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Patrick Süskind El perfume

Por la noche también había hombres.En las comarcas más aisladas también había hombres, sólo que se
habían retirado a sus guaridas para dormir comolas ratas. La tierra no estaba limpiade ellos, ya que incluso
dormidos despedían olores que salían al aire librepor las ventanas abiertas o por las rendijas e infestaban la
naturaleza, abandonada sólo en apariencia. Cuanto más se acostumbraba Grenouille al aire puro, tanto más
sensible se volvía al olor de los hombres, que de repente, inesperado y horrible, se extendía por las noches con
su hedor apodrido, revelando la presencia de unachoza de pastores, una cabaña de carbonero o una cueva de
ladrones. Y seguía huyendo, reaccionando cada vez con mayor sensibilidad al olor ya pocofrecuente de los
seres humanos. De este modo su nariz le condujo a regiones cada vez más apartadas, alejándole de los
hombres y empujándole cadadía con mayor fuerza hacia el polo magnético de la máxima soledad posible.

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Este polo, es decir, el punto más alejado de los hombres en todo el reino, se encontraba en el macizo central
de Auvernia, aproximadamente a cinco días de viaje de Clermont, endirección sur, en la cima de un volcánde
dos mil metros llamado Plomb du Cantal.
La montaña era un cono gigantesco de piedra gris plomo y estaba rodeada de una altiplanicie interminable y
rida donde sólo crecían un musgo grisy unas matas grises entre las cuales sobresalían aquí y allá rocas
puntiagudas, como dientes podridos, y algún que otro árbol requemado por el fuego.Esta región era tan
inhóspita, incluso en los días más claros, que ni el pastor más pobre de la misérrima provincia habría llevado
hasta allí a susanimales. Y por las noches, a la p lida luz de la luna, su desolación le prestaba un aire que no
era de este mundo. Incluso el bandido Lebrun, nacido en Auvernia y muy buscado por la justicia, había
preferido trasladarse a Cèvennes, donde fue cogido y descuartizado, que ocultarse en el Plomb du Cantal, en
donde seguramente nadie le habría buscado ni encontrado, pero donde habría hallado la muerte para él todavía
más terriblede la soledad perpetua. Ningún ser humano vivía en muchas millas a la redonda y apenas algún
animal de sangre caliente, sólo unos cuantos murciélagos y un par de escarabajos y víboras. Hacía décadas
que nadie había escalado la cima.
Grenouille llegó a la montaña una noche de agosto del año 1756. Amanecía cuando se detuvo en la cumbre,
ignorante aún de que su viaje terminaría allí. Pensaba que era sólo una etapa del camino hacia aires cada vez
más puros y dio media vuelta para que la mirada de su nariz se paseara por el impresionante panorama del
desiertovolcánico: hacia el este, la extensa altiplanicie de Saint-Flour y los pantanos del río Riou; hacia el
norte, la región por donde había viajado durante días enteros a través de pedregosas y estériles montañas;
haciael oeste, desde donde el ligero vientode la mañana sólo le llevaba el olor de la piedra y la hierba dura; y,
por último, hacia el sur, donde las estribaciones del Plomb se prolongaban durante millas hasta las oscuras
gargantas del Truyére. Por doquier, en todas direcciones, reinaba idéntico alejamiento de los hombres, por lo
quecada paso dado en cualquier dirección habría significado acercarse a ellos. La brújula oscilaba, sin dar
ninguna orientación. Grenouille había llegadoa la meta, pero al mismo tiempo era uncautivo.
Cuando salió el sol, continuaba en el mismo lugar, olfateando el aire, intentando con desesperado afán
encontrar la dirección de donde venía el amenazador olor humano y, por consiguiente, el polo opuesto hacia
el que debía dirigir sus pasos. Recelabade cada dirección, temeroso de descubrir un indicio oculto de olor
humano,pero no fue así. Sólo encontró silencio, silencio olfativo, por así decirlo. Sólo flotaba a su alrededor,
comoun leve murmullo, la fragancia etérea y homogénea de las piedras muertas, del liquen gris y de la hierba
reseca;nada más.
Grenouille necesitó mucho tiempo para creer que no olía nada. No estaba preparado para esta felicidad. Su
desconfianza se debatió largamente contra la evidencia; llegó incluso, mientras el sol se elevaba, a servirsede
sus ojos y escudriñó el horizonte en busca de la menor señal de presencia humana, el tejado de una choza,
elhumo de un fuego, una valla, un puente, un rebaño. Se llevó las manos a las orejas y aguzó el oído por si
captaba el silbido de una hoz, el ladridode un perro o el grito de un niño. Aguantó durante todo el día el calor
abrasador de la cima del Plomb du Cantal, esperando en vano el menor indicio. Su suspicacia no cedió hastala
puesta de sol, cuando lentamente dio paso a un sentimiento de euforia cada vez más fuerte: Se había salvado
del odio! Estaba completamente solo! Era el único ser humano del mundo!

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