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La familia: Una bendición de Dios

La bendición para todas las famílias


“La esperanza de Israel se incorporó en la promesa hecha en el momento
de llamarse a Abraham, y fue repetida después vez tras vez a su
posteridad: ‘Serán benditas en ti todas las familias de la tierra’ (Gén. 12:3).
Al ser revelado a Abraham el propósito de Dios para la redención de la
familia humana, el Sol de Justicia brilló en su corazón y disipó sus
tinieblas. Y cuando, al fin, el Salvador mismo caminó y habló entre los hijos
de los hombres, dio testimonio a los judíos acerca de la brillante esperanza
de liberación que el patriarca tenía por la venida de un Redentor. Cristo
declaró: ‘Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo
vio, y se gozó’ (Juan 8:56)” (PR, p.503).

El símbolo más dulce del cielo


“Debiera hacerse del hogar todo lo que la palabra implica. Debería ser un
pequeño cielo en la Tierra, un lugar donde se cultiven los afectos, en vez
de que se los reprima deliberadamente. Nuestra felicidad depende de que
cultivemos el amor, la comprensión y la verdadera cortesía mutua” (TI, t. 3,
p. 591).
“El símbolo más dulce del cielo es un hogar presidido por el Espíritu del
Señor. Si se cumple la voluntad de Dios, los esposos se respetarán
mutuamente y cultivarán el amor y la confianza” (HC, p. 11).
 

La bendición de corregir a los hijos con oración


“Mis hermanos y hermanas, les ruego educar a sus hijos con simplicidad.
No los regañen cuando hacen mal, sino llévenlos al Señor y díganle a él
acerca del problema. Cuando se arrodillan con sus hijos delante del Señor,
Cristo está a su lado y los ángeles de Dios los rodean. Enséñenles a pedir
perdón a Dios por ser malhumorados e impacientes. Críen a sus hijos en
disciplina y amonestación del Señor. Que sean hombres y mujeres de
oración” (HD, p. 236).
“Administren las reglas del hogar con sabiduría y amor, no con vara de
hierro. Los niños responderán con obediencia voluntaria a la ley del amor.
Elogien a sus hijos siempre que puedan. Hagan que sus vidas sean tan
felices como fuere posible […]. Mantengan blando el terreno del corazón
por la manifestación del amor y del afecto, preparándolo así para la semilla
de la verdad. Recuerden que el Señor da a la Tierra no solamente nubes y
lluvia, sino el hermoso y sonriente sol, que hace germinar la semilla y hace
aparecer las flores. Recuerden que los niños necesitan no solamente
reproches y corrección, sino estímulo y encomio, el agradable sol de las
palabras bondadosas” (HC, p. 13).

Hacer que el hogar sea alegre y feliz


“No olviden jamás que por el aprecio de los atributos del Salvador deben
hacer que el hogar sea un sitio alegre y feliz para ustedes mismos y para
sus hijos. Si invitan a Cristo al hogar, podrán discernir entre el bien y el
mal. Podrán ayudar a sus hijos para que sean árboles de justicia, que
lleven los frutos del Espíritu” (HC, p. 12).
“Podrán sobrevenir dificultades, pues estas constituyen la suerte que le
toca a toda la humanidad. Resplandezcan la paciencia, la gratitud y el
amor en el corazón, por nublado que esté el día” (MC, p. 305).
“El hogar, aunque sea sencillo, puede ser siempre un lugar donde se
pronuncien palabras alentadoras y se realicen acciones bondadosas,
donde la cortesía y el amor sean huéspedes permanentes” (HC, p. 12, 13).
“No debe haber disensión en la casa. ‘Mas la sabiduría que es de lo alto,
primeramente es pura, después pacífica, modesta, benigna, llena de
misericordia y de buenos frutos, no juzgadora, no fingida. Y el fruto de
justicia se siembra en paz para aquellos que hacen paz’ (Sant. 3:17, 18).
Mansedumbre y paz es lo que anhelamos para nuestros hogares” (HC, p.
13).

 Dios es honrado por un hogar cristiano


“Los padres y las madres que ponen a Dios en primer lugar en su familia,
que enseñan a sus hijos que el temor del Señor es el principio de la
sabiduría, glorifican a Dios delante de los ángeles y delante de los
hombres, presentando al mundo una familia bien ordenada y disciplinada,
una familia que ama y obedece a Dios, en lugar de rebelarse contra él.
Cristo no es un extraño en sus hogares; su nombre es un nombre familiar,
venerado y glorificado.
Los ángeles se deleitan en un hogar donde Dios reina supremo, y donde
se enseña a los niños a reverenciar la religión, la Biblia y al Creador. Las
familias tales pueden aferrarse a la promesa: ‘Yo honraré a los que me
honran’ (1 Sam. 2:30). Y cuando de un hogar tal sale el padre a cumplir
sus deberes diarios, lo hace con un espíritu enternecido y subyugado por
la conversación con Dios” (TI, t. 5, p. 400).
“Solo la presencia de Cristo puede hacer felices a hombres y mujeres.
Cristo puede transformar todas las aguas comunes de la vida en vino
celestial. El hogar viene a ser entonces un Edén de bienaventuranza; la
familia, un hermoso símbolo de la familia celestial” (HC, p. 22).
Los mejores misionero provienen de hogares cristianos
“Los misioneros del Maestro reciben la mejor preparación para trabajar
lejos en la familia cristiana, donde se teme y se ama a Dios, donde se lo
adora y la fidelidad ha llegado a ser una segunda naturaleza, donde no se
permite desatender desordenadamente los deberes domésticos, donde la
serena comunión con Dios se considera esencial para el fiel cumplimiento
de los deberes diarios” (HC, p. 28).

Un argumento que el  incrédulo no puede negar


“Un hogar piadoso bien dirigido constituye un argumento poderoso en
favor de la religión cristiana; un argumento que el incrédulo no puede
negar. Todos pueden ver que hay una influencia que obra en la familia y
afecta a los hijos, y que el Dios de Abraham está con ellos. Si los hogares
de los profesos cristianos tuviesen el debido molde religioso, ejercerían
una gran influencia en favor del bien. Serían, ciertamente, ‘la luz del
mundo’” (PP, p. 140).

Son más necesarios los hombres buenos que los grandes


intelectos
“La felicidad de las familias y de las iglesias depende de las influencias que
se sienten en el hogar. Los intereses eternos dependen del debido
cumplimiento de los deberes de esta vida. El mundo no necesita tanto
grandes intelectos como hombres buenos que sean una bendición en sus
hogares” (TI, t. 4, p. 514).

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