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LA CAMPAÑA DE ALARCaS

LA CAMPAÑA DE. ALARCOS (1)

Seis años tardó Ya'qüb al-Mansür, desde que fue proclamado en


Sevilla,a raíz del desastre de Santarem, hasta que pudo dedicarse a fre-
nar los avances portugueses en el Algarve.
Susdos expediciones de 1190 y 1191 -586 Y 587 h.- impusieron
respetoa los reyes de León y Castilla y le permitieron recobrar con
creceslas plazas perdidas al Sur del Tajo.
Al regresar a su capital volvió a caer gravemente enfermo y se
decidió,a nombrar heredero a su hijo Abü 'Abd Alláh Muhammad,
el futuro al-Násir, que apenas tenía diez años. Con las delegaciones
del Andalus y de IfrIqiya que fueron a Marrákué para reconocer al
príncipe,llegó, en el inviernodel 1191-92, el judío Yüsuf b. al-Fajjár,
embajadorde Castilla, para confirmar las treguas pactadas.
Ya'qüb al-Mansür, para convalecer y reponerse de su dolencia
va,por consejo de sus médicos, a Fez, por Rabat, y su ausencia de la
capitaldura siete meses. De Fez vuelve a Rabat, donde le gustaba
residir,y pensando, a lo que parece, trasladar a ella su corte, mandó
repararsu alcazaba y llamar a la ciudad al-Mahdiya, por su parecido
con.la al-Mahdiya de Ifríqiya, colocada en un istmo rodeado del mar,
ya mediados de julio del 1192 regresó a Marrákus. Los embajadores
cristianosde la Península volvieron de nuevo a 'su corte y presentaron
segúnel Bayan (2), condiciones inaceptables, por lo cual al-Mansür
losdespidió,rompiendo las negociaciones, dispuesto a prepararse para
una nueva expedición.
El año 589 .-1'193-, no contento con las obras que se reali-
zabanen Rabat, mandó planear en las afueras de Sevilla la fortaleza

(1) Publicada en la e Revista del Instituto Egipcio de Estudios Islámicos de


Madrid lI, 1954, vol. lI, fases. 1 y 2, págs. 1 a 71.
(2) Mi edición, págs. 153 del texto y tomo 1, pág. 176 de mi trad.
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de Aznalfarache -I:I~n al-Faray-, en la parte alta y más estrecha


del Ajarafe, para que fuese como atalaya de su llanura y sirviese de
cesidencia a los campeones de la guerra santa. Las torres de su alcázar,
que se acabó con gran rapidez, dominaban Sevilla y todo el llano,
hasta donde alcanza la vista. Desde Marrákus seguía al-Mansür con
el más vivo interés estas obras, pidiendo frecuentes pormenores sobre
su curso, e impaciente por no contentarse con las descripciones que se
le daban, hizo ir a Marrákus al arquitecto que las dirigía para acabar
de satisfacer su curiosidad (1).
Entre tanto, fracasada la misión de Ibn Munqid, embajador de
Saladino, volvió a agravarse la situación en Ifríqiya ; Qaráqüs se apo-
deró de Trípoli, que en 586 había reconocido a los almohades, y al
renovar su alianza con Yahyá b. Gániya, todo el mediodía de Túnez,
el ?aríd y la Tripolitania pasaron a manos de los· rebeldes.
Ya'qüb al-Mansür, ante las repetidas noticias que recibía del avance
enemigo, se apresuró a marchar a Rabat, para organizar en 590 una
nueva expedición contra los mallorquines y los árabes, pero al llegar
a ella y convocar a los gobernadores del Andalus para darles instruc-
ciones, se encontró con que las treguas con Castilla, firmadas en 1190,
al desembarcar para ir contra Torres-Navas y Tomar, habían expirado
y Alfonso VIII, confiando en las noticias de que el califa se dirigía
a Ifríqiya, atacaba la región sevillana (2).
Al-Mansür despidió a los gobernadores del Andalus y pasando
de Rabat a Salé se encaminó a Mequínez, pero fueron tantas y tan
angustiosas las demandas de socorro del Andalus, que se decidió a cam-
biar de rumbo, y dando a los gobernadores de Ifríqiya auxilios en
metálico, y bastantes tropas, se puso en marcha hacia la Península,
movido también por su mayor proximidad y por la abundancia de
aprovisionamienros de que en ella podía disponer.
Como prólogo a la campaña y aludiendo a esta expedición, los
cronistas árabes retocan el clisé tan conocido de Zalaca y atribuyen

(1) [bid., págs. 154 del texto y 176 Y 177 de la trad.


(2) Ibid., págs. 158 del texto y 180 de la trad. No fue Alfonso VIII en
persona, como quiere el Bayan, sino el arzobispo de Toledo, don Martín López de
Pisuerga, con sus gentes y con los caballeros de Calatrava quien pasó a sangre y
fuego la tierra del Guadalquivir, ti y anduvo por sus castiellos, encendiendo la,
tierras et las fuertes pueblas ee en cabo tornosse pora su tierra con mucha bien-
aodan~]t. Primet'1I C,ón;C/I Gmeral, p. 681.
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a Alfonso VIII y a su mujer la misma carta de desafío, dirigida


a al-Mansür, que les sirvió para que Alfonso VI provocase a Yüsut
b. Tásufín con las mismas razones: el dominio con que Alfonso 10l>
esclaviza; la norma musulmana de luchar uno contra diez, reducida
a uno contra dos, mientras los cristianos luchan uno contra diez; para
colmo del plagio, al-Mansür responde al desafío con el mismo verso
de al-Muranabbí y con las mismas frases que se pusieron en boca del
emir almorávide.
El jueves, 20 de yumada II del 591 -1." de junio del 1195-.
cruzóel califa el Estrecho y descansó un día en Tarifa (1). El gober-
nador de Sevilla salió a su encuentro con una delegación de sus prin
cipales habitantes y después de alojarse en las casas de etapa previa-
mente preparadas, llegó a Sevilla y se instaló en la Buhayra de Báb
Yahwar,donde recibió el homenaje de toda la población. El jeque Abü
Bakr b. Zuhr, con las autoridades de la ciudad, repartió las papeletas
de alojamiento y el jueves siguiente -8 de junio- recibió Ya'qüb
en audiencia privada a los miembros" de su familia.
A la otra mañana, viernes 9, fue a Aznalfarache, para admirar
las obras que con tanto empeño había ordenado, regresando el mismo
díapara hacer la oración en la mezquita mayor, y el sábado lO, rodeado
de sus visites, parientes e hijos, pasó revista a todo su ejército, ?
losinspeccionó fila por fila y cabila por cabila, alabando su marcialidad
y equipo Y distríbuyéndoles sus" sueldos y gratificaciones.
Tras un descanso de doce días, salió de Sevilla el jueves 11 de
rayab-22 de junio- y siguiendo el camino del Guadalquivir, empleó
ochodías más, para llegar a Córdoba el viernes, 19 de rajab -30 de

(1) El Bayan almobade, loco átato y el Sarif al-Garnátí en su Comentario a la


~ida de l;Iázim al-Qaqayani, cuyo texto y traducción 'doy en el apéndice segundo.
El Raw¡f.al-qirtas, p. 140 del texto y 226 de mi trad., afirma equivocadamente que
a1·Ma~ürsalió de Marriikui el 18 de yumada 1 -3 de abril del 1195- Yretrasa
sullegada a Algeciras hasta el viernes 20 de rayab -30 de junio--, fecha en que
ya estaba en Córdoba. La razzia del arzobispo Martín la atribuye a Alfonso VIII
en persona y le hace llegar hasta Algeciras para desde allí escribir la carta de reto,
que, como acabamos de ver, es una dúplica de la "que el Kitab al-ikt;¡a, .J-l;ltdtd
fIl.maw1iyya y el Kamil atribuyen a Alfonso VI. Este autor sabe, o por 10 menos
se imagina, el orden en que las tropas del Miramamolín pasaron el Estrecho y las
hacedesembarcar en Algeciras en vez de Tarifa. Pasan primero los árabes, luego
los zanata seguidos por los masmüda, los voluntarios, los guzz y los arqueros;
los aImohades, que para él son distintos-de los masmüda, y los esclavos negros soo
los últimos.
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junio- y reanudar la marcha a los tres días, el martes 23, correspon-


diente al 4 de julio. Una vez cruzado el puerto de Muradal -Despeña·
perros- se extendió el ejército almohade por la llanura de Salvatierra,
-Campo de Calatrava-. Un destacamento de caballería de Calatrava
la vieja y de los castillos vecinos salió en descubierta para informarse
del avance enemigo, pero los adalides de la vanguardia almohade 105
sorprendieron y exterminaron (1).
El Bayan confunde los hechos y la topografía al decir que ese
escuadrón avanzó contra Calatrava y sus alrededores para obtener noti-
cias, que los que estaban en el castillo les salieron al encuentro y que:
siguiendo sus pasos los exterminaron; los almo hades tomaron esto como
presagio de su futura victoria (2).
Alfonso aceptó el desafío y convocando apresuradamente a sus
vasallos se dirigió a Toledo, donde aguardó unos pocos días a que se le
reuniesen sus tropas (3). Fue a acampar en Alarcos, que era el límite de
Castilla, dispuesto a afrontar los riesgos de la batalla campal, si al.
Mansür cruzaba el puerto del Congosto (4), antes que permitirle invadir
y devastar su territorio, como lo había hecho en sus dos campañas

(1) Comentario del Sarif al-Garnárí.


(2) Pág. 161 del texto y tomo I, pág. 185 de mi trad. Calatrava-la vieja
estaba en esa fecha en poder de los freires de Calatrava y dentro de los límitesde
Castilla, desde que la conquistó Alfonso VII en 1147. Sólo al sufrir la derrotade
Alarcos fue evacuada precipitadamente por los castellanos y .ocupada por al-Mansür,
que la guarnicionó y dejó como su alcaide a lbn Qádís, basta que fue reconquistada
por los cruzados, cuando se dirigían a las Navas de Tolosa. Sa'd Zaglül, en su
monografía sobre Ya'qüb al-Mansür, fol. 44, leyendo mal los textos del R.awd
al-mi'Far, p. 163, y del Mu'yib, p. 205, dice que la vanguardia del ejército.almo-
bade, al avanzar desde Córdoba, llegó a Calatrava y se apoderó de la fortalezasin
combate, después de haberla evacuado los castellanos. Comete, además, el contri-
sentido de hacer que al-Mansíir, después de guarnicionada, avance hasta encono
trarse con Alfonso en Alarcos, olvidando que Calatrava la vieja está a unos veinte
kilómetros al Nordeste de Alarcos y que fue evacuada por los castellanos y tomada
por las tropas de al-Mansür a los dos o tres días de la batalla.
(3) Crónica latina de los reyes de Cast¡lla, edic., Cirot, p. 43.
(4) Nadie, que yo sepa, ha· tratado basta ahora de identificado: debe ser el
Puerto de- la Cabezuela. a unos veinte o veinticinco kilómetros al Sur de Ciudad
Real y de Alarcos, en la carretera de Baños de la Fuensanta al Campo de Calauava
o si acaso el Puerto del Reventón, unos diez kilómetros más al Este, cerca de Valea-
mela. El Rawtj al-qirFas lo sitúa a dos jornadas de Alarcos; al-Mansür, desde:5:1
altura, adonde le hace llegar el jueves 3 de sa'bán -13 de julio--, dominabatoda
la llanura y bajando a cruzar el Jabalón se enfrentó con las fuerzas cristianasque
estaban acampadas en Alarcos, puesto fronterizo entonces, según la Crónica de los
Reyes de Cestill«, edic., Cirot, pág. 43.
LAS GRANDHS BATALLAS DH LA RECONQUISTA 141

contra Portugal. Era tal la confianza de Alfonso en la superioridad


combativade sus soldados, que sin aguardar al rey de León, que había
llegadoya a Talavera, ni tener en cuenta el número de sus adversarios,
se lanzó a la pelea (1).
Pero antes de seguir adelante e internamos en la espesa floresta
literariaque rodea la batalla, es preciso analizar las fuentes.

FUENTESARABES

Los cronistas musulmanes son, excepto Ibn al-Atír, muy posteriores


a la batalla. El Rawej al-qirtas (2) es el más extenso y el único en damos
pormenoressobre h composición y mandos del ejército alrnohade, que
parecenfundados en informes dignos de crédito; en cambio, su relato
sobre las incidencias y el desarrollo del combate no puede ser más
confusoy embrollado. Comienza la campaña haciendo que Alfonso VII1
llegue hasta Algeciras y que desde allí desafíe insolente a al-Mansñr
conla extensa carta apócrifa, que ya conocíamos como de Alfonso VI.
Introduceen ella la novedad de que al-Mansür Ia dé para contestada
no a un secretario, sino a su hijo al-Násir, el cual, aunque sólo tenía
diezaños. dato que olvida el Rawq, al-qirtás. la contesta magistralmente,
citandoincluso el manoseado verso de al-Mutanabbí, que ya habíamos
encontradoen boca de Yüsuf b. TasufIn. Para acabar como empieza,
nosabruma con las absurdas cifras, por nadie suneradas, de combatientes
y de muertos, así como de prisioneros y de botín.

(1) A pesar de la enconada enemistad y de .las continuadas .luchas sostenidas


conCastillapor el viejo pleito del Infantado, las paces firmadas en Tordehumos el
añoanterior indujeron al rey de León a imitar el ejemplo de su padre Fernando 11.
queacudióen una ocasión análoga a descercar Santarern. También Sancho el Fuerte
habíatraspuesto.la .frontera de Castilla con sus tropas, cuando se enteró de la
derrotade Alarcos y sin más se volvió a Navarra. e Los dos fizieron su enfinca de
veniren ayuda deste rey don Alfonso a la batalla de Alarcos et aviendo ya venido
el llegadoa las fronteras del regno de Castiella, el rey don Alfonso avie ya pasada
la batallaet oyeran ellos como non fuera bien a él en ella et tollieronse de la
postUta que tenien de venirle en ayuda et tornáronse pora sus tierras ». Primera Crá-
M,a General, p. 681.
(2) Edición de Fez, p. 139; mi trad. p. 225.
.142 AMBROSIO mncr MIRANDA

El Bayán al-mugrib (1) le sigue en extensión, pero le aventaja


mucho en objetividad, moderación en las cifras y exactitud en la cro-
nología. Atribuye la iniciativa del ataque a los castellanos, que hacen
ceder al ala derecha musulmana y recalca el papel decisivo de al-Mansür
para restablecer la situación y obtener la victoria; reduce el espacio de
la lucha y de la persecución a menos de un kilómetro cuadrado, el
número de las bajas cristianas a 30.000 y el de las musulmanas a 500.
Señala la intervención de don Pedro Fernández de Castro en la rendi-
ción del castillo de Alarcos y distingue y describe con gran exactitud
las dos expediciones de J 196 y 97, que el Raw4 al-qirfás condensa en
una, tergiversando las etapas y las plazas tomadas y haciendo que se
termine el I." de safar del 593, o sea el 24 de diciembre del 1196.
El Raw4 al-mi'fár (2) adelanta casi un mes la marcha de al-Mansür
confundiendo su cruce del Estrecho con su salida' a campaña desde
Sevilla, el 15 de yumada 11 -27 de mayo--. Concreta que la batalla
tuvo lugar junto al puente de Alarcos (3) y que duró desde media
mañana hasta pasar el sol por el cenit. Coincide con el Bayán en las
30.000 bajas cristianas y las 500 musulmanas, así como en el canje
de los 5,000 prisioneros de Alarcos por otros tantos musulmanes. Es
único en acoger una versión fantástica de la victoria; según' ella, .105
cristianos se apoderaron de cierto número de estandartes enemigos y
avanzaron con ellos desplegados. Los háfices o jefes de algunas cabilas,
creyendo oue eran las banderas de los suyos, que habían dado una carga.
contra la línea cristiana, acometieron ellos también sin conocer la
situación y lograron el triunfo. Luego refunde, como el Raw4 al-qirtas,
las dos expediciones de los años 1196 y 97 Y las da por terminadas en
agosto del 1196.
El Mu'yib de 'Abd al-Wa}:lid al-Marrákusi (4) no ofrece ningún
dato de interés ni en lo que se refiere a la batalla ni en cuanto a las
dos expediciones subsiguientes. Llama al lugar del encuentro Fahs al-
yadld, que para Ibn al-Atlr es Fahs al-hadíd '-el llano del hierro-.
Escribe de memoria y afirma que las enormes fuerzas reunidas por Al·

(1) Págs. 159 del texto y tomo 1, pp. 183 Y sigts. de mi trad.
(2) L4 Péninsule ibé,ique d'apres le Raw4 al-m;tii" édic. Lévi-Provenol,
p. 17 del texto y 18 de la trad.
(3) Al baiar del cerro de Alarcos hasta el Guadiana hay, a cosa de un kilé-
metro del castillo, un puente y un molino que se llama de Nuestra Señora de AIarcos.
(4) Edición Dozy, pp. 205-6 del texto y 245 de la trad. Fagnan.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA

fonsoamedrantaron a los musulmanes y que, a pesar de ello, como


al-Mansür sólo se apoyaba en Dios y en los hombres piadosos que le
acompañaban,se le concedió la victoria. Se equivoca al dar la fecha
del 113 de julio -3 de sa'ban del 591- para el encuentro.
AI-MaqqarI pone Alarcos una vez en la región de Badajoz y otra
enla de Calatrava, haciendo que tras la terminación de las treguas y la
razziadel arzobisno Martín, enferme Ya'oüb, cuando estaba ya en Salé
dispuestoa ernorender la camnaña. Señala bien la fecha del encuentro,
quees muy reñido y en el que mueren el visir Abü Yabvá y muchos
musulmanes,hasta Que la intervención de al-Mansür decide la victoria:
Elevacon los cronistas orientales a 146.000 los muertos cristianos,
a 30.000los nrisioneros V se atreve a ooner en el botín 150.000 tiendas,
RO.OOO caballos. 100.000 mulos y 400.000 asnos. con los que los cris-
tianostransoortaban su impedimenta nor carecer de camellos. El botín,
serúnél, fue tan enorme. que se vendi6 un cautivo nor un dirhem de
platay un caba!1o nor cinco dirhernes. Hace que Alfonso, desoechado,
serape la cabeza y la barba, rompa su cruz -sic- y jure no dormir
encamani acercarse a mujer hasta tomar venganza. Inventa luego otra
batalla,y al ser derrotado Alfonso y Ilezar al-Mansür a sitiar Toledo,
no tiene ernoacho en reproducir el episodio almorávide de 'AII V la
emperatriz,cuando Alfonso VII sitiaba a Oreja. Lleva a los cristianos
vencidosa refugiarse en Calatrava y no en Alarcos, para aludir luego
vagamentea un nuevo sitio de Toledo y a la segunda expedición del
593,al regresar de la cual firma Ya 'qüb las treguas con Castilla (1).
De los cronistas orientales no podía esperarse, en general, que
estuviesen mejor informados que sobre la batalla de Zalaca, envuelta por'
ellosen tantas fantasías. Sólo Ibn al-Atír, como contemporáneo de los
sucesos,podía haber obtenido una referencia directa y sensata; pero,
paragran decepción nuestra, es el primero en aceptar las versiones más
disparatadasy es el culpable de que al-NuwayrI, al-MaqqarI e Ibn Ja-
llikán lo sigan en sus errores y desafueros. Atribuye antes que nadie
aAlfonsoVIII la carta apócrifa, que hemos encontrado ya en el Rawtj
al-qir{ás y en al-Maqqarí y es el precursor de todos en cuanto a las
enormidadesde bajas, prisioneros y botín. Da variantes ridículas a la
desesperación de Alfonso, como el juramento de montar s6lo en burro.

(1) Ana/utes, 1, 289, Y 11, 625.


144 AMBROSIO -HUleI MIRANDA

Cita una nueva batalla en rabí' primero del 592 -febrero del 1196-
con el sitio de Toledo y después de la expedición del 593, atribuye
a las noticias recibidas de IfrIqiya las treguas que acepta al-Mansür (1).
Ibn jallikán, basándose en un libro que vio en Damasco, escrito
a fines del 768 -1367- por Tay al-Dín 'Abd Alláh b. Hamuyih,
dice que al acabarse las treguas de cinco años, a fines del 590, pensó
al-Mansür en renovar las hostilidades, convocó a gobernadores y jeques
y concentró sus tropas en Salé, pero al caer enfermo gravemente, aban-
donó el proyecto de guerra santa. Dato falso, pues al-Mansür había
caído enfermo el 588, al volver de su expedición contra Silves, y los
preparativos hechos en 590 no se interrumpieron. Alfonso envía un
embajador, como su abuelo, a Mu'tamid, pidiendo castillos con la con-
sabida carta insultante que dice la escribió el judío islamizado Ibn al-
Fajjár, conocido visir y embajador de Alfonso. Da' también la misma
vieja respuesta con el verso de al-Mutanabbí, pero reconoce que toda
esa correspondencia y desafío proceden de al-Sayrafí, historiador de
los alrnorávides, que los había atribuido a Yüsuf b. Tásufin.
Cree con muchos nobles magribíes que el ataque lo inició Alfonso.
que el encuentro tuvo lugar en Mary al-hadíd, cerca de Calatrava,
donde-había un río, que al-Mansür cruzó hasta llegar al campo cristiano;
que-presentó batalla el jueves, 9 de.safar del 591, y que la victoria la
decidió una violenta carga almohade. El rey cristiano se salva gracias
a la llegada de la noche; afirma que los almohades no hacían prisio-
neros, y no menciona para nada a los sitiados en Alarcos. Al amanecer
del día siguiente los fugitivos evacuan Calatrava. No distingue la cam-
paña del 592, y una vez tomada Calatrava hace que el califa se vuelva
a Sevilla sin poder entrar en país enemigo por el exceso de botín. La
razzia del 593 la corta por las noticias recibidas de Ifriqiya, que le
obligan a aceptar las treguas propuestas por Alfonso (2).
Al-Nuwayrí, siglo y medio posterior a los hechos, se limita a copiar
servilrnente a Ibn al-Atír, y no merece comentario. Ellfulal al-mawJiyya
e Ibn al-jatíb apenas aluden a la batalla, -y al-Saláwí, en su Kitáb al-
istiq!ii se contenta con hilvanar en su relato sin ningún criterio
J

retazos de los autores ya estudiados. Ibn J aldün da también una refe-


rencia escueta del encuentro, pero comete varios errores graves. Pone

(1) KamU, XII, pp. 74-5.


(2) Wafayat al-a'yan, 11, 376.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 145

a Alarcoscerca de Badajoz; los emires de los cristianos son, según él,


AlfonsoVIII, Fernando II de León, o sea el Baboso, fallecido hada
años,y el hijo de Enrique, esto es, e! rey portugués, que entonces era
Sancho1. Cifra en 30.000 las bajas cristianas, y hace que los 5.000
caballerosrendidos en e! castillo sean canjeados por otros tantos cautivos
musulmanes (1). Yüsuf b. 'Urnar, biógrafo de al-Mansür, cuya obra
perdidaes la fuente de! 'Ibar y del Bayan, atribuye también 30.000
bajasa los cristianos y 500 a los musulmanes, y hace huir a Alfonso
todala noche con unos veinte jinetes solamente.
Finalmente, me encuentro con una nueva fuente, donde menos la
esperaba.Abü-l-Oásim Muhamrnad b. Ahmad al-Hasaní al-Sarí] al-
Andalusi al-Sibtí, conocido por al-Saríf al-Garnátí, muerto en 760
-1359-, compuso un comentario a la Qatida maqsüra, de Abü-l-
HasanHázirn al-Oartáj'ani, y a propósito de un par de versos dedicados
a la batalla de Alarcos, nos da una larga referencia de esta victoria
almohade,que si no por la mucha novedad de los datos, se distingue
porla ecuanimidad con que huye de todas las exageraciones que hemos
encontradoen casi todos los cronistas anteriores.
Afirma que el plazo de las treguas con Castilla había expirado \1
queAlfonso envió su embajador a Marrákus para prorrozarlas, con e!
ánimode violarlas luego, mientras al-Mansür iba a Ifrloiva. Al atacar
una columna cristiana la región de Sevilla y arrasar el Ajarafe, al-
Mansür desoide al embajador cristiano y le hace regresar a la Península.
Elcalifacruza el mar desde Alcazarsezuir, e! jueves, 20 de yumada II
del 591,y permanece sólo un día en Tarifa. Revista a sus tropas en
Sevillay oasando por Córdoba llega a Alarcos. Un destacamento de los
cristianosde Calatrava. aue sale de descubierta, al acercarse los musul-
manes,es derrotado par la vanguardia de al-Mansür, Este, al acampar,
pideperdón a sus soldados y les hace madrugar al día siguiente y des-
plegarse para la batalla. El se queda en la zaga, detrás de todos, forra-
leciendosus espaldas. Los cristianos, en su acometida, chocan con los
Hintáta, matan al visir Abü Yahyá y desbaratan en parte el ala derecha
musulmana.Entonces al-Mansür . avanza solo entre Ías filas de la -primera
líneaque, enardecida con su presencia,' se lanza al ataque decisivo antes
deque la caballería cristiana inicie la segunda carga.

(1) 'Iba" l. 329.

1~LA8 GRANDES BATALLAS •••


146 AMBROSIO HUleI MIRANDA

Acoge con un « se dice» el número de cerca de 30.000 para las


bajas cristianas y de muy pocas para los personajes musulmanes, sin
indicar las de los soldados muertos. Alfonso huye con veinte jinetes y
pasa por Toledo. Una parte de los castellanos derrotados se encierra en
Alarcos, « unos cinco mil, se dice, entre pequeños y grandes, mujeres
y hombres ». Un caudillo cristiano, amigo de los musulmanes, pacta
su canje por otros tantos cautivos musulmanes.
Después de esta referencia de la batalla, cuya fuente no cita, amplía
su relato con datos de una carta escrita por Abü-l-Mutarrif b. 'Amíra (1)
y dirigida a Abü Zakariyá', padre de al-Mustansir, el primer califa
I
hafsí de Túnez, a quien está dedicada la qaslda, e hijo de Abü Muham-
mad 'Abd al-Wáhid, el gran gobernador de IfrIqiya, vencedor, con al-
11 Násir, de Yahyá b. Gániya y que ya antes, bajo Ya'qüb al-Mansür, se
1
I distinguió extraordinariamente en Alarcos y mereció los más cálidos
elogios en su discurso-testamento.

I Abü-l-Mutarrif atribuye a este Abü Muhamrnad 'Abd al-Wá~id


I el papel principal en el logro de la victoria, pues mientras su hermano
Abü Yahyá, el visir, con los Hintáta era acometido en el centro y muerto
iI por la caballería cristiana y sus soldados se desbandaban, Abü Muham-
mad 'Abd al-WáQid, al mando de los andaluces y de los voluntarios en
I1 el ala derecha, atacó la colina en que Alfonso VIII tenía su campamento,
11 apoderándose de él con muerte de sus defensores y cuando los caballeros
I
1 enlorigados de Castilla se preparaban para una segunda y decisiva carga,
! I
I, al ver su campo asaltado y ante el riesgo de verse envueltos por la
espalda, se declararon en derrota y se dieron a la fuga.
iI No cita para nada el gesto decisivo, según otros autores, de Ya'cñb
al-Mansür, y como servidor cortesano del hafsl al-Mustansir, atribuye
I
toda la gloria del triunfo a su abuelo, el célebre 'Abd al-WáQid.
I
A continuación se apodera al-Mansñr de algunos castillos. Tuvo'
lugar el encuentro desde media mañana del miércoles, 9 de sa'ban, hasta
empezar a declinar el sol al mediodía. El lunes, 15 de rajab del 592,
I emprende su segunda expedición yendo contra Talavera, y en 593 la
11
I~ tercera, de la que no da detalles. Los reyes cristianos piden la paz, que

11 (1) Célebre historiador, jurista y poeta valenciano, nacido en Alcira en 582


-1186-, v fallecido en Túnez hacia el 658 -1258-. Véase Lévi Provencalen
su ed. parcial del Rawq, al-mi'far, pág. 41, con las citas de los autores que lo han
biografiado.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 147

se les concede, imponiéndoles condiciones. Como la qaslda está dedicada


al emir l).af~I de Túnez, Abü Zakaríyá', el comentarista celebra el he-
roísmo de su antepasado Abü Yahyá, el Mártir, y de los demás miem-
bros de su familia que se distinguieron ese día (1).
Es muy marcado el contraste que hay entre este relato ponderado,
parecido al del 13ayán, aunque poco concreto, y las desorbitadas pro-
porciones que le da la imaginación de los cronistas tardíos, cuyos relatos
acabo de exponer. Las versiones erróneas o incompletas, el descono-
cimiento de la topografía y de la historia peninsular, las leyendas flore-
cidasen el clima propicio de una victoria campal, así como la propaganda
y el patriotismo exagerado han formado las sucesivas capas de relatos
falsos o adulterados sobre la verdad histórica de esta campaña. Ninguno
de los cronistas árabes que tratan de Alarcos y de las dos campañas
siguientes es andaluz, excepto el SarIf al-Garnátí, ni dedica su obra
a estudiar especialmente el imperio almohade; todos son norteafricanos
u orientales, que hablan de pasada de la batalla o resumen su exposición
en el cuadro de historias generales.

FUENTES CRISTIANAS

Tres son las que tienen importancia para el estudio de Alarcos


y, al revés de 10 que ocurre con las musulmanas, las tres son con-
temporáneas y de autores peninsulares.
La más interesante y objetiva es la Crónica latina de los reyes de
Cestilla (2), cuya narración termina en 1236, casi al mismo tiempo que
el Kámil de Ibn al-Atír y que, a pesar de su ardiente patriotismo y de
su incondicional devoción por Alfonso VIII, es objetiva, conoce por
información directa los sucesos, se apoya en una cronología exacta y
ofrecemuchos datos inéditos. Según ella, Alfonso VIII, al terminar las

(1) La Qa!ida maq!iira fue editada en El Cairo el año 1344 de la héjira


-1925- y es un libro poco conocido, cuyo contenido poético ha estudiado E. García
Gómezen el primer vol. de Al-Andalas, fase. 1, pp, 81 ss. Brockelmann, 1, 269,
diceaue el Comentario del Sarif al-Gárnarí es rico en noticias históricas, mientras
queGarcía Górnez cree que en general la obra no tiene zran valor documental. Yo
sólohe estudiado el eoisodio de Alarcos, y a juzgar por él valdría la pena examinar
COl\. más detención todo su contenido.

(2) Editada por G. Cirot con el título Cbronlque latine des rois de Castille
iusqu'en 1936, tirada aparte del Bulletin Hispanique, pp. 41 ss.
148 AMBROSIO HUICT MIRANDA

treguas, declara la guerra a los almohades y hace que el arzobispo don


Martín López de Pisuerga dirija una algarada por Andalucía, sin más
mira que la de causar daños y hacer botín. Pondera el poder y la ex·
tensión del imperio almohade y señala -dato inédito- el Congosto
como el lugar en que acampa .al-Mansür, a la vista de Alarcos. Atribuye
a Alfonso la decisión de presentarle batalla antes de que invada Castilla
y reconoce que, a pesar de las advertencias de sus consejeros, no quiso
aguardar a los leoneses, que estaban ya en Talavera. Nos ofrece la
novedad del despliegue cristiano el 17 de julio para dar la batalla,
que el enemigo no acepta. Como era de suponer, la Crónica latina trata
de justificar la derrota castellana y asegura que, convencidos los soto
dados de Alfonso de que el Miramamolín no quería aceptar el combate.
se vieron sorprendidos al día siguiente con el despliegue enemigo y
acudieron a la lucha temerosos y en desorden; indica también que la
superioridad en arqueros y el número infinito de las flechas lanzadas
por los almohades causó muy graves pérdidas a los cristianos y debió
frenar por completo sus acometidas. Nos presenta a Alfonso lanzándose
a lo más recio de 'la pelea para morir honrosamente, antes que retirarse
vencido. Su séquito lo saca casi a la fuerza y se retira a Toledo, mientras
don Diego López de Haro, sitiado en el castillo, se salva, dando unos
rehenes. Guarda silencio sobre las condiciones poco' honrosas en que
lo hizo y pasa a puntualizar las fortalezas tomadas por los almohades
a raíz de su victoria. Está muy bien informado sobre las dos campañas
de los años siguientes, tanto en lo que se refiere a la ofensiva almohade-
leones a como al contrataque castellano-aragonés contra León.
El arzobispo don Rodrigo Ximénez de Rada, en su Historia (1),
se deja influir por la superioridad estilística de la lengua árabe, que
conocía, e imita la conceptuosa y elegante prosa rimada de los escritores
musulmanes. Ya al hablar de la toma de Cuenca recurre a estos primores
lingüísticos que tan mal encajan en el latín y el romance medieval.1~
parece que el carácter épico de los grandes acontecimientos requiere

(I) Hispania IIlustrata, 11, 116.


LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 149

ese énfasis oratorio y vuelve a usado al tratar de Alarcos (1) y aún lo


usará con más emoción verbal al cantar el triunfo de Las Navas. Pero,
a costa de ese preciosismo, su descripción es tan anodina y lírica que no
nos brinda ningún dato ni aspecto nuevo; es más, al exponer luego las
dos campañas almohades que siguieron a la de Alarcos, las confunde,
poniendo la segunda. antes que la primera y entremezclando desorde-
nadamente las etapas y los asedios, lo mismo al tratar de las incursiones
de Ya'qüb en Castilla, que al exponer las entradas de castellanos y. ara-
goneses en León, a pesar de ser contemporáneo de los hechos y pode:
tener una información personal y directa.
La Primera Crónica general traduce el texto del arzobispo con
bastante exactitud, y no merecería especial atención si se limitase a ello,
pero en la redacción portuguesa introduce el episodio tan interesante
de la rendición del castillo de Alarcos y de las intervenciones y diálogos
llenos de vida, que recogidos de la tradición oral, nos hacen ver el
fondo del cuadro con sus perspectivas psicológicas y los pormenores
más sabrosos de la acción.

(1) He aquí cómo practica el arzobispo esa imitación:


Firmavit vultum versus Alarcuris
- et faciem indignationis ad regnum Toleti;

Plana Tolosae nudavit pascuis


- et scopuJ,orumsemiras ampliavit ungulis;

Transivit montis supercilia


- et in multitudine nimia siccavit rivos;

Ignorar homo viam Altissimi


- et filii Adae consilia Celsi ;

que la Primera Crónica general traduce así, p. 681, conservando en lo que puede
la novedadde su estilo:

Firmaron la su cara contra Alarcos


- et la faz de su sanna central regno de Toledo .
. Los llanos de Tolosa despojo de sus pastos
--et ensancho ellos senderos de los pennedos con hunnas
(de cauallos
......... (suprime este hemistiquio)
- er con la grand muchadumbre seco los ryos;
Non sabe omne la carrera del muy altO
- nin saben los fijos de Adam los consejos del
AMBRÓSIO HUICr M!RANDÁ

La versión popular que ha recogido y conservado este acto final


de la tragedia de Alarcos ha sido aderezada luego con pinceladas eíec
tistas, haciendo que don Diego López de Haro hubiese jurado, a lo
largo de su accidentada carrera militar, no hacer jamás las cuatro cosas
contrarias a su pundonor de soldado, que las circunstancias le impu
sieron juntas este día, para así dar más realce a su trágica desventura.
El tercer autor contemporáneo, a quien me he referido antes,es
Lucas de Tuy que, como leonés y partidario decidido de Alfonso IX,
es muy corto en su exposición y apenas hace más que justificar, como
puede, la conducta de su rey (1).

DESARROLLO DE LA CAMPAÑA

Después de pasar revista a las fuentes históricas, voy a coordinar


sus distintos datos, muchas veces contradictorios, y la manera personal
con que ven y presentan este episodio de la reconquista, para sacar
las posibles conclusiones que su crítica nos permite formular.
Según el Raw4 al-qirtas, la marcha de al-Mansür en busca del
enemigo fue rapidísima hasta acampar a dos jornadas de Alarcos,sin
detenerse en su camino ni aguardar a nadie; rapidez muy relativa,ya
que, habiendo pasado el Estrecho el 1 de junio, no llegó al Congosto
hasta el 13 de julio; pero es cosa bien sabida la pompa solemne y el
pausadísimo ceremonial con que se movían los califas alrnohades.Al·
fonso, por su parte, apenas se enteró de la travesía del Miramamolín,
mandó a sus vasallos que le siguiesen a toda prisa; y él mismo, con
extremada celeridad, acudió a Toledo, y aguardando sólo unos poco,
días para concentrar sus fuerzas se dirigió a Alarcos, donde acampó,
dispuesto a cortarle el paso a al-Mansür.
Una vez en el Congosto, el 13 de julio, al-Mansür, ante la innu-
nencia de entrar en contacto con el enemigo, convocó una reuniónde
todos los jefes del ejército almohade, y el visir Abü Yahyá, nieto del
gran jeque 'Umar Íntí, se levantó, como presidente nato de la Asam·
blea, y les pidió, en nombre del califa, que le perdonasen sus faltasy
que purificasen sus almas para combatir por Dios. Los asistentes, a su

(1) Hisplltlia IlluSII'4U, IV, 101.


LAs GRANDBS BATALLAS DE LA RECONQUISTA 15Í

vez,emocionados, pidieron perdón a al-Mansür, y el cadí Abü 'Ali


b. l:fayyaypredicó un elocuente sermón exhortando a todos a hacer lJ
guerrasanta.
Tras estos piadosos preliminares se celebró consejo de guerra; se
pidiósu opinión primero a los almohades V luego a los árabes, los
Guzz,las cabilas zanatas y los voluntarios. Al-Mansür, después de
oídos,llamó a los caídes del Andalus, que si bien eran de menos valor
combativoque los soldados del Magrib, conocían mejor la táctica
cristianay estaban habituados a su manera de pelear.
El caíd Abü 'Abd Alláh b. Sanádíd (1), en nombre de todos, le
aconsejódesdoblar su ejército, ya que era tan numeroso, y dar el mando
dela mitad de él, con la enseña califal, al jeque almohade más de su
confianza,para que los castellanos lo confundiesen con el propio Arní:
al-Mu'rninín,y quedándose él con su zaga, los almohades y la guardia
negra,sostener a las tropas de vanguardia, si se veían arrolladas y en-
volvera Alfonso cuando más ocupado estuviese en luchar con ellas.
El recuerdo de Zalaca se hace tan vivo al describir esta batalla,
queel Raw4 al-qir;iis no puede sustraerse al impulso de augurar con
unaaparición en sueños la próxima victoria. En Zalaca es el alfaquí
Al)madb. Rumayla, a quien el Profeta anuncia el triunfo, según el
Raw4 al-mi'{ár; en Alarcos se aparece en sueños al Miramamolín un
caballeroque baja del cielo sobre un caballo blanco muy hermoso, que
hacerecordar a Santiago, con un estandarte verde desplegado en la
mano,que cubría el horizonte, y le dice: « Soy un ángel del séptimo
cieloque he venido de parte del Señor de los mundos a anunciarte la
victoria»(2).
Por su parte, la Primera Cr6nica general da cabida a otra visión
deAlfonsoVIII, en la que se le hace saber que por los siete años que
moróen la judería de Toledo con una judía, « por eso fuste vencudo en
labatallade Alarcos et perdiste y toda tu gente » (3).
El sábado 5 de sa'ban -15 de julio- ocupa el Miramamolín la
tiendaroja, preparada para el combate; y de acuerdo con el plan adop-
tadoen consejo la antevíspera, llama a su visir, el jeque Abü Yahyá

(1) A quien cita el Bayán en la campaña del año 1196 por haberle destinado
aJ·Man$ür a cooducir las mujeres y los niños rendidos en Montánchez hasta país
cristiano;pág. 170 del texto y tomo 1, pág. 194 de mi trad.
(2) Pág. 142 del texto y 229 de mi trad.
(3) Pág. 685.
152 AMBRÓSIÓ aurcr MIRANDA

b. AbI Hafs (1), y confiándo1e el estandarte califal lo envía en vanguar


dia con las tropas andaluzas, los árabes, zanata, voluntarios y demás
cabi1as magribíes, llevando como guardia personal a la cabila de Hin
tata, a la cual él pertenecía. Luego se nos expone minuciosamente la
distribución de mandos de los diversos cuerpos de ejército, distribución
que es muy interesante si, como parece, se basa en fuentes fidedignas
y no es un producto de su exaltada imaginación.
Ese día, 15 de julio, y e! lunes 16, cubrirían las dos jornadas que
los separaban de Alarcos (2). Esta cronología parece confirmar lo que
dice la Crónica latina (3), o sea, que e! 17 de julio, al ver que los almo-
hades habían llegado frente a Alarcos y estaban a dos tiros de flecha
de las fuerzas de Castilla, Alfonso les presentó batalla, pero que al-
Mansür aprovechó ese día para descansar y disponer sus fuerzas.
Mandó a sus tropas armarse y prepararse esa noche para madrugar
al día siguiente y salir al campo en que los había aguardado el
rey de Castilla; dejando sus bagajes e impedimenta bien guardados en
su campamento, avanzaron en ordenada calma hasta colocarse a una
distancia de dos flechas o menos de! enemigo, al que distinguían clara-
mente. Al-Mansür se situó con su séquito personal y la guardia de su
zaga detrás de todo e! ejército para asegurar sus espaldas y ver y observar
su actuación. .
El visir Abü Yahyá colocó, según el Rawq, al-qir{as, a los andaluces
en su ala derecha y a los magribíes en la izquierda; puso a los volun-
tarios, los Guzz y los arqueros en la vanguardia, y él, con su cabila de
Hintata y la enseña califal, se situó en e! centro. Esta distribución
arbitraria de! Rawq, al-qirtás encierra e! contrasentido de que, según el
mismo autor, e! cuerpo de caballería cristiano que inicia e! ataque arrolle
a los Hintáta en e! centro y mate a su visir Abü Yahyá sin tropezar
con la vanguardia, cuyos componentes, de pronto, rodean por todas
partes a los ocho o diez mil caballeros atacantes y los exterminan (4).

(1) Nieto del famoso Abü i:Iaf~'Umar Inti, 'brazo derecho de 'Abd al-Mu'min
y abuelo de los sultanes hafsíes de Túnez, que, por morir él en esta batalla,se
llamaron «los hijos del mártir ».
(2) Llevando en vanguardia al caíd Ibn Sanádíd con los andaluces; el Rawd
al-qir[as repite su observación sobre la marcha a Zalaca y hace también aquí que
en el sitio de donde descampan al amanecer las tropas del visir Abü Yal:lya,acam-
pen al atardecer las del Miramamolín, hasta dar vista al campamento cristiano.
(3) Pág. 43.
(4) Pág. 143 del texto y 229 de mi trad.
LAS GRANDES &ATALLAS OE LA ~ECONQOISTA lB

El mando de la primera línea 10 tomó su primer mmistro Abü


Yahya, nieto de 'Urnar Íntí y tío de Abü Zakariyá', el fundador de la
dinastía hafsí, que con otros muchos musulmanes cayó en el primer
choque con la caballería cristiana. El conocido caíd Ibn Sanádíd es el
jefede los contingentes andaluces, dato <lue corrobora el Raw4 al-mi'!ár,
Abü Jalid Mahyü b. Ab¡ Bakr, padre del emir benimerín Abü Muham-
mad 'Abd al-Haqq, asiste como voluntario con sus benimerines y. al-
Mansür le da el mando de todas las cabilas zanata; es herido en la
batalla y muere en 592, al sur del Záb, a consecuencia de las heridas.
Los árabes están bajo el mando de ?armün b. Riyáh ; los Magráwa
bajo el de Mandil; los 'Abd al-Wadíes bajo Yábir b. Yüsuf; los Banü
Tuyin bajo 'Abd al-Qawí ; los Hasküra y los demás Masrnüdas baje
TajIiyün ; los Gomara bajo Muharnmad b. Munqafád (1) y los volun-
tarios bajo el I:Iáyy Abü Jazir Yajluf al-Awrabí (2).
Antes de iniciarse el combate, el emir árabe Yarmün b. Riyáh se:
pone a recorrer las filas musulmanas y a esforzar los corazones de los
0
combatientes, recitándoles el versículo 8. de la Sura XLVII del Alcorán.
Los cristianos, que según él estaban en 10 alto de la colina de
Alareos,al lado del castillo (3), se lanzaron al ataque, destacando un
cuerpo de siete a ocho mil caballeros, todos cubiertos de hierro, de
yelmos y de brillantes mallas. Hace que los pregone~os del visir Abü
Yahyá, al vedas bajar, griten: « i Compañeros musulmanes, resistid
en vuestras filas; no abandonéis vuestros puestos, ofreced vuestra in-
tención y vuestras obras a Dios y tenedlo muy presente en vuestros
corazones; porque una de dos: o conseguís el martirio yel paraíso o el
méritoy el botín ! »_
Entonces el jeque 'Amir, del que .no nos da más datos, recorre
a su vez las filas, diciendo: « i Siervos de Dios, vosotros sois el pueblo

(1) Yüsuf b. Munqafiid se rebeló con los Gomara contra Yüsuf 1 y fue ven-
cidoy muerto. Este Muhammad parece su hermano y es extraño que ahora se le dé
el mandode confianza de los Gomara.
(2) Ibn Jaldün dice, en cambio, que a los voluntarios los mandaba Abü
Muhammad, hermano del visir Abü Yahyá.
(3) Nueva falsedad del Rawrf, al-qirFás, pues no sólo no cabían en el cerro
de Alareoslos innumerables soldados que atribuye a Alfonso, sino que además
constapor la Crónica latina que los castellanos se desplegaron en el llano para el
encuentro,y es absurdo que los almohades se acercasen tanto a la ladera de la
colinapara recibir en condiciones desfavorables la carga de la caballería enemiga.
154 AMBROSIO HUlCI MlRMIDÁ.

de Dios; resistid en el combate con los enemigos de Dios, porqueel


pueblo de Dios será protegido y vencedor! lt.
Alfonso, que conocía el escaso empuje combativo de las abigarra.
das fuerzas almohades, por las pruebas que de sí habían dado en las
campañas de Huete y Santarem, bajo el anterior califa Yüsuf, despreció
el imponente número de los combatientes con quienes iba a enfrentarse
y no contó con el valor personal y la energía de al-Mansür, tan superior
a la de su padre. Convencidos él y sus soldqdos de que los almohades
no se atrevían a aceptar la batalla campal, se turbaron desorientados,
al ver que el Miramamolín desplegaba sus tropas en el mismo sitioen
que ellos habían ofrecido el combate. Rápidamente y en tumultuoso
desorden salen los cristianos de su campamento y se lanzan a la lucha.
Coinciden el Bayan y la Chronique latine en afirmar que los cristianos
se vieron sorprendidos ese día por el despliegue almohade y que preci-
pitadamente y sin el debido orden se lanzaron al ataque. Cuando vieron
que no tenían más remedio, según el Bayan, que combatir, cayeron
desde sus posiciones en sucesivas oleadas sobre el enemigo y llegaron
hasta sus banderas, que resistieron firmes; entonces se desviaron hacia
la derecha, poniendo en fuga a un contingente de voluntarios y de
gente baja.
En cambio, según el Raw4 al-qirtas, la caballería castellana, que
avanzaba en masa y en perfecto orden, bajó hasta casi tocar las puntas
de las lanzas musulmanas con los pechos de sus caballos; luego, sin
que se nos explique el por qué, retrocedieron un poco y volvieron a dar
otra carga tan espectacular como ineficaz y se prepararon para el tercer
ataque, que fue efectivo. El caíd Ibn Sanádíd y el jeque árabe ?armüm
clamaban a grito herido: «i Resistid, compañeros, que Dios conso-
lidará vuestros pies en este choque! lt.
S610 entonces parece que los cristianos llegaron a chocar con el
centro musulmán, que mandaba el visir Abü Yal).ya (1), a quien, de
acuerdocon el plan presentado por el Raw4 al-qirtas, tomaron por el
Miramamolín, como si no supiesen que éste, con su tienda roja bien

(1) AI-Maqqari, Anslectes, 11, 695, llama Abü Zakariyá' y no Abü Ya~ya
al visir baf~i, a quien al-Mansür pone bajo las banderas califales; mientras más
eodicioso se ceba Alfonso en él y en sus tropas y cuando menos lo esperaba cae
sobre él el Califa y lo derrota; parece, 'por lo tanto, indicar que hubo envolvimiento
comoen Zalaca.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA

visible, estaba en la zaqa -zaga- (1). El visir resistió heroicarnente


hasta alcanzar el martirio con muchos contribules suyos de Hintáta.
Después de darnos tantos pormenores sobre las arengas y la actuación
de los caudillos musulmanes, se olvida de señalar el dato decisivo de
la intervención personal del Miramamolín; niega que las líneas almo-
hadescediesen en lo más mínimo y embrolla el desarrollo del combate
pues mientras el centro con el visir sufre todo el peso del ataque, la
vanguardia avanza y rodea a los cristianos y las dos alas, que para él
sonuna sola al mando del caíd lbn Sanádíd, asaltan la colina de Alarcos,
donde estaba Alfonso con 300.000 hombres entre infantes y jinetes.
Mientras el Rawq, at-qirtás pone a los voluntarios con los Guzz y
los arqueros en la vanguardia y a los andaluces en el ala derecha, el
Bayán afirma que en esa ala derecha estaban los voluntarios con una
mezclade tropas de la zaga y de soldados poco aguerridos, los cuales
fueron los que empezaron a ceder.

INTERVENCION DE AL-MAN~ÜR. VICTORIA MUSULMANA

Al ver el polvo que levantaban en su huida, al-Mansür, con su


habitualheroísmo en tales ocasiones, exhortó a su séquito a renovar su
decisióny esfuerzo, y dejando a su zaga se adelantó solo y recorriendo
las líneas de combatientes, los alentó a luchar. Su vista y su ejemplo
enardecierona los musulmanes, que atacaron decididos.
El combate es de un encarnizamiento horrible, y el cuerpo de
caballeríacristiana que dio la primera acometida --que 'ahora eleva el
Raw4 al-qirtás a 10.000 hombres y que eran los caballeros de Cala-
trava-, elegidos por Alfonso y juramentados para no cejar ni dejar
musulmáncon vida, vuelven las espaldas de súbito y huyen hacia la
colina,pero ya el ejército musulmán los había envuelto, interponién-
doseentre ellos y lüfonso; retroceden al llano y son exterminados por
tropasdel ala izquierda y de la vanguardia almohade.
El Miramamolín, para el Rawq, at-qirtás, había permanecido entre
tantOinactivo y, además, según el consejo de lbn Sanádíd, oculto, como
Yüsuf en Zalaca, tras otra colina imaginada por él con la misma

(1) Según lo confirman. canto el Rawlj al-q;rtas, como el BayafJ y el SarIf


al,Garnip.
1~6 AMBROSIO HUleI MIRANDA

despreocupación y el mismo desconocimiento de aquella llanura y del


extenso panorama que desde el castillo de Alarcos se dominaba.
No era hombre al-Mansür para permanecer oculto o inactivo du
rante el encuentro. Ya en la batalla de al-Hamrna, en 583 -1187-
cuando sus consejeros y los altos jefes del ejército le pedían que se
guardase de asistir a la lucha y que se mantuviese en el campamento
a espaldas de los combatientes como un baluarte al que se acogiesen,
los rechazó y tuvo ese consejo por loco. Apareció ante sus soldados
e hizo adelantarse a los jefes, yendo él tras ellos, con el orden que había
dispuesto (1).
En Alarcos, tras acercarse hasta estar a la. más clara vista del
enemigo, se mantuvo en la zaga asegurando las espaldas de los suyos,
viéndolo y oyéndolo todo; cuando llegó el peligro de la derrota dejó
a su zaga, y separado de su séquito avanzó con gran valor, y pasando
por las filas y las cabilas les dirigió palabras concisas para que cayesen
sobre el enemigo.
Es por lo tanto totalmente falsa la versión de que s6lo cuando
unos jinetes árabes corrieron a toda brida a anunciarle el exterminio
de la caballería cristiana, avanza él también y llega a tiempo para des·
baratar al impío Alfonso. Este, a quien no había abatido la Pérdida de
sus 10.000 caballeros enlorigados, se disponía a cargar con sus 300.000
hombres sobre los musulmanes, cuando oyó a su derecha los tambores,
que conmovían la tierra, y las trompetas, que llenaban con sus ecos
montes y valles, y levantando los ojos vio la enseña blanca de al-Mansür
que avanzaba al frente de los almohades.
Alfonso preguntó qué era aquéllo, como si pudiese ignorarlo, y
entonces se hace surgir al costado del rey a un convencido musulmán
que le dice sin el menor reparo: «i Es, i oh maldito !, el Mirama-
molín, que se acerca, porque hoy no te han combatido todavía más
que los adalides y las avanzadas de su ejército ». Bastó esto para sembrar
el espanto en los 300.000 hombres de Alfonso, que abandonaron la
colina perseguidos por los almohades. El Rawq, al-qir{ás, que tampoco
tiene la menor idea de cómo era la colina de Alarcos ni de la disposición
de su castillo, hace que los almohades lo rodeen, pensando que Alfonso
se había encerrado en él; pero éste entra por una puerta y sale por

(1) Bayan almohade, pág. 111 del texto y 133 del t. 1 de mi uad.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 157

otra, tras lo cual, contra toda verdad, los musulmanes asaltan la forra
leza, pegan fuego a sus puertas, y se apoderan de todo lo que había
en ella, haciendo prisioneros a 24.000 caballeros cristianos, a los que
al-Mansür pone en libertad para hacer gala de su grandeza de ánimo
y de su generosidad.

BAJAS Y PRISIONEROS

Una vez lograda la victoria, sólo el Ba'Yan se mantiene tolerable


mente ecuánime y con él el ~arIf al-Garnátí e Ibn Jaldün. Su relativa
exageración de la cifra de muertos y de prisioneros la basan en los
datos de Yüsuf b. 'Urnar.. secretario y biógrafo de al-Mansür, quien
las eleva a 30.000 muertos para los cristianos y a 500 para los
musulmanes, y cuentan 5.000 cautivos en el castillo de Alarcos, cifras
muy abultadas. pero que parecen casi razonables comparadas con las
de Ibn al-Atír, que se toma la desaforada libertad de elevar a 146.000
los muertos cristianos y a 20.000 los musulmanes; los prisioneros son
13.000 y el botín cogido sube astronómicamente a 46.000 caballos,
100.000 mulos, 100.000 asnos, 70.000 armaduras y 60.000 adargas.
Al-Nuwayri y al-Maqqarí lo copian, y el Raw4 al-qir[as, campeón de las.
cifras,como siempre, coloca en la colina de Alarcos a más de 300.000
cristianosy. casi los extermina, pues dice que el número de sus muertos
fue tan grande que sólo Dios lo conoce; hace a 24.000 caballeros
caer prisioneros en el castillo y en seguida lleva a al-Mansñr, devas
tanda el país sin resistencia, hasta llegar a ?abal Sulaymán -cuesta
de Zulema-, junto a Alcalá de Henares.
Los cronistas árabes compararon esta victoria con la de Zalaca, y
hastala juzgaron más brillante y más eficaz; en efecto, mientras Yñsuf
b. Tásufln se volvía a Marruecos sin sacar ningún partido de su triunfo,
al-Mansür avanzaba por tierra cristiana a continuación de su victoria
y tomaba Alarcos, Guadalferza, Malagón, Benavente, Calatrava y Cara-
cuel,y los dos años siguientes realizaba profundas operaciones de castigo
entierra castellana, sin que Alronso VIII y su aliado, el rey de Aragón,
se atreviesen a enfrentarse con él.
158 AMBROSIO HUIO MIRANDA

LA DERROTA CASTELLANA. SUS CAUSAS

En todo este largo y confuso relato, encontramos, por lo que se


refiere a los cronistas musulmanes en general, las mismas caracterís
ticas que al tratar de Zalaca, aunque con menos profusión de cartasy
de diálogos apócrifos. los cronistas cristianos se muestran un poco
más explícitos que en Zalaca sobre el desarrollo del encuentro, pero
lo mismo que entonces, por tratarse de una derrota, son con excepción
de la Crónica latina, en extremo parcos y anodinos. Sólo la Primera
Crónica general nos compensa de esta pobreza, exponiéndonos con
sabrosos pormenores, como veremos luego, el episodio de la rendición
del castillo de Alarcos.
Estudiadas y sopesadas todas las fuentes, se nos presenta un cuadro
mucho más incompleto y borroso de lo que fuera de esperar.
la terrible sangría que causaba al imperio almohade la grave
herida abierta en su costado oriental por la rebelión de los almorávides
mallorquines y de las tribus árabes nómadas, había debilitado mucho
la capacidad ofensiva del Miramamolín. los enormes sacrificios en
hombres y dinero que exigían las infructuosas campañas contra los
Banü Gániya mermaban mucho el auxilio que se podía prestar a los
musulmanes andaluces. Alfonso VIII había comprobado en sus incur-
siones por la zona del Guadalquivir que los gobernadores del Andalus
no podían oponerle seria resistencia y por eso, al saber que al-Mansür
aplazaba, la campaña de Ifrlqiya y trasportaba todas sus fuerzas a la
Península, se decidió a enfrentarse con él en una batalla camnal, con
fiado en la gran superioridad cornbativa de sus soldados. Esperaba
que, al derrotarlo en campo abierto, le quitaría toda veleidad de renetir
la invasión y podría él a su vez dedicar sus fuerzas libres a saquear las
ricas provincias andaluzas e idas conquistando, al mismo tiempo que
imponía su dominio a los leoneses y navarros. ,
la precaria naz de Tordehurnos (1), forzada el año anterior por h
intervención del legado pontificio, no resolvía el pleito del Infantado

(1) El 20 de abril de 1194 se firmó en Tordehumos el tratado de paz de


diez años de duración. nor el oue se resolvían los pleitos y querellas (me dev'e los
tiemoos de Sancho III de Castilla y Fernando TI de León envenenaban las retaclooes
entre los dos reinos; cada rev puso cinco castillos en prenda de paz y Alfonso IX
aceptó las paces que el rey de Portugal se proponía firmar con el de Castilla, con
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQtITSTA 159

y hacía sospechosa y desagradable la colaboración del leonés, por lo


cual Alfonso VIII, a pesar de las prudentes advertencias de sus conse-
jeros, se instaló en Alarcos dispuesto a cortarle el paso a al-Mansür (1)~
Las fuerzas almo hades eran inmensamente superiores a las castellanas,
como inmensamente superior en hombres y dinero era el imperio al-
mohade al reino de Castilla, Ya'qüb al-Mansür avanzó con más rapidez
que la habitual en 'los desplazamientos de los Miramamolines y Alfonso,
al situarse en Alarcos, le presentó batalla en cuanto los dos ejércitos se
avistaron.
Ya'qüb al-Mansür fue mucho más previsor que Alfonso: no aceptó
el encuentro el primer día, hizo descansar a sus tropas, las enardeció
con sus exhortaciones y con las de sus predicadores e hizo que el visit
Abü Yahyá, con la enseña imperial y con las tropas de primera línea
recibiese la acometida inicial de los cristianos, quedando él con su
guardia y con sus mejores soldados en segunda línea para sostenerlo y
reforzarlo en caso necesario o desbordar al enemigo por las alas y
provocar el pánico, al atacado por la espalda.
La distribución de mandos y el emplazamiento de los contingentes,
que señala el Raw4 al-qir{ás para el ejército musulmán parece a: pri
mera vista verosímil y no habría duda en aceptados, si no se tratase
de un autor tan habituado a mezclar con los hechos las fantasías de
su imaginación.

tal que el portugués no estorbase al rev de León recuperar los castillos leoneses de
El Carpio, Alha de Liste, Hobarana y Cabrera, puestos en fidelidad y encomendados
a don Pedro .Fernández de Castro, como garantía de las cláusulas acordadas con
motivo del matrimonio de Alfonso IX con la infanta portuguesa Teresa. Es muy
probableoue el de Castro, que era primo del rey de León, no quisiese ooonerse a la
recuperaciónleonesa, tanto más cuanto que la causa de su .ouesta en fidelidad había
desaparecido,al anularse el matrimonio y ser devuelta la infanta a Portugal: oero,
en cambio, como enemigo personal número uno de Castilla y de Alfonso VIII, se
negórotundamente a aceptar la paz de Tordehumos, y en vez de seguir a Alfonso IX
se pasó a los almohades, con los que tanto él como su padre habían siempre
sostenidoestrechas relaciones y no dudó en contribuir con su mesnada a la derrota
de los castellanos.
(1) Una curiosa prueba de que la confianza de Alfonso VIII en el triunfo
era compartida de un modo general por sus súbditos, es oue al-Dabbí, desoués de
incurrir en las habituales exageraciones, asignando al eiérciro cristiano 25.000 jine-
tes y 200.000 peones, anota la interesante observación de que fueron con él muchos
comerciantesjudíos con abundancia de dinero para comorar los futuros prisioneros
y el botín y hacer grandes negocios en su reventa. B. H. A. 111, 35.
160 AMBROSIO HUIO MIRANDA

. No se conoce la composición del ejército cnsnano ; se sabe que


durante todo el invierno del 1194-5, Alfonso se preparaba para la
campaña. El 18 de octubre del 1194, estando en Alarcos, entrega a la
Orden Militar de Santiago la fortaleza, apenas terminada de reparar,
con rentas para sostenerla. En noviembre trataban ya los dos reyesde
león y de Castilla de la campaña próxima y reunidos en Toledo daban
más rentas a los Santiaguistas para que se preparasen a la lucha. En
la primavera, el rey leonés se disponía a colaborar con los castellanos.
llamando a sus huestes a fonsado. Alfonso VIII estaba en Toledo el 25
de junio, concediendo nuevos favores a la Orden de Santiago y pre-
parándose para la lucha. EllO de julio, ocho días antes de la batalla
expide Celestino III una bula en la que expresa su satisfacción por
los preparativos que se hacían.
Parece cierto que los castellanos, teniendo como base de operado
nes el castillo de Alarcos, se desplegaron, al ver acercarse al Mirama-
molín y ofrecieron combate a poca distancia de la fortaleza, seguros
de que su caballería acorazada rompería las formaciones enemigas en
toda su orofundidad y sin que pasase por su imaginación la necesidad
de avitualla r Ala reos pa ra el caso de ser vencidos y tener que refugiarse
en él. Parece también razonable la versión única de la Cr6ni'ca latina.
según la cual los cristianos presentan el 17 de julio la batalla que al.
Mansñr no acepta, que se retiran, va pasado el mediodía, fatigados v
convencidos de oue el califa no se decide a aceptar el choque en camro
abierto. Fn cambio, habrá que tomar como una de tantas explicaciones
justificativas de la derrota el que los castellanos ya no tomen ninguna
disposición bélica y que a la mañana siguiente, sorprendidos par .el des-
pliegue almohade en el mismo sitio que ellos habían ocupado la víspera.
acudan con precipitada confusión y en desorden al combate.
Todas las fuentes, tanto árabes como cristianas, concuerdan en
que la caballería enlorigada de los freires y de los nobles se lanzó contra
el centro almohade para desbaratar a las tropas del visir Abü Ya~yaJ
dando la clásica pasada que pondría en fuga a todo el ejército enemigo;
pero esta espolada, aunque favorecida por un éxito inicial, no debió
tener el empuje necesario para romper las líneas almo hades en toda su
profundidad. Es muy de creer que llegaron no sólo hasta las banderas
califales, como quiere el Rawq, al-qirtas, enarboladas por el visir Abü
Yahyá, sino que dieron muerte a éste y a muchos de los suyos.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 161

Sea que repitiesen sin fortuna la carga o que se desviasen hacia el


ala derecha almohade y le hiciesen ceder, el hecho es que se prolongó
la lucha durante más de tres horas, desde media mañana hasta pasado
el mediodía. No se puede comprobar, dadas las contradicciones de los
cronistas,si fue el arrojo personal de al-Mansür el que hizo mantenerse
las líneas almo hades y pasar al ataque o si bien, como parece más pro-
bable, mientras los c~stel1anos se esforzaban en vano o con flojedad en
hacervolver las espaldas al enemigo, las muchas fuerzas que aún tenía
en reserva al-Mansür emprendieron un movimiento envolvente por su
ala derecha y pusieron finalmente en fuga a los cristianos.
la versión portuguesa de la Crónica general pretende justificar la
ineficaciadel ataque de la caballería castellana alegando el resentimiento
de don Diego lópez de Haro y de los castellanos por haberlos equipa-
rada el rey con los extremeños.
la Crónica latina, por su parte, en frases un tanto enigmáticas,
quiere señalarnos una de las principales causas de la derrota « Vaga-
bantur II dice: «Arabes in perniciem populi christiani l) (1), lo cual
pareceindicar que los contingentes árabes, con su táctica habitual del
torna-fuye y maniobrando a placer en la amplia llanura manchega,
esquivarony esterilizaron la cabalgada castellana y en el desorden que
seoriginó entonces atacaron y causaron grandes pérdidas a los cristianos.
Porotra narre, « la infinita multitud de saetas, que sacadas de las aliabas
de los Partos volaban por el aire y lanzadas al azar infligían seguras
heridasa los cristianos », debe indicar la enorme sueerioridad en armas
arroiadizasde las tropas de al-Mansür, superioridad que confirma la
Primera Crónica general, cuando al hablar, como veremos luego. del
asaltoa Plasencia en la expedición del año siguiente, dice que « conbatíó
la torre muv de rrezio con muchos ballesteros, que nunca quedaban nin
dedía nin de noche " (2).
la batalla de Alarcos se da en las condiciones más favorables para
al-Mansür, Alfonso VIII está enemistado con león y con Navarra, con
losque tiene vieios pleitos, que la intervención del cardenal Gregorío
no ha logrado hacer olvidar; habituado a las fáciles y fructuosas al-
garadaspor Andalucía, en las que sus tropas no solían encontrar seria
resistencia,cree muy sencillo el vencer al ejército almohade, sin sopesar

(l) Págs. 33-34.


(2) Pág. 682.
162 AMBROSIO HlJIO MIRANDA

la importancia de las fuerzas almohades y las extraordinarias condiciones


de mando y valentía de al-Mansür, que supo disponer y animar mucho
mejor a sus soldados, pues no sólo distribuyó sagazrnente sus numerosas
fuerzas para resistir el primer ataque violento de la caballería cristiana
y contratacar y envolverla después de haber sido frenada y desorgani.
.zada por los rorna-fuye de los árabes y la barrera de flechas de los
arqueros, sino que, además de enfervorizar a los suyos con encendidas
arengas e incluso propalando por el campamento la visión que había
tenido la noche anterior en prenda de la victoria, los lanzó al combate
descansados y en buen orden, desconcertando al enemigo; y luego, en
·10 más recio de la pelea, les infundió con su valor y su ejemplo la energía
necesaria para decidir el encuentro e~ su favor.
Alfonso VIII, en cambio, si bien era un decidido campeón de la
Reconquista y no ahorraba fatigas ni peligros en la lucha, tenía menos
condiciones de mando, y su exaltado sentimiento del honor le hacía
..olvidar las normas más elementales que debía tener en cuenta como
. rey y como general en jefe. No tomó ninguna precaución contra la
superioridad numérica del enemigo. Además de no .aguardar a los leo
neses y navarros, de los que quizá podía desconfiar, tampoco tuvo pa·
ciencia para esperar siquiera un día más y recibir el concurso de los
condes de la poderosa casa de tara, que con su mesnada llegaron' y
entraron audazmente en Alarcos al día siguiente de la derrota. Descuidó
el avituallar el castillo, obligada medida de precaución, y prescindiendo
de si hirió desconsideradarnenre o no el amor propio de los caballeros
castellanos, que por ello pelearon más flojamenre, tampoco se preocupó
de que su odiado enemigo Pedro Fernández de Castro se había pasado
a los almohades con numerosos desnaturados, en protesta contra el
tratado de Tordehumos, y era el principal consejero. del Miramamolín.
Al ver perdida la batalla, emuló y superó el arrojo de su enemigo al-
Mansür , pues adelantándose e irrumpiendo por medio de los musul-
manes, abatió varonilmente con su séquito a .Ios adversarios que 'se
encontraba a derecha e izquierda, y hubiera, caído gloriosamente, abru·
rnado por la muchedumbre almohade, si sus más allegados no lo hubie
ran sacado casi a la fuerza. del campo de batalla. El excesivo pundonor
.

de Alfonso le habría llevado a agravar con su gloriosa pero imprudente


muerte las consecuencias de la derrota. En las Navas de Tolosa, al
encontrarse en el Paso de la Losa con el camino cortado por elpreci-
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 163

pico y por las fuerzas enemigas, se decidió, antes que retroceder sin
honra, a meterse en aquel infranqueable barranco, donde hubiera sido
irremisiblemente aniquilado si el pastor o cazador furtivo no le hubiese
señalado el sitio por donde podía pasar sin entregarse al enemigo en una
posición indefendible.

LA HUIDA Y EL ASEDIO DE ALARCOS

El ejército cristiano quedó desbaratado y durante la larga lucha


sufrió muchas bajas. La Orden de Santiago, ala que tantas mercedes.
otorgaba Alfonso VIII en los meses anteriores a la batalla, sufrió sen-
sibles pérdidas, pues, según la Calenda de Uclés, perdió diecinueve
Freires con innumerable multitud de fieles. Tres obispos, los de .Avila,
Segoviay Sigüenza fueron muertos en el encuentro, lo que parece indio
car que las tropas castellanas se vieron envueltas, ya que no es presu-
mible que esos tres prelados tomasen parte personal. en la lucha, sino
que fuesen sorprendidos detrás del frente sin tener tiempo para huir. '
Los calatravos, a los que acab~ba Alfonso de dar el castillo de
Alarcosy que, por tanto, debían estar de guarnición en él, 10 perdieron,
así como su casa matriz de Calatrava y casi todos sus bienes, hasta que
más adelante los sacó el rey de la pobreza en que quedaron. LaCrónic«
¡atina habla de que en la primera haz cayeron grandes personajes, entre
los que cita a Ordoño García de Roda y sus hermanos, a Pedro' Rodrí-
guez de Guzmán y a su yerno Rodriga Sánchez, a quien también men-
ciona el Cronicón Conimbricense, junto con el gran maestre 'de la
Orden de Evora, Gonzalo Veigas, 10 cual indica que hubo voluntarios
portugueses que acudieron a luchar al lado de los castellanos.
Otra prueba indirecta, pero muy significativa; de 'lo malparadas
quequedaron las fuerzas de Alfonso. VIII, así como su moral combatíva,
esque, a pesar de contar con el concurso de los aragoneses, no se atrevid
en ninguna d~ las dos campañas de 1196 y 97 a salirle al paso a aÍ
Mansür, que tanto se había adentrado en sus estados; y firmandorre-
guas por diez años, tardó todavía diecisiete para enfrentarse de nuevo
con los almohades, y esto después de haber logrado que se predicase
una cruzada y de haber reunido fuerzas, muy superiores a Iasque tU~O
en Alareos.
164 AMBROSIO mncr MIRANDA

La persecución de los vencidos no debió ser larga ni sangrienta.


ya que tenían muy cerca la colina y el castillo de Alarcos, al que se
acogió la' mayoría de los fugitivos, aunque, según otra versión, parte
de ellos siguió hasta Calatrava, que al día siguiente fue evacuada
Ningún autor alude al papel que el célebre y poderoso caballero caste
llano don Pedro Fernández de Castro desempeñó en la batalla, y la parte
que con su mesnada de desnaturados opuso al ataque cristiano, contri-
huyendo a su derrota. Sus ansias insaciables de vengarse de Alfonso VIII
y de los Latas lo J levaron a abandonar al rey leonés, su señor y pariente;
y Lucas de Tuy nos dice que al-Mansür triunfó por tenerlo a su lado
y seguir sus consejos (1).
Tampoco puntualizan las fuentes cristianas el número de los fugi-
tivos que se acogieron a Alarcos. Los cálculos musulmanes más bajos
los elevan a 5.000, cifra que juzgo exagerada, después de haber visto
y recorrido el perímetro del castillo. La Crónica latina dice que cuando
Alfonso declaró la guerra a Ya'qüb al-Mansür había empezado a edificar
la villa de Alarcos y aún no tenía terminadas sus murallas, así que es
de suponer que todos los habitantes de la villa, mujeres y niños huirían
al castillo.
El Bayan confirma que los cercados en Alarcos se salvaron porque
pactó por ellos Pedro, hijo de Farandis -Pedro Fernández- amigo
de los musulmanes, pero difiere al afirmar que ofreció un número igual
de cautivos musulmanes; que al-Mansür, en su afán de rescatar a SUl
correligionarios, aceptó rehenes en prenda de que se le iban a devolver
esos cautivos y finalmente que esos rehenes fueron enviados a Sevilla
y Rabár, pero que los cristianos no entregaron sus cautivos y que ese
fue el mayor fraude de los políteístas.

(1) Su odio a los Laras y al rey Alfonso, heredado de su padre, lo llevó


a ser el brazo derecho de Alfonso IX de León en sus discordias con Castilla y a ac-
tuar al mismo tiempo como un fiel y eficaz colaborador del califa, hasta que en
1213 se hicieron las paces entre los dos reinos cristianos, a condición de desre-
rrarlo, tanto de León como de Castilla; el enemigo canital de Alfonso VIII, que
ya antes había sido excomulgado, se fue a Marrákus, donde permaneció hasta su
muerte, el 18 de agosto del 1214. Su hijo, Alvaro Pérez de Castro, siguió viviendo
entre Ios almohades y cuando, once años después, en 1225, Fernando III sitió
a Jaén, se encontraba en ella con ciento sesenta caballeros desnarurados y la de-
fendió tan esforzadamente que el rey tuvo que levantar el cerco. Al atacar luezo
don Fernando a Granada, pactó con -él en nombre de los musulmanes y por !in
se reconcilió con su rey y pasó a ser frontero con el mando de Martos y de Andú·
jaro C;irot, pág. 111-12.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 165

Don Diego López de Haro, que mandaba las fuerzas castellanas


y enarbolaba el pendón real, se vio sin medios para resistir y sin víveres
en una situación insostenible, y pensó en seguida en abrirse paso.
La versión portuguesa de la Crónica general nos asegura que quiso
inmediatamente, en una carga desesperada con sus escasos y maltrechos
caballeros, romper .el cerco que los almohades ponían al castillo, e lmi-
tando a su rey retirarse hacia Toledo. Dio una espolada a su caballo,
saliendo el primero, pero los suyos, descorazonados después del fracaso
sufrido el día anterior, en que todos unidos y confiados no pudieron
romper el frente enemigo, juzgaron suicida el seguirlo, y don Diego, al
ver que nadie imitaba su ejemplo, se volvió cabizbajo al castillo. A su
puerta estaba meditando triste sobre su situación, cuando vio con sor-
presallegar los pendones de sus dos yernos, los condes Alvaro y Gonzalo
de Lara, que se habían retrasado en acudir al combate, nueva prueba de
la rapidez y ciega confianza con que Alfonso VIII se lanzó a impedir
la invasión almohade. Don Diego, al verlos acercarse, insistió con los
suyosen salir a facilitarles la llegada: tanto unos como otros cargaron
sobre la hueste musulmana, y los Lara, en briosa espolada, rompieron
el cerco por la parte en que acampaba don Pedro Fernández de Castro,
y sembrando el desorden en el campo enemigo se acogieron al castillo,
antes de que don Pedro y los almohades pudiesen reaccionar.
El Miramamolín, al ver que don Diego se había metido en Alarcos
con el pendón del rey, no tuvo duda de que Alfonso estaba dentro y
encargó al de Castro que lo averiguase con toda certeza. Este, que
era buen amigo de don Diego, se lo preguntó y el de Haro le aseguró
que el rey se había ido a Toledo y le confirmó que los dos Laras, sus
yernos,estaban con él. El de Castro encontró magnífica la ocasión de
vengarse de sus viejos rivales y el Miramamolín no quiso creer que
Alfonso se había escapado; juró no levantar el cerco hasta cogerlo
con don Diego y los dos condes e intimó por medio de don Pedro la
rendición incondicional. Don Diego, para disipar la duda de si el rey
estaba dentro, hizo que dos caballeros del de Castro recorriesen el-
castillo,después de jurar que no descubrirían nada de lo que viesen,
limitándosea certificar si el rey estaba o no allí. Hecha la comprobación
y al recibir al-Mansür la seguridad de que Alfonso había huido, juró
por el Alcorán que SI don Diego no, se rendía en el acto, asaltaría el
castilloy los pasaría a él y a todos los suyos al filo de la espada; en
AMBROSIO aurcr MiRANDA

cambio, si le entregaba inmediatamente el .castillo y doce caballeros


en rehenes, como garantía de que en una fecha fijada iría a Marrákus
a entregarse cautivo, dejaría salir con vida a todos los demás, excepto
a los dos condes de Lara.
Al recibir por el de Castro el ultimátum del Miramamolín, se
celebró consejo en el castillo y todos convinieron en rendirse, dada su
absoluta carencia de víveres.
El de Haro comunicó a don Pedro esta resolución y solamente le
rogó que le dejase sacar a sus yernos consigo, pero el de Castro se negó
rotundamente a complacerle. Entregados los rehenes, pidió el de Haro
a su amigo que, para no ver la entrada de los musulmanes en el castillo,
le dejase salir antes acompañado por dos caballeros. El de Castro accedió
y don Diego, dando a sus yernos las armas y arreos de dos simples
caballeros, se alejó rápidamente y dejó defraudado al de Castro en
sus ansias de venganza, quien, a pesar de todo, puso a salvo a los sitiados.
Don Diego no cumplió su palabra de ir a Marrákus a entregarse
cautivo, y al pasar el tiempo sin que lo hiciese, uno de los caballeros
dados en rehenes volvió a Castilla para afrentado en público ante el
rey por su deslealtad. Los doce caballeros fueron decapitados en Ma-
rrákus y todos los cronistas árabes se hicieron eco de este perjurio,
aunque lo interpretaron de otra manera, afirmando que al-Mansür ac
. cedió a canjear los cinco mil sitiados en Alarcos por cinco mil cautivos
musulmanes que entregarían los castellanos y que no entregaron, cons-
tituyendo esta falsía uno de los mayores daños causados por los politeís
tas y siendo motivo del amargo arrepentimiento de al-Mansür al fin de
sus días.

LA TOPOGRAFIA DE ALARCOS

Alarcos era uno de tantos castillos fronterizos dependientes de


Calatrava la: vieja y mucho menos importante q~e ella. La batalla le
dio renombre, pero luego, cuando Alfonso VIII se dirigió a Las Navas
de .Tolosa, Calatrava fue la única que ofreció cierta resistencia, ya
que se tardó cuatro días en lograr que capitulase. En cambio, Alarcos,
Píedrabueaa, Benavente y Caracuel, se rindieron en dos días sin resis-
tencia, tiempo que apenas bastó para recorrer la distancia que mediaba
entre. ellos.
°r o¡
;
2
;
3.
;

1
I,
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ICILOMHROS

°Elocampo de batalla y el castillo de Alarcosro


168 AMBROSIÓ HUléI MIRANDA

Lo visité en la primavera del 1949 Y desde sus ruinas contemplé


el panorama manchego de la llanura cubierta de viñas y olivares entre
los que se desliza perezosamente el Guadiana. La batalla se dio, según
todos los testimonios, a muy poca distancia de la fortaleza, por la zona
de Poblete, teniendo los castellanos su ala derecha apoyada en el Gua-
'diana y los musulmanes su izquierda. El áspero cerro de agria subida
en que a unos once kilómetros de Ciudad Real se asentaba el castillo,
hoy ermita de Nuestra Señora de Alarcos, lo describe Hervás y Bue
día (1) con gran exactitud que pude comprobar: «Es, dice, el cerro
de Alarcos, el último baluarte o prominencia de la pequeña cordillera
que, partiendo de las cercanías de Poblete, termina en la margen izo
quierda del Guadiana, limitada por el camino romano de Toledo a Se-
villa. Se sube la empinada cuesta que conduce al santuario, asiento en
sus cercanías de la antigua ciudad, y tomando la dirección de Oriente
a Occidente, a unos 400 metros de distancia se llega a una altura de
veinticinco a treinta metros de elevación, de forma casi circular, que
hubo de estar en lo antiguo murada, a juzgar por los trozos de muralla
que se notan a sus pies. Al estar en su altura diríase ser la fortaleza
artificial, como lo es en gran parte la vecina Calatrava la vieja, obra
de los pueblos que construyeron sus fortificaciones acomodadas a las
necesidades., Al ser hundidas por la acción del tiempo y de la codicia,
están rellenas de escombros en gran parte, ocultando su destino propio
y particular. El pueblo le da el nombre de castillo.
Próximo a la fortaleza, a unos veinte metros a Occidente, se hallan
los restos de una construcción ciclópea. Sobre una peña natural de aquel
suelo, se levantan dos o tres hiladas de piedras de diferentes "tamaños
y figuras y sobre ellas grandes peñascos que afectan la forma de rombos,
todos ellos toscos, sin argamasa alguna que los una, sujetos por pequeñas
piedras que hacen el oficio de cuñas. Su altura es de tres metros y hay
once líneas, faltando dos en sus extremos. Independientemente del
Cerro, a su extremo, y a unos cien metros de la margen izquierda del
Guadiana, hay una cueva artificial con bóveda y paredes de piedra y
cemento enlucidas s.
No ya los 300.000 soldados que el Rawt! al-qirt¿¡,s coloca des-
preocupadamente en la colina de Alarcos, pero' ni los 5.000 fugitivos

(1) Diccionario geográfico, biográfico 'J h¡bUográ/ico de la provincia ¿,


Ciudad Real, tomo l. pág. 386 ss.
Vista aérea del cerro y el castillo de Alarcos con Guadiana.

(Servicio Cartográfico y Fotográfico


del Ministerio del Aíre.)
LAS GaANDES BA~ALLAS DB LA aECONQutsTA

de la batalla, que los autores más moderados hacen refugiarse en el


'castillo, cabían en aquel recinto, más pequeño aún que el de Aledo,
donde el Rawq, al-qir!ás, con su habitual exageración, coloca mil jinetes
y doce mil infantes, cifra no discutida por nuestros historiadores, siendo
así que el perímetro de sus murallas, existentes hoy, es de cincuenta
metros de longitud Norte, doscientos Este y Oeste y ochenta Sur.
En Alarcos se refugió parte del ejército castellano derrotado,
con las mujeres y niños que seguían a las tropas, más los habitantes de
la villa y arrabales del castillo. Aun con el destacamento llegado con los
condes de Lara, los cristianos rendidos debieron ser muchos menos;
pues don Pedro Fernández de Castro, cuando acabaron de salir de él,
los llevó consigo a su tienda, los hizo tratar muy bien y al día siguiente
los puso a todos a salvo.

EL REGRESO DE AL-MAN~ÜR A SEVILLA

Muy corta fue la campaña que hizo al-Mansür, después de Alarcos.


Todos los castillos de la zona circundante fueron evacuados inmediata-
mente o se rindieron sin resistencia. Además de Alarcos cayeron la
Torre de Guadalferza, Malagón, Benavente, Calatrava la vieja y Caracuel,
situados en un radio de quince a veinte kilómetros de Alarcos; bastó
el pánico de la derrota y la llegada de columnas volantes almohades
paraque en un plazo de ocho o diez días fuesen ocupados, pero al-Mansür
no debió sentirse con fuerzas para sacar más partido de su triunfo,
pues a los veinte días, el martes, 27 de ~a'ban -7 de agosto-e- estaba
de regreso en Sevilla y ya se sabe la lentitud con que los califas
almohades hacían sus jornadas. Celebró con una solemne recepción
y un desfile militar su victoria en el pabellón de su castillo de Aznal-
farache, frente al río, y una lluvia benéfica siguió a las preces con
que dio gracias a Dios en esta ocasión por su triunfo; luego mandó
a su secretario Abü-l-Fadl b. Ab¡ Táhir redactar la carta oficial, dando
cuenta de ella con extremada concisión, al estilo de las comunicaciones
de los compañeros del Profeta en sus campañas, renunciando al estilo
retórico y ampuloso de las cartas almohades.
1ifO· AM13ROSIO HUlel 'MIRANñA -

LAS EXPEDICIONES CONTRA CASTILLA

Para las dos campañas almohades que siguieron a la batalla de


Alareas, dos fuentes árabes nos dan una luz mucho más clara que
toda la literatura dedicada al encuentro campal. La carta oficial de
al-Mansür (1) a las autoridades y habitantes de Fez, escrita el 6 de
agosto del 1196, apenas había regresado de su primera expedición y
la minuciosa relación del Bayán sobre esa misma campaña y la de)
siguiente año 1197, nos permiten, de acuerdo con la Crónica latina y
los Anales toledanos, fijar el itinerario de esas dos incursiones y corregir
los errores y confusiones de los demás cronistas, tanto- musulmanes como
cristianos.
Muy diferente fue la situación en que se encontraron a la entrada
del otoño del 1195 el Miramamolín y Alfonso VIII. De vuelta en
Sevilla, se dedicó al-Mansür a proseguir y terminar las obras empren-
didas en la mezquita sevillana y a descansar y recrearse' en los palacios
y jardines de Aznalfarache. Pronto recibió con gran interés a los emba-
jadores de León, que volvieron a pactar una alianza con él, dando por
anulado el tratado de Tordehumos, firmado con Castilla el año anterior.
El rey de Navarra era también un aliado de los almohades, pues veía
en ellos la única defensa de su pequeño reino contra las ambiciones de
Castilla; - así que al-Mansür pudo pensar en que la ocasión no podía
ser más favorable para preparar y emprender una expedición más pro-
funda contra Castilla en la primavera siguiente de 1196. Alfonso VIII,
en cambio, a los ocho días de estar en Toledo y de haberse reunido con
él su abanderado don Diego López de Haro, el 27 de julio recibía la
visita de! rey de León, que, despechado por el desaire sufrido al ver
despreciada su colaboración, reclamó el exacto cumplimiento de lo
acordado en Tordehumos y la entrega de Íos castillos de Alba, luna
y Portilla, con otros más.
. Alfonso VIII se negó rotundamente a entregados y el leonés, en
vez de someter la querella a la Santa Sede, según lo convenido en el
tratado, rompió abiertamente con Alfonso. Don Pedro Fernández de
Castro vio, jubiloso, la nueva ocasión de saciar sus odios y de continua!
la guerra contra Castilla ; así que, dada su influencia cerca del Mira

(1) Treme sept lettres officielles almobades, núm. 35, edic. Lévi-Provencal,
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQt1IST¡. 171

mamolíny los servicios prestados tanto a él como al rey de León, negoció


rápidamente el acuerdo, conviniendo en recibir dinero y soldados almo-
hadespara lanzar en la primavera la doble ofensiva: al-Mansür devas-
taría el territorio al sur de la sierra de Guadarrama y los leoneses
y sus auxiliares musulmanes entrarían a sangre y fuego por Tierra de
Campos.

EL ATAQUE ALMOHADE-LEONES

El 15 de abril del 1'196 salió de Sevilla el ejército invasor, y al


internarsepor Extremadura, la vanguardia andaluza se adelantó a atacar
Montánchez.Al día siguiente llegó el grueso del ejército, y la guarnición
delcastillo, aterrada ante aquel despliegue de fuerza, capituló. El Mira-
mamolínles concedió la vida y mandó al caíd andaluz Abü 'Abd Alliih
b. Sanádid que los hiciese llegar seguros hasta el sitio más próximo del
territoriocastellano; pero una banda de árabes los salteó en el camino,
pasóa cuchillo a los hombres y cautivó a las mujeres y a los niños.
Al-Mansñr, enojado, castigó a los infractores del pacto e hizo llegar
a los cautivos supervivientes hasta su país (1).
De Montánchez se dirigió a Trujillo, capital de la frontera Norte,
que encontraron evacuada. Columnas de caballería persiguieron a los
fugitivosy exterminaron a su mayoría, También los habitantes de Santa
Cruz se dieron a la fuga al aproximarse los musulmanes, quienes,
despuésde ocuparla, vadearon el Tajo y avanzaron hasta Plasencia,
queAlfonso VIII había fundado siete años antes, en 1189, Y a la que
dedicótodos sus esfuerzos, pcblándola con gente del Norte, según lo
afirmael mismo al-Mansür en su carta oficial de la campaña. La guaro
niciónse acogió a la alcazaba, y los almohades, después de arrasar la
ciudad,asaltaron el castillo. Aún se defendieron lós sitiados una noche
másen una torre bien fortificada, pero al día siguiente tuvieron que
rendirsey fueron llevados cautivos. El Rawq, al-mi'{ár puntualiza que
hizoprisioneros al gobernador de la plaza y a 150 notables, que envió
a trabajaren la mezquita aljama de Rabat. La Primera Crónica general
completaestos datos diciendo que « mató al obispo, canónigos y cuantos
cristianosy moraban et combatió la torre muy de rezio con muchos

(1) El Bayafj almohaJe, pág. 170 del' texto y tomo 1, 194 de mi trad.
La Incursión almohade contra el Oeste de Castllla en 1196.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 173

ballesteros, que nunca quedaban de día nin de noche, et la torre non


se pudo defender er ovola a ganar, la qual torre tenie Don Alfonso
Téllez de Haro l) (1).
Los invasores siguieron a 10 largo del Tajo hasta llegar a Talavera,
cuyo territorio devastaron, talando sus olivares, sin atreverse a sitiar
la plaza, al no estar preparados para mantener un largo y prolongado
sitio por falta de aprovisionamiento s y por carecer de máquinas de
asedio.Antes de dirigirse a Toledo hicieron una diversión más al norte;
asolaron Santa Olalla y Escalona e intentaron tomar Maqueda sin con-
seguido, y por fin se presentaron ante Toledo, pero sus defensores
hicieron una enérgica salida para contenerlos, y en los diez días que se
mantuvieron ante ella tuvieron varios encuentros, que la carta de al-
Mansür califica de fructuosos, ya que entre tanto arrasaron las viñas
y el arbolado, acabando por retirarse sin más que hacer esta inútil
demostración de fuerza.
Entre tanto, el rey de León, que también se había preparado para
atacar a Castilla, se puso en contacto con al-Mansür y le pidió una
columna para reforzar sus contingentes y entrar en son de guerra por
la Tierra de Campos. Una vez recibidos los refuerzos musulmanes,
atacó hacia Bolaños, Villalón y Frechilla. Los cronistas cristianos re-
calcan los enormes destrozos causados por los musulmanes en las
iglesias y monasterios castellanos, y por los leoneses en los campos
cuyascosechas, a punto de recogerse, arrasaron. Alfonso IX llegó hasta
Carrión, donde, según la Crónica latina, creyó anular el vínculo de
vasallaje que había contraído con Castilla al ser armado caballero y
besarla mano de Alfonso VIII, el año 1188, en las cortes de Carrión.
Musulmanes y leoneses llegaron hasta Villasirga, y por si esto fuera
poco,mientras el Sur y el Oeste sufrían esta doble invasión, el rey de
Navarra,bajando desde el Norte, entró por Seria y Almazán « matando
erquemando et robando quanto fallaban '11. La Crónica latina añade que
Sanchoel Fuerte edificó entonces, junto a. las viñas de Logroño, el
castillode Corvo, o Cuervo, como punto de apoyo para sus incursiones.
Apuradísima era la situación de Castilla, ya que apenas había en
ella un rincón en el que poder encontrar seguridad (2). El socorro le
llegóde donde menos se esperaba,' del Este. En abril, al iniciarse la

(1) Pág 682, nota.


(2) Crónica lfJtintl, pág. 46.
. -
1'74 AMBROSIO HUICJ MIRANDA

campaña contra Castilla, había muerto el rey de Aragón, Alfonso II,


enemigo declarado de Castilla; y su viuda, Sancha, tía de Alfonso VIII,
al que profesaba gran afecto, hizo que su hijo Pedro, al subir al trono,
se confederase inmediatamente con su primo, el rey de Castilla; y que
habiendo recibido de éste el dinero necesario para organizar su ejército:
acudiese con la mayor premura a reunirse con él.
tos castellano-aragoneses no pudieron de momento reaccionar con-
tra ninguno de los tres atacantes; sólo el Concejo de Avila (1) parece
que sostuvo alguna escaramuza con los almohades, y los dos reyes de
Aragón y Castilla, después de celebrar consejo de guerra y de estudiar
la situación, decidieron acampar, ya mediado el verano, cerca de Avila,
en la Paramera o Palomera de Riofrío, sitio sano y fresco, desde donde
podían fácilmente socorrer a las guarniciones que defendían las ciudades
v castillos al sur de las sierras de Guadarrama y de _Gredas contra los
almohades y al mismo tiempo imponer respeto a los leones es y no
dejarles extender a su sabor la devastación.
Esta amenaza, el calor excesivo y la crónica incapacidad de lós
almohades para organizar eficazmente sus aprovisionamientos en una
larga expedición, obligaron a .al-Mansür a cerrar la campaña ya a me-
diados de julio. Tres meses escasos había durado su incursión," sin con
seguir enfrentarse de nuevo con sus enemigos ni obtener otro resultado
que .causar grandes daños materiales y hacer cautivos, pero sin apoderarse
de ninguna plaza importante. En su retirada, a una jornada de Toledo,
asaltaron el castillo de Dar al-gara y luego el de Piedrabuena, a unos
veinte kilómetros al Noroeste de Alarcos, hasta el cual no habían
llegado en sus algaradas a raíz de la victoria. A primeros de agosto
estaba ya al-Mansür en Sevilla, pues desde ella escribía el 6 de agosto
-9 de ramadárr+- a las autoridades y habitantes de Fez la carta
oficial en la que les daba cuenta 'de .su expedición.

LA REACCION CASTELLANO-ARAGONESA CONTRA LEON

En cuanto Alfonso VIII y Pedro II se dieron cuenta de la retirada


almohade, levantaron el campo y se dirigieron contra león, enviando
en descubierta a Fernando Rodríguez de Albarracín con un fuerte

(1) Crónica de Avila, B. A. H., 1942.


LAS GRANDES BATALLAs DE LA RECONQUISTA

destacamento para·· alcanzar y retener en Castilla al invasor leonés,


impidiéndole el regresar a su reino y encastillarse en 'Sus fortalezas;
pero Alfonso IX, enterado antes que ellos de la retirada de su aliado,
se previno rápidamente contra la ofensiva castellano-aragonesa, regre-
sando a León.' La columna de Fernando Rodríguez llegó a la frontera
leonesa y pronto k siguieron y alcanzaron·· los dos reyes, quienes

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sembrandola desolación y sin encontrar resistencia, pasaron por Ceínos,


Villalón y Bolaños. El gobernador de Benavente, conde don Fernando
de Cabrera, acudió con sus fuerzas y se encerró en Castroverde, para
cortarel paso a los invasores, .pero éstos sitiaron la plaza y al asaltarla
lo cogieron prisionero con otros varios nobles. Avanzando más al
interiortomaron Castro Gonzalo y luego se dirigieron contra la impar.
tantísimaplaza de Benavenre, donde _estaba-el. rey con-fuerzas cristianas
y musulmanas, que se limitaron a defenderla.sin ..salirles al paso. Al
176 AMBROSIO HUICI MIRANDA

no poder tomarla, torcieron los invasores hacia el Norte y se apode


raron de Valencia de Don Juan -la antigua Coyanza- y de Ardón.
Desde allí podrían dirigirse contra la capital, León, o contra Astorga;
se desviaron hacia ésta, cruzando el Orbigo, y mientras el grueso del
ejército la sitiaba, sin poder tomarla, columnas volantes llegaron en
algarada hasta Rabanal del Camino y hasta el Bierzo, sembrando la
desolación en represalias de la sufrida por Castilla el mes anterior 0.\.
Muy corta fue esta expedición de castigo, pues a primeros de
agosto se retiraban ya los atacantes y al pasar cerca de la capital,
asaltaron, a los tres días de atacarlo, el castillo de los Judíos o Puente
Castro al otro lado del Torio, junto al puente que conducía a la ciudad.
El 9 de agosto lo tomaron y fortificaron, entrando en seguida en
Castilla cargados de botín. De dos a tres semanas debió durar esta
campaña relámpago, pues estando al-Mansür por Dar Al-gara (2) y
Piedrabuena en la segunda quincena de julio, no la emprenderían los
dos reyes sin verle salir de Castilla y antes de acabar agosto no sólo
se habían retirado del territorio leonés, sino que Alfonso IX, pasado
el peligro, se había ido al sur de sus estados, hallándose en Salamanca
del 12 al 1'8 de agosto y el rey de Aragón había tenido. tiempo de
regresar a su reino y de preparar su coronación, que tuvo lugar en
Daroca por el mes de septiembre.

LA SEGUNDA EXPEDICION DE AL-MAN~ÜR CONTRA CASTlLLA

El Califa almohade, después de instalar a sus soldados en los


cuarteles de invierno, emprendió una rigurosa inspección de los servi
cios de Hacienda. Se descubrieron grandes malversaciones a varios altos
funcionarios e hizo nuevos nombramientos. Al llegar la primavera,
convocó y equipó de nuevo a sus tropas, y el lunes 14 de abril del 1197
salió de Sevilla; tomó el camino de Córdoba y, como el año se anun
ciaba bueno, alojó en ella' a sus soldados, aguardando a que llegaseel
tiempo de la siega. Entre tanto se ocupó de las acusaciones que los
cordobeses le presentaron contra Averroes, y cediendo ante las pruebas
presentadas por los alfaquíes, mandó encarcelarlo por heterodoxo v

(1) Crónica la#114, pf.g. 48.


(2) Topónimo desconocide.
La segunda incursiónde alm
Castllla
ohade en
contra
1197. e1 Centro y el E. ste

12-US GRANOZ8 BATALLAS •••


178 AMBROSIO HUICI MIRANDA

dispersar a sus discípulos, aunque luego, al regresar a Marrákus y estar


lejos de sus acusadores, lo perdonó y le hizo ir a su capital (1).
Tomó finalmente el camino de Talavera, y cuando entró en terri
rorio cristiano recibió a los embajadores de Alfonso VIII, que le pidieron
treguas, pero él los despidió altaneramente sin darles otra respuesta
que la de esperar las lanzas y las espadas. Continuó su avance en seguida,
y tras lanzar un nuevo e inútil ataque contra Maqueda llegó hasta
Toledo, ante la que tampoco se detuvo más que para arrasar sus inme-
diaciones, pues al enterarse de que el rey de Aragón había vuelto a re-
unirse con el de Castilla y saber que ambos estaban en Madrid, fue
por Oreja (2) contra ellos esperando darles la batalla.
Sitió la plaza durante varios días (3), pero los reyes no estaban
en Madrid y se habían retirado a la sierra del Guadarrama, dejando
en ella a don Diego López de Haro, quien, con una- guarnición de nobles
y plebeyos, la defendió vigorosamente. Alfonso y su aliado seguían en
la sierra, y al-Mansür, no pudiendo apoderarse de Madrid; avanzó por
Alcalá hasta Guadalajara, sembrando la ruina en el territorio por donde
pasaba, pero la encontró bien defendida; y mientras las tropas almohá-
des se desperdigaban en desordenada razzia por sus alrededores, la
guarnición hizo una salida y arrolló a los bagajeros y servidores del
campamento antes de que las columnas saqueadoras regresasen con su
botín (4).
Al día siguiente se organizó un amago de asedio, y desde allí,
antes de levantar el campo, comunicó al-Mansür a todos sus dominios
el curso triunfal de su expedición. Continuó su marcha por Huete, Uclés,
Cuenca y Alarcón, « e de y fues pora la vía de Dios» (5). Atravesando
la sierra de Alcaraz v siguiendo la cuenca del Guadalquivir, pasó por
Jaén, v esta ha ya en Córdoba el 15 de agosto y en Sevilla el 19. Cuatro
meses había estado ausente de la capital andaluza; pero como su
estancia se prolongó en Córdoba aguardando la recolección de las co
sechas y entretenido con el enojoso proceso de Averroes, tampoco esta
campaña fue más larga que la del año anterior.

(1) El Bayan almobade, pág. 176 del texto y tomo 1, 200 de mi trad.
(2) Anales toledanos, 1, 351 de mi edic.
(3) Multis diebus, dice la Crónica latina, pág. 49.
(4) 'Bayan almohade, pág. 178 del texto y 201 del tomo 1 de mi trad.
(5) Anales toledanos, ibid.
LAS GRANDES BATALLAS DE LA RECONQUISTA 179

LA SEGUNDA CAMPAÑA CONTRA LEON

Esta vez también, como e! año pasado, los dos reyes de Castilla y
de Aragón se mantuvieron a la expectativa sin atreverse a reaccionar
seriamente contra la correría almohade. El Bayán dice vagamente que
Alfonso, abandonado por sus secuaces, .se retiró a la montaña, que no
podía ser otra que e! Guadarrama, y no podemos puntualizar si estuvo
o no en la Palomera de Avila, como e! año anterior.
Mientras al-Mansür arrasaba las tierras castellanas, e! rey de León
se limitó a recobrar e! Castro de los Judíos, pero no consta que se
atreviesea invadir Castilla ni que tuviese auxiliares musulmanes. Es que
estaba en mucho peores condiciones, no sólo para atacar, sino aun para
defender su reino. En el invierno de! 1196-7, que siguió a la primera
campaña leonesa-almohade, el papaCe!estino III, ante las denuncias
180 AMBROSIO aurcr MIRANDA

del rey y de los obispos castellanos, excomulgó a Alfonso IX y a su


[actotum don Pedro Fernández de Castro y comisionó al arzobispode
Toledo para que autorizase la guerra contra León como contra un país
infiel, e incluso desligó a los leones es del vínculo de fidelidad que debían
a su rey.
Por si esto fuera poco, en abril del 1197, cuando iba a iniciarsela
segunda. expedición de al-Mansür, los portugueses recibieron otra bula
por la que el Papa les concedía las mismas gracias que a los cruzados
de Tierra Santa si luchaban contra Alfonso IX; así que, a imitaciónde
los castellanos, atacaron a León por Galicia, y Sancho 1, saliendode
Coimbra, tomó a Tuy y a Pontevedra.
Al retirarse el Miramamolín, los castellano-aragoneses volvieron
a invadir el territorio leonés, pero esta vez partiendo de Castroverde,
que quizá habían conservado desde la campaña.' anterior; puesto que
en su primera incursión habían devastado la parte Norte, ahora evolu-
cionaron hacia el Sur, y después de tomar Alba de Liste bajaron a la
cuenca del Duero, y rebasando Zamora y Toro saquearon el Carpio
y Paradiñas de San Juan, para entrar en tierras de Salamanca y Albade
Tormes e ir a tomar el castillo de Montreal.
Alfonso IX fue entre tanto a Sevilla para entrevistarse con al-Man
sñr en el mes de agosto y ver de obtener más refuerzos y socorros
pecuniarios con que hacer frente a los invasores de su reino; pero como
Alfonso VIII había firmado treguas con el Miramamolín a raíz de
retirarse éste de Castilla, los almohades no le atendieron, y por fin se
decidió a la desesperada a salir al paso a los castellanos en la zona de
Alba de Tormes. El choque de una batalla campal parecía inminente,
y los nobles de ambos reinos, incluso don Pedro Fernández de Castro,
que vería perdida la causa del rey leonés, intervinieron para negociar
la paz, proponiendo, por mediación de la reina de Castilla, doña Leonor,
el matrimonio de su hija Berenguela con el rey de León.

CESE DE LAS HOSTILIDADES. MUERTE DE AL-MAN~ÜR

Este casamiento, con sus estipulaciones y las treguas de diez años


pactadas con al-Mansür antes de su partida para Africa, dejaron
a Alfonso VIII las manos libres' para ventilar sus querellas con Navarra
y hacerle sentir todo el peso de su poder el año 1198, y sobre todo el
LAS GRANDES BATALLAS ÓE LA ~ECONQUIS~A lSI

1199, en que, después de muerto al-Mansür, sitió a Vitoria, hasta


tomada tras prolongado asedio en 1200.
la victoria de Alarcos y las dos grandes expediciones de castigo
quele siguieron demostraron cumplidamente que las fuerzas del Imperic
almohade,manejadas enérgicamente por un califa valeroso y con grandes
dotes de mando, podían reprimir las ansias expansionistas de los cas
tellanos; pero sus resultados prácticos fueron mucho menos fructuosos
para el Islam andaluz de lo que su espectacularidad hacía temer
o esperar.
Ya'qüb al-Mansür sobrevivió muy poco a sus brillantes triunfos en
la Península. El 10 de abril de 1198 cruzaba el Estrecho para acabar
prematuramente su vida en Marrákus, a los diez meses, cuando aún no
contabamás que cuarenta y un años. Las treguas que firmó antes de
marcharsea Marruecos permitieron a. los jeques almohades que gober-
naron en nombre de su hijo, el adolescente al-Násir, recobrar las
Balearesy dedicar todas sus energías a combatir a Ibn Gániya y a paci-
ficara Ifríqiya, siempre perturbada por los almorávides y por los árabes
nómadas; pero a la vez iban a dejar a Alfonso VIII tiempo sobrado
para prepararse a vengar el descalabro de Alareas, que guardaba alta
menterepostum.
APENDICES

De todas las fuentes que he utilizado para este estudio, selecciono


aquí,entre los textos árabes, el Bayan al-mugrib y el Comentario, del
Sarifal-Garnárí a la Qatida maqséra, de Házim al-Qartájaní ; y entre
lostextoscristianos, la Crónica latina de los reyes de Castilltl y la redac-
ciónportuguesa de la Crónica general, según los manuscritos de la
Academiade Ciencias de Lisboa y de París, que <;irot publicó en los
e Apéndices» a la Cr6nica latina_ Son los relatos más fidedignos y
así como los menos conocidos y utilizados hasta ahora.
concretos;

I
Al-Bayanal-mugrib de Ibn 'IgarI, según los manuscritos de Londres
delprofesorFulton, folios 32 a 36; Y de París, del profesor G. S. ea-
Un,folios87 a 94. La traducción española se encuentra en mi Colección
de Crónicasárabes de la Reconquista, vol. II, págs. 191 a 203.

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