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Artículo publicado en Artefacto/4 – 2001 - www.revista-artefacto.com.

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Ballard: Una autopsia del futuro interior


¿Cuál es el camino al espacio interior?
James Ballard
[traducción de Claudia Kozak]

Un subproducto poco feliz de la carrera espacial entre la Unión Soviética y los


Estados Unidos parece ser la excesiva identificación, para el público en general,
de la ciencia ficción con las naves espaciales y las pistolas de rayos de Buck
Rogers. Si la ciencia ficción alguna vez tuvo alguna chance de escapar a esta
identificación -de la que derivan la mayor parte de sus dolencias actuales- esa
posibilidad está a punto de desaparecer; el aterrizaje en la Luna de un vehiculo
espacial con tripulantes fijará esa identificación de forma definitiva. En vez de
recibir con un gran lamento la aparición del héroe en traje espacial, la mayoría de
los lectores se sentirá decepcionada si la parafernalia típica de robots inteligentes
y superautopistas no llega a estar presente, del mismo modo en que los
aficionados al cine se aburren mortalmente si en un western no hay al menos un
duelo que se precie. Se ha intentado realizar algunos pocos westerns sin pistolas,
pero parecen derivar en historias sobre perros y bosques; y como lector de ciencia
ficción uno de mis temores es que, a menos que el medio se revigorice en forma
drástica en el futuro cercano, el material serio ahora en los márgenes, al
momento su única justificación, sea relegado al mismo limbo que ocupan otras
formas literarias marchitas como las historias de fantasmas y los policiales a la
inglesa.
Hay varias razones por las que creo que las ficciones espaciales no pueden
seguir siendo la principal fuente de ideas de la ciencia ficción. En primer lugar, en
su mayoría son absolutamente juveniles, aunque esto no sea endilgable sólo a los
escritores. Mort Sahl se ha referido a la zona de prueba de misiles de Cabo
Cañaveral como una “Disneylandia del Este”, y quiérase o no esto resume la
actitud de la mayoría de las personas en relación con la ciencia ficción, y subraya
los estrechos límites imaginativos impuestos por todo el trasfondo de cohetes y
viajes interestelares.
Un poeta como Ray Bradbury puede aceptar las convenciones al uso de las
revistas y transformar incluso un tema tan trillado como el de Marte en un
mundo privado subyugante, pero la ciencia ficción no puede ampararse para su
supervivencia en la emergencia constante de escritores del calibre de Bradbury.
El grado de interés inherente a los relatos de cohetes y viajes espaciales -con sus
dimensiones físicas y psicológicas reducidas y sus relaciones humanas limitadas-
es tan leve que hace casi imposible toda forma ficcional que sólo se base en ellos.
Con todo, tal vez el éxito de los satélites con tripulación a bordo tienda a
establecer por sí solo, como modelo para aquellas que puedan encontrarse más
adelante en el género, las experiencias psicológicas limitadas de sus tripulantes,
en su totalidad anticipadas, aunque no intencionalmente, por los escritores de
ciencia ficción.
Con respecto a lo visual, por supuesto, nada logra equipararse a las vastas
perspectivas y la belleza fría de los relatos espaciales, como lo demuestra
cualquier film o historieta de ciencia ficción; pero la literatura requiere ideas más
complejas que la sustenten. Y las naves espaciales sencillamente no las proveen.
(Resulta bastante curioso, a la luz del rol que ocupan hoy los astronautas, que el
único elemento auténtico de las viejas historias del espacio sean sus diálogos
unidimensionales y acartonados. Pero si uno no puede culpar al comandante
Shepard por su “Boy, what a ride”, el dormir sin soñar del mayor Titov después
de su primera noche en el espacio fue el chasco más grande desde la caída de
Icaro. ¡Cuántos escritores de ciencia ficción deben haber deseado haber escrito el
guión!).
Pero mi verdadera objeción al rol predominante ocupado por los relatos del
espacio es que su encanto es muy limitado. A diferencia del western, la ciencia
ficción, si pretende mantenerse en pie y continuar su desarrollo, no puede dejar
librada su existencia al placer intermitente y casual que pueda provocar en la
vasta audiencia no especializada. Como todo medio especializado, necesita una
audiencia fiel y exigente que la busque por placeres más específicos, semejante a
la audiencia de la pintura abstracta o de la música serial. La vieja guardia de
aficionados a las obras del espacio, aunque constituyan probablemente la base
más sólida de los actuales lectores de ciencia ficción, no podrán por sí solos
mantener vivo el género. Como la mayoría de los puristas, prefieren no modificar
su dieta, pero, a menos que la ciencia ficción evolucione, tarde o temprano otros
medios se interpondrán y se apropiarán de su sello distintivo, esto es, ser la
vidriera del mañana.
Con frecuencia, en los últimos tiempos, cuando quiero estimular mi
imaginación, me vuelco más bien a la música o la pintura antes que a la ciencia
ficción, y esto constituye sin duda algo negativo en la actualidad. La ciencia
ficción, para atraer la lectura critica, necesita cambiar completamente su
contenido y su perspectiva. La ciencia ficción de las revistas nació en la década
del ’30 y, al igual que la arquitectura pseudo-aerodinámica de esa época,
comienza a parecer anticuada para el lector corriente. No se trata sólo de que los
viajes en el tiempo, los sónicos o la teletransportación (que de todos modos no
tienen nada que ver con la ciencia, y son tan sorprendentes en sus implicaciones
que se requiere de genio para hacerles justicia) hagan pasar de moda a la ciencia
ficción. El lector medio es suficientemente inteligente como para darse cuenta de
que la mayoría de los relatos están basados en variaciones menores de estos
temas más que en cualquier otro salto imaginativo renovador.
Desde un punto de vista histórico, este tipo de virtuosismo de la variación es
síntoma seguro de decadencia, y podría llegar a darse que el verdadero rol a jugar
por la ciencia ficción sea el de un pasatiempo ecléctico de poco valor, a partir de
unas pocas revistas sostenidas por editores oportunistas a la pesca de la última
moda científica.
Pero si rechazamos esta perspectiva, y creemos que la ciencia ficción tiene un
rol de continuidad y desarrollo en tanto intérprete imaginativo del futuro, ¿dónde
encontrar una nueva fuente de ideas? En primer término, creo que la ciencia
ficción debe dar la espalda al espacio, los viajes interestelares, las formas de vida
extraterrestres, las guerras galácticas y a la superposición de estas ideas
desplegadas de lado a lado en nueve de cada diez revistas de ciencia ficción.
Aunque haya sido un gran escritor, H. G. Wells ha tenido una influencia
desastrosa en el desarrollo posterior de la ciencia ficción. No sólo la proveyó de
un repertorio de ideas que prácticamente monopolizó el medio durante los
últimos cincuenta años, sino que estableció sus convenciones de forma y estilo:
argumentos sencillos, narración periodística, situaciones y personajes
estandarizados. De esto es de lo que están cansados los lectores de ciencia ficción
hoy, se den o no cuenta de ello, y es esto también lo que está comenzando a hacer
anticuado al género en comparación con otras zonas literarias.
Me pregunto a menudo por qué la ciencia ficción muestra tan poco entusiasmo
experimental del tipo del que ha caracterizado a la pintura, la música o el cine
durante las últimas cuatro o cinco décadas, en particular en relación al auténtico
carácter especulativo que han adquirido, cada vez más comprometidos con la
creación de nuevos estados mentales y la construcción de símbolos y lenguajes
refrescantes en lugar de los viejos que han dejado de ser válidos. Del mismo
modo, creo que la ciencia ficción debe desechar sus argumentos y formas
narrativas actuales. La mayoría de ellos son demasiado explícitos como para
expresar cualquier tipo de interacción sutil entre personajes y temas. Recursos
como el viaje espacial o la telepatía, por ejemplo, le quitan al escritor el trabajo de
describir de forma indirecta las interrelaciones entre espacio y tiempo. Y por una
paradoja curiosa le impiden usar su imaginación del todo, dándole poca libertad
de movimiento dentro de los límites estrechos de ese recurso.
Los desarrollos más importantes del futuro cercano tendrán lugar no en la
Luna o Marte, sino en la Tierra; y es su espacio interior, no exterior, el que debe
ser explorado. El único planeta verdaderamente alienígena es la Tierra. En el
pasado, el sesgo científico que tomaba la ciencia ficción se relacionaba con las
ciencias físicas -cohetes, electrónica y cibernética-; ahora el énfasis debería virar
hacia las ciencias biológicas. La exactitud, último refugio de lo no imaginativo,
importa un comino. Lo que necesitamos no son datos científicos sino más ciencia
ficción, y la introducción de los llamados datos científicos es sólo un intento de
vestir el viejo material estilo Buck Rogers con un ropaje más respetable.
En rigor, me gustaría ver cómo la ciencia ficción se vuelve abstracta y “cool”,
inventando situaciones y contextos nuevos que ilustren su tema en forma oblicua.
Por ejemplo, en vez de tratar al tiempo como una especie de exaltado tren en
miniatura, me gustaría que se lo usara por lo que es, una de las perspectivas de la
personalidad, y que se elaboraran conceptos como zona de tiempo, tiempo
profundo y tiempo arqueopsíquico. Me gustaría ver más ideas psico-literarias,
más conceptos metabiológicos y metaquímicos, sistemas de tiempo privados,
psicologías sintéticas y espacio-tiempo, más de los sombríos semi-mundos que
uno atisba en la pintura de los esquizofrénicos; en suma, más poesía especulativa
y verdadera fantasía científica.
Creo firmemente que sólo la ciencia ficción está bien equipada para ser la
literatura del mañana, y que es el único medio que posee un adecuado repertorio
de ideas y situaciones. En conjunto, los estándares que se impone a sí misma son
más altos que los de cualquier otro género literario específico; y de ahora en
adelante -creo- el mayor trabajo recaerá no en los escritores o los editores sino en
los lectores. De ellos es la responsabilidad de aceptar un estilo narrativo más
oblicuo, temas menos explícitos, símbolos y vocabularios privados. El primer
texto verdadero de ciencia ficción que yo mismo pienso escribir, si ningún otro lo
hace, es sobre un hombre con amnesia acostado en una playa mirando una rueda
de bicicleta oxidada, y tratando de descubrir la íntima relación que existe entre
ellos. Si esto suena excéntrico y abstracto, mucho mejor, ya que la ciencia ficción
podría usar una buena dosis de experimentación; y si suena aburrido, al menos
sería una nueva forma de aburrimiento.
Por último, recuerdo el traje de buzo que Salvador Dalí usó para dar una
conferencia en Londres hace unos años. El operario al que habían enviado a
supervisar el traje preguntó a qué profundidad Dalí pensaba descender, y el
maestro exclamó con gesto ceremonioso: “Hasta el Inconciente”, a lo que el
operario respondió sagazmente: “Me temo que no podemos descender tanto”.
Cinco minutos después, en efecto, Dalí casi se ahoga dentro de la escafandra.
Es ese traje para el espacio interior el que aún se necesita. ¡Depende de la
ciencia ficción construirlo!
New Worlds
1962

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