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Trabajo de grado – Lina Alonso Castillo.

LUIS TEJADA CANO: UNA LECTURA LITERARIA DE GOTAS DE TINTA

Presentado por

LINA ALONSO CASTILLO

TRABAJO DE GRADO

Presentado como requisito para optar por el

Título de Profesional en Estudios Literarios

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

PREGRADO EN ESTUDIOS LITERARIOS

BOGOTÁ

2017

PONTIFICIA UNIVERSIDAD JAVERIANA

FACULTAD DE CIENCIAS SOCIALES

CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS

RECTOR DE LA UNIVERSIDAD

Jorge Humberto Peláez Piedrahita, S.J.

DECANO ACADÉMICO

Germán Rodrigo Mejía Pavony

DIRECTOR DEL DEPARTAMENTO DE LITERATURA

Cristo Rafael Figueroa Sánchez

DIRECTOR DE LA CARRERA DE ESTUDIOS LITERARIOS

Jaime Alejandro Rodríguez Ruiz

DIRECTOR DEL TRABAJO DE GRADO

Oscar Torres Duque

INTRODUCCIÓN

Pero hoy ya no sucede así, o mejor, ya empieza a no suceder así: los poetas están adquiriendo un
concepto más general y más uniforme del universo; no han dejado, sin duda, de ser sensibles al
valor poético de la rosa, pero principian a ser sensibles al valor poético de la zanahoria; han
comprendido, al fin que todo en el mundo es algo poético, inclusive el dinero.

(Tejada Cano,1977, pg.262)

Redescubrir una y otra vez la literatura como Tejada redescubre las cosas y las palabras en una
luminosa suerte de conquista, esta es la prosa del autor, que este trabajo sea ante todo eso, una
reconquista de las voces más severas que el siglo veinte ofreció para calar en las fibras de un país
víctima y victimario de un tiempo de decisiva transformación. Recordaría Oscar Wilde que el
misterio del mundo está en lo visible, no en lo invisible y es así como Tejada nos lleva por cada uno
de sus textos a las esquinas que sobrevivieron a la gran hazaña de la modernidad, al golpe de una
era rotulada de progreso y capital, a un tiempo arañado de guerras, muertes, invenciones,
revoluciones, fundaciones e incursiones en los espacios que emergían ante la incertidumbre cada
vez mayor de un siglo, que como el viejo tango problemático y febril, hizo aparecer a los ojos de
un hombre, aún hombre y no máquina, la gracia oculta de la vida y los trabajos cotidianos
amenazados de olvido ante la innovación, ante la técnica.

A un poco más de noventa años de su muerte el nombre de Luis Tejada Cano, más conocido entre
periodistas que entre literatos, aparece en el panorama nacional como un anónimo en proceso de
constante descubrimiento. Sólo tres ediciones de algunas de sus crónicas son la prueba de una
obra que sigue explorada a medias y son el emblema de un proyecto que comenzó a gestarse
hace más de diez años en la Universidad Nacional y nunca ha llegado a su fin: la compilación de la
obra completa de los escritos de Tejada ; son, en pocas palabras, el testimonio de la densa
lotofagia a la que se destinan ciertas palabras y ciertos escritores en Colombia o al decir de Darío
Ruiz Gómez “permanecen al margen en su silencio conveniente” escritores como Jaime Barrera
Parra, Hernando Téllez o Policarpo Varón han sido, sopesando la mención, en el estudio y la
referencia de sus nombres en el panorama de la academia, algunos de los nombres que han
corrido con la misma desventaja de no figurar para las investigaciones literarias.

El llamado “Príncipe de los cronistas” nace en Antioquia en 1989 y muere en Girardot en 1924, año
de la muerte de Kafka y de Lenin su “Cristo de la revolución”. Bastaron veintiséis años de vida para
configurar una estética donde la escritura se revela como acto de creación elevado a una potencia
de entera propensión poética, o mejor, en un acto de resistencia ante su tiempo y las ideas
heredadas de su época, un acto donde la forma rebasa sus límites y nace privativamente de la
necesidad de responder a un pensamiento envejecido de gramática y dogma. La voz del escritor
encontró para sus notas ligeras o “Gotas de tinta” el mecanismo para detectar los síntomas del
olvido y enfermedad que cubren al país en su cómodo segismundismo y ninguneo frente a los
asuntos que acusan la vida diaria: el olvido de las masacres políticas, a las leyes cada vez más
severas con el pueblo, a la implantación y adoración del trabajo como orden supremo vital, al
desprecio del ocio como forma entorpecida de la barbarie; ante todo eso el espeso sueño, una
niebla que ha cubierto el espíritu de los hombres para entender las pequeñas cosas. Entonces la
propuesta es, tanto mía como también lo ha sido de unos pocos, releer al autor desde una
dinámica literaria y no desde una estricta esfera periodística, deshacernos por un momento del
título de cronista que le han adjudicado y volver desde la figura de poeta como la vio su amigo Luis
Vidales, palabras de 1976 que abogan por la ampliación de su estrecho público lector en los
procesos receptivos de sus escritos:
Toda su faz literaria lleva el sello de la frescura de las cosas no pasajeras, a diferencia de las que
nos sirve la gran prensa, que hoy son y mañana caen en ese implacable otoño de los sucesos [...]
Por virtud de la esencia de cuanto escribió, su obra se sitúa en un plano de perennidad, en el que
el comején del tiempo no actúa. Me refiero al plano de la poesía [...] Por ello he dicho que la
palabra “crónica”, como designó Tejada a sus producciones y como se suele catalogar estas, no
responde a la evaluación que hoy estamos en capacidad de hacer de esa obra, y es una sub-
estimación, por tanto, de la misma. (1977, p.p 411)

Releer a Tejada como un posible poeta en prosa en Colombia es reformular una antigua
interpretación de la crónica, del poema en prosa, de la misma poesía o tal vez del ensayo ¿Por qué
no? ¿Discutir la determinación genérica de un gesto al plantear desde otra lectura es posibilitar el
texto a otro tipo de lector? Antes, donde todo intento de abordar algunos textos estaba
restringido por la determinación de un canon, una ideología, una taxonomía o un fundamento
teórico literario, por lo menos en un siglo XIX que ahora puede replantearse desde el mismo ser de
su lenguaje en cierta libertad de la especialización que la modernidad abandonó para los viejos
herederos del modernismo, puede ahora reivindicarse desde la materia misma de sus textos,
desde el lenguaje, dejaría en evidencia la relevancia del lenguaje usado en ellos, su verdadera
resonancia e intención. La estética es entonces la de la idea, no de la forma, ni la pretensión.

¿De qué hablamos cuando hablamos de sus “crónicas”? tal vez hablamos de un malentendido, tal
vez. Al pasar por sus textos la calidad perenne que Vidales anota, salta y se fuga en idea vívida,
mordaz y jovial que reconcilia los criterios con los que antes los estudios literarios dividían, como si
de botánica tratara en reinos distintos, la prosa y la poesía, el ensayo de la creativa. Sin que sea mi
única propuesta, esta visión de Tejada en el ámbito de las ciencias literarias interroga por las
posibilidades de crear un público lector mucho más amplio de este, su Libro de crónicas y sus
Gotas de tinta hecho según él “para leer en el tranvía; para entretener los ratos ociosos de las
muchachas inteligentes” no para abandonarse en las historias periodísticas o estudios netamente
académicos en los que su nombre ha encontrado a veces tumba o a veces lumbre la oportunidad
de aparecer en el panorama intelectual.

No busco esbozar una teoría del poema en prosa o una teoría del género literario en cuestión y en
Colombia, pero sí entablar un diálogo entre la riqueza literaria en los escritos de Tejada con
algunas propuestas planteadas en ciertas ciencias literarias, en especial con aquellas que
reflexionan sobre la poética y su posibilidad en tanto sí y no en tanto herramienta de la sociología,
política o historia, es entablar un diálogo con la escritura del autor en el contexto en que se
desarrolló problematizando la incidencia del género en ella. Me interesará en Tejada también el
lugar donde se formula una noción de literatura en dimensiones mucho más amplias a los
determinismos que cierto tiempo haya decidido relegar. Quiero referirme a esa primera noción de
literatura en tanto al papel que tiene la escritura en el núcleo mismo de las sociedades y así mismo
al de la poética en la literatura. Sin embargo, la noción que aparece ante nosotros del mismo autor
sigue estando supeditada a la intuición, facultad acientífica por excelencia y filosófica por justicia.
Podría decirse que parte de la afirmación que sostengo, junto a Vidales, está dada por esta
facultad.

Después de iniciar con la lectura de los tres únicos libros del autor, decidí tomar sólo Libro de
crónicas que nació el año de su muerte en 1924, un libro que vio la luz de las imprentas casi que a
la par en que la vida del cronista, invadido por varias enfermedades, se eclipsó después de años de
travesía por el país promulgando su fe en el incipiente comunismo. No obstante, la edición
príncipe no es la que tomo para el presente trabajo, tomo el libro Gotas de tinta, editado en 1977
por el Instituto colombiano de Cultura en su Biblioteca Básica Colombiana, el cual incluye Libro de
crónicas y agrega otras tomadas de la columna que mantuvo el escritor bajo el mismo nombre en
El Espectador. Su otro libro Mesa de redacción, editado en 1989 por Miguel Escobar Calle en la
Universidad de Antioquia nos presenta las últimas notas del escritor, totalmente politizado o
¿Comprometido? Algunos dirían, por lo que no es de mi interés abarcar dicha porción de su obra,
sin desechar las perspectivas hermenéuticas y literarias que este libro nos pueda ofrecer. Ahora,
decido tomar su Libro de crónicas por su alta calidad textual, por ser el de carácter más poético y
por ser un trabajo de edición y selección del mismo autor publicados -no todos- anteriormente en
algunos periódicos lo que me lleva a pensar que es como un camino de la mano del autor. Su
contenido me permite formular o cuestionar la existencia de una poética del autor y la presencia
de un género o mecanismo poético desde la prensa, puesto que sus trabajos posteriores dejan de
preocuparse por los temas tratados allí por entrar a los debates políticos y a las álgidas contiendas
públicas. Hay que aclarar que se encuentran los mismos textos tanto en la edición de 1924 como
en la edición de 1977 en la sección correspondiente, no hay cambios ni siquiera ortográficos o en
el orden de aparición.

Esta monografía traza un recorrido en cuatro capítulos que corresponden al proceso de


asimilación y reinterpretación de la obra de del autor desde mi propia perspectiva. La primera
parte es un breve recorrido por el siglo veinte colombianos como porción fundamental de su
creación, en esta segunda estancia pueden comprenderse el porqué de los temas de sus escritos.
Siendo contextual, entender el panorama colombiano sirve para confrontar las transgresiones
hechas, iniciadas o retomadas, según el caso, por la comarca intelectual a los modelos por los que
responden, es este segundo capítulo de importancia fundamental para todo este trabajo pues sólo
ésta porción histórica desentraña la verdadera resistencia del autor, la razón de su rebeldía
intelectual en la gran pléyade anquilosada de escritores que venían momificando la estética
colombiana. Es ante todo un breve recorrido por los acontecimientos, los autores, los eventos, las
ideas y los objetos que hicieron parte y fueron partícipes de la trasformación y transición de una
era a un nuevo tiempo.

El segundo capítulo plantea a Tejada en relación con el país en dicha condición geopolítica
esbozada en el capítulo primero, se hace una mención especial al origen de su escritura desde los
gérmenes librepensadores de su familia y a su recorrido vital como militante de la palabra y del
partido comunista en plena conformación, es Tejada en su círculo más próximo e íntimo, su
relación con la esfera social y el impacto de la confrontación política de sus escritos, nos permite
reorientar los precedentes de la lucha de las generaciones literarias en el país. La llegada de Tejada
a Bogotá, la conformación y creación de “Los Nuevos” y su disputa con las generaciones de “Los
Centenaristas” hicieron también una radiografía de cómo el autor impactó en la intelectualidad
colombiana y el consecuente legado en algunos de sus coetáneos.

En el tercer capítulo recurro a una breve especulación teórica donde se consideren desde los
géneros literarios la posibilidad de que sus escritos dejan de ser considerados como crónica y
tengan la posición y el beneficio del estamento poético o por lo menos literario. Con la
corroboración teórica de la hipótesis puede accederse a esta nueva propuesta ya sea desde el
formalismo o el mismo estructuralismo. Aunque sus escritos se basten a sí mismos para justificar
la razón de esa sub-valoración a la que se le ha sometido, puede apoyarse esta reflexión desde
algunos elementos de la lingüística que además pueden sopesar los cambios y las traslaciones
entre las funciones. No hay que olvidar las circunstancias fundamentales, sean políticas o
económicas, en las que el autor vio la explosión de una nueva era en el país al que dedicó
indirectamente su obra y del que tomó los elementos de su escritura, es tal vez lo que más nos
concierne en esta especulación teórica porque sólo entendiendo el lenguaje de su tiempo
podemos entender el impacto y la transgresión en él. Las concepciones de crónica, de poesía hasta
el mismo poema en prosa en Colombia son de vital importancia para comprender el
planteamiento, mi propuesta pues sólo después de entender el por qué de las definiciones de la
época se pueden dinamizar con mi propuesta inicial, con esta otra lectura.

La cuarta y última parte es mi recepción de Gotas de tinta en diálogo aterrizado con las propuestas
principales, lo cual no quiere decir que los anteriores apartes no tengan nada que ver con la raíz
del asunto. Ahí aparece la obra hablando por sí misma. La tarea más apremiante sólo se tolera a
este punto del análisis cuando se toman los rasgos específicos de su creación en conjunto a lo
anteriormente resuelto. Ya finalizando el recorrido se divisa al escritor desde su periferia cronística
y su centro poético. El lenguaje aquí, como actor y actuante en el escenario de sus textos,
configura la superioridad de una literatura en la plena salud de su creación y su exposición como
fenómeno apremiantemente decisivo en el panorama literario del siglo XX. Este capítulo será, en
breve, una poética del autor. Que este trabajo sea también una posibilidad y una puerta abierta
ante la posición de ciertas lecturas y autores en la academia y en la vida misma de los textos fuera
de los espacios institucionales como las librerías, la calle, los cafés y la misma ciudad donde el
autor pensó sus palabras. La pretensión y el apoyo de ver finalizado o impreso algún día la obra
completa del autor entran en los ánimos de la escritura de este trabajo, no como un imperativo,
pero sí como un acusativo a la comunidad editorial que tanto ignora lo que algunas voces dejaron
para el futuro ya manoseado en sus palabras de vesania y no menos bella sensatez.

Hay que aclarar que parte de este trabajo fue posible al levantamiento de archivo en la Biblioteca
Nacional y su colaboración constante en el préstamo físico de los materiales, no solo de las
microfichas. De la prensa en la que participó el autor, fueron de crucial importancia “El Sol”,
fundada en 1922 con su infatigable amigo de correrías portuarias José Mar, pero como ninguna
otra, la revista y su edición facsímil de “Los Nuevos” de la cual puede decirse que valdría una
revisión por parte de las editoriales universitarias para hacer posible un re-impresión de un trabajo
de valioso contenido por su increíble capacidad de acogimiento y diálogo entre la crítica, la
narrativa, la poesía, el teatro y la política en la misma esfera literaria como respuesta estética de
un tiempo y unas circunstancias determinadas.

CAPÍTULO PRIMERO:

LA GRAN PARROQUIA Y EL VAGABUNDO

Y Colombia era una republiqueta teocrática, feudal y pastoril, gobernada –desde 1885–por el
ilustrísimo y reverendísimo Señor Arzobispo Primado y por el no menos ilustre y reverendo partido
conservador.

Álvaro Salom Becerra


Este primer capítulo no es un resumen de los compendios de historia colombiana sobre la fracción
temporal correspondiente a los inicios del Siglo, mucho menos es una repetición, con variaciones,
de las esquelas de palabras que otros, más especializados en las dinámicas sociales, políticas y
culturales, trazaron en amplios trabajos de amplia divulgación académica; este capítulo es sólo mi
interpretación del Siglo XX de la mano de Eric Hosbawn, Carlos Uribe Celis y Hubert Pöppel, los dos
últimos para el caso colombiano, y sus palabras; es sólo mi comprensión de veinte años de intensa
transformación en un siglo de profunda importancia nacional y es ante todo la comprensión de
que fuera este siglo el que le hubiese permitido a Luis Tejada entablar diálogo desde su escritura
con los fenómenos que viera él como posibles portadores y baluartes de su tiempo.

El siglo XX fue un Siglo que al decir de Ernst Gombrich estuvo marcado por un incremento
alarmante de la población mundial y que al decir de William Golding fue “el más violento de la
historia humana” (Hobsbawn, 1998, pg, 11-12). La consolidación del capitalismo como sistema no
sólo económico sino político fue también uno de los rasgos más ensordecedores para esta etapa
de crecimiento exponencial para todos los sectores, como el agrícola o el industrial que
comenzaron a gestar nuevas facetas en la práctica social bajo el estandarte de progreso. En
América Latina fue determinante para que nociones como identidad y nación no solo fuera
fortalecidas, sino que fueran nociones que se integrarían a las dinámicas de progreso en las que se
vieron envueltos cada uno de los países; para el continente entero significó un cambio en los
paradigmas internos que direccionan los programas políticos, las agendas culturales, los modelos
educativos hasta la planeación económica. Del siglo XIX se habían heredado los conceptos sobre
los que toda Latinoamérica comenzaba a sentar sus propias bases, los había ficcionalizado al
permitirle a los intelectuales plantear el problema en tanto centro y fuente de reflexión y creación
la manera en que cada porción del continente iba a sustentar su propia imagen y su propia historia
a partir de su propio recorrido después de años enteros de lucha y liberación de la colonia, del
hispanismo tatuado hasta el fondo más imperturbable de los gobernantes y los modos de
gobierno en el suelo americano. Fue en principio la búsqueda de la civilización y el sello auténtico
del ser latinoamericano que se expandía desde Argentina hasta Colombia, fue el siglo de los
temblores, de las sacudidas por permitir una segunda independencia de esa España encubierta
aún en el discurso fundacional de todos los países.

Los conceptos de nación, el mismo concepto de lo latinoamericano comenzaba a significarse


desde estas circunstancias. No obstante, esta oportunidad de volcar la mirada hacia el ser
latinoamericano permite replantear también la literatura latinoamericana, las literaturas
nacionales, las críticas y los mecanismos de distribución intelectuales de un mismo territorio en el
marco de nuevas definiciones otorgadas no solo por un sentido de identidad sino por un eco de
transformación en las entrañas de un tiempo colmado de una ansia interminable de establecer
límites al imaginario que divide lo europeo de lo latino, lo trasatlántico en disputa. Así, toda
Latinoamérica y Colombia entera estuvieron envueltas en los tropeles que sobrevenían a los
primeros pasos de estabilización y al mismo tiempo de fragmentación, porque ya quebrado el
sueño unitario y prójimo de una España austera quedaba la puerta abierta para que cada una de
las ciudades que palpitaban bajo este nuevo sueño, estos sueños de la modernidad representaran
competencia y soberanía ante la comunidad mundial.
“La edad de los extremos” llamada por Hobsbawn al mantener a casi todos los países en periodo
de guerra, en periodos de extrema pobreza y crisis generalizada; Colombia no fue la excepción. De
una sucesión terrible de guerras, el siglo XIX se despedía con otra guerra de mil ochenta y cinco
días que culminó con la Hegemonía conservadora, el quinquenio de Reyes, la separación de
Panamá y un país roto ad portas de la modernidad aún con una infraestructura insuficiente y la
cabeza del Estado, recordaría Pöppel (pg78, 2000) endeudado en cifras astronómicas. Con todo
esto la economía, específicamente, la exportación del café fue la que liberó un poco el porcentaje
de la deuda y permitió estabilizar un poco las dinámicas internas del País. La apertura de nuevas
vías, la incrementación de la industria textil en Antioquia, platanera en el Caribe, minera y
cauchera en las selvas y hasta la misma consolidación de una vía férrea harían que de la parroquia
decimonónica que aún entre federalismos y centralismos distribuía sus ganancias, se viera el
conato y el ingenio de una poderosa máquina prestante y dispuesta al crecimiento y remodelación
del esqueleto mismo de una sociedad entera. Precisamente ahí donde muere la aldea y nace la
ciudad es donde aparecen figuras como “La gruta simbólica” o los mismos “Centenaristas” que por
no ser estrictamente literatos, poetas o narradores sino también políticos, abogados o médicos
abordan esta problemática de cambio y la incluyen como asunto de reflexión y piedra angular de
sus producciones por sentir que hacían parte también de esa construcción, de esa nueva faceta
nacional.

1. Siglo XX colombiano

Además, también hay poesía y hay belleza en las cosas nuevas y pulidas, en las cosas de acero y de
hierro y de cobre, llenas de espíritu sutil y vertiginoso del hombre moderno: en las bielas potentes
de la locomotora, en la hélice angelical que corta el viento, en el motor que grita como un pájaro
alegre, en la rotativa delicada y ligera como una mujer que envuelve a un niño, en el ascensor
misterioso, y en las altas cúpulas de los rascacielos que se coronan de estrellas en la noche.

(Tejada, 1977, pg. 101)

¿Cómo escribió Tejada el siglo XX colombiano? ¿Cuál es su interpretación del tiempo en el que
vivió? Ante todo, hablamos de los primeros veinte años del siglo, años que representaron una
reescritura de todos los ordenamientos morales y físicos en un país rígido en lo tocante a la
renovación, conservador en la palabra y en la idea, agrario y católico en su más íntima entraña.
Para el autor el escenario que lo recibía no era tan distante del de otros escritores en el mismo
continente. La llegada del automóvil, de la locomotora, del cinematógrafo y con ellos de la
vanguardias literarias y artísticas en general, por ejemplo el Futurismo del que el mismo Tejada
decía:

Es raro que en Colombia no se tenga todavía una idea precisa sobre lo que es el futurismo
literario. También es cierto que, a pesar de nuestra decantada curiosidad intelectual, ni los libros,
ni las revistas futuristas, ni aun el eco siquiera del movimiento llega hasta aquí, o si llega
vagamente, no le hemos prestado atención. (1989, pg, 269).

Ante todo, hay que dirigir nuestra mirada a la situación literaria del siglo, al concepto de poesía, a
la cuestión de modernidad y vanguardia, a la idea de tradición y transgresión en la que medio el
autor. Habría que ser comprensivos para referirnos al término Cultura sobre todo a la de este siglo
de amplia y determinante transformación; comprensivos por el hecho de que fue en este campo
donde más se jugó el debate que nos concierne en este trabajo y por el punto de quiebre de
mayor impacto en el ideario académico y literario de las generaciones a conformarse en el país,
también porque fue el que más afectó cada fracción de la vida cotidiana que a Tejada concierne en
su obra. La cautela se la debemos a las palabras de introducción de Carlos Uribe Celis en Los años
veinte en Colombia (1991). Pareciera que esta misma cautela sirviera para acercarnos a todos los
aspectos que colindan con este siglo que tuvo que enfrentar la Gran guerra, la Revolución rusa, la
depresión económica del 29 y una cantidad de movimientos internos y externos que afectaron
cada nación desde las esferas que todo lo público tocara. El mundo, por lo menos Europa, África y
parte de Asia discurre por el paso de las conquistas territoriales a las conquistas económicas,
después de una sucesión de guerras, tratados, alianzas y revoluciones se viene a resolver la
creación de las grandes industrias y la materialización de las mayores tecnologías más acuciosas
para el aclamado progreso material que exigía esos nuevos tiempos. Este es ante todo el siglo de
las invenciones, la locomotora, el sistema de alcantarillado, el ferrocarril, el automóvil, el cine,
otros ritmos musicales, nuevas leyes, reformas, líderes políticos, sistemas educativos; en fin,
cambalache y paradoja esta marejada de fenómenos que vienen a tener su propia forma en
Colombia, su propia propensión a renovar un suelo empobrecido y falto de técnica y tecnología y
ante todo empobrecido de renovación. En todo caso podría decirse que fue el siglo de la
imaginación, de la inventiva ante un siglo XIX de marcada identidad racional y científica, esto sin
desacreditar que estas dos últimas facciones hubiesen tenido también sus avances.

Un personaje como Tejada escribió de mano con el vertiginoso avance de su tiempo por la razón
de que este siglo volcaba cada vez menos la mirada en los asuntos menores y anodinos que
invaden la vida cotidiana en ese entonces plagada de asombrosas innovaciones. Un siglo de
frenética y caótica actividad en el marco de un país casi inmutable, rural y conservador en su
mayoría, un país notoriamente dependiente aún de regímenes y modelos de tradición y mirada
hispanista o como Pöppel dice “Los adversarios más importantes de los años veinte estaban
representados por poetas de la llamada Generación del Centenario, que se habían agrupado
alrededor de 1910 con ocasión de las fiestas de la independencia y los que se agruparon en torno
a la revista Los Nuevos” (2000, p. 134)

Ese redescubrimiento de lo mínimo, de lo menudo en la modernidad no es privativo del autor,


siquiera en Colombia, es sabido que fueron los simbolistas franceses quienes comenzaron a
percibir esa modernidad transitiva y prosaica que ofrecían los nuevos baluartes de un tiempo cada
vez más reproducible, tecnificado y presto para hazañas cada vez mayores en la vida cotidiana.
Gilberto Loaiza lo recuerda como “Tejada volvió maravilloso e inesperado lo que parecía atrapado
en lo puramente racional. Chesterton hablaba del retorno a la ‘visión espiritual de las cosas’ de la
independencia de nuestras normas intelectuales”, del “sentido de la perdurable infancia del
mundo”. Tejada tradujo aquello en la concreción de un verdadero sentido común, el de la visión
simple y primitiva de las cosas, despojada de los prejuicios introducidos por la presunta
civilización” (2008, p. 35).

Me atrae mucho la idea de que el siglo XX mantuvo una constante lucha con su pasado, que sólo
pudieron ser y nacer las vanguardias en este siglo por recibir el influjo de diecinueve siglos de
epistemes y dinámicas de terrible peso de solemnidad y rigidez y al mismo tiempo poder
despegarse y destruirlas para reformularlas cuantas veces fuera necesario. En la literatura
americana, por lo menos, es donde comienza una notoria separación sustancial de la herencia
europea sin ignorar las influencias del viejo continente. Autores como José Martí, José Enrique
Rodó o en Colombia Baldomero Sanín Cano cuestionaron esa necesidad un pensamiento propio
de la circunstancia latinoamericana frente a ese norte, a esa Europa también ávidas de producción
cultural.

Ahora, en Colombia la venta de Panamá y su consecuente indemnización, el asesinato del líder


político más grande que ha tenido el país, la Danza caótica del capital recibido por dicha
indemnización, una matanza en 1928 que marcaría políticamente el nacimiento de varios
movimientos decisivos en la inclusión y huella de varios personajes en revistas y prensa, eso,
numerosas publicaciones seriadas de distinta índole, la entrada de las grandes escuelas de
pensamiento europeo y todas sus formas y dimensiones presentes en el arte, la moda, la comida,
la educación y en el mismo ordenamiento de la sociedad, fueron para el país el inicio de una
tremenda metamorfosis y aun así sólo nos ocuparemos de los primeros veinticuatro años que fue
el periodo de vida del autor lo que no excluye la invitación a estudiar los años posteriores de su
muerte como objeto de confrontación sobre qué tanto de su palabra y legado procedió con los
planteamientos e impactos del siglo en el país.

Subían los ecos del siglo XIX intrincado en un discurso republicano, hispanista y profundamente
católico hasta los inicios del siglo XX. De esa reverencia a la tradición y a la iglesia partían las
tendencias predominantes en todos los aspectos de la vida colombiana. Desde los versos en sus
rimas y sonetos hasta la arquitectura en sus construcciones coloniales y doblemente republicanas
de concreto armado y acero de vísperas de la industrialización, se dibujaban los lineamientos
culturales de un tiempo que ahora sumía su atención en la conmemoración de los cien años de
independencia que vinieron a culminar con la generación del Centenario que integraba a políticos
y escritores ansiosos de no dejar atrás las proclamas de una España aún latente en el ideario
nacional: esa limpieza correcta de la imitación, de la palabra y su norma, del discurso supremo de
la religión, la obediencia y la disciplina en el marco de la conservación del deber y el cumplimiento
a una nación, no solo tan imaginaria como la de Anderson sino imaginada para una población que
en 1900 aún se debatía en mil días de guerra entre dos partidos tradicionales que mantenían en su
interior tantas divisiones como necesidades propias tenían los departamentos que creían
representar; una nación imaginada por ser sólo el disfraz de un pueblo que cargaba sus ideas a
lomo de mula y consideraba el catecismo del padre Astete piedra primordial en la construcción
educativa de sus futuros habitantes.

Así, con todo lo parroquial que pintaba el panorama Eduardo Santos, Enrique Olaya Herrera,
Eduardo Castillo, José Eustasio Rivera, Armando Solano, Luis E. Nieto Caballero y otros
Centenaristas asistían al fracaso de Rafael Reyes que estando en la presidencia buscó por una
asamblea nacional constituyente la prolongación por diez años más de su mandato que corrió con
el fracaso inminente ante la negativa de los dos partidos por negarse a volver a una crisis como la
que permitió la venta de Panamá y sobre todo la que propició la Guerra de los Mil días. En este
contexto Luis Tejada encuentra un país en vía de recuperación, Tejada viene de Antioquia, de una
de las colonias históricamente ultra conservadoras del país. Aunque más adelante veamos cómo
era la familia de Tejada y lo que la hace un foco de resistencia para su época, la región que lo
recibe es de suma importancia por ser ella la que inspira al autor a salir a la ciudad, a pertenecer a
esa extraña ciudadanía de mundo de la que sólo se hacen acreedores aquellos que indagan como
el detective de Poe, al que tanto admiraba, cada uno de los rincones que cada inventiva y cada
caudal de cambio contenía. De esa fracción pastoril decía el autor: “Yo no les he podido encontrar
nunca un gran interés a nuestros pueblecillos montañeses; en realidad, no son lo suficientemente
antiguos como para que tengas un verdadero valor histórico, ni lo suficientemente modernos para
que posean siquiera un mediano confort” (1977, pg. 35) Es de esperar entonces que sea en las
ciudades donde el atractivo frenético donde el autor encuentre su centro de acción, su punto de
reflexión.

1.2. Breve panorama de las ideas en la primera mitad del siglo XX colombiano

Entender las ideas para entender las escrituras. No es lo mismo leer las palabras de Felipe Lleras
Camargo, de Luis Vidales, de León de Greiff o de un Tejada Cano cuando cada uno tomó de
Europa y América lecturas y acontecimientos únicos y asumió en su palabra el estilo que más
removió y compaginó para sí en el influjo de los hechos y los nombres que llegaron a la
intelectualidad colombiana desde Europa o desde la misma América. Las ideas de los años veinte
en Colombia, para Pöppel, son el debate entre la tradición costumbrista, gramática y escolástica y
la modernidad en las vanguardias -europeas-, en el mismo Rubén Darío, en las publicaciones
comerciales que cada vez más sucumbían al influjo de las noticias entre guerras, de las
invenciones, de las alianzas políticas y el tránsito cultural que integraban las nuevas conquistas del
viejo continente. Para Celis es el debate entre las influencias europeas y la producción intelectual
latinoamericana. La pugna entre la renovación, la acción y la estasis de algunos sectores ante el
cambio que supuso hacer de Colombia o por lo menos de Bogotá el centro de industria, comercio,
cultura, junto a otros países latinoamericanos que, también bajo el influjo de una Europa moderna
y modernizadora, desplegaba sus inventos y sus inversiones en el trópico, en las costas y en los
andes americanos que prometían ganancias y alianzas tan provechosas como los productos y los
intercambios que resultan de dichos procesos.

En esto, los productos culturales también entraron en el juego de los intercambios. En América el
siglo veinte comienza a encaminar las proclamas independentistas que los poetas cantaron en
vísperas de un sin fin de batalles que compactaron dicha búsqueda, ahora la tarea es darlo la voz a
la propia América, a Nuestra América. En Colombia fue el debate entre “Los Centenaristas” y “Los
Nuevos” lo que encarna el ejemplo que nos concierne de esta pugna. Celis recuerda que “No se
explican los procesos históricos o sus transformaciones por el fenómeno de las generaciones, pero
el fenómeno de las generaciones que se suceden tienen importancia en el interior de los procesos
históricos mismos” (1991, pg.117)

De toda la literatura de los inicios del siglo veinte podemos decir que fue la de la prensa, o la
puesta en circulación en la prensa, la que nos dio como ninguna otra la radiografía de los
intereses, las búsquedas, los combates y el espíritu que perseguían los escritores y pensadores
colombianos; sin embargo, hay dos fuentes que radiografían el curso de las ideas del siglo, la
primera la prensa, la segunda los intelectuales y el influjo en ellos de ismos europeos. La prensa
por la que discurre la presencia de Tejada va desde 1917 hasta 1924. Sólo siete años de
producción dejaron más de quinientas obras de reflexión, así como de cuestionamientos. Glóbulo
Rojo, Rigoletto, Cromos, Sábado, El Sol, El Gráfico, Revista de Indias y El Espectador fueron los
periódicos que contaron con la participación del autor en sus páginas, fueron el hábitat de sus
contiendas con el público colombiano y la intelectualidad colombiana. En ellas el autor no sólo
respondía a las querellas intelectuales que rodeaban sino que fundaba una posición siempre
atenta a cuestionar “hiriendo prejuicios y creencias tradicionales, traduciendo en risa y en burla la
irreverencia con que empezaba a ser vista la hegemonía conservadora” (Pöppel. 2008, pg. 220)

De la primera fuente Uribe Celis recalca la importancia de Marco Fidel Suárez en este debate, fue
él quien encabezó la tendencia hispanista, católica y conservadora en los años veinte que colindó
con Tejada, dice Celis “La religión católica, la neoescolástica, la tendencia humanística, que incluye
la preocupación por el estudio y el cultivo lingüístico y literario, y las ideas conservadoras en
política (…) se halla bien representado en las ideas de Marco Fidel Suárez” Luego, serían las figuras
de Pedro Nel Ospina o la del mismo Guillermo Valencia las que condensaron también las
tendencias intelectuales de la época.

En esta breve aproximación conceptual cabe anotar que fueron los trabajos de Baldomero Sanín
Cano, Luis Nieto Caballero y el mismo Luis López de Mesa los que permitieron divulgar y circular
las corrientes de pensamiento europeo. No solo fueron ellos sino también los que integraban las
tertulias y que, por distintas circunstancias, por un lado, estaban aquellos que contaron con el
beneficio de viajar por trabajo o estudio a Europa por otro lado el influjo de inmigrantes desde la
costa Caribe hasta el interior. No obstante, la escuela de Marco Fidel Suárez mantenía en vilo las
lecturas y las posiciones neo-clásicas y escolásticas, luego las románticas de la mano de Valencia
con el influjo de von Hofmannsthal, Rousseau.

La imagen de Colombia como el país de los poetas se fortaleció desde la Gruta Simbólica y su
lectura de los simbolistas franceses y luego con el Centenario cuando la comunidad suramericana
vio que los políticos colombianos también eran prolíficos escritores y líricos. En ese momento
llevar la rectitud moral del diplomático iba de la mano de la correcta forma, del modelo racional
que sólo la gramática y la retórica heredadas de una supuesta madre España aún nos

La reacción contra el positivismo y la afirmación contundente de las ideas populistas tanto en lo


político como en lo social determinaron el rompimiento más grande con el siglo XIX. Aunque París
hubiese sido la patria de la intelectualidad latina en ese entonces, de México, Argentina y Rusia
también comienzan a teñirse los debates. Las preocupaciones políticas corrieron conforme los
anteriores países reformaron ya sea en el agro, en la educación -en el caso argentino y la reforma
de Córdoba- o en la política mundial en el caso ruso. Ya no sólo figuras como “El tigre” Clemenceau
o Poincaré o Bergson o el mismo Nietzsche que comenzó también a leerse en este siglo rondaban
en la prensa y las aulas, también nombres como Emiliano Zapata, Pacho Villa (nombre del caballo
de Luis Tejada) Mariátegui, Alfonsina Storni o Juana de Ibarbourou se inscriben en el interés
público de los lectores.

La izquierda o lo que preferiría llamar la ideología comunista de la cual Tejada era ferviente
militante, por lo menos del ala intelectual, llega a Colombia más por un juego de espejos que por
el mismo Silvestre Savinsky. En Rusia después de que el zar abdicase debido a las huelgas
generales entre obreros, civiles, cosacos, luego la gran revolución de Octubre y el ascenso de la
figura del soviet al poder con todo y sus contradicciones y problemas tuvo en Latinoamérica
repercusión propio, eco propio, y su forma determinada. De Rusia vino a reflejarse en
Latinoamérica más por la columna obrera que por la columna política de élite, más por la
circunstancia social que por el trabajo intelectual. En Colombia “Cabe destacar aquí la gran
influencia que en su generación llegó a tener Luis Tejada, muerto en 1924 a los 26 años, a quien el
partido comunista ha exaltado siempre como el primero de los intelectuales colombianos que se
hizo comunista y que consecuentemente con ello, supo abnegadamente servir al movimiento
obrero” (Pöppel. 2008, pg. 210) o parafraseando de “Ya había nadaístas en 1922”, texto de su
amigo infatigable Luis Vidales, fue Tejada el que declarándose leninista “alzó cátedra contra la
poesía vieja, la rima, la retórica e incitó al mundo de la sorpresa y el misterio”. La figura de Tejada
como miembro fundacional de partido comunista entraña la forma rústica y poco ortodoxa en la
que llegaron las primeras lecturas de Marx y Engels y también los primero acreedores de ese
pasaporte revolucionario en una Colombia aún apéndice de la Iglesia y de una constitución que
sólo vería el cambio hasta 1991. Si como dice Pierre Bourdieu que toda revolución estética
conlleva primero una revolución ética no sería sorpresivo que fuera precisamente de este lindero
político donde el autor encontrara esa oportunidad de conjugar en su escritura las ideas y modelos
del porvenir, o en palabras de Galán Casanova en el Boletín biográfico de la Biblioteca Luis Ángel
Arango, otro de sus biógrafos:

Tejada fue siempre un hombre de izquierda. Comprendió que, ante el fortalecimiento de la clase
media y la aparición de una clase obrera no muy numerosa pero activa políticamente, los partidos
políticos debían proponerse un urgente replanteamiento. Militó, junto con Jorge Eliécer Gaitán y
Gabriel Turbay, en el ala más progresista del liberalismo que pretendía socializar el partido. Luego,
al ver frustradas sus intenciones, decidió marginarse y promover la formación de grupos socialistas
revolucionarios. En ese momento el genial escritor de crónicas sutiles y humorísticas cedió su lugar
al propagandista político: He decidido dejar de escribir estas cosas, tenemos que organizar las
masas, cuenta Luis Vidales que Tejada le dijo un día. Sólo que la enfermedad que lo aquejaba,
sífilis según unos, tisis según otros, lo obligó a interrumpir su labor.

Ahora, de las mismas crónicas de Tejada también se pueden extraer los autores que circulaban en
la época, las lecturas que forjaron generaciones cada vez más comprometidas en crear una
estética que correspondiera a su tiempo. Sin olvidar sus comentarios a los mismos poetas
colombianos como los que hizo de Julio Flórez o de los autores europeos que llegaban bajo el
influjo de traductores argentinos o mexicanos

1.3. De la Bogotá literaria y la Bogotá política

Es de suma importancia retomar los espacios físicos como espacios colaboradores en la


renovación intelectual del país, de un país que jugó más fuera de la Academia que en ella a la hora
de implementar y modificar dinámicas sociales de alto impacto en la población. La llegada de
Silvestre Savinsky ese “ruso vagabundo” al decir de Vidales, la conformación de los primeros
sindicatos obreros, el incremento de imprentas y litografías alrededor de los centros de comercio y
avenidas reales de las ciudades, la creación del café como espacio de tertulia y no como espacio
exclusivo de comercio, la pavimentación de las vías principales, el tranvía y la construcción de
bancos y edificios en un mismo lugar proporcionaron el encuentro y la convergencia de distintos
individuos de distintos lugares del país y del mundo. La llegada de las ideologías y teorías más
significativas del siglo XX llegaron al centro de la discusión. Nietzsche, Marx, Compte, Spengler,
Freud, las vanguardias francesas, el Futurismo italiano, nuevos modelos pedagógicos fuera de la
iglesia inundaban las discusiones del ambiente.

Desde las salas de redacción de las revistas, periódicos y demás publicaciones seriadas hasta la
infatigable bohemia de los cafés bogotanos transcurría la conformación y confabulación de los que
podíamos llamar la movida intelectual de los años en que vivió Tejada. No obstante, lo que
llamaremos Tertulia en este apartado fue, ha sido y es para el siglo veinte el verdadero Agón de
disputa política, poética e intelectual en general. En el caso de Tejada fueron los cafés Windsor,
que hizo el mayor sepelio de su querido Benjamin Olaya Herrera, La Gran vía, el Asturias y su Mesa
de redacción de donde aún se recuerda el cartel ubicado a la entrada de la pequeña oficina del
autor, según la biografía de Bustamante, que decía “Se admite tertulia” los que jugaron un papel
decisivo para que Los Nuevos pudiesen discutir las propuestas, las noticias, informarse de los
cambios y las tendencias que recorrían las calles bogotanas. Ya no solo era el espacio de la
universidad donde podían debatirse las ideas. Hernando Téllez recuerda en Los cafés que
murieron el 9 de abril: “En la agonía de la última guerra civil, en la alborada del siglo veinte, nace a
la vida el café bogotano, tal como lo conocimos y recordamos. El cachaco bogotano reemplazó al
filipichín santafereño y la “Gruta Simbólica” fue el puente de transición entre la tertulia
clandestina y el café de tertulia”.

Habría que hacer una historia de la bohemia colombiana para entender cómo se dinamizaron los
procesos de publicación y creación de prensa desde los cafés hasta las salas de redacción. En Luis
Tejada o la parte maldita (1989) Raúl A. Domínguez anota que es gracias a esta actividad nocturna
donde más allá del libertinaje o la experimentación de la ciudad donde “Los cuerpos no sólo se
consumen y realizan gastos inútiles, irresponsables y malditos que cuando viven, mueren, juegan,
siente placer, exhiben lujos, se dedican al ocio, se embriagan, danzan, se enloquecen y prefieren la
belleza improductiva” (pg 13, 1985) los autores protestan en el tránsito de esa modernidad
efervescente donde el culto al trabajo se responde en oposición con el culto al ocio, al ocio
creador que aboca al hombre a elegir entre observar o cumplir, entre observar la ley y el
comportamiento de los nuevos sapiens que se acogen sin protesta a los nuevos cambios. De una u
otra forma es en los cafés donde se detiene un poco el hombre en el acelerado proceso de
incursión en la marcha fatigante del capitalismo, ritmo que también toca a las imprentas. No es
justo pensar a Tejada sin replantear la posición de estos espacios es su escritura.

1.5. Conclusión de la primera parte

Colombia era una mezcla de teocracia, dictadura de partido y democracia, de idilio pastoril y
recuerdo de las guerras crueles del siglo XIX

Hubert Pöppel

No es tarea excesiva, deseo de rivalidad ni mucho menos carencia o vacío de información el decir
que fue este siglo la consolidación, la gran apertura y el enfrentamiento de Colombia con el
mundo desde toda tribuna imaginable. Ya el Siglo XIX había cebado el terreno para dejar el país en
manos de la industrialización, tecnificación y delimitación de los movimientos políticos que en
algún momento se repartían aún como diásporas en todo el territorio nacional. Es decir, la
avanzada que significó para el país integrar todos los aspectos que un notoriamente españolizado
siglo anterior le había heredado, no deja de replantear el debate sobre la situación de dos
decenios que antecedieron a otra

Este siglo más que ser un espacio temporal fue tal vez uno de los procesos que más atención
demanda en la historia literaria colombiana por ser el espacio que le permitió a Tejada hablar
desde sus palabras sobre el impacto que tuvo en él toda la arremetida de la modernización parcial,
al decir de Max Weber, que en el caso colombiano consistió en que el centro del país fue el que
dinamizó de primera mano toda esta transformación y que sin embargo dejó a ciertas regiones
excluidas de dichas dinámicas, una modernización que dejó a la Iglesia gobernando desde su
amplia potestad sobre la población a pesar de las reformas escolares y públicas. En la poesía desde
la escuela hasta el café dicho proceso solo fue parcial en tanto que “la falta de acceso a las
instituciones escolares excluyó automáticamente a una gran parte de la población colombiana de
la vida cultural que se transmitía por escrito

Me gusta la importancia que Uribe Celis le adjudica a los años veinte al ser un periodo de
estabilización política después de la Guerra de los mil días que no sólo crearía un espacio de
amplio debate sobre el futuro del país, sino que permitiría por este mismo periodo de paz, entre
unas grandísimas comillas, volver al interior de Colombia y su estado. La Revolución rusa y la
mexicana fueron sin duda alguna golpes de impacto profundo en el ideario político latino y
colombiano, y sobre todo para Tejada quien vio en Lenin el nuevo Cristo que redimió a los obreros
del mundo, a los hombres en general por ser el único que volvió y se acercó al corazón de las masa
desde la enardecida tribuna de su tiempo y sus naufragios, por ser la figura que encarnó la lucha
no solo de clases sino el rompimiento y la resistencia a los regímenes, dictaduras o presidencias
que hacen perecer el orden moral de un pueblo frente a determinadas circunstancias. Tejada
bebió de todas las circunstancias que lo rodearon e hizo de ellas material para su escritura sin
olvidar que de los grandes hechos nunca separó los concurrentes misterios que se escondían tras
ellos, que a la guerra le correspondía un elogio que todos los individuos enlazamos con el ansia
interminable de cambio, que a la locomotora, el cinematógrafo y las nuevas modas corresponden
el idílico deseo del hombre del campo, de caminar por las calles y de hablar oscuros en las noches
o que a las muchachas mal vestidas siempre sobrevive esa extraña forma de belleza que ningún
atuendo le pondrá medida; es decir, el siglo veinte exaltó en el autor un tiempo propicio para
encontrar sus contradicciones y hacer de ellas pequeños retratos que reinventaran lo cotidiano en
el marco de la gran historia apremiante no sólo en los grandes personajes, no sólo en los grandes
hechos.

Con todo esto aparece Luis Tejada Cano aparece como esos vagabundos del camino en los que
veía solitarios centinelas, eternos ociosos y verdaderos revolucionarios que negaron la rutina de
los hombres correctos. Estando al margen de las grandes decisiones políticas que cambiaron el
rumbo del país en su tiempo, decidió en sus Gotas de tinta salpicar a los feligreses que iban
pasando por la gran parroquia, fue al decir de Loaiza, asiduo militante del “método del
vagabundeo filosófico, del flaneur de Los pequeños poemas en prosa de Charles Baudelaire, le
ayudó a elegir la perspectiva adecuada (…) Semejante a los vanguardistas europeos, sintió el afán
de poetizar la existencia ya l mismo tiempo de desafiar al mundo burgués carente de poesía.
Entonces encontró belleza en las novedades del progreso tecnológico (…) con su método de
paseante callejero pudo establecer nuevas categorías de lo bello, lo digno, de lo poético” (1995,
pg. 94-95).

CAPITULO SEGUNDO:

EL VALOR POÉTICO DE LA ZANAHORIA

“Luis iba para Marte, pero cayó en la tierra


Por equivocación”

La Tía Rura

2.1 La familia Tejada-Cano

Me interesa dedicar un breve espacio no sólo a la biografía del autor, sino a la familia de este. La
importancia que sus biógrafos (Casanova y Bustamante) adjudican al ambiente natal del autor lo
enmarcan también como piedra angular de un movimiento que comenzó a gestarse con los
Pánidas en Medellín y del que saldrían dos de los integrantes futuros de “Los Nuevos”: Ricardo
Rendón y León de Greiff, inseparables amigos del autor.

Particularmente fue una familia que se interesó por la innovación frente a los modelos
tradicionales imperantes en varios ordenamientos de la vida orden en Colombia a inicios de siglo.
Por su parte paterna, Benjamín Tejada Córdoba fue un pedagogo incansable y un infatigable
cuestionador de las ideas conservadoras en Colombia, desde el espacio de la prensa no como un
ejercicio de información sino como mecanismo de acción. Como secretario personal del General
Rafael Uribe Uribe también se destacó por contribuir el ideario positivista de “Razón, Progreso y
temperancia” que se sustentaba en las tesis del mismo Uribe Uribe, y que se encargó de hacer un
retrato de la familia inagotable de constante reflexión y propensa a las lecturas foráneas que cada
vez más arremetían en las familias y en las poblaciones colombianas que no estuviesen
necesariamente en el centro. Siendo librepensadores, los Tejada-Cano supieron aprovechar la
influencia de autores, filósofos y pedagogos alemanes y franceses no sólo para la crianza de su hijo
quien tuvo que educarse en casa después del rechazo rotundo a las academias tradicionales donde
no sólo fue expulsado en varias ocasiones sino donde también fueron cuestionadas sus primeras
tesis por no ser aptas a la buena costumbre y tradición de los modelos establecidos.

Del lado paterno tenemos por igual a María Rojas Tejada precursora educación femenina y
fundadora el primer jardín infantil de Antioquía según la biografía el Galán Casanova (21) y del
lado materno a María Cano la incansable flor del trabajo con quien el joven Tejada mantendría una
estrecha relación no solo familiar sino ideológica; como una de las pioneras en la historia del
sindicalismo colombiano, María Cano representó un blasón importante en la izquierda radical en
el país por implementar . No hay que ignorar la importancia de la familia cano en la vida del autor
pues fue en las páginas del Espectador donde aprendió leer y dónde consagró su carrera como
periodista. Aunque son muy pocas las crónicas de la vida del autor en Antioquía tenemos por
testimonio los textos de la bisabuela y el Maestro escuela nos regalan una grata semblanza en el
campo abierto de su niñez en las pequeñas poblaciones liberales en las que creció Tejada.

No obstante, de esas mismas crónicas nace el germen de su espíritu de contradicción, es


precisamente en el seno de su familia, en la raíz bucólica de su tierra donde se pregunta por el
sueño monótono del campo confrontado con la alucinante vida de las ciudades, el juego de
artificios que cobija al sátrapa, al cura, al ladrón y al estudiante como iguales. El haber estado en
labores pedagógicas conjuntas a su padre donde decide que no es en las aulas donde puede
librarse la revolución cultural que necesita un país que aspira a potencia, pero desdeña sus propias
cualidades simbólicas con tremenda impotencia, con la impotencia de beatificar la vida del trabajo
sobre la vida del ocio, esa que remolca la atención a las nimiedades que permanecen en la vida de
cualquier hombre en cualquier momento de su vida, en cualquier momento de la historia.
2.2 Tejada en Bogotá

Gilberto Loaiza Cano, uno de los más prolíficos y acertados investigadores sobre la vida y obra de
Tejada, afirma que a pesar que biografías como la de Bustamante (1994) se han encargado de
crear la imagen de Tejada como un mito, como un compendio de anécdotas bohemias y de
actitudes chaplinescas que se repitieron y repercutieron en toda un generación que luchó desde el
humor (No hay que olvidar las caricaturas de Ricardo Rendón) desde la métricas descoyuntadas,
experimental e igual de prosaica (León de Greiff) y desde la misma poesía, pero ahora lejos de
corsé de la rima (Luis Vidales) que a la final otorgaron identidad a una generación que encontró en
Bogotá la oportunidad de acceder al mundo. En Medellín encontraron Los Panidas esta
oportunidad de agruparse en torno a la capital de la industria textil y tabaquera por excelencia y
sobre todo, en una de las regiones más conservadoras y a sus vez innovadoras.

Cuando Tejada llegó a Bogotá en 1918, se dirige a las oficinas de El Espectador donde su tío Luis
Cano tiene a cargo la misma mesa de redacción donde conocería a Tomás Carrasquilla, Luis
Eduardo Nieto Caballero y al mismo Ricardo Rendón quien lo acompañaría a cubrir sus primeras
nuevas a la salidas de las audiencias, entre ello el juicio de los asesinos de Rafael Uribe Uribe.
Miguel Escobar Calle recuerda que la

2.3. Entre “Los Centenaristas”, “Los Panidas” y “Los Nuevos”

Partimos de algo contundente, entre estas tres generaciones se movió el autor ya sea por
influencia, por protesta o por ser fundador de una de ellas. En La vanguardia colombiana y sus
detractores (2000) Hubert Pöppel señala que

Como señala Ardila, “por primera vez una evaluación global acerca de los centenaristas como
generación” (fue de mano del periódico matutino El Sol, fundado en 1922 y cuya reproducción
total se encuentra en la Biblioteca Nacional.

2.4. Conclusión de la segunda parte

Más allá de una contienda generacional, la presencia de un debate constante por la poesía, la
estética o el acto de creación en general es sin lugar a duda un índice de la calidad de las
discusiones propuestas por la prensa en la época, es como si fueran las salas de redacción los
espacios desde donde la crítica literaria podía ser dominio de cada uno de los que estuviesen
interesados en el problema.

CAPITULO TERCERO:

ESTÉTICA DE LA REVOLUCIÓN

La teoría de los géneros literarios será la estética especial de la poesía

Friedrich Schlegel

3.1 La crónica en Colombia

¿Por qué Luis Tejada poeta? ¿Porque Luis Tejada cronista? ¿Pertenecer a un género literario
significa aislar la recepción de un texto a otros discursos? Por ahora entiendo que el llamado
“Príncipe de los cronistas” no ha podido salpicar con sus gotas de tintas en esos espacios donde tal
vez pensó sus textos, por ejemplo para entretener los ratos ociosos de las muchachas bonitas de
cualquier lugar del mundo a su decir en la entrevista al “Curioso impertinente” (1924), o de la
mano del obrero que sin saber fabrica la bala que vengará al ácrata, en el bolsillo del estudiante
triste que pasar sus días de belígera juventud en las paredes estoicas de las academias o en las
llamas que disuelven la materia y conjugan el desastre al tiempo en aras de un nuevo acontecer.
Sus textos, por el contrario, han sido renegados a la academia sobre todo a la periodística que ha
mostrado gran interés en el autor y en una que otra publicación conmemorativa de su generación
en la academia bogotana, el resto es materia de olvido o de simplificación. Más conocido entre
periodistas o por lo menos nombrado en la historia del periodismo que entre literatos y en la
historia literaria del siglo xx, el nombre de cronista le ha valido pertenecer a antologías de dicho
género y olvidar la capacidad poética que contienen estas en sí aislándolas de la oportunidad de
pertenecer a la visión siempre estremecedora y sorpresiva que permite la poesía o por lo menos a
la que otorga la literatura.

Toda reflexión que sucede al laberinto de la escritura multiplica el juego de las resonancias y los
ecos, los enigmas y las sentencias de una obra. Identificar los matices hermenéuticos o
semiológicos sigue llevándonos indefectiblemente al tema de la forma en la que un texto se devela
ante nosotros. Sea novela, poesía, cuento o ensayo, los géneros literarios siguen acostumbrando al
lector a diferenciar los esquemas en que pueden presentarse las ideas y la historia por su parte
nos habla de cómo estas posturas o imposturas, acuden al autor en representación de un
mecanismo ideológico implantado por los acontecimientos, las lecturas, la prensa y su lenguaje,
las innovaciones técnicas o los hábitos que discurren en una misma esfera temporal. Aun así,
hablar de la necesidad de identificar una sola forma hoy por hoy puede resultar tan innecesario
como arbitrario si no se la plantea como una cuestión de época, ese atavío temporal que envuelve
la modelación del contenido, la pregunta por la forma es ante todo una pregunta histórica. Desde
la tradición teórica de la Literatura y desde algunos escritos no propiamente académicos (como la
insinuación de Vidales y Diego Zea en el caso de Tejada) se advierte cómo el acomodamiento de
las ideas a un molde, métrica o a una rima determinada correspondían a las formas de
pensamiento de determinada circunstancia específica. Escritores como Tejada disputan en sus
textos esa reflexión sobre la modernidad en tránsito a las vanguardias en la literatura colombiana,
si es que las hubo en Colombia en los años de veinte, como una forma de multiplicar esas
resonancias que siguen impulsando la investigación en el campo y espacio temporal al que nos
remitimos.

Parto para este breve recorrido no sin antes advertir que mi propuesta es ante todo un impulso de
emancipar la repetida interpretación y lectura de Luis Tejada Cano en el panorama intelectual
colombiano, una emancipación presente gracias a la palabra de transformación en tiempos de
profunda confusión y regeneración estética, moral y política.

Con el temor de incurrir en la más grave ofensa al hablar en los términos que seguramente no
serían del agrado del autor, me remito a un debate que sigue renovándose, sobre todo ahora,
cuando la escritura encarna un compendio y un sistema infinito de códigos, signos y
representaciones en constante movimiento y transformación. Cuando Tejada veía la anquilosada
inclinación de la gente de su tiempo “que produjo este suelo empobrecido prematuramente”
(1977, p. 322) a la gramática, al dogma y la perfecta concepción de la poesía en el marco del
verso, la rima o la palabra castiza y correcta en sus escritos, podríamos leer en primera medida la
presencia de una clara conciencia de estilo en el autor, una fuerte intención de no incurrir en la
tradición. Y es que su estilo no sólo responde a un momento político o social, también
corresponde a un momento literario. Los años veinte en Colombia representan para la escritura y
el periodismo en general, el escenario de disputa entre la tradición y la ruptura de las ideas. Sólo
me interesa ahora dilucidar el momento en que una “crónica” puede llegar al “poema en prosa” o
ensayo o simplemente deja de ser crónica, el momento en que lejos de las anteriores
denominaciones se puede explicar que sean más los poetas los que recuerdan al escritor
antioqueño y que más mantienen renovada su imagen. Bajo la sospecha de perderme en mis
propias especulaciones, apelo, en menor medida, a la contribución teoría literaria y a la historia
literaria colombiana para poder dimensionar el impacto del autor en Colombia específicamente en
su literatura.

Hablamos de una literatura que cuenta algo, inventa, crea, imagina, no reproduce
(necesariamente) ya separados de la noción obligatoria de género, existe la noción concreta de
una escritura que no rinde fidelidad a un modelo o a una intención determinada, sino que opta
por movilizarse entre esferas que no siempre se muestran estáticas ante la aparición de
propuestas e interpretaciones cada vez más inclasificables en la realidad. La crónica queda
entonces despojada de todo supuesto convencional, atribuido en su estudio periodístico. No
obstante, queda la pregunta: ¿En qué momento la crónica comenzó a ser el género más
recurrente en disciplinas como la Comunicación Social y lo dejó de ser en la Literatura? ¿O es que
cronistas como Jaime Barrera Parra o el mismo Tejada son ampliamente citados en la Literatura,
por lo menos en la académica? Tal vez sean preguntas que no alcancen a responderse en este
trabajo y no por eso deban ser descartadas. Por ahora hay que revisar cómo la tradición de la
crónica en Colombia es también termómetro de la noción de literatura que se tenía en la época.

Entonces, si en Colombia en aquel siglo veinte la concepción de poesía variaba desde las canciones
populares que los estudiantes debían aprenderse de memoria, hasta las retóricas composiciones
dromedárias de Valencia hay que echar un vistazo también por qué nuestro autor no estuvo en
ninguno de esos márgenes, entender de qué iba la poesía en la época y de qué iba la crónica
también. En Tradición y modernidad en Colombia (2000) Hubert Pöppel nos dice en “Una revisión
de la poesía colombiana en los años veinte” (pg. 39) que en principio la tradición oral y la poesía
popular tradicional fue la que permitió acercar los lectores al género, sobre todo fue esta vía oral
la que impacto en ese amplísimo sector analfabeta que mantuvo con vida los versos de Julio
Flórez, por ejemplo, y que permitió medir la recepción provisional de las obras fuera de las
ciudades. De los tradicionalismos se engendran directamente los regionalismos; de una finalidad
chauvinista, la poesía oral tradicional repele la moderna vía de la escritura presentando
publicaciones como Santa Fé y Bogotá en 1925 donde aún se leía “Desgraciadamente estos
troveros –hablando de los trovadores que guitarra al pecho cargan sus guitarras cantando sus
propios versos- se han contagiado de la poesía moderna, así que, en lugar de dejar correr su tosca
pluma tras su espontaneidad, se lanzan tras de ideas rebuscadas, agarran vocablos extraños a su
léxico”(pg.43 Pöppel citando a Otero D´Costa pg.306-307)

En un breve recorrido por la tradición dela crónica en Colombia, Mary Luz Vallejo anota que fue
desde el siglo XIX el periodo de consolidación del periodismo como un oficio tan prestante como
cualquier otro. Un oficio que permitió a políticos y artistas intervenir en la vida del común y
corriente, en la vida del ciudadano a pie, aunque ese ciudadano a pie fuera analfabeta o en por
qué no en palabras del mismo Tejada “Total, que el diario viene a constituir un órgano tan
elevado, tan delicado y con frecuencia tan oscuro, que no logra conmover profundamente a la
gran masa de público y se queda sólo al alcance de una aristocracia intelectual”. En este orden la
prensa decimonónica, por ejemplo, El Correo Nacional, incentivaron es sus imprentas la figura del
reporter ahora interesado en informar más que en dogmatizar, sin olvidar el alto contenido
panfletario de las publicaciones liberales y conservadoras que dominaban el ambiente. En
palabras de Vallejo:

En esta atropellada crónica de la tradición periodística colombiana, habría que despejar de


entrada el viejo interrogante acerca de la verdadera vocación de los hombres de prensa: si son
escritores o políticos extraviados en el trajín de la información. Lo cierto es que los grandes
periodistas del siglo XX alternaban con igual destreza los cargos de jefes de redacción con sus
curules y con las letras mayores sin experimentar el menor síntoma de confusión o pérdida de
identidad y sin que los lectores cuestionaras el obvio conflicto de intereses. (24, 2006)

3.2 Lo literario-poético en las formas prosáicas

Caminamos y respiramos entre signos. El arte tiene permite significar los fenómenos entre los que
respiramos y caminamos. Las calles, una conversación, un carro, el humo de un cigarrillo, todo,
absolutamente todo es sensible a la transformación sintomática en significantes muchos más
audaces que su simple aparición, imágenes o símbolos. Aquí al referirnos a las “crónicas” de
Tejada estamos trabando con un universo simbólico, con una entidad escrita llena de fonemas,
palabras e ideas que toman su razón de ser de construcciones sociales y perspectivas cotidianas a
las que el autor asistió en su momento determinado. La crónica como el género que ya tenía
terreno y trabajo en Colombia , no hay que olvidar a Villafañe o el mismo Carrasquilla, en un país
donde la prensa fue la segunda visibilización del escritor después de la gramática.

Tejada en su conjunto recrea parcialmente con ese universo todo el panorama de un mundo
mucho más reducido destinado a un público específico, al público periodista y a los cenáculos
intelectuales. No obstante, sus “crónicas” pierden su intención primigenia al rebasar los límites de
ese público lector, de su signo lingüístico determinado y de su escritura modelada, no habla
solamente de la actualidad, no remite a sus lectores a los temas que acucian el día a día

Todos los géneros, poseen una función predominante en su estructura, toda escritura acuna
código innumerables donde se permiten toda clase de interacciones. Roman Jakobson fue el
primero en sintetizar las cuestiones de la poética después de que Aristóteles en el siglo IV
esbozara las cualidades que de ella hacen una disciplina autónoma e independiente a las otras
artes verbales; su Poética es la matriz de toda teoría de los géneros literarios. Recordemos que las
funciones del lenguaje (del cual están hechas las novelas, la poesía o un mismo acto de habla) son
para Jakobson desde su Teoría de la comunicación (dicha teoría fue una trasformación de su
predecesor Karl Bühler) factores constitutivos que intervienen en la construcción de dichos
fenómenos. Nos habla por ejemplo de la función emotiva, que pertenece a quién dice el mensaje y
lo que busca transmitir, luego de la función conativa, que pertenece a quien recibe y codifica el
mensaje, la función referencial que hace alusión al contenido del mensaje, su contexto, la función
metalingüística que toca el código usado para el mensaje “El metalenguaje es el lenguaje con el
cual se habla de lenguaje” . Por último y la más importante, la función poética, que parafraseando
a Jakobson es el mensaje por el mensaje, la indagación del lenguaje en los límites y las esquirlas de
la escritura, dinamiza lo diacrónico de los signos en un escrito y cuestiona la funcionalidad verbal
en el conjunto textual. Claramente esta función no sólo pertenece a la poesía, sería una restricción
poco pragmática y asintomática, por el hecho de no poder delimitar y definir la poesía, nos
encontramos al abismo enciclopédico de la determinación ya sea formal o temática, la pan
semiótica de la lírica no se encierra en una sola expresión por lo que la selección de otro
fenómeno ingresa en su análisis, o en palabras del mismo Jakobson: “La poética, en el sentido lato
del término, se ocupa de la función poética no sólo en poesía, en donde la función se sobrepone a
las demás funciones de la lengua, sino también fuera de la poesía, cuando una que otra función se
sobrepone a la función poética” (Ibíd. pág. 9)

Una crónica dejaría de ser lo que es cuando su interpretación se ve apartada de su primigenia


función referencial y su sentido se ve abordado desde el eje paradigmático de la selección propia
de la ficción. Es decir, su función relevante deja de ser la referencial (ya no estamos obteniendo
noticia de algo que sucede en el tiempo, ni se está remitiendo a alguien, no se clasifica ninguna
realidad) y ahora, por el tratamiento mismo del lenguaje y su configuración en una estética
justificada, se privilegia su función poética haciendo una fuerte anotación en el cómo se dice lo
que se dice y no qué ni cuándo se dice lo que se dice. En Lingüística y poética Roman Jakobson nos
advierte: “La poética se interesa por los problemas de la estructura verbal, del mismo modo que el
análisis de la pintura se interesa por la estructura pictórica. Ya que la lingüística es la ciencia global
de la estructura verbal, la poética puede considerarse como parte integrante de la lingüística.”
(1960, 26). Así pues, una crónica desprovista de su función primordial abre el camino para que las
jugadas del lenguaje y sus signos tomen partida desde la posición estética por la que opte el autor.

arbitrariedad de la alegoría. Los dos definen al signo lingüístico de lo cual están hechos todas las
palabras, lo anotan como una entidad psíquica de dos caras, una compuesta por el sonido o
significante o entidad acústica que tenemos de ella y el significado, la imagen o concepto que
recreamos luego como formación lógica del pensamiento. Cuando de signo y de sus dos
componentes se trata hay que tener en cuenta que en el grupo del eje sintáctico agruparemos el
significante y la combinación y en el grupo paradigmático agruparemos el significado y la
combinación. Estos dos grupos, paralelamente funcionan al unísono en el texto, sea poético o no.
No obstante, en el lenguaje cuando el eje sintagmático, que por ejemplo prevalece en las crónicas
al ser una secuencia diacrónica del habla donde se suceden determinados eventos en el tiempo, se
ve supeditado a la selección que hace el eje paradigmático, el eje vertical de la poesía, en el cual la
selección de las palabras otorga al mensaje una gama de posibilidades lingüísticas que componen
el paisaje de la obra de arte verbal haciendo que sea la metáfora y no la metonimia la que
determina que el mensaje incrustado en dichos textos configure un mecanismo diacrónico donde
las palabras a través del tiempo recuperan una nueva significación que sólo es posible ver a través
de la poética. La poética es la vocación musical del lenguaje, donde sonidos y silencio vierten en la
palabra los paisajes como hechos y la lógica en el callado abismo de la imaginación.

En Los géneros literarios en Latinoamérica Miguel Gomes, después de hacer un recorrido que
comprende desde los poemas épicos decimonónicos hasta los primeros albores de un siglo
veintiuno
dedica un capítulo en especial a la crónica poética o lo que el denomina

Es aquí donde la prensa Colombiana a principios de siglo no sólo define los mecanismos de
recepción circulación e interpretación de la literatura, de los escritores y de las obras sino que
también definen el carácter de lo literario o lo que se entendía por eso. Pöppel recuerda que

Ahora, Tejada desarrolló toda su producción en prensa y sólo vio en vida la publicación de un libro,
su “Libro de Crónicas” (1924) que era una recopilación de algunos de sus textos que ya había
publicado anteriormente en algunos periódicos.

Para comprender un poco sobre el recorrido del poema en prosa en Colombia, contamos con
algunos datos y la bibliografía de “Párrafos del aire” (Yezzed, 2010) la primera antología del poema
en prosa colombiano. En su prólogo y estudio Yezzed recuerda la importancia de

Para Mayluz Vallejo, el papel de la prensa en el siglo XX

Por otro lado, Jineth Ardila recalca que fue

Para Hubert Pöppel fue precisamente la discusión que generó la prensa el termómetro estándar
acerca

3.3 Poema en prosa en Colombia

Que los primeros versos de la poesía en prosa colombiana se remontan a las novelas
fundacionales decimonónicas por excelencia, La María de Jorge Isaacs y La vorágine de José
Eustasio Rivera, afirma Fredy Yezzed en el prólogo a la única antología de este híbrido en el país,
editada por la Universidad de Antioquia en el 2010, lo cual nos dice de antemano que es un
estudio reciente y del cual no hay un aparato crítico a la hora de abordar el contenido de los textos
antológicos pero que presenta una bibliografía completa y útil para el estudio posterior de alguno
de los autores o del mismo género. Es importante anotar la importancia que el autor adjudica al
orbe de escritores latinoamericanos que habían comenzado a incursionar en la prosa desde un
aparataje y un lenguaje de linderos notablemente poéticos. Rubén Darío o Leopoldo Lugones
comenzaban la travesía en un discurso que Europa regalaba desde siglos anteriores.

CAPÍTULO CUARTO

UN NUEVO POETA ORANDO POR LAS RANAS

Cuando la forma va siendo hábil se desprende de toda liturgia, de toda regla, de toda medida;
abandona la épica por la novela, el verso por la prosa; no tiene ya ninguna ortodoxia y es libre
como cada voluntad que la produce (…)

Gustave Flaubert. Correspondecia con Louise Colet, tomado de

El Festín de los conjuradosR.H. Moreno Durán

Nadie ha considerado a Luis Tejada Cano poeta. O bueno gracias a recientes investigaciones esta
aseveración ha ido modificando su disputa; por ejemplo, el trabajo de Santiago Gallego Una
poética jovial: aproximación oblicua a la obra de Luis Tejada (2014) resuelve en una suerte de
contrapunteo del autor colombiano con el pionero del Poema en prosa Charles Baudelaire, que las
transformaciones que hace Tejada de los fenómenos que sobreviven a la modernidad colindan con
las que hace el autor francés de los pequeños aspectos que se ven tocados por este cambio: el
vestuario, la arquitectura, la visión de las cosas en correspondencia con un pasado que cada vez
difumina su imperio en el horizonte aplastante del progreso.

Todo aquello que lo entusiasma y todo aquello que repudia lo convierteen un digno objeto
literario. Objeto literario en el que se encarnan las contradicciones intuidas por Baudelaire,
propias de la modernidad, y que Tejada vive con pasión bajo su soberano derecho a contradecirse.

(Gallego, p. 86. 2014)(2015) el artículo de Vidales (1977) y Roca (1998) o por lo menos ninguna
antología de poesía colombiana lo ha incluido en sus líricas regiones. Es más, la reflexión sobre el
poema en prosa en Colombia cuenta con muy poca investigación y no por eso olvidemos los
intentos de “Párrafos del aire” por antologar parte de la producción prosaica de un país “sólo de
poetas”. Los manuales e historiografías de literatura colombiana han llamado a Tejada el “gran
cronista” o al decir de Germán Arciniegas “el príncipe de los cronistas” Fernando Charry Lara por
lo menos no deja de anotarlo como vigía espiritual de Los Nuevos, como “faro ideológico de su
generación” (pg.67, 1985). Las mismas antologías de grandes reportajes colombianos han añadido
algunos de sus textos, basta recordar trabajos como el de Daniel Samper Pizano y Maryluz Vallejo .
No obstante, creo que es hora de que su obra colinde con los espacios que la poesía permite o por
lo menos el de la literatura; que su escritura de intenso ímpetu libertario pueda incluirse y
proclamarse como un ejercicio autónomo del periodismo en tanto que testigo de los sucesos en el
tiempo mediato y más de un tiempo siempre perenne e inmediato siempre cautivo en las medidas
que el lenguaje y los objetos cristalizan en su perdulario azar.

Ahora, Gotas de tinta (1977) reúne las crónicas del carácter que hablo, de un carácter libertario
con el lenguaje, con libertario hago referencia a la forma, a la costura rota de un contenido que se
mal vende con títulos arbitrarios ¿Libro de crónicas? ¿No habrá sido también una forma de

mucho más despegado de los regímenes que su época exigía a la escritura. Nos enfrentamos a una
literatura que no debe ser vigorosa y útil como lo anotaba el crítico Maximiliano Aviles en el
periódico Glóbulo Rojo , que repito, fue el primero que abrió sus páginas a Tejada. Periódico
impulsado también por su padre Benjamín Tejada. Tocando el tema de Glóbulo Rojo y de otros
periódicos impulsados por su padre y el mismo Tejada fueron estos los que expulsaron al joven
escritor del ambiente pedagógico. Después de fracasar con los horarios y los programas que las
dinámicas

Releer o por lo menos plantear a Tejada como un poeta permitiría ampliar la recepción del mismo.
En prensa aproximadamente las referencias al cronista son más amplias que ninguna otra esfera
de carácter específicamente literaria o poética. Ni antologías o por lo menos la academia javeriana
no tiene ningún espacio destinado para el estudio, la lectura ni el análisis de las generaciones
“Nuevos” “Centenario” o “Leopardos” No obstante Aunque cada vez sea mayor el número de
investigaciones sobre Tejada, no implica que siga siendo un “valor olvidado” como lo recuerda
José Mar en un artículo de 1964 . Por lo menos en sí en la Literatura, donde encuentro un
tremendo vacío bibliográfico en los programas académicos de historia literaria colombiana del
siglo veinte y sobre todo en las antologías críticas y poéticas, claro sólo Luis Vidales lo había
considerado poeta. Con esta lectura, como esta nueva apuesta de un Tejada poeta en prosa,
pudieran reformularse los espacios que la recepción del autor tiene para el público lector,
académico o no.

Difícil pararse a contemplar esa gran belleza que siempre pasa innúmeras veces por nuestros ojos,
por nuestras manos, por nuestros cuerpos desesperados de quietud en una ciudad que palpita
bajo el ritmo de sus mismos habitantes, Difícil atrapar esa sencillez que esconden las pompas de
hierro y metal con las que las calles revisten sus huesos quebrados y a la vez reconstruídos. Difícil,
pero no imposible, Tejada lo hizo y celebró que en medio de tremendo ruido de ideas y pesados
hábitos de aldea con pretensión de metrópoli pudiera encontrarse la razón que hace al hombre
saltar al abismo de las masas y embotarse en torrente magnético que disuelve y minimiza la
belleza del acto más pequeño, de los gestos más inaprenhensivos

4.2 Función poética en sus Gotas de tinta

Sobre la prosa literaria de Victor Sklovski

Paul Valery en su “Teoría poética y estética” tratando de dar de una definición de poética recurría
al problema matemático de hallar la medida exacta del cuadrado que estando dentro del círulo
tuviera la misma longitud de este, la metáfora buscaba exponer la forma en que la poesía no ha
encontrado esa definición estando inmersa en la literatura por lo menos en las denominadas
ciencias literarias

Entonces Valéry anota que hablamos de Poética como la observación de las cosas mismas sin
recurrir al arrebato o el adorno de pontificar y reflexionar alrededor del objeto, es entonces en el
acto de observar donde toda distracción ajena al mismo objeto se elimina y luego el impulso del
lenguaje hace volver al arrebato de la escritura y codificar esa observación en símbolos

4.3. Análisis de “Canción de la bala”, “Lo poético y lo prosaico”, “El humo” y otras crónicas

4.4 Apuntes para una posible poética de Luis Tejada Cano

Superada la seguridad y abierto el misterio, cerradas las afirmaciones e invitadas las sospechas,
sólo queda traducir ¿De qué hablo cuando hago referencia a Luis Tejada poeta o por lo menos
escritor y no cronista? Hablo de reinterpretar en este otro idioma, el idioma antes del cronista
ahora poeta, las insinuaciones de una perspectiva inacabada a fuerza de mundanidad y lenguaje.
Que esas muchachas que contonean sus faldas a la mirada de un transeúnte despistado sea la
nueva retórica de un lenguaje hechos a fuerza de vida, es la vida misma la que habla a través de
Tejada, es la gramática del tiempo que impone su marcha sobre las sombras que atraviesan las
sociedades, esa mugre que rueda eternamente en las calles, los hombres que destinan en sus
manos el ritmo de sus propias invenciones. Él atrapó como muy pocos las fluctuaciones del status
quo en el que la vida de los hombres se condensa, en esas pequeñas cosas. Lo suyo no fueron los
grandes sucesos, el gran acontecimiento que rompe con la normalidad de la vida, el temblor (que
fue la primicia con la que fracasó su primera vez en El Espectador) la catástrofe o la ruina, no. Por
el contrario, es eso mínimo obstinado lo que

Esa hoja de eucalipto que fumaba al pie de un árbol en el Parque de la Independencia sigue
carburando por las páginas de tinta aún un poco intactas del autor. Ese vapor
Lo que impulsó a creer a Luis Tejada que el hombre no tendría que trabajar más porque la
naturaleza le obsequiaba a quien sabía amar sus regalos, diminutos y escondidos por la gracia de
contemplación y goce.

Que las muchachas bonitas, los perros callejeros, los vagabundos del camino, los que lloran en el
teatro, los que pierden el control bailando, los que aúllan a la guerra por horror a la vejez, sean los
primeros en presenciar las palabras bañadas del bálsamo de la brisa común y corriente que
estropea la corbata de los nobílisimos transeúntes de las ciudades

La poética de Tejada, es y no es al tiempo una poética de la difícil sencillez. Como los epitafios de
Edgar Lee Masters los personajes en Tejada adquieren un valor de suprema importancia, de un
lirismo casi que pictórico por el cual el lector puede dibujar pequeños caminos, retratos y
coqueteos con un mundo de constante descubrimiento, con el mundo de lo eterno cotidiano, con
la moneda de los mendigos del camino, con los ropajes de las muchachas mal vestidas, con las
razones de los que lloran en el teatro o con los pasos de las bailarinas enloquecidas de aire y
música, en fin, con el pequeño lenguaje de lo imperecedero.

Ricardo Rendón y Luis Tejada son hijos, en diferentes lenguajes, de su mismo tiempo, es más son
hermanos de esa forma simple y suicida de atravesar la sociedad con la daga de su observación.
Un trazo breve y una palabra despojada de atavíos sin importa tener que jugarse la vida en cada
porción infinitesimal de su trabajo. Idiotas en las cosas prácticas al decir de Fernando González
fueron exploradores del espacio que el ingenio les otorgó para moldear los pasos de la nueva
ciudad y de la nueva lógica que se imponía en su camino. Fueron los pequeños cambios en su
aldea los que llamaron la atención de los dos creadores, y esos pequeños sobrevivientes casi que
arquetípicos impulsaron el deseo ferviente de retratar lo mundano

DeAsí, tal vez, la intuición de Schlegel con la que comencé este capítulo apunte hacia esa
disolución taxonómica de los géneros literarios como asuntos independientes y no relacionados
porque ahora la forma sobrepasa las cualidades determinadas de

La superación de los límites lingüísticos aparece aquí como otra libertad en la escritura, o por lo
menos de una escritura ajena a los marbetes y a las necesidades científicas que exaspera en la
academia de definir y distribuir ciertos autores y ciertos escritos en modelos de fácil identificación
y asimilación

Nuestro poeta orando por las ranas, por la solemnidad que nos impone un ataúd tirado en la calle,
por el humo del cigarrillo que nos hace más etéreos, más cercanos a la divinidad, más leves en un
mundo de hierro

En la única tesis de pregrado sobre Luis Tejada, data del año 2006, se titula El intertexto de lo
urbano en Luis Tejada y su autor, Harley Pedraza sostiene que

La estética de nuestro cronista pareciera ser la de la anti-crónica o de la crónica despojada de su


sentido original es la estética de lo que siempre está sucediendo y de lo que no necesita un
instante preciso para acontecer o para ser, es lo que permanece en el tiempo por la breve
singularidad que lo continuo fugaz le permite, es la espada blandiéndose en la piel del agua, la
mano atravesando un torrente de arena, la palabra como una vasta región trasparente en el
horizonte móvil del lenguaje. Cómo no recordar desde un principio, su primera crónica para El
Espectador, mientras Bogotá sucumbía a los estragos de un temblor

Más allá de atribuirle el debate vanguardista o modernista en el espacio del siglo veinte literario
en el país creo la cuestión a replantear es el impacto de un mecanismon receptor en la sociedad
una vez determinado por un medio de producción determinado, en este caso la prensa. De ahí
también saltan a la vista asuntos de la circulación de temas y contenidos en estos medios y la
forma en que empiezan a diseminarse, a mezclarse, romper, mutarse o simplemente invisibilizarse
por la prebenda de mantenerse en la historiografía de una sola disciplina evitando el riesgo de
confusión teórica o académica.

5. CONCLUSIONES

Antes de dar por terminado este recorrido, más no cerrado el tema, vale la pena anotar que ante
todo la obra de Luis Tejada Cano era un rompecabezas, una valiosísima ficha en la estructura
moderna Colombia en el Siglo XX y más que un registro estético entre sus coetáneos era un elogio
a la ruptura, su dialogismo consistía no en rendir cuentas, ni en cálculos prosódicos, sino en tomar
pequeños fenómenos que circundaban la vida aglomerada de las ciudades para anotar en ellos la
presencia de lo perenne, temperamental e inasible y agregarles ese torrente emocional, vehículo
del escritor entre lo que vive y lo que dice.

Fugitivo entre los cánones, sus temas aparecen frescos en el ambiente plomizo de esa Bogotá de
los años veinte con sus cafés y sus nuevas vías. Tanto el humo, las ranas, los trajes, los ataúdes, las
zanahorias o los mismos mendigos eran objeto de su escritura y de su lenguaje, un abanico de
analogías se desplegaba para exponer esa nueva literatura totalmente desprendida de cualquier
retórica anquilosada en pro de grandes proyectos.

Su estandarte era la pereza, la lucha contra el trabajo, -aunque sea contradictorio en un comunista
tan lúcido como lo fue-, la verdadera intención de su escritura estaba en la mezcla de la reflexión
filosófica que él mismo proponía, sus meditaciones en una butaca eran canto a la vez ataque a la
modernidad y el ocio, padre creador; “noble arte de vagar, antes que propagar la fe del trabajo y
del progreso”, que llegaba a desvirtuar un género como la crónica, para poetizar y renombrar
entre los escombros a los mismos escombros, traerlos a la escena donde se disputaban el
protagonismo los perros callejeros, los pantalones, los vestidos, la corbata, las sillas o un sombrero
“refugio del alma”.

Inteligencia, bondad y visión eran las tres virtudes apostólicas que personas como Jorge Zalamea
pudieron detectar en él, sumadas a una ironía inherente en todo buen observador y en todo
revolucionario. Desde joven, su compromiso con la prensa fue objeto de admiración entre sus
lectores como Germán Arciniegas quien lo designaría como príncipe de la crónica o “filósofo de lo
cotidiano” como lo vio Lino Gil Jaramillo

y aun así prefirió llamar Gotas de Tinta a los que los demás llamaron crónica y sea esto tal vez por
la consciencia de fracaso, de quebranto, de fractura que significó para Colombia la distribución de
la poesía fuera de los cánones
Tal vez sin pensarlo dilucidó lo que le faltaría a los periodistas, poetas o prosistas de ahora:
contener el alma de la época en sus escritos. Llegará el momento en que Luis Tejada ocupe el lugar
que merece entre la historia literaria colombiana, mientras sigamos caminando entre los signos
perecederos del tiempo, estaremos tratando con la materia prima de sus mal designadas
“crónicas”.

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