Está en la página 1de 3

A una persona hermosa:

Me resulta complicado pensar en un inicio correcto, siempre se me ha dado difícil hablar de lo


que más me duele, aunque hablar paja sea mi modo de existencia. Es innegable que la
intersubjetividad es desgarradora. El pasar por alguien, el enfrentarse a alguien y por ende, a
nosotros mismos. El olvidar a alguien es doloroso, por eso no lo hacemos, simplemente vivimos
como la síntesis del pasar por todo el proceso dialéctico de haber amado.

Sin embargo, ¿es una necesidad sufrir, cuándo por tanto tiempo lo hemos estado haciendo? El
apego ciertamente es lo que más duele, el “Siempre fuiste mi espejo, quiero decir que para verme
tenía que mirarte” de Cortázar. Porque realmente cuando me veo al espejo en tu ausencia, no me
encuentro. El amor, así como el arte y la filosofía debería ser aquello que calma el corazón, en
vez de agitarlo vanamente por simple inconsciencia. El amor no debería ser aquello que nos deja
como el sujeto “pareja” o eventualmente, el sujeto “ex” o el “dejado” o el “dejante”, ese ente que
deja. El amor ve más allá de la máquina antropológica que produce cuerpos biopolíticos, pues es
de las pocas cosas que cuando son reales, son una excepción que escapa las fisuras vitales que va
dejando el vivir bajo los presupuestos capitalistas de generar identidades sin persona alguna
detrás. En otras palabras, el amor debe ser infante: lo abierto. Debe ser aquello que escapa a las
lógicas de los dispositivos, sin tener pretensiones de crear reglas sobre un vida, de regir la
existencia del otro.

Agamben nos habla del lenguaje como el dispositivo primero, en el que algún primate se dejó
atrapar. Sinceramente, tal cual fue el amor.

Aquél primate, yo, me deje atrapar por ti, Samuel, cuando éramos muy pequeños.

Besarte no era más que un símbolo de saber que tenía la vida entre tus labios. Así fue, así ha
sido. Me he pasado los últimos seis años de mi vida mirándote para poder verme. El
desprenderme de ti, es rasgarme a mí misma, lo que hemos sido, lo que yo he sido contigo: una
fabricación a nuestra medida de las ilusiones de lo que esperábamos en el otro. Es cierto cuando
dices que nunca hemos estado bien. Cuando alguna vez lo estuvimos fue porque éramos lo que
quería que fuera el otro. Afortunadamente, ambos somos muy testarudos y nos dimos cuenta que
no queríamos ser la creación de otra persona, por lo que dejamos que el otro viera nuestras
peores partes, en el intencionado intento de escapar de la subjetividad que habíamos creado en el
otro al llamarnos “pareja de”. Esos rasguños al ser nos cobran muy duro luego, Pochi. Tenemos
que pagar el precio de aprender a vivir sin el otro, de formar una vida sin algo que nos definió
por tanto tiempo. No porque no nos vayamos a ver,, sino porque nos espera una vida sin el otro
como pilar de la existencia.

Yo siempre te llevaré en el alma como el rasguño más profundo que me he hecho. Ese
depositarme en ti hasta haber perdido agarre de quién soy. Me he hecho mucho daño tratando de
ser lo que querías, lo que esperabas de mí. Por la misma razón, he cometido muchos errores,
como si hiriéndote pudiera subsanar lo que yo me he herido amándote. Mi mayor error ha sido el
herirte como forma de sanar mía, como el analgésico al dolor de no ser todo aquello que quisiste,
o en si defecto, quien era cuando empezamos a salir.

Claramente no pienso que haya cambiado mucho. Pero sí tengo mucho que agradecerte, porque
no vale la pena expresar todas mis penas que ya conoces muy bien. Seguramente sabes que
“Samuel” significa aquella persona que es escuchada por Dios, aunque no sea alguien de
profundas creencias católicas, estoy segura que no pudieron ponerte un nombre más preciso y
precioso. Porque no solamente eres escuchado por la vida, sino que naciste para escucharla a
ella. No sé si te has dado cuenta que tienes una tendencia de aparecer en la vida de los demás
cuando más necesitan una. Tú fuiste mi luna por mucho tiempo, mi luz guía en la oscuridad de
mí misma. De la misma manera, has sido luz de muchas otras personas, pues no hay vida a la que
tu sonrisa no le haya dado paz. Tal vez de las cosas que más llegué a odiar en mí estando contigo
fue el perturbar tu paz, el bienestar que necesitabas para luego entregarle un poco de eso al
mundo

Por último, sólo quisiera agradecerte, ofrecerte mi mano, mi casa, mi amor y mi amistad. Con
alguien que me acogió por tantos años, no tengo más que gratitud y mi corazón y mis brazos
abiertos. Sólo tengo flores para hablar de ti, porque de lo malo ya discutimos suficiente. Y el
único residuo que queda en mí es un profundo amor y admiración por el hombre en que te has
convertido.

Es cierto cuando dicen que el primer amor nunca muere, pues yo no podría dejar salir de mí
tantos años en los que fui lo más feliz que alguna vez había sido.

Te escribo esto aún amándote, por lo que debo decir simplemente:


Te amo, Samuel.

También podría gustarte