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Querol, R.

de, Richard Dawkins, No eduquen a los niños en dioses ni hadas, El País,

2014 09 22
El biólogo y divulgador, azote de las religiones, se reafirma en sus memorias en el
activismo escéptico. “Es perverso instruir en falsedades”, asegura. Él solo cree en
Darwin

Una curiosidad insaciable. Los años de formación de un científico en África y


Oxford. Richard Dawkins. Traducción de Ambrosio García Leal. Tusquets. Barcelona,
2014. 311 páginas. 21 euros (en digital, 12,34 euros).

Cuenta que de niño ya se daba cuenta de que Papá Noel era un señor disfrazado que
se llamaba Sam. Al británico Richard Dawkins (Nairobi, 1941) no le basta haber llegado
a la conclusión de que no hay Dios: quiere que todo el mundo lo entienda así. Sostiene
alta la bandera del escepticismo este biólogo (zoólogo) de la Universidad de Oxford,
estudioso de Charles Darwin, que saltó al primer plano cuando escribió en El gen
egoísta (1976) que no somos más que vehículos de los genes, máquinas programadas
para que ellos sean casi inmortales. “El cuerpo del animal no es más que un repositorio
temporal”.

Desde entonces Dawkins es un exitoso divulgador científico y ensayista, habitual de los


platós de televisión (ha producido documentales, al estilo de su admirado Carl Sagan).
Lleva tiempo animando la polémica, también en las redes sociales, donde dispara y le
disparan. Considera su misión combatir dogmas religiosos, supersticiones y
seudociencias. En 2006 publicó El espejismo de Dios, un libro que aspira desde la
primera página a conseguir que el lector pierda la mucha o poca fe que le quedara, un
arrebatado e irónico texto que pretende desmontar uno a uno los argumentos del
cristianismo y las demás creencias religiosas. En Evolución. El mayor espectáculo sobre
la tierra, de 2009, Dawkins explica con lucidez a cualquier profano las pruebas
abrumadoras de que ha sido la selección natural la que moldeó y sigue moldeando
nuestra realidad. Da así la batalla contra el creacionismo, la idea de que el mundo se
hizo en seis días y el hombre convivió con los dinosaurios, que trata de colarse en el
sistema educativo de EE UU de la mano de sectores de la derecha como el Tea Party.

A sus 73 años, Dawkins ha encontrado el momento de mirar atrás y abordar sus


memorias. Una curiosidad insaciable es el título de la primera parte de su
autobiografía, editada por Tusquets. En ella explica cómo llegó a ser quien es desde
que nació en Kenia de una familia británica de tradición técnica y científica y empleada
del Imperio, lo que le llevó por varios países africanos antes de regresar a Inglaterra
cuando tenía ocho años. Sabemos de su visión de la rígida escuela de los años
cincuenta, del matonismo de otros y de su tartamudez, de su paso por las
universidades de Oxford, clave en su carrera, y Berkeley, donde vivió la
explosión hippy. Y conocemos los muchos nombres que cree importantes en su vida:
los de sus ancestros y familiares, los de profesores y compañeros de clase, los autores
que le influyeron. Y terminamos con la publicación de El gen egoísta. Habrá que
esperar a la segunda parte de las memorias para entender su faceta de activista ateo,
la que le llevó en el año 2009 a contratar publicidad en los autobuses de Londres con el
lema: “Probablemente no hay Dios. Deja de preocuparte y disfruta de la vida”.

Recibe en su domicilio, un caserón tradicional en Oxford con un amplio salón lleno de


luz por los ventanales en los dos extremos, donde puede percibirse cierto aroma del
colonialismo que marcó su infancia. Grandes tallas de madera de animales, máscaras,
jarapas de estilo étnico sobre los sofás. Un piano, un lienzo en su atril. Libros, algún
cráneo en la estantería. Dos perros pequeños y de pelo muy largo se alegran de la
visita y saltan a menudo sobre los periodistas; al entrevistado parece relajarle acariciar
a alguna de sus mascotas. De entrada se niega a posar para la fotógrafa, lo que tiene
por costumbre, pero no la ignora y en más de una ocasión parece estar pendiente del
objetivo de su cámara.

La tribu y sus dioses

Estamos a horas del referéndum que decidirá si Escocia se independiza, y desata un


efecto dominó en Europa, o permanece en el Reino Unido. Pero Dawkins, apasionado
en los temas de los que quiere hablar, sabe escaparse de aquellos que prefiere evitar.

—Vivimos tensiones nacionalistas en Escocia, en Cataluña, en Ucrania... ¿Observa un


regreso a la tribu?

—Podemos decir que el nacionalismo en esos lugares es una forma de tribalismo. Uno
se preguntaría por qué no van a algo más pequeño aún, como Cornualles o Gales. Las
ciencias sociales son complicadas, la política lo es... Como biólogo no soy la persona
adecuada para responder.

El nacionalismo es una forma de tribalismo. Uno se preguntaría por qué no van a algo más pequeño
aún, como Cornualles o Gales
—Le pregunto como biólogo, ensayista y activista. Ha escrito que la religión está en el
centro de muchos conflictos actuales, como el de Siria e Irak, Palestina o Ucrania; antes
en Yugoslavia o Irlanda. ¿No lucharán por la tierra más que por su idea de Dios?
—No creo que los conflictos estén motivados única y directamente por la religión. Por
ejemplo, en Irlanda del Norte es entre católicos y protestantes, pero no creo que las
personas que ponían una bomba estuviesen pensando en el dogma de la
transustanciación. Lo que hace la religión es poner una etiqueta: en Irlanda del Norte
se identifican como católicos y protestantes a pesar de que hablan el mismo idioma y
tienen el mismo color. Te identifica hasta el nombre: si te llamas Patrick seguramente
eres católico, si William eres protestante. Eso se convierte en la tribu: hay dos tribus en
Irlanda del Norte. Y ha sido así durante siglos.

—Cuenta en su libro que era una persona muy religiosa, anglicana, cuando tenía 13
años. ¿Qué pasó? ¿Fue Darwin?

—Desde que yo tenía unos nueve años me di cuenta de que existían distintas
religiones: el budismo, el islam, el hinduismo, el politeísmo de los griegos, los
vikingos… Cualquier niño pensaba que solo la suya era la que estaba en lo cierto. Yo
estaba preparado para ser antirreligioso. No sé cómo me mantuve en el cristianismo,
debió ser influencia de la escuela. Pero sí, fue Darwin y fue el darwinismo el que nos
salvó de todo eso. Cuando tenía unos 15 años.

—Usted no es un agnóstico, sino un ateo militante. ¿Por qué es necesario movilizarse


contra la religión?

—Eso depende de su definición. Agnóstico significa “no sé”. Una definición que yo
apoyo dice que es quien no tiene creencias positivas en un dios. El ateo siente una
creencia positiva de que no hay Dios. Yo no tengo esa creencia. Lo que tengo es una
ausencia de cualquier razón para creer en Dios, como tampoco en las hadas. Como
científico, me conmueve la belleza del mundo y del universo. Como educador, veo
perverso que a los niños se les eduque en falsedades cuando la verdad es tan hermosa.

—¿Y el ateísmo no puede ser también dogmático o intolerante?

—Siempre hay que argumentar tu causa, no callar a la gente. Durante siglos, hemos
aceptado que no puedes criticar la religión. Hacerlo parece intolerante pero no lo es.

Educando escépticos

En un pasaje de su libro, Dawkins se muestra contrario a la forma en que la mayoría de


familias inculcan explicaciones mágicas a sus niños. “No puedo evitar preguntarme si
una dieta de cuentos de hadas repletos de encantamientos y milagros, hombres
invisibles incluidos, es dañina desde un punto de vista educativo”, escribe. “¿Por qué
los adultos promueven la credulidad de los niños? ¿Es realmente un error tan
descabellado plantearles a los niños que creen en Papá Noel un pequeño y simple
juego de preguntas y respuestas que les haga pensar? ¿Cuántas chimeneas tendría que
visitar en una noche? No se trata de decirles que Papá Noel no existe, sino de
fomentar el intachable hábito del cuestionamiento escéptico”. Él asume que eso es
impopular: “Siempre que planteo esta cuestión me echan a patadas de los sitios por
querer interferir en la magia de la infancia”.

Su escepticismo no se dirige solo contra la religión: también contra la superstición y las


seudociencias (astrología, videncia, tarot o ufología), a las que dedicó su
ensayo Destejiendo el arco iris (1998). Es más prudente sobre la llamada medicina
alternativa: si se prueba su eficacia deja de ser alternativa. Pero no es el caso de la
homeopatía: “Es interesante: con el método de doble ciego [ni el paciente ni el
investigador saben cuál es el fármaco y cuál el placebo] no hay diferencias. Ambos son
placebo”.

En su libro, Dawkins critica el modelo educativo según el cual el profesor dicta la


lección a los alumnos, que la memorizan, en vez de incentivar sus habilidades para
instruirse e investigar por su cuenta. “De estudiante, una vez se me olvidó llevar
bolígrafo y yo era entonces demasiado tímido para pedir uno a mi compañera sentada
al lado. Así que simplemente me senté y escuché, y cuando llegué a casa me di cuenta
de que es una forma mejor de aprender. El propósito del profesor no debe ser impartir
información sino inspirar a las personas”.

Quemándose en las redes

Dawkins es un pertinaz usuario de Twitter (@RichardDawkins), donde se esfuerza en


ser provocador y en replicar o retuitear mensajes de otros usuarios. Ha pisado más de
un charco. “Twitter es un sitio extraño porque hay mucha gente que grita. Si vas por la
calle, un borracho o un tonto te pueden insultar. En Internet tienes un multiplicador de
ese efecto. Hay que tener caparazón”. Él lo tiene, sin duda.

—¿Se ha arrepentido de algún tuit?

—Sí, porque son fácilmente malinterpretados. A veces veo que lo pude evitar.

Uno de sus mensajes desató una tormenta: “La violación en una cita está mal. La
violación por un extraño es peor. Si usted piensa que esto es una aprobación de la
violación en una cita, váyase a aprender cómo pensar”, escribió en 140 caracteres.

—En un país como el suyo, conmocionado por escándalos de abusos sexuales, esa
frase parece una falta de sensibilidad hacia las víctimas.
—Creo que es estúpido negar que hay diferentes grados de crímenes sexuales. Hay
gente que por motivos emocionales quiere que todos los crímenes sean considerados
del mismo nivel. Es como si alguien te roba la cartera y piensas que es lo mismo que
robar un banco a punta de pistola. Son delitos ambos, pero uno más grave que esto.
¿No le parece así?

—Me parece que cualquier violación tiene efectos graves a largo plazo.

—Yo también lo creo.

—Y me cuesta pensar en un grado moderado o leve de violación.

—No dejaré que se escape con esto. Está acompañado por muchos estúpidos en
Twitter. Cuando uno dice que algo es peor que otra cosa, no lo está aprobando.

El tuitero Dawkins también ofendió a muchos cuando alguien le pidió consejo sobre
qué hacer si el hijo que esperaba fuera a tener síndrome de Down. “Aborte e inténtelo
otra vez. Sería inmoral traerlo al mundo si tiene elección”, respondió.

—¿De verdad cree una obligación moral el aborto en caso de síndrome de Down?

—Yo dije que personalmente me parecía inmoral tenerlo. No que fuera una regla
universal, pero sí lo es para mí y para el 90% de mujeres que lo haría en esa
circunstancia. ¿Sabe lo que les sucede? Mueren muy jóvenes, tienen terribles
enfermedades, deficiencia mental. Creo que cuando el feto no está suficientemente
desarrollado, y no tiene un sistema nervioso, es mejor abortar. Me han bombardeado
en Twitter enviándome fotografías de niños con Down y diciéndome: quiere usted
matar a mi hijo. Claro que no quiero matar a su hijo, sino detener la posibilidad de que
vengan más niños como él al mundo cuando no son más que un renacuajo.

Ética de ciencia ficción

Cuando se le pregunta por dilemas éticos que podrán surgir en el futuro, Dawkins
admite el juego aunque avisa de que entramos en el terreno de la ciencia ficción. La
cacareada vida artificial en que trabaja el genetista Craig Venter le deja frío. “Creo que
estoy en lo correcto cuando digo que solo está intentando crear nuevas versiones de
una bacteria que ya existe. Como las bacterias se reproducen o clonan tan
rápidamente, si las empleas para algo útil, como por ejemplo convertir un despojo
cárnico en petróleo, estás haciendo un bien real”.

—¿Y le preocuparía la clonación de humanos?

—Un escenario como el de Un mundo feliz, de Huxley, con esas líneas de producción
de miles de copias de seres humanos idénticos creados para ser jardineros o cualquier
trabajo me horroriza, porque soy un producto del siglo XX y eso es muy lejano al
mundo al que estoy acostumbrado, a mis valores. Si alguien me quisiera clonar a mí
me interesaría mucho, tendría mucha curiosidad, pero no quisiera que mi clon fuera el
primero porque iba a ser víctima de una horrible publicidad.

En un programa de televisión se propuso a Dawkins un experimento que no llegó a ser


viable. Pretendían aislar su genoma y enterrarlo en el panteón de su familia, ante las
cámaras, con el objetivo de que alguien lo recupere y resucite dentro de, pongamos,
mil años. Era una excusa para debatir sobre la clonación, y le preguntaron a Dawkins si
su clon del futuro sería él. “Por supuesto que no sería yo. Es como si preguntas a dos
gemelos idénticos si son dos personas o si uno es persona y el otro zombi. Otra cosa
que iban a pedirme es que escribiera consejos para mi clon, para que, ya que iba a
tener los mismos genes, no cometa los mismos errores que yo”.

Estaría muy interesado en una clonación, pero no sería bueno para mi clon ser el primero y tener esa
horrible publicidad
—En su libro usted cuestiona el concepto de identidad personal, dado que las células
que tenemos no son las que estaban al nacer. Entonces solo somos la memoria.

—Es una cuestión interesante para la filosofía. Imagine que usted pudiera hacer una
réplica perfecta de su cuerpo, no un clon en sentido genético sino una copia de cada
átomo. Esto no se puede hacer científicamente, pero sí filosóficamente.
Probablemente la réplica tendría su cuerpo, todos sus recuerdos, los mismos
pensamientos. ¿Cuál de los dos sería usted? Pero una vez que están ahí, se empezarían
a separar, tendrían nuevas experiencias y entonces ¿cuál eres? Son cuestiones que no
se pueden responder de una manera experimental pero que son filosóficamente
fascinantes.

—Sostiene Stephen Hawking que la filosofía ha muerto, porque ahora es la ciencia la


que da las respuestas.

—No creo que la filosofía haya muerto, sí que ha perdido terreno.

—Usted ha escrito que la Segunda Guerra Mundial no habría ocurrido si el padre de


Hitler hubiera estornudado en un momento determinado. Y en otro capítulo apunta
que en otro siglo usted habría sido un clérigo. ¿Somos azar hasta ese punto? ¿Es usted
escéptico o ateo debido al azar?

—La realidad depende de detalles muy pequeños. Sabemos que todos los mamíferos
vienen de un individuo que existía en la época de los dinosaurios. Si ese pequeño
mamífero hubiera muerto antes de reproducirse, quizás también estarían aquí los
mamíferos pero serían completamente distintos. Quizás ese mamífero sobrevivió por
un estornudo del dinosaurio. Respecto al ejemplo de Hitler, cada uno de nosotros
cobramos existencia porque uno entre muchos millones de espermatozoides fertilizó
el óvulo. El movimiento más ligero mientras sus abuelos estaban copulando, que un
perro ladrara y perdieran la concentración o se movieran, haría que el resultado
hubiera sido otro. De ahí que diga que con un estornudo años antes no habría habido
guerra. Y ninguno de nosotros existiría ahora si no hubiera existido Adolf Hitler.

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