Está en la página 1de 3

Finocchio, A (2012). La escritura en la escuela. En: Conquistar la escritura.

Saberes y prácticas
escolares. Buenos Aires. Paidos. Recuperado
de: http://pdfhumanidades.com/sites/default/files/apuntes/Finocchio%20%282009%29.pdf

Yira Lesandre García Sánchez.


Énfasis II – Oralidad, lectura y escritura.

El capítulo la escritura en la escuela de Ana María Finocchio, presenta un rastreo general sobre la

manera en que se ha abordado la enseñanza de la escritura desde las distintas dimensiones de la

cultura escolar. Así, realiza un recorrido sobre las representaciones al momento de enseñar a

escribir, las líneas pedagógicas a las que se suscribieron: la pedagogía tradicional y la pedagogía

de la libre expresión, para finalmente exponer dos propuestas innovadoras que se dieron a finales

del siglo XX para la enseñanza de la escritura: el taller de escritura y el trabajo por proyectos.

De este modo, la autora inicia explicando que la cultura escolar se entiende como un espacio

trasmisor y productor de cultura, en este sentido, la escuela se ha configurado como el lugar

destinado a la apropiación de la escritura con unas representaciones y prácticas extendidas en los

docentes, el currículo y los textos escolares. Tales representaciones pasan por considerar la

separación que se asigna al escribir en la escuela y fuera de ella, pareciera que el sentido de escribir

toma relevancia sólo en el escenario escolar y que el goce de la misma queda por fuera de ella, en

palabras de la autora “se escribe para aprender a escribir” desdibujando otros propósitos que tiene

la escritura.

A su vez, la idea de percibir la escritura desde una mirada evaluadora: extensión, ortografía,

creatividad, cohesión, léxico; acusar la responsabilidad a los otros docentes de que los estudiantes

no saben escribir o que ésta práctica es trabajo único de los maestros de lengua, hacen parte del

imaginario escolar.También se encuentra la percepción de que la escritura es don de unos pocos,


innata, natural por lo cuál está no se desarrolla, ni aprende en todos los estudiantes; se concibe que

escribir siempre debe girar alrededor de un tema especifico, en este sentido, al repetir siempre los

mismo temas, se pierde el interés y la intención de ésta.

Otra representación muy común desde la enseñanza de la escritura es pensar que siempre se escribe

para el mismo lector, el docente, con el deseo de llenar sus expectativas y gustos; igualmente, se

alude que el lenguaje usado en el chat y los mensajes de texto utilizado por los estudiantes es

producto del pobre vocabulario que tienen, descontextualizando el carácter identitario que

adquieren esos nuevos codigos escritos de comunicación.

Por otra parte, vinculado a las representaciones de la cultura escolar, la autora menciona dos líneas

pedagógicas frente a la enseñanza de la escritura coexistentes a finales del siglo XX, por un lado,

la pedagogía tradicional, y de otro, una pedagogía de la libre expresión enlazada a las propuestas

de la escuela nueva. La pedagogía tradícional con una serie de procesos a seguir en la escritura:

uso de normas, gramática, figuras retóricas y empleo de la descripción como género escolar usado;

además, de unos temas precisos que desde lo currícular se debían abordar; aquí la escritura se

convirtió en un medio para transmitir la moral de cada grupo social en cada época y situación

específica. De otra parte, la pedagogía de la libre expresión dió rienda suelta a la imaginación de

los estudiantes, proponiendo la libertad frente a la creación textual: el dialógo, la carta, el diario

personal; así mismo, propició la autonomía en el uso del lenguaje y la subjetividad del estudiante,

sumado a la posibilidad de compartir las producciones con sus compañeros.

Hacia 1980 aparecen los talleres de escritura, esta nueva modalidad supuso pensar la escritura

como práctica y en este sentido, se derriba la idea de que la escritura es una capacidad innata y

original, se deja de considerar que se escribe para ser leído únicamente por el profesor, y que la
experimentación con el lenguaje y el aprendizaje a partir del juego son los pilares de esta nueva

modalidad.

De esta manera, los talleres de escritura posibilitaron entender la escritura como “un conjunto de

procesos”, como una práctica continua que implica realizar una serie de operaciones: leer, realizar

borradores, revisar y reescribir. Pese a la novedad de los talleres de escritura, estos se fueron

quedando como actividades extracurrículares en la escuela y nunca se pudieron adaptar al

currículo.

Adicional a esto, surgió el trabajo por proyectos, éste referido al trabajo hecho por los estudiantes

a partir de un tema o problema planteado, para llegar a producciones finales escritas que requieren

de una serie de tareas realizadas cooperativamente por los estudiantes a partir de gustos e intereses,

tanto en el problema o tema escogido, como en los géneros discursivos a utilizar. Sin embargo,

pese a la novedad que supuso, el trabajo por proyectos tuvo poco exito ya que desde la lógica

escolar, quedó como una secuencia de actividades a realizar desligada de los contenidos

currículares a seguir en la escuela.

Finalmente, luego del recorrido que realiza la autora alrededor de las representaciones, las líneas

pedagógicas y los métodos innovadores para la enseñanza de la escritura en la escuela, invita a

reflexionar sobre las decisiones que se deben tomar al momento de realizar ésta práctica,

decisiones que pasan por el qué, el cómo y para qué enseñar a escribir, de este modo, para

Finocchio la finalidad que tiene la escritura en la escuela es “tomar posesión del mundo o ponerse

al mando de la propia vida”, por lo tanto, abre posibilidades para pensar la función social de la

escritura en el escenario escolar, entendiendo sus horizontes y complejidades.

También podría gustarte