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Seminario Disciplinar II A - Segundo cuatrimestre 2015

Cátedra: Dr. Daniel Altamiranda


Alumna: Soledad Grimoldi
DNI: 29129131
Correo electronico: sogrimoldi@gmail.com

Matarás a tus hijos: Medea, una extranjera contra la polis.

Introducción

En una ocasión, el filósofo griego Tales de Mileto explicó con las siguientes palabras los
motivos por los que estaba agradecido a la Fortuna: “En primer lugar, por haber nacido
humano, y no animal; después, por haber nacido hombre, y no mujer; en tercer lugar, por ser
griego, y no bárbaro”.

(Diógenes Laercio, Vidas de los filósofos, 1.33)

Luis Pérez Sánchez (2011), en su estudio sobre la mujer en la antigüedad, al rastrear su


condición en la literatura griega, advierte sobre una visión misógina generalizada en los
poetas que se destaca tanto en fragmentos de Hesíodo como de Homero y que, en líneas
generales, presenta a la mujer como origen del mal o como procuradora de desgracias y
todo tipo desventuras para los hombres. Con excepción de la lírica, que no parece ensañarse
en ataques contra las féminas e incluso da lugar a la aparición de voces femeninas como la
de Safo, el resto de los poetas postula la natural diferencia de los roles sexuales en la
sociedad y la inferioridad de la mujer respecto del hombre. La sociedad patriarcal griega
establece para la mujer un rol reducido al ámbito privado, el oikos, y sólo allí le reconoce
virtudes, en tanto y en cuanto no acometa ninguna acción que atente contra esa estructura
fundamental para el sostenimiento del orden social griego que es la familia. A través de
diversos ejemplos literarios, el autor prueba que la visión positiva del papel de la mujer se
encuentra relacionada con su absoluta obediencia de las funciones que le competen dentro
del oikos. En cambio, cuando la mujer utiliza su autonomía para apartarse del
comportamiento esperado en ella, es condenada como una mujer malvada que causa
miserias irreparables para su hogar y, como consecuencia, para la estabilidad de la polis.

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Pero la punición no sólo proviene del hombre, sino que es también la mujer,
reproduciendo el código de honor griego, masculino por antonomasia, quien castiga o
censura a otras mujeres cuando cometen faltas contra su lecho, puesto que son ellas mismas
las que legitiman la estructura de dominancia en la que se ven implicadas, dado que asegura
el éxito de la familia y el suyo propio en el ejercicio del rol subordinado que le ha tocado en
la sociedad griega clásica. Es decir, en términos generales, ella no cuestiona el lugar que le
ha tocado ocupar y condena a otras que sí lo hacen.
Pérez Sánchez ilustra la condición de la mujer griega con el siguiente parlamento que
Telémaco dirige a su madre Penélope en Odisea I 353-361:

“ (…) ´A escucharlo se avengan tu mente y tu alma, que Ulises


no fue solo en allá en Troya la luz del regreso;
muchos otros varones cayeron también; mas tú vete
a tus salas de nuevo y atiende a tus propias labores,
el telar y la rueca, y ordena, asimismo, a tus siervas
aplicarse al trabajo; el hablar les compete a los hombres
y entre todos a mí, porque tengo el poder de la casa´.
Admirada la madre tornose y marchó a su aposento
con el recio discurso del hijo grabado en el alma.” (p.26)

Sin embargo, más adelante, el autor destaca una excepcionalidad en la literatura griega
clásica y sostiene que en el género trágico se muestra a la mujer en una “multitud de
actitudes y disposiciones” y al profundizar este punto, afirma: “Los textos dramáticos
introducen a la mujer en la escena pública, de la que estaba apartada, quizás por tratarse de
las mujeres de otro tiempo prestigioso y lejano ubicado por el mito, aunque, sin embargo,
debemos pensar que el teatro tenía una función educativa-lúdica, de modo que la
reinterpretación del mito estaba interconectada con el análisis social de la época, donde
aparece el “enfrentamiento” de los sexos” (p. 29). De lo que el autor nos quiere prevenir es
de que no esperemos que en este género –que es al mismo tiempo una práctica cultural
central en la antigüedad clásica del siglo V, puesto que las obras se escribían para
certámenes-, el rol de la mujer sea reinventado en favor de su autonomía total o sean
vencidas todas las representaciones que circulaban hasta el momento en la literatura griega.
Sin embargo, observa también que el drama sí aporta algo novedoso: le otorga a la mujer el

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ingreso a cierto espacio de acción desde donde se presentarán varios perfiles diferentes y
controvertidos según cual sea el relato (Antígona contra la ley, Medea filicida, Lady
Macbeth hechicera y regicida, etc.), pero siempre tomando como referencia el modelo de
mujer aceptado por la sociedad, ya sea para enarbolar la honradez en sus actos o para
condenarla si se apartaba de lo establecido.
Aunque en este género el rol de la mujer se haya expandido y haya obtendido un gran
protagonismo en varias tramas míticas, lo cierto es que los valores positivos siguen estando
asociados a lo masculino mientras que las mujeres ocupan sobre todo roles vinculados con
valores negativos: adúlteras, homicidas, hechiceras, bárbaras, etc.. Estas funciones típicas
desarrollan desde varios aspectos la dimensión misógina que desde tiempos arcaicos
proyectaba la literatura clásica. La mujer en el siglo de Pericles se ha transformado en
ciudadana porque la polis ha cambiado, pero sus funciones principales no han evolucionado
al punto de resignificar su rol por fuera del ginece. Sigue siendo el ama del oikos,
encargada de velar por los bienes junto al marido, manejar a la servidumbre y albergar en
su vientre a los hijos de su esposo para asegurar su linaje y la estabilidad de la comunidad.
Y es aquí donde queremos detenernos porque al punto nos adentramos en el espacio que
se delimita en torno al personaje femenino que interesa a nuestro análisis: la Medea que
configura Eurípides.

La Medea eurípidea

En función de abonar las ideas esbozadas en la introducción de este breve trabajo,


diremos algo en relación a la fama de “misógino” que Eurípides se ha ganado sobre todo en
la Antigüedad y que ha sido mencionada, por ejemplo, por el famoso comediante griego
Aristófanes en su obra Las Tesmoforeantes, en la cual un grupo de mujeres reunidas en
honor a Deméter y su hija, planean una venganza contra el trágico debido a cómo representa
a las mujeres en sus tragedias.
Por un lado, algunos críticos se oponen a la postura de que Eurípides realice una mal
intencionada representación de la feminidad negativa en varias de sus protagonistas más
importantes. Este es el caso de Carlos García Gual (1998) quien afirma: “(…) para nosotros
Eurípides es el introductor en la escena trágica de esos protagonistas femeninos, con sus

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pasiones propias, con sus sufrimientos personales, con un valor humano inolvidable. La
influencia de Eurípides ha sido enorme en este camino (…). Descubridor del mundo de las
pasiones y las representaciones femeninas, Eurípides es el precursor de una nueva
sensibilidad” (p.23-24). Frente a esta postura, aunque no totalmente contrapuesta a ella,
proponemos la mirada de Nazira Álvarez Espinoza (2004) - cuyo estudio sobre Medea
retomaremos a lo largo del trabajo-, quien postula: “La tragedia ática presenta con
frecuencia acciones transgresoras, por parte de algunas heroínas, que atentan contra la
ideología central de la polis ateniense del siglo V a. C. No obstante, estos hechos no
legitiman las transgresiones (…). Por sus acciones, el personaje de Medea, en la obra de
Eurípides, se convierte en un modelo de mujer negativo, el cual debe ser evitado y conjurado
por la sociedad” (p. 76).
Sin el objetivo de zanjar por completo la cuestión de la misoginia en Eurípides, nos
inclinamos hacia la postura de esta autora puesto que existe una relación sustantiva entre el
hecho de que sea este trágico quien introduce el infanticidio en el mito de Medea y la
consecuencia de que este estereotipo femenino quede convertido en “un modelo literario
nefasto”. Una hipótesis no niega necesariamente la otra, pero mientras que la primera intenta
esquivar los presupuestos negativos en la mirada del rol femenino de nuestro trágico, la
segunda afirma decisivamente que Eurípides no se propone una Medea transgresora desde el
punto de vista de una “feminidad positiva”, sino de una “feminidad negativa”.

Entre lo propio y lo otro: la construcción de una nueva feminidad.

Al comienzo de la obra de Eurípides tenemos a Medea refugiada en Corinto, luego de


haber sido abandonada por Jasón, quien acaba de tomar como esposa a Glauce, la hija de
Creonte, soberano de la ciudad. Medea, harta de dolor y lágrimas y furiosa por la traición
de su esposo que la ha convertido en el hazmerreír de todos cuantos conocen su unión y los
sacrificios que ella ha realizado por su desmedido amor hacia él, planea una venganza
cuyos alcances aún desconoce. Pero todo lo que Medea hará de aquí en más, no es otra cosa
que la necesaria consecuencia de la evolución de su carácter desde que tomara la primera
decisión en la Cólquide al elegir a Jasón como su compañero sexual y marido, traicionar a

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su padre y matar a su hermano, provocando la total ruptura con las que fueran su casa y su
patria y con todo aquello con lo que hasta ese momento formaba parte su identidad.
Hidalgo Xirinach (2003) sostiene que “En Medea nos encontramos con un nuevo tipo de
feminidad, en el que un personaje femenino se atreve a romper con el precepto social que
considera a la mujer objeto de intercambio a través de las reglas del matrimonio” (p. 11). En
este primer gesto transgresor de Medea, que consiste en elegir a su esposo sin mediar en ello
pacto ninguno entre marido y padre, y dando por toda dote el vellocino de oro que había
ayudado a conseguir para Jasón mediante sus poderes, su inteligencia y los crímenes que
estas “virtudes” dieron curso, se cifra un camino de escogencias que la conducirán a un acto
de impugnación del rol tradicional de la mujer en la sociedad patriarcal en la que escribe
Eurípides. El recorrido hacia la autorrealización y la autonomía comienza en esta primera
escogencia del compañero sexual y en la separación de su padre, pero se profundiza y
culmina cuando Medea, frente a la traición de su esposo, actúa en función del honor y no
del hogar, planeando una venganza de forma fría y calculadora que esté a la altura de los
enemigos que ha ganado y del agravio que ha recibido.
Medea no exige reparación a los dioses -aunque sí invoca a Hécate como cómplice y
luego será secundada por Helios para la salida triunfal- ni tiene nadie a quien pedir ayuda
para acometer su venganza, sólo puede valerse de su sabiduría en el manejo de la magia y
en la conquista del logos, el cual le otorga un poder especial sobre los otros - Jasón,
Creonte, Egeo- quienes son manipulados por ella mediante el arte de la persuasión y
conducidos a realizar acciones que, incluso, reconocen peligrosas a sus intereses.
En su persecución de la honra, Medea invierte los espacios público y privado y se lanza
sobre sus enemigos como lo haría cualquier héroe que actúe regido por el código de honor
griego. Sobre este punto, Ana Iriarte (1996) afirma que Medea se expresa con el logos del
hombre político cuando, emulando a Solón, afirma: “Que nadie me tenga por floja, débil e
indolente sino de temperamento dispar: terrible con mis enemigos y benévola con mis
amigos” (p. 89).
A través de este salto a la esfera pública, Medea socava el orden de lo establecido porque
se desliza hacia “lo masculino” y sacude las categorías hasta el momento impuestas para la
mujer en las leyes de la sociedad griega. Y puede hacerlo sobre todo porque desde la
vulnerabilidad de su doble extranjería de mujer y bárbara, nace la esencia de su

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autoafirmación y, como consecuencia, la construcción de una “otra feminidad”: Medea se
ha sometido a las leyes de una nueva patria que hoy la expulsa también de sus fronteras. Y
esa patria son Jasón y los lazos del amor maternal, es el mundo familiar y social que se le
ofrecía a través de la mano de su esposo y que se constituye como la otra cara de su “ser
mujer”. Medea es la bárbara seducida por el griego que la lleva a la civilización y que luego
la abandona para formar un hogar con una griega que le asegure la procreación de un linaje
de ciudadanos. Pero Medea es también la mujer-maga, la asesina de su hermano, la
regicida, la apasionada amante, la fémina que detenta el logos, la transgresora de todos los
órdenes de la mujer tradicional. Así, todavía antes de planeada y ejecutada su venganza, la
escuchamos reflexionar y lamentarse junto al coro de mujeres corintias sobre la tremenda
condición de ser mujer:

“De todas las cosas, cuantas están vivas y tienen razón, las mujeres somos la más desgraciada criatura. Lo
primero, debemos comprarnos un esposo mediante un enorme derroche de dinero, y tomar un dueño de
nuestro cuerpo. Y esto es una desgracia aun peor que otra cualquiera. Y la prueba ahora es muy decisiva;
tomar uno malo o uno bueno. Pues la separación no trae buena fama a las mujeres, ni resulta posible
repudiar al esposo. Y cuando una ha venido a un lugar donde las costumbres y los hábitos le son novedad,
adivina tiene que ser (ya que no lo ha aprendido en casa) sobre cómo portarse con el compañero de lecho.
Y si acertamos nosotras en estas tareas, y nuestro marido convive con nosotras sin aplicar por la fuerza el
yugo, la vida resulta envidiable. En caso contrario, mejor es morir. Y un hombre, cuando le supone un
fardo convivir con los de casa, se marcha afuera, y acaba con el hastío de su corazón, [bien hacia un amigo
o a uno de su misma edad dirigiéndose.] Nosotras, en cambio, por fuerza tenemos que mirar a un solo
individuo.” (Vs. 230-248)

En este discurso, observa Álvarez Espinoza, Medea cuestiona le estructura del


matrimonio griego y las desventajas graves que la mujer tiene dentro de él, denunciando el
hecho de transformarse en un objeto de propiedad del esposo, carente de decisión y deseo y
que puede ser dejado de lado tan sólo con un gesto como el que Jasón ha realizado. Medea
advierte sobre las desventajas adicionales que observa la condición de extranjera, puesto
que ella debe adaptarse a leyes y costumbres nuevas que no le han sido transmitidas en su
crianza y que en este momento la desamparan totalmente frente a su reclamo. En esta
proclama, nuestra heroína rompe el silencio y continúa con su desafío transgresor del statu
quo femenino y, como afirma Foley - citado por Álvarez Espinoza -: “sus justas quejas en

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contra de Jasón y Creón representan una inversión, en la poesía, tanto del silencio impuesto
a las mujeres, en el transcurso de los siglos, como de la malignidad e infidelidad que se les
atribuye” (p. 78).
Medea se encamina hacia un empoderamiento absoluto desde el discurso y desde las
acciones, a través del logos y de la magia, tanto desde lo humano como desde lo divino.
Ella construye su feminidad y su independencia en la dialéctica de estos espacios opuestos,
en el espacio entre “lo propio y lo otro” como afirma Hidalgo Xirinach. Pero esta escalada
implica siempre al mismo tiempo un conjunto “de sacrificios” que también la definen
sufriente, puesto que en todas las decisiones que ha tomado guiada por la increíble pasión
que siente por Jasón, ha dejado tras ella un trayecto de sangre y dolor que tanto la ha
estigmatizado como autocreado. Medea es “ese otro” peligroso y bárbaro, pero también es
la hija, esposa y madre autodestructiva que se impone los peores castigos en el camino de
su autoafirmación. En el más grande de sus actos de contestación al patriarcado, la heroína
trágica tomará de su propio vientre las armas para la venganza.

Matar a los hijos

Si bien, desde el comienzo de la pieza, la nodriza nos advierte de la posibilidad de algún


evento trágico en torno a los niños cuando dice “Odia a sus hijos, y no disfruta al verlos. Yo
temo que ella vaya a tramar algo raro, [pues su alma es violenta, y no soportará ser
maltratada (…)]” (vs. 36-39) no sospecha que Medea pueda llegar a atentar en contra de su
progenie, sino que teme su suicidio o el homicidio de Jasón y su nueva esposa. Incluso
luego del agón de Jasón y Medea, en el que se han enfrentado tremendamente y él la ha
ofendido aún más justificando sus actos y tratándola de necia, ella tampoco expresa haber
pensado en esta posibilidad.
Según Rosa Sala Rose (2007), una de las interpretaciones plausibles del episodio con
Egeo que ofrece la crítica, muy preocupada en explicar su congruencia con el resto de la
obra, sería que “haya hecho notar a Medea la importancia que la descendencia tiene para un
hombre griego y haya sido así una fuente de inspiración para su venganza” (p.10). Y
ciertamente parece lo más acertado si tenemos en cuenta que, ya decidida a cometer los
homicidios de Jasón y Glauce, Medea se ha procurado ahora de refugio en Atenas luego de

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realizar un pacto con Egeo, en el cual queda establecido que ella lo ayudará con sus
conocimientos a conseguir la descendencia que tanto desea y que le está siendo negada, y
él, a cambio, le asegurará acogida en su tierra y en su casa y protección de sus enemigos,
pase lo que pase. Medea, enuncia todo su plan con la inmediatez de quien ha
experimentado una revelación pero, al mismo tiempo, con la exactitud y el detalle del
crimen planificado y perfecto, que ahora incluye el asesinato de sus hijos:

“(…) Ahora confío en que mis enemigos paguen su culpa, pues este hombre ha aparecido como puerto
acogedor de mis decisiones, en el momento en que exhaustas estábamos. A él ataremos las amarras de
popa cuando lleguemos a la ciudad y acrópolis de Palas. Voy a contarte ya todos mis planes. Y tú escucha
unas palabras que no tienen nada de agradables. Primero enviaré a Jasón una de mis criadas con el ruego
de que acuda a verme. Y cuando esté en mi presencia le diré amables palabras: que también apruebo su
plan, y que todo está bien; su boda real por la que me ha traicionado; que es conveniente y ha sido bien
pensado. Le pediré que mis hijos se queden aquí, no porque quiera abandonarlos en una tierra enemiga
para que sean mis hijos insultados hasta el extremo por sus enemigos, sino para ver el modo de dar
muerte con mis engaños a la hija del rey.Pues los voy a enviar con unos regalos en sus manos [que se los
llevan a la novia y evitar así el destierro]: un delicado peplo y una corona de oro trabajado. Y cuando
haya tomado estos adornos y sobre su cuerpo se los ponga, de mala manera perecerá allí, y cualquiera
otro que toque a la joven. Tal es la clase de venenos con que ungiré los regalos. Ahora, sin embargo,
abandono este relato. Y me echo a llorar ante la acción que a partir de aquí tengo que llevar a cabo. Voy,
en efecto a dar muerte a mis hijos. Y no hay nadie que me los vaya a arrebatar. Y tras haber hundido toda
la casa de Jasón. Saldré del país, huyendo de la matanza de mis hijos queridísimos, y cargando con la
responsabilidad de la más impía acción. ¡Pues no puedo soportar ser objeto de burla por parte de mis
enemigos, amigas! (…) Ni volverá a ver vivos nunca a los hijos que de mí tuvo, ni engendrará un hijo de
su nueva esposa (…).” (Vs. 764-798 y 802-804).

En este parlamento de Medea se cifra la que será la mayor transgresión que pueda llevar
a cabo una mujer: cometer filicidio y a través de ese terrible acto, acabar con el linaje de
una casa griega.
Medea, mediante el asesinato de sus vástagos, desestabiliza los cimientos del patriarcado
en dos aspectos fundamentales: socava los presupuestos que definen al rol maternal y al
amor incondicional que ese lazo de sangre supone, y al mismo tiempo y paradójicamente,
con ese acto de separación y aniquilación se apropia de un derecho que en la polis sólo le es
concedido al padre: el de decidir por la vida o muerte de sus hijos, el de poseerlos. Dice
Iriarte: “es que tanto el asesinato como la apropiación de los cadáveres de sus hijos son los

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actos que, paradójicamente, erigen a Medea en la dueña incontestable del fruto de sus
entrañas” (p.89-90) Y es que Medea, en este último gesto fatal se apropia definitivamente
de su maternidad y asume este derecho “natural” de Jasón enfrentando a la polis en su
constitución más íntima. “Es totalmente necesario que mueran, y ya que así lo es, les daré
muerte yo misma que les di vida.” (Vs. 1062-1064) Se trata de un acto de inversión del
parto, a partir del cual, Medea resignifica ese dolor físico tremendo que deviene en un
equivalente dolor por su muerte. Ella toma la agencia y se empodera a través de los
homicidios, deconstruye el rol de madre cuando desarticula todo mandato, así como
deconstruye el rol de mujer griega cuando en la afirmación de la tragedia de su
extranjeridad -ya no hay tierra propia para ella, Atenas tampoco lo será- y en la
enfrenatmiento con todo mandato patriarcal, configura los límites del territorio de aquello
que sí es: una mujer que puede tomar con sus propias manos lo que considera propio
aunque esto implique su aniquilación.

Es importante no dejar de lado la influencia que tienen los actos de Jasón en el destino
funesto que se desata sobre sus hijos: es él quien los expone a la muerte social en el
momento en que decide aceptar su destierro, lo que para un griego del siglo V a. C.
significaba casi lo mismo que la muerte física. Aunque justifica su segundo matrimonio
precisamente en el deseo de salvarlos, no desespera, como sí lo hace Medea, ante el hecho
de que sean ultrajados como bárbaros y enviados al exilio. El mismo Jasón que unas horas
antes se asume como único dueño de su descendencia y dice a Medea: “Pues tú, ¿qué
necesidad tienes de hijos?” (Vs.565-566), es el mismo que ya ha aceptado la derrota de los
suyos mientras pronuncia esas palabras. Por esta ofensa más aún que por las anteriores,
Medea sentencia a Jasón a ser un hombre sin casa y sin linaje. En el final del drama,
cuando Medea se eleva triunfal en el carro de Helios llevándose consigo los cuerpos
muertos de sus hijos y Jasón exige desesperado besar los labios de los niños, ella le
reclama: “Ahora los invocas, ahora los acaricias, cuando antes los alejabas de ti.” (Vs.
1402.1403).
Medea no sucumbe a una locura desmedida que la ciega y la lleva a acometer actos de
los que luego pueda arrepentirse. Ella razona sobre estos asuntos y enhebra en un instante
cada hilo de su plan, cada acción y cada palabra necesarias y precisas para efectuar el golpe
más definitivo que pueda sufrir su esposo y a través de él, la sociedad que la ha condenado

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al rol de doblemente extranjera y doblemente exiliada. Pero para llevar a cabo su venganza
y que al punto nazca esta nueva madre, esta fémina que emerge del derribamiento del
oikos y lucha como un soldado por su honor en el espacio público, Medea debe sufrir al
mismo tiempo el dolor irreparable de la muerte de sus hijos y su futura soledad. Medea no
podría adueñarse de su descendencia como lo hace, si ese acto no implicara también esa
renuncia. Una matanza que libera a sus niños -a quienes ha constituido en una extensión de
ella misma- del ultraje de los enemigos y de ser los hermanos bastardos de un linaje de
ciudadanos griegos. En este sacrificio, Medea salva al mismo tiempo su honor y el de su
progenie.
En el desenlace de la tragedia, cuando Jasón le reclama poder sepultar a sus muertos,
Medea se niega rotundamente con estas palabras: “Eso sí que no, pues yo misma los
enterraré con estas manos, llevándolos al santuario de Hera, diosa de la Colina, no sea que
algún enemigo los ultraje revolviendo sus tumbas. Y en esta tierra de Sísifo instituiremos
una solemne fiesta y celebraciones para el futuro, en expiación de esta impía matanza.”
(Vs. 1378-1384). Nuestra heroína no le otorga a Jasón ni siquiera el derecho de darles
sepultura como fruto de su estirpe y decide enterrarlos nada menos que en el templo de la
diosa más importante del Olimpo, representación femenina de un gran poder y divinidad
celosa y de gran carácter.
En este final de gran tensión dramática, Medea se aleja en el carro de su abuelo el Sol,
quien ha favorecido su salida escandalosamente triunfal. Ella marcha hacia la casa de
Egeo, con quien, según una versión del mito, concebirá a Medos, permitiendo que este
soberano acceda a su deseo de descendencia, favoreciendo la génesis de un nuevo linaje
casi como si en este acto tuviera una última chance de burlarse de quien la había
traicionado y a quien ha dejado impedido por todos los medios de engendrar unos hijos y
conformar una casa. Pero esto ocurre por fuera de la pieza de Eurípides y no podemos
adjudicarlo a la Medea que el trágico nos ofrece, aunque podemos asumir que estaba en la
mente de muchos de los espectadores de aquella representación en el año 431 a. C.
Espectadores que suponemos no recibieron con gran entusiasmo a la asesina de niños,
independientemente de si las intenciones de Eurípides eran justamente condenarla por este
terrible acto. El hecho de que Medea triunfe seguramente trasciende lo esperado y lo
tolerable para un público que se regía por las costumbres y las leyes de la polis y que

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exigía respeto por ellas. Es así que la pieza, una de las mejores de la obra dramática de
Eurípides según los críticos, obtiene tan sólo el tercer puesto en el certamen.

Hemos hablado aquí brevemente de Medea, de su actuación en la contestación de la


tradición griega, de su desarticulación de los roles asignados para la mujer dentro de esa
tradición, de sus trasbordos del autoexilio a la extranejería y de la extranjería a la
autofirmación de su autonomía en la toma de posesión definitiva de su progenie, de sí
misma. Y desde allí, desde sí, otra vez al exilio, pero nueva, configurada en la política de
su propio terrirorio. Un territorio filoso que queda para siempre clavado en el corazón del
patriarcado.

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Bibliografía

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psicoanalisis-de-la-agresion-femenina-y-la-autonomia
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