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Umberto Eco y la necesidad del hombre

de crear signos.
27 marzo, 2016
Columnas, Edición No. 2 Marzo 2016, Liter@tuvida, Primera Plana

Por Pilar Vélez

Un acercamiento a la semiótica y a la sociedad signada.

El pasado 19 de febrero falleció uno de los intelectuales más reconocidos del siglo, el


escritor italiano Umberto Eco, quien además era filósofo, semiólogo, crítico y
comunicólogo. Quizás usted, al igual que yo, supo de su existencia a través de la novela
magistral “El nombre de la rosa”, “El cementerio de Praga” o “El péndulo de
Foucault”, por citar algunas de sus novelas más populares. Lo cierto es que la gran
mayoría de los lectores lo conoce por su obra narrativa, pero desconocen la gran
bibliografía que heredó a la humanidad en asuntos en los que no muchos estudiosos
quieren incursionar; pues hace falta genialidad y hasta un poco de locura para salir ileso
de los debates filosóficos y visionarios que a él tanto le apasionaron.

No es difícil imaginar que un personaje como Umberto Eco, con su sapiencia y su


experiencia como filósofo, quisiera contestar muchas de sus propias preguntas en torno
a la herramienta de su diario vivir: el lenguaje, el pensamiento y más allá: el universo de
los signos. Es por esta razón que al hablar de Eco, es indispensable navegar en su
mundo y desprenderse un poco de su trabajo narrativo para resaltar los aportes que hizo
desde la semiótica.

Entre signos.

En su libro titulado “Signo”, Eco nos presenta a un


personaje ficticio llamado Sigma. Un italiano que está de visita en París y sufre de un
dolor en el vientre y tiene que enfrentarse a un sinnúmero de barreras (signos) para
poder recibir la atención médica que necesita. En su ilustración, el personaje comienza
por identificar su dolor y asignarle un nombre en su idioma. Luego, cuando por fin
puede decodificar su entorno y llegar hasta el galeno, tiene la tarea de hacerse entender
y explicarle qué es lo que siente y dónde. Ambos, el galeno y el paciente, manejan un
sistema de signos, y es vital que se interprete el cuadro sintomático del paciente para
atender esta emergencia. El relato, que de ficticio no tiene nada, revela el nivel de
codificación de signos en el que vivimos y el papel del signo en la sociedad actual,
independiente de que se trate de la vida en áreas urbanas o rurales. Indistintamente, se
percibe en la obra de Eco, ese llamado a ser consciente del poder de los signos y la
necesidad que tiene el hombre actual de analizar la vida ante una realidad “signada” que
se acepta de forma automática.

¿Cómo fue que evolucionó nuestro lenguaje hasta convertirse en un “multi-sistema” de


signos tan complejo? Es indudable que la humanidad ha avanzado en muchísimas áreas,
pero en cuanto al conocimiento del origen y la evolución del lenguaje, existen todavía
grandes misterios por descubrir y a lo mejor, por la falta de evidencias, nunca sabremos
cómo pudimos pasar de la vocalización animal a la sofisticación del lenguaje humano,
asunto que ocupa a varias disciplinas, entre ellas: la antropología, la psicología, las
ciencias cognitivas, la genética y especialmente a la lingüística, ciencia que estudia el
lenguaje humano. Lo que sí sabemos es que el lenguaje está conformado por un sistema
de signos y sonidos, los cuales utilizamos para comunicarnos y que visto de una manera
técnica, reconocemos en él tres dimensiones: la forma, la cual comprende la fonología,
la morfología y la sintaxis. El contenido o semántica, que estudia el significado de las
palabras, y el uso o la pragmática.[1]

El tema del origen de las diferentes lenguas humanas, que según los lingüísticos pueden
oscilar entre 4,000 y 5,000 variedades lingüísticas[2], llegó a tal nivel de debate,
contradicción y enfrascamiento, que en 1886 la Sociedad Lingüística de París dio por
cerrado el asunto y así permaneció por casi cien años hasta que en el siglo XX volvió a
ser analizado profusamente ante los aportes y avances en el campo de la genética, la
psicología evolutiva, la antropología y la lingüística histórica —Disciplina, que se
ocupa de desentrañar el enigma a través de la reconstrucción abstracta de la lengua de
origen de un grupo, familia o ramas de lenguas, lo que se ha definido como
protolengua—. Sin embargo, llegar a este nivel de recorrido inverso desde el lenguaje
actual hasta descifrar el lenguaje Adámico, el de Adán en el jardín del Edén, es un mito,
pues se presume que no hay forma posible de llegar a conocer ese primer lenguaje de la
especie humana.

Este universo, del cual sólo he extraído unas pinceladas y que me ha llevado a
desempolvar el diccionario, cautivó a Umberto Eco, quien recorrió su propio camino
para aportar su luz, especialmente desde la perspectiva de la semiótica y la filosofía. En
un intento por conocer generalidades sobre el vasto pensamiento y su obra, es necesario
ahondar en algunas descripciones, saber el significado de cada palabra para armar una
frase y poder interpretar un concepto. Lo que en sus palabras, sería: crear los signos, los
objetos, e interpretarlos.  En este caso, partamos de las definiciones de semiología y
semiótica para poder conocer el pensamiento de Umberto Eco sobre este universo, a
todas luces virgen todavía.

Precursores: Charles S. Peirce (USA, 1839-1914) y Ferdinand de Saussure (Suiza,


1857-1913)
Semiótica. A grandes rasgos, diríamos que la semiótica abarca el estudio del signo en
general; su precursor fue el estadounidense Charles S. Peirce (1839-1914), conocido
como el fundador del pragmatismo y el padre de la semiótica moderna.  Mientras
Ferdinand de Saussure,  a quien se le conoce como padre de la”lingüística estructural”
del siglo XX,  se refería al signo lingüístico, tomando como punto de partida a la
lingüística; Peirce parte de la semiótica y es a través de ella que “intenta analizar las
nociones básicas de lógica, de la filosofía, de la física o de la religión precisamente para
fundamentarles a la vez que se fundamenta a sí misma”. [4]

Ambos filósofos,  Peirce y Saussure, coincidieron en que no hay pensamiento sin


signos. Empero, una de las diferencias fundamentales entre las dos corrientes es su
formulación: Mientras para Peirce, el signo es una entidad que tiene tres componentes
(concepción tríadica del signo)[5]: un objeto (aquello por lo que está el signo, aquello
que representa), un signo y un intérprete; para Saussure, el signo es la asociación más
importante en la comunicación humana y está formado dos componentes: un
significante (una imagen acústica) y un significado, que es la idea principal que tenemos
en la mente respecto a cualquier palabra.

En su interesante teoría, Peirce indicó que “las palabras, los signos, no son sólo lo que
está en nuestro discurso en lugar de las cosas, sino que, sobre todo, signo es lo que al
conocerlo nos hace conocer algo más” (CP, 8.332, 1904). La función representativa
del signo o representamen, nombre técnico empleado por Peirce, no radica en su
conexión material con el objeto ni en que sea una imagen del objeto, sino en que sea
considerado como “tal signo” por un pensamiento. La semiosis ocurre en la mente del
intérprete, al momento en que percibe el signo y concluye con la presencia en su mente
del objeto del signo (la acción del signo), en la que se articulan los tres elementos: un
objeto, un signo y un intérprete. En otras palabras, este es el proceso que ocurre cuando
se escucha una palabra, se dialoga con una persona o cuando se lee un libro. Y
refiriéndonos a este elemento vital, el libro, me pregunto: ¿Están todos los signos
creados en la mente de nuestros lectores? ¿Qué sucede con la lectura, por ejemplo, si el
lector no reconoce esos signos? ¿Estamos creando signos en la literatura
contemporánea? ¿Se podría decir que en literatura (y en el arte en general), la
innovación corresponde al acto de crear nuevos signos?

Mientras algunos animales pueden


comprender algunos signos, no sucede igual con los símbolos, los cuales tienen un
significado más amplio y menos concreto. Los símbolos son clasificables por sus
características y fáciles de reconocer, poseen elementos visuales que difieren del
entorno natural. Su significado depende de lo que se les asigna y su valor depende de su
capacidad para ser reconocidos por la mente de las personas. Los símbolos son
convencionalmente aceptados por un grupo o comunidad, según el contexto. Existen
símbolos religiosos, nacionales, químicos, etc.  Una bandera, por ejemplo, es el símbolo
de una nación y representa el concepto cultural e histórico de las personas de ese
territorio. Una bandera sirve para unificar, demarcar, identificar, crear una historia y una
conducta colectiva.

Los jeroglíficos egipcios, escritura que no se basaba en valores fonéticos o alfabéticos, o


los pictogramas mayas, indican que muchos de los lenguajes de las culturas antiguas
eran básicamente visuales o ideográficos, al menos en parte. Y es que el poder visual es
imperante en la cultura: ¿Quién, en el planeta tierra, no identifica el símbolo de la Coca-
Cola y lo asocia de inmediato con una botella curvilínea que contiene un líquido oscuro
y burbujeante que calma la sed? Es tan fuerte el símbolo, que somos capaces hasta de
salivar al percibirlo. Y no hablemos de los slogans… El principio básico es el mismo y
no solo corresponde a marcas comerciales, que desde el ámbito del derecho comercial,
se refiere a “Signos Distintivos”: marcas, nombres comerciales, lemas comerciales,
rótulos de establecimientos y emblemas comerciales. Una marca es “todo signo o
combinación de signos, que sirva para distinguir productos o servicios de sus similares
en el mercado”[6]. En la sociedad actual, se reconoce a las personas como marcas.  Otro
aspecto que valdría un ensayo introspectivo, pues nos lleva a otra pregunta: Si la
sociedad me ve como una marca,  ¿Qué marca soy?  ¿Cuáles son los signos y símbolos
que represento? ¿Son míos o los emulé de algo o de alguien? ¿Son reales? ¿Para qué me
sirven? ¿Me puedo deshacer de ellos y construir otros?

Los signos son vehículos de significado, instrumentos capaces de crear una cultura
exteriorizando y plasmando al hombre y su realidad. Señalan, especifican un cometido o
una circunstancia, portan un significado en relación a algo determinado. Los signos
contienen información y son percibidos a través de los sentidos; por ejemplo: las
palabras habladas o escritas, pictogramas y sonidos, como el de una ambulancia, un
trueno, o una alarma de incendio. Vivimos entre signos, símbolos, índices e iconos.
Solo miremos a nuestro alrededor. Eco, cita once clasificaciones de signos que
“intervienen en las relaciones interhumanas”. El asunto nos lleva a formularnos
muchísimas preguntas: ¿Qué o quienes crean signos y con qué fin? ¿Necesitamos todos
estos signos para vivir? ¿Qué sucede cuando “algo” está representado en todas estas
formas y además cuenta con la maquinaria de la comunicación actual? ¿Qué sucede con
la manipulación de los signos y como afecta esto a la humanidad? A propósito, si a
usted le llama la atención este tema, valdría la pena que lea el libro “Apocalípticos e
Integrados”, donde Umberto Eco habla de la semiótica y la cultura y la comunicación
de masas. En dicho libro, el autor aborda el tema de la cultura de masas e indica que
esta es la anticultura y un signo de derrumbamiento, de apocalipsis. A la par, dice,
existe otro grupo “el integrado”, que acepta ese flujo normal de comunicación y asimila
la “cultura popular” sin hacerse ningún planteamiento, simplemente consume y actúa.
Temas que de por sí, son materia para discutir y elaborar otros ensayos por las distintas
perspectivas que podemos plantearnos.

EEco y la sociedad signada

Siguiendo con nuestro asunto y para no perdernos en las ramas sin entender las raíces
filósoficas, es importante señalar que para Peirce todo lo que existe es signo, y un signo
da lugar a otro en un proceso ilimitado. “Un signo tiene la capacidad de ser
representado, de mediar y llevar ante la mente una idea, y en ese sentido la semiótica es
el estudio del más universal de los fenómenos y no se limita a un mero estudio y
clasificación de los signos. También nuestros pensamientos son signos y por eso la
lógica en sentido amplio no es «sino otro nombre para la semiótica, la cuasi-
necesaria o formal doctrina de los signos»” [CP 2.227, c.1897].[7]

El dilema escaló en la mente de Eco, quien llegó a preguntarse  “si son los signos los
que nos permiten vivir en sociedad o si la sociedad en que vivimos no es otra cosa que 
un complejo sistema de signos[8].  Para Umberto Eco, quien admite estar de acuerdo
con la teoría de Peirce, la semiótica no era una disciplina, sino más bien una escuela y
una forma de filosofía, según lo manifestó en una entrevista concedida a The Harvard
Review of Philosofy. En esta entrevista, Eco precisa que la semiótica es “una red
interdisciplinaria que estudia los seres humanos tanto como ellos producen signos, y no
únicamente los verbales.[9] Cabe anotar, que Eco fue el cofundador de la Asociación
Internacional de Semiótica (1969) y creador de Escuela Superior de Estudios
Humanísticos (2001). En una de sus citas más celebres, refiriéndose a este campo, Eco
nos dice que “la semiótica es, en principio, la disciplina que estudia todo lo que puede
usarse para mentir”. Una frase que nos lleva a reflexionar sobre los signos que hemos
creado y lo que verdaderamente representan.

Eco estaba convencido de que, “para comprender mejor muchos de los problemas que
aún nos preocupan, es necesario volver a analizar los contextos en que determinadas
categorías surgieron por primera vez”. Y es que uno de los mayores problemas de la
sociedad reside en las falencias de la comunicación y en que desconocemos la raíz
verdadera de muchos acontecimientos que fraguan los modos de pensar y de actuar.  Es
claro que el hombre  reconoce la necesidad de saber el origen para entender y/o
proyectarse hacia el futuro. Entender el qué, cómo, cuándo, dónde y por qué “del origen
de las cosas” del ser y de lo que existe, atañe a todas las ciencias y lo mismo sucede en
cuanto al lenguaje con el que nos comunicamos y la historia que conocemos o
desconocemos.

Eco dominó su área de estudio y abordó temas tan complejos como la necesidad del
habla, los lenguajes que hablamos y por qué los hablamos, el grado de certidumbre de lo
que hablamos, sus ambigüedades, su origen, su contenido o su vacío, antepuso lo que él
consideraba una filosofía verbal para analizar cada clase de producción de signos y la
interpretación, las mentiras y el abuso del lenguaje, entre otros muchos planteamientos
que están plasmados en una copiosa bibliografía. Este legado merece, por lo menos, ser
explorado por quienes trabajamos con signos; es decir, con las palabras, pues como diría
Eco: la clase no ha terminado y la tarea para los escritores es fortalecer el ejercicio
creativo. El buscar esa raíz, la precisión en el uso del lenguaje, es uno de los gajes del
oficio de escribir. ¿Por qué usar un signo o palabra, y no otro? ¿Tendrá ese signo o
palabra el efecto que deseamos en la mente del lector? ¿Usando la palabra incorrecta,
estaremos desviando el pensamiento y alterando el concepto? ¿Somos efectivos cuando
asignamos un título a nuestros libros? ¿Los vemos como una marca? ¿Somos
conscientes del proceso infinito / la semiosis infinita cuando escribimos? ¿Aportamos o
enriquecemos conceptos en nuestro proceso creativo?  Ciertamente, el escritor y el
lector sufren la semiosis, el proceso del signo al interactuar con la escritura y la lectura.
Para ir un poco más allá, y pensando en su libro “Apocalípticos e Integrados”,
¿Escribimos para una cultura de masas?” O pensamos como Heráclito, cuando dijo:
“¿Porque queréis arrastrarme a todas partes oh ignorantes? Yo no he escrito para
vosotros, sino para quien pueda comprenderme. Para mi uno vale por cien mil, y nada la
multitud”.

Como bien sostenía Eco, en su novela El nombre de la rosa: “El bien de un libro
consiste en ser leído. Un libro está hecho de signos que hablan de otros signos que, a su
vez, hablan de las cosas. Sin unos ojos que lo lean, un libro contiene signos que no
producen conceptos. Y por lo tanto, es mudo”. Cita en la que esboza de una manera
simple, el vasto universo de la semiótica y que pone de manifiesto la necesidad del
hombre de crear signos y lo que ellos representan para la cultura y la humanidad, la
función del libro en este contexto y la necesidad de que ocurra una interacción mediante
el ejercicio de  la lectura para dar vida al proceso de generación de pensamiento y se
genere valor (bien) a partir del uso del objeto creado. Principios que son tratados a
profundidad por varias ciencias, pero que vistos de esta manera práctica y en cadena
como él los plantea, nos llevan a concluir y a reiterar que el verdadero valor de nuestros
libros ocurre cuando estos son leídos, pues es en ese momento que cumplen con su
cometido: se da el  reconocimiento de los signos plasmados, su interpretación y por
consiguiente, la formulación de conceptos. Bien vale entonces el esfuerzo que hacemos
algunos escritores, cuando nos enfocamos además de la escritura, en la difusión de las
obras para no escribir libros llenos de signos, pero mudos.

La obra de Umberto Eco es un océano de profundidades filosóficas y abrazantes olas


literarias, en las que el cómo autor logró una identidad incuestionable, que quizás entre
otros factores, se debe a que llevó problemas filosóficos a la narrativa, aunque a veces
no fuera su intención en el momento de iniciar una obra. Como él lo expuso durante la
entrevista mencionada anteriormente, al referirse a la psicología de la creación literaria
y al rol de la literatura en el debate filosófico. En sus respuestas indicó que muchos
filósofos escriben novelas para plantear problemas filosóficos, igual que lo hicieron los
filósofos griegos con el uso del mito. En su caso, Eco sentía que escribir una novela era
una extensión de su disertación,  poner en escena y abrir las posibilidades a muchos
desenlaces o posibilidades, una metáfora filosófica, en la que no daba respuestas, sino
más bien dejaba las preguntas al lector.

“El narrador no debe facilitar interpretaciones de su obra, si no,  ¿para qué habría escrito
una novela, que es una máquina de generar interpretaciones?”

Umberto Eco

La obra publicada de Umberto Eco es muy amplia, sobre todo lo referente a sus ensayos
sobre semiótica, lingüística y moralidad, entre los que sobresalen: Obra abierta (1962),
Diario mínimo (1963), Apocalípticos e integrados (1965), La estructura ausente
(1968), Il costume di casa (1973), La forma y el contenido (1971), El signo (1973),
Tratado de semiótica general (1975), El súper-hombre de masas (1976), Desde la
periferia al imperio (1977), Lector in fabula (1979), Semiótica y filosofía del
lenguaje (1984), Los límites de la interpretación (1990), Seis paseos por los bosques
narrativos (1990), La búsqueda de la lengua perfecta (1994), Kant y el ornitorrinco
(1997) y Cinco escritos morales (1998). En cuanto a su obra narrativa, publicó las
siguientes novelas: El nombre de la rosa (Il nome della rosa, 1980), El péndulo de
Foucault (Il pendolo di Foucault, 1988), La isla del día de antes (L’isola del giorno
prima, 1994), Baudolino (Baudolino, 2000), La misteriosa llama de la Reina Loana (La
misteriosa fiamma della regina Loana, 2004), El cementerio de Praga (Il cimitero di
Praga, 2010) y Número cero (Numero zero, 2015). [10] El escritor falleció en Milán, la
noche del 19 de febrero de 2016, a la edad de 84 años, víctima del cáncer. Puede
encontrar información detallada sobre su vida y obra en:
http://www.umbertoeco.com/en/

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