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Panel

 
En esta técnica un equipo de expertos discute un tema en forma de diálogo o conversación ante el grupo.
Como en el caso de la Mesa redonda y el Simposio, en el Panel se reúnen varias personas para exponer sus
ideas sobre un determinado tema ante un auditorio. La diferencia, consiste en que en el Panel dichos expertos
no "exponen", no "hacer uso de la palabra", no actúan como "oradores", sino que dialogan, conversan,
debaten entre sí el tema propuesto, desde sus particulares puntos de vista y especialización, pues cada uno
es experto en una parte del tema general.
En el Panel, la conversación es básicamente informal, pero con todo, debe seguir un desarrollo coherente,
razonado, objetivo, sin derivar en disquisiciones ajenas o alejadas del tema, ni en apreciaciones demasiado
personales. Los integrantes del Panel ( de 4 a 6 personas) tratan de desarrollar a través de la conversación
todos los aspectos posibles del tema, para que el auditorio obtenga así una visión relativamente completa
acerca del mismo.
Un coordinador o moderador cumple la función de presentar a los miembros del Panel ante el auditorio,
ordenar la conversación, intercalar algunas preguntas aclaratorias, controlar el tiempo, etc.
Una vez finalizado el Panel (cuya duración puede ser de alrededor de una hora, según el caso) la
conversación o debate del tema puede pasar al auditorio, sin que sea requisito la presencia de los miembros
del panel. El coordinador puede seguir conduciendo esta segunda parte de la actividad grupal, que se habrá
convertido en un "Foro".
La informalidad, la espontaneidad y el dinamismo son características de esta técnica de grupo, rasgos por
cierto bien aceptados generalmente por todos los auditorios.
 
¿Cómo se realiza?
 
Preparación:
 
De acuerdo con el tema elegido para el Panel, el organizador selecciona a los componentes o miembros del
mismo, tratando de que sean personas:

 Capacitadas y de ser posibles reconocidas en la cuestión,

 Que puedan aportar ideas más o menos originales y diversas,

 Que enfoquen los distintos aspectos del tema

 Qué posean facilidad de palabra (pero no verborrea)

 Qué posean juicio critico y capacidad para el análisis tanto como para la síntesis.

 Aún sería deseable, un cierto sentido del humor para amenizar una conversación que podría tornarse
en algunos momentos un poco cansada.
Es conveniente una reunión previa del coordinador con todos los miembros que intervendrán en el panel, para
cambiar ideas y establecer un plan aproximado del desarrollo de la sesión, compenetrarse con el tema,
ordenar los subtemas y aspectos particulares, fijar tiempo de duración, etc.
Así pues, aunque el Panel debe aparecer luego como una conversación espontanea e improvisada, requiere
para su éxito ciertos preparativos como los expuestos.
 
Desarrollo:
1. El coordinador o moderador inicia la sesión, presenta a los miembros del panel, y formula la primera
pregunta acerca del tema que se va a tratar.

2. Cualquiera de los miembros del panel inicia la conversación, aunque puede estar previsto quien lo
harta, y se entabla el diálogo que se desarrollará según el plan flexible también previsto.

3. El coordinador interviene para efectuar nuevas preguntas sobre el tema, orientar el dialogo hacia
aspectos no tocados, centrar la conversación en el tema cuando se desvía demasiado de él, superar
una eventual situación de tensión que pudiera producirse, etc. Habrá de estimular el diálogo si éste
decae, pero sin intervenir con sus propias opiniones.

4. Unos cinco minutos antes de la terminación del diálogo, el coordinador invita a los miembros a que
hagan un resumen muy breve de sus ideas.

5. Finalmente el propio coordinador, basándose en notas que habrá tomado, destacará las
conclusiones más importantes.

6. Si así se desea y el tiempo lo permite, el coordinador puede invitar al auditorio a cambiar ideas sobre
lo expuesto, de manera informal, al estilo de un Foro. En esta etapa no es indispensable la presencia de
los miembros del panel, pero si éstos lo desean, pueden contestar preguntas del auditorio, en cuyo caso
el coordinador actuará como "canalizador" de dichas preguntas, derivándolas al miembro que
corresponda.
 
Sugerencias Practicas:
 
Los miembros del panel y el coordinador deben estar ubicados de manera que puedan verse entre sí para
dialogar, y a la vez ser vistos por el auditorio. La ubicación semicircular suele ser la más conveniente, ya sea
detrás de una mesa o sin ella pero con asientos cómodos.
 

 Puede designarse un secretario para tomar notas de las ideas más importantes, las cuales pueden
ser distribuidas luego entre los interesados. También cabe la utilización de una grabadora de audio o
mucho mejor de vídeo.

 Se aconseja tener especial cuidado en la elección de los miembros del Panel, pues una conversación
de este tipo debe mantener despierto el interés de un auditorio que permanece en pasividad expectante.
Aparte del conocimiento y autoridad sobre el tema, se requiere en los interlocutores ciertas dotes de
amenidad, facilidad de palabra, claridad de exposición, serenidad, ingenio y alguna salida de buen
humor.

Panel. ¿Que es y cómo se prepara?


Un panel es una reunión común entre varias personas sobre un tema concreto; suele tener de
cuatro a seis miembros, La duración estimada es de una o dos horas, con 10 ó 15 minutos
dedicados a la presentación de cada panelista. Después de las presentaciones, un secretario
resume las diferentes ponencias en pocos minutos. En esta técnica un equipo de expertos discute
un tema en forma de diálogo o conversación ante el grupo.

En el Panel se reúnen varias personas para exponer sus ideas sobre un determinado tema ante un
auditorio. La diferencia, consiste en que en el Panel dichos expertos no "exponen", no "hacen uso
de la palabra", no actúan como "oradores", sino que dialogan, conversan, debaten entre sí el tema
propuesto, desde sus particulares puntos de vista y especialización, pues cada uno es experto en
una parte del tema general.

Algunas veces, en la reunión de un panel se admite, como observadores, a personas ajenas al


panel; este público puede realizar preguntas para aclarar el contenido o la posición de algún
miembro del panel. El panel tiene el sentido de una consulta a los expertos mundiales en un tema.

Los expertos del panel conocen a fondo el tema sobre el cual se va a tratar.

Participantes

 Un moderador que: 1. Anuncia el tema y el objetivo de discusión. 2. Determina el tiempo de


la discusión y el de la realización de las preguntas.
 Los expertos, de cuatro a seis especialistas en el tema, que desean participar como
consultores de un determinado organismo
Preparación del panel
1. El equipo o persona que necesita consultar sobre un tema, define el asunto a tratar,
selecciona a los participantes del panel y al moderador.
2. Convoca una reunión con los expertos y el moderador para explicarles la temática a
desarrollar, para que los expertos puedan preparar su presentación. En esta reunión también se
pueden aclarar dudas sobre el panel y el material necesario: láminas, recortes de periódicos,
afiches.
Realización del panel
1. El moderador inicia presentando a los miembros y formula la primera pregunta sobre el
tema a desarrollar.
2. Los miembros del panel hacen sus presentaciones.
3. El moderador hace nuevas preguntas que puedan ayudar a tocar puntos que aún no se
han mencionado y puede dar paso a las preguntas del auditorio para los integrantes del panel.
4. Al finalizar el tiempo de exposiciones, el moderador pide a los panelistas que resuman sus
ideas.
5. El moderador presenta las conclusiones finales

PENSAMIENTO LATINO AMERICANO

Conclusiones
 Los procesos de globalización en la economía, las tecnologías de la informática y la cultura, y demás
procesos contemporáneos son problemas recurrentes de interés para los estudios de cambios culturales y
sociales.
 Cada vez más se acentúan las contradicciones entre la dinámica y la conservación de los rasgos
socioculturales de los pueblos y comunidades en cualquier hemisferio del planeta a raíz de la globalización.
 La cultura y la identidad están expuestas a elementos nuevos que se suman al entramado que se ha
ido cimentado a lo largo del tiempo para mezclarse y dar lugar a nuevas cualidades culturales.
 La cultura constituye motivo y momento de participación comunitaria, verdadero patrimonio, el que no
es fácil de deshacer, pero pueden lesionarse hasta llegar a perderse, si no se tiene en cuenta su preservación
para beneficio de sus creadores.
 La identidad cultural es un proceso abierto proceso de formación y transformación, abierto,
inacabado.
 La capacidad que tienen los pueblos originarios de defender la diferencia dentro de un modelo
global, es el desafío fundamental de la sociedad contemporánea.
 El intercambio global de elementos culturales permite una recombinación cultural generalizada,
mecanismo evolutivo de creación de nuevas formas socioculturales, aunque es evidente, su distribución no
sea justa, tiende a serlo por la globalización de las redes de comunicación.
 El intercambio cultural que se produce en estos momentos a nivel planetario se le puede definir
también como aculturación, cambio cultural, asimilación, préstamos culturales, transculturación, deculturación
y neoculturación.
 En los últimos años de globalización, una acelerada configuración de la denominada y controversial
gestión de la cultura con base en el trabajo comunitario, la puede forman parte los proyectos sociales y
culturales, para preservar las identidades nacionales.
 Ante la marginación, estancamiento, y retroceso que posibilita el desmembramiento y desintegración
de nuestras comunidades, la formula está en el desarrollo sustentable de las localidades en vía de desarrollo.
 El proceso globalizador abre nuevas oportunidades para nuestros pueblos, pero también nuevas
amenazas en el campo de la cultura y las identidades nacionales.

Leer más: http://www.monografias.com/trabajos97/cultura-e-identidad-desafio-globalizacion/cultura-e-
identidad-desafio-globalizacion.shtml#ixzz3QvZKCDTC

Globalización y multiculturalismo: ¿son posibles las democracias


multiculturales en la era del globalismo? (resumen).

La globalización y el multiculturalismo son dos realidades relacionadas. El


aumento de las desigualdades económicas en el mundo ha conllevado la
emigración desde las zonas menos desarrolladas hacia las más prósperas, lo que
ha supuesto la llegada a los países occidentales de gentes con diversas culturas.
Pero, al mismo tiempo, la globalización, en tanto encarnación del neoliberalismo
económico, ha supuesto la erosión del Estado del Bienestar y de muchos
derechos sociales y, en consecuencia, ha aumentado las desigualdades en el
interior de los países desarrollados. De esta forma la integración socioeconómica
y cultural de los inmigrantes se ve dificultada. Como resultado, se perfila un
escenario con muchas sombras para la convivencia multicultural y la justicia
social.

Palabras clave: globalización, multiculturalismo, inmigración, neoliberalismo.

La globalización económica es uno de los fenómenos que más debate suscita en


las ciencias sociales en la actualidad. Su relación con el multiculturalismo y las
implicaciones que todo ello tiene para las democracias liberales constituyen el eje
de las reflexiones del presente artículo *.

En el primer apartado se considera la relación que existe entre globalización,


desigualdad económica y neoliberalismo, y cómo ello afecta a los procesos
migratorios. En el análisis se tienen en cuenta datos relativos a la inmigración
que ha recibido España a lo largo de la última década. Se intentará ver hasta qué
punto la inmigración supone el establecimiento de una sociedad multicultural.

En el segundo apartado se presentan los dos grandes planteamientos acerca de la


globalización cultural. Por un lado, aquellos puntos de vista que postulan la
creciente homogeneidad del planeta y analizan, en consecuencia, los
movimientos de reafirmación local de un modo dialéctico (como oposición,
como resistencia). Por otro lado, las perspectivas que consideran la globalización
como un fenómeno más complejo, que implica no sólo homogeneización, sino
también heterogeneización. La proliferación de movimientos locales (étnicos,
nacionalistas) es vista como parte del propio proceso de globalización, y no como
algo opuesto e inesperado.

En el tercer apartado se propone un esquema teórico con el que dar respuesta a


algunos de los desafíos que plantea la presencia en un mismo espacio social de
grupos con códigos culturales diversos. Se rechaza el relativismo cultural (o la
imposibilidad de juzgar prácticas ajenas a la propia cultura y, por tanto, la
legitimidad de todas ellas) y se propone la distinción entre restricciones internas
y protecciones externas como marco general para realizar tal juicio.

Podemos sintetizar las hipótesis que dan forma a este trabajo como sigue.
Primero, el  mundo ha caminado, y seguirá caminando, hacia una creciente
desigualdad entre los países. En este proceso desempeña un papel fundamental la
globalización económica (aunque no sólo la económica). Segundo, lo anterior
inducirá a un número creciente de habitantes del Tercer Mundo a emigrar en
busca de oportunidades vitales. Una parte importante de esta emigración llegará a
los países desarrollados. Tercero, esta realidad planteará retos de primer orden a
las sociedades de recepción. La estabilidad de sus democracias dependerá, en
buena medida, de que sepan dar respuesta a las nuevas situaciones. Cuarto, la
globalización económica favorece la creación de sociedades multiculturales a
través de la inmigración. Pero, al mismo tiempo, dificulta el establecimiento de
tales sociedades al aumentar las desigualdades en el interior de los países
receptores y, en consecuencia, favorecer procesos de exclusión social.

El papel de la globalización en los procesos migratorios.

La aceleración del cambio social constituye uno de los rasgos definitorios del
actual período histórico. Los viejos conceptos devienen obsoletos con rapidez, y
nuevos términos han de ser acuñados con el fin de describir e interpretar el
mundo en que vivimos. En nuestra opinión, dos términos destacan de entre este
arsenal conceptual, a saber: globalización y multiculturalismo. Dentro del
esquema analítico que proponemos, la inmigración desempeña un papel
fundamental, ya que conecta estas dos realidades. Intentaremos justificar esta
afirmación tan abstracta en las líneas que siguen.

Empezaremos por aclarar tres malentendidos generalizados acerca de los


fenómenos migratorios: 1) que las migraciones son una característica definitoria
y distintiva del actual período histórico; 2) que el mundo occidental es
el único destinatario de la inmigración proveniente de los países pobres; y 3)
que sólo recibe inmigrantes del Tercer Mundo.

En primer lugar, los  movimientos poblacionales han sido una constante en la


historia humana. La especial relevancia que adquieren en la actualidad no se
debe, por tanto, a su carácter novedoso. La diferencia con otras épocas que más
nos interesa resaltar aquí, más allá de la intensidad de los flujos, es la relativa a
los lugares de origen y destino. Antes, lo común era que Europa fuera el
continente de salida de la inmigración. En la actualidad, Europa occidental se
configura como lugar de recepción, y no de origen.

En segundo lugar, conviene dejar claro que es falso pensar que se trata de un
fenómeno que sufren sólo los países desarrollados. Los movimientos
poblacionales también se dan entre los países del Tercer Mundo, y con una
intensidad notable, como demuestra el caso especial de los refugiados (véase
Cuadro 1).

El Cuadro 1 muestra, por tanto, que los desplazamientos de población por causas
extraordinarias (hambrunas, sequías, conflictos interétnicos) no tienen como
destino principal occidente, sino los países del entorno geográfico. De este forma,
Asia y África se convierten en los principales receptores de población refugiada,
muy por encima de los países desarrollados, a pesar de la insistente retórica que
sitúa a Europa como principal afectada por las olas migratorias.

Cuadro 1.
Cálculo aproximado de refugiados por grandes regiones (en miles).

  1990 1995 1999


Asia 7.943,8 4.819,9 4.781,8
África 5.891,4 5.692,1 3.523,1
Europa 1.468,4 3.095 2.617,7
América del norte 617,6 771,3 649,6
Oceanía 109,7 67,6 64,5
Latinoamérica y el Caribe 1.197,4 127,7 61,1
TOTAL 17.228,5 14.573,6 11.697,8
Fuente: ACNUR (2000) Elaboración propia.

En tercer lugar, existe una realidad que tiende a olvidarse: que una parte muy
importante de los movimientos migratorios se da entre los países desarrollados.
Más adelante desarrollamos en más detalle esta realidad (véase el cuadro 3, que
ejemplifica este proceso para el caso español).

Conviene tener en cuenta estos puntos al analizar fenómenos tales como


la psicosis de la invasión, o las imágenes de oleadas de habitantes del Tercer
Mundo invadiendo el Primero que suelen transmitir los medios de
comunicación [1]. Este tipo de discurso ha calado, y la percepción de la
inmigración como uno de los principales problemas a los que se enfrenta España
es una realidad. Así lo atestiguan los barómetros del CIS [2] : desde septiembre
de 2000 hasta noviembre de 2002 (fecha del último barómetro disponible)
aparece ininterrumpidamente, oscilando entre los extremos del 5,5% de
noviembre de 2000, y del 31,1% de febrero de 2001.

Como casi siempre suele suceder, pues, la realidad es bastante más compleja y
menos unidireccional de lo que ciertos estereotipos muy difundidos sugieren.

En todo caso, lo que nos interesa en este trabajo es analizar por qué Occidente se configura
como lugar de recepción y, sobre todo, qué consecuencias tiene ello para sus sociedades,
con especial énfasis en el caso español. Así, nos plantearemos preguntas como las
siguientes: ¿Por qué se da esta emigración? ¿Cuáles son las causas? ¿Cómo afecta a
España? ¿Qué desafíos le plantea?

La globalización, al aumentar las diferencias entre países ricos y pobre, es uno de los
principales inductores de los movimientos migratorios actuales. El Informe Sobre
Desarrollo Humano de Naciones Unidas 1999 no deja lugar a dudas acerca de la creciente
desigualdad planetaria [3]. Más de 4500 millones de personas no cuentan con algunas de
las opciones básicas de la vida. Las diferencias entre los países no han parado de ampliarse:
en 1960, el 20% de la población mundial que vivía en las naciones más ricas tenía 30 veces
el ingreso del 20% más pobre; en 1997 era 74 veces superior. Un análisis de las tendencias
a largo plazo, con una perspectiva histórica más amplia, incide sobre lo mismo: en 1820 la
distancia entre el país más rico y el país más pobre era de 3 a 1; en 1913 era de 11 a 1; en
1950 era de 35 a 1; en 1973, de 44 a 1; en 1992, por último, era de 72 a 1.

La globalización, al aumentar las diferencias entre países ricos y pobre, es uno de los
principales inductores de los movimientos migratorios actuales. El Informe Sobre
Desarrollo Humano de Naciones Unidas 1999 no deja lugar a dudas acerca de la creciente
desigualdad planetaria [3]. Más de 4500 millones de personas no cuentan con algunas de
las opciones básicas de la vida. Las diferencias entre los países no han parado de ampliarse:
en 1960, el 20% de la población mundial que vivía en las naciones más ricas tenía 30 veces
el ingreso del 20% más pobre; en 1997 era 74 veces superior. Un análisis de las tendencias
a largo plazo, con una perspectiva histórica más amplia, incide sobre lo mismo: en 1820 la
distancia entre el país más rico y el país más pobre era de 3 a 1; en 1913 era de 11 a 1; en
1950 era de 35 a 1; en 1973, de 44 a 1; en 1992, por último, era de 72 a 1.

Todo ello empuja a muchos individuos a buscar nuevas oportunidades vitales en los países
desarrollados. Como se observa en el cuadro 2, el número de inmigrantes que ha recibido
España no ha parado de crecer a lo largo de la última década. En 2001 su número era casi el
triple que en 1992. Además, en ningún año se detuvo la tendencia al incremento de esta
población. A pesar de ello, el peso de los inmigrantes es todavía bastante modesto en
comparación con otros países del entorno europeo. Así, mientras los extranjeros suponen en
España el 2,7% de la población en el año 2001, este porcentaje se eleva, para el año 1998,
hasta el 9,1% en Austria, el 8,7% en Bélgica, el 8,9% en Alemania, el 4,2% en Holanda, el
5,6% en Francia o el 3,8% en el Reino Unido. Los datos demuestran que España tenía en
1998 el mismo porcentaje de extranjeros que Portugal (1,8), y similar a Finlandia (1,6) o
Italia (2,1), países que registran las proporciones más bajas de la Unión Europea [4].

Cuadro 2.
Efectivo de residentes extranjeros (en miles) y residentes extranjeros por mil
habitantes. España, 1991-2000.

  1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001
Residentes 393.10 430.42 461.36 499.77 538.98 609.81 719.64 801.32 895.72 1.109.06
extranjeros 0 2 4 3 4 3 7 9 0 0
Fuente: Anuarios Estadísticos de Extranjería, 1992-2001, servidor web del INE (www.ine.es) y elaboración
propia.

No obstante, una buena parte del contingente de residentes extranjeros proviene de países
comunitarios. Esta inmigración no sería una respuesta a la forma desigual en que se está
llevando a cabo la globalización. De hecho, estos movimientos poblaciones no son nunca
descritos en los medios de comunicación como migraciones, ni son percibidos como tales
por la mayoría de los españoles. Si la hipótesis que planteamos al principio es válida, es de
suponer que el número de personas provenientes de zonas subdesarrolladas del planeta se
incremente año tras año, y ello, además, en mayor medida que la procedente de países
desarrollados. El cuadro 3 recoge la evolución de los residentes extranjeros en España en
situación regular, agrupados por grandes áreas geográficas de procedencia, a lo largo de la
última década.

Lo primero que llama la atención es que, al comparar 2001 con 1992, ha aumentado el
número total de residentes extranjeros procedentes de todos los continentes y de todas las
grandes áreas geográficas subcontinentales. No obstante, en este análisis nos interesa ver
tanto cómo ha variado la distribución interna  de la inmigración (la evolución en los
porcentajes de población que cada zona aporta al total), como qué zonas han crecido más en
relación a la población que tenían en 1992. Las 3 últimas columnas del Cuadro 3 muestran
estos datos.

Cuadro 3
Efectivo de extranjeros residentes en España por procedencia, 
aportación de cada área al total y variación interna de su contribución, 1992-2001
% %
País de
en en 2001/19
procedenci 1992 1993 1994 1995 1996 1997 1998 1999 2000 2001
199 200 92
a
2 1
198.08 218.39 238.50 255.70 274.08 289.49 330.52 353.55 361.43
Europa 414.555 50,4 37,4 2,09
7 7 7 2 1 5 8 6 7
Unión
Europea + 189.81 208.72 228.38 244.76 262.30 271.32 307.96 326.15 317.99
338.379 48,3 30,5 1,78
Suiza y 7 6 8 1 6 9 8 1 3
Noruega
Europa
8.270 9.671 10.119 10.941 11.775 18.166 22.560 27.405 43.444 76.176 2,1 6,9 9,21
oriental
103.32 108.93 121.26 126.95 147.20 166.70 199.96
América 89.314 96.844 298.798 22,7 26,9 3,35
4 1 8 9 0 9 4
América
(excepto 104.34 112.38 130.20 149.57 184.94
74.077 81.440 87.677 92.900 283.778 18,8 25,6 3,83
EEUU y 5 2 3 1 4
Canadá)
Norteaméri
15.237 15.404 15.647 16.031 16.923 14.577 16.997 17.138 15.020 15.020 3,9 1,4 0,99
ca
Asia 33.299 34.612 35.743 38.221 43.471 49.110 60.714 66.340 71.015 85.519 8,5 7,7 2,65
142.81 179.48 213.01 261.38
Africa 71.298 79.422 82.607 95.725 98.820 304.149 18,1 27,4 4,27
6 7 2 5
África
(excepto 17.193 18.119 18.668 20.839 21.631 31.716 38.591 51.142 61.063 69.212 4,4 6,2 4,03
Marruecos)
111.10 140.89 161.87 199.78
Marruecos 54.105 61.303 63.939 74.886 77.189 234.937 13,8 21,2 4.34
0 6 0 2
Oceanía 736 782 839 859 929 888 1.023 1.013 902 944 0,2 0,1 1,3
Apátridas 366 365 344 335 415 545 695 699 1.017 1.095 0,1 0,1 2.99
393.10 430.42 461.36 499.77 538.98 609.81 719.64 801.32 895.72 1.109.0
TOTAL 100 100 2,82
0 2 4 3 4 3 7 9 0 60
Fuente: Anuario de Estadísticas de Extranjería. Servidor web del INE: www.ine.es. Elaboración propia.

Europa es durante el período considerado la principal fuente de procedencia de la población


residente extranjera (suponía la mitad en 1992 y el 37,4% en 2001). Sin embargo, mientras
el peso relativo de la Europa comunitaria más Suiza disminuye significativamente en el
transcurso de la década (a pesar de que las cifras absolutas aumenten casi el doble), el
porcentaje de inmigrantes provenientes del resto del continente (de los países excomunistas,
sobre todo) aumenta en gran medida. Aún así, su peso sigue siendo bastante modesto (del
2,1% en 1992 al 6,9% en 2000), a pesar de protagonizar el mayor incremento de todas las
zonas y multiplicar su población por 9,2.

Algo similar ocurre respecto al continente americano. El peso relativo de los países más
desarrollados, Estados Unidos y Canadá, respecto al total de residentes extranjeros, se
reduce más de la mitad en 2001, pasando del 3,9% al 1,4% y reduciendo ligeramente su
población total. Por su parte, la inmigración procedente del resto de América aumenta su
peso, pasando del 18,8% al 25,6%. En 2001, la población que reside en España es casi 4
veces la que residía en 1992. 

Asia mantiene un peso relativo similar en los dos años considerados (en torno al 8% del
total), multiplicando por 2,65 el número total de residentes. Por su parte, Oceanía tiene una
presencia casi testimonial.

África ha pasado de ocupar el 18,1% del total en 1991 al 27,4% en 2001, multiplicando por
4,27 el número de residentes. Marruecos ha merecido una categoría propia, ya que es el
país que más población inmigrante aporta: algo más de la quinta parte de los residentes
extranjeros en 2001 tiene esta procedencia. Además, su número se ha multiplicado por 4,3
desde 1992.

Los datos expuestos hasta aquí, pues, parecen confirmar dos cosas: 1) que el mundo ha
caminado en la dirección de una creciente desigualdad entre los países ricos y los países
pobres; 2) que la emigración desde el Tercer Mundo hacia el Primero (ejemplificado en
España) se ha intensificado notablemente. El siguiente paso analítico es relacionar estas
realidades con el proceso de globalización. Para ello, resultará de utilidad reflexionar
brevemente acerca de los significados de este concepto.

En efecto, la mayor parte de los estudios acerca de la globalización se inician reconociendo


el carácter impreciso e indefinido del término. Una especie de comodín que se emplea sin
demasiado rigor científico. En palabras de Beck es, "la palabra (...) peor empleada, menos
definida, probablemente la menos comprendida, la más nebulosa y políticamente la más
eficaz de los últimos –y sin duda también de los próximos– años" [5].

Una buena aproximación al universo conceptual que el término designa puede ser
distinguir entre globalismo, por una parte, y globalización y globalidad, por la otra.

Beck define globalismo como "(...) la concepción según la cual el mercado


mundial desaloja o sustituye al quehacer político; es decir, la ideología del
dominio del mercado mundial o la ideología del liberalismo" [6]. El globalismo
es unidimensional (no considera otras dimensiones de la globalización) y niega la
distinción entre economía y política al afirmar el imperio de lo económico.

La globalidad supone que vivimos en una sociedad mundial, en la que no hay


espacios cerrados y ningún grupo ni país puede vivir al margen de los demás. Por
último, el término globalización alude a "los procesos en virtud de los cuales los
Estados nacionales soberanos se entremezclan e imbrican mediante actores
transnacionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones,
identidades y entramados varios" [7].

La globalidad es, pues, pluridimensional, afecta a los planos social, político,


cultural, económico, ecológico. Sólo con una comprensión de cada dimensión, y
de las interrelaciones entre ellas "se puede acabar con el hechizo despolitizador
del globalismo" [8].  El carácter irrevisable (cabe decir, irreversible) de la
globalidad es lo que diferencia la primera de la segunda modernidad, en opinión
de Beck. A partir de ahora, ya no existirán fenómenos sociales aislados, locales.

Es la primera de estas concepciones la que nos interesa resaltar aquí. La


globalización como globalismo es una construcción ideológica (en el sentido
marxista de falso conocimiento) del neoliberalismo. Implica una
visión unidimensional y lineal de la globalización, pues la considera sólo desde
el punto de vista económico y, además, basa su desarrollo en la continua
expansión del mercado mundial libre. Considera que el mercado es el mejor
instrumento para aumentar la riqueza mundial y disminuir las desigualdades, al
agudizar la competencia y, por tanto, reducir costes, con lo que todos pueden
beneficiarse.

Como argumenta Navarro al describir esta lógica, en el Primer Mundo se


constata la necesidad de competitividad para, "defenderse de la «invasión» de
productos procedentes de países con menores salarios y menor protección
social" [9] , para lo cual sería necesaria e ineludible la reducción de costes
(pensamiento determinista), que se lograría mediante la desregulación de los
mercados laborales. Este argumento de la competencia sería, como explica
Navarro, uno de los que más éxito tienen a la hora de exigir políticas que
supongan recortes en el Estado del Bienestar. A pesar de su fuerza y de su
extensión social, este argumento no se apoya en la realidad [10] : "(...) la
evidencia de la globalización y de la necesidad de reducir los salarios y la
protección social en países desarrollados debido a la competitividad de los
países subdesarrollados es muy escasa" [11]. Así, los datos dejan dos cosas
claras: 1) el porcentaje del PIB de los países desarrollados que proviene de las
transacciones internacionales es muy inferior al generado internamente, con lo
que la importancia del comercio internacional queda relativizada [12] ; 2) la
mayor parte del comercio internacional se da entre países desarrollados, con lo
que la amenaza de la supuesta competencia desleal de los países pobres queda
muy atenuada. Como señala Navarro, el 94,5% de las relaciones comerciales
(importaciones y exportaciones de productos manufacturados) a finales de los
años 80 se daba entre países desarrollados [13].

Pero la globalización económica también supone la polarización de las sociedades


occidentales [14]. Este doble efecto (aumentando las desigualdades entre, y en el interior de,
los países) no es paradójico. En nuestra opinión, es el efecto lógico del imperio mundial de
una ideología económica muy concreta: el neoliberalismo. Esta forma de pensamiento
económico se basa, en última instancia, en la idea del Estado mínimo: el mercado ha de ser
el único agente económico. El aumento de las desigualdades ha sido una consecuencia
directa de la aplicación de las políticas neoliberales. Ha de quedar claro lo que deseamos
resaltar: la globalización de la economía tal y como está ocurriendo implica, de hecho, el
triunfo del globalismo. Globalización es el término aséptico, descriptivo, elegido para
enmascarar el proceso histórico del triunfo e imperio mundiales de la ideología
neoliberal [15].

En definitiva, el mundo está lejos de caminar hacia la igualdad. Los países pobres no se
enriquecerán gracias a las virtudes de un mercado libre [16] que, por el contrario, perpetúa
su pobreza y aumenta las diferencias. En este contexto, por tanto, la emigración desde el
Sur hacia el Norte se presenta como una salida evidente.

Por otra parte, la globalización de los medios de comunicación de masas ha supuesto el


acercamiento simbólico del Primer Mundo al Tercero, de tal forma que el paraíso
occidental resulta visible, más cercano. En cualquier rincón del planeta se puede acceder al
estilo de vida occidental, las comparaciones se ven favorecidas, y los deseos de emigrar
pueden verse fácilmente acrecentados. Además, los desplazamientos en sí mismos se ven
facilitados por los modernos medios de transporte, que acortan las distancias físicas como
nunca antes lo habían hecho

Nos gustaría apuntar brevemente, por último, la incidencia del creciente deterioro
medioambiental a escala planetaria sobre los movimientos migratorios, quizá no
tanto por su importancia actual, como por la que muy probablemente tendrá en el
futuro. El efecto invernadero, al suponer el calentamiento del planeta e implicar
el avance progresivo de los desiertos, traerá consigo una creciente escasez de
agua en amplias zonas. El agotamiento progresivo de los acuíferos subterráneos
incidirá también en esta dirección. Según un reciente informe del Worldwatch
Institute, el número de personas que vivirán en países hídricamente deficientes
pasará de 470 millones en la actualidad a 3.000 millones en 2025. La gran
mayoría de esta población vivirá en África y el sur de Asia, zonas en las que ya
se concentran hoy en día las bolsas de pobreza y hambre más importantes del
planeta [17]. Con toda probabilidad, esta situación causará, además de guerras por
el bien escaso entre países (y entre distintos sectores sociales en su interior),
gigantescos movimientos de población huyendo de unas condiciones de vida
insostenibles.

Antes de reflexionar acerca de la importancia que el multiculturalismo adquiere


en este contexto, y de su aplicación para el caso español, puede ser útil detenerse
en una serie de cuestiones. Con el telón de fondo de la globalización, ¿qué
importancia tendrán las diferencias culturales en el futuro? ¿Serán fuente de
identidades colectivas? ¿O, tal vez, el mundo camina hacia la uniformización
cultural?

¿Hacia la homogeneización del planeta? Reflexiones acerca de la


globalización cultural.

En el debate acerca de la globalización cultural existen dos posturas básicas. La


primera postula la creciente homogeneización cultural del mundo. Con esta idea
de fondo, los inesperados fenómenos de la reafirmación de identidades locales,
de la reivindicación y reinvención de tradiciones culturales particulares, del auge
de nacionalismos periféricos, son vistos como una especie de antítesis que se
opone a latesis de la globalización como uniformización cultural. El proceso es
descrito como de tensión, de contradicción. Este punto de vista es el más
difundido y goza de gran aceptación.

La segunda perspectiva considera ambos fenómenos (globalización y


localización culturales) como parte del mismo proceso. Lo local no (re)surge y
desafía, oponiéndose, a lo global, sino que se trata de fenómenos
interrelacionados, que caminan juntos. En el fondo del razonamiento, más allá de
las evidencias empíricas, existe un postulado lógico: nada puede ser creado
globalmente, sino que ha de ser localmente generado.

Analizaremos a continuación en cierto detalle ambos puntos de vista.

La primera perspectiva se encuentra muy difundida, tanto en el ámbito científico


como en el mediático. Así por ejemplo, la primera frase que Castells escribe en
su introducción al 2º volumen de La era de la información define este punto de
vista: "La oposición entre globalización e identidad está dando forma a nuestro
mundo y a nuestras vidas" [18].

 La revolución tecnológica y la globalización económica son los rasgos más


destacados de la sociedad emergente, que Castells denomina sociedad-red. Pero,
al mismo tiempo, ha habido "una marejada de vigorosas expresiones de identidad
colectiva que desafían la globalización y el cosmopolitismo en nombre de la
singularidad cultural y del control de la gente sobre sus vidas y entornos". Es el
caso de los movimientos proactivos, como el feminismo o el ecologismo, pero
también de "movimientos reactivos que construyen trincheras de resistencia en
nombre de Dios, la nación, la etnia, la familia, la localidad, esto es, las categorías
fundamentales de la existencia milenaria, ahora amenazadas bajo el asalto
combinado y contradictorio de las fuerzas tecnoeconómicas y los movimientos
sociales transformadores" [19].

Así pues, un amplio abanico de movimientos sociales se constituye en torno a lo


que el autor denomina identidad de resistencia. Las comunidades, o comunas, así
formadas se basan, pues, en identidades supuestamente bien definidas por la
historia, la biología, o la geografía, lo que facilita la esencialización de las
fronteras de la resistencia. El nacionalismo étnico, el fundamentalismo religioso
o las comunidades territoriales serían ejemplos de este fenómeno.

La segunda aproximación que analizaremos es la Benjamin Barber. Según este


autor, los dos ejes axiales de nuestro tiempo son el tribalismo y el globalismo. El
primero se compone de las fuerzas del renacer étnico, nacionalista y
fundamentalista. El segundo supone la extensión mundial del mercado. En medio
de estas tendencias, amenazadas por su choque dialéctico, se encuentran las
democracias y la sociedad civil: "The twin assault on democratic citizenhisp from
the fractious forces of Jihad and the spreading markets of McWorld in effect cuts
the legs out from under democratic institutions. (&) neither Jihad nor McWorld
promises a remotely democratic future. On the contrary, the consequences of
the dialectical interaction between them suggest new and startling forms of
inadvertment tyranny that range from an invisibly constraining consumerism to
an all too palpable barbarism" [20]. Por tanto, Barber define la globalización
como lo opuesto de la localización. Para él, cuatro imperativos constituyen la
dinámica del McMundo: de mercado, de recursos, tecnológico-informacional y
ecológico. Todos ellos contribuyen a empequeñecer el mundo y a anular la
importancia de las fronteras. Lo cual ha supuesto, hasta cierto punto, la
realización del sueño ilustrado de una sociedad racional universal. No obstante,
este logro se habría alcanzado, según este autor, de una forma mercantilizada,
burocratizada, homogeneizada y despolitizada. Y ello debido a la oposición de
las fuerzas antiglobalización, centrífugas.

El planteamiento de Moreno es distinto. Para explicar su posición, es necesario


considerar brevemente la distinción terminológica que emplea
entre mundialización y globalización. La mundialización es un proceso iniciado
en el siglo XVI, con los orígenes del desarrollo capitalista, por el cual el mundo
deviene cada vez más interdependiente en lo económico, aunque sobre la base de
una lógica asimétrica [21].
La globalización es la fase actual del desarrollo capitalista. Es presentada como la
única dinámica explicativa del mundo, como un proceso irreversible: el "avance
hacia la instauración en el planeta de un único sistema en lo económico, lo
político, lo cultural y lo comunicacional"; es la culminación del proceso de
mundialización, de la Modernidad. El concepto de globalización enmascara el
carácter desigualitario de la mundialización, es un constructo ideológico del
neoliberalismo.

Pues bien, según Moreno, en contra de lo que afirma el discurso hegemónico del
pensamiento único, la mundialización no ha implicado sólo un proceso de
globalización, sino también otro opuesto deresistencia por parte de los colectivos
más desfavorecidos.

En lo cultural, frente a la difusión del american way of life a todo el planeta,


surge la reafirmación de identidades diferenciadas y una valoración de
contenidos culturales diversos. Esta reafirmación identitaria no supone una
renuncia a ciertos usos culturales que están globalizados, usos que son sobre todo
de tipo instrumental. Por ejemplo, el uso del Derecho Internacional por ciertas
minorías, o el empleo de Internet por parte de los zapatistas.

A pesar de este reconocimiento del uso de elementos globales con fines locales,
Moreno considera que se trata de dos fenómenos opuestos, que responden a
lógicas distintas. Así, por ejemplo, considera que la eclosión de los
nacionalismos periféricos, o etnonacionalismos, es la de un fenómeno que "no
estaba previsto en ninguna de las versiones del modelo de la Modernidad y en
modo alguno se inscribe en la dinámica de la globalización" [22].

En resumen, esta perspectiva se acerca bastante a la tesis de la convergencia de la


cultura global. Según esta tesis, "se está produciendo una paulatina
universalización, en el sentido de unificación de modos de vida, símbolos
culturales y modos de conducta transnacionales. (...) En una palabra: que la
industria de la cultura global significa cada vez más la convergencia de símbolos
culturales y de formas de vida"[23].

La segunda postura niega la oposición entre lo global y lo local y analiza su


interconexión. Dedicaremos especial atención a las ideas de Roland Robertson,
uno de los más importantes estudiosos de la globalización cultural.

El concepto esencial que resume su trabajo es el de glocalización (glocalization).


El vocablo en sí es una síntesis de su concepción, ya que es una fusión de los
términos globalización y localización. Su punto de vista parte de la crítica de las
nociones más comunes y extendidas de la globalización. Una de estas
definiciones al uso podría ser la siguiente: "(...) globalization is a process which
overrides locality, including large-scale locality such as is exhibited in the
various ethnic nationalisms which have seemingly arisen in various parts of the
world in recent years" [24]. Y más adelante: "(...) we live in a world of local
assertions against globalizing trends, a world in which the very idea of locality is
sometimes cast as a form of opposition or resistance to the hegemonically
global" [25].

Estas interpretaciones serían erróneas según Robertson por dos motivos:

1.      A menudo, lo local es construido sobre la base de lo translocal. Lo local es la


expresión de recetas generalizadas (globalmente difundidas, por tanto) de lo que
es la localidad. Y ello incluso en los casos de nacionalismo excluyentes, en los
que siempre habrá algún factor translocal.

2.      El segundo argumento es más complejo. Tiene que ver con la idea de
relacionar el debate entre el universalismo (o lo global) y el particularismo (o lo
local) con el debate tiempo-espacio. Para ello, resulta de utilidad distinguir
entre globalización y globalidad (globality). En efecto, el concepto de
globalización tiende a aparecer unido al de modernidad: implica la creciente
homogeneización de experiencias básicas e instituciones a lo largo de un proceso
histórico (el de la modernidad). Por su parte, la globalidad alude a un conjunto de
condiciones que son diferenciables o distinguibles de las de la modernidad. La
globalidad no es una simple consecuencia de la modernidad, sino la condición
general que facilita la difusión de la modernidad. Supone la interpenetración de
civilizaciones geográficamente distintas. Por tanto, la idea de globalidad permite
separar, como relativamente independientes, las dimensiones de tiempo
(evolución histórica) y espacio (geografía). Lo cual nos permite ver cómo en
distintas áreas geográficas, la modernidad se ha desarrollado con características
propias. Y como, en definitiva, no ha implicado una globalización
homogeneizante.

 Todo lo anterior plantea, por tanto, la inadecuación del debate


homogeneización versus heterogeneización: "It is not a question
of either homogenization or heterogenization, but rather of the ways in which
both of these two tendencies have become features of life across much of the
late-twentieth-century world" [26]. Así, el debate debería pasar a centrarse en
las formas en que estas dos tendencias se implican mutuamente. Fuera del ámbito
académico / intelectual, son muchos los que dan por hecho que tal combinación
debe darse y buscan la forma en que deba hacerlo.
El presupuesto central del análisis de Robertson es el siguiente: "(...)
contemporary conceptions of locality are largely produced in something like
global terms" [27]. Y más adelante: "The global is not in and of itself
counterposed to the local. Rather, what is often referred to as the local is
essentially included within the global" [28]. Lo cual no implica suponer la
homogeneización de todas las formas de localidad. Así, por ejemplo, existe un
creciente discurso global acerca de lo local, la comunidad, el hogar y conceptos
similares. Se puede pensar en la cultura global como el resultado de la
interconexión (interconnectedness) de culturas locales, aunque no sólo de
ésta. "In any case we should be careful not to equate the communicative and
interactional connecting of such cultures –including very asymmetrical forms of
such communication and interaction, as well as 'third cultures' of mediation–with
the notion of homogenization of all cultures" [29].

El nacionalismo, en cuanto caso paradigmático de lo local, sigue la lógica


mencionada [30] : "Much of the apparatus of contemporary nations, of the
national-state organization of societies, including the formor their particularities –
the construction of their unique identities– is very similar across the entire
world" [31].

La concepción de Robertson supone una crítica a las nociones comunes del


imperialismo cultural [32]. Estas asocian, en síntesis, globalización con
homogeneización en cuanto occidentalización o americanización del planeta. Sin
negar las relaciones asimétricas de poder entre culturas, Robertson enfatiza
cuatro aspectos: 1) la capacidad de los grupos locales de procesar de muy
distintas formas la comunicación que reciben desde el centro; 2) la forma en que
los mayores productores de cultura global (Hollywood, CNN) adaptan sus
productos a los mercados locales; 3) cómo símbolos nacionales se convierten en
objeto de interpretación y consumo globales, perdiendo así su "esencia nacional";
4) la importancia de los flujos de ideas y prácticas provenientes del Tercer
Mundo.

Beck comparte en líneas generales la postura desarrollada por Robertson. La


siguiente cita podría ser una buena síntesis del posicionamiento de ambos
autores:  "(..) las generalizaciones a nivel mundial, así como la unificación de
instituciones, símbolos y modos de conducta (por ejemplo, McDonald, los
vaqueros, la democracia, la tecnología de la información, la banca, los derechos
humanos, etc.) y el nuevo énfasis, descubrimiento e incluso defensa de las
culturas e identidades culturales (islamización, renacionalización, pop alemán y
rai norteafricano, carnaval africano en Londres o la salchicha blanca de Hawai),
no constituyen ninguna contradicción" [33].
La última aproximación que reseñaremos brevemente corresponde a Nederveen
Pieterse. Para este autor, la globalización ha de ser entendida como un proceso de
hibridación (hybridization). La idea de que las experiencias culturales, presentes
o pasadas, han caminado sólo en la dirección de la uniformidad y la
estandarización le parece incompleta: "It overlooks the countercurrents the
impact non-Western cultures have been making on the West. It  downplays the
ambivalence of the globalizing momentum and ignores the role of local reception
of Western culture (...). It fails to see the influence non-Western cultures have
been exercising on one another. It has no room for crossover culture (...). It
overrates the homogeneity of Western culture and overlooks the fact that many of
the standards exported by the West and its cultural industries themselves turn out
to be of culturally mixed character if we examine their cultural lineages" [34].

La hibridación cultural supone la mezcla de las culturas asiáticas, europeas,


americanas y africanas: "hybridization is the making of global
culture as a global mélange" [35]. Para el autor, es precisamente este proceso de
hibridación el que genera reacciones de resistencia locales, de tipo étnico,
nacionalista o religioso [36]. Creemos que la razón puede estar en
la desencialización cultural que implica el proceso de mestizaje. Esto es, las
continuas mezclas e intercambios desdibujan los contornos de las culturas,
suponen incorporar nuevas prácticas, adaptar otras. Implican una visión fluida de
las relaciones culturales.Esta interpretación que aventuramos no deja de ser
sorprendente, si tenemos en cuenta que lo común es analizar estos movimientos
como una reacción al proceso de homogeneización cultural, de occidentalización,
como hemos tenido ocasión de ver al analizar la perspectiva de la globalización
como uniformización cultural.

En todo caso, la perspectiva de la globalización como hibridación sitúa el


multiculturalismo en un primer plano. Desde el momento en que se considera que
existen relaciones culturales fluidas, mezcla e interrelación, el multiculturalismo
se acerca más al interculturalismo que a una concepción estática, de sociedad
plural, en la que cada cultura sería más bien un compartimiento estanco... Pero
adentrarse por esta senda supone ir demasiado lejos para los objetivos de este
trabajo, así que reconduzcamos nuestros pasos y detengámonos ante el
multiculturalismo.

¿Democracias multiculturales?: desafíos prácticos para la España


multicultural del siglo XXI.

¿Por qué el multiculturalismo se convierte en un tema tan importante en este


contexto? Esta pregunta es pertinente si se parte desde una perspectiva histórica,
ya que lo común a lo largo del tiempo ha sido la convivencia (o coexistencia, al
menos) de grupos culturales diversos en un mismo espacio social: "el
multiculturalismo, lejos de ser una condición singular de la cultura moderna,
es la condición normal detoda cultura" [37].

Para que el debate no sea estéril, por tanto, hay que introducir la extendida
distinción entre multiculturalismo descriptivo y normativo [38]. El primero
(como hecho) simplemente pone nombre a una realidad. El multiculturalismo
normativo supone la expresión de un proyecto político, basado en la valoración
positiva de la diversidad cultural, esto es, alude al "respeto a las identidades
culturales, no como reforzamiento de su etnocentrismo, sino al contrario, como
camino más allá de la mera coexistencia, hacia la convivencia, la fertilización
cruzada y el mestizaje" [39]. He aquí uno de los grandes interrogantes que se
abren: ¿hasta qué punto son compatibles las diferencias culturales, si una
sociedad ha de ser estable? ¿Puede una sociedad mantenerse unida sin un mínimo
de homogeneidad cultural? ¿Supone la heterogeneidad cultural una amenaza
insalvable para la cohesión social?

Un planteamiento extremo (atribuible a formas radicales del multiculturalismo o


del pensamiento postmoderno) supone la legitimación de las diferencias
culturales per se. Desde estas posiciones, se considera que no es posible juzgar
moralmente las distintas prácticas y costumbres, ya que no existe ninguna
instancia ética superior desde la que hacerlo. Se mantiene, por tanto, una postura
de relativismo moral. Dicho de otra forma, el pensamiento postmoderno postula
que "todos los conocimientos y todas las morales son contextuales e históricos.
No existen ni deben existir fundamentos absolutos para ambos. Ni ética ni
epistemología universales" [40]. En cierto modo, lo que se defiende es el
desarrollo separado, incontaminado de las culturas. Y ello, de forma paradójica,
puede desembocar en nuevas formas de racismo o nacionalismo excluyente.

Una crítica a estos planteamientos, desde posiciones universalistas y liberales, o


multiculturalistas moderadas, supone rechazar la idea de las culturas como
mundos cerrados. Este posicionamiento, que tiene sus orígenes en el idealismo
alemán [41] , supone la reificación del concepto de cultura. Esta esencialización
la dejaría al margen de toda crítica y juicio moral. Al respecto, es destacable la
opinión del filósofo Paul Feyerabend, quien atribuye las diferencias entre
lenguajes, formas artísticas o costumbres "a los accidentes de la situación y/o
historia, no a unas esencias culturales claras, explícitas e
invariables: potencialmente, cada cultura es todas las culturas" [42]. Y continúa
más adelante: "Si cada cultura es potencialmente todas las culturas, las
diferencias culturales pierden su inefabilidad y se convierten en manifestaciones
concretas y mudables de una naturaleza humana común. El asesinato, la tortura y
la represión auténticos serán entonces asesinato, tortura y represión, y deberán
ser tratados como tales" [43].

En nuestro planteamiento de la temática multicultural, las ideas precedentes


pueden ser válidas como declaración de principios más o menos general. Las
dificultades surgen cuando se desciende al terreno de las prácticas, de las
costumbres, de los hechos concretos. ¿Cómo juzgar la legitimidad o ilegitimidad
de prácticas ajenas a la cultura de la sociedad de recepción? ¿Qué criterios
aplicar para ello? Si se aplicaran dichos criterios con la misma rigidez a la cultura
propia, ¿acaso no se revelarían como ilegítimas ciertas pautas
culturales nuestras? Ya que partimos de posiciones que rechazan el relativismo
moral, suponemos que ha de haber ciertos principios generales
válidos universalmente. Y que existirá algún criterio, más o menos objetivo, para
juzgar la legitimidad de cada práctica cultural.

El profesor canadiense Will Kymlicka ha elaborado en su obra Ciudadanía


multicultural una conceptualización que puede ayudar a dar respuesta a este tipo
de interrogantes. Este autor parte de la necesidad de otorgar derechos especiales a
las minorías, pero desde de una perspectiva liberal. Esto es, desde un
planteamiento que parte del imperio de los derechos individuales, y del valor
fundamental de la libertad del sujeto, en la línea del liberalismo político clásico.
De este modo, diseña un sistema en el que los derechos colectivos (que él
denomina derechos diferenciados en función de la pertenencia a un grupo) y los
derechos individuales se complementan sin resultar contradictorios. En síntesis,
su proyecto intenta compatibilizar los valores liberales clásicos
de libertad e igualdad con los derechos especiales en función de la pertenencia a
un grupo que una sociedad auténticamente multicultural demanda.

Dicho de otra forma: los derechos civiles, políticos y sociales, aunque básicos en


cualquier sociedad que se llame a sí misma democrática, son insuficientes para
asegurar el respeto a las minorías culturales [44]. El empeño dista de ser sencillo.
De hecho, supone un desafío a la forma en que se han estructurado las
democracias occidentales, basadas en la fórmula liberal ilustrada de un hombre,
un voto. ¿Cómo combinar la libertad individual con los derechos otorgados a un
grupo? ¿Acaso ello no implica una cierta opresión individual, una pérdida de
libertad individual en favor del grupo? El caso de la mutilación genital femenina
podría entrar en esta consideración: ¿ha de prevalecer el derecho grupal a
mantener la herencia cultural y religiosa o el derecho individual a la integridad
personal? [45]. Antes de tratar con cierto detalle este caso concreto, debemos
considerar la distinción que introduce Kymlicka, al hablar de los derechos
colectivos, entre protecciones externas y restricciones internas.
Las restricciones internas suponen "la reivindicación de un grupo contra sus
propios miembros", buscan proteger al grupo del "impacto desestabilizador
del disenso interno". Las protecciones externassuponen una "reivindicación de
un grupo contra la sociedad en la que está englobado" tienen el objetivo de
"proteger al grupo de las decisiones externas" [46]. Estas últimas, pues, permiten
mantener la identidad cultural propia, permiten tal elección a sus miembros. Las
restricciones internas, por el contrario, impiden que exista elección e imponen
una determinada identidad. Son coactivas y abren la puerta al ejercicio de
prácticas antidemocráticas y desigualitarias dentro de un grupo cultural dado.

Desde una perspectiva liberal, por tanto, se pueden y se deben "postular


determinadas protecciones externas, pero [se deben] rechazar las restricciones
internas que limitan el derecho de los miembros de un grupo a cuestionar y a
revisar las autoridades y las prácticas tradicionales" [47].

De esta forma, podemos afirmar que el  multiculturalismo radicalizado, llevado


al extremo, puede desembocar en un relativismo moral, de tal forma que las
restricciones internas pueden quedar legitimadas. Y esto es inaceptable en una
democracia liberal, por muy sensible que sea a los derechos colectivos. Porque
hay que repetir que son dos reivindicaciones distintas: "Las protecciones externas
ofrecen a las personas el derecho a mantener su forma de vida si así los prefieren:
las restricciones internas imponen a la gente la obligación de mantener su forma
de vida, aun cuando no la hayan elegido voluntariamente" [48]. Las primeras, por
tanto, permiten mantener la identidad cultural propia, permiten tal elección. Las
segundas impiden que exista elección e imponen una determinada identidad. Son
coactivas y abren la puerta a todo tipo de prácticas antidemocráticas y
desigualitarias dentro de un grupo cultural dado, tales como la discriminación
sexual, los matrimonios forzosos, la mutilación genital femenina o la costumbre
del divorcio talaq, mediante el cual un hombre se puede divorciar
unilateralmente de su esposa, sin que ésta tenga un derecho similar
recíproco [49].

En definitiva, una sociedad democrática puede defender las protecciones


externas, pero no debe consentir las restricciones internas. De esta forma, la
coartada de la diferencia cultural deja de ser válida y las costumbres que implican
un trato desigualitario, discriminatorio y/o inhumano son vistas como tales.

Pongamos como ejemplo un caso paradigmático, si bien extremo, en este tipo de


debates: la mutilación genital femenina [50]. Esta costumbre se practica en
determinadas zonas de África desde tiempos inmemoriales. En la actualidad, se
practica también en Europa debido a la presencia de inmigrantes procedentes de
esas regiones. Incluso en España, los medios de comunicación han recogido la
existencia de algún caso, y los principales diarios han editorializado sobre el
asunto [51]. Examinemos brevemente las motivaciones y consecuencias de esta
costumbre.

Las razones esgrimidas para justificar esta práctica son varias: el mantenimiento
de la identidad cultural, el establecimiento de la identidad sexual, el control de la
sexualidad y de las funciones reproductivas de las mujeres o razones de tipo
higiénico y estético. Por último, existe un factor religioso. A pesar de que se trata
de una costumbre pre-islámica (no recogida en el Corán), algunos musulmanes
invocan la religión para justificarla.

Las consecuencias que tiene sobre las niñas son físicas: dolores, infecciones,
hemorragias, pudiendo llegarse incluso a la muerte; sexuales: los actos sexuales
pueden resultar dolorosos durante toda la vida;psicológicas: sentimientos de
ansiedad, terror, humillación y traición, seguidos de la sensación de ser aceptadas
en su sociedad y reunir los requisitos para contraer matrimonio. Esta tensión
psicológica entre la aceptación y el rechazo social se acentúa en las comunidades
de inmigrantes, ya que las mujeres se encuentran atrapadas entre las normas
sociales de su comunidad y las de la cultura mayoritaria.

Una vez analizadas las razones y las consecuencias, ¿cómo debe enfrentarse una
democracia multicultural a prácticas como esta? Desde un determinado punto de
vista se realizaría un razonamiento análogo al expresado por Facchi: la
persecución penal de costumbres como esta expresa no sólo un
conflicto entre universos culturales, sino también una "pugna de valores en el
interior de nuestra cultura occidental: de un lado, la protección de la infancia, la
integridad del cuerpo, la igualdad entre los sexos; de otro, la defensa de las
minorías, el respeto al pluralismo y a la especificidad cultural" [52]. Esta autora
pone el acento en las consecuencias negativas que la ausencia de mutilación
tendría para las niñas: el hecho de no llevar a cabo la operación puede suponer el
aislamiento social de la niña y la imposibilidad de encontrar marido. Por ello,
Facchi se muestra favorable a que la norma consuetudinaria y religiosa de la
sociedad de origen prevalezca sobre la norma jurídica del Estado receptor. La
autora recoge también las dudas que, desde un punto de vista médico-legal,
quedan acerca de la calificación del clítoris como un órgano y de la escisión
como una mutilación.

En definitiva, Facchi no cree que la vía penal, de criminalización de la escisión,


sea la más apropiada para resolver la cuestión, y opta por una condena moral y
social. Propugna una intervención de los gobiernos europeos, con dos
precauciones: "la primera, tener presente que en la situación actual los derechos
de los pueblos deber ser tutelados tanto como los de los individuos; la segunda,
no configurar constantemente el Estado-Nación como el protector y vengador del
individuo frente a la comunidad de pertenencia" [53].

La primera de estas dos precauciones nos devuelve al centro del debate: ¿deben


los derechos de los pueblos ser tutelados tanto como los de los individuos? En el
caso concreto que estamos tratando, la disyuntiva planteada es falsa: no estamos
ante un caso de derechos colectivos versus derechos individuales, sino ante un
atentando contra el individuo y los derechos de la infancia en nombre de la
colectividad. Si aceptamos como válida la formulación de Kymlicka, parece claro
que estamos ante un ejemplo claro de restricción interna. Cualquier práctica que,
bajo la cobertura de la cultura, la costumbre o la religión, implica una violación
de los derechos básicos del individuo, debe ser inmediatamente deslegitimada.

Este argumento vale para tanto censurar la mutilación genital femenina, como,
por ejemplo, la pena de muerte. Por tanto, ha de quedar claro que no parte de una
concepción euro o etnocéntrica. Desde nuestra perspectiva, rechazamos
plenamente cualquier relativismo moral selectivo, por así decirlo, puesto que nos
oponemos a todo relativismo moral. Esto es, la cercanía o lejanía cultural de las
prácticas que se cuestionan no debe influir en el grado de comprensión y, por
ende, de legitimación, que se les otorga. No hay que olvidar, por otra parte, que
toda cultura es internamente plural, conflictiva y contradictoria, y dinámica. Que,
por tanto, no todas las prácticas culturales son compartidas y legitimadas por
todos los individuos que viven en una determinada cultura y que, además, toda
cultura tiene elementos provenientes de otras culturas.

El caso del chador, que encendió vivas polémicas en Francia en 1989, y en


España en 2002 [54] , es a nuestro entender, bastante más controvertible. ¿Se
debe permitir que las niñas asistan con la prenda tradicional a las escuelas
públicas, laicas? ¿O se debe respetar el derecho a la libertad religiosa, expresado
en el atuendo islámico? ¿No supone la exhibición del chador una inferiorización
de las mujeres? ¿O se trata de una elección libre, de la expresión voluntaria de
símbolos culturales propios?.

Por todo lo dicho, es lógico pensar que el multiculturalismo va a suponer (ya lo


supone, de hecho) un desafío de primer orden para la democracia española. Sin
políticas activas e imaginativas de integración socioeconómica, por un lado, y
multiculturales, por otro (si es que ambas pueden ser diferenciadas), es previsible
un escenario de serios problemas sociales. La dificultad del reto se ve aumentada
si tenemos en cuenta el contexto en el que el desafío multicultural tiene lugar:
imperio del neoliberalismo económico, recorte del Estado del Bienestar, o
repliegue del Estado (lo político) frente al mercado (lo económico).
Conclusiones.

En las páginas anteriores, se ha tratado de reflejar una realidad muy compleja,


que presenta grandes problemas y retos, y que exige respuestas inmediatas. La
magnitud del desafío que el globalismo nos plantea es tal que las ideas mismas de
democracia, ciudadanía, igualdad y libertad, tan centrales para nuestra
concepción de la sociedad y de la política, están siendo cuestionadas o vaciadas
de sentido. El horizonte de una economía libre de trabas que extiende su influjo a
todo el planeta sin oposición ni control, se abre ante nuestros ojos. ¿Estamos
abocados a ello irremediablemente?

El neoliberalismo ha inspirado gran parte de las políticas que se han llevado a


cabo en el mundo a partir de la década de 1980. Los conceptos de liberalización,
privatización, desregulación, flexibilización, eliminación del déficit estatal,
control del gasto público, moderación salarial, control de la inflación, reducción
de la fiscalidad directa, etc., se han convertido en parte esencial de la ortodoxia
económico-política. En parte por la presión de los flujos de capitales y empresas
transnacionales, en parte por la escasa resistencia o la entrega voluntaria (e
incluso abnegada) de la clase política a los nuevos ideales, muchos gobiernos
comenzaron a aplicar este pensamiento único. El mercado reemplazó a la política
y los derechos sociales y la ciudadanía pasaron a un segundo plano. Los costosos
logros de los años del pacto keynesiano, posteriores a la Segunda Guerra
Mundial, con la extensión del Estado del Bienestar, empezaron a desmoronarse.
El escenario resultante fue bautizado con el término globalización o, dicho de
otro modo, expansión mundial de la ideología económica neoliberal. Como
consecuencia, las desigualdades sociales han aumentado espectacularmente, tanto
en el interior de los Estados como entre los mismos. En el segundo caso, de
hecho, se limitaron a agudizar una evolución histórica de largo recorrido. En este
contexto, las migraciones desde los países del Tercer Mundo hacia los más
desarrollados han adquirido gran importancia. La llegada de gentes con otros
códigos culturales al mundo occidental, y la exigencia de respeto y
reconocimiento a estas características diferenciales, suponen un desafío para las
sociedades receptoras. Y ello por varios motivos.

En primer lugar, el mismo proceso (entre otros) que provoca grandes


movimientos poblacionales desde el Sur hacia el Norte (la globalización), es
causa del recorte y desmantelamiento de los Estados del Bienestar. Las políticas
de redistribución material, y los derechos sociales en general, se encuentran
cuestionados. Los sectores menos favorecidos de los países desarrollados han de
enfrentarse al fantasma de la pobreza como una posibilidad muy real. En estas
condiciones, es fácil entender que estos sectores vean en los inmigrantes tanto a
los culpables de su situación, como a potenciales competidores por los escasos y
decrecientes recursos que el Estado asigna a la integración social. Máxime
cuando el discurso mediático y político dominante culpa a los inmigrantes, o a la
competencia desleal de países extranjeros (empobrecidos), de las dificultades
económicas.

En segundo lugar, existe un componente racial, étnico y cultural. En ocasiones,


los inmigrantes tienen costumbres, religiones, colores de piel diferentes, y exigen
que estas características sean reconocidas debidamente. Hay sectores de la
mayoría que insisten en la imposibilidad de conciliar diversidad cultural con
orden y unidad sociales, y que ven en esa diversidad una amenaza para la unidad
nacional y cultural. Existe también una historia de estereotipos y prejuicios, de
imágenes y representaciones negativas, alimentadas en parte por el etnocentrismo
eurocéntrico, que se suman a lo anterior.

El renacimiento de los partidos populistas de extrema derecha y de movimientos


reaccionarios y fundamentalistas en el mundo occidental, por tanto, bebe de estas
dos fuentes (entre otras). La percepción de la pérdida de la esencia nacional,
cultural o religiosa, sea interpretada bien como consecuencia del empuje de las
fuerzas globales homogeneizantes, bien como efecto de una heterogeneización
planetaria (hibridación), contribuye a este refortalecimiento fundamentalista.
Sería una grave irresponsabilidad minimizar la importancia de este renacer
totalitario, como la Historia del siglo XX ha demostrado.

Pero el proceso es reversible. Adquiera la forma tradicional de los Estados o se


reorganice en nuevos entes supraestatales (como la Unión Europea), es
imprescindible que la política vuelva a ocupar su lugar y someta a sus designios a
la economía. Ante todo, creemos que hay que apostar hasta sus últimas
consecuencias por el Estado del Bienestar como agente regulador de la
integración social, reductor de desigualdades, ya que el mercado ha demostrado
sobradamente su incapacidad para lograr estos objetivos. En su papel renovado,
tendrá que dar cabida al reconocimiento simbólico de las minorías. Los derechos
sociales ya no serán suficientes para este nuevo Estado del Bienestar: tendrá que
incluir, además, los derechos multiculturales. En definitiva, hay que llevar a cabo
políticas activas tendentes a lograr la integración socioeconómica y cultural de
todos los ciudadanos. Si es necesario, el estatus de ciudadanía tendrá que ser
ampliado, flexibilizado, para dar cabida rápidamente a todos. El criterio de
residencia, y no el de nacionalidad, deberá prevalecer.

Lo que está en juego es la posibilidad de una convivencia más o menos pacífica,


basada en la justicia social y en la igualdad de oportunidades para todos los
ciudadanos, más allá de sus identidades particulares.

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