amenaza efectiva de una consecuencia
legal, frente a la producción de una determinada
actividad. La prevención se realiza por medio de la
Prevención disuasión, y juega allí un rol preponderante la acción
psicológica de intimidación que ejerce la
consecuencia jurídica prevista en la norma.
De carácter específico: éste tipo de prevención sólo puede tener cabida
dentro de un contexto circunscripto de tareas
riesgosas o peligrosas. La prevención se realiza
mediante la imposición, a ciertos sujetos, de
deberes especiales, destinados a controlar y
aminorar los riesgos de la actividad por ellos
desplegada, mediante la adopción de medidas de
seguridad adecuadas.
El tema de la prevención del daño asume especial relevancia en materia de lesión
a derechos personalísimos, como la intimidad, el honor, la imagen y la identidad
personal.
Nuestra legislación se ha ocupado de la problemática vinculada con la
prevención del daño aunque de manera todavía poco orgánica. Algunas referencias a ella
las encontramos en el artículo 43 de la CN, en los artículos 1071 y 1071 bis del Código
Civil y en la ley 24.240 de <<Defensa del Consumidor>>.
2. Función resarcitoria: La función resarcitoria del derecho de daños es la más
importante de todas y la que tradicionalmente ha hecho la esencia misma de la
responsabilidad civil. La reparación del daño parece haber superado el rígido esquema
de la “sanción resarcitoria” que, según algunos, representaría. Y ello es así porque la
teoría general del responder <<no es un simple sancionar, sino distribuir daños>>.
3. Función punitiva: También integran el derecho de daños algunas cuestiones
de naturaleza sancionatoria, orientadas al desmantelamiento de los efectos ilícitos. Tal
lo que sucede cuando quien causa un daño a otro, actúa con el propósito de obtener un
rédito de esa actividad (se traduzca éste en el ingreso de bienes a su patrimonio o en el
ahorro de gastos necesarios para evitar en menoscabo).
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PRINCIPIOS:
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1. Daño injusto: El daño debe ser injusto, lo cual no significa que necesariamente
deba provenir de un acto ilícito ni, mucho menos, que siempre sea menester la culpa en
la conducta del agente. Hay responsabilidad por actos ilícitos y la hay, también, en
virtud de conductas lícitas; hay responsabilidad con culpa y también sin que medie
aquel factor de atribución.
Con la locución “injusto” nos referimos a la injusticia de que la victima soporte el
daño que se le ha ocasionado. La injusticia del daño se capta valorando los intereses
lesionados, que deben ser merecedores de tutela.
En cambio, para enervar el <<peligro de daño>> debemos encontrarnos frente a
una situación antijurídica: la fuente de la que surge la amenaza de daño debe estar
prohibida. Sólo así cabría impedir la actividad peligrosa, pues hay otras que son
genéricamente riesgosas pero están permitidas, como por ejemplo, la conducción de
automotores, fabricación de determinados productos químicos, etc.
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DIFERENCIA CONSISTE
CON
La Las diferencias son las siguientes:
responsabilidad 1. La responsabilidad por daños previene y repara el perjuicio; la
responsabilidad penal previene y reprime los delitos.
penal
2. En la responsabilidad civil el punto de mira es la víctima, cuyo
perjuicio se busca resarcir o evitar; en la responsabilidad penal, la
óptica se centra en el posible delincuente cuya conducta se juzga a fin
de aplicar eventualmente una pena.
3. La diferencia no radica en la materia violada sino en el interés
perturbado: en la responsabilidad civil el interés protegido es
primordialmente privado; en la responsabilidad penal, el interés el
público.
El A diferencia del enriquecimiento sin causa, que genera “acción
enriquecimiento restitutoria” por ausencia de un motivo legítimo para el
desplazamiento patrimonial, la responsabilidad por daños determina
sin causa
el surgimiento de una acción resarcitoria si media una razón para
imponerla.
El elemento axiológico en el enriquecimiento sin causa es negativo
(inexistencia de un motivo para retener el beneficio), mientras que en
la responsabilidad por daños es positivo (existencia de un motivo para
afrontar el perjuicio ajeno).
La asistencia Existen sistemas de seguridad social, basados en el principio de
indemnizatoria solidaridad, en cuya virtud el Estado acude en socorro económico de
las víctimas de catástrofes, otorgando sumas dinerarias que cubren
por el estado
algunos de sus daños. Se reparte así entre la sociedad (por vía de
frente a impuestos) la carga de los perjuicios derivados de graves sucesos
catástrofes lesivos.
No funcionan aquí los principios de responsabilidad, porque el Estado
asiste a las víctimas aún cuando no sea responsable de los perjuicios;
se prescinde de la indagación sobre eventuales responsable; y
normalmente la cobertura de los perjuicios no es plena, sino parcial y
tarifada.
Los beneficios Algunas normativas confieren beneficios de seguridad social (retiros,
previsionales de pensiones, etc.) que deben ser acordados por el Estado o por sus
reparaciones a personas que sufren un infortunio desempeñando
carácter
funciones de interés general.
asistencial Dichos beneficios se otorgan por el exclusivo hecho del accidente en
ocasión de la prestación de servicios (con prescindencia del origen del
daño y de que exista un hecho causal y un factor de atribución contra
alguien). Por lo tanto, no revisten carácter indemnizatorio sino
asistencial, son ajenos a los principios del Derecho de daños, y no
descartan la promoción de una acción resarcitoria concurrente contra
el responsable.
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En una primera etapa, ante la producción del daño surgió una instintiva reacción
de venganza. Era la época muy primitiva de la Ley del Talión, en donde se debía penar
“ojo por ojo” y “diente por diente”.
Un síntoma de evolución se advirtió cuando la víctima, de común acuerdo con el
ofensor, aceptaba recibir de éste una suma de dinero a cambio del perdón. Obsérvese
que la suma de dinero que se mandaba a pagar la era más a título de pena impuesta al
ofensor que de resarcimiento del daño. La ley de las XII Tablas constituye el mejor
ejemplo de ésta transición, en donde la responsabilidad penal y civil aparecían todavía
indiferenciadas.
Recién durante el período clásico del Derecho Romano, se llegó a distinguir la
pena que impone el poder público ante hechos determinados para castigar al culpable
de un delito que repercute directamente sobre la sociedad, del derecho de la víctima a
reclamar el resarcimiento de los dalos sufridos.
En el Derecho Romano, el fundamento de la reparación de los daños residía en la
injusticia que importaba en sí mismo el hecho dañoso. El Derecho Romano clásico
estuvo lejos de reconocer a la culpa un lugar protagónico. Sólo con posterioridad,
especialmente en el derecho bizantino, comenzó a asignársele un papel preponderante,
pero sin llegar a convertirla en fundamento exclusivo de la responsabilidad civil.
Durante la Edad Media, en el antiguo derecho francés y español la culpa
comienza tímidamente a hacerse sentir, especialmente por la influencia del
cristianismo, pero sin llegar a ostentar el carácter de principio exclusivo y excluyente de
responsabilidad civil. Es recién hacia fines del siglo XVII donde el derecho comienza a
experimentar una profunda transformación, advirtiéndose dos progresos básicos:
1. Admisión creciente del elemento intencional (culpa).
2. Diferenciación nítida entre la pena pública que recae sobre el criminal, y la
indemnización de daños causados a la víctima, que tienen carácter netamente privado.
Un rol fundamental en este proceso le cupo a Domat, cuyas ideas dieron
sustento a lo que sería el régimen de responsabilidad civil que habría de consagrar, años
más tarde, el Código Civil francés: <<No hay responsabilidad sin culpa. La culpa como
fundamento exclusivo y excluyente de la responsabilidad>>. Conforme a éste principio, el
individuo sólo debía responder por el daño causado a otro, cuando hubiere obrado con
dolo o culpabilidad.
Los efectos de la Revolución Industrial y el advenimiento de la sociedad de
masas produjeron profundas mutaciones en el mundo occidental. Las máquinas, que
tantos beneficios ocasionaban, se convertían, en muchos casos, en factores generadores
de daños para terceros. Exigir la prueba de la culpa del dueño o guardián, en tales
supuestos, importaba u proceder injusto para la víctima, apto para determinar que
muchos daños quedaran sin resarcimiento.
Estas situaciones generan que a fines del siglo XIX y en los primeros años del
siglo XX comiencen a proliferar las primeras doctrinas que admiten, con diferente
extensión, la idea de una responsabilidad objetiva.
El derecho civil argentino, que en su redacción originaria siguió a la legislación
francesa, no permaneció ajeno a esta nueva realidad. Aún antes de la reforma de 1968
muchas de sus normas habían resultado objeto de interpretaciones flexibles y
extensivas por parte de la doctrina y jurisprudencia, en procura de soluciones justas. La
ley 17.711 representó la conclusión de este proceso y produjo una transformación del
espíritu de nuestro Código, al que impregnó de ideas más solidarias y humanistas.
La evolución de la responsabilidad civil en los países más desarrollados y la
influencia de los mecanismos de socialización de daños han llevado a algunos juristas a
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3) Responsabilidad precontractual:
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1) Concepto de daño:
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acreedor, a raíz del incumplimiento del deudor, en otros bienes distintos del objeto de la obligación (en
el ejemplo citado, se contagian y mueren otras vacas: el daño extrínseco se traduce en el
valor de estas últimas).
Esta clasificación, inspirada en Pothier, tenía fuerte respaldo en el derogado
artículo 521 del Código Civil para delimitar la extensión de la responsabilidad del
deudor en el incumplimiento obligacional. El deudor respondía siempre por los daños
intrínsecos y sólo en caso de dolo por los extrínsecos. El panorama ha variado
sensiblemente luego de la reforma introducida en el año 1968 por la ley 17.711 al artículo
521 del Código Civil.
c) Daño común y daño propio: Daño común es aquel que cualquier persona habría
experimentado a raíz del incumplimiento, conforme al curso normal y ordinario de las cosas. Así, se
pierde una joya prestada para ser lucida por una modelo en un desfile, el daño común
estará dado por el valor corriente o de reposición de la misma.
El daño propio es el que sufre un acreedor determinado, en función de las circunstancias que
le son particulares en el caso concreto. En el ejemplo dado, la joya representaba un recuerdo
familiar, con el consiguiente perjuicio de afección que deriva de su pérdida sólo para el
acreedor.
En principio, el daño común es siempre resarcible. El daño propio, en cambio,
sólo es indemnizable cuando fuese conocido o conocible por el deudor al tiempo de
contraer la obligación.
directo y daño indirecto: Daño directo es aquel que reclama la víctima del
Daño directo
ilícito extracontractual; daño indirecto es el que reclama una persona distinta de la
víctima del ilícito, que sufre un perjuicio propio, derivado de aquél.
4) Daño moral:
Concepto:
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Según una tesitura, existirían daños diversos del moral y del patrimonial, a título
de categorías autónomas y resarcibles per se: psíquico, incapacitante, estético, sexual, al
proyecto de vida, etc.
Sin embargo, conforme la doctrina dominante, esta tesis debe ser rechazada por
cuanto que dichos menoscabos constituyen lesiones que pueden originar o acentuar
daños morales o económicos, y son éstos los resarcibles. Así, una lesión psíquica
representa una alteración patológica de la personalidad y lógicamente intensifica el
daño moral, pero no puede considerarse como un daño específico y distinto a él.
Desde luego y a fin de establecer la indemnización justa, el magistrado debe
valorar adecuadamente la magnitud de las lesiones sufridas, con todos sus componentes
(estético, psíquico, sexual...). Pero el daño resarcible versa sobre las repercusiones
negativas en la persona de la víctima o en su patrimonio; las cuales pueden ser distintas
ante idénticas lesiones (la pérdida de la mano de un cirujano y la de un abogado).
La postura impugnada conduce a una propagación indefinida de los daños
resarcibles y crea el riesgo de indemnizar doblemente un mismo perjuicio.
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Al definir la antijuridicidad dijimos que ésta es toda acción que resulta contraria al
ordenamiento jurídico integralmente considerado. Como se advierte, esta definición prescinde
del requisito de la <<voluntariedad>>; pero dicha omisión no es causal, sino que por el
contrario, significa una toma de posición con respecto al debate doctrinal planteado en
torno al problema del carácter objetivo o subjetivo de la antijuridicidad.
La tesis subjetivista señala que los mandatos jurídicos tienen como destinatarios
a sujetos capaces de comprender y, en consecuencia, acatarlos. Por tal motivo es que se
considera que el “derecho” sólo puede ser ofendido mediante acciones voluntarias. Los
actos de los inimputables al igual que las fuerzas naturales se consideran
acontecimientos fortuitos y no pueden ser calificados como ilícitos por hallarse fuera de
la conciencia inteligible del individuo. No existen, conforme a esta tesitura, ilícitos
inculpables. La acción contraria a la norma debe ser dolosa o culposa.
En cambio, para la tesis objetivista, la ilicitud de un acto es juzgada con
prescindencia de la condición anímica del agente: es suficiente que una regla de derecho
haya sido vulnerada.
Esta tesis responde a la necesidad de concebir idealmente el fenómeno de la
conducta de una persona en oposición con los mandatos legales. La ilicitud presupone
un juicio de valor en el cual se afirma su contradicción con las normas jurídicas. Una
contradicción entre el hecho y el derecho. La antijuridicidad se determina, podemos
concluir, por su antagonismo con el orden jurídico: la antijuridicidad en su esencia no es
sino la negación del derecho.
Decimos, por lo tanto, que un determinado proceder se declara antijurídico
cuando contradice las reglas del ordenamiento jurídico integralmente considerado.
Como se ve, el juicio de valor recae exclusivamente sobre el acto; la culpabilidad o
inculpabilidad del autor es indiferente a ese respecto y sólo se toma en cuenta para
discernir su responsabilidad. Admitimos, pues, la ilicitud aunque no haya voluntad -y
por consiguiente imputabilidad- en el agente pues conceptualmente la punibilidad es
sólo una consecuencia posible de la antijuridicidad, pero no un elemento estructural de
la misma.
Si conceptuamos que el ámbito de las normas del derecho se extiende también a
los inimputables, se encuentra explicación satisfactoria para diversas situaciones,
especialmente en la doctrina de la legítima defensa. La agresión de un demente, por
ejemplo, puede ser juzgada de acuerdo con las circunstancias como “ilegítima” y a ese
título justificar la legítima defensa del agredido, o la represión por la autoridad o por un
tercero.
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Responsabilidad contractual:
El incumplimiento obligacional, en cualquiera de sus posibles manifestaciones,
importa una violación al derecho de crédito y constituye siempre una conducta
antijurídica. Quien incumple una obligación en forma absoluta o relativa, total o
parcialmente, obra de manera antijurídica pues contraviene los deberes que le atañen en
virtud de un vínculo preexistente.
Las mismas consideraciones caben para el incumplimiento contractual en
sentido estricto. La regla del artículo 1197 del Código Civil es clara y elocuente: “Las
convenciones hechas en los contratos forman para las partes una regla a la cual deben someterse como a
la ley misma”. Va de suyo que quien incumple el contrato no obra conforme al
ordenamiento jurídico
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Responsabilidad extracontractual:
El ordenamiento jurídico argentino ha consagrado el principio rector del alterum
non laedere, prohibiendo no dañar a otro sin causa de justificación. La Corte Suprema de
Justicia de la Nación, en un trascendente fallo del año 1985 (Santa Coloma, Luís F. y
otros c. Ferrocarriles Argentinos), le ha asignado inclusive jerarquía de derecho
constitucional. Por lo tanto, en principio, debe presumirse antijurídico todo acto u
omisión que cause un daño a otro, sin que medie causa de justificación.
Responsabilidad objetiva:
Suele sostenerse que en la responsabilidad objetiva en general, y en la derivada
del riesgo o vicio de la cosa, en particular, no se advierte la presencia de antijuridicidad.
Se trataría de una responsabilidad por actos lícitos (Moisset de Espanes, Zavala de
Gonzáles, Borda). En apoyo de estas ideas se argumenta que la ley se ha hecho eco de
una realidad inocultable de nuestro tiempo, cual es la existencia de cosas y actividades
que engendran una potencialidad de daño considerable hacia terceros, cuyo empleo en
modo alguno puede ser suprimido o limitado, sin aparejar un retroceso considerable
desde el punto de vista económico y social.
Sin embargo, se a replanteado y negado este argumento, afirmándose que
también en la responsabilidad objetiva puede encontrarse el presupuesto de la
antijuridicidad objetiva. Y en este sentido, Pizarro afirma que la creación de un riesgo, a
través de una actividad humana que socialmente es reconocida como valiosa, es lícita.
Pero la actividad riesgosa puede devenir en dañosa; y es entonces donde se opera la
transgresión del principio alterum non laedere, y la consecuente antijuridicidad.
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Supuesto Consiste
Imposibilidad La noción de imposibilidad debe ser medida en términos de
sobrevenida, actualidad. Se trata de una prestación que era susceptible de no ser
cumplida al momento de contraerse la obligación y que
objetiva y
ulteriormente deviene imposible.
absoluta de la La imposibilidad también debe ser objetiva y absoluta. Esto
prestación significa que ella tiene que representar un obstáculo insalvable para
cualquier persona, en función del tipo de prestación
comprometida, y no solamente para el deudor.
Solo cuando la prestación deviene imposible por una causa objetiva
sobrevenida no imputable al deudor, la obligación se extingue y se
produce la disolución del vínculo jurídico.
Si, en cambio, la imposibilidad es imputable al deudor, el vínculo
jurídico no se extingue y permanece, pese a tener por objeto una
obligación de cumplimiento imposible. La obligación subsiste
aunque transformando su objeto: ella se convierte en una
obligación de pagar daños y perjuicios.
Frustración También se produce el incumplimiento absoluto y definitivo de la
irreversible del prestación cuando ésta es temporalmente incumplida, o es
ejecutada de manera defectuosa y tal situación provoca la
interés del
frustración irreversible del interés del acreedor, cerrando las
acreedor puertas a toda posibilidad de cumplimiento tardío. Por ejemplo, el
caso de obligaciones sujetas a un plazo esencial
Voluntad Se produce cuando el deudor manifiesta de manera inequívoca y
manifiesta de no concluyente que no habrá de cumplir la obligación, cualquiera sea
la causa que invoque, siempre que, como es lógico, no se trate de un
cumplir
supuesto de imposibilidad sobrevenida, objetiva y absoluta de la
prestación, no imputable a éste.
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3) Incumplimiento defectuoso:
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Función Consiste
Autoría La relación de causalidad permite determinar cuando un resultado
dañoso es materialmente atribuible a la acción dañosa de un sujeto
determinado (imputación fáctica).
Conviene no confundir autoría del daño con autoría de la conducta dañosa.
La primera supone una noción más amplia que abarca tanto el daño
causado personalmente, como al ocasionado por un sujeto por el cual
se debe responder o por una cosa de la que se es propietario o
guardián. Cuando el daño es causado, por ejemplo, por un
dependiente en ejercicio o en ocasión de sus funciones, el autor de la
conducta dañosa es este último; sin embargo, la autoría del daño se
proyecta sobre el principal, que en tales circunstancias debe
responder por el hecho de su dependiente.
Extensión del Por otro lado, la relación de causalidad brinda los parámetros
resarcimiento objetivos indispensables para calibrar la extensión del resarcimiento,
mediante un régimen predeterminado de imputación de
consecuencias. A través de ella se determina hasta donde el derecho
quiere que el autor material responda por sus actos, evitándose de tal
modo la elongación excesiva del perjuicio y el enriquecimiento
consiguiente del damnificado.
Por ello, es necesario tener en cuenta que, en nuestro sistema, en
principio, la extensión del resarcimiento se rige estrictamente por la
relación de causalidad y no por la de culpabilidad, salvo casos de
excepción que deben ser rigurosamente calibrados.
Cabe señalar, sin embargo, que si bien la extensión del resarcimiento
se mide por la relación de causalidad y es ajena a la idea de culpa, el
factor subjetivo de atribución puede, en ciertos casos, determinar
una mayor extensión de la reparación; es lo que sucede en el caso del
dolo.
4) Causalidad y culpabilidad:
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Teoría Afirma
Teoría de la Es atribuida a John Stuart Mill quien había sostenido que <<la causa
equivalencia de de un resultado es la suma de todas las condiciones positivas y
negativas que, tomadas en conjunto, contribuían a producirlo>>.
las condiciones
Para esta teoría, todas las condiciones que contribuyen a producir un
resultado dañoso tienen el mismo valor, por lo que la falta de
cualquiera de ellas determina la no causación del daño. Por lo tanto,
para funda la imputación fáctica bastaría con que el sujeto hubiera
puesto una condición cualquiera de ese resultado.
Semejante amplitud en el concepto de causa lleva a considerar como
tales a las condiciones inmediatas, mediatas e inclusive a las remotas.
La gravedad de tal conclusión se potencia cuando ellas se proyectan
en el tiempo, ya que no sólo cabría incluir a las condiciones actuales,
sino también a las causas de las causas, y así indefinidamente.
Por lo demás, desde una perspectiva estrictamente lógica, esta tesis
conduce a una insalvable contradicción pues después de definir el
todo por la suma de las partes termina afirmando que cada parte es
igual al todo.
Teoría de la Esta teoría procura buscar entre todas las posibles condiciones que
causa próxima han producido el resultado la causa generadora del mismo. Acude
para ello a un criterio simplista al asignar tal carácter a <<la condición
que se presenta como más próxima al resultado dañoso en el orden
cronológico>>.
Si bien es cierto que en algunos casos la condición previa en el
tiempo a la producción del evento dañoso suele ser la causa del
efecto, ello no constituye una regla absoluta que permita erigir un
criterio categórico en tal sentido.
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Culpa:
• Concepto:
La culpa es el factor de imputación subjetivo más importante dentro de nuestro
derecho privado. El Código Civil la define en su artículo 512, como “... la omisión de aquellas
diligencias que exigiere la naturaleza de la obligación, y que correspondiesen a las circunstancias de las
personas, del tiempo, y del lugar”. Si bien se hace referencia a culpa en el incumplimiento
obligacional el concepto es trasladable sin dificultades al ámbito de los actos ilícitos
extracontractuales.
Para que se configure la culpa es menester la presencia de dos requisitos:
1. La omisión de realizar la conducta que exige la naturaleza de la obligación: la culpa
importa siempre una desviación o defecto de la conducta debida. Ella justifica el juicio
de reproche que se formula.
2. La ausencia de propósito deliberado de incumplir o de causar un daño: la culpa
presupone siempre buena fe del deudor y allí radica una diferencia sustancial con el
dolo. Esta circunstancia determina que opera un trato más benévolo que en los casos de
dolo. Cabe señalar que la infracción de la diligencia, genéricamente considerada, se da
tanto en la culpa como en el dolo; lo que sucede en este último supuesto es que, en
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razón de mediar una voluntad conciente y deliberada de no cumplir, ésta absorbe dicha
obligación de diligencia.
La culpa puede manifestarse como negligencia, imprudencia o impericia:
a) La negligencia consiste en no prever lo que era previsible o, habiéndolo hecho, en no
adoptar la diligencia necesaria para evitar el daño. Se trata de una conducta omisiva de cierta
actividad que, de haberse desplegado, habría evitado el daño. También se la denomina,
especialmente entre los penalistas, culpa inconciente.
b) La imprudencia se traduce en una conducta positiva, precipitada o irreflexiva, que es
llevada a cabo sin prever sus consecuencias. Es el caso de quien conduce a gran velocidad en
zona urbana, confiando en que su habilidad para manejar le permitirá evitar un
accidente o esperando que no ocurra. A esta forma de culpabilidad también se la suele
llamar culpa conciente.
c) La impericia consiste en la incapacidad técnica para el ejercicio de una función
determinada, profesión o arte. Por ejemplo, el ingeniero que, por desconocimiento de las
reglas que rigen su actividad profesional, realiza un cálculo de estructura equivocado,
que luego provoca el derrumbe de la obra.
• Graduación de la culpa:
En el derecho romano postclásico y justinianeo, la culpa en el incumplimiento
obligacional aparecía estructurada rígidamente, a través de un sistema de clasificación
abstracta, dividida en grados. A esta actitud se la denomino teoría de la gradación o
graduación de la culpa o teoría de la prestación de la culpa.
En Roma se distinguía inicialmente entre la culpa grave (o lata) y culpa leve.
Esta última especie, a su vez, era apreciada en abstracto o en concreto los glosadores
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incorporaron más tarde la culpa levísima que tomaron como parámetro a un muy buen
padre de familia o aún diligentísimo hombre.
La culpa grave constituía una negligencia grosera en el cumplimiento de una
obligación: eran no prever lo que habría previsto cualquier persona. La culpa grave
estaba asimilada al dolo en su tratamiento.
En la culpa leve, el modelo de conducta estaba dado por lo que habría seguido un
buen padre de familia (culpa leve in abstracto), o la que el propio responsable ponía
habitualmente en sus asuntos (culpa leve in concreto).
La culpa levísima tomaba en consideración la conducta que hubiese seguido en el
caso concreto un diligentísimo padre de familia.
La clasificación antes reseñada, se vinculaba con la denominada “teoría de la
gradación de las culpas”, conforme a la cual, cuando el contrato brindaba utilidad
exclusiva para el acreedor, el deudor sólo respondía en caso de culpa grave; si aquélla
era común para acreedor y deudor, se respondía por la culpa grave y la culpa leve in
abstracto; y en algunos casos excepcionales por culpa grave y por culpa leve in concreta.
Cuando se trataba de obligaciones que solo generaban utilidad para el deudor, este
respondía, además, por culpa levísima.
La doctrina nacional mayoritaria señala que la teoría de la gradación de la culpa
fue rechazada por Vélez Sársfield en el artículo 512 y en su correspondiente nota
donde, citando a Zachariac, la califica como “una de las más oscuras en el derecho”.
Cabe señalar, sin embargo, que el codificador no fue del todo coherente en esta
materia, y que encontramos en el Código algunas excepciones en donde el fantasma de
la teoría de la gradación de la culpa hace su aparición (artículos 413,1724, 2202 y 2291).
Sin perjuicio de reconocer que tales excepciones existen, las mismas no tienen
entidad suficiente para conmover el principio general ante enunciado.
• Apreciación de la culpa:
Apreciar la culpa es determinar si, en caso concreto a mediado o no dicho
reproche subjetivo en la conducta del superagente. La culpa puede apreciarse in
abstracto, tomando en cuenta un módulo-tipo (por ejemplo, buen padre de familia), o
en concreto, que se valora comparando la conducta del agente con el módulo ideal de
referencia antes indicado.
Nuestro sistema es, a la vez, abstracto y concreto. El juez debe examinar el caso
concreto ponderando los antecedentes y luego confrontándolos con la diligencia que en
tales circunstancias habría observado un hombre prudente.
La culpa debe juzgarse tomando en cuenta la naturaleza de la obligación (así,
por ejemplo, el deber de cuidado y, diligencia que impone trasladar un valioso caballo
pura sangre de carrera, es mayor que el que deriva del trasladar un caballo de tiro
común); la calidad de las personas de deudor y acreedor (no puede exigirse el mismo
grado de diligencia a un médico, a una enfermera o a un lego, a la hora de suministrar
una sustancia tóxica a un tercero), la prudencia y el pleno conocimiento de las cosas,
exigibles en el caso concreto.
Las condiciones personales del agente deben ser tenidas en cuenta para
establecer un deber de previsión mayor del que imponían las circunstancias en que
actuaban, conforme surge del artículo 902 del Código Civil, que establece: “Cuanto mayor
sea el deber de obrar con prudencia y pleno conocimiento de las cosas, mayor será la obligación que
resulte de las consecuencias posibles de los hechos”. Fuera de tal caso, no se deben computar las
condiciones personales del agente relativas a su inteligencia, habilidad, talento, a fin de
comparar la conducta realmente desplegada con la que se debía, salvo cuando se trata
de cuestiones en la que se genera una especial confianza entre las partes (artículo 909).
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Cuando de tal comparación se suscite un reproche, habrá culpa. Si el agente sale airoso,
estará exento de ella.
• Prueba de la culpa:
La prueba de la culpa presenta indudable importancia. Conviene distinguir su
tratamiento en las órbitas contractual y extracontractual.
1. Órbita extracontractual: En materia extracontractual rige el principio
conforme al cual quien pretende el derecho de la indemnización derivado de un acto
ilícito, debe acreditar todos los extremos que constituyen dicha relación jurídica (daño,
relación de causalidad, antijuridicidad y factor de atribución). En consecuencia, como
regla, la culpa no se presume y debe ser probada por quien alega su existencia.
La prueba de la culpa no se satisface con la mera demostración de los otros
elementos de la responsabilidad civil. Acreditada la antijuridicidad de la conducta, no
basta para que se tenga para ello demostrada la culpa del agente, pues es posible que
éste pueda haber obrado sin culpa, por error excusable o por coacción. Antijuridicidad y
culpabilidad se encuentran, pues, en planos distintos y la existencia de aquella no
autoriza a inferir, sin más, la culpa. No obstante ello, a veces, la prueba de la
antijuridicidad y del daño permiten presumir jurisprudencialmente la existencia de
culpa, invirtiendo la carga probatoria, de suerte que es el agente quien debe demostrar
que no hubo culpa. En otros casos, es la propia ley la que dispone dicha inversión,
estableciendo una presunción normativa iuris tantum de culpabilidad y la consiguiente
inversión de la carga probatoria.
2. Órbita contractual: Tradicionalmente se sostuvo que el acreedor debía probar
el título de su crédito, correspondiendo al deudor alegar y probar haber cumplido o la
circunstancia extintiva o impediente de su obligación. Dentro de ese contexto se
sostuvo que la culpa se presumía en el incumplimiento contractual.
La aceptación del distingo entre obligaciones de medio y de resultado llevo a la
doctrina dominante a sostener que la prueba de la culpa es independiente de la fuente
de obligación y que su carga debe pesar sobre acreedor o deudor, según la naturaleza de
la prestación.
En las obligaciones de medio el factor de atribución es subjetivo y basado en la
idea de culpabilidad. Conforme a la doctrina tradicional, la carga de la prueba de dicho
elemento subjetivo recae, en principio, sobre el acreedor (damnificado). Ello sin
perjuicio de la existencia de lo que algunos autores denominan obligaciones de medios
agravadas, en donde el factor de atribución es también es subjetivo, pero la culpa
aparece presumida legal o jurisprudencialmente. Tal lo que sucede, por ejemplo, en
materia de mora del deudor, en donde el artículo 509 dispone que es éste quien debe
aportar la prueba para eximirse de las consecuencias de la mora acreditando que no le es
imputable.
En las obligaciones de resultado, en cambio, se presume la responsabilidad del
deudor a partir de la no obtención del resultado, debiendo éste, para liberarse, acreditar
la ruptura del nexo causal.
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Dolo:
El dolo tiene tres acepciones distintas dentro del el Código Civil: como vicio de
la volunta; como elemento del delito y como conducta del deudor en el incumplimiento
obligacional.
1. Vicio de la voluntad: Como vicio de la voluntad, el dolo es “... toda aserción de lo
que es falso o disimulación de lo verdadero, cualquier artificio, astucia o maquinación que se emplee con
ese fin” (artículo 931 de Código Civil).
2. Elemento del delito: Como elemento del delito civil, el dolo consiste en ejecutar
un hecho ilícito “... a sabiendas y con intensión de dañar a la persona de otro...” (artículo 1072 del
Código Civil).
La ley hace expresa referencia a la intensión de dañar a la persona o los derechos
de otro. “A sabiendas” significa consciente de la ilicitud del acto. La mayoría de nuestra
doctrina interpreta literalmente la norma y exige que medie ese maligno propósito
(dolo directo).
Nosotros pensamos que para la configuración del dolo delictual es suficiente con
que el sujeto se represente internamente el resultado necesariamente ligado al efecto
querido (dolo indirecto). Lo verdaderamente determinante es la actitud del agente ante
el resultado que se ha representado, haya o no intención de provocar el daño.
Más delicada es la cuestión relativa al dolo eventual, que se configura cuando el
sujeto asiente la realización del acto que prevé como probable (menosprecio de las
consecuencias probables). El autor se representa el resultado -que no es querido ni
deseado- y lo asiente. La mayor parte de nuestra doctrina estima que el dolo eventual
está al margen de la letra del artículo 1072 del Código Civil y debería ser encuadrado
dentro del artículo 1109.
3. El dolo en el incumplimiento obligacional: El dolo en el incumplimiento
obligacional consiste en no cumplir de manera consciente, deliberadamente, pudiendo cumplir. Para
su configuración no es menester la intensión de causar un daño al acreedor.
El artículo 521 del Código Civil hace referencia a la inejecución maliciosa de la
obligación, determinando en tal caso una mayor extensión del resarcimiento y la no
aplicación del tope porcentual previsto en materia de honorarios en el último párrafo
del artículo 505 del Código Civil. Pero, ¿Qué se debe entender por inejecución maliciosa?
Algunos autores estiman que la inejecución maliciosa sería algo más que el mero no
cumplimiento pudiendo cumplir: ella exigiría propósito de causar daño al acreedor; una
mala fe calificada por la intensión de causar un daño o por la grave indiferencia del
incumplidor por las consecuencias que normalmente y previsiblemente generará su
conducta al acreedor.
La doctrina dominante, en cambio, entiende que la inejecución maliciosa no
configura una nueva categoría de incumplimiento doloso y que, por el contrario, se trata
de la misma inejecución deliberada que configura el dolo en el incumplimiento
obligacional.
En lo que respecta a la prueba del dolo, cabe decir que éste no se presume y la
demostración de su existencia pesa sobre quien lo alega. Son aplicables los principios
generales, admitiéndose inclusive la prueba presuncional e indiciaria.
Cabe, por último, hacer referencia a las consecuencias que derivan del dolo. Para
ello es necesario tener en cuenta que las consecuencias resarcitorias inherente a la
responsabilidad por daños no varían por la circunstancia de que éstos hayan sido
causados con dolo o culpa. La extensión de la reparación se fija prioritariamente en
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Factor Consiste
La teoría La teoría del riesgo surgió en el derecho francés a fines del siglo XIX. Los
del riesgo esfuerzos de esta doctrina por brindar una explicación a la responsabilidad
civil basada en el riesgo no han alcanzado uniformidad, advirtiéndose tres
líneas de pensamiento bien diferenciadas:
1. La teoría del riesgo creado: Esta teoría se sintetiza de la siguiente
manera: <<quien es dueño o se sirve de una cosa, o realiza actividades que,
por su naturaleza o modo de empleo generan riesgos potenciales a
terceros, debe responder por los daños que ellas originan>>.
2. La teoría del riesgo beneficio: Según esta teoría, no se debería
responder objetivamente por cualquier riesgo creado, sino por aquellos
que permiten alcanzar un beneficio. La responsabilidad objetiva se
presentaría, de tal modo, como contrapartida del beneficio obtenido por la
creación del riesgo.
3. Teoría del acto anormal: Según esta teoría, quien incorpora a la
comunidad un riesgo, no debe responder objetivamente por todas las
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El abuso Cierta doctrina menciona, también, al abuso del derecho como un factor
del objetivo de atribución. Se pondera especialmente el hecho de haber
consagrado el artículo 1071 del Código Civil un concepto de abuso de
derecho
derecho imbuido de parámetros objetivos. Dicho artículo establece: “La ley
no ampara el ejercicio abusivo de los derechos. Se considerará tal al que contraríe los
fines que aquélla tuvo en mira al reconocerlos o al que exceda los límites impuestos por
la buena fe, la moral y las buenas costumbres”.
Pizarro considera, en cambio, que el abuso del derecho no constituye un
factor de atribución, sino una modalidad de antijuridicidad.
Exceso en Para algunos autores, el artículo 2618 del Código Civil consagraría otro
la normal factor objetivo de atribución. En virtud de dicho artículo: “Las molestias que
tolerancia ocasionen el humo, calor, olores, luminosidad, ruidos, vibraciones o daños similares por
entre el ejercicio de actividades en inmuebles vecinos, no deben exceder la normal tolerancia
teniendo en cuenta las condiciones del lugar y aunque mediare autorización
vecinos
administrativa para aquéllas.
Según las circunstancias del caso, los jueces pueden disponer la indemnización de los
daños o la cesación de tales molestias.
En la aplicación de esta disposición el juez debe contemporizar las exigencias de la
producción y el respeto debido al uso regular de la propiedad; asimismo tendrá en cuenta
la prioridad en el uso”.
Pizarro piensa que, de ordinario, la responsabilidad que emerge de esta
norma será objetiva, por aplicación de la doctrina del riesgo creado que
obliga a responder por el daño causado por el riesgo o vicio de la cosa. Sin
embargo, no debe descartarse -según los casos- la posible configuración de
una responsabilidad subjetiva, basada en la culpa probada o presumida.
Otros La doctrina admite con mayor o menor amplitud, otros posibles factores
posibles de atribución:
1. Igualdad ante las cargas públicas: Algunos autores suelen incluir como
factores
factores objetivos de atribución, también la igualdad ante las cargas
objetivos públicas (artículo 16 de la Constitución Nacional), especialmente para
justificar la responsabilidad civil del Estado por actos lícitos.
2. Seguridad social: También se menciona a la seguridad social en aquellos
casos en los cuales, en forma más o menos amplia, se ha dispuesto la
socialización del daño. Se señala que, si bien lo ordinario es que la
seguridad social esté en manos del Estado, existen supuestos en los cuales
por ley se pone en cabeza de particulares justificando o dando fundamento
a una obligación indemnizatoria.
3. El derecho a la intimidad: Otros autores suelen incluir la violación del
derecho a la intimidad como un factor objetivo de atribución autónomo,
infiriendo tal carácter de la propia naturaleza del derecho conculcado o del
carácter arbitrario de la conducta lesiva, conforme a los términos del
artículo 1071 bis del Código Civil.
Pizarro sostiene que tal construcción es inaceptable, por carecer de bases
normativas en nuestro sistema. Semejante idea no fluye de los artículos
1071 y 1071 bis del Código Civil, ni de ninguna otra norma de icho cuerpo
normativo.
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Causa Consiste
Ejercicio Conforme al artículo 1071 del Código Civil: “El ejercicio regular de un derecho propio o el
regular de un cumplimiento de una obligación legal no puede constituir como ilícito ningún acto”. El ejercicio
regular de un derecho, dentro de los límites reconocidos por el ordenamiento jurídico,
derecho constituye un obrar lícito, sin que obste a tal conclusión la eventual causación de un
daño a un tercero, derivada de aquél. Tal menoscabo no es, en principio, indemnizable.
Pero, hay que tener en cuenta que, los abusos o excesos que deriven de del ejercicio del
derecho constituyen verdaderos actos ilícitos aptos para generar responsabilidad cuando
causen daño a terceros.
Cumplimient Esta causa de justificación de carácter genérico, aparece señalada en el artículo 1071 del
Código Civil y comprende e individualiza diversos supuestos, previstos expresamente en
o de una el Código Penal: el cumplimiento de un deber, el ejercicio de una autoridad o cargo y la
obligación obediencia debida. En tales supuestos, la ley impone de manera imperativa al agente una
legal determinada conducta y parece obvio que quien la ejecute sin incurrir en exceso en modo
alguno pueda ver comprometida su responsabilidad civil o penal.
Estado de El estado de necesidad no aparece contemplado e forma expresa por el Código Civil.
Únicamente el Código Penal se ocupa de él en el artículo 34 inciso 3º, cuando justifica la
necesidad
conducta de aquel que “causare un mal por evitar otro mayor inminente a que ha sido extraño”. Si
se mira al que ha sufrido el daño, sin merecerlo, parece justo reconocerle el derecho a
obtener la reparación plena del perjuicio, pues nadie está obligado a contribuir con sus
bienes para salvar los de otro. Pero he aquí que tampoco parece justo responsabilizar a
quien, por un estado de necesidad no imputable, causa un daño para evitar otro más
importante.
La mayoría de nuestros autores estiman que en tal supuesto no procede indemnización
alguna: las acciones lícitas, en principio, no generan responsabilidad civil, salvo expresa
disposición legal en contrario. Pizarro, por su parte, sostiene que la responsabilidad no
queda excluida, sino que, en virtud del artículo 907, los jueces pueden otorgar un
resarcimiento de equidad, teniendo en cuenta la importancia del patrimonio del autor
del hecho, el enriquecimiento por este experimentado y la situación personal de la víctim
Legítima La legítima defensa requiere para su configuración que medie una agresión ilegítima y
que ella recaiga sobre la persona o los bienes materiales o morales de quien se defiende.
defensa El ataque contra la persona o los bienes debe ser actual y no meramente potencial; se
exige, además, necesidad racional del medio utilizado para impedir o rechazar la
agresión, proporcionado con la gravedad de esta última. Es menester, finalmente, que no
haya mediado provocación por parte de quien se defiende. Obra, pues, legítimamente,
quien causa un daño a un tercero, al defenderse de una agresión, en las condiciones que
determina la ley. Se advierte que la legítima defensa se encuentra emparentada con el
estado de necesidad, pero difiere de este último en que el que se defiende causa un daño a
su agresor; en cambio, en el estado de necesidad el perjuicio es soportado por una
persona ajena al hecho.
Consentimie El consentimiento del propio damnificado puede, en ciertos casos, actuar como causa de
justificación, y determinar la no resarcibilidad del daño causado. En principio, el
nto del consentimiento del damnificado excluye la antijuridicidad de la conducta del dañador,
damnificado salvo cuando ello sea contrario a la ley, la moral, las buenas costumbres o el orden
público. El tema sume especial importancia en materia de derechos no disponibles en
forma absoluta (como el derecho a la vida), cuya protección trasciende el plano de los
intereses individuales, para proyectarse al ámbito social. Por eso es que, tratándose de
derechos de esta clase, el consentimiento del damnificado sería inválido.
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Eximente en Consiste
materia de
responsabilidad Si la responsabilidad se asienta en la idea de culpa, la prueba de la ausencia de
subjetiva culpa (o no culpa) debe ser suficiente para provocar la liberación del
sindicado como responsable. Dentro de este orden de ideas, deben admitirse
como eximentes:
1. Las causas de inculpabilidad debidamente invocadas y probadas:
• Error de hecho esencial y excusable;
• Dolo;
• Violencia o intimidación.
Cuando esto sucede, el acto deviene sin intención y libertad respectivamente,
desvaneciéndose el presupuesto de la voluntariedad sobre el que se asienta el
juicio de culpabilidad.
2. La prueba de un obrar diligente, esto es, apropiado al objeto de la
obligación en función de las circunstancias de persona, tiempo y lugar.
Cabe preguntarnos que valor tiene la dispensa anticipada de la culpa y el
dolo, como un eximente de responsabilidad. Con respecto al dolo, el artículo
507 del Código Civil establece que: “El dolo del deudor no podrá ser dispensado al
contraerse la obligación”. Una solución contraria importaría una
desnaturalización del concepto mismo de obligación pues el deudor
cumpliría “si quiere” en abierta pugna con la esencia misma del vínculo
obligacional. Respecto a la sanción que corresponde a la dispensa anticipada
del dolo, la mayoría de la doctrina considera que se trata de un supuesto de
nulidad parcial y relativa. Sólo la cláusula resulta afectada, manteniendo el
resto del negocio plena validez. Es una solución que guarda armonía con el
principio de conservación del acto jurídico.
A diferencia de lo que ocurre con el dolo, nuestro Código guarda silencio con
respecto a la dispensa anticipada de la culpa. La doctrina clásica se
pronunciaba por admitir la validez de dichas cláusulas, basada, justamente,
en la ausencia de normas prohibitivas. Sin embargo, en la hora actual otro
parece ser el enfoque y la doctrina mayoritaria se inclina por sostener que no
es admisible la dispensa anticipada de la culpa cuando se pretende excluir o
limitar anticipadamente la responsabilidad por daño a la persona, o cuando
ella importe desnaturalizar la esencia misma de la relación contractual.
En el ámbito extracontractual existe consenso en que siempre es inválida
cualquier cláusula de dispensa anticipada de la responsabilidad. Es una
consecuencia lógica del carácter de orden público que asume la
responsabilidad civil proveniente de actos ilícitos.
En el ámbito del derecho del consumidor, la ley 24.240 tiene por no
convenidas -sin perjuicio de la validez del contrato- a las cláusulas que
desnaturalicen la las obligaciones o limiten la responsabilidad por daños
(artículo 37 inciso a).
responsabilidad El campo de la responsabilidad objetiva se caracteriza por la presencia de
objetiva presunciones de adecuación causal, desvirtuables mediante la acreditación de
la ruptura del nexo causal por parte del sindicado como responsable. La
victima, al tiempo de accionar, se ve favorecida ya que no tiene que demostrar
la culpa del responsable para obtener la indemnización. Le alcanza con
probar que el daño provino -por ejemplo- por la intervención activa de una
cosa riesgosa o viciosa, para que opere la presunción de responsabilidad sobre
el dueño o guardián. Dicha presunción es desvirtuable mediante la prueba de
la ruptura del nexo causal entre el factor objetivo de atribución y el daño.
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La necesaria relación causal que debe existir entre la acción y el daño puede
verse alcanzada por la presencia de factores extraños, con idoneidad para suprimir o
aminorar sus efectos. La ausencia total o parcial de relación de causalidad provoca,
consecuentemente, ausencia total o parcial de responsabilidad civil.
El tema presenta singular importancia en todos los supuestos d responsabilidad
civil, aunque, por cierto, asume mayor dimensión en la órbita de las presunciones de
responsabilidad objetiva, de origen contractual o extracontractual, en donde al
sindicado como responsable sólo le es permitido liberarse demostrando la incidencia de
una causa ajena.
En el Código Civil, las eximentes que se vinculan con la relación de causalidad y
el factor objetivo de atribución son: el hecho o culpa de la víctima, el hecho o culpa de
un tercero extraño por quien no se debe responder y el caso fortuito o fuerza mayor,
ajeno al riesgo desplegado.
El hecho de la víctima:
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1. INTRODUCCIÓN:
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Una vez determinados cuáles son los daños que el sistema considera resarcibles,
el principio de la reparación plena o integral suele ser invocado como la necesidad de una
razonable equivalencia jurídica entre el daño y la reparación.
De manera general, el principio de la reparación plena o integral conduce a la
aplicación de cuatro reglas fundamentales:
El daño debe ser fijado al momento de la decisión;
La indemnización no debe ser inferior al perjuicio;
La apreciación debe formularse en concreto;
La reparación no debe ser superior al daño sufrido.
El principio al que hacemos referencia ha sido valorado tanto en sus aspectos
positivos como negativos. Entre las ventajas mencionamos:
1. En primer lugar permite una evaluación en concreto del perjuicio, que se
opone a la estimación abstracta, que puede presentar una mayor arbitrariedad.
2. Toma, para evaluar el daño, al damnificado concreto y no a uno abstracto o
hipotético, lo cual incita a los jueces a procurar una indemnización más completa, que
respeta por igual los derechos de damnificados y responsable.
3. Rige el principio de libertad el juzgador para la valoración y cuantificación del
daño, quien no debe, -salvo indicación legal- estar obligado a seguir reglas de cálculos,
dictámenes periciales, etc.
4. Favorece y posibilita una dinámica permanente de los métodos de evaluación
del daño, que son adaptados de manera inmediata, a las nuevas situaciones individuales
que planeta el caso concreto.
5. Ha tenido gran importancia en países afectados por la inflación, para corregir
las graves secuelas que este pernicioso fenómeno económico genera en las obligaciones
de dar dinero.
Se han señalado, también, algunos inconvenientes que arroja el principio de la
reparación plena:
I) Se le atribuye generar rigor e incertidumbre. Rigor, pues su aplicación estricta
excluye toda consideración al autor del daño, al colocar el centro de atención en torno a
la víctima. Incertidumbre, desde el mismo momento en que el monto indemnizatorio no
puede ser conocido sino después de haber operado la evaluación judicial, lo cual
presupone la necesidad de un proceso judicial.
II) Su aplicación indiferenciada a todo tipo de daños generaría consecuencias
inconvenientes, sobre todo en materia de daño moral.
III) Alentaría a las víctimas y a las personas a su cargo a no retomar sus
actividades, aún cuando ello fuese posible y, más todavía, deseable, desde una
perspectiva individual y social. Así, por ejemplo, una viuda joven y sus hijos, que han
percibido la indemnización por el fallecimiento del esposo y padre de estos últimos, no
tendría incentivos para volver a trabajar, al no tener necesidad de hacerlo.
IV) Sería, en no pocos supuestos, difícilmente compatible con el seguro.
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4. EXCEPCIONES:
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La reparación en especie:
La reparación en especie consiste en la ejecución de una obligación -por lo general, de
hacer- que tiene por objeto hacer volver las cosas al estado en el que se hallaban antes de producirse el
menoscabo. Esta forma de reparación presupone que existan posibilidades materiales y
jurídicas de hacerla efectiva.
Para que proceda la reparación en especie, es menester la presencia de cuatro
requisitos:
1. Petición de parte interesada: El damnificado por un hecho ilícito o por el
incumplimiento obligacional puede optar por la reparación en especie o dineraria. Pero
siempre es menester que manifieste en la demanda cual de las dos formas de reparación
desea que proceda. Por ende, habrá que estar en todos los casos a la forma y modo en
que plantea el reclamo resarcitorio. Si opta por la reparación en especie, el demandado
no podrá liberarse pretendiendo pagar una indemnización dineraria.
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2. La reparación en especie debe ser posible: Para que proceda la reparación en especie,
ella debe ser posible, material y jurídicamente. Dicha exigencia surge expresamente del
artículo 1083 del Código Civil.
3. La reparación no debe importar un ejercicio abusivo del derecho: La doctrina dominante
admite pacíficamente que la reparación en especie no procede cuando ella importe un
ejercicio abusivo del derecho (art. 1071), tal lo que ocurre cuando resulta excesivamente
onerosa para el demandado. En tal caso, sólo es viable la indemnización pecuniaria. El
acreedor debe alegar y probar dicha onerosidad excesiva, u otras circunstancias que
tornen abusiva la pretensión del actor, en función de las circunstancias del caso.
4. No debe ser de aplicación la facultad judicial de atenuar la indemnización por razones de
equidad: En caso de serlo, el derecho del demandado no puede ser limitado por el hecho
de haberse articulado la pretensión de reparación en especie, por lo que sólo procederá
la reparación pecuniaria.
La reparación pecuniaria:
La reparación por equivalencia se traduce en la entrega a la víctima de un equivalente
(por lo general, pecuniario), con entidad suficiente para restaurar los valores afectados.
Como regla, a la hora de valorar y cuantificar el perjuicio, patrimonial o moral,
proveniente de un ilícito extracontractual o del incumplimiento obligacional, se tiene
en cuenta al damnificado concreto, y no a uno meramente hipotético. Ello impone
ponderar el daño caso por caso, atendiendo a las particularidades que el mismo presenta
en función del efectivo damnificado. Esta directiva, conocida como “principio de
interés”, es aplicable al daño patrimonial directo e indirecto y, con mayor razón, en
materia de daño moral:
I- Tratándose de daño patrimonial directo, o sea, de aquél que recae
directamente sobre las cosas o bienes económicos, el valor que ordinariamente se
considera al tiempo de indemnizar no sólo es el de cambio o de mercado sino también el
valor subjetivo que, en función de las circunstancias del caso, el bien afectado tenga
para el damnificado.
II- Cuando se trata de daño patrimonial indirecto, o sea aquel que repercute
sobre la persona, los derechos o facultades del damnificado, el principio de interés
asume un sentido todavía más categórico, pues en todos los casos corresponde
computar las circunstancias particulares del damnificado, en función de su edad,
condición familiar, sexo, profesión, ingresos, entidad cualitativa del perjuicio sufrido,
aptitud del mismo para ser superado o mitigado por el transcurso del tiempo, el tipo de
actividad que realizaba, etc.
III- Tratándose de daño moral, el principio de interés preside estrictamente la
indemnización, habida cuenta de su carácter personal, subjetivo, que pone el acento en
la espiritualidad del damnificado. Ello impone computar todas las circunstancias que
conforme al curso normal y ordinario de las cosas puedan, en el caso concreto,
configurar, potenciar, disminuir o, en su caso, desechar la existencia de un daño de esa
naturaleza.
Ordinariamente, la indemnización se paga mediante la entrega de una suma de
dinero en forma de capital global, apto para representar el daño patrimonial
experimentado y para dar satisfacción al daño moral. La sencillez y una inalterada
praxis judicial son aliados fundamentales de este sistema, hondamente arraigado a
nuestros tribunales. Tratándose de daños de carácter continuo, sobre todo en el ámbito
de los perjuicios a la persona, suele admitirse la posibilidad de que sean resarcidos de
dos maneras diferentes:
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Criterio Consiste
Doctrina que Para una posición, hoy superada, el daño moral debe determinarse en
valora el daño función de la cuantía del daño patrimonial. El juez debería fijar un
moral por su monto en concepto de daño moral que guarde relación de
relación con el porcentualidad con el daño material que condene a indemnizar.
daño Aceptar un criterio como el que analizamos importaría, en la mayoría
de los casos, una notoria injusticia para con una u otra parte (víctima o
patrimonial
responsable), por cuanto la indemnización resultaría en algunos
supuestos exorbitante y, en otros, exigua. No extraña, por lo tanto, que
haya sido descalificada por la propia CSJN.
Doctrina que Otros fallos, en cambio, dejan librada la determinación del daño moral
valora el daño al criterio puramente subjetivo y discrecional del juzgador. Es a él a
moral en base a quien le corresponde computar las circunstancias del caso concreto
criterios para determinar si existe o no daño moral y, en su caso, a cuánto se
puramente eleva el monto indemnizatorio. Todo dentro de un marco de absoluta
discrecionalidad, que debería acentuarse marcadamente cuando el
subjetivos del
daño moral proviene de un incumplimiento contractual.
juzgador No aceptamos estas ideas por cuanto que entendemos que la prudencia
judicial debe desarrollarse dentro del referente que brinda la ley, in
perder de vista las realidades objetivas que el caso concreto presenta.
Doctrina que Para una tercera posición, la procedencia del daño moral y su cuantía
valora el daño deben determinarse en función de la gravedad de la falta cometida por
moral en el responsable. La suma que el juez manda a pagar no tendría
función de la virtualidad resarcitoria o reparadora del daño, sino carácter de sanción
gravedad de la ejemplar, de una pena impuesta al ofensor, de un castigo. Cuanto más
grave sea el reproche que pueda formulársele al autor del daño, mayor
falta
será el monto de la pena que se mande a pagar.
Doctrina que Pizarro entiende que para valorar la entidad del daño moral se debe
valora la atender a la gravedad objetiva del daño causado. El daño moral se debe
entidad del determinar en función de la entidad que asume la modificación
daño moral en disvaliosa del espíritu. El dolor, la pena, la angustia, etc., son sólo
función de la elementos que permiten aquilatar la entidad objetiva del daño moral
padecido.
gravedad del
Debe computarse la personalidad del damnificado (edad, sexo,
menoscabo condición social, grado de sensibilidad); si el damnificado es directo o
causado indirecto; en este último caso, el vínculo existente con la víctima; la
índole de las lesiones sufridas; la mayor o menor divulgación del hecho,
especialmente en materia de atentados contra el honor o contra la
intimidad de una persona; etc.
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Dentro del perjuicio económico por incapacidad, debe distinguirse entre el daño
emergente, el lucro cesante y la pérdida de chances económicas favorables, así como el
enfrentamiento por el damnificado a chances perjudiciales.
El daño emergente comprende, entre otros, los gastos pasados y futuros para la
terapia de la víctima, y los de transporte, que con frecuencia se intensifican en caso de
invalidación.
Atendiendo al lucro cesante y a las chances negativas, la disminución productiva
derivada de una incapacidad no se restringe a ganancias perdidas, sino que comprende
la imposibilidad de producir ventajas económicas no remuneradas, como se verifica con
las ocupaciones domésticas, sea en el tiempo libre, sea con dedicación más o menos
completa (ama de casa). En esas actividades no rentadas es posible escoger un ingreso
presuntivo; por ejemplo, un salario promedio o estándar percibido por personas de clase
media, y utilizarlo para proyectar sobre él la importancia de la incapacidad estimada
por los peritos, según la entidad habitual de aquellas tareas.
Además, es necesario atender a las repercusiones patrimoniales que sufre la
víctima, variables según sus particulares circunstancias económicas. Por eso, debe
indagarse la específica proyección de la invalidación en la situación laboral previa. La
víctima de una seria afección que no obstante ha conservado su ocupación, soporta la
privación de oportunidades de progreso y enfrenta el riesgo de desocupación en caso de
perder ulteriormente dicho empleo. Esas chances disvaliosas constituyen materia
resarcible, que pueden evaluarse computando un porcentaje adicional sobre los ingresos
actuales o sobre uno presuntivo.
El lucro cesante pasado tiene como límite la fecha del efectivo pago o la más
próxima a éste; en cambio, el lucro cesante futuro se proyecta desde este momento
hasta un dique temporal variable según la hipótesis.
En el lucro cesante pasado simplemente se suman los subperiodos considerados
(de tal modo, la cantidad de ingresos perdidos cada año, multiplicada por la cantidad de
años transcurridos hasta el pago de las indemnizaciones) y se devengan intereses
moratorios desde cada oportunidad en que debió percibirse la ganancia frustrada.
En el lucro cesante futuro, dado que la indemnización se entrega por adelantado,
debe computarse que la víctima goza de la productividad de dicho capital (intereses
que puede lograr con su inversión). Por tanto, corresponde introducir un factor de
amortización a fin de que el capital junto con sus intereses se consuman al cabo de
dicho período resarcitorio y no generen una renta perpetua.
Para el cálculo del lucro cesante futuro, existe una formula sencilla y accesible,
que puede aplicarse al lucro cesante por incapacidad y al que sufren los sujetos que
dependían económicamente del causante. La formula es la siguiente:
C=AxB
“C” es el monto indemnizatorio a averiguar, que se logra multiplicando “A” por
“B”.
“A” significa la disminución patrimonial periódica a computarse en el caso
concreto.
“B” equivale al lapso total de períodos a resarcir.
La determinación de “A” varía según la hipótesis que se trate y de su valuación
por el magistrado. Por ejemplo, en el caso de incapacidad, “A” equivale a la disminución
del ingreso multiplicado por 13 meses (esta incluido el aguinaldo), al que se suma un
interés puro a título de productividad del capital. En la hipótesis de muerte, en “A” se
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1) Función preventiva:
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Establece el primer párrafo del artículo 907 del Código Civil: “Cuando por los
hechos involuntarios se causare a otro algún daño en su persona y bienes, sólo se responderá con la
indemnización correspondiente, si con el daño se enriqueció el autor del hecho, y en tanto, en cuanto se
hubiere enriquecido”.
Esta indemnización tiene como presupuesto el enriquecimiento y como límite su
monto, con prescindencia del mayor perjuicio que pueda haber sufrido la víctima.
No obstante, el artículo 908 del Código Civil deja a salvo “los derechos de los
perjudicados, a la responsabilidad de los que tienen a su cargo personas que obren sin el discernimiento
correspondiente”. Ella comprende la devolución de ventajas indebidas y el resarcimiento
de perjuicios sufridos por la víctima y es concurrente con la que pueda incumbir al
autor inimputable.
La ley 17.711 introdujo al artículo 907 del Código Civil el siguiente agregado: “Los
jueces podrán también disponer un resarcimiento a favor de la víctima del daño, fundados en razones de
equidad, teniendo en cuenta la importancia del patrimonio del autor del hecho y la situación personal de
la víctima”. Se trata de una responsabilidad por daño involuntario derivada de un factor
objetivo de atribución: la equidad. El factor equitativo que justifica la responsabilidad
es prioritariamente económico por cuanto que, cuando alguien solvente ocasiona
perjuicios injustos y graves sería perverso mantener su incidencia en el tercero.
La equidad decide si procede la responsabilidad y también mensura su alcance.
Esto implica que la reparación puede ser plena o solo parcial.
3) Delitos y cuasidelitos:
El artículo 1072 del Código Civil establece: “El acto ilícito ejecutado a sabiendas y con
intención de dañar la persona o los derechos de otro, se llama en este Código "delito".”
La definición legal dada por el artículo es introductoria de los capítulos del
Título VII, que regulan los delitos.
El codificador argentino, acogiendo la tendencia de la legislación extranjera,
distingue dos tipos de hechos ilícitos: los delitos y los hechos ilícitos que no son delitos,
regulados en el Título IX. Adviértase que nuestro legislador no utiliza la palabra
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<<Derecho de Daños>>
“cuasidelitos” sino una expresión mucho más amplia, “hechos ilícitos que no son
delitos”.
La metodología argentina ha sido censurada, afirmándose que carece de valor,
pues ambos son hechos ilícitos y tanto uno como otro obligan al ofensor a reparar la
totalidad de los daños causados.
La diferencia entre delito y cuasidelito radica en que en los primeros prima el
elemento intencional mientras que en los segundos solo se imputa negligencia o
impericia.
Dice Vélez en la nota al artículo 1072: <<En el derecho civil, delito designa toda
acción ilícita por la cual una persona a sabiendas e intencionalmente perjudica los
derechos de la otra. En derecho criminal, delito designa toda infracción definida y
castigada por la ley penal. No todos los delitos civiles constituyen delitos del derecho
criminal, porque la ley penal no castiga todos los actos que atacan los derechos de los
otros... Y recíprocamente, no todos los delitos del derecho criminal constituyen delitos
civiles. La ley penal castiga actos que no hacen sino amenazar el ejercicio de ciertos
derechos aunque no haya un ataque efectivo>>.
Pueden señalarse las siguientes diferencias entre el delito civil y el delito penal:
a) Los delitos penales deben ajustarse a la descripción hecha por la ley en cada
uno de los “tipos delictuales”; el delito civil, en cambio, se configura siempre que exista
intención de dañar, aunque la figura no esté especialmente descripta por la ley.
b) Los delitos penales pueden ser dolosos o culposos. El delito civil, en cambio,
siempre es intencional.
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La regla general es que se responde por el hecho propio. No obstante, la ley civil,
en algunos supuestos, imputa a una persona las consecuencias jurídicas dañosas de un
hecho del cual otra persona es autora; para que ello ocurra, es imprescindible el
cumplimiento de ciertos recaudos que emergen de la sistemática general del
ordenamiento.
Entre otros supuestos, se responde por el obrar lesivo de las siguientes personas:
1. Un dependiente: Así, el artículo 1113 párrafo primero parte primera del
Código Civil señala que: “La obligación del que ha causado un daño se extiende a los daños que
causaren los que están bajo su dependencia...” Quedan comprendidos:
a) El principal por el hecho de sus agentes.
b) Los padres por los daños ocasionados por sus hijos menores de edad.
c) Los tutores y curadores por los daños causados por los pupilos o curados.
d) Los directores de colegio por los daños causados por los alumnos.
2. Una persona de algún modo vinculada con el responsable, sin
estricta relación de dependencia: De tal modo, el amigo a quien se presta el
automotor con el que se causa un accidente.
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Concepto:
Quien encarga a otro una función en interés propio, asume el carácter de
principal y debe resarcir los daños que cause el dependiente con motivo de la tarea.
Fundamento:
Se han expuesto diversas teorías con el objeto de explicar la razón por la cual el
comitente responde por el hecho del dependiente:
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Requisitos o presupuestos:
Los requisitos necesarios para que se configure la responsabilidad del principal
por el hecho del dependiente son:
1. Relación de dependencia funcional: El principal responde por razón de la
dependencia y no por una intervención suya en el hecho dañoso. La dependencia exige
subordinación y función cumplida para el comitente. Es de la esencia de la dependencia
civil la posibilidad de dar órdenes o instrucciones acerca de la manera como deben
cumplirse las funciones que realiza en interés de quien las da; esa posibilidad es la que
origina la autoridad y subordinación civil. Pero, la facultad de dar órdenes, por si sola,
no es suficiente para la configuración de la dependencia; es necesario que la función
encomendada satisfaga el interés de quien pueda darlas.
Las órdenes deben ser lícitas, pues si fuesen ilícitas la responsabilidad del
comitente sería directa (es decir, por el hecho propio) y no refleja.
No es necesario que la dependencia sea estable, ni que se funde en un vínculo
jurídico. Comprende no sólo los contratos de trabajo sino también la dependencia
ocasional y gratuita (por ejemplo, el amigo o el vecino que se pone bajo las órdenes de
alguien para “darle una mano” en alguna tarea).
Surge responsabilidad hasta en caso de dependencia aparente: si una persona se
muestra actuando dentro de la órbita que corresponde a otra, con asentimiento aún
tácito, la subordinación debe reputarse jurídicamente existente.
En cambio, no hay dependencia funcional:
a) En la relación que existe entre el cliente y el profesional, cuando éste último
obra con libertad técnica.
b) Entre los asociados y el club deportivo al que pertenecen.
c) Cuando el titular de la autoridad no es titular de la actividad del dependiente.
Por ejemplo, no hay relación funcional entre un obispo y el cura párroco; entre el médico
y las enfermeras que trabajan con él en un mismo hospital; entre los funcionarios
públicos y los empleados estatales bajo sus directivas. Las actuaciones que despliegan
esos agentes no son en interés de quienes ejercen la autoridad.
2. Causación por el dependiente de un daño resarcible: La relación causal se
establece entre la acción de los subordinados y el perjuicio. El perjuicio causado por el
dependiente debe ser injusto, aunque derive de un acto lícito.
No se requiere identificar al dependiente. El principal responde con motivo de la
dependencia y no por una responsabilidad refleja. Por ejemplo, muerte de un soldado
conscripto dentro de un regimiento cuando, con motivo de una cadena de
encubrimientos, los partícipes quedan en el anonimato (caso “Carrasco”). Cuando el
daño aparece producido dentro del ámbito de la dependencia, el principal sólo se exime
por la actuación de una causa extraña, y no porque no pueda individualizarse ni
responsabilizarse al autor del daño.
Tampoco es menester la culpa del subordinado. El principal responde por la
dependencia y no por la razón que pueda comprometer al dependiente.
3. Nexo entre la función y el hecho dañoso: Este requisito es el que mayores
polémicas ha producido en el derecho nacional y extranjero. Las dificultades se agravan
en razón de que la terminología utilizada no es unívoca.
Se han formulado diversas teorías:
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Teoría Sostiene
Restrictiva Las teorías más restrictivas requieren, para extender la responsabilidad al
principal, que el hecho del dependiente haya sido cometido en ejercicio de
las funciones encomendadas, es decir, el daño debe haberse producido
desempeñando la labor encomendada y no otra. Esta posición restringe en
exceso la responsabilidad del comitente, pues llevada hacia sus últimas
consecuencias no debería comprender el “mal” ejercicio, que nunca puede
ser encomendado. No obstante, a tal extremo no llegan sus sostenedores; el
ejemplo que normalmente tipifica a esta doctrina es el del chofer del
ómnibus que, durante la jornada de trabajo y el recorrido habitual, tiene un
accidente debido a su culpa causando daños a un tercero.
Intermedia Otros autores han entendido que la responsabilidad también surge para el
comitente cuando los daños se han producido durante el “ejercicio
abusivo” o el “ejercicio aparente” de la función encomendada. Según esta
tesis no se requiere prueba de que el hecho dañoso pertenezca realmente a
la función; basta que se encuentre aparentemente dentro de ella. Por
ejemplo, el chofer de un vehículo oficial que se desvía del recorrido para
efectuar en el trayecto una gestión particular y causa un daño,
compromete la responsabilidad del comitente, pues el perjuicio se ha
producido cuando el subordinado abusaba de sus funciones.
Amplia Una tercera teoría amplía los supuestos de responsabilidad del principal
comprendiendo los daños que se hayan causado “con motivo” de las
funciones encargadas. Es decir, cuando existe una relación de medio a fin
entre la función y el daño, de modo que la función haya sido antecedente
necesario del perjuicio. Por ejemplo, el comitente responde de las lesiones
producidas por el conductor de un ómnibus que golpea a quien pretendía
subir al coche luego de un altercado originado en la función.
Amplísima Finalmente, la tesis más amplia, extiende la responsabilidad a aquellos
daños que se causen “en ocasión de las funciones”; se entiende por tales
aquellos en que la función ha brindado la oportunidad o ha facilitado
notoriamente el acaecimiento del perjuicio, aún cuando no pueda
afirmarse que la función sea su causa adecuada. Por ejemplo, el Estado
respondería si un agente de policía, con el arma de la repartición, que tiene
obligación de portar, dispara y hiere a un hombre, amante de su esposa.
El artículo 1113 del Código Civil no contiene ninguna expresión que permita
adherir conceptualmente a una u otra teoría; debe hacerse una interpretación
sistemática del Código. En tal sentido, es necesario tener presente que nuestra
legislación civil hace responsable a las personas jurídicas por los daños cometidos por
quienes las dirijan o administren, en ejercicio o en ocasión de sus funciones. En opinión
de algunos autores, las pautas de este artículo (43 del Código Civil) son inaplicables al
artículo 1113, porque los administradores son órganos y no dependientes de la persona
jurídica. Zavala de Gonzáles, en cambio, entiende que no debe distinguirse entre
situaciones que guardan tanta similitud.
Eximentes:
El principal no se libera probando que no tuvo culpa en el acto dañoso cometido
por su dependiente. La responsabilidad es inexcusable subjetivamente, porque se funda
en un factor objetivo de atribución.
Normalmente, la víctima debe probar los requisitos de la responsabilidad del
comitente y, si lo hace, no cabe eximente alguna. Pero el demandado puede anticiparse a
demostrar que esos recaudos no concurren: que el daño no es cierto, que es imputable a
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la propia víctima o a un tercero por el cual no se responde, que el suceso ejecutado por
su dependiente no guarda vinculación con las funciones, etc.
En suma y como regla, el principal puede oponer todas las defensas propias, y
también las que tendría el agente en tanto éstas desvirtúen la configuración de un daño
resarcible.
Acción de la victima contra el principal y el dependiente:
El artículo 1122 del Código Civil establece que: “Las personas damnificadas por los
dependientes o domésticos, pueden perseguir directamente ante los tribunales civiles a los que son
civilmente responsables del daño, sin estar obligados a llevar a juicio a los autores del hecho”.
Se trata de la hipótesis más común. A la víctima le interesa demandar sólo al
principal, porque el subordinado suele ser insolvente. Sin embargo, sus
responsabilidades son indistintas, de manera que la víctima puede demandar, a su
elección y por el total del daño, a uno, a otro o a ambos.
Acción de regreso del principal contra el dependiente:
Si el principal afronta la indemnización, puede exigir que el dependiente le
reembolse el monto abonado. Así lo establece expresamente el artículo 1123 del Código
Civil, al decir: “El que paga el daño causado por sus dependientes o domésticos, puede repetir lo que
hubiese pagado, del dependiente o doméstico que lo causó por su culpa o negligencia”.
El deudor responde frente al acreedor por los daños que a éste le han causado las
personas de las que se sirve para ejecutar la prestación, en tanto el daño se traduzca en
un incumplimiento o mal cumplimiento.
Los principios que rigen dicha responsabilidad son similares a los de la
extracontractual del comitente por el hecho de sus agentes. La diferencia esencial radica
en que en aquélla el daño surge de la frustración total o parcial de una prestación
adeudada.
Desde luego, la responsabilidad del deudor no excluye la del auxiliar, si concurre
un factor de atribución. Esta última es extracontractual, porque el tercero no está
vinculado con el agente por una obligación anterior.
Las eximentes son las mismas que habría operado si el deudor hubiese obrado
por sí, en lugar de recurrir a terceros. En las obligaciones de medios el deudor se libera
acreditando una conducta diligente, y en las de resultado, demostrando la intervención
de una causa ajena. Las peculiaridades respectivas consisten en que se valora el obrar
del colaborador mismo, y en que el obrar de éste nunca constituye una causa extraña.
El artículo 1114, parte primera del Código Civil establece que: “El padre y la madre
son solidariamente responsables de los daño causados por sus hijos menores que habiten con ellos, sin
perjuicio de la responsabilidad de los hijos si fueran mayores de diez años.”
Fundamento:
Con respecto al fundamento de la responsabilidad de los padres por los hechos
de los hijos, se han formulados distintas teorías.
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Teoría Sostiene
Teoría de la La tesis de la culpa en la vigilancia sostiene que entre las obligaciones
culpa en la de los padres se encuentra impedir, a través de cuidados razonables,
vigilancia que los hijos dañen a terceros. Si el daño se produce, cabe presumir una
omisión a ese deber de vigilancia, con influencia en el resultado.
Teoría de la Esta teoría precisa que, como los padres están obligados a inculcar en
culpa en la sus hijos el respeto a intereses ajenos, deben responder cuando éstos
educación los lesionan indebidamente. Dicha concepción merece críticas
fundamentalmente en el caso de los daños causados por menores de
corta edad en donde generalmente no incide un defecto de la
educación, sino de vigilancia. Además, hay hipótesis en donde el menor
responde por un factor objetivo de atribución.
Teoría de Esta teoría afirma que la responsabilidad tiene ese doble fundamento,
ambas culpas: ninguno de los cuales excluye al otro. Entre la vigilancia y la educación
en la vigilancia se da una relación inversamente proporcional: a medida que la
y en la educación se va cumpliendo, puede disminuir la vigilancia porque ésta
educación es un complemento de la primera.
Teoría de la Esta opinión postula que el fundamento de la responsabilidad radica
garantía en una garantía que asumen los padres por la autoridad inherente al
ejercicio de la patria potestad. Ésta última representa una carga en
cuya virtud los padres asumen los daños que puedan causar sus
descendientes, mientras no se haya completado el proceso de
“formación integral”. Este es un fundamento objetivo, ajeno a toda idea
de culpa. Dicha garantía tiene un trasfondo de riesgo, no por traer un
hijo al mundo, sino por el peso de obligaciones que ello supone.
Presupuestos:
Son presupuestos de la responsabilidad de los padres por los hechos de los hijos
los siguientes:
1. Causación por el hijo de un daño resarcible: El menor debe haber
producido un perjuicio injusto a un tercero, que reúna condiciones generales de
resarcibilidad.
Si el hijo cuenta con más de 10 años, es necesario que exista un factor de
atribución contra éste, que puede ser subjetivo u objetivo.
2. Minoridad del hijo: Los padres son responsables por los hechos dañosos
de sus hijos menores de 21 años. El artículo 1114 del Código Civil distingue dos
supuestos según la edad de los hijos: si son mayores de 10 años, el hijo responde por el
hecho propio y los padres en forma indirecta por el hecho del hijo. Si son menores de 10
años, no hay responsabilidad del autor porque es inimputable y la responsabilidad pesa
exclusivamente sobre los padres.
La edad se computa al momento del hecho ilícito; es indiferente que durante el
proceso alcance la mayoría de edad o pase de los 10 años.
Existen algunos supuestos en los cuales cesa la responsabilidad de los padres a
pesar de que el hijo no haya alcanzado la edad de 21 años. Estos supuestos son:
Menor emancipado: La emancipación puede producirse por matrimonio o por
habilitación de edad. En el primer supuesto cesa la responsabilidad de los padres
con prescindencia de que hayan dado o no autorización para contraer el
matrimonio; si éste se anula, la emancipación surtirá efecto hasta el día de la
sentencia que declare su nulidad y aún después de él con relación al cónyuge de
buena fe.
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Eximentes:
Son eximentes de la responsabilidad paterna:
I- La prueba de que ha sido imposible impedir el hecho mediante una
vigilancia activa sobre el hijo: El artículo 1116 del Código Civil señala que: “Los padres
no serán responsables de los daños causados por los hechos de sus hijos, si probaren que les ha sido
imposible impedirlos. Esta imposibilidad no resultará de la mera circunstancia de haber sucedido el
hecho fuera de su presencia, si apareciese que ellos no habían tenido una vigilancia activa sobre sus
hijos”.
II- Transmisión de la guarda: El artículo 1115 del Código Civil establece que:
“La responsabilidad de los padres cesa cuando el hijo ha sido colocado en un establecimiento de
cualquier clase, y se encuentra de una manera permanente bajo la vigilancia y autoridad de otra
persona”.
La guarda debe ser permanente, por lo cual surge responsabilidad si, por
ejemplo, el hijo pasa sus vacaciones en casa de un pariente o en una colonia de verano, y
también si el hecho ocurre cuando estaba al cuidado de una niñera.
El último párrafo del artículo 1114 del Código Civil establece que: “Lo establecido
sobre los padres rige respecto de los tutores o curadores, por los hechos de las personas que están a su
cargo”. El régimen de responsabilidad es similar al de los padres, incluso -por ejemplo- el
requisito de la convivencia con el incapaz. Por ello, no surge responsabilidad del
curador si el demente se encuentra internado en un establecimiento siquiátrica.
Tampoco es responsable el curador del inhabilitado del 152 bis del Código Civil,
porque en tal supuesto el curador solo brinda asistencia para algunos actos jurídicos,
pero no vigila ni controla su persona en los aspectos generales de la vida.
1) Introducción:
Cuando se produce un daño puede ocurrir que ninguna cosa haya intervenido ni
activa ni pasivamente en su producción. Sin embargo, estos casos son excepcionales en
la praxis tribunalicia; normalmente las cosas participan en la producción del daño. En
algunos supuestos, las cosas aparecen como simples instrumentos en manos del hombre
respondiendo a su intención de causar un daño (delito); en otros, las cosas utilizadas
responden a la voluntad humana que no tiene intención de dañar, pero producen ese
resultado por impericia, negligencia, etc. Otras veces, las cosas escapan al control del
hombre; ello puede ocurrir porque tiene un vicio o porque su dinámica impide que el
hombre las domine o dirija.
Originariamente, el derecho francés entendía que <<no hay responsabilidad sin
culpa>> y que <<la culpa debía ser probada por la víctima>>. Los daños producidos por el
maquinismo, producto de la revolución industrial, mostraron la injusticia que
significaba mantener estos postulados: el obrero lesionado por el estallido de una
caldera debía probar la culpa del patrón, la víctima de una maquina que cortó su brazo,
la del guardián, etc. Para evitar este resultado la doctrina y la jurisprudencia francesa
comenzaron a distinguir entre el hecho del hombre con la cosa y el hecho de la cosa.
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El hecho del hombre con la cosa se configura cuando el autor del hecho dañoso
se ha valido de la cosa como un instrumento dócil en sus manos, sea para cometer un
delito por ejemplo, disparo de arma de fuego), sea un cuasidelito (por ejemplo, el
médico que utiliza imperitamente un bisturí). En estos casos, la culpa no se presumía.
En los daños por el hecho de una cosa, ésta ocasiona el perjuicio con alguna
autonomía respecto de una acción humana: caída de material desde un edificio; caída de
un cable de alta tensión sobre un peatón; caída de un árbol sobre un automotor;
incendio por defecto de la instalación eléctrica de un local.
El concepto de “hecho de las cosas” no desconoce que se encuentra subyacente
un obrar personal: no custodiarlas convenientemente. Pero, aquí la influencia causal del
hombre aparece desdibujada y oculta: la cosa misma tiene participación activa en el
suceso.
El artículo 1113 del Código Civil también distingue entre el hecho del hombre con
las cosas y los daños producidos por el vicio o riesgo de la cosa. Pero a diferencia de lo
que acontecía en el derecho francés, en ambos casos establece presunciones a favor de la
víctima. Adviértase que, según la doctrina y jurisprudencia francesa reseñada, el hecho
del hombre con la cosa obligaba a la víctima a probar la culpa del autor; en cambio, en el
hecho del hombre con la cosa del artículo 1113 hay una presunción de culpa por la cual el
autor se libera acreditando la falta de culpa. Dicho de otro modo: se usa la misma
terminología pero se le imputan consecuencias distintas.
Del segundo párrafo del artículo 1113 del Código civil es posible extraer tres
supuestos distintos:
1. Daños causados con las cosas;
2. Daños causados por el vicio de las cosas;
3. Daño causado por el riesgo de las cosas.
El artículo 1113 del Código Civil párrafo segundo primera parte establece: “En los
supuestos de daños causados con las cosas, el dueño o guardián, para eximirse de responsabilidad,
deberá demostrar que de su parte no hubo culpa...”.
No hay acuerdo doctrinal ni jurisprudencial acerca de cuales son los daños que
encuadran en esta categoría. Para algunos los <<daños causados con las cosas>> serían los
daños derivados del hecho del hombre con la cosa, o sea, cuando ésta ha sido un mero
instrumento que obedeció dócilmente a la voluntad humana. Por ejemplo, cuando el
sujeto lesiona a otro con un palo. Se critica esta doctrina por cuanto que, de acatarla el
artículo 1109 del Código Civil se convertiría en una norma residual, pues los daños
causados sin que una cosa este implicada son excepcionales.
Otros autores, afirman que la categoría <<daños con las cosas>> exige una
participación activa de ésta, pero la distinguen de los daños derivados del riesgo, en el
hecho de que se trata de cosas no peligrosas en si mismas, que no necesitan ser
guardadas ni controladas. Es decir que los <<daños con las cosas>> resultan de hechos de
objetos normalmente inofensivos, y los daños por riesgo o vicio derivan de cosas
peligrosas, intrínsecamente o por fallas en su fabricación o conservación.
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El artículo 1113 del Código Civil sindica como responsable al dueño o guardián
de la cosa.
1. DUEÑO: El dueño es el titular del derecho de dominio sobre la cosa.
Tratándose de inmuebles, es quien figura inscripto en el Registro Inmobiliario. Si son
cosas muebles, debe distinguirse según sean registrables o no. En el primer caso, rige el
mismo criterio que para las cosas inmuebles. En el segundo caso, se aplica la presunción
de propiedad del artículo 2412 del Código Civil o sea, que si son cosas no robadas ni
perdidas, la ley considera propietario al poseedor de buena fe y a título oneroso.
La víctima debe probar que el demandado era el dueño al momento de
producirse el daño.
2. GUARDIÁN: Guardián es la persona que tiene un poder de hecho
independiente, de vigilancia, gobierno y control sobre la cosa. La noción de guardián es
bifrontal por el Código se refiere tanto a quien se sirve de la cosa como a quien la tiene
bajo su cuidado.
Servirse de la cosa entraña un concepto económico; se sirve de ella quien le saca
un beneficio, quien la aprovecha. Tenerla bajo el cuidado evoca el control, la dirección,
las facultades de mando, etc.
Para ser guardián se requieren los siguientes recaudos:
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I) Tenencia material de la cosa: Esta tenencia puede ejercerse por sí o por medio
de un tercero. Cuando quien tiene la cosa la utiliza en interés exclusivo de otro, no es
guardián. Por ejemplo, el empleado tiene la cosa para su patrón, en cuyo caso el
guardián es el principal y no el dependiente.
II) Poder fáctico de vigilancia: Significa gobierno, control o aprovechamiento
económico de la cosa.
III) Ejercicio autónomo e independiente del poder: No es guardián quien tiene la
cosa pero está obligado a proceder según instrucciones u órdenes que otro le puede dar;
esta circunstancia también contribuye a descartar que pueda ser guardián el
dependiente que usa cosas que no le pertenecen.
a) Si se trata de hechos del hombre sin que las cosas estén implicadas, rige el
artículo 1109 del Código Civil y el damnificado debe probar la culpa del sindicado como
responsable.
b) En los supuestos de daños causados por el vicio o riesgo de la cosa, existe una
presunción de responsabilidad; esa presunción requiere de intervención activa de la
cosa, que debe ser probada.
Para liberarse, el dueño o guardián debe probar el rompimiento del nexo causal,
es decir, que el daño no se ha producido por el riesgo o vicio de la cosa sino por el hecho
de la víctima, de un tercero por quien no debe responder o el caso fortuito ajeno a la
cosa. Así, el artículo 1113 párrafo segundo parte segunda del Código Civil establece que:
“...pero si el daño hubiere sido causado por el riesgo o vicio de la cosa, sólo se eximirá total o
parcialmente de responsabilidad acreditando la culpa de la víctima o de un tercero por quien no debe
responder”.
c) En el caso de los daños <<causados con las cosas>>, existe acuerdo respecto de
que solo hay una presunción de culpabilidad y por eso el dueño o guardián se libera
probando que ha asumido todas las diligencias requeridas por la naturaleza del deber y
las circunstancias de persona, tiempo y lugar. Así, el artículo 1113 párrafo segundo parte
primera del Código Civil establece que: “En los supuestos de daños causados con las cosas, el
dueño o guardián, para eximirse de responsabilidad, deberá demostrar que de su parte no hubo culpa...”
d) En todos los supuestos analizados, el dueño o guardián se libera probando
que la cosa ha sido utilizada contra su voluntad expresa o presunta, conforme surge del
artículo 1113 párrafo tercero del Código Civil.
Uso contra la voluntad es el realizado con oposición del dueño o guardián. No
basta que el agente lo haya usado sin autorización o en ausencia del responsable, sino
que debe haber oposición expresa o tácita. Mientras tal oposición no exista, subsiste la
responsabilidad.
Aunque el uso sea contrario a la voluntad, no cesa la responsabilidad si ha sido
posible por un acto culposo del dueño o guardián. Por ejemplo, dejar las llaves puestas
en un vehículo estacionado en la calle.
La prueba de que el uso ha sido contra la voluntad expresa o presunta y la de
haber sido diligente en la aguarda, incumbe a quien pretende liberarse.
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siempre imputable al que lo tenga, aunque no le hubiese sido posible evitar el daño, y aunque el animal se
hubiese soltado sin culpa de los que lo guardaban.”
El Código Civil también prevé el supuesto de que un animal cause un daño a
otro animal. En tal caso, el artículo 113o establece: “El daño causado por un animal a otro, será
indemnizado por el dueño del animal ofensor si éste provocó al animal ofendido. Si el animal ofendido
provocó al ofensor, el dueño de aquél no tendrá derecho a indemnización alguna”.
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El artículo 1123 del Código Civil establece la posibilidad de repetir contra los
autores materiales de los daños ocasionados, al decir: “El que paga el daño causado por sus
dependientes o domésticos, puede repetir lo que hubiese pagado, del dependiente o doméstico que lo causó
por su culpa o negligencia”.
La norma es genérica y no hay razones para sostener que no comprenda la acción
de repetición contra quien dirige o administra una persona jurídica. A esta solución se
llega no sólo por la aplicación analógica del artículo 1123 del Código Civil sino por una
serie de disposiciones complementarias, tales como:
En el ámbito de las sociedades civiles, el artículo 1725 del Código Civil establece
que: “Todo socio debe responder a la sociedad de los daños y perjuicios que por su culpa se le
hubiere causado, y no puede compensarlos con los beneficios que por su industria o cuidado le
hubiese proporcionado en otros negocios”.
En el ámbito de las sociedades comerciales, el artículo 54 dispone que: “El daño
ocurrido a la sociedad por dolo o culpa de socios o de quienes no siéndolo la controlen
constituye a sus autores en la obligación solidaria de indemnizar sin que puedan alegar
compensación con el lucro que su actuación haya proporcionado en otros negocios”.
De este conjunto de disposiciones surge que la persona jurídica puede repetir,
contra quienes las dirijan o administren, todo cuanto tubo que pagar a terceros
damnificados por los actos de los cuales aquellos son autores, siempre que puedan
probar que los sujetos físicos que la administraban o representaban actuaron con culpa
o dolo.
La acción de repetición deducida contra un dependiente de la persona jurídica
con quien se está unido por un vínculo laboral tiene ciertas particularidades. En efecto,
el artículo 87 de la Ley de Contratos de Trabajo establece: “El trabajador es responsable ante
el empleador de los daños que cause a los intereses de éste, por dolo o culpa grave en el ejercicio de sus
funciones”. En consecuencia, cuando la acción de regreso es intentada por la persona
jurídica-empleador hay que acreditar que el dependiente actuó, como mínimo, con
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culpa grave; en otros términos, la simple culpa del dependiente que no alcanza gravedad
debe ser considerada un riesgo empresarial absorbido por la persona jurídica.
Introducción:
La posibilidad de que el Estado cause daños son innumerables; la actividad que
realiza es tan variada que los riesgos que asume pueden alcanzar los tipos más
dispersos.
Estos daños puede producirse por tres razones: porque el servicio estatal no
funcionó; porque funcionó mal o porque funcionó tardíamente. Cualquiera de estas tres
situaciones puede producirse porque alguien que depende o pertenece al Estado se
comporta culposamente o aún sin culpa.
El reconocimiento de la responsabilidad estatal no ha sido fácil. En los orígenes,
se sostenía que el soberano no se equivoca y, en consecuencia, mal podía haber
responsabilidad allí donde existe soberanía. Pero, pretender que la soberanía implique
infalibilidad es un absurdo pues nunca la soberanía puede ser sinónimo de impunidad.
El “Estado de derecho” presupone una autolimitación de sus propios poderes por parte
del Estado, limitación que incluye responder frente a los administrados por los actos o
hechos dañosos.
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1) Introducción:
Es profesional quien realiza una tarea con habitualidad y afán de lucro, puesto
que vive del producido de ese quehacer; su opuesto es el "aficionado" o el "amateur".
Tradicionalmente han existido consideraciones particulares en cuanto a la
responsabilidad de los “profesionales universitarios”, egresados de esas altas casas de
estudio con un título habilitante para el ejercicio de una actividad predominantemente
intelectual, exclusiva y excluyente.
Estas consideraciones especiales en torno a la responsabilidad de los
profesionales universitarios se debe, entre otras cosas, a:
El arte 902 del Código Civil, traduciendo un principio de ejemplaridad, nos dice
que cuanto mayor es el deber de obrar con cuidado y previsión, mayor es la
consecuencia dañosa por la cual el agente debe responder; los profesionales,
como personajes líderes de la sociedad, deben extremar su diligencia en el
cumplimiento del quehacer encomendado;
El avance de las ciencias hace que en cada una de las ramas del saber profesional
existan conocimientos sólidos y precisos, cuya posesión es inexcusable y cuya
ignorancia da pie a comportamientos erróneos o equivocados por los cuales se
debe responder; no es verdad que todo sea opinable, librado a la inspiración o a
la intuición;
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unos casos se podrá tratar de una locación de servicios, en otros se estará frente a una
locación de obra o a un mandato.
Cuando el abogado actúa como consultor o asesor, patrocinante o defensor en
causa penal, en el ámbito judicial, así como cuando actúa extrajudicialmente, su
obligación es simplemente de medios. Únicamente debe poner de su parte todos sus
conocimientos, diligencia y prudencia encaminados a lograr un resultado satisfactorio.
Sólo será responsable por los daños y perjuicios causados, cuando hubiere actuado con
negligencia, imprudencia o desidia.
En cambio, cuando el abogado actúa como apoderado o procurador, en general
se estima que se está frente a una obligación determinada o de resultado en lo que
concierne a los actos de su específica incumbencia. Sólo se exonerará de
responsabilidad demostrando la incidencia de una causa ajena.
La frustración de la probabilidad de éxito en el reclamo judicial intentado con
motivo de la inadecuada actuación del abogado se debe medir, a los fines de la
determinación del monto del resarcimiento de los daños y perjuicios reclamados, en
función de la "chance" perdida. Por tal razón, en reclamos de esta naturaleza, el
resarcimiento de daños y perjuicios causados por la actuación negligente de un
profesional no debe necesariamente coincidir con el monto reclamado en el juicio
perdido, sino con el que probablemente hubiera fijado el órgano judicial, en función de
los elementos acercados al tribunal.
El daño susceptible de derivar de una actuación impropia del abogado, puede
ser tanto patrimonial o material (arts. 1068, 1069 Y canes., Cód. Civ.) como moral (arts.
1078, 1099, Cód. Civ., y 29, Cód. Penal).
5) La responsabilidad médica:
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Naturaleza de la relación:
La doctrina, y en el mismo sentido la aplicación de la jurisprudencia se orientan
en que la responsabilidad de los médicos debe encuadrarse en las reglas del
incumplimiento de las obligaciones y no en la responsabilidad extracontractual, salvo
hipótesis de excepción.-
El régimen legal aplicable a la relación médico paciente es el derivado de la
órbita contractual, por cuanto la mayoría de las veces se trata de la inejecución de un
previo acuerdo de voluntades. Ello no excluye supuestos específicos y excepcionales de
responsabilidad extracontractual, como ser:
1. los casos en que el servicio del galeno no son requeridos por el paciente, sino
por una persona distinta, como ser: cuando la asistencia es prestada espontáneamente o
en contra de su voluntad; en los intentos de suicidio;
2. cuando el médico ha cometido un delito criminal o actúa con intención de
causar daño, es decir con dolo delictual; si la acción resarcitoria es promovida iure
propio por los damnificados indirectos por la muerte de la victima;
3. Si el contrato celebrado entre el facultativo y el paciente es nulo por carecer de
algunos de sus elementos esenciales; o por la presencia de cualquier otro defecto
trascendente;
4. Cuando la atención galénica va dirigida a un incapaz de hecho que no puede
comunicarse.
Sin embargo podría involucrarse dentro de la órbita contractual la situación por
la que el servicio del galeno es requerido por una persona distinta del paciente, ya que
estaríamos en presencia del contrato a favor de un tercero.
Se ha venido sosteniendo, con respecto a los hospitales públicos que el deber
genérico de asistencia se concreta en una prestación particularizada, propia de una
relación de naturaleza obligacional, caracterizada por la existencia de derechos y
deberes recíprocos, sin perjuicio de que en lo que respecta al sujeto pasivo las
obligaciones a su cargo no revistan naturaleza pecuniaria.
El criterio contractual se sustentaba en que la utilización del servicio asistencial
no es obligatoria para el particular, sino que necesita de su consentimiento.
Se señala que la en derecho médico, no hay lugar para una obligación de
resultado, sino, para una obligación de medios. Ello es así por cuanto que cuando se
trata del cuerpo humano, siempre queda un alea (lo que es criterio de la obligación de
medios). Nadie puede garantizar el resultado de un tratamiento médico o de una
intervención quirúrgica cuando existen factores que escapan al control del obligado. A
lo sumo, se puede exigir del médico que cumpla fielmente con su deber de prudencia y
diligencia.
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3) Responsabilidad deportiva:
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El articulo 1117 del Código Civil establece que: “Los propietarios de establecimientos
educativos privados o estatales serán responsables por los daños causados o sufridos por sus alumnos
menores cuando se hallen bajo el control de la autoridad educativa, salvo que probaren el caso fortuito.
Los establecimientos educativos deberán contratar un seguro de responsabilidad civil. A tales efectos,
las autoridades jurisdiccionales dispondrán las medidas para el cumplimiento de la obligación
precedente. La presente norma no se aplicará a los establecimientos de nivel terciario o universitario”.
Se ha instituido una responsabilidad objetiva de propietarios de
establecimientos educativos, con proyección no sólo a los daños causados por los
alumnos sino también a los sufridos por éstos y aunque no provengan de sus
compañeros.
El fundamento de la responsabilidad se sustenta en la garantía: quien es
propietario de un establecimiento educativo soporta una obligación de inocuidad
respecto de sus alumnos. Como explicación de la garantía, se invoca el riesgo inherente
a toda empresa, incluida las educativas. Con frecuencia, el protagonismo de menores en
actividades de aprendizaje implica un peligro para sí mismos y también para aquellos
que entran en contacto con los mismos.
La responsabilidad alcanza a propietarios de establecimientos educativos; es
decir, a titulares de una organización de aprendizaje bajo supervisión docente. Basta la
propiedad del establecimiento, con independencia del edificio, el cual puede estar
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locado o haber sido prestado por un tercero. Es factible que surjan responsabilidades
concurrentes del propietario del establecimiento y del dueño del edificio cuando el daño
deriva de un riesgo o vicio de la cosa.
El artículo 1117 responsabiliza indiscriminadamente a propietarios de
establecimientos educativos. Por eso es aplicable a jardines de infantes, así como a
instituciones de aprendizaje para discapacitados, cuyas falencias físicas o mentales los
exponen a mayores riesgos, inclusive por accidentes dentro de un ambiente inocuo para
otros.
En cuanto a las guarderías, la solución requiere determinar si constituyen
establecimientos educativos o bien, más circunscriptamente, destinados al cuidado
material y vigilancia de los menores. Prevalece esta última opinión, por lo que, en
principio, no se debería aplicar el artículo 1117.
Son requisitos para que se configure esta responsabilidad, los siguientes:
1. La causación o la experimentación de un daño por un alumno: En
la primera hipótesis, el perjudicado puede ser un alumno o un tercero.
Los daños sufridos por alumnos, además de los que les ocasionan sus
compañeros, admiten las siguientes proveniencias:
a) Por personal directivo, docente o administrativo.
b) Por propio hecho perjudicial (correr, trepar).
c) Por cosas (pozos, descargas eléctricas).
d) Por terceros extraños al establecimiento.
Los daños causados por alumnos engloban las siguientes hipótesis:
a) Al personal docente o administrativo del establecimiento.
b) A terceros ajenos al instituto.
c) A otros alumnos (juegos, peleas, agresiones).
En cualquiera de esos supuestos no es necesario ubicar al autor, pues la ley solo
admite liberación por caso fortuito. En consecuencia, se responde por el perjuicio
sufrido por un escolar a raíz de causa desconocida, o por el causado por un alumno no
identificado.
La ley no restringe los daños posibles a los daños materiales únicamente;
también debe quedar incluido el daño moral: abusos sexuales, discriminaciones
arbitrarias, actitudes injuriosos de los docentes, etc.
En la hipótesis de muerte de un alumno, estrictamente el daño no es sufrido por
éste (ha dejado de ser un sujeto de derecho), por lo cual solo pueden existir
damnificados indirectos (en especial, los padres). La expresión “daños sufridos por
alumnos” debe interpretarse en sentido amplio, como alusiva a las victimas inmediatas
del hecho.
2. La minoridad del del alumno
alumno dañador o del alumno dañado: El
alumno, agente o víctima, debe tener menos de veintiún años. No obstante, y al igual
que en la responsabilidad paterna, la mayoría de edad debe equiparase a la
emancipación, que produce el similar efecto del cese de la incapacidad de los menores.
3. La producción del hecho lesivo cuando el alumno agente o
víctima se encontraba bajo control de la autoridad educativa:
educativa: La
responsabilidad surge por daños causados o sufridos por alumnos cuando se hallen bajo
el control de la autoridad educativa. Constituyen esta autoridad quienes ejercen
funciones directivas o docentes en contacto directo con los alumnos: rector o director,
maestro, profesor o celador. También los que integran el plantel administrativo del
establecimiento: portero, bibliotecario, etc., pues pueden impartir algunas directivas a
los educados.
La responsabilidad comprende no sólo los supuestos en que se despliega efectiva
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autoridad, sino también cuando la vigilancia era debida pese a no haber existido.
Todos los sucesos ocurridos dentro de la institución, en los horarios de
aprendizaje o recreación, o en el ingreso o egreso de los alumnos, deben considerarse
bajo el control real o virtual de la autoridad educativa. También hay responsabilidad
cuando el daño es acaecido por una causa que emana desde afuera (piedra que ingresa
por una ventana). Igualmente, los propietarios quedan obligados por hechos sucedidos
en actividades extraescolares o complementarias bajo control del establecimiento.
4. Que el
el establecimiento no sea de nivel
nivel terciario o universitario.
Sólo se admite como eximente de responsabilidad el caso fortuito. El caso
fortuito no se ciñe a las catástrofes naturales, sino que se extiende a todo impedimento
irresistible y ajeno al deudor.
La culpa de la víctima o el hecho de terceros liberarán de responsabilidad si
revisten los caracteres de un caso fortuito.
No constituyen caso fortuito:
a- El maltrato de alumnos por terceros que ingresan al patio de una escuela o al
hall de ingreso;
b- El secuestro de un niño de jardín de infantes por alguien que penetró en el
establecimiento.
El hecho de estos terceros, pese a ser ajenos a la institución es un peligro que
pesa sobre educados menores y que debe soportarse mediante vigilancia a cargo del
personal del instituto.
El propietario del establecimiento no se libera del hecho dañoso de sus
docentes, que son subordinados.
En la responsabilidad extracontractual:
El artículo 1079 del Código Civil establece que: “La obligación de reparar el daño
causado por un delito existe, no sólo respecto de aquel a quien el delito ha damnificado directamente,
sino respecto de toda persona, que por él hubiese sufrido, aunque sea de una manera indirecta”.
De manera tal que la legitimación activa corresponde a quien ha sufrido el daño
resarcible: el damnificado. Es posible distinguir dos clases distintas de damnificados:
1. Damnificado directo: es la víctima del hecho ilícito.
2. Damnificado indirecto: es quien sin ser la víctima inmediata del daño
experimenta un menoscabo a un interés propio.
Es decir que, tanto el damnificado directo como indirecto se encuentra pues
legitimado en los términos del arto 1079 del Cód. Civil para ejercer la acción resarcitoria
extracontractual. Sin embargo, la corriente doctrinaria tradicional limita el principio a
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quienes hayan sufrido el daño respecto a un derecho subjetivo o interés legítimo. Hemos
explicado que en nuestra opinión, dicha limitación no tiene sustento en texto legal
alguno, que la calidad de damnificado exige sólo la certeza del perjuicio sufrido y por
tanto hay siempre legitimación en favor de todo damnificado indirecto, aunque sólo
ostente un interés simple lesionado, mientras no sea contrario a derecho.
En cambio sí existe una limitación legal para accionar por reparación del daño
moral (art. 1078, Cód. Civil): sólo compete al damnificado directo; y si del hecho hubiere
resultado la muerte de la víctima, únicamente tendrán acción los herederos forzosos.
En la responsabilidad contractual:
En el ámbito de la responsabilidad contractual, por incumplimiento de las
obligaciones, el titular de acción resarcitoria es exclusivamente el acreedor. Quedan
excluidos los terceros que puedan haber sido dañados por la actitud renuente del
deudor. Tienen legitimación sí, los sucesores universales del acreedor y en casos
excepcionales, terceros como el beneficiario de una estipulación (art. 504, Cód. Civil),
aunque en rigor, desde que la acepta, es parte de la relación contractual.
También en caso de daño moral derivado de la responsabilidad contractual,
obviamente, sólo es legitimado el acreedor, pues la lesión es inherente a su persona.
En el homicidio:
Los arts. 1084 y 1085 del Cód. Civil regulan la legitimación activa para el
ejercicio de la acción resarcitoria respecto de todos los hechos ilícitos (delitos o
cuasidelitos) que tienen por resultado la muerte de una persona.
Las normas establecen la legitimación:
1. De cualquiera que hubiera hecho los gastos de asistencia del muerto y del
funeral, para que le sean pagados (arts. 1084 y 1085, Cód. Civil).
2. Del cónyuge sobreviviente y herederos del muerto, para que se les indemnice
lo que fuere necesario para subsistir (art. 1085, Cód. Civil). La doctrina señala que en
este último caso, la ley ha establecido una presunción iuris tantum de daño, por lo que
rige mientras el sindicado como responsable no demuestre lo contrario; tal lo que
sucede cuando se prueba que el muerto no aportaba a su familia ningún beneficio
material, sino que, inclusive, representaba para éste una carga económica, o que no
trabajaba o lo hacía con resultados insuficientes, o que invertía todos sus ingresos para
la satisfacción de sus propias necesidades sin contribuir a las del hogar.
Sin embargo, todas estas aseveraciones deben ser analizadas en cada caso. Así
por ejemplo, si se dice que la presunción cede cuando se prueba que el muerto no
aportaba en el hogar para la manutención de los hijos, a fin de determinar si en verdad la
presunción debe desvirtuarse, habrá que distinguir:
a) Si el fallecido no aportaba porque era un invalido, o un anciano que ajotó toda
posibilidad productiva, la presunción puede ser enervada.
b) Si el fallecido no aportaba porque era uno de los millones de desocupados o
subocupados que tenemos en la penosa realidad argentina, la presunción se mantiene
porque es conforme al curso normal y ordinario de las cosas que en algún momento la
víctima habría podido realizar actividad productiva y destinar su producción a la
subsistencia de su esposa e hijos menores.
Una cuestión compleja es determinar quienes son las personas que pueden
ampararse en la presunción legal de daño que emerge del artículo 1084 párrafo segundo.
La doctrina nacional exhibe criterios no coincidentes a la hora de dar respuesta a este
interrogante. Conforme a una posición restrictiva, la presunción solo beneficia a la
viuda e hijos menores del muerto. Algunos partidarios de esta idea, en posición
compartida por Pizarro, extienden la misma al viudo y a los hijos mayores incapaces,
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En las injurias:
Dispone el artículo 1080 del Código Civil: “El marido y los padres pueden reclamar
pérdidas e intereses por las injurias hechas a la mujer y a los hijos.”. La solución del arto 1080 del
Cód. Civil obedece a la idea de solidaridad familiar, en cuya virtud la injuria a la esposa
o a los hijos, implica de suyo, un daño indirecto para el marido y los padres.
3) Legitimación pasiva:
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con el responsable una solución que le acuerde satisfacción en alguna medida y que le
permite percibir anticipadamente la indemnización.
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1) Introducción:
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Dispone el arto 1101, la parte, Cód. Civil: "Si la acción criminal hubiese precedido a la
acción civil) o fuere intentada pendiente ésta) no habrá condenación en el juicio civil antes de la
condenación del acusado en el juicio criminal".
La norma impide al juez civil dictar sentencia de fondo antes que recaiga
sentencia en el juicio penal pendiente.
De modo que la substanciación de la acción penal no impide ni que se promueva
la acción civil, ni suspende el procedimiento del juicio civil en ninguna de sus etapas
anteriores al pronunciamiento del fallo. El proceso continúa y recién se detiene en la
etapa en que queda en condiciones para dictarse sentencia, quedando entonces
suspendido.
Esta suspensión está fundada en la necesidad de evitar sentencias
contradictorias y permitir que se concrete la influencia del valor de la cosa juzgada de la
sentencia penal sobre la civil.
El principio de paralización de la sentencia civil por la existencia de un proceso
penal aún no fallado, no es absoluto.
El propio arto 1101 del Cód. Civil, establece dos excepciones:
a) Si hubiera fallecido el acusado antes de ser juzgada la acción criminal, en cuyo
caso la acción civil puede ser intentada o continuada contra los respectivos herederos;
b) En caso de ausencia del acusado, en que la acción criminal no puede ser
intentada o continuada, Se trata de la rebeldía judicialmente declarada, que en lo penal
paraliza la acción como garantía de la defensa en juicio, mientras que en lo civil no
impide la continuación del proceso, correspondiendo la intervención del defensor de
ausentes.
Asimismo, se consideran excepciones al principio de la suspensión de la
sentencia civil:
c) La hipótesis de demencia sobreviniente del imputado, contemplada en leyes
procesales, por constituir un impedimento legal en torno a la acción penal, pero que: no
podría traducirse en perjuicio para el interés individual del damnificado (Mosset
Iturraspe);
d) Otros supuestos de paralización temporaria o definitiva del proceso penal:
por ej., amnistía, indulto, prescripción de la acción penal.
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Dispone el arto 1102 del Cód. Civil: “Después de la condenación del acusado en el juicio
criminal no se podrá contestar en el juicio civil la existencia del hecho principal que constituya el delito,
ni impugnar la culpa del condenado”.
De acuerdo a la norma, la sentencia penal condenatoria hace cosa juzgada respecto a
sus constataciones sobre dos cuestiones esenciales:
La existencia del hecho principal que constituya el delito; y
La culpa del condenado.
El arto 1103 del Cód. Civil: “Después de la absolución del acusado, no se podrá tampo co
alegar en el juicio civil, la existencia del hecho principal sobre el cual hubiese recaído la absolución".
La doctrina coincide en el sentido de que la norma no impide, en términos
absolutos, que absuelto el imputado en lo penal, se haga lugar a la den1anda civil. Sólo
veda la revisión de la decisión penal en torno al "hecho principal".
Ello significa que la sentencia penal absolutoria hace cosa juzgada e impide
absolutamente la condena en lo civil, si ha estado fundada en la inexistencia de acción o
autoría. En tales casos, no cabe admitir la responsabilidad civil de quien por esos
motivos (no haber existido el hecho o no haber intervenido en él) fue absuelto por el
juez penal.
La jurisprudencia y doctrina mayoritaria, entienden que cuando la absolución no
se debe a ausencia del hecho o autoría, sino a inexistencia de culpa, esto no obsta a la
condena civil resarcitoria, pues en jurisdicción civil la culpa puede ser apreciada con
mayor amplitud. Todos coinciden en que la sentencia penal absolutoria en razón del
principio de inocencia" por el que a falta de prueba debe absolverse, no obliga al juez
civil en aquellos supuestos en que civilmente se presume la culpa o el factor de
atribución es objetivo.
En principio, "la sentencia del juicio civil sobre el hecho, no influirá en el juicio criminal, ni
impedirá ninguna acción criminal posterior, intentada sobre el mismo hecho, o sobre otro que con él
tenga relación" (art. 1105, Cód. Civil).
La norma regula el supuesto en que no han existido causales que suspendan el
dictado de la sentencia civil. Y por lo tanto, recién luego de dictarse ésta, se inicia o
reanuda el proceso criminal basado en el mismo hecho. En tal caso, el sentido de la
sentencia civil no condiciona, como regla, de modo alguno, a la sentencia penal a
dictarse. Ni la condena civil impide la absolución penal, ni el rechazo de la pretensión
resarcitoria, impide una sentencia penal condenatoria.
Pero el principio de no gravitación de la sentencia civil no es absoluto, sino que
admite la excepción de las "cuestiones prejudiciales" taxativamente establecidas por la
ley y que obstan a la sentencia penal, mientras la sentencia civil que la condiciona no
haya pasado en autoridad de cosa juzgada (Llambías).
Dispone sobre el particular, el arto 1104, la parte del Cód. Civil: "Si la acción
criminal dependiese de cuestiones prejudiciales cuya decisión compete exclusivamente al juicio civil, no
habrá condenación en el juicio criminal, antes que la sentencia civil hubiere pasado en cosa juzgada".
Las cuestiones prejudiciales establecidas por el Cód. Civil, son sólo dos: las que
versen sobre la validez o nulidad de los, matrimonios; o sobre la calificación de las
quiebras de los comerciantes (art. 1104 in fine).
En estos casos el juicio penal puede ser tramitado, pero no puede en el mismo
dictarse sentencia definitiva, por cuanto el legislador ha considerado indispensable que
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