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Patrick Süskind El perfume

pasaremos por la nariz: Eres un chapucero, Pèlissier! Una mofeta hedionda! Un advenedizo en el negocio de
los perfumes y nada más que un advenedizo!
Y ahora, al trabajo, Baldini! Con la nariz agudizada para que huela sin sentimentalismos! Para
quedescomponga la fragancia según las reglas del arte! Esta misma noche tienes que estar en posesión de la
fórmula!
Y se precipitó de nuevo hacia el escritorio, sacó papel y tinta y un pañuelo limpio, lo ordenó todo delantede
él e inició su estudio analítico, procediendo de la siguiente manera: sepasó rápidamente bajo la nariz el
pañuelo humedecido con perfume e intentó captar un componente aislado de la fragante nube, sin dejarse
invadir por el conjunto de la compleja mezcla; y entonces, mientras sostenía el pañuelo lo más lejos posible
de su rostro, anotó de prisa el nombre de laparte olfateada y volvió a pasarse el pañuelo por la nariz para
entresacar el siguiente fragmento de aroma...

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Trabajó durante dos horas sin interrupción y sus movimientos se volvieron cada vez más frenéticos, má s
r pido el crujido de la pluma sobre el papel y mayor la dosis de perfume con que salpicaba el pañuelo antes de
llev rselo a la nariz.
Ahora ya no olía casi nada, hacía rato que las sustancias vol tiles que respiraba le habían aturdido y ni
siquiera era capaz de reconocer de nuevolo que al principio del experimento creía haber analizado sin lugar a
dudas. Sabía que no tenía sentido continuar olfateando. Jamás llegaría a averiguar la composición del nuevo
perfume; esta noche, no, desde luego, pero tampoco mañana, cuando con ayuda de Dios su nariz se hubiese
recuperado. Nunca había conseguido aprender autilizar el olfato para este fin. Captar por separado los
elementos de un perfume era un trabajo antip tico yrepugnante para él; no le interesaba dividir una fragancia
más o menos buena en las partes que la componían. Lo mejor sería dejarlo.
No obstante, su mano continuaba humedeciendo mecánicamente el pañuelo de encaje con delicados
movimientos practicados mil veces, agitándolo y pas ndolo con rapidez por delante del rostro y, también
mecánicamente, inhalando una porción de aire perfumado y expuls ndolo en pequeñas cantidades, tal como
mandaban las reglas. Hasta que por fin la propia nariz le liberó del tormento, mediante una hinchazón alérgica
que la cerró por completo conun tapón céreo. Ahora ya no era capazde oler nada y apenas podía respirar; tenía
la nariz tapada como por un grave resfriado y los lagrimales le goteaban. Gracias a Dios! Ahora sí que podía,
sin remordimientos de conciencia, dar por terminado el experimento. Ya había cumplido con su debery hecho
todo lo posible conforme a lasreglas del arte, aunque infructuosamente, como ocurría con tanta frecuencia.
"Ultra posse nemo obligatur". Se acabó el trabajo. Mañana tempranoenviaría a buscar a casa de Pèlissierun
gran frasco de "Amor y Psique" para perfumar con él el cuero español encargado por el conde Verhamont. Y
después cogería su maletín lleno de jabones anticuados, "sentbons", pomadas y almohadillas perfumadas y
haría la ronda de los salones de ancianas duquesas. Y un día se moriría la úl-tima duquesa anciana y con ella
su última cliente. • l sería también un anciano y tendría que vender su casa aPèlissier o a otro de los
advenedizoscon dinero, que tal vez le darían unasdos mil libras por ella. Entonces haría el equipaje, una o dos
maletas yviajaría a Italia con su anciana esposa, si ésta aún no había muerto. Y si él sobrevivía al viaje,
compraría una pequeña casa de campo en Mesina, donde todo era barato y allí moriría Giuseppe Baldini, en
un tiempo el mayor perfumista de París, arruinado, cuando Dios quisiera llamarle a su seno. Y así tenía que
ser.
Tapó el frasco, dejó la pluma y se pasó por última vez el pañuelo empapado por la frente. Notó la frescura
del alcohol evaporado y nada más. Entonces se puso el sol.
Baldini se levantó. Subió la persiana y se asomó a la luz del atardecer, que iluminó su cuerpo hasta las
rodillas, dándole el aspecto de una antorcha incandescente. Vio el ribeterojo del sol detrás del Louvre y un
resplandor más débil sobre los tejadosde pizarra de la ciudad. Abajo, el río brillaba como el oro y los barcos
habían desaparecido. Soplaba algo de viento, pues las rfagas formaban escamas en la superficie, que
centelleaba aquí y allí como si una mano gigantesca esparciera millones de luises de oro sobre el agua, y la
dirección de la corriente pareció cambiar en un momento dado y afluir haciaBaldini como una marea de oro
puro.
Los ojos de Baldini estaban húmedos y tristes. Durante un rato permaneció inmóvil, observando la
magníficavista. De repente, abrió la ventana de par en par y lanzó al aire, describiendo un gran arco, el frasco
del perfume de Pèlissier. Lo vio caer y,por un momento, la rutilante alfombra de agua se dividió.

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