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FACULTAD DE ODONTOLOGIA

ASIGNATURA : ETICA Y BIOETICA


Dra.. DORA ELISA ELIAS MARTINEZ.
DOCTRINA DE DOBLE EFECTO
El Principio del doble efecto ofrece un entramado con dos posibles resultados, uno bueno y otro malo. Los seres
humanos, consciente o inconscientemente, lo ejercemos innumerables veces. En medicina es crítico reflexionar en él:
muchas decisiones serán más adecuadas si se cavila en su contenido. Acuñado por Santo Tomás de Aquino y
elaborado posteriormente por los teólogos salamanquinos del siglo XVI el Principio del doble efecto contiene cuatro
condiciones:
1. La acción debe ser buena, o al menos no mala.
2 .La intención del que actúa debe ser buena.
3. La acción debe ser en sí buena pues no sería correcto emprender un acto intrínsicamente malo (por ejemplo
secuestrar) para lograr un buen fin (obtener dinero para curar a un familiar).
4. Lo bueno debe prevalecer. Las metas positivas deben ser mayores que los males acumulados como consecuencia
de los actos.
El Principio del doble efecto es útil y crudo: incontables actos de la vida diaria comprenden al unísono ambigüedades
y problemas. En medicina, me gusta repetir, uno más uno no siempre es dos. Decidir entre una posibilidad y otra
puede no ser sencillo. Procurar el máximo beneficio y el menor daño debe ser la meta. Comparto un ejemplo. ¿Qué
debe hacerse cuando al separar quirúrgicamente siameses conducirá, casi seguro, a la muerte de uno de los dos a
expensas de la supervivencia del otro? La pregunta previa supone que en caso de no actuar es factible que ambos
mueran o vivan en condiciones deplorables por tiempo indeterminado.
Primera opción. Si se siguen las sugerencias de los cirujanos nada puede objetarse en relación a los tres primeros
puntos, pero, si el siamés que se salvó queda con muchas deficiencias, ¿cómo lidiar con el cuarto postulado? Haber
inducido la muerte del segundo parecería incorrecto ya que las metas positivas no fueron mayores que las negativas.
En cambio, si el siamés que se salvó logra tener una vida independiente, aunque el segundo fallezca, entonces, la
elección fue adecuada.
Segunda opción. Si no se siguen las sugerencias de los cirujanos es muy probable que ambos mueran.
“Primero no dañar” debe ser máxima médica y de las conductas humanas en general. Sin embargo, muchas acciones
médicas conllevan, a la vez, beneficio y daño –la quimioterapia es buen ejemplo: su uso busca paliar o curar tumores
malignos; no obstante, en ocasiones los enfermos fallecen como consecuencia indeseable de su uso. Lo mismo
sucede en la cotidianeidad: ante un secuestro, durante el acto encaminado a liberar a los rehenes, algunos pueden
perecer.
Médicos y enfermos deben pensar en el Principio del doble efecto. Decidir, tras sopesar las diversas soluciones es
buena opción. Decidir y pensar en los beneficios posibles y en las consecuencias de la decisión –“el mal menor”- en
forma conjunta enaltece la relación entre seres humanos y forma parte de la ética. En situaciones complejas tales
como eutanasia o permitir que enfermos mentalmente discapacitados fallezcan sin someterlos a tratamientos fútiles,
ética y mal menor son sinónimo.

LA APLICACIÓN DEL PRINCIPIO DEL DOBLE EFECTO

Por: José Pérez-Soba Diez del Corral | Fuente: bioeticaweb  http://es.catholic.net/op/articulos/19929/cat/660/la-


aplicacion-del-principio-del-doble-efecto.html

Cualquier principio moral debe ser corroborado por la experiencia personal, una simple imposición cultural no es
suficiente para hacerlo triunfar, porque despierta grandes sospechas. Por eso, la reducción de la que hemos hablado
no es la explicación única para comprender la extensión actual de la depreciación de la vida que tiende
dramáticamente a una “cultura de muerte”. En verdad, proponer de forma más o menos directa la valoración moral de
la vida humana dentro de una “ponderación” con otros bienes, hace surgir interrogantes e inquietudes: ¿cómo valorar
así la vida, si es esta un don? Son preguntas que no se pueden acallar sin más.

Para comprender su extensión actual, es muy ilustrativo ver cómo se ha llegado a la aceptación definitiva de la
racionalidad teleológica en lo que concierne a la vida, y que se ha producido en la denominada bioética de los
principios (principialista) La forma concreta como se introdujo el teleologismo ( es la rama de la metafísica que se
refiere al estudio de los fines o propósitos de algún objeto o algún ser, o bien literalmente, a la doctrina
filosófica de las causas finales. ) en la moral católica fue por medio de una nueva interpretación del principio del
“doble efecto” .
Se usaba así un principio tradicional asumido por todos y aplicado muchas veces para la resolución de los casos de
colaboración al mal. De hecho, a comienzos del s. XX tal principio tuvo una gran relevancia social por el debate ético
que se produjo acerca de la licitud de la extracción de un útero canceroso en estado de embarazo . De aquí se llegó
a una determinación precisa de las condiciones para poder aplicar el principio que fue aceptada por todos los

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moralistas católicos:

“1. Que la acción en sí misma –prescindiendo de sus efectos- sea buena o al menos indiferente. En el ejemplo tipo, la
operación quirúrgica necesaria es en sí buena.
2. Que el fin del agente sea obtener el efecto bueno y se limite a permitir el malo. La extirpación del tumor es el objeto
de la operación; el riesgo del aborto se sigue como algo permitido o simplemente tolerado.
3. Que el efecto primero e inmediato que se sigue sea el bueno. En nuestro caso, la curación.
4. Que exista una causa proporcionalmente grave para actuar. La urgencia de la operación quirúrgica es causa
proporcionada al efecto malo: el riesgo del aborto.”
Como es fácil de comprender, estas condiciones son muy útiles para clarificar las relaciones entre los bienes y males
físicos y morales que está en juego y, por ello, parece un principio especialmente adecuado para el tema que nos
concierne de la enfermedad y la vida.
Knauer propuso en los años sesenta un cambio en la apreciación de las condiciones de tal principio de forma que se
presentaba como el centro de todas ellas la “razón proporcionada”, justo la que propugna el teleologismo . Un somero
análisis de su argumentación no deja duda alguna de la falacia del razonamiento con el que defendía este cambio
que se basa en la siguiente afirmación: “Tener una razón proporcionada significa: el acto es proporcionado a su
razón. Las dos fórmulas son equivalentes.”

Aquí está el error, porque identifica dos sentidos distintos de “razón”: una, es la razón proporcionada que es exterior
al acto (si fuera una razón propia del acto no existiría ninguna proporción, ya que este término necesita la relación
entre dos cosas), y otra la razón específica del acto que es su propia verdad. Por tanto, el uso de la “razón
proporcionada” significa que un acto distinto (asimilable a una intención subjetiva) al que ha de especificar la acción
operable, puede justificar la elección de tal acto en concreto debido a un bien mayor que se impone a la maldad
intrínseca del acto. Por consiguiente, siempre podría existir una razón proporcionada exterior que cambiara en
concreto la razón propia del acto.

Además, el sentido de la expresión “proporcionado a su razón” es una mala traducción del texto original de Santo
Tomás que dice “proporcionado al fin” . Es fácil entonces comprobar la diferencia de perspectiva. Lo que el Aquinate
quiere expresar es que la razón moral de un acto reside en su proporcionalidad al fin último, proporcionalidad propia
del acto que en el mayor número de los casos expresa con palabras referidas al orden racional propio de la intención
. De ningún modo se refiere a una proporción ponderativa de elementos exteriores al acto. En conclusión, la “razón
proporcionada” de la que habla Knauer, por ser exterior al acto en sí mismo, nunca puede ser “su razón” y la
equivalencia propuesta es falsa.

Por eso, aunque puede existir una razón proporcionada para permitir el mal en razón de un bien común, nunca existe
razón ninguna para querer una acción moralmente mala (entre el bien y el mal morales no hay proporción ninguna).
En el fondo, la postura anterior de Knauer reduce el objeto de un acto a una ponderación de bienes no-morales, que
deben ser justificados en el juicio moral por su proporción entre ellos. Al asimilar el “permitir” con el “querer” ignora la
causalidad propia de la voluntad contra lo que nos dice la misma experiencia.

Por último, la misma palabra “proporción” es aquí equívoca, porque sugiere directamente la valoración cuantitativa de
bienes. Esto sirve con los efectos (que no pertenece de por sí al objeto moral) pero no para la valoración del mismo
objeto para el cual la Veritatis splendor prefiere la palabra “ordenabilidad” directamente relacionada con la causalidad
final .

A pesar de estas carencias, el cambio propuesto por Knauer ha influido definitivamente en el abandono de cualquier
referencia al objeto moral para las cuestiones éticas, de forma que se ha llegado a considerar que no existe ningún
absoluto moral. La razón es clara, siempre se puede encontrar un bien suficientemente grande que podría hacer
“moral” la comisión de un acto con un objeto malo El fin de todo este proceso era producir una cierta revolución de
las “fuentes de la moralidad” de forma que desapareciese la referencia al objeto moral y la existencia de actos
intrínsecamente malos a favor de la asunción de la racionalidad teleológica .

Una vez aceptada la primacía de la “razón proporcionada”, se extiende fácilmente esta racionalidad a muchas
realidades morales. Así se ha hecho en lo que se puede considerar como una cierta derivación del principio del doble
efecto: la concepción del juicio moral a modo de un “conflicto de valores” . A pesar de lo extendido de esta propuesta
ética, y su aplicación a los más diversos ámbitos morales, se trata de un modo inadecuado de juzgar los actos
morales porque no busca comprender la verdad de la acción moral, sino que lo deja todo a una elección arbitraria
desde una cierta relación de conveniencia en la que se revelan en último término preferencias simplemente
subjetivas. En verdad, los autores principales sobre la moral de los valores han rechazado la racionalidad inherente al
pretendido principio .

Si se pierde la intencionalidad de los actos que se concreta en el objeto moral que especifica una acción, es
imposible la consideración primera de que la vida siempre es un bien; pues esta valoración quedaría a merced de la
simple decisión individual. La determinación primera del sentido de la acción con un posible valor absoluto, no se

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puede reducir a la valoración de las circunstancias o realidades dentro de un juicio prudencial ponderativo, de otro
modo, se pierde la racionalidad moral que sustenta el principio que tratamos.

EL RELATIVISMO
Por: P. Alfonso Aguilar | Fuente: catholic.net 
A. Información histórica

El relativismo considera que la verdad depende absolutamente de las condiciones relativas del sujeto y puede variar
de individuo a individuo, de grupo a grupo, de época a época, sin que exista ningún criterio objetivo. Esta doctrina
comenzó a ser enseñada por los sofistas griegos, particularmente por Protágoras (480-410 a.C.), que comenzaba su
libro Sobre la verdad con esta célebre sentencia: «El hombre es la medida de todas las cosas, de las cosas que son
en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son». Con esta fórmula sintetiza el núcleo del pensamiento
sofista: el individuo decide lo que es verdad para uno mismo; lo que no venga determinado por el sujeto va
considerado como incognoscible (escepticismo), porque la realidad no es objetiva, sino subjetiva y mudable
(relativismo).

El relativismo informa la filosofía de varios autores y corrientes de pensamiento a lo largo de la Historia, pero sobre
todo en la época contemporánea, en la cual, podríamos decir, se ha convertido en el sustrato común de la mayor
parte de los sistemas: pragmatismo, historicismo, piscoanálisis, ciertas formas de existencialismo, neopositivismo,
filosofía análitica, determinadas epistemologías, hermenéutica, estructuralismo y postestructuralismo, nuevas
filosofías políticas, decostrucionismo...

B. Doctrina

En el campo gnoseológico, el relativismo es la doctrina según la cual el conocimiento humano es relativo al sujeto
cognoscente y a las condiciones del cuerpo y de los órganos del sentido. La verdad, pues, dependería totalmente,
tanto en su contenido como en el modo de ser conocida, de las condiciones y circunstancias del sujeto, como pueden
ser: la edad, la perspectiva cultural, el subconsciente, la historia, el interés personal, el placer y utilidad encontrados
en el objeto, el lenguaje de la sociedad, la educación recibida, el propio carácter y estado de ánimo. Lo que es
«verdad» para uno no lo es necesariamente para otro.

En el campo de la moral, se considera que las verdades, normas o criterios éticos son relativos, que la rectitud de
una acción y la bondad de un objeto dependen de o consisten en la actitud que asume al respecto el individuo o el
grupo, y pueden por tanto variar de individuo a individuo y de grupo a grupo. Así como no hay verdad ni falsedad
objetivas, absolutas, tampoco hay bondad ni maldad en cuanto tal: nada es bueno ni malo en sí mismo, sólo lo es en
relación a un sujeto.

El relativismo se presenta normalmente emparentado con el subjetivismo, que considera el objeto conocido como
creado, construido por el sujeto que lo aprehende.

C. Razones más importantes

1. La verdad es un relación entre sujeto y objeto, y por tanto es relativa

En lugar del objeto que mide el conocimiento, se considera algún elemento subjetivo como la norma de la verdad.
Esa «verdad» es una posesión personal, única en cada individuo. Y dado que el sujeto y sus circunstancias varían
constantemente, la «verdad» va variando con ellos.

2. La casi infinita variedad de culturas, filosofías, religiones, lenguajes, opiniones personales...

Tal constatación motiva a pensar que, en realidad, todo lo que conocemos depende absolutamente de cada sujeto y
que nada puede conocerse de modo objetivo.

D. Exigencias positivas

1. Oposición al dogmatismo racionalista

Nuestro conocimiento no es angélico, omnicomprensivo, exhaustivo. No podemos demostrar todo lo que conocemos.
El relativismo nos enseña a considerar, precisamente, la limitación de nuestro conocer debido a tantos elementos
relativos, mudables, accidentales que condicionan nuestro modo de aprehender la realidad. Debemos, pues, ser
cautos para no absolutizar o «dogmatizar» todo lo que no es absoluto, objetivo. Por ejemplo, debido a las limitaciones

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de nuestras técnicas de investigación, no podemos comprobar hasta el presente que haya existido una evolución en
la formación del cuerpo humano; la evolución es, pues, una hipótesis, quizás con un buen índice de probabilidad,
pero no debe considerarse como una certeza ni proponerse como un «dogma de fe»

2. Valorización del papel de la experiencia subjetiva 

Del relativismo debemos aprender, pues, a tener siempre muy en cuenta la cantidad de elementos que influyen en
nuestro modo de conocer. La propia biografía, sensibilidad, interés personal, educación, ambiente familiar y cultural, y
demás factores subjetivos, condicionan la perspectiva y el grado de penetración con que conozco algo (por ejemplo,
la gravedad de la difusión del relativismo en nuestras sociedades). Como consecuencia, debo ser consciente de que
nunca puedo aprehender algo completamente, en toda su profundidad. Puedo y debo seguir penetrando en más y
más en cada verdad.

3. La promoción de la apertura de mente y del diálogo 

La conciencia de la limitación subjetiva del conocimiento humano debería motivarnos a permanecer abiertos a otras
culturas, sistemas filosóficos, perspectivas, opiniones, etc. El contacto con ellos enriquecerá mi visión y ahondará en
la penetración de la verdad conocida. Por ejemplo, de una determinada cultura puedo aprender a valorar más los
derechos del individuo y de otra a valorar más la importancia de trabajar por el bien común y no sólo individual.

E. Deficiencias estructurales y refutación del relativismo

1. El relativismo no distingue entre el contenido del conocimiento y el modo de conocer 

Las condiciones subjetivas, influyen sobre todo en el acercamiento del sujeto al objeto, no tanto en lo que se conoce.
Hay contenidos universalmente válidos para todas las culturas y épocas, absolutos, objetivos, independientes del
sujeto: «Existe la naturaleza», «el fuego quema», «hay que hacer el bien y evitar el mal», «matar a un inocente es
injusto». El relativismo no explica, pues, buena parte de nuestra experiencia gnoseológica.

2. El relativismo destruye el significado y el valor del conocimiento y de la comunicación

a. Si todo fuera relativo al sujeto, entonces vano es nuestro esfuerzo por conocer las cosas. No tiene sentido que
leamos libros, vayamos a la escuela y a la universidad, hagamos ciencia. La educación desmiente la teoría del
relativismo. Los mismos relativistas contradicen su doctrina al intentar adoctrinarnos.

b. Si todo fuera relativo al sujeto, entonces inútil y sinsentido es nuestro esfuerzo por comunicarnos. Cada quien
captaría «su» verdad y no una misma idea o contenido. ¿Para qué sirve, entonces, que nos hablemos, escribamos,
enseñemos, tengamos medios de comunicación social? Los mismos relativistas contradicen su doctrina al intentar
comunicarnos su pensamiento.

3. El relativismo es contradictorio 

Propone la relatividad de la verdad como verdad absoluta, universalmente válida para todas las épocas, culturas y
hombres. Siguiendo su lógica interna, deberíamos concluir que, si esto fuera verdad, nosotros no seríamos capaces
nunca de saberlo, dado que esta «verdad» se nos presentaría también como un objeto relativo. Para ser coherente,
pues, el relativismo no debería proponerse como una doctrina más objetiva que otras; no debería proponerse, por
ejemplo, como una teoría mejor que la de la validez del conocimiento.

Por otro lado, si nuestro conocimiento fuera relativo, no habría ningún sabio ni ningún ignorante en el mundo, pues
cada uno tendría «su» verdad, no «la» verdad, y cada «verdad» tendría el mismo valor o peso. Si este es el caso,
¿por qué el relativista se me presenta como maestro de una doctrina? ¿Qué diferencia cualitativa habría entre lo que
yo pienso y lo que tú piensas? ¿Y por qué ha de ser el hombre más sabio que un mono, si el mono también ve las
cosas desde su perspectiva, posee «su» propia «verdad»?

Al negar la diferencia entre verdad y falsedad, el relativismo niega el principio de no-contradicción. Todo, pues, es
«verdadero», tanto una cosa como su contraria. Por ejemplo, los juicios «el mundo existe» y el «mundo no existe»
tendrían el mismo valor. Igualmente, la teoría del relativismo y la de la validez del conocimiento tendrían el mismo
valor. Nadie cometería jamás un error. Quien niega el relativismo no está para nada equivocado.
Conclusión
El relativismo propone que la verdad humana depende totalmente de las condiciones subjetivas del cognoscente,
dado que la relación sujeto-objeto varía en cada individuo y momento, como lo muestra la multiplicidad de opiniones y
teorías. Ciertamente los elementos subjetivos influyen en nuestro modo de conocer (de ahí que nuestro conocimiento
sea limitado, mejorable y abierto a nuevas perspectivas), pero no en lo que conocemos. De lo contrario, todo
conocimiento y comunicación carecerían de sentido. Además, el relativismo se contradice al proponerse como verdad
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absoluta o, al menos, mejor que su contraria. No se ve, pues, porqué tenga que ser aceptada.

Términos claves

Relativismo: doctrina según la cual el conocimiento humano depende totalmente de las condiciones subjetivas del
cognoscente, es decir, tanto en el modo de conocer como en lo que conoce.

Subjetivismo: doctrina según la cual el conocimiento humano se limita al sujeto cognoscente, a sus estados
sensoriales, afectivos, volitivos y a todas las realidades externas derivadas de los estados subjetivos del
cognoscente. Se trata en una palabra, de reducir el conocimiento a como aparece al sujeto.

Características del relativismo moral

¿Cuáles son algunas de las características por medio de las cuales podemos identificar el pensamiento
relativista moral contemporáneo?

Una de ellas es el fallido intento de considerar que todas las opiniones morales gozan del mismo nivel de validez, sin
importar que algunas de ellas sean contrarias entre sí. El relativismo moral le tiene un odio visceral a las jerarquías
de las ideas. El relativista no puede aceptar que unas ideas sean superiores a otras, en el sentido de tener más
probabilidad de ser ciertas que otras, o el que unas ideas sean definitivamente verdaderas y otras no. Si el relativista
llegara a aceptar, por ejemplo, que la idea de que el aborto es malo para todo el mundo es la verdadera y que la idea
contraria es falsa, dejaría de ser relativista.

Ello nos lleva a otra característica del discurso relativista. El relativista confunde el deber de respetar a la persona
que opina y su derecho a opinar con el deber de respetar toda opinión. Todos tenemos el deber de respetar a
los demás y también su derecho a opinar. Pero no tenemos por qué respetar todas las opiniones o, dicho de un modo
más adecuado y respetuoso (para no faltar a la caridad), no tenemos por qué aceptar todas las opiniones, por el
simple hecho de que no todas las opiniones son válidas. Incluso, hasta tenemos el deber, si las circunstancias lo
permiten, de refutar las opiniones falsas y dañinas. Por ejemplo, si un hombre dice que él opina que los maridos
pueden abusar de sus esposas, yo tengo el deber de respetar a ese individuo, pero al mismo tiempo tengo el deber
de decirle que su opinión es absolutamente falsa y dañina.

Una tercera característica del relativismo es el individualismo o subjetivismo. La razón por la cual el relativista tiene la
confusión que acabamos de señalar es porque en el fondo, como ya también indicamos, el relativismo es
individualista o subjetivista por naturaleza. El individualismo o subjetivismo consiste en creer que lo que es verdad
para mí no necesariamente lo es para ti y viceversa. Es decir, el subjetivismo pone el énfasis en el sujeto que opina y
no en la realidad objetiva acerca de la cual se está opinando. Por ello es que el relativista insiste con frecuencia en
que "todo el mundo tiene el derecho a opinar", que "hay que respetar la opinión de todo el mundo", que "¿quién es
usted para decir tal cosa", etc., etc. Si analizamos bien cada una de estas expresiones, sobre todo la última, nos
daremos cuenta de que todas ponen el énfasis en el sujeto que opina y no en el objeto o la realidad que se está
analizando. Por ejemplo, en un debate sobre el aborto, lo más importante no es quién es el que dice tal o más cual
cosa, sino qué es lo que dice, es decir, cuáles son las razones por las cuales lo que dice es cierto o falso. Al centrar
su discurso en el sujeto o individuo que opina, el relativista desvía la atención del asunto en sí a las personas que
opinan y trata de crear un ambiente emocional favorable a su postura.

Una cuarta característica del relativismo es su énfasis unilateral en una presunta "sinceridad" u "honestidad". Es
decir, lo que importa es la sinceridad subjetiva de la persona y no tanto su conducta. Si la persona cree sinceramente
que hacer tal cosa está bien, entonces el hacerlo también lo está. Por ejemplo, para un relativista, si un joven cree
que tener relaciones sexuales con su novia sin casarse con ella está bien porque la "ama mucho", entonces está bien
que fornique con ella. Ante este tipo de cosas el relativista no dice ni una palabra sobre el deber de buscar la verdad
(que en definitiva es lo que significa ser sincero). Tampoco hace la distinción entre una presunta sinceridad subjetiva
y la maldad intrínseca del acto que se está llevando a cabo, en este caso el acto de fornicación (recordemos que al
relativista no le gustan las distinciones, para él todo es igual o todo está al mismo nivel).

En el fondo el relativismo se contradice a sí mismo. El principio de que todo es relativo no es relativo, sino absoluto--
es decir, es una pretensión velada de carácter absoluto. Apartémonos por un momento del tema central que nos
ocupa, que es el relativismo moral, y echemos un vistazo al relativismo espiritual del "New Age". El "New Age"
plantea que la verdad es relativa, es decir, lo que hoy es verdad mañana puede ser falso. Y el "New Age" no se está
refiriendo aquí a cosas que sí son relativas, como puede ser que en la actualidad el tránsito de una ciudad en
particular no sea un problema, pero que en un futuro sí. El "New Age" se está refiriendo a cuestiones fundamentales
para el ser humano, como lo son la espiritualidad, la paz interior, etc. Pues bien, si lo que hoy es verdad mañana
puede ser falso, eso mismo le puede pasar al propio "New Age", ¡y se acabó el "New Age"! Este ejemplo nos muestra

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que el relativismo es una soberana insensatez, un insulto al intelecto humano y un ataque directo al sentido común
(que hoy en día se está convirtiendo en el menos común de los sentidos).
  

UN FRAUDE LLAMADO RELATIVISMO


¿Acaso nuestra dignidad es relativa?
El aclamado relativismo es un fraude que no resiste la prueba de la existencia objetiva del mal, porque éste no se
resuelve en un asunto de opinión.¿Acaso nuestra dignidad es relativa?

Obvio, no me refiero a la actitud epistemológica que nos permite reconocer y celebrar la expansiva diversidad
humana. Un hecho del cual lo mejor de la teología católica se ha ocupado desde tiempos inmemoriales —como en el
desarrollo del derecho natural histórico analógico—, y de lo cual la ciencia social mucho se ha beneficiado. Me refiero
al vulgar relativismo que domina nuestra cultura. Esa “filosofía” que banaliza la existencia de numerosas personas,
pues reduce nuestra dignidad a un asunto de opinión, hasta arrogarse el derecho de decidir quiénes son plenamente
humanos, cuáles merecen vivir y bajo qué condiciones. La propaganda de una clínica abortista lo resume claramente:
hay hijos por elección y otros por accidente. Los segundos merecen morir. ¿Desde cuándo nuestra dignidad es un
accidente? Un poco de soberbia basta para afirmarlo. Un poquito más para actuar en consecuencia.

Cuando nos negamos a reconocer que la raíz del mal está en la reducción de una persona a objeto, a ente
“accidental”, entonces permitimos que se instale una narrativa que justifica una cultura sin bondad. Así, se empieza
criminalizando a los pobres diciendo que la pobreza es causa directa del crimen, un lugar tan común como falaz que
ya nadie cuestiona. Luego, los abortistas alegan, entre muchas ocurrencias, la conveniencia de impedir que los
pobres nazcan para abatir los índices de criminalidad. Se trata de vidas que no merecen ser vividas, niños
condenados a la pobreza y al crimen que descomponen el tejido social. Sería mejor tener “misericordia” con ellos y
matarlos en prevención de los delitos que pudieran llegar a cometer fuera del seno materno.

En mor de este relativismo, se ha aceptado la creación de un nuevo tipo de seres humanos: los “accidentales”,
también llamados “no deseados.” Unos, a causa de su pobreza económica y social. Otros, por no cumplir con ciertos
estándares de calidad física o eficiencia neuronal como discapacitados, enfermos crónicos y terminales. A los
segundos se les debe eliminar por aborto eugenésico (síndrome de Down, por citar uno entre muchos ejemplos) y, en
etapas posteriores, aplicándoles la muerte “por misericordia”, pasando la eutanasia como “suicidio asistido”, es decir,
conseguida mediante presión social y psicológica de modo que la víctima sea quien lo pida. Así, se ha llegado a
considerar la promoción del aborto, la eugenesia y la eutanasia como algo adecuado, incluso muy “progresista”.

El relativismo es la filosofía del pequeño burgués, profesional del narcicismo a quien el prójimo estorba, clásico
promotor de una ética sin bondad disfrazada de chantaje sentimental, de actos egoístas con manto “misericordioso”.
Hace mucho que la pequeña burguesía dejó de ser una clase social, para convertirse en un estado mental que
enferma el alma hasta sumirla en la mediocridad, siempre frívola y banal.

La bondad nace de mirar al otro como persona rebosante de dignidad, sin importar su condición. San Francisco pudo
reconocer al leproso como hermano sólo después de besar sus llagas, porque en las llagas de cualquier crucificado
encontramos la verdad sobre nuestra humanidad. El relativismo, por el contrario, provoca que desviemos la mirada y,
al hacerlo, que colaboremos con el mal. No es casualidad. Ambos surgen de un acto de soberbia y en la banalidad se
encuentran

TRABAJO EN EQUIPO

1. ¿Cuál es la máxima de Protágoras que sintetiza la teoría del relativismo y subjetivismo?


2. Nombre algunas corrientes de pensamiento contemporáneo que se subscriben al relativismo.
3. ¿Cuál es, en el fondo, la única diferencia entre el relativismo gnoseológico y el ético?
4. ¿Cuáles son los dos motivos principales que motivan a muchos a seguir el relativismo?
5. ¿Qué exigencias positivas podría aprender del relativismo?
6. En el fondo, ¿en qué consiste el error del relativismo? Es decir, ¿qué es lo que confunde o exagera? ¿qué
es lo que no distingue?
7. ¿Qué consecuencias prácticas en cuanto al conocimiento y a la comunicación tendría la admisión
universal del relativismo?
8. ¿Por qué es contradictorio el relativismo como doctrina?

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