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Juan 10,1-10

En aquel tiempo, dijo Jesús: En verdad, en verdad les digo: el que no


entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra
parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor
de las ovejas. A este le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y
él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca. Cuando ha sacado
todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen,
porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán
de él, porque no conocen la voz de los extraños. Jesús, les puso esta
comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso
añadió Jesús: En verdad, en verdad les digo: yo soy la puerta de las
ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos;
pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí
se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra
sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan
vida y la tengan abundante.

Para orar, meditar y vivir

Y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz

Celebramos hoy el cuarto domingo del tiempo pascual; además,


por el Evangelio que se proclama, lo llamamos también el domingo del
“Buen Pastor”. Tengamos presente una cosa: “Buen Pastor” solo hay
uno, Jesús el Señor. Él mismo en el Evangelio se identifica diciendo: “Yo
soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas” (Jn 10,11).
Los fieles por su cariño para con nosotros sus sacerdotes, nos
manifiestan gratitud y admiración, celebrándonos el día del buen pastor,
muchas gracias, por tan delicada amabilidad. Tengan en cuenta que el
Buen Pastor es Cristo; nosotros los sacerdotes esperamos ser buenos
pastores, pero siempre bajo la guía, la luz y emulación a Jesús, el único
“Buen Pastor”. Estimados sacerdotes, si nuestros fieles con fe y por su
cariño nos llaman “pastores”, pidámosle a Dios que nos regale su gracia,
para que, con su poder, nosotros seamos de verdad buenos pastores, al
estilo de Jesús el Señor, y que con nuestras palabras y obras nos
convirtamos en auténticos maestros del amor misericordioso de Dios.
El Evangelio que la Palabra de Dios nos presenta hoy, es una
narración que posee su lógica en continuidad con el capítulo anterior (Jn
9, 1-41), en el cual Jesús el Señor, ha curado a un ciego de nacimiento y
con ello ha manifestado la gloria de Dios (Cf Jn 9,3). Sin embargo, para
las autoridades judías, Jesús el Señor, no era más que un ladrón y
bandido. Estos líderes religiosos, llegaron a cerrarse tanto a la acción
salvífica de Jesús, que, en vez de convertirse y creer en la Buena Nueva,
terminaron excomulgando al ciego, ahora vidente, solo con el afán de
preservar la ley por encima de la misericordia, la compasión y la
solidaridad que Dios Padre estaba manifestando a través de su Hijo
Jesús.
A partir del hecho Jesús el Señor, aprovecha para dar una
enseñanza contundente, la cual no deja espacio para la refutación.
Frente a la certeza del amor misericordioso y salvífico de Dios, no hay
nada que refutar; sin embargo, para las autoridades judías ciegas y
sordas a Dios, no hay signos que posean poder de convencimiento.
Cuando la mente del ser humano se cierra a Dios, no hay acción divina
que valga. Cuando el ser humano confía solo en sus propias leyes y en
sus interpretaciones, no hay milagro que logre transformar el corazón de
alguien.
En el Evangelio de hoy Jesús el Señor, basándose en una metáfora
(comparación para explicar algo), se presenta a sus discípulos, a las
autoridades, a los demás oyentes y desde luego a nosotros hoy como el
“Pastor” que cuida de sus ovejas y a su vez como la “Puerta” de entrada
a la Salvación. Jesús el Señor, es “Pastor y Puerta”. Las autoridades
judías, guías ciegos, guiando a otros ciegos, con tal de mantener su
autoridad arbitraria, se atrevieron a expulsar de la sinagoga al ciego
ahora vidente, por que no lograban comprender que Jesús fuera el
Mesías Salvador. Jesús el Señor, “ha venido a traer vida y vida en
abundancia” (Jn 10,10); sin embargo, cuando no hay fe, no hay poder
divino que logre penetrar en el corazón del ser humano. Jesús el Señor,
se preocupó por regalarle la salud al ciego, por dignificarlo, por ofrecerle
su compasión y su misericordia, pero las autoridades judías optaron por
defender la ley y no la dignidad del ser humano. Cualquier parecido con
la realidad de nosotros hoy no puede ser mera coincidencia.
Jesús el Señor es la “Puerta” por la cual nosotros hoy también
accedemos a la salvación. ¿Qué tal, si desde la situación que vivimos
hoy, nos permitimos darle una mirada a este precioso texto del
Evangelio? Una pandemia, ¿será castigo divino o será consecuencia
lógica de nuestra manera de asumir la vida? Pandemia, ¿será un proceso
más de la evolución del mundo y de la humanidad?, o, ¿será
consecuencia de la envidia y los celos de algunos gobernantes celosos y
envidiosos unos de otros? La verdad es que respuestas con certeza al
cien por ciento nunca vamos a encontrar. Con seguridad que la historia
irá dando ciertas respuestas, el tiempo es el mejor amigo, por ahora
esperemos.
Desde la fe y sabiendo que Jesús es la “Puerta” de entrada al
misterio divino y a su vez es la única Puerta de acceso a la comprensión
del hombre, vamos a ofrecer algunos puntos de meditación que nos
ayuden a dilucidar la situación de hoy. Una cosa tengamos presente:
esta pandemia, castigo de Dios no puede ser. Dios es el Sumo Bien (Sto.
Tomás). Dios todo lo ha hecho bien, “vio Dios cuanto había hecho y todo
estaba muy bien” (Gén 1, 31).
Hermanos, cuando contemplamos a Jesús la “Puerta”, el Pastor”,
no estamos ante un líder social, no estamos ante un dios más, no
estamos ante un mago, no estamos ante un transformador social…;
cuando contemplamos al Jesús que en el Evangelio se nos identifica
como “la Puerta y el Buen Pastor”, estamos ante el misterio mismo de
nuestra fe, la cual nos lleva a entender que nuestro Dios es el Dios de la
historia, el Dios que nos invita a confiar en Él por encima de cualquier
circunstancia humana. Cuando contemplamos a Jesús el Señor como la
“Puerta” y como el “Buen Pastor”, estamos ante el misterio divino que
nos invita a creer y confiar en un Dios que es Padre – Madre y un Dios
creador, que no castiga, que es bueno, misericordioso, que está para
siempre con nosotros, es el Emanuel.
El Santo Evangelio de hoy nos invita a comprender que nuestro
Dios es el Dios de la vida, escuchemos la Palabra: “yo he venido para
que tengan vida y la tengan abundante” (Jn 10,10). Es imposible que el
Dios de la vida nos traiga muerte. Jesús el Señor, la “Puerta, el Buen
Pastor”, con su muerte ha vencido el mal y por lo tanto al maligno.
Recordemos el inicio de aquel himno de gozo que cantábamos el Sábado
Santo en la Vigilia pascual: “Exulten los coros de los ángeles, exulten la
asamblea celeste y el himno de gloria. Aclame el triunfo del señor
resucitado. Alégrese la tierra inundada por la nueva luz. El esplendor del
rey destruyo las tinieblas, destruyo las tinieblas
Las tinieblas del mundo”.
Hermanos, Cristo ha vencido la muerte, ¡Ha resucitado! ¡Jesucristo
ha resucitado, en verdad resucito! La situación que estamos viviendo no
es culpa de Dios, es mejor, la gran oportunidad para que realicemos un
buen examen de conciencia. Hoy es un momento oportuno para crecer
en la fe en el Dios de la vida. Jesús el Señor, la Puerta, el Buen Pastor”,
se compadece de nosotros, nuestra tarea es creer y confiar en Él. Por
favor, la fe de este momento no puede ser una fe mágica y mucho
menos interesada, no hermanos. La fe no es una conquista humana, la
fe es don del Espíritu Santo, la fe se nos ofrece como un don gratuito de
Dios. La fe nos llega a través de la Palabra y por medio de la comunidad
eclesial. La fe no es subjetividad, mucho menos pasividad, la fe es el
lucernario que ilumina la vida. La fe nos convoca a dar un paso hacía la
esperanza y la esperanza se hace madura en la caridad.
Este tiempo es entonces, el más oportuno para revisar en qué
puerta estábamos buscando la Salvación. Creíamos que todo lo
podíamos comprar con el dinero. El capitalismo salvaje, nos había
puesto a todos en un afán desesperado por competir en la mayor
adquisición de bienes de consumo y no de bienes eternos y perdurables.
Escuchemos lo que le dice Jesús a la gente: “En verdad, en verdad les
digo: me buscan no porque han visto signos, sino porque han comido
pan hasta saciarse. Trabajen no por el alimento que perece, sino por el
alimento que perdura para la vida eterna, el que les dará el Hijo del
hombre; pues a este lo ha sellado el Padre, Dios” (Jn 6,22-29).
Hermanos, a la luz de nuestra fe, este es el tiempo para que nos
conozcamos de verdad. Jesús dice en el Evangelio: “Cuando ha sacado
todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen,
porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán
de él, porque no conocen la voz de los extraños”. Dice también la
Palabra:
“Yo soy el buen Pastor: conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen
a mi” (Jn 10,14). Nos dice el diccionario de la lengua castellana que,
“conocer es tener información o conocimiento profundo y con
experiencia sobre algo”. Conocer es también, “tener relaciones íntimas
con una persona”. Jesús el Buen Pastor, nos invita a que seamos sus
amigos, nos invita a entrar en intimidad con Él.
Sócrates decía “conócete a ti mismo”, el Evangelio nos dice:
“niégate a ti mismo”. Ambos, el filósofo y el Evangelio nos están
invitando a reflexionar sobre nosotros mismos para conocer nuestras
cualidades, debilidades y fortalezas y así, poder comprender nuestros
límites y descubrir el sentido de la vida y de aquello para lo cual hemos
sido llamados a ser. Nada en la vida se da sin un sentido. Nada se da por
casualidad, todo tiene una causa. La causa de nuestra existencia es el
amor de Dios. Desde el amor de Dios existimos. Por el amor de Dios
somos lo que somos. En el amor de Dios nacemos, nos reproducimos,
vivimos y morimos. En el amor de Dios y por su amor, tenemos fe en la
resurrección de Jesús el Señor; la fe es gracia, es don. Porque Dios nos
ama, creemos y confiamos que también nosotros resucitaremos con Él.
Hermanos, Dios no ha creado el mal; el mal dice Santo Tomás “es
ausencia de bien”. Una pandemia no es un castigo divino. El mal tiene
su origen en el maligno, quien por envidia y soberbia (pecados
capitales), ha sembrado en el corazón del hombre el afán desesperado
de enriquecerse sin verse nunca satisfecho. El maligno ha puesto el mal
en nuestro corazón y nosotros lo hemos permitido, hemos caído en su
tentación. Dios siempre quiere nuestro bien y nos ha creado libres y para
la libertad; por eso, nos pide que le abramos nuestra mente y nuestro
corazón a su Palabra y con esa Palabra le permitamos iluminar cada
instante de nuestra vida.
Así como Jesús el Señor, el “Buen pastor”, la única “Puerta” de
Salvación, se dolió, por la indiferencia y la ceguera de las autoridades
judías, frente al ciego, ahora curado y expulsado de la sinagoga. Así,
también, a nosotros, frente al Covid 19, se nos invita a despertar nuestra
sensibilidad, a superar la indiferencia y sentir con el corazón las
necesidades de nuestros hermanos. “Nadie está inmune al virus. Ricos y
pobres tenemos que ser solidarios unos con otros, cuidarnos
personalmente y cuidar de los otros y asumir una responsabilidad
colectiva. No hay un puerto de salvación. O nos sentimos humanos, co -
iguales en la misma Casa Común o nos hundiremos todos” (Leonardo
Boff).
Solo Jesús es el Buen Pastor, solo Jesús el Señor es la “Puerta”
segura, es en Él, en quien debemos confiar. Es a Jesús el Buen Pastor, a
quien debemos pedirle que inspire a los científicos en la búsqueda de
una respuesta médica que ayude a dar solución a la situación que
vivimos. Es a Jesús el Buen Pastor, a través de quien debemos orientar
nuestra oración al Padre, pidiéndole que a los gobernantes les de
sabiduría para saber tomar las mejores decisiones donde por encima de
los intereses egoístas de unos cuantos y los intereses del mercado
capitalista estén los intereses del amor y el respeto por la vida como don
de Dios.
Hermanos, Jesús el Señor, es el “Pastor y la Puerta” para ir al
Padre, solo en Él está la Salvación. Es a Jesús a quien debemos seguir.
Escuchemos la Palabra: “Todos los que han venido antes de mí son
ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon”. Hay unos
ladrones y bandidos que quieren robar nuestra fe y nuestra esperanza.
Siempre habrá otras opciones, pero la opción, la única opción, la opción
verdadera es Jesús el Señor. Jesús, nuestro Dios y Señor, dice el Papa
Francisco: siempre nos “primerea”. Él camina delante de nosotros, a Él
debemos seguir, a Él debemos conocer y de Él debemos dejarnos
conocer, con Él debemos entrar en intimidad para con Él dialogar e
interpretar este momento de crisis mundial.
Vayamos a Jesús el Buen Pastor, acerquémonos a Él, entremos por
la Puerta de la esperanza junto con Jesús. No hagamos de este momento
un instante de angustia y pánico. Por favor, no seamos irresponsables
haciendo de este momento de la historia una interpretación mágica.
Dios está con nosotros, Dios nos acompaña, pero lo hace a través de
nuestras facultades del entendimiento y la voluntad. Dios nos ha dado la
capacidad de asumir con inteligencia cada instante vital de nuestra
existencia. A pesar de la crisis, hoy es el día de la Salvación.
Si queremos tener una vida plena, preguntémonos, ¿en nuestro
caso, con lo que está pasando hoy qué tenemos que hacer a la luz de
Jesús el Buen Pastor? ¿Qué querrá Dios de nosotros hoy? Con las
circunstancias actuales, ¿cómo ser fieles al querer de Dios? Recordemos
que Dios nos bendice con vida abundante, Él ha venido a traernos vida y
vida en abundancia y esto no significa necesariamente salud y riqueza.
Dios nos regala vida en abundancia, esto significa más bien todo aquello
que hay en nuestro corazón: deseos de vida eterna, de inmortalidad, de
felicidad de amistad, de intimidad, de equilibrio, de madurez, de ser más
de lo que somos. La vida eterna es Dios mismo, quien se nos da y se nos
ofrece como la Puerta de entrada a la plenitud de la vida, escuchemos la
Palabra: “Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y
salir, y encontrará pastos”.

Tarea:

Leer y meditar todo el capítulo 10 del evangelio de San Juan.

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