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Patrick Süskind El perfume

Tercera Parte
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Mientras Grenouille necesitó sieteaños para la primera etapa de su viajea través de Francia, completó la
segunda en menos de siete días. Ya no evitaba la animación de las calles y las ciudades ni daba ningún rodeo.
Tenía un olor, tenía dinero, tenía confianza en sí mismo y tenía prisa.
Ya al atardecer del día en que abandonó Montpellier llegó a Le Grau-du-Roi, una pequeña ciudad portuaria
al sudoeste de Aigues -Mortes,donde embarcó en un carguero con destino a Marsella. En esta ciudad no se
alejó de la zona del puerto, sino que buscó en seguida un buque que le llevara a lo largo de la costa hacia el
este. Dos días después estaba en Tolón y tres días más tarde en Cannes. El resto del viaje lo hizo a pie,
siguiendo un camino que conducía tierra adentro, hacia el norte, y serpenteaba colina arriba.
Dos horas después alcanzó la cumbre, desde donde contempló una cuenca de varias millas de extensión, una
especie de plato gigantesco rodeado de colinas de pendiente suave y sierras escarpadas, cuya dilatada
depresión estaba cubierta de campos recién labrados, jardines y olivares. Sobre este plato reinaba un clima
muyparticular, de una intimidad sorprendente. Aunque el mar estaba tan cercaque podía divisarse desde la
cumbre de la colina, no había en la cuenca nada marítimo, nada salado ni arenoso, nadaabierto, sino un
aislamiento silencioso, como si se encontrara a muchos días de viaje de la costa. Y aunque al norte se
elevaban las grandes montañas de cimas todavía nevadas, cuya nieve no se derretiría durante algún tiempo, no
se notaba nada spero ni crudo y el viento no era frío. La primavera estaba mucho más adelantada que en
Montpellier. Un fino vapor cubría los campos como una campana de cristal. Los almendros y albaricoqueros
estaban en flor y en el aire templado flotaba el perfume de los narcisos.
Al otro lado de la gran depresión, tal vez a una distancia de dos millas,se extendía o, mejor dicho, se
encaramaba a las montañas una ciudad. Vistadesde lejos no causaba una impresión de grandiosidad; carecía
de una imponente catedral que sobresaliera de lascasas, y en su lugar sólo había un campanario chato.
Tampoco tenía una fortaleza en un punto estratégico ni edificios que llamaran la atención porsu
magnificencia. Las murallas parecían más bien endebles y aquí y allá surgían casas fuera de sus límites, sobre
todo hacia la llanura, prestandoa la ciudad un aspecto algo abandonado, como si hubiera sido conquistada
ysitiada demasiadas veces y estuviera harta de ofrecer una resistencia seriaa futuros invasores, pero no por
debilidad, sino por indolencia o incluso por un sentimiento de fuerza. Parecía no necesitar ninguna
ostentación. Dominaba la gran cuenca perfumada quetenía a sus pies y esto parecía bastarle.
Este lugar a la vez modesto y consciente del propio valor era la ciudad de Grasse, desde hacía varios
decenios indiscutida metrópoli de la producción y el comercio de sustanciasarom ticas, artículos de
perfumería, jabones y aceites. Giuseppe Baldini había mencionado siemp re su nombre conarrobado
entusiasmo. La ciudad era una Roma de los perfumes, la tierra prometida de los perfumistas y quien no había
ganado aquí sus espuelas, no tenía derecho a llevar este nombre.
Grenouille contempló con mirada muygrave la ciudad de Grasse. No buscaba ninguna tierra prometida de la
perfumería y no le inspiraba ninguna ilusión la vista del nido que se encaramaba a las laderas. Había venido
porque sabía que aquí se aprendían mejor que en ninguna otra parte las técnicasde la extracción de perfume y
de ellasquería apropiarse, ya que las necesitaba para sus fines. Extrajo del bolsillo el frasco de su perfume, se
aplicó unas gotas, muy pocas, y reemprendió la marcha. Una hora y media después, hacia el mediodía, estaba
en Grasse.
Comió en una posada en el extremo superior de la ciudad, en la Place aux Aires. Cruzaba
longitudinalmenteesta plaza un arroyo en el que los curtidores lavaban sus pieles, que a continuación
extendían para el secado.El olor era tan penetrante, que muchos de los huéspedes perdían el gusto mientras
comían. No así Grenouille, que conocía aquel olor y se sentía seguro al aspirarlo. En todas las ciudades
buscaba ante todo el barrio de los curtidores; después de visitarlo tenía la impresión de que, recién salido de
su esfera maloliente,ya no era un extraño en las demás partes de la localidad.
Pasó toda la tarde vagando por las calles. El lugar estaba increíblemente sucio, a pesar o tal vez a causa de la
gran cantidad de agua que, procedente de docenas de manantiales y fuentes, bajaba gorgoteando hacia la
ciudad en an rquicos regueros y arroyuelos que minaban las calles o las cubrían de fango. En muchos barrios
las casas estaban tan juntas que sólo quedaba una vara para pasajes y escaleras y los transeúntes, chapoteando

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Patrick Süskind El perfume

en el barro, apenas tenían sitio para pasar. E incluso en las plazas y las escasas calles más anchas, los
carruajes se sorteaban con dificultad unos a otros.
A pesar de todo, en medio de la suciedad, el fango y la estrechez, la ciudad bullía de actividad come rcial.
Grenouille descubrió en su recorrido nada menos que siete jabonerías, una docena de maestros de perfumería
y guantería, innumerables destiladores, talleres de pomadas y especierías y por último unos siete vendedores
de perfumes al por mayor.
Todos ellos eran comerciantes que disponían de grandes existencias de sustancias arom ticas, aunque por el
aspecto de sus casas era difícil deducirlo. Las fachadas que daban a la calle impresionaban por su modestia
burguesa y, sin embargo, lo que ocultaban en su interior, en gigantescos almacenes y sótanos, en cubas de
aceite, en pila sobre pila del más fino jabón de lavanda, en bombonas de aguas florales, vinos, alcoholes, en
balas de cuero perfumado, en sacos, arcas y cajas llenas a rebosar de todaclase de especias... -Grenouille lo
olía con todo detalle a través de las paredes más gruesas- eran riquezas queno poseían ni los príncipes. Y
cuandoolfateó más a fondo a través de los prosaicos almacenes y tiendas, descubrió que en la parte posterior
de aquellas casas burguesas, pequeñas y cuadradas, se levantaban edificios realmente lujosos. En torno a
jardines de tamaño reducido pero encantadores, donde crecían adelfas y palmeras alrededor de rumorosos y
delicados surtidores rodeados de parterres, se extendían las auténticas viviendas, lamayoría en forma de U y
orientadas alsur: dormitorios inundados de sol y tapizados de seda en los pisos superiores, magníficos salones
con paredesrevestidas de maderas exóticas en la planta baja y comedores en terrazas al aire libre donde, como
Baldini le había contado, se comía con cubiertos de oro y en platos de porcelana. Los señores que vivían tras
aquellas modestas fachadas olían a oro y a poder,a grandes y aseguradas fortunas, y su olor era más fuerte que
todo cuanto Grenouille había olido hasta entoncesa este respecto durante su viaje por la provincia.
Ante uno de los palacios camufladosse detuvo más rato. La casa se encontraba al principio de la Rue Droite,
una calle principal que atravesaba la ciudad en toda su longitud, de este a oeste. Su aspecto no tenía nada de
extraordinario; era algo más ancha y vistosa que las demás, pero noimponente, ni mucho menos. Ante la
puerta cochera había un furgón lleno de cubas que eran descargadas medianteuna plataforma. Otro furgón
esperaba tras el primero. Entró en la tienda un hombre con unos papeles, volvió a salir en compañía de otro
hombre y ambos desaparecieron dentro del portal. Grenouille se hallaba al otro lado de la calle y observaba
toda su actividad. Nada de lo que sucedía le interesaba y, no obstante, permanecía inmóvil. Algo lo retenía.
Cerró los ojos y se concentró en los olores que flotaban hacia él desdeel edificio de enfrente. Había el olor de
las cubas, vinagre y vino, y luego los múltiples y densos olores del almacén, los olores de la
riqueza,transpirados por las paredes como un sudor fino y dorado, y finalmente, losolores de un jardín que
debía encontrarse al otro lado de la casa. No era fácil captar los aromas más delicados del jardín porque se
elevaban en jirones delgados por encima de los frontones del edificio antes de bajar a la calle. Grenouille
distinguió la magnolia, el jacinto, el torvisco y el rododendro... pero en este jardín parecía haber otra cosa,
algo divinamente bueno, una fragancia más exquisita que ninguna de las que habíaolfateado en su vida...
Tenía que aproximarse a ella.
Meditó sobre si debía entrar sencillamente en la vivienda por la puerta cochera, pero había allí tantas
personas ocupadas en la descarga y el control de las cubas, que no podría pasar inadvertido. Decidió
retrocederpor la misma calle hasta encontrar unacallejuela o un pasaje que condujera ala fachada lateral de la
casa. A unosmetros de distancia se hallaba la puerta de la ciudad, al principio de la Rue Droite. La franqueó y
se mantuvo pegado a la muralla, siguiéndola colina arriba. No tuvo que ir muy lejos para volver a oler el
jardín, primero débilmente, mezclado todavía con el aire de los campos, y después cada vez más fuerte. Al
finalcomprendió que estaba muy cerca. El jardín lindaba con la muralla de la ciudad y se encontraba justo a su
lado. Retrocediendo unos pasos, pudo ver por encima del muro las ramas superiores de los naranjos.
Volvió a cerrar los ojos. Las fragancias del jardín le rodearon, clarasy bien perfiladas, como las franjas
policromas de un arco iris. Y la más valiosa, la que él buscaba, figuraba entre ellas. Grenouille se acaloró
degozo y sintió a la vez el frío del temor. La sangre le subió a la cabezacomo a un niño sorprendido en plena
travesura, luego le bajó hasta el centro del cuerpo y después le volvió a subir y a bajar de nuevo, sin que
élpudiera evitarlo. El ataque del aromahabía sido demasiado súbito. Por un momento, durante unos segundos,
durante toda una eternidad, según se le antojó a él, el tiempo se dobló o desapareció por completo, porque ya
no sabía si ahora era ahora y aquí era aquí, o ahora era entonces y aquí era allí, o sea la Rue des Marais en
París, en septiembre de 1753; la fragancia que llegaba desde el jardín era la fragancia de la muchacha pelirroja
que había asesinado. El hecho de volver a encontrar esta fragancia en el mundo le hizo derramar lágrimas de
beatitud... y la posibilidad de queno fuera cierto le dio un susto de muerte.
Sintió vértigos, se tambaleó un poco y tuvo que apoyarse en la murallay deslizarse con lentitud hasta que
estuvo en cuclillas. En esta posición, mientras se recuperaba y frenaba su imaginación, empezó a oliscar la

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