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C O N C IL L A D A C O N T O D A S SU S O T R A S P E R F E C C IO N E S ,
Y C O N L A T O T A L ID A D D E LAS A C C IO N E S 1072
1072 Este opúsculo, redactado en latín, en el que el propio Leibniz resume la Teodi
cea, se publicó en 1710 com o una pieza separada de la propia obra. Sin embargo, aparece
publicado ju n to a la Teodicea, obra que Leibniz redactó y publicó en francés, a partir de su
segunda edición (1712) y en las ediciones posteriores de la obra.
1073 Véase la nota 12.
V
444 E N S A Y O S DE T E O D I C E A
1074
Ens a se.
APÉNDICES 445
idea y toda verdad, es decir, todas las cosas, tanto las sencillas com o las
complejas, que pueden ser objeto del entendimiento, y se aplica asimismo
tanto a las cosas posibles com o a las actuales.
14. La ciencia de los posibles es la que se llama ciencia de la simple inteli
gencia, que versa tanto sobre las cosas como sobre sus conexiones, tanto si
unas y otras son necesarias como si son contingentes.
15. Los posibles contingentes pueden ser considerados tanto por sepa
rado como coordinados en mundos enteros posibles infinitos, cualquiera
de los cuales es perfectamente conocido por Dios, a pesar de que única
mente uno de ellos sea conducido a la existencia. Y de nada sirve imaginar
muchos mundos actuales, porque uno solo abarca para nosotros toda la
universalidad de las criaturas, de cualquier lugar y tiempo, y en este sentido
utilizamos aquí la palabra mundo.
16. La ciencia de las cosas actuales, es decir, del mundo conducido a la 441
existencia y, en él, de las cosas pasadas, presentes y futuras se llama ciencia
de la visión, y solamente difiere de la ciencia de la simple inteligencia de
este mismo mundo, considerado com o posible, en que se añade el cono
cimiento reflexivo con el que Dios conoció su decreto para conducir al
propio mundo a la existencia. Y no es necesario otro fundamento de la
presciencia divina.
17. La ciencia comúnmente llamada media está comprendida bajo la
ciencia de la simple inteligencia en el sentido que hemos expuesto. Sin
embargo, si alguien desea que haya alguna ciencia media entre la ciencia
de la simple inteligencia y la ciencia de la visión, podría concebir aque
lla1075 y la ciencia media de manera diferente a como se suele concebir
comúnmente, es decir, com o ciencia media no sólo respecto de cosas
futuras condicionales sino también con relación a los posibles contingen
tes en general. Así se tomará de manera más restrictiva la ciencia de la
simple inteligencia, es decir, en tanto que trata de las verdades posibles
y necesarias; la ciencia media, como la que trata de las verdades posibles
y contingentes; la ciencia de la visión, como la que trata de las verdades
contingentes y actuales. La ciencia media tendrá en común con la primera
el que trata sobre las verdades posibles y, con la última, que trata sobre las
contingentes.
18. Hasta aquí hemos tratado sobre la grandeza divina, ahora tratare
mos también sobre la bondad divina. Pero así como la sabiduría, o sea, el
conocimiento de la verdad es la perfección del entendimiento, del mismo
1075
Se refiere a la ciencia de la simple inteligencia.
446 E N S A Y O S DE T E O D I C E A
1076 Para conocer y ampliar este problema, véase: Teodicea, I, 86; II, 170-172; II, 255,
con sus notas correspondientes.
APENDICES 447
1077 Para conocer y ampliar este problem a, véase: Teodicea, Prefacio (texto del Prefa
cio al que se refieren las notas n.° 57-58); II, 162 y 182; Compendio sobre la controversia..., IV
objeción.
1078 Secundum quid.
1079 Et cum de divina (volúntate) sermo est.
1080 Ez. 18, 21, 23 y 28; 33, 11; Jn. 8, 7 y 11.
448 E N S A Y O S DE T E O D I C E A
,#8s Tomás de Aquino, Comentarios a las Sentencias, II, dist. 32, qu. 1, art.l, y Summa
Theologica, I, 2, 3 ad 1; I, 19, 9; I, 22, 2 ad 2. San Agustín, Enquiridión, cap. 11.
1084 Rom . 3 ,8
450 E N S A Y O S DE T E O D I C E A
com o medios. Sin embargo, tiene el mal de culpa solamente com o condi
ción sin la cual1085no existiría una cosa que por lo demás debía existir, en
el sentido en que Cristo dijo que es preciso que los escándalos existan1086.
40. Hasta aquí hemos hablado por separado de la grandeza y de la
bondad, que pueden considerarse com o los preliminares de este tratado;
ahora trataremos de lo tocante a una y a otra conjuntamente. Por lo tanto,
lo que es común a la grandeza y a la bondad es aquí lo que no procede sola
mente de la bondad sino también de la grandeza (es decir, la sabiduría
445 y el poder): pues la grandeza hace que la bondad alcance su efecto. Y la
bondad se refiere a las criaturas en general o en particular a las criaturas
inteligentes. En el prim er caso, jun to con la grandeza, {la bondad} consti
tuye la providencia en la creación y el gobierno del mundo; en el segundo
caso, constituye la justicia en el gobierno especial de las sustancias dotadas
de razón.
41. Como la sabiduría dirige la bondad de Dios que se ejerce sobre las
criaturas en general, se sigue que la providencia divina se manifiesta en la
serie completa del universo, y debe decirse que Dios ha elegido la mejor de
entre las infinitas series posibles de las cosas hasta el punto de que es esta
la que existe en acto. En efecto, todas las cosas en el universo son armonio
sas entre sí, y el ser supremamente sabio no decide sin haber examinado
atentamente todo y, por consiguiente, solamente decide respecto de la
totalidad. Con relación a las partes tomadas separadamente, la voluntad
puede ser previa; respecto del todo debe ser entendida com o decretoria.
42. De donde se sigue que, hablando con rigor, no es necesario que
haya un orden en los decretos divinos, sino que se puede decir que sola
mente ha habido un único decreto de Dios para que esta serie de cosas
llegara a existir, después de haber considerado todo lo que integra la serie
y de haberlo comparado con las cosas que integran las demás series.
43. Por consiguiente, el decreto de Dios es también inmutable, porque
todas las razones que se pueden objetar ya han sido tomadas en conside
ración; pero de aquí no nace una necesidad distinta que la de consecuencia,
es decir, la que llaman hipotética, o sea, la que se deriva de suponer la pre
visión y la pre-ordenación; pero no existe ninguna necesidad absoluta o
del consecuente, porque era posible también un orden distinto de las cosas,
tanto en las partes como en el todo, y porque Dios, al elegir la serie de los
contingentes, no ha alterado su contingencia.
57. Pero no hay razón para que nos refugiemos en estas paradojas que,
además, han de ser rechazadas. La verdadera respuesta es que no podemos
valorar a partir de nuestro conocimiento la amplitud completa del reino
de los cielos, porque la gloria de los bienaventurados a través de la visión
divina puede ser tanta que los males de todos los condenados no puedan
compararse con este bien y la Escritura reconoce una increíble multitud de
ángeles bienaventurados y la propia naturaleza, engrandecida gracias a descu
brimientos nuevos, nos pone de manifiesto una gran variedad de criaturas.
Esto hace que podamos defender el mayor valor del bien sobre el mal con
más comodidad que Agustín y otros antiguos.
58. Ciertamente nuestra tierra no es más que un satélite de un sol
único, y hay tantos soles com o estrellas fijas; además, es probable que
haya un espacio muy grande más allá de todas las estrellas fijas. Por consi
guiente, nada impide que los soles o, sobre todo, la región que hay más allá
de los soles estén habitados por criaturas felices; aunque los planetas tam
bién pueden ser o convertirse en lugares felices semejantes al paraíso. En
la casa de nuestro padre hay muchas moradas1092, dijo Cristo en particular
del cielo de los bienaventurados, al que algunos teólogos llaman empíreo y
al que sitúan más allá de los astros o soles, a pesar de que nada pueda afir
marse con certeza acerca del lugar de los bienaventurados. Mientras tanto,
puede juzgarse también con verosimilitud que en el mundo visible hay
muchas moradas, unas más felices que otras, para las criaturas racionales.
59. Así pues, el argumento extraído de la multitud de condenados
únicamente está fundado en nuestra ignorancia y se refuta con la misma
respuesta que hemos señalado más arriba, o sea, que, si conociéramos todas
las cosas, sería evidente que no podríamos desear nada m ejor que lo que
ha hecho Dios. Incluso las penas de los condenados persisten por su per
severancia en la maldad; por ello, el insigne teólogo Johann Fecht, en un 446
libro exquisito sobre el estado de los condenados1093, refuta bien a quienes
niegan que los pecados merezcan un castigo en la vida futura, com o si la
justicia, que es esencial para Dios, alguna vez pudiera cesar.
60. Finalmente, las dificultades más graves se refieren a la santidad de
Dios, es decir, a la perfección referida a los bienes y males morales de los
demás, que le hace amar la virtud y odiar el vicio incluso en los otros y lo
gos que se preparan para batirse en duelo. Véase más arriba el §36. Ahora 449
bien, que Dios deba hacer algo lo entendemos no a la manera humana sino
0£O7iQ£7TCí><;1098, puesto que en caso contrario suprimiría sus perfecciones.
67. Ahora bien, si Dios no hubiera elegido la m ejor serie del universo
(en la que interviene el pecado), habría admitido algo peor que todo el
pecado de las criaturas, porque habría suprimido su propia perfección, y
lo que se sigue de ahí, la de los demás. En efecto, la perfección divina no
debe apartarse de elegir lo más perfecto puesto que lo menos bueno con
tiene la naturaleza del mal. Y se suprimiría a Dios, y se suprimirían todas las
cosas, si Dios padeciera de impotencia, o su entendimiento se equivocara,
o desfalleciera su voluntad.
68. E l concursofísico con el pecado ha hecho que algunos coloquen a Dios
com o causa y autor del pecado; de esta manera el mal de culpa sería tam
bién el objeto de la voluntad productiva de Dios, y es en esto donde más
se burlan de nosotros los epicúreos y los maniqueos. Pero también aquí, al
iluminar nuestro espíritu, Dios es su propio defensor en el alma piadosa y
ávida de verdad. Explicaremos, por tanto, lo que significa que Dios concu
rre al pecado materialmente, es decir, lo que hay de bien en el mal, pero
que no concurre al pecado formalmente.
69. Es preciso responder, pues, que ninguna perfección y realidad
puramente positiva hay en las criaturas y en sus actos buenos y malos
que no se deba a Dios, sino que la im perfección del acto consiste en
la privación y procede de la limitación original de las criaturas, que en
ese momento ya tienen procedente de su esencia, en el estado de pura
posibilidad (es decir, en la región de las verdades eternas o en las ideas
que conserva el entendimiento divino), puesto que lo que careciera de
limitación no sería una criatura sino Dios. Pero se dice que la criatura es
limitada porque tiene fronteras, o sea, límites en su magnitud, potencia,
conocimiento y en cualquier perfección. Así pues, el fundamento del mal
es necesario, aunque su origen es contingente, es decir, es necesario que
los males sean posibles, pero es contingente que los males sean actuales;
pero no es contingente que desde la potencia se pase al acto a causa de la
armonía de las cosas, por la conveniencia con la mejor serie de las cosas
de la que forman parte.
70. Pero como a muchos les parece vano o, al menos, oscuro lo que ale
gamos sobre la constitución privativa del mal, después de Agustín, Tomás,
1098
C om o conviene a Dios.
456 E N S A Y O S DE T E O D I C E A
tener a quienes castigar. Todo esto es digno de un tirano y está muy lejos
de la gloria y perfección verdaderas, cuya belleza no sólo se refiere a la
grandeza sino también a la bondad.
79. Pero la verdadera raíz de la caída está en la im perfección o debi
lidad original de las criaturas, que hacía que el pecado estuviera incluido
en la m ejor serie posible de las cosas, de lo que ya hemos hablado con
anterioridad. De donde ha resultado ya que la caída ha sido permitida jus
tamente, a pesar de la virtud y de la sabiduría divinas, y que incluso, aun
manteniendo estas, no podía no ser permitida.
80. La naturaleza de la caída no debe ser concebida con Pierre Bayle,
como si Dios hubiera condenado a Adán, como castigo a su pecado, a tener
que pecar también en el futuro y (para ejecutar su sentencia) le hubiera
ínfundido la inclinación al pecado. Antes bien, la inclinación al pecado,
com o si fuera un nexo físico, fue consecuencia de la fuerza misma del
prim er pecado, del mismo m odo que de la ebriedad nacen otros muchos
pecados.
81. Viene ahora la propagación del contagio originado por la caída de los
primeros padres, que alcanza a las almas de sus descendientes. Parece que
no se puede explicar de manera más adecuada sino estableciendo que las
almas de los descendientes ya estaban infectadas en Adán. Para entender
esto mejor, es preciso saber, a partir de las observaciones y teorías más
recientes, que la formación de los animales y de las plantas no procede
de cierta masa confusa, sino de un cuerpo algo preformado ya oculto en
458 E N S A Y O S DE T E O D I C E A
el semen y animado desde hace tiem po1101. De donde se sigue que, por la
fuerza de la bendición divina originaria, ya habían existido en los primeros
padres de cada especie ciertos rudimentos orgánicos de todos los vivien
tes (y por cierto, para los animales, la forma de animales, aunque imper
fectos) y en cierto m odo las propias almas; todo lo cual se desarrollaría
con el tiempo. Pero es preciso decir que las almas y los principios activos
de las semillas destinadas a los cuerpos humanos han subsistido con los
demás animálculos seminales, que no tenían tal destino, en la condición
de naturaleza sensitiva, hasta que se hayan separado de los demás por su
concepción final y a la vez el cuerpo orgánico estuviera preparado para
tener la forma humana y su alma se elevara al grado de la racionalidad (no
determino si ocurre mediante una operación ordinaria o extraordinaria
de Dios).
82. Es claro también a partir de aquí que no he sostenido la preexis
tencia de la racionalidad; sin embargo, se puede pensar que en los seres
preexistentes ya estaban preestablecidos y preparados por voluntad divina
para aparecer alguna vez no sólo el organismo humano sino incluso la pro
pia racionalidad, en un acto, por así decirlo, sellado1102, que se anticipa a
su ejecución; y, al mismo tiempo, {se puede pensar) que la corrupción del
alma, aunque no había sido introducida todavía en el alma humana por
la caída de Adán, después de acceder al grado de la racionalidad, se ha
452 convertido en la fuerza de la inclinación original al pecado. Por lo demás,
a partir de descubrimientos muy recientes es claro que el principio vital
y el alma proceden únicamente del padre y que la madre durante la con
cepción proporciona algo así como una envoltura (con la forma del óvulo,
según se dice) y el crecimiento necesario para la perfección del nuevo
cuerpo orgánico.
83. Así se suprimen las dificultades tanto filosóficas sobre él origen de
las formas y de las almas, sobre la inmortalidad del alma y, más aún, sobre
su indivisibilidad, que hace que un alma no pueda nacer de otra alma,
84. Como las dificultades teológicas sobre la corrupción de las almas,
de manera que no se pueda decir que un alma racional pura, preexis
tente o creada de nuevo, sea introducida a la fuerza por Dios en una masa
corrupta para corromperse también ella misma.
85. Así pues, habrá una cierta traducción1103, pero un poco más razo
nable que la que establecieron Agustín y otros hombres insignes, no de
alma a alma (que fue rechazada por los antiguos, como es evidente desde
Prudencio, y que no es conforme con la naturaleza de las cosas), sino del
ser animado al ser animado.
86. Hasta aquí hemos tratado sobre la causa de nuestra corrupción;
ahora trataremos de su naturaleza y su constitución, que consiste en el
pecado original y en lo que se deriva de él. El pecado original tiene tanta
fuerza que convierte a los hombres en débiles en las cosas naturales, y en
muertos en las cosas espirituales antes de la regeneración; su entendi
miento vuelto hacia las cosas sensibles y su voluntad hacia lo carnal, de tal
manera que somos por naturaleza hijos de la ira.
87. Mientras tanto, no es necesario conceder a Bayle y a otros adver
sarios que impugnan la benignidad divina, o al menos la oscurecen con
algunas objeciones suyas, que quienes mueren, antes de tener un uso sufi
ciente de la razón, sometidos solamente al pecado original y sin pecado
actual (com o los niños que mueren antes del bautismo y fuera de la igle
sia) sean destinados necesariamente al fuego eterno: porque es preferible
abandonarlos a la clemencia del creador.
88. Alabo en este asunto también la moderación de Johann Hülse-
mann, de Johann Adam Ossiander1104 y de algunos otros teólogos insig
nes de la Confesión de Augsburgo, que en seguida se inclinaron en este
sentido.
89. Todavía no están extinguidas por completo las chispas de la ima
gen divina, de las que hablaremos un poco más adelante; pero, a través
de la gracia previa de Dios, pueden ser excitadas de nuevo incluso a las
cosas espirituales, de tal manera, sin embargo, que la sola gracia opere la
conversión.
90. Pero el pecado original no ha convertido la masa corrupta del
género humano en completamente ajena a la benevolencia universal de
Dios. Pues, sin embargo, tanto amó Dios al m undo1105, a pesar de que
este yace en el mal, que entregó a su hijo unigénito {para redimir} a los
hombres.
sido inscrita en nuestros corazones1106, como desde la razón, porque las 454
verdades necesarias pueden ser demostradas no a partir de la inducción
de los sentidos sino únicamente a partir de los principios ínsitos en la
mente. En efecto, la inducción de las cosas singulares nunca lleva a inferir
la necesidad universal.
101. La libertad permanece también a salvo por grande que sea la
corrupción humana, de manera que, aunque el hombre haya de pecar
indudablemente, nunca es necesario, sin embargo, que cometa este acto
de pecar que comete.
102. La libertad está exenta tanto de la necesidad como de la coacción.
N i la futurición de las verdades, ni la presciencia, ni la pre-ordenación de
Dios, ni la predisposición de las cosas producen la necesidad.
103. N i la futurición. En efecto, aunque la verdad de los futuros contin
gentes esté determinada, sin embargo la certeza objetiva, o sea, la deter
minación infalible de la verdad que hay en ellos, de ningún modo ha de
confundirse con la necesidad.
104. La presciencia o la pre-ordenación de Dios tampoco impone la necesidad,
aunque ella misma sea también infalible. Ciertamente Dios vio las cosas
en la serie ideal de los posibles como ellas habrían de ser, y en ellas vio al
hombre que pecaba libremente; y, al decretar la existencia de esta serie,
no cambió la naturaleza de la cosa, ni convirtió en necesario lo que era
contingente.
105. La predisposición de las cosas o la serie de las causas tampoco per
judica la libertad. En efecto, aunque nunca suceda algo de lo que no se
pueda dar razón y nunca exista alguna indiferencia de equilibrio (com o
si en la sustancia libre y fuera de ella todas las cosas tendieran por igual
alguna vez a ambos opuestos) puesto que más bien siempre existen algunas
preparaciones en la causa agente y en las causas concurrentes que algunos
llaman predeterminaciones; es preciso decir, sin embargo, que estas deter
minaciones solamente son inclinantes, y no necesitantes, de tal manera que
siempre queda a salvo alguna indiferencia o contingencia. Y nunca hay en
nosotros una pasión o un apetito tan grande com o para que de él se siga
necesariamente un acto; porque mientras que el hombre sea dueño de su
mente, aunque esté estimulado muy vivamente por la ira, por la sed o por
alguna causa semejante, puede siempre encontrarse, sin embargo, alguna
razón para detener el impulso, y alguna vez bastará únicamente el pensa
miento de ejercer su libertad y su poder sobre las pasiones.
1106
Jer. 31, 33; Rom. 2,14-15; 2 Cor. 3, 2.
462 E N S A Y O S DE T E O D I C E A
1107 Fatum. Teodicea, Prefacio y I, 55 y 59. GP V I, pp. 30, 31, 132 y 135.
1108 Teodicea, Prefacio y I, 55. GP V I, pp. 30 y 132.
1109 «Ip se autem Deus, cum per m ediatorem D ei et hom inum hom inem Christum
Iesum spiritaliter sanat aegrum vel vivificat mortuum, id est, iustificat impium, et cum ad
perfectam sanitatem, hoc est, ad perfectam vitam iustitiamque perduxerit, non deserit, si
non deseratur, ut pie semper iusteque vivatur.» San Agustín: De natura et gratia. Lib. I, 26.29.
APÉNDICES 463
1112
riQÓ<;KaiQOL, los que no han sido creyentes durante toda su vida.
APÉNDICES 467
apóstol1113 que quien esté en pie debe procurar no caer: pero de ningún
modo debemos renunciar a la dedicación a la piedad a causa de la persua
sión de nuestra elección ni confiar en el arrepentimiento futuro.
134. Esto ha de bastar contra la misantropía atribuida a Dios. Es preciso
mostrar ahora que no se puede imputar con justicia a Dios la acepción de 459
1114
B á0og. Rom. 11, 33.
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(Parte) principal que trata acerca de la grandeza y la bondad conjuntamente. Ver tabla II.
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