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1º Congreso Argentino de Filosofía – Red Filosofía Norte Grande

Pornografía, reconocimiento, destructividad: algunas notas acerca de las


recepciones específicas de la noción de reconocimiento en Judith Butler y
Jessica Benjamin en el abordaje de la representación pornográfica.

Canseco, Alberto (Conicet / CIFFyH, UNC) betocanseco@hotmail.com

En la presente comunicación quisiera poner en discusión las propuestas de Judith


Butler y Jessica Benjamin a propósito de sus recepciones específicas de la noción
hegeliana de reconocimiento. El lugar que ocupa la destructividad en ambas
propuestas es el punto crucial desde donde distinguirlas. Mientras en Butler la
destructividad no puede ser superada en la escena del reconocimiento, en Benjamin,
la destructividad es lo otro del reconocimiento, su opuesto.

Sin embargo, en la reflexión que Benjamin hace en torno a la representación


pornográfica de la violación sexual, la agresión que nutre la destructividad parece
ocupar un lugar diferente, en apariencia, más cercano a la propuesta butleriana.
Siendo así, me parece interesante realizar esta evaluación de las diferencias entre
ambas propuestas atendiendo a esta reflexión en torno a la representación
pornográfica.

Judith Butler: La representación pornográfica y la reconocibilidad

Butler entiende que el sujeto se constituye como ser social viable a partir de la
experiencia del reconocimiento –la cual supone en su propuesta la posibilidad de una
relación ética con el otro (Butler . El deseo de este reconocimiento, por tanto, es
constitutivo del sujeto, deseo que lo arroja siempre a una exterioridad que, de este
modo, se le presenta también como fundamental. El hecho de que así sea, implica que
cada sujeto depende de los/as otros/as para existir. Esta condición, al mismo tiempo
que le brinda la posibilidad de actuar, de vivir, de amar, de gozar, deja al sujeto a
merced de la violencia, del daño, del riesgo radical de desaparecer. A esto la autora lo
llama precariedad, i.e., la condición de vulnerabilidad común y de interdependencia
fundamental, la que presupone, en el mismo sentido, una morfología del cuerpo como
expuesto por definición; un cuerpo que no es propio sino que es en y para los otros.

Consecuencia de la exposición fundamental, cabe la posibilidad que un cuerpo nos


interpele sexualmente de tal manera que nos veamos intensamente arrojados hacia el
mismo, involucrándonos en una pasión sexual. Dicha experiencia se encuentra
regulada por normas sociales que operan sobre los cuerpos estableciendo dentro de
qué prácticas y marcos es legítimo vivir una pasión sexual; qué cuerpos y vivencias
son dignas de interpelarnos sexualmente y cuáles no.

Dichas normas son producidas a partir de esquemas de inteligibilidad que las


preparan, de modo que los marcos culturales de representación permiten la
inteligibilidad y, en el mismo sentido, la reconocibilidad.

Entre estas representaciones podemos contar la pornografía. La misma funciona como


un mecanismo que configura el campo de percepción, particularmente de lo que
provocará estimulación sexual. En su análisis de las repercusiones que suscitó la
publicación de fotografías de los actos de tortura en la cárcel de Abu Ghraib, Butler
discute con la lectura de la historiadora Joanna Bourke (2004) del mismo fenómeno.
Dicha autora habla de una estética “pornográfica” para dar cuenta de la exultación por
parte del fotógrafo, en tal caso objetable, ante las escenas de tortura. Frente a eso,
Butler insiste en distinguir, sin embargo, la sexualización del acto de ver de la
sexualización de la escena representada. Por su diferencia sustancial, ambas
instancias merecen a su vez análisis diversos. Lo que parece problemático para Butler,
entonces, no es tanto la erotización del acto visual sino la indiferencia moral frente a
los actos de tortura que son visualizados; esto es lo repudiable.

En este sentido, si para Butler el reconocimiento tiene que ver con la posibilidad de
ofrecer una respuesta ética a alguien, las fotografías en sí prepararon el camino para
el mismo cuando fueron leídas de forma crítica más allá de las pretensiones de los
sujetos que las tomaron. Al respecto, la autora declara: “la fotografía ni tortura ni
redime, pero (…) puede ser instrumentalizada en direcciones radicalmente diferentes,
según cómo esté enmarcada discursivamente y en qué medio de comunicación sea
presentada o mostrada” (Butler 2010: 133).

La destructividad en la propuesta de Jessica Benjamin, según Butler

Ahora bien, en la problematización de la noción de reconocimiento Butler discute la


propuesta de Benjamin acerca del lugar que ocupa la destructividad en la escena de
reconocimiento. Según la autora, la destrucción sería lo otro del reconocimiento, su
opuesto, a lo que Butler cuestiona: ¿las posibles amenazas de destrucción pueden
realmente ser superadas, eliminadas o resueltas en dicha escena?
Benjamin intenta establecer el reconocimiento intersubjetivo como ideal normativo y
como meta a aspirar en la práctica clínica. La autora entiende, en el marco de una
problematización que vincula teoría crítica y psicoanálisis, que el reconocimiento es “la
condición bajo la cual el ser humano logra la comprensión psíquica de su propio yo y
su aceptación” (Butler 2006, 189).

El reconocimiento sería es ese proceso en el que no se incorpora al otro, ni se lo


aniquila a través de la proyección sino que se lo “ve” reflejando la propia estructura
física y psíquica. Se trata de una conciencia en cuyo deseo de ser reconocida
reconoce a otra que pueda realizar ese reconocimiento, de tal modo que la
independencia absoluta de la conciencia depende paradójicamente del similar deseo
de la otra de ser reconocida.

Es así como el reconocimiento se une con la negación, esto es, según Benjamin, en el
aspecto diferenciador de la relación: yo no soy el Otro. Esta negación, sin embargo,
puede –y debe– darse en términos no destructivos. El problema está, según Butler, en
que Benjamin, aún admitiendo que el reconocimiento puede conllevar la destrucción,
insiste en “un ideal de reconocimiento en el que la destrucción es un acontecimiento
lamentable que se revierte y se supera en el contexto terapéutico, de modo que no
acaba de definir el reconocimiento de una forma esencial” (Butler 2006a, 192). De este
modo, Benjamin deja atrás la destructividad, cuestión que hace emerger la pregunta:
¿es esto posible?, es decir, ¿es un ideal normativo alcanzable?

Butler plantea, entonces:

¿qué pasa con los otros ‘terceros’: el niño que interrumpe el


encuentro, el antiguo amante en la puerta o el teléfono, el
pasado al que no se puede volver, el futuro que no puede ser
contenido, el inconsciente mismo mientras afronta una
circunstancia no esperada? (Butler 2006: 208).

Podríamos admitir, plantea Butler, que la exigencia ética benjaminiana que se sigue de
la distinción entre destrucción y negación implicaría una lucha incesante en la que la
destrucción sobrevive persistentemente en la negación, de tal modo que la
destructividad, lejos de desaparecer, entra en escena una y otra vez, “una relación en
la cual se esperan formas inevitables de interrupción” (Butler 2006a: 210). Sin
embargo, Benjamin plantea otro dinamismo temporal, de tal manera que la superación
de la destrucción es la finalidad –imposible para Butler- de un movimiento teleológico.
En otras palabras, no se trata de una tarea incesante sino del objetivo de toda la
empresa.
En las referencias a Benjamin, Butler no toma lo reflexionado acerca de la
representación pornográfica de la violación sexual, en la cual la autora plantea cómo el
proceso de reconocimiento no logra contener toda la agresión.

El estudio de este texto nos permitirá así entender mejor las diferencias y semejanzas
entre las dos propuestas, además de brindar una reflexión acerca de la pornografía
como una representación de la pasión sexual y del juego que se da entre
reconocimiento y destructividad dentro de ella.

Jessica Benjamin: entre la destrucción y Eros

En el artículo de Jessica Benjamin que lleva por título “Simpatía por el diablo: notas
sobre la sexualidad y la agresión, con especial referencia a la pornografía” (1997), la
autora busca reflexionar en torno a la representación pornográfica de la violación
sexual, entendiendo que es una experiencia común la respuesta excitada a fantasías e
imágenes que en la realidad serían desagradables y hasta traumáticas. Siendo así, la
autora insiste una y otra vez en la necesaria distinción entre la esfera de la fantasía y
la esfera de la realidad. Apunta así a desarticular ciertos argumentos de feministas
anti-pornografía, como Andrea Dworking o Catherine MacKinnon, quienes, según la
autora, habrían confundido lo simbólico con lo real al plantear un daño efectivo a las
mujeres en la representación pornográfica, y, en este caso particular, de la violación
sexual. Es muy diferente la presencia de un otro fuera del propio control y que puede
ejercer poder y violencia sobre el propio cuerpo que la forma fantaseada del deseo,
aunque ésta sea aterradora.

En este sentido, la pornografía expresa una relación entre la excitación sexual y el


reino de la fantasía, abre la distinción entre ser afectado por el exterior y estar
encerrado en la propia fantasía. Por otro lado, a diferencia de la mera fantasía, la
representación pornográfica es una fuente de estimulación externa que es compartida,
destacándose su dimensión colectiva como resultado de la maquinaria cultural.

Teniendo en cuenta esta distinción, debe haber, según la autora, algún modo de
abordar críticamente la representación pornográfica que no refiera necesariamente a
los contenidos sádicos. Es así que la clave, considera Benjamin, debe estar en el
contexto intersubjetivo. En esta línea, la autora plantea la noción de “lo sexual” como
una “antivida frenética”, un sadismo que llevaría, en un enfoque intersubjetivo, a la
destrucción del objeto. Se trataría de una instancia opuesta a Eros, que se vincula al
contacto con el otro, aunque no necesariamente libre de agresión y odio. Lo erótico se
define para la autora por el reconocimiento mutuo, es decir, cuando el otro sobrevive a
la destrucción y no es completamente asimilable al propio producto mental. Es un
encuentro entre dos sujetos que recrean la tensión.

Los temas sadomasoquistas, en este sentido, irían de la mano de “lo sexual, como una
culminación lógica de la vuelta hacia adentro de la acción y la creación de sexualidad
fantasmática.

Por su parte, la representación pornográfica crearía una sensación de exterioridad que


es el público fantaseado de la exposición de componentes internos, autoeróticos. De
este modo, se procura ir hacia afuera, aun cuando no “exista” un otro. La pornografía
permitiría así la producción de un exterior en el interior del reino de la fantasía (la
esfera de la omnipotencia). Esta externalidad, sin embargo, usaría y atenuaría la
expresión simbólica, buscando provocar una excitación que pueda aliviarse a través
de alguna actividad física concreta como la masturbación. No se basta a sí misma
para resolver la descarga: es un medio para otro medio.

Al parecer, para Benjamin, lo ideal es la simbolización, esto es, que el objeto no sea
equiparado a las propiedades simbólicas que se le atribuyen (“ella es eso que yo
temo”) sino que se lo vea diferente. La capacidad de distinguir las propiedades
simbólicas atribuidas por uno mismo “refleja la diferenciación entre el sí-mismo y el
otro” (Benjamin 1997: 223). Decir que la pornografía es violencia real, como sostienen
feministas anti-pornografía, indicaría una postura que pierde de vista esta barrera
entre representación y acción, es decir, olvidaría el espacio de simbolización. La
pornografía misma estaría jugando también con esa ruptura; ambas posiciones se
quedan en esta disyunción que la autora llama “ecuación simbólica”.

A propósito de esto, la autora sostiene:

La excitación pornográfica puede constituir un empleo


atenuado no sólo de la simbolización sino también del espacio
transicional. Clausura el espacio entre el símbolo y el objeto, y
hace que el objeto representado parezca ser “la cosa” que
provoca la excitación, pero la cosa es precisamente no real. En
el sexo pornográfico, las fantasías no son contenidas como
representaciones simbólicas en la mente del sujeto; son
encaminadas a través de la ecuación simbólica desde el objeto
directamente a la descarga física. Pero el acto sexual que
genera la descarga (el más común es la masturbación) pocas
veces constituye una réplica de la imagen que genera la
excitación. (Benjamin 1997: 224)
La cuestión se complica porque la autora plantea que ‘lo sexual’ y lo erótico no pueden
desgarrarse, y que, por lo general, aparecen simultáneamente. Además de que “entre
las ecuaciones simbólicas y la simbolización hay un continuum y no un límite”
(Benjamin 1997: 228). La distinción entre la sexualidad fantasmática y el juego
simbólico de Eros sólo puede ser conceptual. La distinción entre lo sexual y lo erótico,
agrega la autora, fuera del análisis no es fácil de sostener. La sexualidad implicaría
ambos: Eros y (reconocimiento, vida, realidad) y “lo sexual” (omnipotencia, muerte,
fantasía). A propósito de esto, dice la autora:

Si ‘lo sexual’ surge como el negativo de Eros, ello se debe a


que Eros (el impulso hacia el otro, el proceso de
reconocimiento) no logra contener toda la agresión por sí solo;
parte de ella debe volverse hacia adentro para evolucionar en
el seno de la esfera de la omnipotencia. (Benjamin 1997: 230)

La destrucción no sería, por tanto, la negación de Eros (proceso de reconocimiento)


sino su complemento necesario. La supervivencia a la agresión debería ser, en este
sentido, la meta que Eros debiera inspirar a la destrucción.

Ahora bien, si la pornografía, dominada por la ecuación simbólica, está en continuum


con la simbolización, y forma parte de la sexualidad en este sentido, me pregunto
¿para qué pedirle más? Sin contar el hecho de que deberíamos cuestionarnos de qué
modos la pornografía necesariamente quiebra el escenario intersubjetivo, ¿no se trata
más bien de una manera posible de consumir pornografía, la cual, más allá de sus
pretensiones, no puede funcionar en sí misma sin complicidad de un espectador más o
menos entrenado para hacerlo?

Volviendo al tema de la destrucción, el análisis de la propuesta por parte de Butler


pareciera no dejar en claro que Benjamin no desestima el lugar de la destrucción en el
proceso de reconocimiento. Lo problemático, y en esto Butler tiene razón, es que
permanece por fuera de dicho proceso como un otro y no como constituyente del
mismo, además de que Benjamin suele colocarla en la esfera de lo intrapsíquico (Cf.
Benjamin 1997: 77-78). Para Benjamin pareciera que el proceso de reconocimiento
supera la destrucción y disputa con ella, la cual estaría pujando desde el interior del
sujeto mismo en forma de agresión.

Algunas conclusiones

Quisiera concluir que ambas autoras sostienen lecturas críticas acerca de la


representación pornográfica, a las cuales considero importante abordar y discutir. En
este sentido, me parece interesante que, aunque en la propuesta de Benjamin
pareciera haber una lectura más negativa, ninguna de las dos asume posiciones
claramente reprobatorias al estilo de otras autoras feministas que seguirían una
argumentación anti-pornografía.

Por otra parte, en lo que refiere a la discusión en torno a la noción de reconocimiento,


espero poder haber dejado más claras las diferencias entre las propuestas de las
autoras, para las cuales la destructividad nunca es abandonada como pareciera en
una lectura rápida del análisis de Butler de las teorizaciones benjaminianas.

Bibliografía

Benjamin, Jessica (1997). Sujetos iguales, objetos de amor. Ensayos sobre el


reconocimiento y la diferencia sexual. Buenos Aires: Paidós.

Bourke, Joanna (2004). “Torture as Pornography”, The Guardian, 7 de mayo de 2004.


Disponible en Internet: <<http://www.guardian.co.uk/world/2004/may/07/gender.uk>>

Butler, Judith (2006). Deshacer el género. Barcelona: Paidós.

Butler, Judith (2009). Dar cuenta de sí mismo. Violencia ética y responsabilidad.


Buenos Aires: Amorrortu.

Butler, Judith (2010). Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Buenos Aires: Paidós.

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