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LA MORADA DE LA DEIDAD

Un estudio crítico de la enseñanza

del Nuevo Testamento

acerca de la morada del Espíritu Santo

por

Maurice W. Lusk III

Publicado por el autor en

Southeastern Biblical Institute

3545 Chestnut Drive

Atlanta (Doraville), Georgia

30340

Una versión en español por

Rolando Rovira

Enero 10, 2012

1
Derechos de autor MCMLXXX por Maurice W. Lusk III

Doraville, Georgia

Todos los derechos reservados

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A HELLEN

Mi amada esposa

Quien me ha llenado con la convicción de que hay pocas cosas en la vida de


un hombre más maravillosas que una buena y piadosa mujer

CONTENIDO

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PREFACIO
La Ley de la Racionalidad en la Investigación Bíblica

Razonamiento y Creencias

Asuntos de Diferencia y Asuntos de Inquietud

CAPÍTULO I INTRODUCCIÓN
Acerca de la morada de la Deidad dentro de la humanidad

El Milagro de la Deidad dentro de la humanidad

El Argumento en Forma Lógica

El don de la Deidad

Exégesis, Hermenéutica, y las Leyes del Razonamiento Válido

PARTE I

DEFINIENDO TÉRMINOS Y CONCEPTOS

CAPÍTULO II EL CONCEPTO DEL ESPÍRITU DE DIOS EN LA LITERATURA BÍBLICA


El griego Pneuma en el Uso del NT

Lo Natural y lo Sobrenatural

El Espíritu Santo como Personalidad de la Deidad

Recapitulación y Conclusión

CAPÍTULO II EL CONCEPTO DE LA MORADA


La Morada como Terminología

El Concepto “Morada” en el griego del NT

CAPÍTULO IV EL “HECHO” Y LA “MANERA” DE LA MORADA DEL ESPÍRITU


El Espíritu en el creyente

Cristo en el creyente

4
Dios en el creyente

El sentido en el cual el creyente está habitado

La Ley de la Consistencia

PARTE II

EL ESPÍRITU SANTO Y LOS FENÓMENOS MILAGROSOS DEL PRIMER SIGLO

CAPÍTULO V LA OPERACIÓN MILAGROSA DEL ESPÍRITU SANTO


El Concepto Poder en el griego del NT

El Poder Sobrenatural de Jesús

El Poder Sobrenatural de los apóstoles

El Poder Sobrenatural de otros cristianos del Primer Siglo

CAPÍTULO VI EN CUANTO A ESTAR LLENO DEL ESPÍRITU SANTO


El Concepto “lleno” en el griego del NT

CAPÍTULO VII EL PRINCIPIO DE CAUSA Y EFECTO


Causa Inicial y Causa Inmediata

El Espíritu y la Palabra

La Doctrina “hay algo más”

Un Motivo de Inquietud

PARTE III

PREGUNTAS ACERCA DE “DÓNDE” Y “CÓMO” EN CUANTO AL TEMA DE LA


MORADA

CAPÍTULO VIII ¿EN QUÉ PARTE DEL CREYENTE MORA EL ESPÍRITU SANTO?
El Espíritu mora “en alguna parte” dentro del creyente

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El Espíritu mora “en todas partes” dentro del creyente

CAPÍTULO IX EL ESPÍRITU MORA DENTRO DEL “CORAZÓN” DEL CREYENTE


El Concepto Bíblico del Corazón

En la literatura del AT

En la literatura del NT

Reflexiones y Observaciones

CAPÍTULO X EL ESPÍRITU MORA DENTRO DE “LA MENTE” DEL CREYENTE


El Significado de “Mente”

La Relación entre el Corazón y la Mente

El Concepto Mente en el NT

CAPÍTULO XI EL ESPÍRITU HUMANO Y EL ESPÍRITU DE DIOS


La personalidad humana y la personalidad de Dios

Conclusión

APÉNDICE A CUESTIONARIO ACERCA DE LA CONTROVERSIA DE LA MORADA

APÉNDICE B LA MORADA DE LA DEIDAD DENTRO DE JESÚS DE NAZARET


Su Preexistencia

La Encarnación

Conclusión

BIBLIOGRAFÍA

PREFACIO

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Frecuentemente preguntamos a las personas acerca de la opinión que tienen con respecto
a ciertos asuntos. Cuando dan una respuesta, la misma es: «Esa es la opinión de los eruditos,
o el punto de vista de tal erudito». Cualquier opinión que uno sostenga debe ser propia,
como resultado de su investigación independiente. Cualquier conclusión alcanzada debe
estar garantizada por toda la evidencia disponible. Habrá quienes lleguen a las mismas
conclusiones basados en una evaluación de la misma evidencia, pero eso no significa que
dos eruditos sostienen uno la posición del otro sólo porque obtuvieron la misma conclusión
de la evidencia de la cual disponían.

La ley de la racionalidad y la investigación bíblica

Yo no puedo hablar por otros, pero puedo hacerlo por mí mismo. En la investigación
subyacente a mis opiniones, la cual reflejo en mi predicación, enseñanza y escritos, utilizo
exhaustivamente los idiomas bíblicos, los principios hermenéuticos y exegéticos, las leyes
del razonamiento válido (la lógica), y en una manera coordinada, la ley de la racionalidad
(que uno debe llegar únicamente a las conclusiones que estén garantizadas por la
evidencia). Me he dado cuenta que hay quienes creen que en la religión no hay lugar para
el razonamiento o la argumentación lógica, que uno debe sentirse libre para sostener
cualquier posición sea que tenga suficiente evidencia para sustentarla o no. Las «razones»
para sostener una opinión en particular es el punto real de la cuestión a mano aquí.

Razonamiento y creencia

Ningún hombre tiene el derecho de esperar que su posición sea aceptada o respetada si él
no puede producir evidencia adecuada para sustentarla. Si alguien sostiene una posición
que cree válida y correcta, entonces debe presentar la evidencia o la argumentación lógica
que garantice la conclusión que él ha obtenido. Simplemente afirmar que él «cree» que algo
es cierto no es suficiente. Un predicador o maestro cristiano no tiene más derecho de que
acepten sus opiniones sin sustento que un profesor agnóstico o ateo.

¿Seremos racionales o irracionales en nuestras creencias? Esa es la cuestión. ¿Llegaremos


a las conclusiones, y solamente a aquellas conclusiones, que estén garantizadas por la
evidencia, o sostendremos posiciones que nos agraden sin importar cuán lógicamente
inconsistentes puedan ser éstas? De igual modo, uno no puede seriamente desafiar o
rechazar una posición con la que está en desacuerdo simplemente por señalarla como
«equivocada» ni puede restarle veracidad a un argumento por llevarse las manos a la cara
y clamar: «¡No puedo ver esto!» Si alguien no puede sustentar su posición mediante
argumentación lógica ni despejar las dificultades que surgen en la refutación de su posición,
él no tiene derecho a presumir racionalidad mientras continúe afirmando esa posición.
Insistir en que esa creencia no necesita «razones» es revelar un concepto totalmente

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inadecuado de la creencia bíblica. Dios no nos ha pedido que creamos algo para lo cual no
nos haya dado evidencia adecuada. Uno ha llegado a esas conclusiones debido a la
evidencia que lógicamente le ha guiado allí, no porque ha dado «un salto a la oscuridad»
hacia las conclusiones que desea sostener; tal práctica es irracional y choca con el
mismísimo corazón de la religión de la revelación bíblica.

Cuestión de diferencia y cuestión de inquietud

No debiera ser una cuestión de inquietud que alguien piense distinto a otra persona en
ciertos asuntos; más bien podría ser sano para guiarlo a una segunda mirada en su proceso
de investigación y razonamiento. El apologista cristiano debe estar listo para dar una
respuesta (defensa) acerca de las razones que sostienen su esperanza (1 Pe. 3:15). La
palabra griega de la cual se traduce «defensa» aquí es apologia la cual puede definirse como
una presentación lógica de argumentación a favor de una proposición defendida como
verdadera. Sin embargo, una cuestión de inquietud es que algunos rehúsan «pensar» en lo
absoluto, y en lugar del razonamiento lógico y la argumentación intelectual uno se
encuentra con subjetivismo, emocionalismo y credulidad ciega.

Etiquetar un tema como «un asunto de opinión» no remueve las dificultades de la


irracionalidad. Esa táctica no hace que las opiniones de alguien estén menos mal si, de
hecho, están equivocadas. Según las Escrituras del NT nosotros debemos «probar» todas
las cosas y retener lo bueno (1 Tes. 5:21). Esto significa que debemos llegar solamente a las
conclusiones que estén garantizadas por la evidencia.

CAPÍTULO I

INTRODUCCIÓN
En cuanto a la morada de la Deidad en la humanidad

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La cuestión a mano es tal vez uno de los más grandiosos conceptos que confrontan a la
mente humana. Admitimos que es un tema muy profundo y que exige mucho a nivel
intelectual; es un asunto que causa que la mente se emocione y asombre en cada fase de
nuevo entendimiento, y transmite una impresionante tranquilidad el saber que la literatura
inspirada claramente afirma que —en la persona de Jesús de Nazareth— ¡Dios estuvo aquí!

Esta fue la experiencia de este escritor en su investigación del tema de la deidad de Cristo
mientras trabajaba en un Master en Griego del Nuevo Testamento en Harding Graduate
School of Religion. Mi área específica de investigación era Cristología del NT; un mundo de
conocimiento del que sólo tenía un entendimiento muy superficial. Varios meses de intensa
investigación que consistieron en largas horas en la biblioteca de la Graduate School,
abriéndome camino entre publicaciones religiosas, folletos teológicos, además de la lectura
y re-lectura de las principales obras de Cristología del NT, me guiaron a una más profunda
conciencia de la identidad de Jesús de Nazareth la cual jamás habría soñado que existía. El
resultado de esta investigación (la cual ha continuado desde aquel tiempo), me guio a una
conciencia inicial de que muchos de mis puntos de vista defendidos previamente
necesitaban una revisión. Especialmente era el caso con el milagro de la encarnación.
¿Cómo Dios se hizo hombre?... la respuesta descansa en alguna parte del hecho que la
Deidad (una de las tres personalidades de la Deidad) en un punto del tiempo en la historia
del mundo entró en nuestro campo de morada y existencia humana de espacio-tiempo.
Éste por medio de quien Dios moró entre los hombres como hombre, fue conocido
históricamente como Jesús de Nazareth; pero lo asombroso en este hombre es que era
más que un hombre —Él era Dios— en virtud del hecho que dentro de su humanidad
moraba la deidad.

El Milagro de la Deidad dentro de la Humanidad

¿Cómo la encarnación era algo milagroso o sobrenatural? A partir del uso bíblico y de los
significados léxicos de los distintos términos griegos para lo que es milagroso, podemos
definir un milagro como un fenómeno demostrable que va más allá o trasciende los confines
de la ley natural. Un milagro bíblico es un sello o «señal» (griego semeion) que Dios puso a
su revelación para certificar más allá de toda duda el origen sobrenatural y la autoridad tras
su revelación. Jesús era la última revelación de Dios; Su voz era la voz misma de Dios, Su
presencia era la presencia misma de Dios; y todo esto era demostrado por lo sobrenatural
de Su vida, especialmente los medios por los cuales Su visita a la tierra fue efectuada: «la
encarnación».

Entonces, ¿qué sucedió en la encarnación que vaya más allá de lo natural? Justo eso: que la
deidad habitó la humanidad; «El Verbo (ho Logos —la Segunda Persona de la Deidad) se
hizo carne y habitó entre nosotros». Él era «Emanuel» —¡«Dios con nosotros»! El cuerpo

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humano, cuando se llena con el espíritu humano, es humano y solamente humano; pero
cuando la Deidad entró en un cuerpo humano, ¿no hizo eso que se convirtiera en más que
humano? Eso fue lo que sucedió hace dos mil años. Dios personalmente entró en la
existencia humana y se hizo uno con la humanidad, y Aquel en quien Dios habitó fue más
que humano —Él era un hombre (humano) en quien moraba la Deidad. Ese hombre era
Jesús de Nazareth, Él es el único humano en quien la Deidad ha morado personalmente.

El argumento en forma lógica

Este razonamiento expresado en la forma de un silogismo categórico se ve así:

PREMISA MAYOR: Todas las personas (seres humanos) en quienes habitó directamente y/o
personalmente la Deidad (una Persona de la Deidad), son personas (seres humanos) tanto
divinas como humanas.

PREMISA MENOR: Jesús de Nazareth era una persona (ser humano) en quien habitó
directamente y/o personalmente la Deidad (una Persona de la Deidad).

CONCLUSIÓN: Por lo tanto, Jesús de Nazareth era una persona tanto divina como humana
(Dios y hombre).

Ahora, ¿qué tiene que ver todo esto con la morada del Espíritu Santo? Justo esto: dada la
línea de argumentación desarrollada aquí con referencia a la morada de la Deidad en Jesús
de Nazareth, se siguen necesariamente ciertas implicaciones en referencia a la morada de
la Deidad en cualquier otra persona. Dicho en forma de silogismo hipotético (forma Modus
Ponens), el argumento sería:

Si la morada directa o personal de la Deidad en un ser humano (Jesús de Nazareth) le hizo


más que humano, entonces la morada directa o personal de la Deidad en cualquier ser
humano haría de esa persona alguien más que humano.

Antecedente afirmado: Es el caso que la morada directa o personal de la Deidad en un ser


humano (Jesús de Nazareth) le hizo más que humano.

Consecuente afirmado: Es el caso que la morada directa o personal de la Deidad en


cualquier ser humano haría de esa persona alguien más que humano.

Sea que la Deidad bajo consideración sea la Segunda Persona de la Deidad (El Verbo) o la
Tercera Persona de la Deidad (El Espíritu), la conclusión inevitable aún se sigue porque se
habla de la «deidad» habitando la humanidad, y necesariamente va a convertir ese humano
en quien habite en alguien más que humano. Tal suceso no podría llamarse «natural» ni en

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el salto más grande de nuestra imaginación; en cambio, es «sobrenatural» en el más
completo sentido de esa palabra.

El Don de la Deidad

Aquí está el punto crucial del asunto a mano con respecto a la manera en la cual el Espíritu
de Dios mora en el creyente. ¿Realmente nos damos cuenta de lo que decimos cuando
afirmamos que el Espíritu de Dios mora personalmente en nosotros? Si es el caso que el
Espíritu de Dios es Deidad y nosotros afirmamos que el Espíritu mora [personalmente] en
nosotros, entonces ¿no estamos afirmando que en nosotros mora personalmente la
Deidad? El Axioma Once de los cánones verbales de la interpretación dice: «La definición
correcta de una palabra sustituida por la palabra misma no debe modificar el significado del
texto». (Clinton Lockhart, Principles of Interpretation [Principios de la Interpretación], pp-
26-27). Esto se sigue del hecho que si las enseñanzas del NT con respecto a la morada del
Espíritu Santo deben entenderse como una promesa de una morada personal del Espíritu
Santo (y el Espíritu Santo = Deidad), entonces se sigue que el NT enseña que a algunos
creyentes se les prometió el mismísimo don de la Deidad. Si el Espíritu Santo es Deidad (tal
como el Padre es Deidad y el Hijo es Deidad), entonces cualquier persona habitada por la
Persona del Espíritu Santo debe necesariamente estar habitada por la Deidad (es decir,
tiene a la Deidad dentro de sí).

Ahora, cuando alguien se ve confrontado por esta línea de razonamiento, la respuesta


frecuente es: «Bueno, yo creo en la morada personal del Espíritu Santo, pero no quiero decir
con eso que en mí mora la Deidad». Entonces ¿qué implica con la expresión «la morada
personal del Espíritu Santo»? O el Espíritu Santo es Deidad o no lo es. No puede ser el caso
que el Espíritu Santo sea deidad y no sea deidad al mismo tiempo. Y también se sigue que
si el Espíritu de Dios mora personalmente dentro del creyente, la Deidad mora dentro del
creyente. No puede ser el caso que un Ser que es deidad more en el creyente y que el
creyente no esté habitado por la Deidad. Esta es una violación de la ley del Medio Excluido
(es decir, una contradicción lógica). Si en Hechos 2:38 Pedro estaba prometiendo el don del
Espíritu Santo mismo (es decir, la Tercera Persona de la Deidad—theotes— Deidad),
entonces él estaba prometiendo el don de la «deidad». Ahora, ¿recibe uno el don de la
deidad en el bautismo? Sin embargo, si él estaba prometiendo a ciertos obedientes al
mandamiento apostólico un don de la Deidad (es decir, alguna característica de la Deidad),
entonces ya no hay dilema.

Exégesis, Hermenéutica y las Leyes del Razonamiento Válido

«Pero», pregunta alguien, «¿cómo debemos entender todo el lenguaje del NT el cual parece
implicar que el Espíritu Santo mora personalmente en el creyente?» Tal vez si obtuviéramos

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nuestras conclusiones de evidencia adecuada como lo determinen los datos exegéticos y
hermenéuticos en lugar de hacerlo mediante la suposición y la proclamación de púlpito, la
doctrina de la morada personal del Espíritu Santo nunca se hubiera desarrollado.

Toda verdad de la Escritura debería ser determinada mediante el empleo de un análisis


exegético concienzudo de la enseñanza bíblica en relación con dado asunto (exégesis), y de
la interpretación del dato exegético a la luz de los principios establecidos de interpretación
(hermenéutica) y de las leyes del razonamiento (lógica).

En las próximas páginas este escritor expondrá ante el lector datos exegéticos con los cuales
el lector debe deliberar en cuanto al tema de la morada del Espíritu Santo, con las
conclusiones obtenidas por este autor tal como las demandan las leyes del razonamiento
válido.

Debemos recordar al lector antes de proceder en los siguientes capítulos que uno no puede
convencer a alguien de algo de lo cual él no desea ser convencido. Sin embargo, uno puede
presentar evidencia ante mentes racionales y responsables con conclusiones que sigan a la
evidencia. Si la evidencia o argumentación no tiene fundamento o es falaz, el lector no está
obligado a aceptarla. Si, por otra parte, la evidencia o argumentación no puede refutarse,
la mente racional y responsable debe aceptarla o caer bajo la acusación de irracionalidad.

Una vez que alguien pone el precedente de llegar a conclusiones sin evidencia adecuada
para apoyarlas, se queda sin derecho a objetar cualquier posición que otro defienda. Todo
se convierte en un asunto de preferencia personal, y nadie tiene derecho a determinar la
veracidad o falsedad de algo. Sin embargo, si él insiste en que uno debe «probar» sus
afirmaciones (es decir, presentar argumentación o evidencia adecuada para apoyar sus
conclusiones), entonces y sólo entonces, tiene un medio válido para determinar la
autenticidad o falsedad de cualquier asunto sea exegético, teológico, filosófico, práctico,
etc.

Sería difícil decir que alguien querría rechazar tal principio de razonamiento válido o del
pensamiento como la ley de la racionalidad. Quizá, si alguien reconociera o aceptara ese
estándar de evaluación de la validez o veracidad de su pensamiento, se vería a sí mismo
abandonando algunas cosas que simplemente él «quería» creer sin importarle si las podía
demostrar como verdaderas. Ningún hombre se opone a la razón (es decir, a los principios
del razonamiento válido) a menos que la razón se oponga a él.

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Parte I
DEFINIENDO TERMINOS

13
Y CONCEPTOS

CAPITULO II

EL CONCEPTO DEL ESPIRITU DE DIOS

EN LA LITERATURA BIBLICA

El significado de la palabra «espíritu» en el NT es de suprema importancia para un apropiado


entendimiento de la operación y morada del Espíritu Santo. La palabra griega de la cual
proviene este término en español es pneuma. En su más anticuado uso transmitía la idea
primaria de «viento» o «respiro». Debido a la asociación del respiro con la vida, llegó a ser
identificado con la idea de la vida misma. Cuando el respiro se iba el cuerpo humano

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quedaba muerto por consiguiente, el respiro (pneuma) era la fuerza viva del cuerpo. Los
antiguos griegos en sus escritos cultos y filosóficos, también utilizaron este término para
identificar un ser divino invisible (seres) o un poder sobrenatural tras el universo el cual
daba vida al universo y a todo lo que éste contenía. (Comp. el excelente material acerca de
los antiguos conceptos del término espíritu en The Theological Dictionary of the NT,
Hastings’, Encyclopedia of Religion and Ethics, y el Dictionary of the Bible en la lista
bibliográfica de este libro).

Esta idea es idéntica con el ruach hebreo encontrado en las antiguas Escrituras Hebreas, el
cual se usaba para el espíritu del hombre como también para el Espíritu de Dios. El Ruach
era invisible, la fuerza de vida racional que animaba el cuerpo humano. Éste fue dado por
Dios al hombre en la creación haciéndole un ser viviente (Gén. 2:7) y regresaba a Dios en la
muerte (Ecl. 12:7). El espíritu en el hombre estaba relacionado tanto con la animación del
cuerpo como con sus poderes intelectuales. Más significativo es el hecho que ruach también
se usaba para identificar a Dios. Las expresiones «Espíritu de Dios» y «Espíritu de Yavé»
(frecuentemente con pronombres: Su, Tu, Mi, etc.) son predominantes en el AT para la
presencia divina de Dios y, más importante, para Su poder divino.

El griego Pneuma en el uso del NT

En la Septuaginta el término usado para traducir el hebreo ruach es pneuma, el cual es la


palabra del NT para espíritu. Se hace obvio para el lector del NT griego que el término
pneuma, usado en el NT, ha tomado colorido y sabor del hebreo ruach por su asociación
con éste en la literatura sagrada. La palabra pneuma se encuentra aproximadamente unas
366 a 370 veces (dependiendo del Texto Crítico utilizado) en el NT. En todas se encuentra
con los siguientes significados: (1) en dos apariciones se usa para «viento», en tres para
«respiro»; (2) se usa 44 veces para el espíritu humano, y 17 veces para una actitud o
disposición de la mente; (3) en 57 apariciones se utiliza para los espíritus malvados o
impuros, fantasmas o alucinaciones, o espíritus errantes, etc. (4) la mayoría de las
apariciones hacen referencia al Espíritu de Dios en sus varias designaciones, acumulando
238 apariciones.

En esta última categoría encontramos una diversidad interesante de designaciones


utilizadas. El Espíritu de Dios (to Pneuma tou Theou) 14 veces; Mi Espíritu (de Dios) (to
Pneuma mou) dos veces; el Espíritu de vuestro Padre (to Pneuma tou Patros humon) una
vez; el Espíritu del Señor (to Pneuma Kuriou) cinco veces; el Espíritu de Cristo (to Pneuma
Christou) dos veces; el Espíritu de Jesucristo (to Pneuma Iesou Christou) una vez; el Espíritu
de Jesús (to Pneuma Iesou) una vez; el Espíritu de su Hijo (to Pneuma tou Huiou) una vez; el
Espíritu o Espíritu sin artículo (to Pneuma, Pneuma) unas ciento diez veces; Espíritu Santo
(Pneuma Hagion) cincuenta veces; el Espíritu el Santo (to Pneuma to Hagion) catorce veces,

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el Santo Espíritu (to Hagion Pneuma) doce veces; el Espíritu de verdad (to Pneuma tes
Aletheias) cuatro veces, Espíritu de sabiduría (Pneuma Sophias) una vez; Espíritu de
santidad (Pneuma hagiosunes) una vez; el Espíritu de vida (to Pneuma tes zoes) una vez; el
Espíritu de vida (Pneuma zoopoioun) una vez; y el Espíritu eterno (Pneumatos aioniou) una
vez.

Los distintos artículos, adjetivos y sustantivos en la expresión «el Espíritu Santo», «el Santo
Espíritu», «el Espíritu el Santo», están para dar énfasis. La expresión «el Espíritu el Santo»
significa literalmente «el Espíritu, el cual es Santo», o en el caso genitivo, «el Espíritu de
Aquel que es Santo, o que pertenece al que es Santo». El artículo repetido delante del
adjetivo significa que el adjetivo debe repetirse antes de modificar o calificar la palabra
(adj.), por ejemplo, «el Espíritu… el Espíritu que es Santo». (Comp. A. T. Robertson, Grammar
of Greek NT in the Light of Historical Research, p. 762). El punto aquí es que el adjetivo
lleva más énfasis cuando éste sigue al sustantivo y aún más cuando sigue al sustantivo con
el artículo repetido antes de éste. En todas las referencias de arriba el espíritu (pneuma)
bajo consideración está o calificado con un adjetivo o por el contexto, como es el caso en
las ciento diez referencias a to pneuma o a pneuma sin el artículo. Solamente en unas
cuantas ocasiones es difícil determinar mediante el contexto cuál pneuma está bajo
consideración.

Lo natural y lo sobrenatural

Ahora, ¿cuál es el punto de esta masiva información y qué tiene que ver con el significado
de «espíritu» en el NT? El punto es justo éste: del análisis dado arriba uno encuentra la
palabra «espíritu» (pneuma) resumida en cuatro categorías en el uso del NT. O (1) significa
viento o respiro; o (2) el espíritu humano o una actitud o disposición de la mente; o (3) los
espíritus impuros o malignos, algún tipo de ser sobrenatural o espiritual, o de los ángeles
catalogados como espíritus; o (4) la Deidad está bajo consideración (el Espíritu de Dios,
Espíritu de Cristo, o el Espíritu Santo). Las dos primeras claramente tienen que ver con el
espíritu (pneuma) en un sentido natural; o se refiere al viento o respiro, o a la fuerza de vida
racional o consciente el cual anima el cuerpo humano. Las dos últimas tienen que ver con
pneuma como un ser o seres sobrenaturales, es decir, la Deidad o los seres espirituales.

El antiguo concepto del espíritu, tanto en el hebreo como en el griego tenía que ver con una
fuerza viva inteligente o entidad que animaba aquello en lo que habitaba. La magnificación
y personificación (o quizá personalización) de este concepto (es decir, una fuerza de vida
llena con intelecto y poder) refleja al antiguo concepto hebreo y griego de la deidad —el
pneuma divino. Para los antiguos hebreos no había más que una Deidad. No solamente
lleno de intelecto y poder, sino de bondad moral. El pneuma divino reveló las cosas ocultas
del intelecto divino. Cuando el pneuma divino lleno del poder sobrenatural, se movió en el

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campo de lo natural, frecuentemente ocurría lo sobrenatural, aquello que trascendía los
límites de la ley natural.

En el Antiguo Testamento la presencia del Espíritu de Dios se asocia frecuentemente con la


actividad sobrenatural, por ejemplo, en la creación, en los milagros asociados con los sabios
y profetas hebreos, y en la inspiración de los escritores de la Palabra. En todas estas acciones
vemos la presencia del Espíritu de Dios (pneuma tou Theou) moviéndose entre los hombres
llenándolos con poder e intelecto sobrenatural. Similarmente, en el NT vemos la presencia
del Espíritu asociada con las actividades sobrenaturales de Dios; en la encarnación, en la
actividad milagrosa de Jesús, de Sus apóstoles y de otros, y nuevamente en la inspiración
de los escritores sagrados.

El Espíritu Santo como una Personalidad de la Deidad

Es una tendencia nuestra el tener problemas con entender algo que no podemos ver, y más
si es alguien a quien no podemos ver. El Espíritu Santo es precisamente eso, un «alguien» a
quien no podemos ver. Él no es una influencia misteriosa o una experiencia emotiva de
alguien; ni es una fuerza impersonal invisible o algo nebuloso ni es un enigma espiritual. El
Espíritu de Dios es una personalidad bíblica con características personales. Esto está
respaldado por la siguiente evidencia.

Él posee las características de una personalidad. En el NT la palabra espíritu» (pneuma) es


neutra en su género; sin embargo, el género de los pronombres personales y demostrativos
que se usan para referirse a Él en el griego del NT son masculinos en género, como lo son
todos los demás sustantivos usados en referencia a Él.

En Juan 14:26 el texto griego lee así: «Pero el Consolador (parakletos — sustantivo en
género masculino), el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, Él (ekeinos —
pronombre demostrativo, género masculino) os enseñará todas las cosas y os recordará
todo lo que os he dicho». En 15:26 el texto griego lee: «Cuando venga el Consolador
(parakletos —sustantivo de género masculino), a quien yo enviaré del Padre, el Espíritu de
verdad que procede del Padre, Él (ekeinos —pronombre demostrativo, género masculino)
dará testimonio de mí». En el 16:7-8 leemos: «Pero yo os digo la verdad: os conviene (es
ventajoso) que yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador (parakletos —sustantivo
de género masculino) no vendrá a vosotros; pero si me voy, os lo enviaré (auton —
pronombre de tercera persona, género masculino). Y cuando Él (ekeinos —pronombre
demostrativo, género masculino) venga, convencerá al mundo de pecado…» También en
los versículos 13-14 leemos: «Pero cuando Él (ekeinos —pronombre demostrativo, género
masculino), el Espíritu de verdad, venga, os guiará a toda la verdad, porque no hablará de
sí mismo (heautou —pronombre reflexivo, género masculino), sino que hablará todo lo que

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oiga, y os hará saber lo que habrá de venir. Él (ekeinos —pronombre demostrativo, género
masculino) me glorificará, porque tomará de (desde) lo mío y os lo hará saber». Aunque
en el NT griego la designación «Espíritu Santo» es neutra en género en virtud de la idea
neutra del término pneuma (ya que etimológicamente se traza hasta su origen en viento o
respiro), el uso de los pronombres y sustantivos masculinos en referencia al Espíritu Santo
definitivamente le asigna un género masculino al término, así como la personalidad que
respalda ese término.

Además de este hecho, en la Escritura podemos ver que Él posee características de un ser
racional con una personalidad independiente. Él tiene una mente, «…y Dios que examina
los corazones sabe cuál es la intención [mentalidad] del Espíritu» (Ro. 8:27). Él posee
conocimiento, «¿quién conoce los pensamientos de un hombre, sino el espíritu del hombre
que está en él? Asimismo, nadie conoce los pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios»
(1 Cor. 2:11). Él habla, «el Espíritu dice claramente…» (1 Tim. 4:1); Él enseña, «os enseñará
todas las cosas» (Jn. 14:26); Él guía, «os guiará a toda la verdad» (Jn. 16.13). Él posee
voluntad, «… pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, distribuyendo
individualmente a cada uno según la voluntad de Él» (1 Cor. 12:11). Él tiene emociones,
«Os ruego, hermanos, por nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu» (Ro. 15:30).
Puede ser entristecido (Ef. 4:30); se le puede mentir (Hch. 5:3) y pecar contra Él (Mat. 12:24-
32).

Además de estas características, Él posee características que son únicamente divinas o


sobrenaturales. Su conocimiento es el conocimiento de Dios porque Él tiene la mente de
Dios, «Pero Dios nos las reveló por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña,
aun las profundidades de Dios. Porque entre los hombres, ¿quién conoce los pensamientos
de un hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Asimismo, nadie conoce los
pensamientos de Dios, sino el Espíritu de Dios» (1 Cor. 2:10-11). Su poder, es el poder de
Dios, en la creación, «…el Espíritu de Dios se movía sobre las aguas» (Gén. 1:2). Él efectuó
los grandes milagros y maravillas de las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento. Los
hombres de Dios, los profetas de la antigüedad, por medio del Espíritu de Dios dieron sus
mensajes y realizaron sus milagros. Su presencia es la presencia misma de Dios, «¿Adónde
me iré de tu Espíritu, o adónde huiré de tu presencia» (Sal. 139:7; vea también Heb. 9.14).

Su presencia como Dios puede verse en las Escrituras del AT. (1) En la creación: Gén. 1:1-2;
Job 26:13, «Su Espíritu adorna [shiphrah] los cielos» (Reina-Valera 1995). «El Espíritu de
Dios me hizo, y el soplo del Omnipotente me dio vida» (Job 33:4). Hablando de la creación
el salmista escribió, «Envías tu Espíritu, son creados» (Sal. 104:30). (2) Su presencia puede
ser vista en muchas manifestaciones milagrosas del AT. En los milagros y obras maravillosas
de los antiguos hombres de Dios: los padres, Moisés, los jueces (por ejemplo, Sansón, Jue.

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14:6, 19; 15:14), en todas las obras portentosas de los profetas antiguos. (3) Su presencia
se puede ver en la revelación y en la inspiración de las Escrituras del AT. Dios habló al
hombre a través de los patriarcas, Moisés y los profetas (comp. Núm. 12:6-8). Habló a través
de David, «El Espíritu del hombre habló por mí, y su palabra estuvo en mi lengua» (2 Sam.
23:2). Habló a través de Isaías, «El Espíritu del Señor Dios está sobre mí…» (Isa. 61:1). Habló
a través de Ezequiel, «Entonces el Espíritu del Señor cayó sobre mí, y me dijo: Di: `Así dice
el Señor’» (Ez. 11:5). Que los escritores del AT hablaban por el Espíritu de Dios está
claramente establecido en la Escritura; solo en Éxodo, en cuarenta y cuatro capítulos, la
expresión «Dios habló estas palabras» se encuentra ciento sesenta y un veces. En 2 Pe. 1:21
se nos dice que «… ninguna profecía fue dada jamás por un acto de voluntad humana,
sino que hombres inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios».

Su presencia como Dios puede verse en las Escrituras del NT. (1) En la encarnación. La
palabra «encarnar» significa vestirse o cubrirse con carne; un ser divino entró en un ser
humano, haciéndose uno con la humanidad, y habitó allí. Tal cosa necesitó un milagro y
quien lo efectuó fue el Espíritu de Dios: Mat. 1:18-20, Lc. 1:31-35; Jn. 1:1, 14. (2) La presencia
del Espíritu en el NT puede verse en muchas manifestaciones milagrosas en la vida de Jesús
(Mat. 4:23-24; 12:18, 28; Lc. 4:1, 14); y también en los apóstoles de Cristo (Hch. 1:5-8), y en
la iglesia de Cristo en el primer siglo (1 Cor. 12:4-11, 28:31). (3) Su presencia se ve en la
revelación y en la inspiración de las Escrituras del NT; en las enseñanzas de Jesús (Jn. 12:48-
50); como también en las enseñanzas y escritos de los apóstoles de Cristo y de los escritores
bíblicos: Jn. 14:26; 16:13; 1 Cor. 2:10-13; 14:37; 1 Tes. 1:5; 2:13; 1 Tim. 4:1; 2 Tim. 3:15-16).
Todos estos «inspirados por el Espíritu Santo hablaron de parte de Dios» (2 Pe. 1:21).

Recapitulación y conclusión

Hemos discutido el concepto «espíritu» (pneuma) en la literatura bíblica, los variados usos
del término en el NT griego específicamente, con reflexiones en cuanto a los aspectos
naturales y sobrenaturales del pneuma como se usa en el NT, y concluimos con un estudio
del Espíritu Santo como una personalidad de la Deidad. La evidencia sería adecuada y
suficiente para garantizar la conclusión que el Espíritu Santo es visto en la Escritura como
un Ser racional con una personalidad distintivamente diferente y que es identificado como
Deidad (es decir, la tercera personalidad de la Deidad) en las Escrituras del AT y NT.

19
CAPÍTULO III

EL CONCEPTO DE MORADA
La terminología «morada»

Una de las más grandes dificultades para que pueda haber un consenso en muchos asuntos
es fallar en definir los términos. Éste, en gran parte, es el problema con el tema de la morada
del Espíritu Santo. Hay diversos términos o expresiones que deben definirse.

Morada directa. Con esta expresión, la cual es frecuentemente referida como la «morada
personal» indica la infusión activa y directa que Dios hace de su Espíritu en la humanidad (o
sea, en un ser humano) con el fin de que la Deidad habite dentro del cuerpo físico de un/a
hombre/mujer; una residencia literal de Dios —la Deidad dentro de. El espíritu es la fuerza
de vida consciente que anima y activa aquello en lo que habita. Tener una morada directa
del Espíritu de Dios daría como resultado una presencia factual, literal y personal de un Ser
divino dentro del ser de alguien. Esto es lo que sucedió con Jesús. La humanidad estaba
20
habitada por la Deidad resultando en un «Dios-hombre», Dios con nosotros —«Emanuel».
¿Cómo estaba Él con nosotros? Un Ser divino (ho Logos) entró en y se convirtió en un ser
humano y habitó entre nosotros en forma de hombre: «Jesús de Nazareth». La Deidad
habitó la humanidad y llamamos a esto la encarnación. Jesús es el único caso en la historia
bíblica donde la Deidad habitó directa y personalmente a la humanidad. El erudito católico
L. S. Thornton, escribiendo con respecto a la morada personal de Dios (Deidad) la describe
como una experiencia mística que ocurre dentro del espíritu humano, una inmanencia de
la Deidad que trasciende la explicación racional, una interpenetración del espíritu del
hombre por el mismísimo Espíritu de Dios, una comunión interior de Dios y el hombre en la
vida interior; esto es lo que se implica con la «morada personal del Espíritu Santo» (L. S.
Thornton, The Incarnate Lord [El Señor Encarnado], pp. 170-71).

Morada indirecta. Esta expresión, a la que se refieren frecuentemente como la «morada


representativa», implica una morada que viene a través de un esfuerzo del creyente por
imbuirse de la personalidad de Dios en su personalidad resultando en un reflejo de las
características de Dios en su vida. Esto se hace a través de la revelación, Dios entra en
nuestras vidas a través de la revelación bíblica. No hay nada de Dios que entre a la mente
del hombre si no es mediante la revelación. El hombre es un agente moral libre, no hay
nada en él que le obligue a servir a Dios excepto su propia voluntad, y nada hay en él que le
diga cómo servir a Dios excepto la palabra de Dios. No hay siquiera una pequeña voz que le
hable dentro de sí. Aquellas cosas de Dios que se dice moran dentro del cristiano del NT, lo
hacen mediante y sólo mediante los conceptos mentales obtenidos de los preceptos
bíblicos; es de esta manera que Dios habla al hombre, le guía y mora dentro de él.

Inmediata. El término inmediato transmite la idea de no tener nada como intermedio,


ningún intermediario o mediación; nada secundario o remoto. Actuar sin la intervención de
otro objeto, causa o agencia. Directo, directamente o tocando y afectando íntimamente.
Sinónimo: directo (Webster’s Collegiate Dictionary, p. 726). Si decimos que Dios mora en el
creyente inmediatamente, estamos afirmando que la Deidad directamente, sin la
mediación de Su palabra, o la intervención de cualquier otro objeto causa o agencia, mora
«en persona» dentro del creyente. La Deidad estaría factual, literal y absolutamente dentro
del humano afirmando la morada.

Mediata. Mediata transmite la idea de actuar a través de una causa o agente mediador, no
de forma directa; algo ganado o efectuado por medio de una agencia o condición
intermediaria, actuar como el intermediario o medio al efectuar o realizar etc. Ser el medio
para traer (un resultado)…relativo a indirectamente (Webster`s Collegiate Dictionary, p.
913). Si decimos que Dios mora dentro del creyente indirectamente o de forma mediata
(por ejemplo, mediante Su palabra) estamos afirmando una morada que se realiza a través

21
de una agencia mediadora. Dios mora dentro de nosotros por medio de Su palabra, no
personalmente ni directamente. Este concepto de la morada se opone a la idea que Dios de
hecho entra en el cuerpo humano; en cambio, lo hace por medio de Su revelación al
hombre, Dios entra en los pensamientos y acciones del hombre. Dios está presente en
nuestras vidas, pero no «en persona», Él habita al hombre por medio de la agencia de Su
palabra, es decir, mediante la revelación.

El concepto de «morada» en el griego del NT

Hay cuatro palabras diferentes para el concepto de «morada» en el griego del NT: Oikeo,
enoikeo, katoikeo y meno. Oikeo se define como «morar, habitar, morar en alguien o en
algo, permanecer en». Enoikeo se define como «morar (en), [se refiere a] Dios o las cosas
espirituales que asumen una permanencia en o entre los hombres; estar presente en».
Katoikeo significa «morar, habitar, permanecer en». Meno se define como «mantenerse en,
permanecer en, morar, continuar, estar presente, alojar, frecuentemente usado para lo que
permanece o se mantiene en» (Léxicos: Arndt & Gingrich, Thayer, Liddell & Scott, Abbott-
Smith, and Moulton & Milligan).

Todas estas palabras transmiten la idea básica de morada o permanecer en, no hay nada
místico o milagroso intrínsecamente relacionado con ellas. Las Escrituras del NT hablan de
muchos conceptos de morada: (1) Las Escrituras hablan de la «morada» del pecado en
nosotros (Ro. 7:17, 20, oikeo). Obviamente Pablo está hablando aquí de los pensamientos
pecaminosos que corren en nuestra mente; no hay nada místico o milagroso en esta idea.
Es algo que se entiende y se explica naturalmente. (2) Pablo también habla de «la voluntad
de hacer el mal» morando en él (Ro. 7:18, oikeo). No hay nada místico o sobrenatural acerca
de una morada como ésta; es completamente explicable y comprensible como cualquier
evento de la naturaleza humana. (3) Las Escrituras hablan de la morada de «Satanás» en la
ciudad de Pérgamo (Apo. 2:13, katoikeo). Aquí Juan no está implicando que Satanás
personalmente se había manifestado en algún lugar de la ciudad, o colocado literalmente
una residencia allí; en cambio, está hablando de la presencia de Satanás en los
pensamientos y acciones de aquellos que estaban pecando en Pérgamo. Satanás moraba
indirectamente en ellos por medio de sus pensamientos y acciones pecaminosas y,
consecuentemente, se podía decir que por medio de ellos él moraba en esa ciudad. (4) Juan
habla de «permanezca [habite] en las tinieblas» (Jn. 12:46, meno); aquí Juan usa «tinieblas»
como metáfora para «pecado»; (5) también vemos la expresión “permanece [habita] en la
luz” (1 Jn. 2:10, meno). En un caso está hablando de quienes están viviendo en el pecado y
en el otro de aquellos que viven en la revelación de Dios (es decir, «la luz»). (6) De manera
similar, Pedro habla de la «justicia» morando en los nuevos cielos y nueva tierra (2 Pe. 3:12,
katoikeo). La justicia morará indirectamente a través de aquellos que habiten la ciudad de

22
Dios, es decir, aquellos que reciban vida eterna. (7) Las Escrituras también hablan de «la
palabra de Cristo» o «la palabra de Dios» morando o permaneciendo en nosotros (Col. 3:16,
enoikeo; Jn. 5.38; 8:31; 15:7; 1 Jn. 2:14; 2:24, meno). Aquí vemos un concepto muy natural,
es decir que las palabras o pensamientos moran o habitan en nuestra mente, una actividad
intelectual. Una palabra es un sonido o símbolo que representa una idea o concepto; es una
idea o concepto que es puesta en nuestra mente por medio del sonido o símbolo, por eso
la palabra (sonido o símbolo) no mora en lo absoluto allí, solamente la idea o el concepto.
Esto sería considerado una «morada indirecta» de la palabra de Dios y no es algo difícil de
comprender en lo absoluto. (8) Juan habla también de la «verdad» morando o
permaneciendo en nosotros (2 Jn 2, meno). Aquí tenemos una actividad intelectual, quizá,
un fenómeno sicológico, donde las proposiciones aceptadas como verdaderas son recibidas
y almacenadas dentro de la «mente», la cual es en sí misma una entidad intangible. (9) Es
interesante observar que Juan también habla del inverso de esta idea al referirse a nuestra
morada o permanencia en la «enseñanza» o «doctrina» de Cristo (2 Jn. 9, meno). La idea
aquí no es la de una morada directa o literal, tal como vivir en un cuarto empapelado todo
en sus paredes con páginas de la Escritura, la idea es la de una morada indirecta, es decir,
la de vivir nuestras vidas en obediencia a las enseñanzas de Cristo. (10) El apóstol Pablo
habla de la «fe» habitando (2 Tim. 1:5, enoikeo). En 2 Tim. 3:14-15 fácilmente se determina
«dónde y cómo» la fe es recibida como también «dónde y cómo» ella mora en nosotros.
«Tú, sin embargo, persiste (meno) en las cosas que has aprendido y de las cuales te
convenciste, sabiendo de quiénes las has aprendido; y que desde la niñez has sabido las
Sagradas Escrituras, las cuales te pueden dar la sabiduría que lleva a la salvación
mediante la fe en Cristo Jesús». La fe fue adquirida mediante el aprendizaje y la aceptación
de las enseñanzas de los escritos sagrados, y la misma moraba dentro de sus pensamientos
y acciones; era una morada indirecta, es decir, la fe vino a través o por medio de la palabra
o los escritos sagrados y moraba dentro de él de la misma manera. (11) Las Escrituras
también hablan de «el amor de Dios» morando en nosotros (1 Jn. 3:17; 4:16, meno); y Jesús
habla de permanecer o morar «en su amor» (Jn. 15:9-10, meno). ¿Cómo moran las
emociones de alguien en nosotros? Obviamente está hablando de tener un amor como el
de Él; la expresión que usa Jesús es metafórica; y la expresión en cuanto a que moremos en
Su amor simplemente se debe entender como una exhortación a mantener la clase de
relación con Él esencial para ser un receptor de su amoroso acto de salvación. Una
expresión similar se encuentra en Juan 15:11 con respecto a la morada del gozo de Cristo
en el creyente. Estas enseñanzas no deben entenderse como una infusión mística o
sobrenatural de emociones. Una emoción es una reacción fisiológica a un estímulo
sicológico; para estar alguien lleno de amor o de gozo, primero debe llenarse su mente de
pensamientos de gozo o de amor, los cuales crean la reacción fisiológica a la que llamamos
emoción. Sin embargo, todo comienza y se efectúa mentalmente. (12) Las Escrituras hablan

23
de «Dios» morando en el templo de Jerusalén (Mat. 23:21, katoikeo); sin embargo, los
comentarios de Esteban en Hechos 7:48 y de Pablo en 17:24 enseñan que Dios no habita
literal o personalmente en templos literales; por esto, Él no estaba morando literal o
personalmente en el templo de Jerusalén. Entonces, ¿cómo podía decirse que Él estaba
morando allí? Su presencia estaba porque Su nombre estaba allí, pero Su presencia era
representativa. Su palabra estaba allí, los actos instituidos para Su adoración estaban allí, y
Su pueblo en quien moraba Su nombre estaba allí; no podía ser visto sino mediante las vidas
de las personas que venían allí constantemente a adorarle. (13) Las Escrituras también
hablan de «Dios» morando en nosotros (2 Cor. 6:16, enoikeo; 1 Jn. 4:12; 4:15, meno). (14)
Similarmente, Pablo habla del «Espíritu de Cristo» morando en nosotros (Ro. 8:9-10,
enoikeo); (15) así también del «Espíritu de Dios» morando en nosotros (Ro. 8:9, 11, oikeo;
1 Cor. 3:16, oikeo refiriéndose a la iglesia como un todo). (16) En los escritos de Juan vemos
el intercambio de idea de Cristo/Dios morando o permaneciendo en nosotros y de nuestra
morada en ellos (Jn. 6:46; 15:4-6; 1 Jn. 2:6, 28; 3:6, 24; 4:13, todos meno). La pregunta que
surge aquí es ¿cómo o en qué sentido Dios, Cristo, o el Espíritu de Dios moran en el
creyente? La respuesta se encuentra en los escritos de Pablo, donde él explica que Cristo
mora (katoikeo) en nuestros corazones «por medio de la fe». La fe viene por oír la palabra
de Cristo, es decir, es «la aceptación del testimonio» (Ro. 10:17); así que, Cristo (o cualquier
personalidad de la Deidad) mora en nosotros a través o por medio de Su palabra; un
concepto de morada indirecta o representativa. (17) Como consecuencia de la morada de
Dios en nuestras vidas, Juan nos enseña que la «vida eterna» mora en nosotros (1 Jn. 3:15,
meno); hablando, obviamente, de la promesa de vida eterna que mora en nosotros en
forma de esperanza.

En cada una de estas referencias una interpretación muy natural está garantizada por las
palabras, gramática y contexto involucrados. Dicho todo esto llegamos al punto en que el
concepto bíblico de morada no necesariamente demanda interpretación mística, milagrosa
o sobrenatural. De hecho, si alguien considera cuidadosamente las referencias anteriores,
fácilmente verá que en cada pasaje citado el concepto de morada tiene una interpretación
muy natural. Esto es cierto no sólo con respecto a la morada de Dios, de la verdad, de la fe,
etc., sino que también lo es en cuanto a la morada de Dios, de Cristo y del Espíritu de Dios.
El Espíritu de Dios mora en el hijo de Dios en la misma manera que cualquier otra cosa [o
persona] del campo divino (un concepto o precepto bíblico) mora en él, es decir, en el
mismo sentido en el que la verdad, el amor o la esperanza moran en él. El Espíritu de Dios
mora en nosotros a través de nuestras mentes, es decir, por medio de los pensamientos y
acciones, y por medio de nuestra aceptación a Su revelación. Lo escuchamos a través de Sus
enseñanzas, vivimos esas enseñanzas y Él está presente en nuestras vidas. El problema
surge cuando tratamos de pensar en la morada del Espíritu de Dios en términos de una
morada directa, literal o personal de la Deidad; en un Ser divino separado y aparte de

24
nuestro ser morando en nuestro ser. Este punto de vista está totalmente alejado de las
enseñanzas del NT. Dios mora en nosotros a través de nuestras mentes, Su presencia puede
verse en las cosas que decimos y hacemos. La presencia de Satanás en la vida de una
persona se puede ver de la misma manera. No necesitamos acusar a una persona de estar
poseída por un espíritu maligno porque esté envuelto en el pecado, ni es necesario aseverar
que alguien está poseído o habitado por un espíritu divino porque esté viviendo de acuerdo
con la voluntad de Dios.

Dios entra en nuestras vidas a través de la revelación, y mora en nuestras vidas a través de
la revelación, es decir, la revelación de Sí mismo y de su voluntad como está registrada en
los escritos denominado las [Sagradas] Escrituras. Dios se ha revelado a Sí mismo a [cada
uno de] nosotros por medio de Su palabra, y cuando nuestras vidas reflejan la naturaleza y
las características de Dios (es decir, la naturaleza divina, 2 Pe. 1:4), entonces se puede decir
que Él está presente en nuestras vidas; pero Él entra en nuestras vidas mediante la
revelación bíblica, es decir, por medio de Su palabra.

25
CAPITULO IV

EL «HECHO» Y LA «MANERA» DE LA
MORADA DEL ESPIRITU SANTO

Argumentar que el NT declara como un «hecho» que el Espíritu Santo habita en el creyente
no necesariamente garantiza una conclusión con respecto al «cómo» o el «modo» de Su
morada. El hecho de que el NT declara que el Espíritu está en nosotros no prueba que Él
esté en nosotros directa, inmediata y personalmente. Sin embargo, esta es la conclusión
que muchos afirman confiadamente. Pero un análisis exegético serio y más profundo de los
textos del NT involucrados muestra que éstos no prueban lo que se supone que prueban.
El hecho que el Espíritu está en nosotros es afirmado por el NT claramente; cómo o en qué
sentido Él habita en nosotros es otro asunto, y acumular una masa de referencias del NT y
exhibirla como prueba del hecho que el Espíritu está en nosotros no prueba en lo absoluto
cuál es la manera o el modo de Su morada.

El Espíritu en el creyente

Las referencias del NT que se citan frecuentemente son las siguientes: Ro. 8:9, «Sin
embargo, vosotros no estáis en la carne sino en el Espíritu, si en verdad el Espíritu de Dios
habita en vosotros [en humin, caso locativo, es decir, el caso de localización]. Pero si alguno
no tiene el Espíritu de Cristo, el tal no es de Él». Este versículo afirma claramente el hecho
que el Espíritu de Dios mora en el creyente, pero no nos dice cómo o en qué sentido Él está
en el creyente. El versículo 11 dice «Pero si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús de

26
entre los muertos habita en vosotros [oikei en humin], el mismo que resucitó a Cristo Jesús
de entre los muertos, también dará vida a vuestros cuerpos mortales por medio de su
Espíritu que habita en vosotros [en humin]». En 1 Cor. 3:16 Pablo afirma el mismo hecho,
«¿No sabéis que sois templo [naos, santuario] de Dios y que el Espíritu de Dios habita en
vosotros [en humin]?» Aquí tenemos la declaración del hecho que el Espíritu de Dios mora
en un santuario (naos) que, en el contexto, es la iglesia, no el creyente individual. En el
contexto la división del cuerpo de Cristo es lo que está en consideración; en el texto griego
la segunda persona del pronombre plural se usa a través de los versículos 16-17, y está en
posición enfática en la frase, «y eso es lo que vosotros sois (hoitines este humeis — lit. lo
son todos ustedes, todos)». En 1 Cor. 6:19 Pablo usa un lenguaje similar, «¿O no sabéis que
vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, que está en vosotros (en humin), el cual tenéis
de Dios, y que no sois vuestros?» Aquí el contexto tiene que ver con la profanación del
cuerpo humano por medio de la inmoralidad sexual, y el santuario (naos) es el cuerpo del
creyente. En 2 Tim. 1:14 Pablo habla de «el Espíritu Santo que habita en nosotros (en
humin)», pero aquí no entra en una discusión con respecto al modo o manera de la morada
del Espíritu.

Estos son los textos usualmente citados como prueba de la morada directa, inmediata y
personal del Espíritu. Al parecer aquí se ha asumido una conclusión no garantizada, a saber,
que todas las declaraciones del NT que afirman la morada del Espíritu de Dios dentro del
creyente, son declaraciones que afirman una morada directa, inmediata y personal del
Espíritu de Dios dentro del creyente. Sin embargo, una suposición no es más que eso, una
suposición hasta que se haya establecido con evidencia; en este caso, documentación
bíblica y argumentación lógica. El argumento sería este:

PREMISA MAYOR: Todas las declaraciones de las Escrituras del NT que afirman la morada
de la Deidad dentro del creyente son declaraciones que afirman la morada directa,
inmediata y personal de la Deidad dentro del creyente.

PREMISA MENOR: Ro. 8:9, 11; 1 Cor. 3:16; 6:19, y 2 Tim. 1:14 son declaraciones del NT que
afirman la morada de la Deidad dentro del creyente.

CONCLUSIÓN: Ro. 8:9, 11; 1 Cor. 3:16; 6:19, y 2 Tim. 1:14 son declaraciones que afirman la
morada directa, inmediata y personal de la Deidad dentro del creyente.

La premisa mayor de este argumento da por sentado el asunto, es decir, asume como
demostrado el punto principal que debe demostrarse; y por esto exhibe la falacia del
argumento.

Cristo en el creyente

27
En el NT hay un total de seis locativos griegos declarando que el Espíritu de Dios está en el
creyente. Sin embargo, hay un total de dieciséis locativos griegos que declaran el hecho que
Cristo está de alguna manera en el creyente. En Juan 6:56 Jesús dice: «El que come mi carne
y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (kago en auto)». En 15:4 Él dice a sus
discípulos: «Permaneced en mí, y yo en vosotros (kago en humin)»; el versículo 5 dice: «…
el que permanece en mí y yo en él (kato en auto), ése da mucho fruto». En 17:23 Jesús ora
al Padre con respecto a sus discípulos para poder estar en ellos, «yo en ellos (ego en auotis),
y tú en mí» y en el versículo 26 continúa: «… para que el amor con que me amaste esté en
ellos y yo en ellos (kago en autois)».

En Romanos 8:10 Pablo razona, «Y si Cristo está en vosotros (en humin), aunque el cuerpo
esté muerto a causa del pecado…»; en 2 Cor. 4:10 escribe: «… para que también la vida de
Jesús se manifieste en nuestro cuerpo (en to somati hemon)». Luego en el versículo 11, «…
para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo mortal (en te thnete
sarki hemon)». En el 13:5 dice «¿O no os reconocéis a vosotros mismos que Jesucristo está
en vosotros? (en humin)». En Gál. 2:20 escribe: «… y ya no soy yo el que vive, sino que
Cristo vive en mí (en emoi)»; en 4:19 dice «… de nuevo sufro dolores de parto hasta que
Cristo sea formado en vosotros (en humin)»; y Ef. 3:17, «… de manera que Cristo more por
la fe (dia tes pisteos— lit. por medio de la fe) en vuestros corazones (en tais kardiais
humon)». En Filip. 1: 20 encontramos la expresión, «…Cristo será exaltado en mi cuerpo (en
to somati mou)». En Col. 1:27 él define el misterio entre los gentiles así: «… Cristo en
vosotros (en humin), la esperanza de la gloria»; y nuevamente en 3:11 proclama, «… Cristo
es todo, y en todos (en pasin)». Luego Pedro, en 1 Pe. 3:15 instruye de esta manera a sus
lectores: «Santificad a Cristo como Señor en vuestros corazones (en tais kardiais humon)».
Estas referencias declaran tan enfáticamente como las relacionadas con el Espíritu que
Cristo habita en el creyente; pero, nuevamente, no nos dicen cómo o en qué sentido está
Él en el creyente.

Dios en el creyente

Además de estas referencias hay ocho locativos griegos en el NT los cuales afirman el hecho
que Dios está en nosotros. En 2 Cor. 6:16 Pablo, citando Lev. 26:12, escribe: «…como Dios
dijo: Habitaré en ellos (en autois), y andaré entre ellos; y seré su Dios, y ellos serán mi
pueblo». En Ef. 4:6 Pablo declara que Dios «… está sobre todos, por todos y en todos». Juan
afirma lo mismo en su primera epístola, «…El que guarda sus mandamientos permanece
en El y Dios en él (en auto)» 1 Jn. 3:24). Claramente en el contexto es de Dios de quien se
dice que está en el creyente; como es el caso en 4:4 donde Juan escribe, «… porque mayor
es el que está en vosotros (en humin) que el que está en el mundo». Luego en el versículo
12, «… Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros»; y en el versículo 13, «…

28
En esto sabemos que permanecemos en El y El en nosotros (en hemin): en que nos ha dado
de su Espíritu (ek tou pneumatos auto, lit. desde el Espíritu de Él)». También en el versículo
15, «Todo aquel que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él (en auto)
y él en Dios»; y en el versículo 16, «Dios es amor, y el que permanece en amor permanece
en Dios y Dios permanece en él (en auto)».

El sentido en el cual el creyente es habitado

En todas las referencias se expresa claramente el hecho que Dios está en el creyente; como
también las hay numerosas en cuanto a que Cristo está en nosotros, y que el Espíritu está
en nosotros; pero estas declaraciones del hecho no necesariamente nos dicen cómo o en
qué sentido Él está en nosotros. Que Pablo haya declarado el hecho que Dios está en su
pueblo (2 Cor. 6:16) no garantiza la conclusión de que Él esté en ellos personalmente. Su
lenguaje afirma el hecho que Dios mora en su pueblo y camina entre ellos, pero no dice
cómo o el sentido en el cual debe entenderse. Seguramente nadie aseguraría que Dios
directa, inmediata y personalmente habita y camina en medio de Su pueblo; en cambio,
que lo hace por medio de la revelación, así habita y camina con su pueblo. Cuando sus vidas
están llenas de la revelación de Dios, sus pensamientos, sus palabras, y acciones son divinas,
Dios reina en ellos; entonces se puede decir que Dios habita y camina entre ellos. Este es el
sentido verdadero de 2 Cor. 6:16 y de muchas otras declaraciones similares de las Escrituras.

Lo mismo es cierto de las masivas declaraciones del NT que afirman el hecho que Cristo está
en nosotros. Al Pablo decir que ya no vivía él sino Cristo en él eso no le dice al lector del NT
cómo o en qué sentido Cristo vivía en él. Esto debe determinarse del contexto, tanto del
inmediato como del remoto, además de tomar en cuenta la enseñanza general del NT en
cuanto a este tema interpretada a la luz de la razón. Seguramente nadie afirmaría que Cristo
directa, inmediata y personalmente estaba dentro del cuerpo de Pablo. El sentido en el cual
Cristo habitaba dentro de Pablo era indirecta, mediata y representativamente, es decir,
Cristo habitaba en Pablo a través de la revelación; Su inspirada instrucción vivía y reinaba
dentro de los pensamientos, palabras y acciones de Pablo. Seguramente, esto es obvio para
quien razone el asunto. De lo que estamos hablando en una sola palabra es de
«cristianizarse», eso es lo que la expresión «Cristo vive en mí» significa; ese es el sentido o
manera en la cual Cristo mora en los creyentes.

La ley de la consistencia

29
La pregunta que surge en este punto es la siguiente: ¿Por qué nuestro razonamiento
debiera ser diferente con respecto a aquellas enseñanzas del NT concernientes a la morada
del Espíritu de Dios en nosotros que con aquellas que afirman la morada del Padre y del Hijo
en nosotros? Aquí es donde se viola la ley de la consistencia y donde nuestro amor por la
lógica y la argumentación racional son puestos a un lado. La creencia en una morada directa,
inmediata y personal de la deidad (sea el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo) dentro del
cristiano del NT es irracional, ausente en la Escritura, inconsistente y entra en violación a
los principios establecidos de la sana exégesis bíblica.

Pareciera que estamos tratando de hacer del asunto uno complicadísimo y hasta místico.
La sencilla realidad en cuestión es que Dios está en nosotros, Cristo está en nosotros, y el
Espíritu está en nosotros, lo cual nos hace copartícipes de la vida según Dios. ¡Qué podría
ser más sencillo que esto! ¿Qué podría ser más razonable y estar en completa armonía con
todo lo que dice la revelación de Dios?

La mera idea que la Deidad directa, inmediata y personalmente more en la humanidad en


la persona del Padre, y/o del Hijo, y/o del Espíritu parece infundada en toda su extensión.
Nosotros constantemente hacemos el argumento que lo milagroso no ocurre en el siglo
presente; no obstante, que la Deidad literalmente (o personalmente) more en la humanidad
demandaría lo milagroso (a saber, un evento o acción demostrable que trasciende los
confines de la ley natural). O es el caso que ocurren milagros, o es el caso que no ocurren.
Ahora, ¿cuál de las dos?

30
Parte III
EL ESPÍRITU SANTO
Y LOS FENÓMENOS MILAGROSOS
DEL PRIMER SIGLO

31
Capítulo V

La operación milagrosa del Espíritu Santo

En la literatura bíblica se puede ver que en tiempos antiguos la presencia del Espíritu de
Dios frecuentemente estaba asociada con la actividad sobrenatural de Dios: en el AT en la
creación, en los muchos milagros de los sabios y profetas de la antigüedad, y en la
inspiración de los escritores del AT. Asimismo vemos en el NT la presencia del Espíritu de
Dios asociada con la actividad sobrenatural de Dios: en la encarnación de Jesús el Mesías,
en los milagrosos de los santos hombres de Dios, y en la inspiración de los predicadores,
maestros y escritores del NT. Y en todo esto es muy importante notar que los medios por
los cuales el Espíritu de Dios efectuaba todos los fenómenos sobrenaturales de los tiempos
antiguos era el «poder» sobrenatural de Dios.

El concepto de poder en el griego del NT

El concepto de poder en el griego del NT juega un rol significativo en la discusión con


respecto a la morada y operación del Espíritu Santo en los escritos del NT. Hay tres palabras
griegas diferentes que se traducen como “poder” en las traducciones hispanas estándar.
Ellas son (1) Dunamis — poder en lo genérico como también en el sentido absoluto; (2)
exousia — autoridad; y (3) kratos — poderío, dominio, fuerza. La palabra que más nos
interesa es dunamis la cual se usa primordialmente en el NT para aquella fuerza
sobrenatural o influencia de Dios impartida a ciertos individuos con el propósito de
capacitarles para hablar o escribir por inspiración o para realizar milagros; este es el caso
en más de la mitad de sus ciento veinte apariciones en el NT. Esta es la palabra de la cual
provienen nuestras palabras dinamita, dinámico, dínamo, etc.

El poder sobrenatural de Jesús

32
En Lucas 1:35 a María, la virgen, un mensajero de Dios le dijo, «… el Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y el poder (dunamis) del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso lo santo que
nacerá será llamado Hijo de Dios». Fue un poder sobrenatural lo que efectuó la concepción
milagrosa en el vientre de María. En Lc. 1:17 se dice de Juan el bautista, «… irá delante de
Él en el espíritu y poder (dunamis) de Elías». Ciertamente Juan vino predicando en el
espíritu de los antiguos profetas y habló por inspiración (poder sobrenatural) el mensaje de
Dios. Poco después vino Jesús quien, al ser bautizado por Juan, fue «lleno del Espíritu
Santo» y «llevado por el Espíritu» (Lc. 4:1). ¿Qué quiere decir esto? ¿No era ya Jesús Deidad
dentro de la humanidad? El significado queda claramente en evidencia por el contexto.
Según el contexto Jesús regresó a Galilea en el poder (dunamis) del Espíritu (Lc. 4:14). Él no
necesitaba la morada personal de la Deidad para iniciar su misión mesiánica, Él era Deidad.
Un pasaje esencial para una compresión adecuada de esto es Filip. 2:5-11 donde la
prexistencia de Jesús como Deidad se establece claramente. «Él, existiendo en la forma
(morphe — naturaleza, característica específica o forma esencial) de Dios, no contó el ser
igual (isos —igual, el mismo) a Dios como cosa a qué aferrarse (harpagmon — agarrarse,
sujetarse firmemente), sino que se vació a sí mismo (kenoo — desprenderse de poder,
rendirse o poner a un lado lo que se posee, Newman, Greek-English Dict., p. 99), tomando
forma de siervo (doulos — sirviente, esclavo; en contraste a Señor), siendo hecho
semejante a los hombres». No fue de su Deidad de lo que Jesús se vació sino más bien de
la plena expresión o manifestación de su Deidad, es decir, de su Señorío. Como ser humano
Él llegó a someterse a la enseñanza total de la ley de Dios tal como estaba expresada en las
Escrituras del AT. Como ser humano Él se sometió a la autoridad de sus padres, sus maestros
hebreos y líderes religiosos como también a las autoridades civiles. Como Mesías llegó a
someterse al abuso y a la crueldad de los hombres, y finalmente a su cuerpo experimentó
la muerte humana; sin embargo, Dios le levantó y exaltó. Ya no sería más un siervo, sino
otra vez el «Señor», y se manifestó a sí mismo como Deidad. Aquí puede surgir una
pregunta, con respecto al descenso del Espíritu Santo en forma de paloma en el bautismo
de Jesús. ¿Qué fue esto? Fue una señal para Juan (vea Juan 1:29-34) y para Jesús (Mat.
3:16.17); y también fue la unción mesiánica que atestiguó el inicio de la actividad mesiánica
de Jesús (es decir, aquellas manifestaciones de poder y autoridad que eran una parte
esencial de su rol como Mesías; comp. Isa. 61:1, 2 y Lc. 4:14-21). Después de este evento
vemos que Él «con autoridad (exousia) y poder (dunamis) manda a los espíritus
inmundos…» (Lc. 4.36). Según Lc. 5:17 el poder (dunamis) del Señor estaba con Él para
sanar. Pedro, en Hch. 2:22 declara que Jesús fue confirmado por Dios mediante milagros
(dunamis), prodigios y señales; y en Ro. 1:4, Pablo escribió que Jesús fue declarado Hijo de
Dios con poder (dunamis), conforme al Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los
muertos. La evidencia indica que lo que Jesús recibió en el bautismo fue la unción mesiánica
que señalaba el inicio de su ministerio mesiánico.

33
El poder sobrenatural de los apóstoles

En Lucas 9:1 Jesús reunió a los doce y les dio poder (dunamis) y autoridad (exousia) sobre
todos los demonios, y para curar enfermedades. Luego los envió a proclamar el reino de
Dios a la casa de Israel. Ésta era obviamente una medida limitada de poder sobrenatural
que Él les impartió. En Mr. 9:1 Él informó a los doce que algunos de ellos no gustarían la
muerte hasta que vieran el reino de Dios venido con poder (dunamis). En Lc. 24:49, le dijo
a los doce: «… Y he aquí, yo enviaré sobre vosotros la promesa de mi Padre; pero vosotros,
permaneced en la ciudad hasta que seáis investidos con poder (dunamis) de lo alto». En
Hch. 1:4-5 les habló del bautismo del Espíritu Santo; luego en el versículo 8 les informó que
cuando el Espíritu Santo viniera sobre ellos (es decir, se manifestara a Sí mismo), ellos
recibirían poder (dunamis). No era una morada personal de la Deidad lo que se había
prometido, sino más bien “poder” de Dios.

Este poder llegó a ser una señal de la autoridad de los apóstoles de Cristo. En 2 Cor. 6:6-7
Pablo defendió su apostolado argumentando que él era un ministro de Dios y que se había
manifestado a ellos en «… el Espíritu Santo, en amor sincero, en la palabra de verdad, en
el poder (dunamis) de Dios». En 2 Cor. 12:12 escribió: «Entre vosotros se operaron las
señales de un verdadero apóstol, con toda perseverancia, por medio de señales, prodigios,
y milagros (dunamis)». También en Ef. 3:7, «Del cual fui hecho ministro, conforme al don
de la gracia de Dios que se me ha concedido según la eficacia de su poder (dunamis)». Otra
vez en Col. 1:29, «… Y con este fin también trabajo, esforzándome según su poder
(dunamis) que obra poderosamente en mí». En 1 Tes. 1:5 le recuerda a la iglesia: «… nuestro
evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder (dunamis) y
en el Espíritu Santo». Y en Heb. 2:4 el escritor habla de la gran salvación anunciada primero
por el Señor y que luego fue confirmada por los que oyeron, «testificando Dios juntamente
con ellos, tanto por señales como por prodigios, y por diversos milagros (dunamis) y por
dones (distribuciones) del Espíritu Santo según su propia voluntad». En cada caso la
evidencia claramente indica que es el poder lo que está presente en la actividad de los
apóstoles, no la morada personal de la presencia de la Deidad; y esta presencia de poder
sólo es evidente en el momento del milagro, el cual es evocado a través de la fe del obrador
del milagro en ese momento.

Este hecho está más que establecido en el libro de los Hechos. En Hch. 3:2 cuando el apóstol
Pedro sanó al cojo, él informó a la gente que no era por su propio poder (dunamis) que
había sanado al cojo, sino por el poder de Dios. Aquí es claro y evidente que ese «poder»
había traído la sanación. En Hch. 4:7 el sanedrín preguntó mediante qué poder (dunanis) o
en qué nombre habían sanado al hombre. En el versículo 33 leemos que con gran poder
(dunamis) los apóstoles dieron testimonio de la resurrección de Jesús. En Hch. 19:11 vemos

34
a Dios obrando milagros especiales (dunamis) mediante la mano de Pablo. En Ro. 15:16-19
Pablo afirma que su apostolado a los gentiles está confirmado por las cosas que Cristo había
hecho mediante él, para la obediencia de los gentiles, «en palabra y en obra, con el poder
(dunamis) de señales y prodigios, en el poder (dunamis) del Espíritu de Dios». En 2 Tim. 1:7
Pablo recuerda a Timoteo: «Pues Dios no nos dio espíritu de cobardía, sino de poder
(dunamis)». Claramente lo que llenó a los apóstoles fue el poder del Espíritu Santo el cual
era evocado mediante la fe en el momento de la realización del milagro. No hay un trazo de
evidencia en la Escritura de que ellos estuvieran llenos de Deidad; de hecho, en Listra,
cuando Pablo sanó a un cojo y el pueblo trató de adorarle, él clamó y dijo: «Varones, ¿por
qué hacéis estas cosas? Nosotros también somos hombres de igual naturaleza que
vosotros…» (Hch. 14:15). Él era consciente que la Deidad no estaba dentro de él, sino el
poder para realizar las obras portentosas de Dios a través de la fe.

El poder sobrenatural de los otros cristianos del primer siglo

No solamente leemos de poder sobrenatural en los apóstoles sino también de otros


cristianos del primer siglo. En Hch. 6:5 leemos de un hombre llamado Esteban lleno de fe y
del Espíritu Santo. Luego en el versículo 8 el texto dice que él también era alguien lleno de
gracia y poder (dunamis) y que hizo prodigios y milagros entre el pueblo. En realidad era el
poder lo que llenaba a Esteban, no la morada personal de la Deidad. Este poder le fue
impartido a él y a otros en el primer siglo mediante la imposición de manos de los apóstoles
de Cristo (comp. Hch. 8:14-19). Aunque la imposición de manos en los tiempos del NT tenía
varios propósitos (por ejemplo, sanación, designación para un oficio especial, dotación de
autoridad, etc.) éste era definitivamente uno de esos propósitos cuando lo realizaba un
apóstol. En Gál. 3:2-5 Pablo razona con sus lectores del primer siglo: «Aquel, pues, que os
suministra el Espíritu y hace milagros (dunamis) entre vosotros, ¿lo hace por las obras de
la ley o por el oír con fe?» Obviamente él hablaba de haber impartido a algunos de ellos de
poderes milagrosos. Solamente un apóstol de Cristo podría hacerlo.

En Hch. 8:13 leemos acerca de Felipe haciendo señales y grandes milagros (dunamis). En
Ro. 15:13 Pablo ora que los cristianos en Roma sean llenos con gozo, paz y abunden en
esperanza, en el poder (dunamis) del Espíritu Santo. En 1 Cor. 12:10, 28, 29, la palabra
dunamis se traduce «milagros» en cada versículo, y eran manifestaciones de poder
atribuidas a los cristianos del primer siglo. En Ef. 3:16 Pablo ora para que los cristianos
efesios fueran fortalecidos con poder (dunamis) a través del Espíritu en el hombre interior.
Era el poder lo que llenaría el hombre interior por medio del Espíritu Santo quien imparte
este poder. Nuevamente en el versículo 20 él declara que Dios es capaz de exceder aún más
abundantemente todo aquello que pidieran o imaginaran, según el poder (dunamis) que

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actuaba en ellos. Todos estos versículos evidencian la morada del «poder» en ciertos
cristianos del primer siglo, no la morada personal de la presencia de la Deidad.

El propósito del poder sobrenatural en el Primer Siglo

El propósito de esta morada de poder es muy importante para un pleno entendimiento del
lugar del poder sobrenatural en el cristianismo del NT. La venida del Espíritu Santo y las
manifestaciones de su poder en la vida de los apóstoles y de otros cristianos del primer siglo
fue con el propósito de dar al hombre la palabra de Dios a través de la revelación e
inspiración, y estableciendo esa palabra como palabra de Dios por medio de
manifestaciones de poder milagroso. En 2 Pe. 1:2 Pedro escribió que el divino poder
(dunamis) les había concedido todas las cosas que pertenecían a la vida y la piedad por
medio del conocimiento del que les había llamado. Él había hecho esto por medio de la
revelación de Su palabra y de la confirmación de ésta por medio de manifestaciones
sobrenaturales, siendo ambas los efectos del poder sobrenatural (dunamis) impartido a los
apóstoles y a los cristianos del primer siglo por el Espíritu de Dios.

La conclusión que alcanzamos en todo esto es que en el NT cuando se dice que alguien es
«lleno del Espíritu Santo», sólo hay una de dos posibles interpretaciones: (1) está lleno de
la morada personal de la Deidad, o (2) está lleno de los efectos de la Deidad. No puede
presentarse ninguna evidencia a favor de que alguien del primer siglo estuviera lleno de la
Deidad con excepción de Jesús de Nazareth quien era Dios encarnado. Por otro lado, la
evidencia, como ha sido mostrada, establece sin lugar a dudas que ciertas personalidades
del primer siglo estuvieran llenas de poder sobrenatural, es decir, de efectos de la Deidad.
De más está decir que nosotros hoy no tenemos ese poder, en su lugar tenemos lo que fue
producido por las revelaciones y manifestaciones del poder divino en el primer siglo: la
iglesia de Cristo y las Escrituras del NT.

36
Capítulo VI

Estar lleno del Espíritu Santo


Un área importante de estudio en la hermenéutica bíblica es el estudio de las figuras del
lenguaje. Una figura que ha fascinado mucho a este escritor es la metonimia. El término es
tomado del griego metonumia (meta — cambiar, y onoma — nombre) y es definida por
Liddell y Scott como «… el uso de una palabra en lugar de otra» (Greek-English Lexicon, p.
1132). Un texto hermenéutico define metonimia como «… usar el nombre de una cosa por
el de otra porque las dos están relacionadas frecuentemente o porque la una puede sugerir
a la otra» (B. Berkley Micklesen, Interpreting the Bible, pp. 185-86). Hay varios tipos de
metonimia en las Escrituras; las tres más predominantes son: (1) la metonimia de causa,
donde la causa es puesta por el efecto (por ejemplo, se nombra al hacedor cuando se refiere
a lo que se ha hecho); (2) la metonimia de efecto, donde se nombra al efecto cuando se
refiere a la causa (por ejemplo, se nombra lo que se ha hecho cuando se refiere al hacedor);
y (3) la metonimia de adjunto, donde se nombra la característica de una cosa en lugar de la
cosa en sí. Dungan tiene una discusión exhaustiva con respecto a la metonimia (D. R.
Dungan, Hermeneutics, pp. 270-300); sin embargo, la discusión más clara y concisa de esta
figura de lenguaje se encuentra en la excelente obra de hermenéutica de Milton Terry. La
siguiente cita es algo extensa pero muy digna del espacio:

«Todas las figuras del lenguaje están basadas en alguna semejanza o relación que los
distintos objetos tienen entre sí, y frecuentemente sucede, en un rápido y brillante estilo, que
una causa es puesta por su efecto, o un efecto por su causa; o se usa el nombre de un sujeto
cuando sólo se pretende expresar un adjunto o circunstancia asociada con éste. Esta figura
de lenguaje es llamada Metonimia, del griego Meta, denotando cambio, y Onoma¸ un
nombre. Tal cambio y sustitución de un nombre por otro da al lenguaje una fuerza e impresión
que no podría obtenerse de otra manera. Así tenemos a Job diciendo: «Mi saeta es gravosa
sin haber yo prevaricado» (Job 34:6 RVA), donde saeta se refiere evidentemente a la herida

37
causada por una saeta, y se hace una alusión en el 6:4 donde las más amargas aflicciones de
Job son representadas como causadas por las saetas del Altísimo. Así otra vez en Lc. 16:29 y
24:27, Moisés y los profetas se usan para significar los escritos de los cuales ellos son autores.
El nombre de un patriarca se usa algunas veces cuando se pretende hablar de su posteridad
(Gén. 9:27; Am. 7:9). En Gén. 45.21; Núm. 3:16; Deut. 17:6, la palabra boca se usa para
referirse a lo que se dice o para el mandamiento que sale de la boca de alguien… tales casos
de Metonimia —y los ejemplos se podrían multiplicar indefinidamente — comúnmente se
clasifican bajo la categoría de Metonimia de causa y efecto… otro uso de esta figura ocurre
cuando algún adjunto, o idea asociada o circunstancia se pone en lugar del sujeto principal,
y viceversa. Así en Lev. 19:32, canas, rostro, se usan para referirse a una persona de edad
avanzada: “te levantarás ante el rostro envejecido”. Comp. Gén. 42:38, “haréis descender mis
canas con dolor al Seol”. Cuando Moisés ordenó a los ancianos de Israel a tomar un cordero
según sus familias y “comer la pascua” (Ex. 12.21), él obviamente utilizó la palabra pascua
para decir cordero pascual. En Oseas 1:2 está escrito, “… porque la tierra se prostituye
apartándose de Jehová”. Aquí la tierra se usa como metonimia del pueblo israelita que
habitaba la tierra. (comp. Mat. 3:5; Salm. 23:5; Deut. 25:5; 1 Cor. 10:21; Ro. 3:30». (Milton
S. Terry, Biblical Hermeneutics, pp.248-250).

Dungan da un comentario interesante acerca de la metonimia de causa encontrada en Lc.


2:27, «Movido por el Espíritu fue al templo». Sus comentarios son muy útiles aquí para
ilustrar el punto que pretendemos establecer:

«Simeón había recibido una comunicación antes de eso, asegurándole que no moriría hasta
que viera a Cristo. Y ahora que José y María estaban allí, él es informado por el Espíritu que
la promesa del Señor estaba cumpliéndose, y que si iba al templo podría ver a el Salvador».
(Dungan, p. 271).

El punto es que aquí la expresión «movido por el Espíritu» debe entenderse como «vino por
instrucción del Espíritu». Aquí se nombra al Espíritu por la instrucción del Espíritu, es decir,
la causa (el hacedor) es nombrada en lugar del efecto (lo que ha hecho el hacedor). En
muchas referencias del NT con respecto al Espíritu Santo, se usa claramente la metonimia
de causa; es decir, se nombra la causa donde el efecto es lo que se quiere dar a entender
según el contexto. Se dice que las personas del primer siglo estaban llenas del Espíritu
Santo, donde, en realidad, ellas estaban llenas de poder milagroso del Espíritu o iluminación
mental (es decir, inspiración y/o revelación).

El concepto «lleno» en el griego del NT

Hay varias palabras en el texto griego las cuales llevan el significado de «llenar» o «lleno».
La primera de estas es pimplemi (convertida en pletho excepto en el sistema presente). Se

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encuentra veinticuatro veces en el NT y es definida por los léxicos como: «llenar, de aquello
que llena o toma posesión de la mente; voz pasiva, Lc. 1.15, 41, 67, etc.; completar, cumplir”,
(Abbott-Smith, Lexicon, p.360); «llenar… una cosa con algo; lo que toma completa posesión
de la mente se dice que la llena como el temor, Lc. 5:26; sorpresa, Hch. 3:10, etc.; ocurrir,
cumplirse, completar, etc.» (Thayer, Lexicon, p. 509). Gerhard Kelling (Theological
Dictionary of the NT, S.v “Pimplemi”) menciona que pimplemi transmite la idea de llenar
una cosa literalmente con algo, y también se usa para procesos espirituales e intelectuales.
Es interesante observar que en cada aparición de esta palabra en el NT, cuando se usa en
conexión con el Espíritu Santo, ésta aparece en la voz pasiva, lo cual significa que aquellos
que eran llenos con el Espíritu en realidad estaban actuando según el Espíritu o bajo la
influencia del Espíritu. Esto está sustentado también por el hecho que en cada aparición el
contexto claramente revela una actividad milagrosa de parte de aquel o aquellos de quienes
se dice que estaban llenos del Espíritu Santo. Claramente es el efecto (poder milagroso o
iluminación mental) lo que es evidente en aquel que está lleno del Espíritu. La metonimia
de causa (nombrar la causa cuando se quiere referir al efecto) es vista claramente en estas
referencias.

En Lc. 1:13-17 el ángel Gabriel informó a Zacarías del nacimiento de Juan el bautista; él dijo:
«y será lleno (plestheseia, futuro pasivo) del Espíritu Santo aun desde el vientre de su
madre». En realidad, Juan sería llenado con inspiración profética (iluminación milagrosa)
por el Espíritu Santo. La causa (el Espíritu Santo) es nombrada donde se pretende dar a
entender el efecto (la iluminación milagrosa). En el versículo 41 Elizabet fue llena (eplesthe
— aoristo pasivo) del Espíritu Santo y profetizó. Ella fue llena de iluminación milagrosa, un
efecto del Espíritu Santo; aquí la causa es por el efecto. En el versículo 67 Zacarías fue lleno
(eplisthe — aoristo pasivo) del Espíritu Santo y profetizó. En realidad él fue lleno de
iluminación milagrosa (el efecto) donde se nombra al Espíritu Santo (la causa); en todas
éstas tenemos metonimia de causa.

En Hch. 2:4 los apóstoles fueron llenos (eplesthesan — aoristo pasivo) del Espíritu Santo
(iluminación milagrosa) y comenzaron a hablar en otras lenguas. Se nombra la causa pero
claramente se refiere al efecto. En Hch. 4:8 Pedro fue lleno (plestheis — participio aoristo
pasivo) del Espíritu Santo (es decir, de iluminación milagrosa) y respondió al sanedrín con
denuedo. Esta manera de comprender [el uso de la metonimia] se establece también en
Mat. 10:19-20 donde Jesús prometió a sus apóstoles la habilidad milagrosa de responder a
sus perseguidores. La promesa era la iluminación milagrosa, no que ellos recibirían el don
de la Deidad [misma].

En Hch. 4:31 los apóstoles oraron para hablar la verdad con denuedo de cara a una gran
oposición; el edificio tembló y ellos fueron llenos (eplesthesan — aoristo pasivo) de

39
iluminación mental milagrosa y hablaron la palabra de Dios con valor. Claramente fueron
llenos de un efecto del Espíritu Santo, no de la Deidad. En Hch. 9:17 Pablo estaba, según las
instrucciones de Dios, a punto de convertirse en un apóstol de Cristo y de ser lleno
(eplesthes — aoristo pasivo) del Espíritu Santo. Por el resto de su vida Pablo manifestó
poder milagroso e iluminación mental (inspiración/revelación); no hay evidencia de la cual
concluir que él estaba lleno de la Deidad. En el capítulo 13:9 la misma frase se usa con
referencia a Pablo. Él estaba lleno de poder milagroso y mandó una ceguera a Elimas el
mago. El texto dice que Pablo fue lleno (plesthesis — participio aoristo pasivo) del Espíritu
Santo; sin embargo, el contexto claramente indica que él estaba lleno de poder milagroso.

Un segundo término que debe ser considerado es pleroo, un cognado de pimplemi. Pleroo
se encuentra 87 veces en el NT. Es el término más común para «llenar» o «completar». Se
usa predominantemente en la expresión «…para que se cumplieran (plerothe) las
Escrituras»; sin embargo, también puede, como pimplemi significar dominar con influencia,
influir completamente, poseer completamente, Jn. 16:6; Hch. 5:3, etc. (comp. Greek-
English Lexicons: Abbott-Smith, Thayer, Arndt-Gingrich, y otros). Sólo una vez se usa pleroo
en el NT en referencia al Espíritu Santo; Ef. 5:18, «… sed llenos (plerousthe— presente
imperativo pasivo) del Espíritu». Aquí la metonimia de causa es hermosamente demostrada
en virtud de un pasaje paralelo, Col. 3:16 el cual dice: «Que la palabra de Cristo habite en
abundancia en vosotros…» La expresión en Efesios 5:18 «… sed llenos del Espíritu»
obviamente significa llenarse de la comunicación (la palabra) del Espíritu, la cual es
efectuada por el Espíritu (la causa inicial); aquí se da la causa donde se pretende indicar el
efecto. Otras apariciones de pleroo pueden ser interesantes también. En Lc. 2:40 leemos de
Jesús llenándose de sabiduría. Obviamente aquí estamos tratando con actividad mental, era
la mente de Jesús que se estaba llenando de sabiduría. En Lc. 4:28 la gente en la sinagoga
se llenó de ira (una actividad mental y emocional). En Lc. 5:26 la multitud se llenó de temor
y asombro (una actividad mental y emocional). En Lc. 6:11 los enemigos de Jesús se llenaron
de ira (una actividad mental y emocional). En Jn. 16:6 la tristeza llenó los corazones (mentes)
de los discípulos cuando Jesús les habló de su muerte. Aquí estamos tratando con conceptos
mentales y emocionales (una emoción es una reacción psicológica a un estímulo
psicológico). En Hch. 5:3 Satanás llenó el corazón de Ananías para que mintiera al Espíritu
Santo. En Hch. 5:17 el sumo sacerdote se llenó de celo; en Hch. 13:52 los discípulos se
llenaron de gozo. En Ro. 1:29 leemos de estar llenos de toda injusticia y en 15:14 de estar
lleno de conocimiento. En 2 Cor. 7:4 leemos de estar lleno de consuelo; y en Col. 1:9 de
estar lleno del conocimiento de Dios. Ahora bien, el punto que estamos estableciendo es
que en todas estas referencias lo que está bajo consideración es un llenar mental y
sicológico. Jamás seríamos capaces de argumentar por una morada personal de Satanás en
Ananías; en cambio el sentido común prevalece y admitimos que Ananías mintió de su libre
voluntad. Obviamente Satanás ejerció una influencia sobre el pensamiento de Ananías pero

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él no lo habitó literalmente. Ahora, la consistencia demanda que de igual manera
razonemos con respecto a la expresión «sed llenos del Espíritu» y veamos que no debe
entenderse como llenar literalmente al creyente de la persona del Espíritu Santo como no
fue llenado Ananías de la persona de Satanás.

Aquí puede surgir una pregunta: ¿no sería el llenarse con la causa (Espíritu Santo) referirse
a ser lleno del efecto (poderes milagrosos)? La respuesta es sí; sin embargo, el punto aquí
es que la presencia personal de la Deidad habitando dentro de la humanidad no es necesaria
para producir el efecto. Las ramificaciones involucradas al argumentar en favor de una
morada de la presencia de la Deidad pesan en contra de las ventajas de tal punto de vista.
Si uno argumenta por una morada de la presencia de la causa, ¿no veríamos todos los
efectos posibles producidos por la causa [manifestados] en aquel habitado por la causa?

Frecuentemente se hace el argumento de que hay dos medidas diferentes de morada, la


medida ordinaria y la medida milagrosa. ¿es razonables hablar de una medida «ordinaria»
o «natural» de una acción «extraordinaria» o «sobrenatural»? ¿Cómo puede hablarse de la
morada de la Deidad dentro de la humanidad como algo «ordinario» o «natural»? La misma
definición de los términos de este argumento involucra una contradicción lógica.

La evidencia dentro del contexto de cada referencia citada arriba argumenta a favor de la
presencia de poder milagroso e iluminación mental sobrenatural dentro de aquel bajo
consideración. La evidencia no argumenta a favor de la morada de la Deidad dentro de una
persona. La única evidencia que puede ser presentada a favor de que una personalidad de
la Deidad habitó dentro de un ser humano nos guía a la conclusión de que eso sólo sucedió
una vez en la historia; el hombre era Jesús de Nazareth, quien era “Dios con nosotros”.

Un cognado de pimplemi y de pleroo, que transmite igual peso en esta discusión, es el


sustantivo griego pleres. Éste aparece 16 veces en el NT. Arndt y Gingrich (Greek-English
Lexicon, pp. 675-76) dan dos sentidos básicos de su uso en el NT. Primero, transmite la idea
de plenitud tangible, es decir, como una viña llena de maleza o un jarro lleno de alguna
sustancia. Cuando se usa para personas y en el caso genitivo transmite la idea de ser lleno
de poder, de un don, sentimiento, característica, cualidad, etc.; comp. Jn. 1:14; Lc. 4:1; Hch.
6:3, 5, 8; 7:55; 11:24; 9:36; 13:10. Se usa en este sentido en la LXX para estar lleno de pecado
(Isa. 1:4, «… laos pleres hamartion — un pueblo lleno de pecados»). El segundo sentido de
pleres es el de plenitud, saciar; comp. Mat. 14:20; 15:37; Mr. 4:28; 8:19. Sin embargo, es al
anterior sentido al que debemos dar una atención especial.

En Lc. 4:1 leemos que «Jesús, lleno (pleres) del Espíritu, volvió del Jordán y fue llevado por
el Espíritu en el desierto…» Lo que Jesús recibió en su bautismo fue la unción mesiánica, y
desde ese momento Él empezó a manifestar «poder». Él no recibió el don de la Deidad en

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el momento de Su unción, Él ya era Deidad. La expresión «lleno del Espíritu» se explica
claramente en 4:14, «Jesús regresó a Galilea en el poder del Espíritu». Esta fue la
manifestación del poder sobrenatural que estaba presente dentro de Él desde ese
momento, lo cual es evidente en el contexto. En Juan 1:14 leemos que el Verbo (es decir,
el Jesús prexistente) era lleno (pleres) de gracia y de verdad. Tanto la gracia como la verdad
son conceptos abstractos; fueron reflejados en la vida de Jesús en todo lo que Él decía y
hacía.

En Hch. 6:3 los hermanos en Jerusalén fueron instruidos para escoger de entre ellos a
hombres «…de buena reputación, llenos (pleres) del Espíritu Santo (pneumatos) y de
sabiduría». En 6:5 los hermanos escogieron a Esteban, un hombre lleno (pleres) de fe y del
Espíritu Santo (pneumatos hagiou). Aun cuando la expresión pneumatos (espíritu) en 6:3 no
se usa con el adjetivo hagios (santo) como en 6:5, es una conclusión lógica obtenida del
hecho que lo de 6:5 es una respuesta al mandamiento del 6:3. Aquí hay un hermoso ejemplo
de interpretar la Escritura con la Escritura en su propio contexto inmediato. Ninguna
exégesis correcta podría concluir de otra manera.

Ahora debe surgir la pregunta: ¿De qué estaban llenos Esteban y los otros? ¿Era de la
persona del Espíritu Santo (es decir, de la Deidad) o era de poder milagroso? La respuesta
otra vez yace en el contexto; era el poder (dunamis). En 6:8 leemos, «Y Esteban, lleno de
gracia y de poder (dunamis), hacía grandes prodigios y señales entre el pueblo». Aquí otra
vez el contexto establece el hecho que lo que estaba presente dentro de quienes se dice
que estaban «llenos» del Espíritu no era la Deidad sino el poder milagroso [proveniente] de
la Deidad. No solamente Esteban evidenció la presencia del poder milagroso dentro de sí;
Felipe, otro de los siete escogidos según la calificación, manifestó habilidades similares
(comp. 8.5-13).

Quizá debiéramos tocar aquí otro punto que se presenta en estos versículos: lo de la
imposición de manos de los apóstoles (6:6). Se argumenta que este es el momento en el
que Esteban y Felipe recibieron sus poderes; especialmente parece ser este el caso a la luz
de Hch. 8:14-19 y 19:1-6. Sin embargo, antes que alguien llegue a esta conclusión debe
probarse que la imposición de manos en 6:6 tenía el mismo propósito que en Hechos 8 y
19. En 8:17 y 19:6 el texto claramente dice que la imposición de manos de los apóstoles
efectuaba la otorgación de poder milagroso. ¿Debemos concluir que cada persona sobre
quien los apóstoles imponían sus manos recibió este poder? Uno podría razonar que el texto
de Hechos 6 implica esto, en que después de la imposición dos de manos dos de los
individuos en cuestión manifestaron poderes milagrosos. Esta conclusión podría seguirse
solamente si pudiera mostrarse que los siete en cuestión no tenían poderes milagrosos
antes de la imposición de manos. La evidencia indica lo contrario; los siete escogidos

42
estaban «llenos del Espíritu». O ellos estaban llenos de la Deidad, o estaban llenos de las
características de la Deidad. Frecuentemente se hace la aseveración que Hechos 6:3, 5 hace
referencia a la «medida ordinaria» de la morada del Espíritu Santo. A todo esto, puede
surgir la pregunta: ¿Qué es «ordinario» con respecto a que la Deidad more dentro de la
humanidad? Nada puede ser más «extraordinario» que el concepto de la Deidad habitando
a la humanidad. Por eso es extraordinario Jesús de Nazareth. Él era Deidad vestido de
humanidad o Deidad habitando en la humanidad. No hay absolutamente nada «ordinario»
en una idea como esta. ¿Podría entenderse una «morada indirecta» aquí? Los siete estaban
llenos de las características de Dios reveladas en la palabra. Seguramente ellos estaban
llenos de esta manera, las características de sabiduría y gracia se mencionan
específicamente; pero difícilmente podemos pensar que esto es lo que se pretende con el
lenguaje de 6:3, 5, especialmente la luz del hecho que tanto Esteban (en el contexto
inmediato) como Felipe (en el contexto remoto) son vistos manifestando poderes
milagrosos; y el texto no dice que la impartición de poder milagroso fuera el propósito de
la imposición de manos en el 6:6. La interpretación más natural de la expresión «lleno del
Espíritu» en 6:3, 5, especialmente a la luz del contexto, es que aquí otra vez tenemos una
metonimia de causa donde el Espíritu (la causa) es nombrada en lugar del poder milagroso
(efecto).

Este entendimiento es aún más evidente por el hecho que la imposición de manos tenía una
función multipropósito en tiempos antiguos. Primero, era un medio para realizar milagros,
usada por los antiguos profetas. Segundo, era un medio para impartir autoridad, dar una
designación especial o nombrar a alguien en un oficio especial. Tercero, éste era un medio
utilizado por los apóstoles para impartir poderes milagrosos a los cristianos del primer siglo.
Cuarto, era una expresión usada para la aprehensión y el tomar por la fuerza una persona
a otra. Ahora, ¿cuál de estos propósitos de la imposición de manos es el más aplicable en
Hechos 6:6? El contexto inmediato claramente trata con el nombramiento de los siete para
un oficio especial. No hay razón para asumir que la imposición de manos de los apóstoles
en este contexto fuera para algún otro propósito distinto a éste, especialmente puesto que
se dice que ellos estaban «llenos del Espíritu» antes de recibir la imposición de manos; y la
imposición de manos en el nombramiento de un determinado oficio o responsabilidad era
claramente una práctica de la iglesia primitiva (comp. Hch. 13:1-3).

Nuestra siguiente aparición del término pleres se encuentra en Hch. 7:55. Esteban, lleno
(pleres) del Espíritu Santo (la misma fraseología de 6:5) recibió una visión milagrosa de la
gloria de Dios y de Jesús de pie a la diestra del Padre. No puede haber duda alguna de que
aquí estamos tratando con la presencia de iluminación milagrosa y no con una morada de
la Deidad. Además, en 11:24 leemos de Bernabé [quien era alguien] «lleno (pleres) del
Espíritu Santo y de fe». En 14:3 vemos a Bernabé, con Pablo, realizando señales y prodigios.

43
En todas y cada una de estas referencias la metonimia de causa se emplea bella y
hábilmente para transmitirnos una idea que invade toda la Escritura, por medio de una
figura de lenguaje que permea el idioma entero.

44
Capítulo VII

El principio de causa y efecto

Quizá haríamos bien si nos detenemos aquí y, bajo un encabezado aparte, entramos a una
discusión del principio de causa y efecto en lo que éste se relaciona con la operación y
morada del Espíritu Santo. En el NT encontramos esos pasajes donde el Espíritu Santo fue
dado como la causa de un efecto donde, en realidad, el poder del Espíritu Santo fue la causa
inmediata. El Espíritu Santo era la causa inicial de toda manifestación milagrosa y de toda
comunicación inspirada, pero la causa inmediata tras ambas actividades era el «poder» del
Espíritu Santo. Era el «poder» lo que habitaba en aquel que realizaba el milagro y hablaba
por inspiración. El Espíritu Santo nunca llenó a nadie con su Persona, solamente con poder
y/o comunicación.

La Causa Inicial y la Causa Inmediata

Por analogía consideremos la luz de una bombilla eléctrica; entonces preguntemos ¿cuál
causa produce el efecto de luz en la bombilla? ¿Es el poder hidro-eléctrico de una planta
que llena el bombillo? Esta es la causa detrás del efecto de luz en esa bombilla; es la causa
inicial pero no la causa inmediata. Podríamos preguntar si el transformador en el poste
eléctrico afuera de la casa es la causa. La respuesta podría ser sí, pero nuevamente no es la
causa inmediata; ni éste llena la bombilla. ¿Cuál entonces es la causa inmediata que
produce el efecto de luz en la bombilla? Es el poder eléctrico mismo lo que llena la bombilla
y produce la luz, no la causa inicial de poder ni la causa intermediaria de poder. La causa
inmediata que realmente llena la bombilla y produce el efecto es el poder eléctrico mismo.

El hombre racional puede ver fácilmente que no es necesario que la causa inicial llene la
bombilla para producir el efecto de la luz en la bombilla. Si podemos ver esto en el campo
de la física, ¿cómo es que no podemos verlo en otros campos? En el campo jurídico, ¿es el
abogado o su argumento lo que convence al jurado? Definitivamente el abogado es la causa
que produce el efecto de convencer al jurado pero, ¿es la causa inicial o la inmediata? Él es
la causa inicial; sin embargo, su caso (es decir, la argumentación lógica obtenida de la
evidencia) es la causa inmediata que llena las mentes de los miembros del jurado y produce
el efecto de convencerlos. No es la causa inicial (el abogado) lo que los llena y produce el
efecto, más bien es la causa inmediata (las palabras y argumentos del caso presentado) lo
que los llena y produce el efecto. Por la misma línea de razonamiento uno debería concluir
que no es necesario para el Espíritu Santo (la causa inicial) llenar a aquellas personas del
primer siglo con su Persona para producir el efecto de los milagros y la proclamación y/o

45
escritos inspirados. Lo necesario fue el poder y la iluminación milagrosa. El «poder»
sobrenatural fue la causa inmediata que llenó a aquellos capaces de realizar actos
sobrenaturales o producir escritos inspirados.

Debería ser fácil ver cómo la metonimia de causa (cuando se menciona la causa pero se
refiere al efecto) se usa en la expresión «lleno del Espíritu Santo» en el NT. El efecto creado
por la causa inicial fue el de poder milagroso e iluminación. Este efecto era, en sí mismo,
una causa identificable con la causa inicial; sin embargo, el poder milagroso era la causa
inmediata que (como fuerza moradora) producía los efectos de sanidad milagrosa, Escritura
inspirada, etc.

El Espíritu y la Palabra

Ahora, apliquemos todo este proceso de razonamiento a, quizá, el aspecto más


problemático la discusión con respecto al Espíritu Santo, a saber, la morada y operación del
Espíritu Santo en el tiempo actual. Es la contención de este escritor que el Espíritu Santo es
la causa inicial de los efectos de fe y conocimiento de Dios en nuestras vidas hoy; sin
embargo, Él no es la causa inmediata. La palabra de Dios (el evangelio de Cristo) es la causa
inmediata que produce los efectos de fe y conocimiento de Dios en nuestras vidas. No hay
motivo para que el Espíritu Santo more personalmente en el cristiano, ni opere en él
directamente. El Espíritu Santo es la causa inicial que nos convence de pecado (Jn. 16:8) y
la causa que produce en nosotros la mente del Espíritu (Ro. 8:5). Nadie puede negar con
éxito el hecho de que el NT enseña que el Espíritu Santo es la causa detrás de estos efectos
en nuestras vidas. Pero el Espíritu Santo no es la causa inmediata de ninguno de estos
efectos ni es necesario que Él habite personalmente en el creyente para provocar estos
efectos. Entonces, ¿cuál es la causa inmediata de todos estos efectos? ¡La palabra de Dios!
La palabra es la causa inmediata que nos convence de pecado (Ro. 6:15-18; 1 Jn. 3:4; 5:17;
Stgo. 4.17). Argumentar lo contrario sería caer en el mismo error que cayeron Agustín y
Calvino en este punto. La palabra es la causa inmediata que produce en nosotros la mente
del Espíritu (Ro. 10:17; 12:2; 2 Tim. 3.16-17). Argumentar que el Espíritu Santo es la causa
inmediata que produce en nosotros el conocimiento de Dios es puro calvinismo. Es obvio
entonces que aunque el Espíritu Santo es la causa tras estos efectos, Él no es la causa
inmediata. El Espíritu Santo efectúa todas estas cosas en el cristiano por medio, y sólo por
medio, de la palabra (es decir, de los escritos inspirados).

La doctrina de “algo más”

46
Ahora, ¿en qué afecta esta línea de razonamiento al concepto de una morada personal del
Espíritu Santo? Esto significa que si Él mora en el creyente personalmente entonces lo estará
haciendo como una causa latente o dormida. Si ese es el caso, entonces ¿cuál es el objetivo
de una morada así? Muchos abogados de la posición de una morada personal admiten
abiertamente que la palabra es la causa inmediata para todos estos efectos en nuestras
vidas; sin embargo, ¿estamos listos para argumentar que hay un Espíritu divino morando
literalmente dentro de nosotros el cual funciona como una causa inmediata produciendo
efectos en nuestras vidas? No, argumentamos que la palabra es la causa inmediata de
nuestra fe y conocimiento de Dios; entonces, ¿qué produce el Espíritu Santo como una
causa inmediata? ¿Causa Él que la palabra «se haga viva» como Calvino y los evangélicos y
teólogos neo-ortodoxos argumentarían? ¿Estamos listos por un minuto para defender este
punto de vista? ¿Sorprende que hoy la gente de nuestro tiempo no vaya a las Escrituras
para guiarse en temas religiosos como su única regla de fe y práctica? El hecho es que ellos
piensan que hay «algo más». La filosofía y la ideología teológica del existencialismo (el cual
no es nada más, en esencia, que subjetivismo, emocionalismo e irracionalidad) es lo que
marcha rampante hoy día. Sí, la gente piensa que hay «algo más», la guía interior del Espíritu
Santo. ¿Hay alguien que esté sorprendido de que así estén las cosas hoy? Después de todo,
si nos mantenemos diciendo que Él está allí, ellos van a mantenerse esperando que Él les
dé evidencia de su presencia; entonces cuando ellos nos salen con estas cosas, nosotros
sacudimos nuestras cabezas, sorprendidos de que nos vengan con esas ideas. Si reflejamos
sobre este tema cuidadosamente, podemos ver cómo esto parece tan razonable para tantas
personas. Por ejemplo, yo sé que tengo un espíritu humano en mi cuerpo porque la
Escritura me lo enseña y su presencia es evidente en mi cuerpo. El espíritu (pneuma) es
aquella fuerza de vida consciente que anima al cuerpo. He oído el argumento que nosotros
tenemos un espíritu o alma pero que no sabemos dónde habita en nosotros o qué hace.
Esta línea de razonamiento es claramente errónea. Nuestros espíritus animan nuestros
cuerpos y cuando el espíritu se va del cuerpo, el cuerpo muere. Yo no tengo ni sombra de
duda en cuanto a dónde está mi espíritu y lo que hace dentro de mí. Ahora, ¿por qué nos
parecería extraño que alguien razonara naturalmente que si él tiene otro espíritu dentro de
él, un Espíritu divino, ese Espíritu también animaría su cuerpo, es decir, daría evidencia de
Su presencia?

Es cierto que nosotros tratamos de revertir esta consecuente al insistir que el Espíritu Santo
solamente opera en nuestras vidas a través de la palabra, pero honestamente, ¿qué sentido
tiene? Insistir persistentemente en que un Ser divino (el mismo Espíritu de Dios) está
realmente dentro de nosotros y luego argumentar, en esencia, que Él está inactivo o
dormido, eso revienta el mismísimo concepto del argumento racional.

Un motivo de inquietud

47
Si la palabra es la causa inmediata que produce en nosotros los frutos del cristianismo del
NT en nuestras vidas, entonces no hay razón para que la causa inicial (el Espíritu Santo)
more personalmente dentro de nosotros. Dios por medio de las Escrituras nos instruye
consistente y persistentemente que su palabra es suficientemente poderosa (He. 4:12), y
suficientemente adecuada (2 Tim. 3:16-17) y que cumple lo propuesto (Isa. 55:11) como
para producir en nosotros todos los efectos deseados para nosotros en la religión cristiana.
¿Por qué no creeríamos esto? Podría ser que no nos damos cuenta que estamos alentando
la doctrina de que hay «algo más»; y la afinidad con esta doctrina tiene relación con el
sistema calvinista, existencialista, evangélico y aun del neo-pentecostalismo? Debemos
volver a nuestros sentidos y llegar a conclusiones racionales; esto sólo se puede hacer
«razonando» a partir de las Escrituras (Hch. 17:2).

Parte III

48
Preguntas de «dónde» y «cómo»
En el tema de la morada
(Aquellas preguntas que supuestamente no se deben hacer a la fe*)

Fe* aquí se refiere al concepto erróneo de la fe común en los teólogos existencialistas (es
decir, credulidad ciega, o aceptación de un concepto bíblico o declaración «sin hacer
preguntas») el cual frecuentemente se aplica a temas que supuestamente no tienen que
ser entendidos, sólo «aceptados».

Capítulo VIII
49
¿En qué parte del creyente mora el Espíritu Santo?

La discusión acerca del Espíritu Santo necesariamente involucra algunas preguntas que no
pueden ser ignoradas por alguien que va a sustentar alguna posición que él asuma con
respecto a la morada del Espíritu Santo. Quizá la pregunta más desafiante en toda la
discusión es: «¿En qué parte de un creyente mora el Espíritu Santo?»

Esta es una pregunta especialmente reveladora para quienes sostienen el punto de vista
que el Espíritu Santo mora directa, personal e inmediatamente dentro del creyente. La
respuesta a esta pregunta varía de erudito a erudito que escribe acerca de este tema. Las
respuestas más comunes son las siguientes.

El Espíritu Santo mora «en alguna parte» dentro del creyente

Un erudito en particular ha defendido la posición de que el Espíritu simplemente mora en


nosotros y que eso es todo lo que necesitamos saber. En esencia, Él mora dentro de
nosotros «en alguna parte»; exactamente dónde nadie sabe, es un «misterio». De hecho,
según él, el concepto en sí de la morada es un misterio. Esto hace que surja la pregunta en
cuanto a qué derecho tiene algún escritor de publicar un libro acerca de un tema que él
mismo categoriza como un misterio. Un alegato de ignorancia en uno de los puntos más
cruciales de su tesis deja poco que recomendar de su producción literaria o de su posición
a defender. Si él cree que deberíamos cerrar el asunto con un «tenemos la palabra de Dios
en cuanto a esto» y que son presuntuosos los que quieren probar más, entonces
preguntamos, ¿por qué se dedicó a escribir sobre el asunto? ¿Cuál es la justificación para
su escrito? ¿Son sus esfuerzos una tarea legítima? Uno se acuerda del libro del agnóstico
John Baillie titulado Our Knowledge of God donde él ocupa doscientas cincuenta y ocho
páginas para argumentar a favor de la conclusión que no podemos argumentar una
conclusión; no podemos estar seguros de nada excepto de que no podemos estar seguros
de nada. Podemos ver lo absurdo de una posición así en John Baillie, ¿por qué no podemos
verla en un razonamiento similar en otros eruditos?

Nos dicen, «La Biblia afirma que el Espíritu de Dios mora en nosotros y debiéramos dejarlo
hasta allí». Esta es la amonestación que recibimos en cuanto a que la reflexión y el
razonamiento más allá de ese punto son terrenos prohibidos. Nosotros le sugerimos a
quienes piensan que no debe decirse nada más, que se queden callados y no digan más
nada; sin embargo, hay algunos de nosotros que vemos el ejemplo de Pablo como un
camino mucho mejor y hemos determinado «razonar» a partir de las Escrituras (Hch. 17:2,
17; 18:4, 19; 19:8). La palabra griega de la cual procede el término en español razonando es

50
dialegomai el cual transmite la idea de pensar profundamente en un asunto o razonar
acerca de un tema en particular. Una apelación a la credulidad ciega o a la aceptación sin
preguntas en este o en cualquier otro asunto no es otra cosa sino un apoyo al punto de vista
del «salto de fe». ¿Qué pasa con la ley de la racionalidad? ¿Ha sido descartada? Cuando
confronto esta clase de pensamiento recuerdo un principio que aprendí del Dr. Thomas
Warren mientras me sentaba en su clase en Harding Graduate School of Religion; él
continuamente recordaba a su clase que «Dios no nos pide que creamos algo para lo cual Él
no nos haya dado evidencia adecuada». Hablo por mí cuando digo que nunca aceptaré algo
en nombre de la «simple confianza de la fe» lo cual sea en realidad una aceptación en
nombre de la «credulidad ciega». Cuando presionamos al ateo o al evolucionista a probar
su posición, jamás le permitiríamos escaparse con ese tipo de respuestas como «en alguna
parte, de alguna manera, en algún modo», sin embargo este es precisamente el mismo tipo
de respuesta que algunos hermanos esperan que nosotros aceptemos en cuanto a la
morada del Espíritu Santo. Él está dentro de nosotros en alguna parte, de alguna manera,
en algún modo.

Aquellos que abogan por una morada personal del Espíritu Santo nos informan que el NT
declara como un hecho que el Espíritu mora dentro de nosotros y que debiéramos dejar el
tema hasta allí. Pero quienes así nos amonestan no están dispuestos a regirse por su propia
regla. Nos dice que la expresiones «morada indirecta» y «morada representativa» no están
en el NT; pero no se les ha ocurrido que los términos «morada directa» o «morada
personal» están igual de ausentes en el lenguaje explícito del NT.

El Espíritu mora «en cada parte» dentro del creyente

Otros entre nosotros defienden el argumento que el Espíritu Santo mora «en cada parte»
dentro del creyente; el Espíritu divino entra en nuestros cuerpos y nos llena totalmente, tan
plenamente como el espíritu humano llena el cuerpo humano. Aquí encaramos la misma
nebulosa que en la posición anterior sólo que en ésta hay un compromiso más fuerte con
la morada total de la Deidad.

A priori debemos observar que esta posición tiene a dos personalidades independientes
morando dentro de una persona. Antes de nuestra recepción del Espíritu de Dios todos
nosotros poseemos un espíritu humano que mora dentro de y anima nuestros cuerpos. Si
otro Espíritu entra en nosotros (un Ser separado y aparte de nuestro ser entra en nuestro
ser), un Ser que es, en esencia, una personalidad de la Deidad, entonces ¿no tenemos un
ser humano con dos personalidades, es decir, una personalidad divina y una personalidad
humana? Cuando uno es controlado por su propia personalidad humana, lo que hace lo
hace de su propia y libre voluntad. Sin embargo, cuando alguien es controlado por otra
personalidad que habita dentro de él, ¿El Espíritu divino que mora dentro de él no sería el

51
responsable de sus acciones y no él mismo? ¿Y esto no es lo que los teólogos calvinistas han
estado proclamando durante los últimos trescientos años?

Esta posición está cargada de dilemas morales y complejidades sicológicas de personalidad


dual esquizofrénica. Dos personalidades con identidades separadas funcionando
plenamente dentro de la existencia de una persona eso es esquizofrenia clásica. Uno no
puede escapar de estas complejidades argumentando que el Espíritu divino y el espíritu
humano se convierten en un espíritu, removiendo así el dilema de la personalidad dual. Si
este es el caso, ¿cómo el Espíritu divino escapa de la culpa en el evento de un pecado? Y
¿Tanto el Espíritu divino como el espíritu humano pierden sus identidades separadas en el
proceso de síntesis que los hace uno? ¿Esto no involucraría serias dificultades en cuanto a
la posibilidad de apostasía? Alguien podría preguntar, «¿No tenía Jesús un Espíritu divino y
un espíritu humano?» La respuesta es sí; sin embargo, los dos no eran entidades separadas,
Él y su espíritu humano eran uno, y conllevó una concepción milagrosa realizar una unión
total del espíritu humano con el Espíritu divino. Jesús es el único humano que ha poseído
un espíritu que era divino y humano y que era uno mediante una concepción milagrosa.
Ahora, la pregunta es ¿por qué Dios efectuó una concepción milagrosa dentro de una virgen
para llenar a un humano con la Deidad si Él podía realizar esa misma cosa enviando su
Espíritu a morar personalmente en Jesús en el momento de su bautismo como alegaba el
hereje Cerinto a finales del primer siglo?

Jesús era tanto humano como divino desde el mismo momento de su concepción milagrosa.
Él no llegó a ser divino en su nacimiento ni en su bautismo, fue una unción mesiánica lo que
recibió en su bautismo. Ningún ser humano ha recibido de Dios el don de la Deidad; ningún
ser humano, aparte de Jesús de Nazareth y de la virgen María quien llevó a Jesús (en Quien
moraba la Deidad) durante nueve meses, ha tenido la morada [personal] de la Deidad.
¿Podría ser que aquellos que sostienen la posición de que el Espíritu de Dios mora
literalmente en ellos no ven la implicación de lo que están diciendo? ¿Estarán listos por un
momento a llevar su razonamiento a su conclusión lógica? En la forma de una fuerte
proposición disyuntiva su dilema es éste: o los cristianos son totalmente humanos en virtud
del hecho que son seres que poseen cuerpos humanos habitados por espíritus humanos, o
son más que humanos en virtud de que son seres que poseen cuerpos humanos habitados
por un espíritu humano y un Espíritu divino (la Deidad). ¿Cuál de éstas [es su opción]? ¿Es
el caso que somos humanos y solamente humanos, o llegamos a ser más que humanos
cuando nos convertimos en cristianos en virtud del hecho que recibimos el don de la Deidad
(el Espíritu de Dios) en el bautismo? (Hch. 2:38). ¿Cómo puede ser que estamos llenos de
Deidad y no son humanos y divinos como Jesús?

52
En años recientes este escritor ha descubierto varios libros acerca de este tema donde los
autores han llevado la posición de la morada personal a su conclusión lógica. Un libro
titulado The Spirit and the Incarnation [El Espíritu y la Encarnación] escrito por W. L. Walker
en 1899, y considerado un clásico en cuanto al tema de la encarnación, argumenta en el
último capítulo la posición que los cristianos experimentan una encarnación en el nuevo
nacimiento y llegan a ser hijos de Dios o «dioses» entre los hombres. El erudito católico L.
S. Thornton, The Incarnate Lord [El Señor Encarnado] (1928), defiende por implicación un
punto de vista similar, como también lo hace Donald M. Baillie de la St. Andrews University
en su aclamada obra sobre la encarnación, God Was in Christ [Dios estaba en Cristo]. Baillie
difiere de Walker y Thornton en cuanto a su concepto de la morada de la Deidad en Jesús;
él defiende la posición que Jesús era un hombre quien a través de su piadosa vida llegó a
ser tan abierto y receptivo a Dios que Dios habitaba en Él; y que nosotros, de la misma
manera, podemos recibir esa morada.

Hay volúmenes de volúmenes en el mercado defendiendo posiciones similares. En todas


estas obras estos escritores han alcanzado esas conclusiones sencillamente llevando a su
conclusión lógica la posición de que los creyentes han sido habitados personal, directa e
inmediatamente por Dios (Deidad). Después de todo, si realmente la Deidad mora dentro
de nosotros, ¿no sería el caso que somos más que humanos, y si somos más que humanos,
qué somos?

Capítulo IX

El Espíritu mora dentro del «corazón» del creyente

53
En Gál. 4.5, 6 se nos dice que hemos recibido la adopción de hijos, Dios ha «…ha enviado el
Espíritu de su Hijo a nuestros corazones, clamando: ¡Abba! ¡Padre!» En Ef. se encuentra la
expresión «…que Cristo more en vuestros corazones por la fe». Ahora, ¿cómo deben
entenderse estos versículos? Quizá deberíamos definir primero el término corazón de la
manera en la que se usa en la literatura bíblica.

El concepto bíblico del corazón

En la literatura del Antiguo Testamento

En el AT hay dos usos distintos del término corazón (Hebreo leb/lebab); el primero es el
músculo físico y se usa pocas veces en ese sentido en el AT. 2 Sam. 18:14 habla de Joab
clavando tres dardos en el corazón de Absalón; en 2 Re. 9:24 leemos: «Y Jehú entesó su
arco con toda su fuerza e hirió a Joram en la espalda; y la saeta salió por su corazón…»
(comp. Éxodo 28:29-30; Sal. 22:14; y por implicación: Gén. 18:5; Isa. 1:5 y Os. 13:8). Su uso
predominante es el metafórico o figurado; es decir, el de la parte más interna, el centro, o
el meollo de una cosa. Como leemos en Deut. 4:11, «Ustedes se acercaron, pues, y
permanecieron al pie del monte, y el monte ardía en fuego hasta el mismo cielo» [Nueva
Biblia Latinoamericana de Hoy, nota: Lit. el corazón de los cielos]. También 2 Sam. 18:14
habla de Absalón atrapado en medio de la encina [Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy,
nota: lit. el corazón] cuando Joab lo mató; y en Prov. 23:34 leemos de lo que está «en medio
del mar». (comp. Deut. 7:21; Prov. 30:19; Jer. 5:1; Ez. 27:4, 27; 28:2). Y en el NT, Jesús habla
del Hijo del hombre estando tres días y tres noches en el corazón (en medio) de la tierra
(Mat. 12:40). De este último uso obtenemos el concepto metafísico del corazón humano; a
saber, la actividad intelectual, emocional y la capacidad de decisión de un hombre la cual
surge de «en medio» de éste. Siguiendo el rastro del término «corazón» a través de la
literatura del AT uno encuentra el siguiente uso:

El corazón es usado en el AT en conexión con la actividad racional e intelectual del hombre.

(1) Razonar, pensar, considerar, ponderar, meditar, contemplar imaginar y hablar


dentro de sí se cuentan como actividades que ocurren dentro del corazón. En
Gén. 6:5 leemos con respecto a la maldad del hombre que «toda intención de
los pensamientos de su corazón era sólo hacer siempre el mal»”; en 27:41
leemos de Esaú hablando de sí mismo en su corazón; en Deut. 7:17 Dios advierte
al pueblo de estar «hablando» palabras sin fe en «su corazón» y en 8:5 Dios
amonesta al pueblo de Israel a «comprender en su corazón» las grandes cosas
que Él había hecho por ellos. En 1 Sam. 1:13 leemos de Ana «hablando en su
corazón» y de sus labios moviéndose, pero ningún sonido salía de su boca. En
Sal. 4:4 leemos, «Temblad, y no pequéis; meditad en vuestro corazón sobre

54
vuestro lecho, y callad»; nuevamente en 14:1, «El necio ha dicho en su corazón:
No hay Dios»; 15:2 habla de alguien que «… habla verdad en su corazón»; y en
19:14 leemos, «Sean gratas las palabras de mi boca y la meditación de mi
corazón delante de ti». En Eclesiastés leemos repetidas veces expresiones tales
como «Yo hablé en mi corazón…» (Ec. 1:16; 2:15; 3:17); en 7:22 dice «Porque tu
corazón sabe» (Reina-Valera 1960); y en 9:1 Salomón habla de que él había
«dado su corazón» a todas estas cosas. En Isa. 10:7 leemos con respecto al asirio,
«Aunque él no lo pensará así, ni su corazón lo imaginará de esta manera, sino
que su pensamiento será desarraigar». En 14:13 Dios dice con respecto al rey
de Babilonia, «Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo…» Y en 44:18, 19,
«Ellos no saben ni entienden, porque Él ha cerrado sus ojos para que no vean y
su corazón para que no comprendan». En Dan. 2:30 está escrito que a Daniel le
fue dada sabiduría con respecto a los sueños del rey y para conocer los
pensamientos de su corazón (comp. Gén. 8:21; 24:45; Deut. 4:39; 18:21: 29:4,
19; 32:41; Est. 6:6; Sal. 10:6, 11, 13; 19:14; 53:1; 77:6; Isa. 47:8, 10; 49:21; Jer.
5:24; 13:22; Abd. 3; Sof. 1:12; 2:15; Zac. 12:5).
(2) El entendimiento y la sabiduría se dice que también moran dentro del corazón.
En 1 Re. 3:9 Salomón ora, «Da, pues, a tu siervo un corazón con entendimiento
para juzgar a tu pueblo y para discernir entre el bien y el mal»; en 3:12 Dios
dice «He aquí, te he dado un corazón sabio y entendido» y en 2 Crón. 9:23 se
dice que todos los reyes de la tierra procuraban la presencia de Salomón para
escuchar su sabiduría, la cual Dios puso en su corazón. En Prov. 2:2 Salomón
escribe, «…inclina tu corazón al entendimiento» y en 2:10, «porque la sabiduría
entrará en tu corazón y el conocimiento será grato a tu alma», también en
15:14, «El corazón inteligente busca conocimiento»; y en 20:5 escribe: «Como
aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre, y el hombre de
entendimiento lo sacará» y en Ecl. 7:25, «Dirigí mi corazón a conocer, a
investigar y a buscar la sabiduría y la razón…» (Comp. Job 17:4; Prov. 2:2, 10;
8:5; 22:15, 17; 23:15; Ecl. 1:17; 8:16; Isa. 6:10; Dan. 10:12).
(3) Las palabras, leyes, mandamientos, instrucciones, preceptos, principios,
pensamientos y memorias moran dentro del corazón. En Deut. 6:6 Moisés
escribe, «Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón», en
11:18 escribe, «Grabad, pues, estas mis palabras en vuestro corazón y en
vuestra alma». En 1 Sam. 21:12 leemos, «Y David puso en su corazón estas
palabras, y tuvo gran temor de Aquis rey de Gat». En 1 Re. 10:2 se dice acerca
de la reina de Sabá cuando vino ante Salomón a Jerusalén, «… le expuso todo lo
que en su corazón tenía». En Job 8:10, Bildad habla de «… y de su corazón
sacarán palabras»; en 22:22 Elifaz anima a Job a recibir la ley de la boca de Dios

55
y le dice «… pon sus palabras en tu corazón». En Sal. 37:31 el salmista escribe
con respecto al hombre justo, «Y la ley de Dios está en su corazón»; y en 40:8,
«Y tu ley está en medio de mi corazón», también en el Salmo 119:111, «Por
heredad he tomado tus testimonios para siempre, porque son el gozo de mi
corazón». En Prov. 4:4 el sabio de Israel dice acerca de las instrucciones de su
padre David, «Y él me enseñaba, y me decía: Retenga tu corazón mis razones»
y en 4:21, «No se aparten de tus ojos; guárdalas en medio de tu corazón». Dios
hablando por medio de los escritos de Isaías, dijo a su pueblo: «Oídme, los que
conocéis justicia, pueblo en cuyo corazón está mi ley» (Isa. 51:7). Daniel,
hablando de la revelación que había recibido de Dios, escribe: «Hasta aquí la
revelación. En cuanto a mí, Daniel, mis pensamientos me turbaron en gran
manera y mi rostro palideció, pero guardé el asunto en mi corazón».
El corazón se usa en el AT en conexión con la actividad emocional y la voluntad humana.

(1) Las emociones positivas tales como el gozo, la alegría, el contentamiento, la paz, la
felicidad, la perplejidad, etc. ocurren dentro del corazón. En Éx. 4:4 leemos acerca de Aarón:
«… al verte, se alegrará en su corazón»; y en Deut. 6:5, «… Amarás al SEÑOR tu Dios con
todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza». En Jue. 19:6, 9 leemos que el
corazón se «alegra», también en Ruth 3:7. En 1 Sam. 2:1 leemos del corazón
«regocijándose» en el Señor. En Sal. 4:1 leemos «Ten piedad de mí, escucha mi corazón»;
en 19:8, «Los preceptos del SEÑOR son rectos, que alegran el corazón»; en 119:111, «Tus
testimonios he tomado como herencia para siempre, porque son el gozo de mi corazón» y
en el 161, «Príncipes me persiguen sin causa, pero mi corazón teme tus palabras». En Prov.
15:13 leemos, «El corazón gozoso alegra el rostro»; en 17:22, «El corazón alegre es buena
medicina». Cantares de Salomón expresa, «Has cautivado mi corazón»; y en Isa. 65:14
leemos, «He aquí, mis siervos darán gritos de júbilo con corazón alegre, mas vosotros
clamaréis con corazón triste…» (Comp. Deut. 28:47; Est. 5:9; Sal. 105:3; Ecl. 11:9; Isa.
30:29).

(2) Las emociones negativas como la ira, la tristeza, la aflicción, el temor, el corazón
quebrantado, la codicia, etc. también ocurren dentro del corazón. En Deut. 19:6 leemos,
“No sea que el vengador de la sangre en el furor de su ira persiga al que lo mató, y lo
alcance porque el camino es largo, y le quite la vida aunque él no merecía la muerte,
porque no lo había odiado anteriormente” [Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy, [a] nota:
Lit. mientras su corazón está encendido (con odio)]; en 28:65 leemos de un corazón
«temeroso», y en 28:67 de un corazón «con espanto» [Nueva Biblia Latinoamericana de
Hoy]. Luego en 1 Sam. 1:8 leemos acerca del corazón de Ana estando «triste»; en 24:5 el
corazón de David «le hería» [Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy, nota a pie de página];
en el 25:31 leemos de un «tropezadero para el corazón» [Nueva Biblia Latinoamericana,

56
nota a pie de página] y en el 25:37 que el corazón de Nabal se quedó «como muerto» dentro
de él y luego como una piedra por la determinación de David de destruirle y la intervención
de su esposa. En 2 Sam. 6:16 leemos de la esposa de David, Mical, «menospreciándolo» en
su corazón. En Sal. 34:18 leemos «Cercano está el SEÑOR a los quebrantados de corazón»,
y en el 51:17 leemos: «Los sacrificios de Dios son el espíritu contrito; al corazón contrito y
humillado, oh Dios, no despreciarás»; y en 109:22, leemos acerca de un corazón «herido»
(emocionalmente) dentro de él. En Prov. 5:12 leemos que hay un corazón que ha
«despreciado» la instrucción; en el 14:10 de «amargura» en el corazón y en el 25:20 de
entonar canciones para un corazón «afligido». En Ecl. 9:3 leemos: «… Además, el corazón
de los hijos de los hombres está lleno de maldad y hay locura en su corazón toda su vida».
En Isa. 35:4 leemos sobre un corazón «tímido»; en el 65:14 de un corazón «alegre» y de un
corazón «triste». Jeremías (4:19) habla de un corazón «agitado» dentro de él.

(3) La actividad volitiva del hombre tal como la voluntad, el compromiso, la determinación,
la persuasión, la convicción, la terquedad, y encaminarse en un dado curso de acción son
cosas de las cuales se dice que ocurren en el corazón. En Éx. 35:5 leemos acerca de un
«corazón generoso»; en Sal. 28:7 leemos: «en Él confía mi corazón…»; en el 119:112, «He
inclinado mi corazón para cumplir tus estatutos», y en el 140:2 el salmista habla de quienes
«traman maldades en su corazón…» Entonces en Jer. 7:24 leemos: «Mas ellos no
escucharon ni inclinaron su oído, sino que anduvieron en sus propias deliberaciones y en
la terquedad de su malvado corazón» y en 1:8 leemos en Daniel que «él se propuso en su
corazón no contaminarse…». El hombre es un agente moral libre creado a la imagen de
Dios; toma decisiones, escoge, se propone cosas, y se encamina en ciertos cursos de acción.
Esta facultad del hombre recibe el nombre de «voluntad» y se dice en la literatura del AT
que ésta surge en el corazón.

En la literatura del Nuevo Testamento

En el NT el corazón humano (griego kardía) se usa en el mismo sentido que el término


hebreo lebab en el AT. Nunca se usa en el NT para referirse al músculo humano; en cambio,
se usa metafísicamente como puede observarse en la definición dada por el Thelogical
Dictionary of the New Testament:

«Que el corazón es el centro de la vida interior del hombre y la fuente o asiento de todas las
fuerzas y funciones del alma y el espíritu es evidente en muchas maneras diferentes en el
NT. (a) En el corazón moran los sentimientos y emociones, los deseos y las pasiones. (b) El
corazón es el asiento del entendimiento, la fuente del pensamiento y la reflexión. (c) El
corazón es el asiento de la voluntad, la fuente de las resoluciones. Así que kardía viene a
representar todo el ser interior del hombre en contraste con su lado exterior… el corazón es

57
la parte más íntima del hombre, representa al ego, a la persona…» (Thelogical Dictionary
of the New Testament, “kardía” por Johannes Behn, pp. 611-12).

Al trazar el término «corazón» a través de la literatura del NT, uno encuentra los siguientes
usos:

El corazón se usa en el NT en conexión con la actividad racional e intelectual del hombre.

(1) El razonamiento, el pensamiento, la consideración, la ponderación, la meditación, la


cavilación, la imaginación, y el hablar consigo mismo se dice que son cosas que
ocurren dentro del corazón. En Mat. 9:4 leemos, «Y Jesús, conociendo sus
pensamientos, dijo: ¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones?» En 24:48
leemos, «Pero si aquel siervo es malo, y dice en su corazón: "Mi señor tardará"».
En Mr. 7:6 se nos dice, «ESTE PUEBLO CON LOS LABIOS ME HONRA, PERO SU
CORAZON ESTA MUY LEJOS DE MI», luego en 2:8 leemos, «Y al instante Jesús,
conociendo en su espíritu que pensaban de esa manera dentro de sí mismos, les
dijo: ¿Por qué pensáis estas cosas en vuestros corazones?» En Lc. 1:51 María,
alabando a Dios, dice: «Ha hecho proezas con su brazo; ha esparcido a los soberbios
en el pensamiento de sus corazones». En 2:35 Simeón profetizó acerca de la madre
del Mesías: «(y una espada traspasará aun tu propia alma) a fin de que sean
revelados los pensamientos de muchos corazones». En 3:15 se nos dice que, «… y
todos se preguntaban en sus corazones acerca de Juan, si no sería él el Cristo»
(comp. 5:22; 9:47). En Hch. 5:4 Pedro preguntó a Ananías, «¿Por qué concebiste este
asunto en tu corazón?» (comp. 8:21-22). En Ro. 1.21 se nos habla de hombres de la
antigüedad que «se hicieron vanos en sus razonamientos y su necio corazón fue
entenebrecido» (Comp. Ef. 4:17-18). En Heb. 3:10 leemos de aquellos que
«…SIEMPRE SE DESVIAN EN SU CORAZON» y en 4:12 aprendemos que la palabra de
Dios «…es poderosa para discernir los pensamientos y las intenciones del corazón».
En Stgo. 1:26 leemos de quien «engaña a su propio corazón»; y en I Jn. 3:20 de
acerca de que «nuestro corazón nos condene».
(2) Se dice que el entendimiento y la sabiduría moran dentro del corazón. En Mat. 13:15
leemos acerca de «entender» con el corazón; y en Jn. 12:40 de «percibir» con el
corazón (comp. Hch. 28:27).
(3) Se nos dice que las palabras, las leyes, los mandamientos, la instrucción, los preceptos,
los pensamientos, las memorias, etc., moran dentro del corazón. En Mat. 13:19 Jesús
habla de «la palabra del reino» siendo arrebatada luego de haber sido sembrada en el
corazón; en 15:19 Él dice, «Porque del corazón provienen malos pensamientos,
homicidios, adulterios, fornicaciones, robos, falsos testimonios y calumnias» (Comp.
Mat. 5:28). En 12:34 habla de «las cosas que alguien habla» de la abundancia de su

58
corazón. En Lc. 1:66 leemos acerca de que aquellos que estuvieron al tanto de los
eventos que rodearon el nacimiento de Juan el Bautista «…los guardaban en su
corazón»; y también acerca de María con respecto a los acontecimientos que rodearon
el nacimiento de Jesús, «Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre
ellas en su corazón» (Lc. 2:19). Así sucedió también con las palabras que Jesús le dijo
cuando ella y José lo encontraron en el templo en Jerusalén, «…Y su madre atesoraba
todas estas cosas en su corazón» (Lc. 2:49-51). En Ro. 10:8 leemos, «Mas, ¿qué dice?
CERCA DE TI ESTA LA PALABRA, EN TU BOCA Y EN TU CORAZON, es decir, la palabra de
fe que predicamos». En 1 Cor. 14:25 leemos de los secretos del corazón del creyente
siendo revelados; y en 2 Cor. 3:2 Pablo escribe: «Vosotros sois nuestra carta, escrita en
nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres». Heb. 8:10 dice, «PORQUE
ESTE ES EL PACTO QUE YO HARE CON LA CASA DE ISRAEL DESPUES DE AQUELLOS DIAS,
DICE EL SEÑOR: PONDRE MIS LEYES EN LA MENTE DE ELLOS, Y LAS ESCRIBIRE SOBRE
SUS CORAZONES...» (comp. 10:16).

El corazón se usa en el NT en conexión con la actividad volitiva y emotiva del hombre.

(1) Las emociones positivas tales como el gozo, la alegría, el contentamiento, la paz, la
felicidad, la gracia, etc., todas ocurren dentro del corazón según lo dicen las
Sagradas Escrituras. En Mat. 22:37 Jesús, citando el Shemá de Deut. 6:4-6, implica
que el amor es una actividad del corazón como también de la mente y del alma del
hombre (comp. Mr. 12:30). En Lc. 24:32 leemos una de las más bellas declaraciones
de las Escrituras, «¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros mientras nos
hablaba en el camino, cuando nos abría las Escrituras?» En Hch. 2:26 leemos de un
corazón «alegre» y una lengua regocijándose (comp. 2:46). En Ro. 5:5 leemos del
«amor de Dios [que] ha sido derramado en nuestros corazones». En Ef. 5:19 se nos
instruye a cantar «haciendo melodía» en nuestro corazón para el Señor. En Col. 3:16
(un pasaje paralelo de Ef. 5:19) se nos dice que debemos cantar con «gracia» en
nuestros corazones para Dios. Col. 2:2 habla de los corazones de los creyentes
siendo «confortados» y unidos en amor y en la plena seguridad de comprensión
(comp. Col. 4:8; Ef. 6:22; 2 Tes. 2:17).
(2) Las emociones negativas tales como la ira, la tristeza, el temor, la aflicción, la
codicia, etc., todas ellas ocurren dentro del corazón. En Jn. 14:1 leemos de un
corazón que se «turba» y en 16:16 Jesús dice: «Mas porque os he dicho estas cosas,
la tristeza ha llenado vuestro corazón». En Hch. 2:37 leemos que mucho de aquellos
que estaban oyendo el sermón de Pedro fueron «compungidos» en el corazón por
las palabras de los apóstoles. En 21:13 Pablo habla de sus hermanos llorando y
«quebrantándome el corazón». En Ro. 1.24 leemos que Dios entregó a los antiguos

59
paganos a «la lujuria de sus corazones». En 2 Cor. 2:4 Pablo habla de la «angustia
de corazón» y Santiago (3:14) habla de «celos amargos y ambición personal en
vuestro corazón». Estas actividades emocionales que se nos dice que ocurren
dentro del corazón, tanto el AT como en el NT, todas son, de hecho, abstracciones
intelectuales (estímulos sicológicos) las cuales crean una reacción sicológica. Para
obtener una reacción alegre primero uno debe tener un pensamiento alegre;
asimismo con las otras emociones, a saber, con la alegría, el contentamiento, el
júbilo, o los pensamientos apasionados que culminan en una reacción sicológica a la
cual llamamos emoción. Esto también es cierto con respecto a las emociones
negativas tales como el odio, la tristeza, el temor, la codicia, etc. Detrás de la
emoción de odio hay pensamientos rencorosos; las lágrimas de aflicción son una
reacción a los pensamientos tristes; una reacción temerosa siempre se produce por
un estímulo sicológico, es decir, por pensamientos que provocan esa reacción. El
pensamiento puede ser consciente o inconsciente, puede estar reprimido, pero está
presente y es un prerrequisito para una respuesta emocional.
(3) Las actividades volitivas del hombre tales como la voluntariedad, el compromiso, la
determinación, la persuasión, la convicción, la terquedad y el disponerse a sí mismo
a un dado curso de acción, de todos nos dice la Escritura que ocurren dentro del
corazón. En Lc. 21:14 Jesús dice a sus apóstoles: «Por tanto, proponed en vuestros
corazones no preparar de antemano vuestra defensa…» En 24:25, Jesús se refiere
a los despistados discípulos como: «…insensatos y tardos de corazón para creer
todo lo que los profetas han dicho!» En Hch. 11:23 leemos acerca de Bernabé
exhortando a los recién convertidos de Antioquía «con corazón firme» a
permanecer en el Señor. En Ro. 6:17 Pablo escribe de «obedecer de corazón» a las
enseñanzas de los apóstoles; y en 10:9-10 de «creer en el corazón» y «creer con el
corazón». 2 Cor. 9:7 habla de dar como uno «propuso en su corazón». En Heb. 3:12
leemos de un «corazón malo de incredulidad» y en 4:12 de los pensamientos e
«intenciones» del corazón.

Reflexiones y Observaciones

En resumen debe observarse que el corazón, como se usa en la literatura bíblica, es un


concepto mucho más amplio que el músculo físico que habita dentro del pecho humano;
en cambio, su uso es predominantemente metafísico, es decir, un tratamiento abstracto de
un aspecto no material del esquema sicológico humano. La siguiente cita expresa muy
claramente esta idea:

60
«Su prominencia como un término sicológico en las Escrituras y en otros libros antiguos está
fuera de duda, debido parcialmente al hecho que el corazón físico era tomado en cuenta
mucho más que la cabeza y el cerebro en aquellos tiempos… este hecho introduce la única
diferencia en la Biblia del uso de “corazón” metafóricamente en el hablar del día a día. Así
como del corazón de carne fluye la sangre en la cual está la vida animal, así también el
corazón del alma humana impulsa toda la actividad mental y moral…

En el AT (el corazón) no se refiere solamente a los elementos emocionales o volitivos de la


naturaleza humana sino preminentemente a lo intelectual… es únicamente en las Escrituras
posteriores que se tiende al hábito griego de distinguir lo racional de lo emocional»
(Hasting’s Dictionary of the Bible, S. v. “Heart” [Corazón], por J. Laidlaw, p. 318).

A la luz de la discusión previa, ¿qué quiere decir la enseñanza bíblica acerca la morada de
Dios dentro del corazón humano? Seguramente nadie insistiría en que Dios literalmente o
personalmente mora dentro del órgano físico o del músculo que está dentro del cuerpo
humano, es decir, lo que es señalado en la ciencia médica y biológica como el corazón
humano. Uno pensaría que este es el caso siguiendo lo que dicen y repiten algunos amigos;
y que si alguien prestara suficiente atención podría escuchar al Espíritu de Dios hablando
de cámara a cámara dentro de nuestros corazones. La razón iluminada rechaza totalmente
esta noción.

Entonces ¿cuál es el significado de estas palabras encontradas en Gál. 4:6 y Ef. 3:17? Si no
deben entenderse que el corazón físico o literal es el lugar de la morada de Dios, entonces,
¿en qué sentido se puede decir que Él habita en el corazón? Quizá el axioma hermenéutico
(axioma once de los cánones verbales) de sustituir la definición de un término por el término
mismo nos ayudará. Así leeríamos en Gál. 4:6 que Dios «…ha enviado el Espíritu de su Hijo
a nuestros corazones» (es decir, a nuestros procesos volitivos, emocionales e intelectuales);
y en Ef. 3:17, «…que Cristo more por la fe en vuestros corazones» (en vuestros procesos
volitivos, emocionales e intelectuales).

El concepto del AT del corazón humano es el de asiento de la actividad volitiva, emocional


e intelectual del hombre; y si se dice, en la literatura inspirada, que Dios mora en el corazón
humano, esta morada debe ser o personal, directa o inmediata en algún objeto concreto o
físico (es decir, el músculo llamado corazón) o debe ser una morada indirecta,
representativa o mediata dentro de las actividades volitivas, emocionales e intelectuales.
Ya que el corazón del cual habla la Escritura es un concepto abstracto (es decir, la actividad
volitiva, emocional e intelectual del hombre), en lugar de un objeto concreto o físico (el
músculo llamado corazón), entonces la última alternativa es la única plausible. En este
punto nos vamos a dirigir a otra fase de la discusión, a saber, a la mente humana y el rol
que ésta juega en la morada del Espíritu Santo dentro del creyente.

61
Capítulo X

El Espíritu mora dentro de «la mente» del creyente

El Significado de «Mente»

La mente humana y los términos usados para la mente en el griego del NT crean para uno
el más iluminador de los estudios de las Escrituras. Primero, debemos aclarar que cuando
hablamos de la mente, no estamos hablando del cerebro humano ni de algún otro objeto
físico. El término «mente» es una abstracción (en contraste con un objeto concreto)
mediante el cual se conlleva la actividad racional e intelectual de un ser inteligente. Quizá
la siguiente cita servirá para ilustrar esto:

«Podemos usar el término ‘mente’ sin pensar en la mente como un objeto, tal como usamos
la expresión ‘el tiempo de hoy’ sin pensar eso como un objeto… considere como la palabra
‘mente’ se usa en nuestro lenguaje. Hablamos de cambiar la mente de alguien, hablamos

62
en nuestra mente, alguien se pierde en su mente, mantenemos algo en mente, nos
mentalizamos para algo, tenemos poca mente para algo, alguien es de dos mentalidades.
Alguien puede ser fuerte mentalmente, estar mentalizado, ser débil de mente, pobre de
mente. Uno puede ser de mente abierta, de mente deportiva, puro de mente, de una mente
superior, corto de mente o falto de mentalidad». (Jerome A. Shaffer, Philosophy of Mind,
[Filosofía de la Mente] p. 3)

Shaffer llega a señalar que todos nuestros usos del término mente tienen una característica
en común, a saber, «…la consciencia, la cual puede decirse que es el elemento central en el
concepto de la mente» (Ibid, p. 4) En la discusión de la actividad de la consciencia o de la
mente, Shaffer se refiere al «fenómeno mental» del cual él dice:

«…la mente tiene tres capacidades básicas o “facultades” como les llama; a saber, la
“cognición” (saber), la “afección” (sentimiento) y la “volición” (voluntad); se supone que
cada fenómeno mental es el resultado de la operación de estas facultades» (Ibid).

La Relación entre el Corazón y la Mente

De lo anterior se puede concluir que la connotación común o concepto de «mente» parece


ser idéntico al concepto bíblico de «corazón». Esto es especialmente cierto en el AT:

«El término Lebab o Leb, y su equivalente kardía (corazón) en el NT, incluye lo intelectual
como también todos los demás movimientos internos (vea Corazón). La más grande
precisión analítica del pensamiento griego y su más cercana atención al elemento intelectual
en nuestra naturaleza trajo al lenguaje del NT palabras tales como nous con sus congéneres
dianoia, enoia, noema; …algunos términos más abstractos, tales como “pensamiento”,
“mente”, “pensar”, se usan en el NT, casi indiscriminadamente para representar el
contenido o producto de la vida interior, o lo que el AT llama “la intención de los
pensamientos del corazón” (Gén. 6:5)». (Hastings Dictionary of the Bible, S. v. “Mind”, por
J. Laindlaw, p. 374).

Esto está evidenciado también en el hecho que no hay una palabra particular en el hebreo
para mente. Las palabras hebreas que se traducen «mente» en nuestras versiones de la
Biblia son nepesh (alma) en diez ocasiones; ruach (espíritu) en seis ocasiones; y lebab
(corazón) en ocho ocasiones. Así que se hace obvio que la distinción griega entre el corazón
y la mente no estaba presente en el hebreo antiguo; y consecuentemente, la actividad
emocional e intelectual del hombre en el AT, ambas parecen brotar del corazón humano.
La razón para esto puede ser vista en la relación entre la conducta intelectual y las
emociones en la conducta humana. Una emoción puede definirse técnicamente como una
reacción fisiológica a un estímulo sicológico. Cada emoción humana está conectada
directamente con una actividad mental. Siendo esto así, cuando el hebreo de tiempos

63
antiguos experimentaba una emoción como resultado de una actividad mental (por
ejemplo, temor en tiempo de peligro) su corazón inmediatamente reaccionaría
sicológicamente; el latido de su corazón se aceleraría, la adrenalina comenzaría a recorrer
su torrente sanguíneo, todo su cuerpo se volcaría a un estado de alerta contra el peligro; y
en todo esto se pensaba que el corazón era la fuerza causativa detrás de toda la reacción
sicológica. Consecuentemente, se pensaba que el corazón era la fuerza causativa o fuente
de toda la actividad emocional e intelectual del hombre.

El concepto de Mente en el Nuevo Testamento

En el NT, uno ve este antiguo concepto hebreo manteniéndose igual que la distinción griega
entre el corazón y la mente. Uno se encuentra que la mente se usa exclusivamente para la
actividad intelectual, donde el corazón se usa en el sentido hebreo de actividad tanto
intelectual como emocional.

Hay tres palabras para mente en el griego del NT. Estas son: nous, dianoia y phronema. Nous
es el más predominante, el cual es definido como verdadera mente:

1. El entendimiento, la mente como la facultad del pensamiento… 2. La mente, el


intelecto como el lado de la vida contrastado con la existencia física, lo que lo
hace superior, la parte mental del hombre natural la cual inicia sus pensamientos
y planificaciones… 3. Mente, actitud, manera de pensar como la suma total de
todo el estado mental y moral del ser… (Arndt & Gingrich, Greek-English Lexicon,
pp. 546-47).
Nous aparece veinticuatro veces en el NT. En Lc. 24:45 leemos acerca de Jesús «abriendo
las mentes» de estos apóstoles para que pudieran entender las Escrituras; en Ro. 1:28 pablo
habla del mundo pagano teniendo una «mente reprobada»; en 7:25 habla de «servir a Dios
con la mente»; en 12:2 de «renovar la mente» lo cual resulta en una transformación en la
vida del creyente; en 1 Cor. 14:15 habla de «orar» y «cantar» con su mente; en Ef. 4:17 se
refiere a la «vanidad (el vacío) de la mente» de los paganos que estaban «entenebrecidos
en su entendimiento»; en 4:23 habla de «renovarse en el espíritu de vuestras mentes»; en
Filp. 4:7 de «la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento (Nous — la mente)»; en 1
Tim. 6:5 y 2 Tim. 3:8 habla de «mentes corrompidas»; y en Tito 1:15 de la mente y la
conciencia como cosas que podían contaminarse.

El cognado verbal de nous, noieo (noeo) se usa catorce veces en el NT para la actividad
mental o intelectual, reflexión racional, contemplación interna, percepción, pensar, el
concepto verbal de la actividad del intelecto. (Comp. Arndt & Gingrich, Lexicon, p. 542; y
Gremer, Biblical-Theological Lexicon of NT Greek, pp. 437-38). Otro cognado, noema,
también se define como pensamiento o mente; Cremer lo distinguía de nous como «…el

64
producto de la acción de la nous… es decir, el pensamiento, pensar, la comprensión, la
reflexión» (Ibid., p. 438). Es un término exclusivamente paulino: al hablar de los judíos en 2
Cor. 2:11 él escribe que sus mentes estaban «endurecidas»; en 4:4 habla del dios de este
mundo «cegando las mentes» de los incrédulos; en 10:5 de traer todo pensamiento
(noema) a la cautividad de la obediencia a Cristo; en 11:3 habla de la mente que se
corrompe; y en Filp. 4:7 de la paz de Dios que guarda los corazones y pensamientos (noema)
del creyente.

El término dianoia (trece apariciones en el NT) es el segundo término principal en el NT para


la mente. Es un compuesto de dia — a través de, y de noeo — pensar; literalmente significa
«pensar a través de». Como sustantivo, dianoia es una forma más fuerte de noeo, el verbo
de nous. Se traduce como mente en Mat. 22:37 (Mr. 12:30; Lc. 10:27) en la expresión,
«…Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón (kardia) y con toda tu alma (psuche) y con
toda tu mente (dianoia)…» Marcos y Luca añaden “…con todas tus fuerzas” lo cual
concuerda con el hebreo original y la LXX, pero la expresión “con toda tu mente” no está ni
en el original hebreo ni en la LXX. Obviamente fue añadido para conllevar la idea de un
compromiso total del corazón y la mente lo cual pudo no haber sido plenamente entendido
por alguien que no estuviera familiarizado con la naturaleza dual del término corazón en el
antiguo lenguaje hebreo. Dianoia también es utilizado por Pablo, por el escritor de Hebreos,
por Pedro y por Juan en el mismo sentido que nous: comp. Ef. 2:3; 4:18; Col. 1:21; Heb. 8:10;
1 Pe. 1:13; 2 Pe. 3:1; 1 Jn. 5:20. El cognato de dianoia, «ennoia», aparece dos veces en el
NT: Heb. 4:12 y 1 Pe. 4:1. Su unicidad descansa en el hecho que ésta conlleva, «pensamiento
interno, ponderar, considerar en la mente» (Cremer, Biblico-Theological Lexicon, pp. 439-
40).

El tercer término para la mente en el idioma griego es phronema (aparece cuatro veces en
el NT), y su forma verbal phroneo (veintiséis veces). Ambas conllevan la idea de una manera
de pensamiento, una mente enfocada, estar mentalizado o dispuesto, proponerse o
determinarse (comp. Arndt & Gingrich, p. 874). Phronema se encuentra únicamente en los
escritos de Pablo: Ro. 8:6, 7, 27; phroneo aparece en Mat. 16:23; Mr. 8:33; Hch. 28:22; Ro.
8:5, 12:3, 16; 14:5, 6; 15:5; 1 Cor. 13:11; 2 Cor. 13:11; Gál. 5:10; Filp. 1:7; 2:2, 5; 3:15, 19;
4:12, 10; Col. 3:2.

¿Qué conclusiones obtenemos de esta colección de material? Justo esta: se seguiría que el
corazón y la mente humanos son uno, para todos los propósitos prácticos. El NT claramente
afirma que Dios ha enviado el Espíritu de su Hijo a nuestros corazones (Gál. 4:6); y que Cristo
mora en nuestros corazones por medio de la fe (Ef. 3:17). El corazón del que se habla aquí
no es el músculo físico, es una abstracción metafísica para lo intelectual, emocional y la
actividad de la voluntad del hombre interior. Así pasa también con la mente; es el intelecto

65
del hombre, es decir, una abstracción metafísica de la actividad psicológica del hombre. Es
allí donde Dios mora; dentro de las actividades intelectuales, emocionales, y volitivas del
hombre. Su morada no es una morada personal, literal, de la Deidad dentro del cuerpo físico
humano; esa idea es claramente anti bíblica e irracional. En cambio la idea que exponemos
aquí es mucho más bella, mucho más bíblica y mucho más racional.

Dios mora en mí en la misma manera en la que la palabra mora en mí (Col. 3:16); la misma
manera en la que la verdad mora en mí (2 Jn. 2); la misma manera en la que la fe mora en
mí (2 Tim. 1:5); la misma manera en la que el amor de Dios mora en mí (1 Jn. 3:17; 4:16); la
misma manera en la que la vida eterna mora en mí (1 Jn. 3:15). Todas estas cosas moran
dentro de nosotros a través de la revelación bíblica; es decir, los preceptos bíblicos que
moran como conceptos dentro de nuestras facultades intelectuales, emocionales y volitivas
(nuestras mentes), y toman control de nuestras vidas. Entonces, y sólo entonces, se puede
decir que Dios (el Padre, el Hijo o el Espíritu Santo) moran dentro de nosotros. El Espíritu de
Dios no es una deidad durmiente o latente dentro de nuestros cuerpos, esa idea es absurda;
en cambio, Él es una influencia controladora dentro de nuestras vidas en cuanto Él vive en
nosotros por medio de Su palabra, es decir, a través de la revelación bíblica.

66
Capítulo IX

El espíritu humano

Y el Espíritu de Dios

Ahora viene, quizá, una de las preguntas más difíciles que produce nuestra prueba. Es esta:
¿Dónde exactamente ocurre, dentro del ser humano, esta actividad intelectual, emocional
y volitiva? Esta es una cuestión muy debatida en la disciplina filosófica llamada Metafísica
(es decir, la que trata con las relaciones entre las realidades concretas y las abstractas).

«Es el cerebro humano el que piensa y razona», dice alguien, «y suple el estímulo psicológico
que produce las reacciones psicológicas a las que llamamos emociones». Pero el cerebro
humano es materia orgánica, tres libras de materia gris rosácea; ¿cómo esta materia
orgánica piensa, y qué es esto que llamamos actividad del pensamiento? Lo que anima al
cuerpo humano (y a todos los elementos constituyentes del cuerpo humano), es algo
llamado por la Escritura como «pneuma» (espíritu), o psuche (alma). En las antiguas
Escrituras Hebreas los términos son ruach y nephesh. El pneuma humano esa fuerza de vida
consciente que anima al cuerpo; el término psuche (transliterado en la terminología médica
y psicológica como «psique») es, para todos los usos prácticos, sinónimo con pneuma como
este se usa en el NT. Se puede encontrar una distinción técnica en el antiguo uso griego,
especialmente en los filósofos. Pneuma llevaba la idea de «existencia animada», donde
psuche contenía en su interior la idea intrínseca de »existencia racional”. Esto no quiere

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decir que Pneuma no incluya la idea de racionalidad; en cambio, Psuche, en un sentido muy
técnico en algunos escritores, era una parte del pneuma; por esto podría decirse que
pneuma es la fuerza de vida consciente la cual animaba aquello en lo cual moraba. Algunos
escritores hasta alegan que psuche era una parte del Nous divino (es decir, un Mente
universal) la cual fue dada como una parte del pneuma del hombre para distinguirlo del
animal. (Comp. Theological Dictionary of the NT, S. v. “Psuche”, por Albert Dihle, pp. 612-
16). Esta idea parece haber sido llevada hasta el pensamiento de Occidente en su
incorporación a la terminología de las disciplinas médica y psicológica. Por esto es que
leemos de la «psique» (mente), «psico-logía» (el estudio de la mente) y de la «psiquiatría»
(la salud de la mente), y la lista continúa. El punto aquí es que en el uso antiguo de los
términos pneuma y psuche ambos fueron utilizados para de esa fuerza de vida «racional» o
consciente, invisible, que animaba al cuerpo. Es por esto lo apropiado de la pregunta en
cuanto a cómo una materia orgánica puede «pensar» o «razonar».

Es pneuma (o psuche) lo que anima al hombre intelectualmente, moralmente y físicamente.


Puede funcionar con el cerebro humano, los sentidos físicos y la red nerviosa en su
animación del hombre como un ser intelectual o racional; pero el cerebro, como toda
materia orgánica asociada con el cuerpo humano, regresará al polvo en el momento de la
muerte; sin embargo, el pneuma trascenderá al cuerpo en la muerte, y la «existencia
racional» o «fuerza de vida consciente» del hombre continuará. Es por medio del espíritu
humano (pneuma) que se puede decir que el cerebro piensa, razona, emocionaliza o hasta
moraliza. A esta actividad asociada con el cerebro le llamamos mente. El cerebro no es la
mente, sino que la mente es la actividad intelectual que ocurre en el cerebro; pero más
específicamente, es una actividad del espíritu humano. Sea que la midamos en longitud de
ondas electromagnéticas o argumentación analítica, esta actividad mental es tan real como
cualquier fenómeno de la existencia humana.

Cuando dos seres racionales se comunican el uno con el otro es por medio del pneuma. Esta
comunicación puede llevarse a cabo por medio del lenguaje. Cuando se concibe una idea o
pensamiento en la mente de un ser racional, esto se comunica a otro ser racional mediante
el lenguaje. Si esta idea o pensamiento son percibidos por otro ser racional, entonces ha
acontecido una comunicación. Esta es la manera en la que dos seres racionales
intercambian ideas o pensamientos. Este es el medio por el cual el Espíritu de Dios se
comunica con los seres humanos; a saber, por medio del lenguaje. Este lenguaje, cuando es
concebido y comunicado por Dios, se llama revelación; cuando yo percibo las ideas o
pensamientos comunicados, Dios ha entrado en mi mente. Este es el sentido en el cual el
Espíritu de Dios «da testimonio con nuestro espíritu» (Ro. 8:16). Él da testimonio (comunica)
como ser racional (pneuma) a otro ser racional (pneuma); el medio por el cual Él da
testimonio o comunica es el lenguaje. Las ideas o pensamientos del Espíritu de Dios nos han

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sido comunicados en la forma de Escritura — la palabra de Dios. Es por medio de esta
comunicación que Dios entra en nuestras vidas y así es como se puede decir que mora en
nosotros; pero sólo cuando puede decirse que su comunicación mora dentro de nosotros,
nos guía y nos controla: «Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, los tales
son hijos de Dios» (Ro. 8:14). Es únicamente por medio de la comunicación que recibimos
guía de parte de Él; así que solamente cuando seguimos la comunicación que Él nos ha dado,
es que se puede decir que somos guiados por Él. Por eso este es el lugar de reunión entre
el espíritu humano y el Espíritu de Dios, a saber, a través de la comunicación escrita del
Espíritu de Dios llamada la revelación.

La personalidad humana y la personalidad de Dios

Ahora, llevemos esta discusión un paso más adelante, y hagamos la pregunta en cuanto al
lugar que la personalidad humana tiene en todo esto. Como ya hemos observado, dentro
de nosotros hay una actividad intelectual o racional a la que llamamos «mente». Dentro de
esta actividad o fenómeno llamado mente moran conceptos, ideas, imágenes mentales,
impresiones creadas a partir de las experiencias y también mediante el conocimiento
intuitivo (es decir, la capacidad intuitiva para conocer lo auto evidente). Es por medio de
estos conceptos, ideas, etc., que se desarrolla la personalidad humana. La personalidad de
cada quien es única, y es, en esencia, un reflejo de los conceptos, ideas y experiencias por
medio de los cuales se ha desarrollado. La personalidad de alguien no es algo de lo que
pueda decirse que está morando en algún otro. Las características de la personalidad de
alguien pueden ser absorbidas por otro e incorporadas a su personalidad, pero no la
personalidad misma. Esto aplica a cualquier personalidad, sea la personalidad de un
humano o la personalidad de la deidad.

En la discusión con respecto a la existencia de Dios, el apologista argumenta que la


«existencia» de Dios se revela en la creación (el universo), mientras que su «nombre» y
«naturaleza» (es decir, las características de su personalidad) son manifestadas en la
revelación bíblica. No podemos absorber la «existencia» de Dios; sin embargo, podemos
absorber su «naturaleza» al absorber las características de su personalidad tal como se han
revelado en la Escritura, y luego incorporando estas características a nuestra personalidad.
Ya que la personalidad de alguien se desarrolla a partir de conceptos mentales que moran
dentro de él, entonces los conceptos mentales que obtenemos de los preceptos bíblicos
revelados en la Escritura son todo lo que necesitamos para producir en nosotros la morada
de Dios. ¿Qué es lo que conseguimos cuando insistimos en que el creyente tiene una real,
literal o personal morada de la existencia misma de Dios dentro de él, cuando todo lo que

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es necesario para llevar a cabo en nosotros el desarrollo de la naturaleza divina es lo que se
nos ha revelado en la Escritura?

Es a través de la absorción que el hombre hace de las características de Dios (el Padre, el
Hijo y el Espíritu Santo) tal cual están reveladas en los preceptos de la Escritura, e
incorporando estas características a su actividad volitiva, emocional e intelectual, que
puede decirse que Dios está presente en su vida. Cuando su personalidad refleja las
características de la personalidad de Dios, entonces Dios mora dentro de él. Es por medio
de estos conceptos mentales que obtenemos de los preceptos bíblicos que Dios ha revelado
con respecto a Sí mismo y a las características de Su personalidad, que se puede decir que
el Espíritu de Dios mora dentro del creyente.

Por eso se mantiene la respuesta en cuanto a en qué parte del creyente mora el Espíritu
Santo. Él mora dentro de nosotros «en Su palabra». Dios entra en nuestras vidas a través
de la revelación y mora dentro de nosotros a través de la revelación; es decir, la revelación
bíblica (la Escritura). Quizá hemos olvidado que hay poder en Su palabra. Ésta es capaz de
salvarnos (Ro. 1:16; Stgo. 1:21) y transformarnos por la renovación de nuestra mente (Ro.
12:2); pero esto no puede suceder hasta que ella more dentro de nosotros y nos controle.
En todo esto no nos estamos refiriendo a un montón de palabras llenando nuestra mente;
sino que estamos hablando de la palabra de Dios llenando nuestras vidas. Las palabras, por
sí solas, no pueden salvar ni transformar vidas; esto le corresponde a la revelación de Dios.
Las palabras de Dios no son meras palabras. En Lucas 1:37 se nos dice, «Porque ninguna
cosa será imposible para Dios», en Ro. 1:16 Pablo escribe, «Porque no me avergüenzo del
evangelio, pues es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree»; en Jn. 6:63 Jesús
dice, «Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida». En 6:68 Pedro llama a
estas palabras: «Palabras de vida eterna». El escritor de hebreos nos dice que, «la palabra
de Dios es viva y eficaz» (Heb. 4:12); y Pedro escribe que nosotros nacimos de nuevo,
«mediante la palabra de Dios que vive y permanece» (1 Pe. 1:23). Verdaderamente estas
palabras pueden salvarnos y transformarnos totalmente, pero sólo si las recibimos con toda
la disposición mental (Hch. 17:11) y les permitimos habitar en nosotros.

Esto no se trata de defender una doctrina de la salvación por la palabra solamente; ni


adscribir algún poder místico intrínseco a la Escritura. La palabra no nos salva aparte de y
separada de Dios así como Dios no nos salva aparte de y separado de Su palabra. Es Dios
quien nos salva y nos transforma; pero nos salva a través de su palabra, y nos transforma a
través de su palabra, así como mora dentro de nosotros a través, y solamente a través de
su palabra.

Conclusión

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No hay nada en el hombre que los transforme como la revelación de Dios; es «Dios en
vosotros». Y el «vosotros» bajo consideración no es el cuerpo humano; el concepto de Dios
en nuestras vidas es mucho más significativo y profundo que eso. «Vosotros» no es sólo el
cuerpo, sino que «vosotros» es lo que ustedes piensan, lo que dicen, y lo que hacen; hay un
«vosotros» y este «vosotros» que es del interés de Dios, el «vosotros» con el cual Dios se
comunica como ser racional. Es este «vosotros» el que trasciende al cuerpo en la muerte —
la personalidad humana; y esa personalidad es el «vosotros» real.

Los dos conceptos de la morada del Espíritu de Dios en conflicto a través de todo este libro
son muy distintos en ideología y consecuencia. Uno sostiene que por medio de un acto de
fe y obediencia al evangelio, el creyente recibe al Espíritu de Dios como un don, y espera
que el Espíritu de Dios efectúe evidencia de la presencia de Dios en su vida. El otro cree que
Dios entra a su vida por medio de la revelación (la Escritura), mora dentro de él por medio
de esta revelación. Él no espera movidas misteriosas del Espíritu en su vida; en cambio, en
respuesta a las demandas de la revelación de Dios, él se llena a sí mismo de esa revelación
y vive su vida conforme a esta revelación, bajo su control e influencia. Este punto de vista
nada tiene que ver con la irracionalidad de la religión subjetiva y el misticismo; al contrario,
ésta defiende una doctrina de un Dios que está allí y puede discernirse racionalmente, el
cual ha hablado y dado al hombre una revelación de Sí mismo que se puede discernir
racionalmente.

Quizá la apelación del punto de vista que sostiene que el Espíritu de Dios mora personal y
literalmente dentro del creyente es que el concepto mismo de morar es un misterio
inexplicable; y para algunos esto trae un gran confort, pero para otros esto abre las puertas
de la irracionalidad.

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Apéndice A

CUESTIONARIO ACERCA DE LA CONTROVERSIA DE LA MORADA

El siguiente conjunto de preguntas de falso-verdadero puede servir para expones las cuestiones
básicas de la controversia de la morada más claramente en la mente del lector.

Verdadero/Falso:

___ 1. El Espíritu Santo es Deidad.

___ 2. El Espíritu Santo es igual al Padre y al Hijo en atributo e identidad como Deidad.

___ 3. En los apóstoles fueron habitados personalmente con/o por la Deidad (el mismísimo
Espíritu de Dios.

___ 4. Hechos 2:38 y 5:32 enseñan que todas las personas obedientes al evangelio recibieron la
morada personal del Espíritu Santo.

___ 5. El Espíritu Santo mora dentro de los cristianos para efectuar dentro de ellos “rectitud
moral” e “iluminación al entendimiento” con respecto a las cosas de Dios.

___ 6. Hechos 2:38 enseña que aquellos que se arrepientan y se bautizan recibirán el don de la
Deidad (es decir, el mismísimo Espíritu de Dios).

___ 7. Si soy cristiano tengo dos espíritus dentro de mí (mi espíritu humano y el Espíritu de Dios).

___ 8. El Espíritu Santo entra en y toma posesión del cristiano en un sentido similar a como los
espíritus inmundos entraban en y tomaban posesión de las personas en el primer siglo.

___ 9. Estar “habitado personalmente por el Espíritu Santo” es estar “habitado personalmente
por la Deidad.

___ 10. La morada del Espíritu Santo es esencial para que Él interprete las oraciones de los
cristianos ante el trono de Dios y haga intercesión por el cristiano (comp. Ro. 8:26-27).

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___ 11. El Espíritu Santo mora personal y literalmente dentro del cristiano, pero guía al hombre
por medio de, y únicamente por medio de la palabra de Dios.

___ 12. Soy un ser humano en quien mora la Deidad personalmente, y soy igual a Cristo en
naturaleza esencial (es decir, soy un ser humano en quien la Deidad mora personalmente).

Si la pregunta 1, “El Espíritu Santo es Deidad” es verdadera y la pregunta 4, “Hechos 2:38 y 5:32
enseñan que todas las personas obedientes al evangelio reciben la morad personal del Espíritu
Santo” se responde como verdadera, entonces se sigue por implicación, a partir de una combinación
de ambas, que alguien está afirmando que él/ella está habitado personalmente por la Deidad (es
decir, la pregunta 9); y si este es el caso, entonces la pregunta 12 debe responderse como verdadera
(es decir, “Soy un ser humano en quien mora personalmente la Deidad, y soy igual a Cristo en
naturaleza esencial”).

El hecho de que la morada de la Deidad en Jesús se efectuó a través de una concepción milagrosa
(la encarnación) esto no cancela el problema del que quiere afirmar que la Deidad mora
personalmente dentro de él. Sin importar el método mediante el cual alguien recibe la Deidad (o
por el Espíritu Santo o por La Palabra Eterna) como una morada personal de la presencia (mediante
concepción milagrosa o en el acto del bautismo), el efecto sigue siendo el mismo (es decir, él es un
ser humano en quien reside la presencia personal de la Deidad —una personalidad de la Deidad). Si
alguien quiere creer que tiene la presencia personal de la Deidad dentro de él en la personalidad
del Espíritu Santo (si ha respondido “verdadera” a las preguntas 1, 4 y 6), y sin embargo niega que
cree que está afirmando igualdad en naturaleza esencial con Jesús (pregunta 12), debe explicar
cómo es que no se ha involucrado en una contradicción lógica, en esa respuesta “verdadera” a las
preguntas 1, 4 y 6, tendría que responder la pregunta 12 como verdadera. Si respondemos la
pregunta 12 como falsa, no podemos afirmar que las preguntas 3, 4, 6, 7, 8, 10 y 11 sean verdaderas;
en cambio, si somos consistentes, deberíamos responder que son “falsas”.

Clave de las Respuestas al Cuestionario

V 1. El Espíritu Santo es Deidad.

V 2. El Espíritu Santo es igual al Padre y al Hijo en atributo e identidad como Deidad.

F 3. En los apóstoles fueron habitados personalmente con/o por la Deidad (el mismísimo
Espíritu de Dios.

F 4. Hechos 2:38 y 5:32 enseñan que todas las personas obedientes al evangelio recibieron la
morada personal del Espíritu Santo.

F 5. El Espíritu Santo mora dentro de los cristianos para efectuar dentro de ellos “rectitud
moral” e “iluminación al entendimiento” con respecto a las cosas de Dios.

F 6. Hechos 2:38 enseña que aquellos que se arrepientan y se bautizan recibirán el don de la
Deidad (es decir, el mismísimo Espíritu de Dios).

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F 7. Si soy cristiano tengo dos espíritus dentro de mí (mi espíritu humano y el Espíritu de Dios).

F 8. El Espíritu Santo entra en y toma posesión del cristiano en un sentido similar a como los
espíritus inmundos entraban en y tomaban posesión de las personas en el primer siglo.

V 9. Estar “habitado personalmente por el Espíritu Santo” es estar “habitado personalmente


por la Deidad.

F 10. La morada del Espíritu Santo es esencial para que Él interprete las oraciones de los
cristianos ante el trono de Dios y haga intercesión por el cristiano (comp. Ro. 8:26-27).

F 11. El Espíritu Santo mora personal y literalmente dentro del cristiano, pero guía al hombre
por medio de, y únicamente por medio de la palabra de Dios.

F 12. Soy un ser humano en quien mora la Deidad personalmente, y soy igual a Cristo en
naturaleza esencial (es decir, soy un ser humano en quien la Deidad mora personalmente).

74
Apéndice B

LA MORADA DE LA DEIDAD DENTRO

DE JESÚS DE NAZARETH

Uno de los principales títulos cristológicos en la discusión de la deidad de Cristo es la palabra griega
«Logos». Esta se encuentra como título cristológico en Juan 1:1, 14; y Apo. 19:12 donde Cristo es
presentado como un general de guerra conquistando. En el griego clásico logos conllevaba la idea
de razón y la expresión de la razón (es decir, las palabras o discurso). Ha sido un muy popular uso
en la antigua filosofía griega, yendo tan atrás como Heráclito (siglo sexto a. C.), usándose para
denotar una fuerza cósmica la cual se creía era la «razón» que impregnaba al universo. Los filósofos
estoicos también usaban el término logos para indicar una deidad panteísta impersonal; es decir, la
“la razón eterna” que llenaba a todos, a todo, y a cada lugar. Ellos no pensaban en este logos como
un Dios personal, sino que lo veían como una fuerza o principio universal.

El término logos se utilizó en la Septuaginta (250 a. C.) para traducir la palabra hebrea daber. «El
judaísmo entendía que la palabra de Dios (daber) tenía sustancia y poderes casi autónomos una vez
que era pronunciada…» (R. N. Longenecker, The Christology of Early Jewish Christianity, p. 145).
Esta idea se dedujo de Escrituras tales como Isa. 55:1-11. Vincent Taylor hace una observación
adicional:

«En la expresión ‘Y dijo Dios’ él (Juan) ve una actividad divina expresándose a sí misma en una acción
personal. Como A. R. Johnson ha dicho acerca del pensamiento del Antiguo Testamento, ‘la palabra
hablada se puede considerar como una efectiva ‘extensión de la personalidad’». (Vincent Taylor, The
Names of Jesus, p. 163).

Especialmente entre los judíos de la dispersión quienes conversaban en griego diariamente y lo


hablaban en la sinagoga, y que leían de las Escrituras Griegas del Antiguo Testamento, el término
logos habría estado cargado de significado, tanto de su herencia griega como de su incorporación a
la Escritura inspirada. Sin duda, éste habría tomado de ambas fuentes haciéndose una palabra rica
en belleza y significado.

Nuestro término en español «Verbo» difícilmente expresa la plenitud del logos griego; y es que en
griego éste tiene una naturaleza dual la cual perduró durante el primer siglo. (1) Había un logos
dentro (es decir, el razonamiento discursivo, la reflexión racional, el pensamiento o la idea que se
origina en la mente o el intelecto); y (2) el logos afuera (es decir, la expresión de la razón en la

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palabra o discurso, la expresión externa de la idea o pensamiento que se origina y mora dentro de
la mente o el intelecto). Las palabras son sonidos o símbolos que representan ideas o conceptos que
se encuentran dentro de la mente. El griego logos no solamente indicaba el sonido o el símbolo,
sino que también se refería a la idea o concepto que se encontraba dentro de la mente. En esto de
que los pensamientos y palabras de alguien eran el resultado de su mente, el logos era considerado
como una extensión de la persona misma.

Este despliegue de significado era único para la palabra logos en un sentido verdaderamente
universal en el período del primer siglo; es por esto que Juan lo usó en su prólogo para señalar a la
preexistencia de la identidad de Jesús. Él (Jesús) era una extensión del mismísimo Dios, un hijo de
Dios mismo, y lo que expresaba la idea misma o concepto de Dios. No solamente era el logos fuera
(es decir, la articulación de la idea o concepto sostenido dentro de la mente de Dios), Él era el logos
dentro (es decir, la idea pura o concepto de Dios mismo). Él era ho Logos, en el más pleno sentido
de la palabra. El cumplía el significado del término tanto en el uso griego como en el uso hebreo.

También hay una aplicación dual de la expresión «palabra de Dios» en las Escrituras. Esta puede
aplicarse a (1) la Escritura en su más antiguo sentido; y (2) puede aplicarse a Jesús. En cuanto a esto,
quizá haya una analogía mediante la cual podemos ejemplificar hermosamente el sentido en el cual
Jesús puede ser llamado «la Palabra». Una es la palabra de Dios escrita, y la otra es la Palabra de
Dios personificada. Las Escrituras son los pensamientos o ideas de Dios, revelados por Dios mismo,
vestidos de tinta y pergamino, expuestos en la forma de libro o de rollos antiguos. Jesús era, en un
sentido similar, el pensamiento o idea de Dios, revelado por Dios, vestido de carne humana,
expuesto en la forma de un hombre llamado Jesús de Nazaret. Jesús era la palabra de Dios en la
forma de hombre y ya no en forma de libro; Él era la idea misma o concepto de Dios vestido de
humanidad.

Como la revelación de la Escritura al hombre fue dada milagrosamente y por medio de la


personalidad humana, así también la revelación del Mesías fue dada milagrosamente y por medio
de la personalidad humana. El autor de Hebreos escribió: «…me preparaste cuerpo». Un cuerpo
(incluyendo los elementos esenciales de la vida humana) fue preparado por medio de una
concepción milagrosa, la Palabra de Dios (ho Logos) unido con y llenando ese cuerpo, y
convirtiéndose en hombre; la palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Él estaba en el principio
con Dios, Él era Dios en el nombre «ho Logos», y se hizo carne y habitó (puso su tabernáculo) entre
nosotros como Jesús de Nazaret. Él era Dios y hombre; más explícitamente, Él era el Dios-hombre
—Emanuel— «¡Dios con nosotros!»

Su Pre-existencia

Él existía en el principio con Dios y era Dios. En Juan 1:1-2 leemos

En el principio existía (hen — indicativo imperfecto de ‘eimi’, el tiempo imperfecto conlleva la idea
de acción continua en tiempo pasado) el Verbo (ho Logos), y el Verbo estaba con (pros — en
movimiento, proceso o actividad con) Dios (Theos), y el Verbo (ho Logos) era (indicativo imperfecto

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de eimi, el verbo «ser») Dios (Theos). Él estaba (imperfecto indicativo de eimi) en el principio con
(pros— en movimiento, proceso o actividad con) Dios (Theos).

Aquí Juan afirma claramente la deidad y la preexistencia de Jesús en el nombre de «El Verbo» (ho
Logos). Él estaba en el principio con Dios (su preexistencia afirmada) y era Dios (su deidad afirmada).
El Salmo 33:6-9 se afirma que Dios habló y los mundos vinieron a la existencia y «la Palabra» era el
medio por el cual se dio este decreto, ejemplo de esto lo tenemos en Gén. 1:3, 9, 14, 20, 24, 26. En
cada caso se usa la palabra hebrea amar (palabra para pronunciación verbal o discurso); y la
Septuaginta tiene la segunda forma aorista del verbo griego lego, el verbo relacionado con el
sustantivo griego logos, lo cual es un punto léxico y sintáctico de no poco significado (comp. Heb.
11:3).

En Juan 8:23 Jesús dijo a sus antagonistas, «Vosotros sois de abajo, yo soy de arriba; vosotros sois
de este mundo, yo no soy de este mundo». En 6:51 se refirió a Sí mismo como «…el pan vivo que
descendió del cielo». En 8:58 afirma claramente su preexistencia con el Padre, «Antes que Abraham
viniera a ser (genesthai —fuera engendrado), yo soy» (ego eimi — una combinación de la primera
persona del pronombre plural y el presente indicativo de la primera persona singular del verbo ‘ser’).
Si Jesús hubiera querido decir solamente «yo era» Él habría logrado comunicar esa idea usando
«emen» (indicativo imperfecto de la primera persona singular de eimi); sin embargo, usó la misma
construcción pronombre-verbo usada por Dios y en que el Septuaginta se traduce de Éxodo 3:14,
«ego eimi». Es claro que aquí en Juan 8:58 Jesús está afirmando su preexistencia con el Padre.
Además de esto, en su oración registrada en 17:5, oró así: «Glorifícame tú, Padre, junto a ti, con la
gloria que tenía contigo antes que el mundo existiera». No hay duda de que el apóstol inspirado
entendía que Jesús era deidad, y alguien que ya existía con Dios antes que existiera el mundo.

Él existía en la forma de Dios y era igual (el mismo) a Dios. Lo que tan bellamente escribió Juan
también lo confirman los escritos de Pablo. En Filipenses 2:5-6 él escribe,

Haya, pues, en vosotros esta actitud que hubo también en Cristo Jesús, el cual, aunque existía
(huparchon — participio presente activo de huparcho — existir; la construcción gramatical conlleva
la idea de acción continua o lineal, no se contempla ni principio ni fin) en forma de Dios (morphe —
se traduce mejor ‘naturaleza, características o atributos esenciales’, comp. Lightfoot’s Commentary
on Philippians, p. 132), no consideró el ser (einai — presente infinitivo, es decir, acción continua)
igual a (isos — igual, el mismo) Dios como algo a qué aferrarse (Harpagmon — sostener, asir)

Aquí el apóstol afirma claramente que Jesús preexistió con Dios, en la forma (características
esenciales o atributos) de Dios, y era «igual» a (el mismo) Dios (la construcción gramatical aquí es el
dativo «Theo», lo cual puede traducirse «igual a Dios», «igual con Dios», o «lo mismo que Dios»).

Él era la imagen del Dios invisible quien era antes de todas las cosas. Además, Pablo afirma la
preexistencia de Jesús en Col. 1:15-17 declarándolo la imagen del Dios invisible, el primogénito de
toda creación. El término prototokos (traducido «primogénito» en LBLA) es un compuesto de
proto—anterior, primario, primero; y de tokos—nacido, prole. Cuando se usa pasivamente
prototokos puede significar el primero de lo que ha venido a la existencia (es decir, un hijo, o

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descendiente); sin embargo, cuando se usa activamente puede entenderse como el primero que
trae existencia, la primera causa. Aquí el contexto inmediato sobradamente favorece el uso activo;
es decir, la primera causa de toda la creación; especialmente es así a la luz de la siguiente declaración
en el versículo 16, «Porque en Él fueron creadas todas las cosas». A la luz de Juan 1:1-3 la actividad
del Logos preexistente se describe claramente, «todo ha sido creado por medio de (dia —a través
de o por medio de) Él y para Él. Y Él es (estin — presente indicativo de eimi; acción continua) antes
(pro — previo a) de todas las cosas, y en Él todas las cosas permanecen». Si el uso de prototokos
es pasivo, entonces la única interpretación plausible de este versículo es que Jesús en su estado
encarnado fue el primer descendiente de Dios en su relación con Dios como Hijo, es decir, el que
procedió de en medio de Dios. Definitivamente cualquier otra interpretación violentaría Su igualdad
con el Padre. Debe mencionarse aquí que el versículo 18 también contiene este término, igual que
Ro. 8:29. El contexto inmediato, como el contexto remoto, deben determinar el uso activo o pasivo
del término.

Él es el resplandor de su gloria y la expresión exacta de su naturaleza (Heb. 1:1-3). En las primeras


líneas de la epístola a los hebreos el escritor declara que Jesús es el resplandor (difusión de un
desborde de luz resplandeciente, lo radiante) de la gloria de Dios. La palabra griega que está detrás
de la palabra española «resplandor» es «apaugasma» la cual significa literalmente un rayo de luz
que se abre paso, un reflejo radiante. Como dice Vincent Taylor acerca de la deidad dentro de la
humanidad de Jesús:

«Hay una cortina aquí, pero a través de ella resplandece un brillo celestial, y son rendijas en la fábrica
por las cuales brilla la luz» (V. Taylor, The Person of Christ, p. 294).

Jesús no solamente es el resplandor de la gloria de Dios, sino que es la imagen de su sustancia. El


texto griego dice, «charakter (lit. impresión, reproducción, representación, una representación
exacta de Su naturaleza; comp. Arndt y Gingrich, Lexicon, p. 884) tes hupostaseos autou (lit. la
naturaleza sustancial, esencial, el ser real, la realidad). Aquí se describe a Jesús claramente como
una representación exacta de la naturaleza sustancial, de la esencia, del ser real o realidad de Dios.
Nuevamente se afirma que es Deidad y en el previo versículo como aquel mediante el cual se hizo
el universo; por esto Él es preexistente.

No puede haber duda alguna en cuanto al hecho de que la voz de la Escritura, en un lenguaje
claramente explícito, afirma la deidad y preexistencia de Jesús en el nombre y actividad de «el
Verbo» (ho Logos).

La Encarnación

El término «encarnación» es un latinismo (incarnatus, participio pasado de incarnare) de in — en; y


carnis — carne, resultando en el significado, «revestido de carne humana». Como ya se ha
establecido, Jesús preexistía en el nombre de «ho Logos»; Él estaba con Dios, y era Dios. En el
cumplimiento del tiempo (Gál. 4:4), «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn. 1:17). Esta

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«venida» de Dios a morar entre los hombres fue anunciada en las profecías mesiánicas de las
Escrituras del AT; en Isa. 7:14 se predijo una concepción milagrosa del Hijo dentro de una virgen; en
Su nacimiento sería llamado «Emanuel» — Dios con nosotros. En 9:6 se escribió otra profecía:
«Porque un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, y la soberanía reposará sobre sus
hombros; y se llamará su nombre Admirable Consejero, Dios Poderoso, Padre Eterno, Príncipe de
Paz». Que el Mesías sería Dios mismo no fue algo que entendieron aquellos a quienes fueron dadas
estas palabras inspiradas; quizá porque las antiguas Escrituras Hebreas le describían como humano
— un hombre. Él debía ser de la simiente de la mujer (Gén. 3:15), un descendiente de Abraham
(Gén. 22:18; 26:6), un profeta como Moisés (Deut. 18:15-19) y, además, por virtud de Su nacimiento
sería un heredero del trono de David (2 Sam. 7:12-13). Estas Escrituras las entendían fácilmente los
antiguos; pero que se trataba del Hijo de Dios (Sal. 2:2, 7; 8:4-5, además de Isaías), eso no lo
entendieron. Y aquí descansa la paradoja de la doctrina de la encarnación; y este maravilloso hecho
el NT lo afirma explícitamente y lo documenta primorosamente.

El Logos preexistente era con Dios y era Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn. 1:1-2; 14).
Wescott dice del versículo 14:

«El alcance general de todo el versículo se puede resumir brevemente bajo cuatro encabezados:

1. La naturaleza de la encarnación. El Verbo se hizo carne.

2. La vida histórica del Verbo encarnado. Habitó entre nosotros.

3. El testimonio apostólico personal en cuanto a esa vida humana-divina. Vimos su gloria.

4. El carácter del Verbo encarnado como el Revelador de Dios. Lleno de gracia y de verdad.

Se puede añadir a eso el hecho de que la concepción milagrosa que, aunque no la menciona el
evangelista, está necesariamente implicada. La venida del Verbo en carne se presenta como un acto
creativo así como sucedió con la creación de todas las cosas» (B. F. Wescott, The Gospel According
to St. John, p. 10).

El Verbo no se convirtió en «un cuerpo», aunque se preparó un cuerpo para Él en la concepción


milagrosa (Heb. 10:5); sino que «se hizo carne», no se vistió simplemente de carne humana. El
término sarx implica «humanidad». Wescott dice de la palabra sarx:

«… ‘carne’ expresa aquí la naturaleza humana como un todo considerada bajo el aspecto de su
materialización corporal presente, incluyendo la necesidad del ‘alma’ (xii.27), y del ‘espíritu’ (xi.33,
xii.21, xix.30), como elementos que pertenecen a la totalidad del hombre (comp. Heb. ii.14)». (íbid.,
p.11).

1 Tes. 5:23 describe al hombre como un ser tricótomo que consiste en cuerpo (soma), alma (psuche)
y espíritu (pneuma). Jesús poseía todos los aspectos de esta tricotomía que compone al hombre.
(Comp. Ro. 8:3; 1 Tim. 3:16; Heb. 2:14; 5:7 con referencia a su carne; Hch. 2:25-27 para su alma; y
Mat. 27:50 para su espíritu).

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La verdad que debe verse aquí es que Jesús era realmente humano, Él era tan hombre como era
Dios y tan Dios como era hombre. Él no era simplemente «un dios» ni simplemente «un hombre»,
en cambio Él era «Dios» y «hombre», es decir, el «Dios-hombre». Nunca un guion separó una unidad
tan grandiosa ni unió una separación tan grandiosa. El hecho de que Él era realmente humano
(hombre) tiene como evidenciarse en otros hechos tales como:

(1) Fue llamado «hombre»: Mat. 8:27; Jn. 7:46; 8:40; 10:33; 19:5; Hch. 2:22; 10:38; 17:31; Ro. 5:15;
1 Cor. 15:21, 45, 47; Filp. 2:8; 1 Tim. 2:5).

(2) Él poseía la naturaleza del hombre; es decir, cuerpo, alma y espíritu: Cuerpo: Mat. 26:12, 26; Lc.
24:39; carne y alma: Hch. 2:25-27; alma: Mat. 26:38; Jn. 12:27; espíritu: Mat. 27:50 (Lc. 23:45; Jn.
19:30); Jn. 11:33; 13:21).

(3) Tenía la apariencia de hombre: tenía un cuerpo humano (Lc. 2:16; Heb. 10:5); una genealogía
humana (Mat. 1:1-17; Lc. 3:23-38); creció y se fortaleció físicamente, y fue lleno de sabiduría (Lc.
2:40); se pensaba que era hijo de José (Lc. 4:22); fue llamado hombre por los judíos y por Pilato (Jn.
18:29; 19:5); era judío (Jn. 18:33-35); derramó sangre y murió como hombre (Jn. 19:17-18; 32-34);
apareció como hombre aun después de su resurrección (Jn. 20:14-17; 21:4-5); y fue llamado hombre
aun después de su ascensión (Hch. 2:22; 17:30-31; 1 Tim. 2:5).

(4) Se comportó como hombre: Mat. 4:2; 21:28 (tuvo hambre); 8:24 (dormía); 9:36 (fue movido a
compasión); Mr. 3:5 (sintió ira y se indignó); 10:21 (amó); Jn. 4:6 (se cansaba); 11:33 (se entristecía
y se estremecía de tristeza); 11:35 (lloró); 19:28 (tuvo sed); 19:17-18, 23, 28-37 (sufrió, derramó
sangre y murió).

Jesús de Nazaret era un hombre en el más pleno sentido de la palabra. Por la imagen que hicieron
de él los evangelistas en el lienzo de las Escrituras, uno puede ver a un hombre real; un hombre
cuyas manos callosas eran las de un carpintero, cuya piel estaba curtida por el sol de Palestina, cuyo
rostro manifestaba fortaleza y carácter, cuyos ojos podían perforar el alma de los demás, cuya voz
era lo suficientemente fuerte como para reprender a la tormenta y calmarla como se hace con un
pequeño niño. Uno le ve como un hombre capaz de sentir los más profundos sentimientos, cuyo
afecto por sus amigos lo movía y lo rodeaba. Uno le ve como un hombre que toca a la gente con su
mente y su espíritu; cuya vida le decía a las demás: «Me importas». Le vemos como un hombre que
se comunicaba con sus amigos como uno más de ellos; un hombre cuya mente alcanzaba a las demás
y las llenaba de las enseñanzas de Dios, enseñanzas tan bellas y únicas que mantenían a sus oyentes
fascinados. Él hablaba a la gente cosas que ellos esperaban escuchar desde hacía mucho tiempo.
Ellos sabían que lo que escuchaban era asombroso y maravilloso, y que aquel de quien las
escuchaban era igualmente asombroso y maravilloso. Él era hombre en el más pleno sentido de la
palabra, pero nunca olvidemos que también era Dios; Dios con nosotros en persona, o mejor aún,
en «una persona» cuyo nombre era Jesús de Nazaret.

Aunque existía en forma de Dios, no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse, sino que
se despojó a sí mismo tomando forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres. Y hallándose
en forma de hombre (Filp. 2:6-8). La palabra griega para «despojó» es este texto es kenoo que la

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definen los léxicos como «vaciar… privar de poder, dejar de lado o apartar lo que uno posee»
(Barclay Newman, Greek-English Dictionary, UBS, p. 99). La traducción «sino que de despojó a sí
mismo…» es la más adecuada y natural en este contexto como también en el contexto total de la
literatura del NT. ¿Pero de qué se despojó y hasta qué punto? Estas son las preguntas que
inmediatamente nos confrontan. En las teologías kenóticas del siglo pasado, se argumentaba que
ho Logos se despojó a sí mismo de sus atributos metafísicos de omnipotencia, omnisciencia y
omnipresencia y que sólo conservó los atributos morales de la santidad y la bondad y los que
derivaban de éstos (comp. Taylor, The Persono of Christ, pp. 26-76).

El problema que surge de las teorías kenóticas tradicionales es el de resolver ¿cómo nuestro Señor
pudo despojarse de Sí mismo (es decir, de los atributos esenciales de la deidad) en el sentido
absoluto, y seguir siendo deidad? Y seguida de esta se presenta la pregunta, ¿era necesario que Él
se despojara totalmente de Sus atributos metafísicos para efectuar la encarnación? El principio con
el cual somos confrontados aquí es: el todo de una cosa es igual a la suma de sus partes. Si se
abandonaron algunos de los atributos de deidad, ¿sigue siendo deidad? La respuesta a este
problema yace en el contexto inmediato de Filp. 2:7, en el contexto remoto o en la enseñanza total
del NT acerca de este tema, y en el razonamiento válido.

En el contexto inmediato el apóstol declara que Él [Jesús] se despojó a Sí mismo de aquello a lo cual
no quiso aferrarse, es decir, su existencia en forma (morphe) de Dios y Su igualdad (isos —
homogeneidad) con Dios. El texto no enseña ni explícita ni implícitamente que Él se haya despojado
de aquellos atributos esenciales de Su divinidad; en cambio, se despojó de aquello que le hubiera
impedido (1) tomar la forma (morphe) de siervo (doulos — esclavo); (2) hacerse semejante
(homiomati) a los hombres; (3) hallarse en la condición (schemati — semejanza externa, similitud,
naturaleza) de hombre; y (4) Su humillación, obediencia y muerte. No podemos interpretar este
«despojarse» de una manera que esencialmente viole el atributo divino de la inmutabilidad. Debe
seguirse, a partir de la definición de los términos involucrados (es decir, deidad e inmutabilidad),
que Él no hubiera podido despojarse completamente de sus atributos metafísicos, en el sentido
absoluto, y aún así mantenerse siendo verdaderamente Deidad y verdaderamente inmutable. Si
embargo, aquí debe añadirse que no es esencial que todos los atributos divinos se manifiesten o
activen para que puedan estar presentes dentro de una personalidad divina. Un cierto atributo
puede estar latente o inactivo dentro de un Ser divino sin que este Ser se despojé de él. El atributo
de ser «espíritu» no se fue en la encarnación, en cambio su espíritu divino y eterno estaba muy
presente en nuestro Señor durante su encarnación. Él no era «puro espíritu», pero no era necesario
que se mantuviera así para ser deidad; Su presencia dentro de un objeto espacio-tiempo (hombre)
puede haber limitado la actividad de su espíritu como una entidad trascendente más allá de las
limitaciones del espacio y el tiempo, pero eso no quiere decir que era un espíritu no-existente. Este
razonamiento se seguiría con todos y cada uno de Sus atributos metafísicos. Su omnipotencia y
omnipresencia no tuvieron que volverse no-existentes dentro del espíritu eterno de Jesús,
solamente estuvieron ocultos o inactivos; así también con Su poder de omnipresencia, el cual incluía
Sus poderes trascendentes sobre el espacio y el tiempo, es decir, Su universalidad y eternidad. El
poder de la omnipresencia necesariamente tuvo que entrar en un modo inactivo u oculto, pero no

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no-existente, dentro de la personalidad de Jesús. Y así también con el atributo de la inmutabilidad:
Él cambio de forma, pero no de esencia; es decir, no en el sentido de perder Su naturaleza esencial
y la posesión de Sus atributos divinos. Él aún era espíritu eterno, aún poseía los poderes intrínsecos
en los atributos de omnipotencia, omnisciencia y omnipresencia; puede que no se hayan
manifestado o no estuvieran activos, pero eso no significa que no estuvieran presentes en un estado
inactivo durante Su encarnación y no no-existentes o ausentes en el sentido absoluto. No se sigue
que los poderes mentales de alguien sean no-existentes porque estén inactivos; pueden estar
latentes u ocultos dentro de él, o pueden estar inactivos, pero esto no significa que alguien en
posesión de tales poderes se ha despojado a sí mismo de ellos o que éstos son no-existentes en el
sentido absoluto de la palabra.

Esta idea fue expuesta contundentemente en el artículo sobre «Kenosis» en el M’Clintock&Strong:

«Únicamente la forma de Dios, la existencia en forma divina, consecuentemente la trascendencia de


la majestad divina y el soberano poder sobre todas las cosas, Él las intercambió, en su encarnación
y durante el tiempo de su estadía en la tierra, por su existencia en forma humana…

Él veló su realeza; plegó dentro de Sí mismo, en lo posible, esos inefables poderes que le pertenecían
como espíritu libre en el cielo. Fue cautivo de Sí mismo, envolviendo en debilidad y olvido sus energías
divinas mientras era un bebé, ‘hallándose en la condición de hombre’, estaba sujeto a la
manifestación gradual de sus poderes ocultos durante la niñez.

La búsqueda incesante de señales de poder divino y de atributos infinitos en los primeros años de
vida de Jesús, cuya misión era contener el Espíritu divino dentro de las condiciones de la débil
humanidad, es como si alguien buscara a un rey destronado en el exilio y quisiera verle con corona
y cetro» (M’Clintock & Strong, Cyclopaedia of Biblical, Theological and Ecclesiastical Lliterature, S.
v.. «Kenosis», pp. 45-46).

Este punto de vista está en completa armonía con el contexto inmediato de Filp. 2:6-11. En Su estado
preexistente Él ejercía plenamente su igualdad en señorío con el Padre y el Espíritu; sin embargo,
en la encarnación, se convirtió en la antítesis de un Señor; entró en nuestro campo de existencia de
espacio-tiempo como un siervo (doulos — esclavo), y se humilló a Sí mismo en obediencia hasta la
muerte humana (es decir, la muerte de su cuerpo humano, comp. Stgo. 2:26). Estas cosas nunca se
hubieran podido hacer si Él hubiera ejercido plenamente Su señorío como Dios. En Su infancia y
niñez uno no ve más nada que la humanidad de Jesús camino a la adultez; sin embargo, desde el
momento de Su bautismo, la historia cambia. Después de este evento le vemos «con autoridad
(exousia) y poder (dunamis) manda a los espíritus inmundos» (Lc. 4:36). No es que en Su bautismo
haya recibido la deidad, porque ya era Deidad; en cambio, lo recibido fue su ungimiento como
Mesías. Desde este momento en adelante Sus poderes sobrenaturales (intelectuales y físicos) se
hacen evidentes; desde este momento en adelante Él empieza a manifestarse como Deidad y esto
lo hace manifestando los atributos de deidad. Es obvio que los atributos de deidad son esenciales a
las afirmaciones de ser Deidad; uno no puede despojarse de esas esencialidades únicas de la deidad
y aún afirmar ser Deidad.

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La relación de la encarnación con la concepción milagrosa de Jesús. La concepción milagrosa y el
nacimiento virginal de Jesús se registran en Mat. 1:18-25 y Lc. 1:26-38; 2:1-20. Es en la concepción
milagrosa que se revela el misterio de la unidad entre la deidad y la humanidad. ¿Hasta qué punto
Jesús era Deidad? ¿Hasta qué punto era humano? ¿Cómo estas dos naturalezas se hicieron una en
la encarnación? ¿Tenía Jesús dos personalidades? ¿Tenía un espíritu humano y un Espíritu divino?
Las respuestas a estas preguntas se encuentran en la concepción milagrosa. Jesús poseía un espíritu
humano y un espíritu divino, pero no eran entidades separadas. El Espíritu divino de Jesús y Su
espíritu humano eran uno; Jesús es el único humano que ha poseído tanto un espíritu humano como
un espíritu divino, y los dos se hicieron uno en la concepción milagrosa.

En Heb. 10:5 leemos: «…un cuerpo has preparado para mí». El «mí» para quien se preparó cuerpo
(soma) existía antes de preparar ese cuerpo. El «mí» era el Logos, el Espíritu eterno y divino de la
segunda personalidad de la Deidad. Lc. 1:31-35 da los detalles de cómo se llevó a cabo esta
concepción milagrosa. El óvulo humano fue fertilizado por «el poder del Altísimo». A este acto se
hace referencia como «cubrir con su sombra» (episkiazo —que cae sobre, por ejemplo, una sombra).
La prole en una concepción recibe las características tanto del padre como de la madre efectuando
dicha concepción; así sucedió con Jesús. Él recibió de su madre humana sus características humanas,
y de su Padre divino sus características divinas. Su cuerpo humano, su alama, su espíritu y todas las
características esenciales de una humanidad total, las recibió de su madre humana; y de Dios su
Espíritu eterno con todas las características esenciales de la deidad. Sin embargo, esto no es lo
mismo que decir que Jesús poseía dos espíritus o personalidades separadas como tampoco
acontece con nosotros cuando recibimos un conjunto de características esenciales de un padre y de
una madre humanos. En cambio, los dos se hicieron uno en Jesús como sería en caso en cualquier
otra concepción. En Su concepción y nacimiento Él poseía un espíritu que era tanto humano como
divino; y en Su muerte entregó ese mismo espíritu (singular) como es evidente en las narrativas del
evangelio (comp. Mat. 27:50; Mr. 15:37; Lc. 23:46; Jn. 19:30). En Su muerte, su alma (singular)
estaba en el Hades (Hch. 2:26-27) mientras que Su cuerpo humano estaba en la tumba, muerto. Él
era tan verdaderamente humano como María su madre de quien recibió su naturaleza humana; y
tan verdaderamente divino como lo era Dios su Padre de quien eternamente recibió Su naturaleza
divina.

Conclusión

Como ya hemos visto en la descripción que el NT hace de Jesús de Nazaret, él era hombre (humano)
en el más pleno sentido de la palabra, pero también era Dios (deidad) en el más pleno sentido de la
palabra; no obstante, era uno — Él era «Dios con nosotros». Este hecho debe captarse en su
plenitud: Dios ha entrado en la historia de la humanidad y caminado entre nosotros. Dios estuvo
aquí, y debido a esto nosotros no podemos ser los mismos nunca más.

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