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Historia
literaria de
la vereda

Tras la ilusión de una nueva tierra


Estos materiales son resultado del proyecto “Estrategia para el
ISBN: 978-958-716-907-2
fortalecimiento de las actividades organizativas campesinas y
ecoturísticas de la Cooperativa Ecoturística Playa Güío (municipio
Primera Edición,
de San José del Guaviare, Guaviare)”. El proyecto se llevó a cabo
2016: 1000 ejemplares gracias a los recursos otorgados por la 9ª convocatoria de apoyo a
proyectos de presupuesto social San Francisco Javier, del año 2014,
Diseño y Diagramación: lanzada por el Rector de la Pontificia Universidad Javeriana.
Nathalí Cedeño

Facultad de Ciencias Sociales


Tras la ilusión de una nueva tierra

Autores:
Comunidad de Playa Guío

Tomás Vergara Gutiérrez


Daniel Ortiz Gallego
Juan Manuel Díaz Santamaría
Juan Sebastian Velez Triana
Ivan Emilio Montenegro Perini
Carlos Luis Del Cairo Silva
Esta historia es el resultado de una elaboración
colectiva basada en diversos relatos recopilados con
habitantes de Playa Güío sobre hechos que ellos mismos
vivieron o que escucharon. Los principales hechos
narrados en esta historia son verídicos aunque algunos
detalles son resultado de ajustes literarios. En suma, esta
narración propone una historia general de la vereda
relatada por un personaje ficticio.
A la pata de los baldíos

Voy a contarles la historia de mi vereda, la historia de Playa


Güío. También es la historia de muchas personas que, como yo,
llegaron al Guaviare en busca de una nueva vida. Mi nombre es José
y nací en el interior del país, en una vereda de Santander. De allí salí
desplazado junto a mis papás porque en el pueblo mandaban los
conservadores, y decían que allá no había lugar para los liberales. Yo
no sé muy bien cómo fue esa historia porque estaba muy pequeño;
eso fue hace mucho tiempo, como en los años de 1950. Cuentan
que en aquella época la gente se mataba por el simple hecho de
pertenecer a un partido político. Lo que sí recuerdo muy bien es
que nos tocó salir de la vereda porque había mucha violencia y
no había oportunidades de trabajar, ni tierra para cultivar. Cada
vez los campesinos se quedaban con menos tierras mientras que
los grandes propietarios ampliaban sus haciendas. Así que salimos
corriendo cuando llegó esa guerra tan temerosa en donde los
chulavitas entraban a las casas y preguntaban si la chusma había estado por ahí…
Si habían estado y los campesinos no habían hecho nada contra ellos, entonces los
llamaban aliados de la chusma y les daban “bote campana” con lo que hubiera a
la mano. Por eso mis papás se vinieron pa’l oriente, buscando otras alternativas y
una mejor vida. Es muy triste eso de tener que dejar atrás la tierra de uno, sin nada
más que las ilusiones de lograr una vida mejor en otra parte. Es duro dejar atrás la
familia, los amigos y los vecinos que lo vieron crecer, pero a muchos nos tocó vivir
esa historia y prepararnos pa’ andar por tierras donde otros no se atrevían.
El viaje fue bien largo. Mi papá, que se llamaba Custodio, insistió en que primero
fuéramos a Bogotá. Allá mis papás trabajaron un tiempo en lo que fuera, pero no
se amañaron. Entonces mi papá decidió seguir pa’l sur, pa’ Villavicencio, a donde
una hermana de mi mamá Imelda. Llegamos allá con mi papá, mi mamá y mis dos
hermanos. Papá consiguió trabajo pronto en un hato y mientras él trabajaba, mi
mamá Imelda y mi tía Clara nos criaron a mis hermanos y a mí sin muchas cosas
pero con una educación recia pa’ volvernos verracos.
Yo era muy chiquito en ese tiempo y mi papá arriaba ganado, trayéndolo desde las
sabanas bien adentro del llano hasta el pueblo pa’ venderlo. Mientras tanto, mamá
trabajaba en lo que le saliera: en casas de familia haciendo aseo, en restaurantes
cocinando…en lo que fuera. Ahí crecí y como a los quince años, cuando ya tenía
edad de trabajar, mi papá me llevó para que le ayudara a arriar ganado por los lados
de Puerto López. Ese trabajo de llano era duro. En esas duré más de cinco años.
Pasábamos semanas enteras llevando el ganado de finca en finca, pero eso sí: tocaba
parar a descansar y alimentar el ganado para que no llegara tan flaco y acabado a
Villavicencio, pa’ después sí venderlo y ganar unos centavitos de más.
En uno de esos recorridos fue que conocí a Victoria, la que luego fue mi señora.
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Aunque toda su familia era de Cundinamarca, una parte se había ido a vivir a
Villavicencio. Ella vivía con su hermana en una hacienda cerca de La Balsa y allá
fue donde nos enamoramos. La vi y me dije pa’ mis adentros: ‘esa es la mujer que
quiero pa’ salir adelante, pa’ sacar una familia y caminar juntos por donde toque’.
En ese tiempo ella trabajaba mucho pero no le pagaban casi nada, por eso cuando
nos conocimos le dije que se fuera a vivir conmigo a la casa de mi tía en Villavo. Yo
le dije que mi tía y mamá le ayudarían a conseguir trabajo. Mientras eso, yo seguía
arriando ganado al lado de mi papá. Yo sabía que ella estaba aburrida de su trabajo
mal pago, y porque ella quería ser independiente. Le dije que tomara fuerzas pa’
salirse del trabajo porque el patrón que tenía era muy malo, y que más bien buscara
un trabajo de verdad, donde le pagaran y la trataran bien. La convencí, y entonces
como a los dos meses llegó a la casa de mi tía Clara y mamá Imelda. Fue una gran
felicidad pero también un gran reto, porque yo ya veía venir la responsabilidad tan
grande que implica comenzar una nueva familia, pero yo estaba seguro que Victoria
era una buena mujer.
Allá Victoria y yo duramos viviendo como un año y fue cuando escuché hablar de
los baldíos nacionales. El que salió con ese cuento era un amigo de un amigo, un
señor tolimense que le decían Casco Viejo. No entendí que eran los baldíos, por eso le
pregunté al señor qué eran y me dijo que así se llamaban las tierras sin dueño donde
uno llegaba, socolaba, limpiaba monte, hacía un cambuche que luego convertía en
su rancho, en su casa y abarcaba todo lo que pudiera mantener con su trabajo. En
esa tierra usted se podía fundar y hacer su finquita, es decir, usted con su trabajo
podía ganarse el derecho a ser propietario. Eso no es poca cosa con la historia que
traemos los colonos: expulsados de nuestras tierras por la falta de tierra pa’ trabajar,
por no tener con qué comprarla… es la historia de los que solo tenemos el trabajo
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pa’ ganarnos la vida. Entonces ¿cómo no me iban a llamar la atención los baldíos?
Al escuchar eso se me llenó ese corazón de ilusión porque imagínese: uno sin tierra
pero con todas las ganas de trabajar… ¡era la posibilidad que siempre había soñado
de tener tierra sin deberle nada a nadie y ganármela con mi propio esfuerzo!
Recuerdo que Casco Viejo me dijo que él y su familia se habían fundado como
colonos más al sur, por los lados del Guaviare. Así que ese mismo día le dije a
Victoria que nos fuéramos a buscar tierra baldía para fundar nuestra finca. Victoria,
alma de Dios, era también aventurera y a pesar de que la familia de ella no estaba
muy de acuerdo con que nos fuéramos a un lugar desconocido, se llenó de valor
y arrancó conmigo a fundarse. Le gustó la idea de conseguir nuestra propia finca
para poder criar ganado, tener animalitos, sembrar y vivir tranquilos pa’ levantar a
nuestros hijos en una tierra de paz y sin deberle nada a nadie.
Escuchaba decir a la gente que esos baldíos estaban para este lado, pa’ abajo, cerca
de Puerto Lleras. Entonces, después de conseguir algo de plática nos montamos
con Victoria en uno de los pocos carros viejos que en esa época hacían ese viaje y
comenzamos a andar… ¡a la pata de los baldíos!
Cruzar el llano de Villavicencio pa’l Guaviare era bien largo, y no todo el mundo se
arriesgaba. Cuando usted hace ese recorrido va mirando como el paisaje empieza a
cambiar. Es como si las sabanas se quedaran atrás y el monte se hiciera más verde,
más alto, más tupido… ese cambio era impresionante. En esos tiempos casi no
había trocha solo un camino medio trazado que desaparecía en invierno, porque
el agua inundaba todo y se abrían unas chambas que donde el carro cayera ahí se
quedaba enterrado hasta que otro conductor se compadeciera pa’ sacarlo. En verano
también la carretera se perdía en la sabana. Es que el camino casi no se notaba en
esa extensión, en esa llanura donde los pastizales se pierden en el horizonte. Por
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algunos lados sólo pasaban camperos y camionetas grandes y cuando se enterraban
entre todos tocaba jalar el carro en medio de los barrizales. En esos tiempos era
muy distinto llegar hasta San José del Guaviare; con el tiempo empezó a viajar La
Macarena pero eso fue años después; y a veces se quedaba enterrada hasta el cogote
y tocaba pasar las duras y las maduras mientras la desenterraban. Ahora uno se
demora ocho horas desde Bogotá, mientras que antes podía durar como ocho días
desde Villavicencio, y eso si contaba con suerte y el invierno menguaba para que el
bus no se enterrara en la trocha.
El viaje lo hicimos primero por tierra hasta Puerto Lleras. Cuando llegamos a ese
puerto nos quedamos en una residencia, mientras averiguábamos pa’ qué lado
quedaban los baldíos. Los poquitos pesos que llevábamos se nos iban acabando en
dormir y comer pero aún no llegábamos a los baldíos. En Puerto Lleras duramos
un buen tiempo mientras me hacía a unos pesitos cargando bultos en el puerto.
Como usted sabe, a los puertos llega gente de todos lados y mientras trabaja allá yo
iba preguntando dónde quedaban esos baldíos a cuanto cristiano veía. Por allá, un
señor Joaquín que venía de Bogotá, me dijo que no me hiciera ilusiones de encontrar
tierras baldías en Puerto Lleras porque ya casi no quedaban, y las que aún no tenían
dueño quedaban muy lejos. Pero me dijo que pensara en pegarme el viaje por los
lados del río Guaviare. Eso me hizo recordar que varios de los que pasaban por el
puerto me hablaban de que allá sí había selva pa’ fundarse.

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Arrieros semos y en el
camino nos vemos
La ilusión de la tierra y una nueva vida no me dejaba
tranquilo. No fueroLa ilusión de la tierra y una nueva vida no me
dejaba tranquilo. No fueron muchos los pesos que logré ahorrar
pero tampoco podía esperar más. Entonces le dije a Victoria, “mija,
no esperemos más, arriesguemos pa’ los lados del Guaviare a ver
qué vida logramos levantar”. Victoria, mujer verraca, me dijo:
“donde haya tierra hay vida porque alguito podemos cultivar”. Y no
esperamos más. Uno le daba alientos al otro pa’ salir adelante ¿qué
más necesita uno? Así que otra vez empacamos nuestras poquitas
cosas y seguimos bajando en busca de las famosas tierras baldías.
Bajamos por el río Ariari y allá nos topamos con unos pescadores
que a veces llevaban gente en sus canoas. Uno de ellos, aún recuerdo
que se llamaba don Alipio, nos llevó a donde el río Guayabero se
une con el Ariari y forman el río Guaviare. Creo que el Guaviare
se llama así porque nace del Guayabero y Ariari… ¡Guaviare! Allá
pasamos una noche en la casa de don Alipio, que generosamente
nos ofreció posada. El paisaje era bien bonito, iba cambiando, ya no había tanta
sabana, tanto pastizal. Además ¡imagínese ver semejante río tan imponente por
primera vez! Verlo era sentir que ya estábamos cerca de las tierras baldías. En mi
casa me criaron diciéndome que debía ser responsable con mi familia, y créame
que después de toda la travesía que habíamos hecho con Victoria yo solo quería
darle la tierrita que ella se merecía. Ella había sufrido mucho pero mi ilusión era
compensarla por su valor y su compañía.
Al otro día bajamos más y más, hasta que llegamos a Puerto Arturo, que antes
se llamaba Puerto Cacao. Eso parecía una historia de nunca acabar: que ya casi
llegamos, que más adelantico ya están los baldíos, que a la vuelta del río ya se van a
poder fundar… y uno con esa emoción que le revuelve el estómago. El caso es que
seguimos bajando por el río porque nos recomendaron llegar al único pueblito que
había sobre la ribera después de Puerto Arturo que se llamaba San José. Camino al
pueblo fue la primera vez que miramos lo que hoy es esta vereda Playa Güío. En ese
momento yo ni me imaginaba que me terminaría fundando ahí, ¡pero usted no sabe
las vueltas que da la vida! Eso se miraba pura selva y río pero casi no se miraba gente;
solo se veían los pocos que pasaban en las embarcaciones que llevaban remesas pa’
uno y otro lado. También se veía uno que otro rancho, pero muy poquitos; de resto
no había nada, esto era pura selva, o montaña como también le decimos nosotros. ¡Y
los árboles no estaban solos! También se miraban hartos pájaros multicolores, aves
que nunca había visto, se escuchaban ruidos de bichos que desconocía, y también se
veía uno que otro pescado por ahí saltando en medio del río. Pero una de las cosas
que más me impresionó fue ver por primera vez unas toninas . Ese bicho es muy
llamativo y misterioso, además de bonito. ¡Y bien inquietos que son esos animales!
Se la pasaban por ahí pescando…apenas uno escuchaba el revuelo y veía saltar las
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sardinetas escapándole a las toninas que se las querían comer. A las toninas aún
se les mira por Playa Güío saltando por el río Guaviare, más que todo en época de
verano.

A pesar de la incertidumbre y las penurias, el viaje fue muy bonito porque era como
entrar en un mundo nuevo con una ilusión grande. Ni Victoria ni yo conocíamos
por acá tan lejos y estábamos emocionados con la idea de que podríamos fundarnos
en esta región. Eso de ser andariego tiene su lado bonito ¡El camino es lo que se
anda, no lo que falta por andar!
Al fin llegamos a San José, que en esa época era un puerto pequeño dentro de la
Comisaría del Vaupés. Como estaba al lado del río, San José movía mucho comercio
de pescado pero había poquitas casas de madera y con techo de palma y solo conté
tres casas de material. ¡Ni siquiera había acueducto! Por eso la gente tenía que sacar
el agua del río.
Se veían muchos indígenas y uno que otro colono. No le había contado, pero desde
que me hablaban de los baldíos también me decían que los pocos que vivían por
aquí eran los indios. Y la verdad es que muchos les tenían miedo a los indios, o
desconfianza por lo menos. Pero cuando llegué a San José vi que muchos colonos
se relacionaban muy bien con los indios. Vi que algunos indígenas iban a cambiar
fariña y pescado en el mercado. Eso sí, los blancos eran poquitos porque hasta ahora
estaba llegando la colonización, y algunos de los blancos ya se habían emparentado
con la indígenas y tenían hijos cabucos , como les decían en ese entonces. Imagínese
que en ese tiempo se hablaba de blancos, de indios, de cabucos… lo cierto es que a
pesar de llamarse distinto, la gente es gente y no hay sino que conocerse pa’ darse
cuenta que todos en el fondo somos muy parecidos. Eso sí, a pesar de las semejanzas
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hay gente que le gusta buscar las diferencias para separar… porque hay desconfianza
o miedo, pero lo que yo creo es que lo que más hay es desconocimiento. Y se lo digo
porque aunque haya gente que diga que los indígenas son maliciosos o lo que sea,
yo tengo mis buenos amigos indígenas y aunque tengan otras costumbres eso no
quiere decir que no nos la podamos llevar bien con ellos. Así que yo no le pongo
misterio al asunto, porque aunque tengamos muchas cosas diferentes, también
tenemos cosas en común y mientras haya respeto mutuo podemos convivir con
nuestra diferencia.
Le cuento que el primer día que llegamos al pueblo nos comimos un pescado
moquiado de esos que preparan los indígenas, que por cierto es de lo más
delicioso que usted pueda probar por estas tierras. Sin conocer nada ni a nadie,
nos encontramos a una señora que nos vio recién llegados y nos dejó guindar la
hamaca en su rancho. La señora vio a Victoria y se solidarizó con ella; usted sabe: las
mujeres se ayudan entre ellas y más en una zona como esta donde se llega con lo que
se tiene puesto. Recuerdo que a los poquitos días de llegar a San José me topé con
Casco Viejo, el que con su historia de los baldíos me ilusionó con venir por estas
tierras. Cuando me vio lo primero que me dijo fue: “José, los paisas tienen un dicho:
‘arrieros semos y en el camino nos vemos’. Usted es tan andariego como yo, por eso
no me sorprende verlo”. Me dijo que estaba trabajándole a unos curas misioneros
en una finca que tenían por la Trocha Ganadera. El apoyo de los misioneros fue
importante para los primeros colonos porque les permitió adaptarse a estas tierras
después de salir corriendo de sus casas en el interior del país, por esa violencia
tan jodida que hubo en los años cincuenta. Él me invitó a tomar cerveza y nos
dejó quedarnos un tiempo en su casa. El hombre tenía una casita pequeñita; apenas
tenía espacio pa’ guindar unas hamacas. La primera noche que nos quedamos en
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su casa, Casco Viejo se soltó a hablar de su historia. Era como si le alegrara repasar
sus años… por ahí dicen que recordar es vivir, y creo que ese es un sentimiento que
se vuelve muy fuerte cuando a uno le toca andar por tierras nuevas, desconocidas.
Casco Viejo nos contó que sus padres habían llegado al Guaviare con sus hermanos
y les había tocado tratar con los curas para ayudarles a limpiar potreros y mejorar las
trochas. Su papá trabajó en la construcción de la carretera que conectaba a Granada
con San José y Calamar, que solo hasta hace pocos años terminaron de pavimentar
¡imagínese! En ese tiempo necesitaban la carretera para mejorar el comercio de
caucho que era tan importante. También decía Casco Viejo que para ayudar a
hacer la carretera, los curas habían traído varios indígenas del Vaupés porque en
el Guaviare no había suficiente gente pa’ trabajar. Mejor dicho, es que ésos curas
casi que llegaron de primeros acá; si, fueron de los primeritos colonos que hubo.
Nosotros al menos ya vimos una trochita pa’ llegar a San José pero a los papás de
Casco Viejo sí que les tocó abrir trocha. Pero bueno, luego a nosotros nos tocó abrir
trocha en otro lado pa’ poder fundarnos, porque esa es la historia de nunca acabar
en las zonas de colonización: abrir trocha pa’ fundarse.

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La fundación en Playa Güío
De los primeros lugares del río Guaviare donde se colonizó
fue por Playa Alta y Puerto Arturo. Después se abrió la colonización
pa’ otras tierras. En ésas, Casco Viejo me invitó a conocer pa’ los
lados de la serranía de La Lindosa, que era el lugar donde él se había
fundado. Por allá tenía un rancho y había marcado harta tierrita
entre dos quebradas pa’ hacer su fundo. Yo lo acompañé a mirarla
tierra pero no me gustó porque era pura piedra y créame que yo
pensaba para mis adentros “cómo se puede sembrar en semejante
suelo”. Además, después de ver a los pescadores llegar al puerto con
muchos pescados distintos y de tamaños enormes, y de escuchar
que en los caños un hombre podía pescar más de tres arrobas por
noche, mi sentimiento era fundarme en un lugar cerca del río.
Como Casco Viejo se dio cuenta de eso, me dijo que él conocía a
una familia que estaba fundada en un lugar llamado Playa Güío.
Lo primero que le pregunté era por qué se llamaba así. Lo único
que sabía era que en estas zonas le dicen güío a una culebra grande
que no es venenosa pero sí es muy peligrosa porque asfixia a sus
presas. La verdad que me dio miedo porque pensé que se llamaba así porque debía
haber mucho güío cerca. Por fortuna, me respondió que hacía unos años la gente
de la Compañía Caimanera del Meta, que se encargaba de cazar cachirre en la zona,
bautizó así al lugar porque las playas largas que se formaban con las curvas del
curso del río tenían la forma de güío grande. Tiempo después escuché una versión
distinta del nombre del lugar: me echaron el cuento que hacía mucho tiempo un
hombre vivía en lo que hoy es la vereda, al que le decían el “Negro Güío”, porque
era flaco y de piel oscura, así como un güío. Al señor le gustaba asolearse en la playa
del río y arrastrarse como una serpiente. Los que pasaban en canoa lo veían a lo
lejos y le gritaban ¡Ahí está el güío! ¡Vea al güío en la playa! Y cuentan entonces que
bautizaron la vereda de Playa Güío en su honor. Pero esas no son las únicas historias
del nombre. Imagínese que hace poco una vecina de la vereda, una campesina
verraca y trabajadora, me salió con el cuento de que deberíamos cambiarle el
nombre a la vereda; que no debería llamarse Playa Güío sino “Hombres Solos”,
¡porque dizque aquí hay mucho hombre que vive sólo y sin hijos! Ella dice que debe
ser porque somos muy machistas y como hombres queremos el dominio de todo,
pero le cuento que hay mujeres como ella que no se aguatan eso y prefieren dejar a
sus maridos antes que dejarse maltratar por su machismo. Y ella debe decir eso con
conocimiento porque llegó a Playa Güío con sus hijos huyéndole a un marido bien
jodido que tenía, que se tomaba la plática de la coca completica.
Con Victoria quisimos conocer Playa Güío pa’ fundarnos y Casco Viejo nos
presentó a los hermanos Cordero que ya estaban fundados en el lugar. Ellos eran dos
hermanos que habían hecho un rancho, unas picas y por esa época apenas estaban
empezando a tumbar y a sembrar yuca y plátano, que es lo primero que se siembra
en un fundo después de tumbar el primer pedazo de montaña. Nos contaron cómo
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era todo. Decían que por allí había muy buena marisca, que la pesca era buena y
que había harta tierra para tener gallinitas y frutales. Nos hablaron también de las
inundaciones. Ellos llevaban dos años ahí y el río hasta ese momento no los había
hecho perder su trabajo en las cosechas, pero otras familias les habían contado que
el río lavaba bastante en los meses de julio y agosto. En esta región le decimos “lavar”
al hecho de que un río se desborde en el invierno e inunde las riberas del río.
Al otro día fuimos con Victoria y los hermanos Cordero a mirar dónde podíamos
fundarnos y establecer el ranchito. El sueño que habíamos perseguido por tanto tiempo
estaba a punto de hacerse realidad y para ser sincero, yo estaba tan emocionado como
ella por hacernos a un lugar para hacer casa y labranza. Don Eusebio Corrales, otro
vecino de la época, nos mostró casi toda la tierra que estaba al borde del río y eso
era un pedazo largo que iba desde donde un señor llamado José Nupán, que vivía
en la parte de más arriba, hasta bien abajo. En ese entonces no había sino como tres
familias en todo el río; no había más. Entonces miramos y recorrimos la ribera del río
y decidimos fundarnos allá, en unas tierras más altas porque–según los vecinos– esas
tierras no se inundaban. El fundo quedaba un poquito más debajo de la casa de la
familia Calle. La felicidad que tuvimos fue inmensa, sobre todo por saber que había
otras familias cerca, aunque fueran pocas. Es que imagínese uno venido del interior
del país, que no conocía nada de esto por acá, y estar ahí sólo y sin saber nada del
medio, aunque eso sí: usted encuentra muchos colonos vaquianos que si se le meten
al monte sin miedo, a fundarse solos. Pero yo no sabía mucho para sobrevivir aquí; ni
siquiera sabía cómo encabar bien un hacha y, claro, sin saber algo tan básico como eso
usted no puede fundarse. Fue un vecino el que me mostró como hacer un cabo, y me
ayudó a encabar las primeras hachas. También me enseñó como pescar guaraliado.
Usted no me va a creer pero en la frontera si alguien se funda al pie de uno, uno
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tiene la obligación de colaborarle al recién llegado, de señarlarle donde va la pica de
la colonización, de mostrarle donde fundarse, de prestarle herramienta e incluso de
darle alimentos mientras los primeros cultivos empieza a cosechar, o al menos eso
era así en esa época.
Finalmente, marcamos las picas con la ayuda de los vecinos para ver hasta dónde
iba nuestra tierra. Esto que a cualquiera le puede sonar muy insignificante hizo
que Victoria y yo nos pusiéramos muy contentos porque ya teníamos tierras. Y no
cualquier tierra. ¡Frente al río, cerca de San José y con vecinos a los lados! ¡Eso sí
que era cosa buena!

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Las historias en la frontera
Victoria y yo llegamos solos al Guaviare. Todavía no
teníamos hijos pero sí nos acompañaba el recuerdo de nuestras
familias que se habían quedado en el interior del país. Sin embargo,
ya fundados en la tierrita y con mucho que hacer, también
empezamos a hablar con Victoria de tener hijos. ¡Porque el sueño
de tener una mejor vida no es solo pa’ uno; es sobre todo pa’ los hijos
de uno! Incluso el fundador que llega a un nuevo lugar a construir
su vida e ilusiones pensando en la familia, alindera un pedazo de
tierra bien amplio para que en el futuro los hijos puedan heredarle
el trabajo, y que a cada hijo le quede tierra suficiente para vivir y
producir. Al año de fundarnos nació Jazmín; a los tres años nació
Antonio y poco después nació Pedro, el benjamín. Ya con tres hijos
el asunto es esforzarse pa’ criarlos bien, por enseñarles a trabajar y
a estudiar. Nuestra vida se volvió la de ellos y yo le agradezco a esta
tierra que me dio un lugar pa’ vivir con orgullo y que vio nacer a
mis tres hijos.
Recién fundados, con Victoria decidimos ponerle nombre al fundo.
Ella dijo que le pusiéramos La Esperanza porque a pesar de todas las dificultades
que tuvimos para encontrar los baldíos, finalmente encontramos un lugar para
fundarnos y poder construir todos nuestros sueños de hacer una familia y trabajar
una tierra para nosotros. La primera tumba grande en el fundo La Esperanza la
hice con la ayuda del señor Corrales. El trato que hicimos era que él me ayudaba
a fundar y yo le ayudaba a cosechar la yuquera que él tenía. Me ofreció su rancho
pa’ quedarnos un tiempo mientras construíamos el nuestro. Eso sí, en ese tiempo
todo el mundo se ayudaba en la vereda. Si alguien llegaba a fundarse, el que fuera
le prestaba las herramientas y lo ayudaba que a pelar, que a sembrar, que a pescar…
Un día trabajábamos en los cultivos de don Eusebio, otro día en el fundo de otro
vecino y después ellos me ayudaban en mi cultivo. Hacíamos eso que llaman “mano
vuelta”: ¡usted me da una mano y yo luego le doy una mano! ¿No es bonito? Antes
trabajábamos en compañía y a todos nos rendía harto porque no era lo mismo
socolar un monte entre uno que entre tres. Eran épocas difíciles pero buenas porque
además pescábamos juntos y cada vez que podíamos nos sentábamos a tomar
guarapo pa’ escucharnos las historias.
No me lo va a creer, pero la historia familiar, los cuentos de los andariegos son
importantes pa’ no olvidar quién es uno, de dónde viene ni pa’ dónde va. Porque
así uno valora mejor lo poco que tiene. Y es que estando acá y conversando con
los vecinos al calor de un guarapito , yo me di cuenta que todos teníamos historias
parecidas, y por esa razón es que yo creo que nos ayudábamos tanto. Acuérdese lo
que dije: la gente es gente sea quien sea. Vea usted, unos veníamos de Santander,
otros eran boyacos, otros tolimenses, huilenses y hasta de Nariño; pero todo
estábamos aquí después de estar huyéndole a la violencia, toreando la pobreza o
siendo campesinos sin tierra. Pero a todos nos trajo el sueño de hacernos a una
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tierrita pa’ sembrar y vivir con dignidad. Eso sí, terminamos lejos en esa búsqueda
pero con el tiempo este lugar se nos volvió nuestra casa aunque extrañemos a la
familia y al lugar donde nacimos, pero nuestra casa está acá. ¿Fácil? ¡Para nada!
Recuerdo a Victoria decir más de una vez: “yo no sé qué me pasó pa’ haberme
venido para acá. Esto es muy duro mijo, no es igual que en Villavo”. Pero la angustia
pasaba y poco a poco nos íbamos adaptando a esta nueva casa.
No se sabía cuál de todos los vecinos traía más cuentos de sus andanzas. Hubo uno
que se había fundado en el río bien abajo que nos contó una historia bien buena. Él
es boyaco y salió de su tierra con unas vaquitas, tenía la ilusión de traérselas pa’ los
baldíos y empezar de nuevo su vida por estos lares. ¡Imagínese! Semejante travesía
y el hombre con las ganas de andar a la pata de los baldíos con sus vaquitas al lado.
Pero al pobre nada más empezando el viaje se le desbarrancaron esos animales por
un peñasco y no le quedó sino una vaca que se le murió después de la cojera. Pa’
completar, a su papá lo cogieron los chulavitas con una carta escrita por los de la
chusma y no se la perdonaron: ahí quedó, ahí lo mataron. A pesar del dolor, el
hombre siguió sólo su camino, pero ahí no terminaron sus cuentos porque hasta
se encontró con la Llorona, ¡ay virgencita! Eso pasó dizque en algún pueblo que
ya no me recuerdo el nombre. Dijo que los campesinos la habían atrapado en un
cuarto y que la gente hacía fila y pagaba pa’ mirarla por entre una rendija que había
en la pared. ¡Qué susto, oiga! No le digo, si uno cree que la historia de uno es muy
dura, la de otros hace que uno se dé cuenta que a pesar de todo llegamos aquí bien
y tranquilitos.
¡Pero bueno! En ese tiempo había mucho trabajo que hacer, porque fundarse era
como empezar de cero y los hijos ya nos hacían pensar en su futuro, en su educación,
en su trabajo, en dejarles alguito pa’ cuando nos vayamos de este mundo. El trabajo
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del fundo comenzaba con la siembra y para eso había que esperar a que dejara de
llover. Todo el mundo decía que la mejor época para tumbar el monte era el verano,
que va de finales de noviembre a principios de diciembre. Por lo seco del ambiente,
la madera que se tumba se seca rapidito y es fácil de quemar; por eso la quema se
debe hacer a principios de enero. Entonces el terreno quedaba listo para sembrar.
Claro, todo eso era a punta de hacha y peinilla; ¡en esa época qué motosierra, ni qué
guadaña! Esas cosas lo vuelven a uno perezoso; en la época de la fundación todo era
a punta de brazo, de ganarse la yuquita a punta de darle golpes a la tierra.

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Levantando el rancho
El rancho lo hicimos con maderas de la región. Uno siempre
buscaba las mejores maderas, las que duran más, como el azafraz
o el cuyubí. Por ejemplo, la casa que queda en la isla de la laguna
tiene más de cincuenta años, y yo creo que esa dura por ahí unos
cincuenta más porque está hecha con madera de la buena. El truco
está en escoger la madera adecuada y cortarla en el momento justo.
Aquí decimos que lo mejor es cortar la madera en menguante,
porque el palo se seca más rápido y se hace más fuerte. Eso sí, palo
que uno cortaba era pa’ usarlo en su casa y no más, porque nosotros
aquí toda la vida trabajamos con la madera cuando se necesita pa’l
rancho, pa’l corral o pa’ la cerca, pero no la vendemos. Si a usted lo
ven cortando hoy un palo se lo decomisan.
Recuerdo que ya con el ranchito listo y alguito sembrado, ahí si
tocaba trabajar como un verraco: Que a sembrar, que a limpiar,
que a pescar y cazar pa’ conseguir la comida. ¿¡Qué no hacía uno!?
Victoria se consiguió unas gallinas después de un tiempo. A ella
le gustaban mucho los animales así, que los perros, que los patos,
que el gato… Poquito a poquito fue llenándose de animales de corral. También se
puso a sembrar sus matas caseras: que poleo para los cólicos, que limonaria para el
estómago, que paico para purgar las lombrices, que yerbabuena para las lombrices
de los niños, que picilina para las heridas de la piel, que toronjil y limoncillo para el
corazón y los nervios, que chaparro de sábana para los nervios… mejor dicho, mi
compañerita siempre tenía una planta en su huerto para tratar cualquier enfermedad.
Al lado de la casa Victoria también sembró sus maticas ornamentales como las
heliconias, dizque pa’ que la casita se viera más bonita y los hijos estuvieran más
contentos ¿No es un orgullo tener una compañera que a pesar de lo duro del trabajo
también piense en el bienestar de todos? Victoria trabajaba en los cultivos, en la
cocina, en la casa y fuera de eso criaba a nuestros hijos. Ella era una verraca porque
eso de venir a limpiar monte no es fácil. Eso era un espinero y uno descalzo, sin
zapatos, se chuzaba. Lástima que mi Victoria ya no esté para ayudarme a contar esta
historia, porque ella solía decir entre risas:

- “Es que en estas tierras uno puede tener muchas cosas. Uno se amaña
mucho en el Guaviare porque hay abundancia de animales y plantas y nunca
se pasa hambre. ¿O será que me dieron caldo de Morroco y ya no me puedo
ir de acá?”

¿Sabe por qué ella hablaba del caldo de morroco? Es que la gente de esta región cree
que cuando alguien prueba el caldo de morroco, que es una tortuga que abunda por
aquí, no puede irse del Guaviare. Verá usted que muchos se han amañado en este
lugar y cuando usted les pregunta por qué, le dicen que es porque tomaron caldo de
morroco.
28
Recuerdo también que en esa época comíamos mucha carne. Más carne que yuca
o plátano. No había la cantidad de variedades de cultivos que hoy tenemos; solo
teníamos una que otra mata de yuca y de plátano, o algo de arroz y maíz, y no había
casi semilla. Eso sí, había marisca como un verraco, había mucha abundancia. Al
principio la selva es peligrosa y desconocida, porque uno se puede perder, enfermar
o puede ser atacado por una fiera; pero también es generosa y por más mal que
uno esté no lo deja morir de hambre, incluso le llega a sobrar la comida a uno. Si
uno tenía una escopeta era bien fácil encontrarse por ahí unas lapas, chigüiros, o
zaínos pa’ comérselos bien sabrosos. Aquí había manadas grandes de todos ésos
bichos. También había cafuche, armadillo y venado. Pero ya todo eso se acabó. Uno
se encuentra por ahí uno que otro de esos bichos, pero son muy escasos, no como
antes. Lo que ahora hay más es la agricultura.
Allá en el lado del río duramos como dos años o más. Habíamos tumbado algunas
hectáreas de montaña y teníamos un ranchito, pero nos dimos cuenta que las
inundaciones dañaban los terrenos que habíamos arreglado. Sí, perdimos algunos
cultivos por culpa del río, aunque también era culpa nuestra por no conocer bien
la vereda y no saber cómo vivir cuando crecía el río en invierno. Ya viendo esa
situación con los cultivos, Victoria y yo decidimos buscar otro sitio pa’ fundarnos
que no se inundara tanto. Ya conocíamos como era el Caño Negro así que decidimos
fundarnos pa’ ese lado. Nos fuimos pa’ allá porque en el caño también había mucho
pescado. Imagínese que uno venía con el motor arriado por el caño y los pescados
saltaban solos. Aunque había mucho pescado no lo vendíamos nunca y hasta el sol
de hoy no lo vendemos. Había noches en que guindaba una malla grande que tenía

29
y al otro día quedaban atrapados cualquier dos o tres arrobas de pescado. Yo cogía
unos pescados y los arreglaba pa’l consumo de la casa. Los demás los repartíamos
con los vecinos, y dejaba de pescar varias noches; solo volvía a pescar cuando se nos
estaba acabando el pescado.
En el caño también me acuerdo que guindaba tres o cuatro rendales y cogía dos o
tres arrobas de pescado y ahí teníamos pa’ toda la semana. Pero lástima, hoy ya casi
no hay pescado; como dicen por ahí: “hay más pescadores que pescados”. Y eso que
la gente del monte a veces prohíbe pescar en el río, sobre todo cuando es temporada
de reproducción de los pescados. En cambio, en tiempos anteriores usted escuchaba
la bulla más tremenda del bagre cazando los bocachicos, o en el verano se le llenaba
la embarcación solo de los pescados que saltaban huyéndole al ruido del motor.

30
Con la mirada fija y
el cuero de punta
Lo del comercio de pieles empezó en la mitad de los años
cincuenta. Empezaron a comprarlas a buen precio, y Casco Viejo
me dijo que lo acompañara con otros dos amigos de él, que tenían
más experiencia en la selva, a hacer una expedición arriba por el
Guayabero a cazar tigre y tigrillo. Fuimos muchos los que salimos
en búsqueda de estas pieles. Mientras eso, Victoria se quedaba con
los niños cuidando el rancho. Arrancamos esa vez tres hombres y
la mujer de uno de ellos, y nos metimos por allá en la selva, cerca
de El Raudal como por tres semanas. Esa fue la primera vez que fui
a tigrillear. Después, también con Casco Viejo fui abajo por el río
Guaviare, por allá bien abajo.
La tigrillada era toda una aventura. Primero, hacíamos un
campamento en donde poníamos las hamacas, hacíamos un
techo con hojas de la selva, de tarriago o palma, en donde uno se
arranchaba, se socolaba un buen pedazo en la montaña y ahí se hacía
los cambuches. Ahí manteníamos un fuego prendido pa’ cocinar. La
duración del campamento dependía de si en el lugar habían hartos
tigres o no. A veces uno duraba harto tiempo, otras veces no duraba
sino dos o tres noches y al día siguiente buscaba otro sitio mejor.
Desde estos campamentos salíamos a buscar micos para usarlos
como carnada. Esparcíamos el olor de la sangre de los micos y los
colgábamos de una rama en varios puntos. Matábamos cualquier
quince o veinte micos y después de regarlos los dejaba uno ahí. Al
día siguiente íbamos a mirarlas carnadas y si habían comido dos o
tres de ellas de una vez hacíamos camaretas, que es un entablillado
que se hace sobre un árbol pa’ que usted esté asegurado y se pueda
sentar. Tomaba unas varas y las atravesaba de orqueta a orqueta y
le ponía un emparrillado, y más abajo le amarraba otro palo para
descansar el pie; para cuando llegara el tigre uno estuviera cómodo
y poderle tirar… Junto a una linterna y una escopeta esperábamos
a que el tigre volviera al lugar pa’ cazarlo.
Cuando la fiera llegaba había que tener buena puntería, la escopeta
no se le podía trabar a uno, ni se podía hacer mucho ruido antes de
disparar. Si le disparaban al tigre y no lo mataban ¡téngase!: El tigre
es un animal vengativo y aún herido después lo perseguía a uno
pa’ atacarlo. Algunos cazadores, los más experimentados, al ver el
tigre lo alumbraban directamente los ojos con la luz de la linterna.
Así el tigre se encandelillaba y se quedaba paralizado, sorprendido,
mirando la linterna, dándole tiempo a uno para apuntar y
dispararle certeramente. Imagínese en semejante oscuridad de la
selva y cuando uno alumbraba al tigre le brillaban los ojos, como
un carbón prendido. Mientras tanto el tigre movía el cuero del lomo de arriba abajo,
como amenazándolo a uno. Lo que había que hacer era apuntarle a los ojos, para
estar seguro de no dejarlo herido. Porque, ¡ay donde no lo matara! Mejor dicho
piérdase de esa selva porque no hay nada más peligroso y vengativo que un tigre
herido. Y si de casualidad se llegaba uno a topar de frente con el tigre lo que tocaba
era quedarse quietecito y mirarlo fijamente a los ojos porque o si no, tenga por
seguro que lo atacaba. Uno que hacía eso y el bicho que le mantenía a uno esa
mirada desafiante y se le erizaba ese lomo y amenazaba mostrando los colmillos,
mientras a uno se le erizaba toda la piel de la espalda del miedo tan verraco. Y así
podían pasar minutos enteros, el tigre y uno con la mirada fija y el cuero de ambos de
punta. Yo sabía que el tigre era traicionero y atacaba por la espalda, pero al mirarlo
uno a los ojos se daba cuenta de la inteligencia tan tremenda que tiene ese animal.
La verdad es que con todo el tigre es un bicho muy hermoso e infunde miedo y
respeto. Pero tenga en cuenta que no era solo el tigre: así como el tigre es bravo, los
ríos se enverracan y la misma selva lo puede embolatar a uno y hacerlo perder. Hay
muchas historias de gente que se embolató y nunca más apareció. Imagínese estar
sólo por allá adentro y sin saber qué es lo que se va a encontrar. Cómo sería que
cuando algún tigre se había escapado, nos tocaba dormir trepados en los árboles pa’
que no nos traicionara.

33
Cuando escasearon los bichos

Las tigrilladas eran como una expedición y al principio pues


a uno le daba miedo, imagínese ¡eso de cazar tigres no es cualquier
cosa! Me acuerdo que cuando iba a revisar las carnadas yo era con
la escopeta mirando pa’ lado y lado, pero luego uno aprendía que el
tigre también sentía miedo. Al principio, claro, uno se asustaba con
los comentarios de la gente: que el tigre era mansalvero, ¡traicionero
que no más! Pero después uno ya iba perdiendo el miedo. En esa
época matábamos más que todo al tigrillo y al tigre porque eran las
pieles más valiosas, y de pronto al perro de agua o la nutria, pero
a ésos no tanto. El tigre era grande y amarillo con piel con puntos
negros, como la del tigrillo, sólo que el tigrillo es más pequeño. El
león era todo colorado, sin manchas pero su piel no servía, ni la
de la pantera, que es negra. Eso sí, si en la cacería se le atravesaba
otra fiera, como un león, o la pantera, pues aunque esas pieles no se
vendían, igual le tirábamos para evitar el peligro de dejarlo por ahí.
Una vez pusimos unas carnadas por aquí en Playa Güío y nos salió
una de esas panteras. Hubo gente aquí en la vereda que también estuvo frente a
frente con esas fieras. A Don Jesús le salió un tigre por los lados de la laguna. Él dice
que escuchó a los perros del vecino ladrar y ladrar y él se fue a ver qué era lo que
pasaba. Casi llegando a donde estaban los perros se subió a un palo que y vio que
había un tigre muy cerca, y que los perros lo tenían rodeado. Don Jesús solo tenía
su machete, y al ver que el tigre empezó a moverse desafiante y a erizar el cuero
de encima, él hizo lo mismo: empezó a mover su cabeza de arriba abajo, como
imitando al tigre. A don Jesús lo salvaron los perros del vecino, que mordieron al
tigre en las patas de atrás y lo sacaron corriendo pa’ perderse entre el monte.
Otro al que le pasó un susto con el tigre fue a don Pedro, uno de los fundadores de
la vereda. Él cuenta que una vez estaba en una camareta esperando al tigre y luego
de horas de espera, como nada que llegaba el tigre decidió bajarse. Primero bajó la
escopeta con una cuerda y la dejó en el suelo; cuando él se estaba bajando con la
misma cuerda se dio cuenta que el tigre estaba muy cerca detrás de él y lo estaba
mirando fijamente, se le acerco ocon sigilo y don Pedro ni se dio cuenta, ¡imagínese
la agilidad de ese bicho! Él lo alumbro con su linterna, que tenía amarrada a la
cabeza. Lentamente, con un cuchillo en la boca como su única defensa, bajó a la
tierra, alcanzó su escopeta con el pie, despacito y con mucho cuidado la arrimó sin
dejar de alumbrar al tigre con el chorro de la linterna. Apunto nervioso y le disparó
antes de que el tigre se moviera. Vea que cuando él cuenta esa historia a mí se me
erizan los pelos de solo pensar estar tan cerca de un bicho tan peligroso. Pero la
historia más fuerte es la de un tipo al que llaman Sobrado e’ tigre. Al tipo le dicen
así porque no solo se topó cara a cara con un tigre sino que le tocó forcejear con
él; la lucha le dejó una cicatriz ni la hijue’ puerca en la mano ¡Con eso le digo todo!
La tigrillada más larga que hice duró como tres meses. Eso fue pa’ abajo por los
36
lados de Mocuare y Caño Yamú. Cuando volvimos de esa tigrillada trajimos como
veintiocho pieles. En el camino uno vendía algunas porque hasta allá llegaban los
comerciantes a comprarlas porque era un negocio muy rentable. Las compraban
para hacer vestidos en otros países, por allá en Europa, pero nosotros éramos los que
nos metíamos al monte a buscarlas y a pasar los peligros. Yo me acuerdo mucho de
un italiano que mantenía por ahí rondando, comprando pieles pero sin arriesgarse,
mientras uno era el que mantenía entre la selva. También cambiábamos pieles por
remesa, por balas o por una escopeta cuando la de uno estaba mala. Eso sí, por allá
se pasaba bueno porque comíamos pura carne de monte y pescado. Los indios le
regalaban a uno fariña o se la cambiábamos por cigarrillos o panelas…
Cuando quedaba plata una parte se guardaba pa’ la casa y la otra pa’ la fiesta.
Imagínese: después de meses de andar metido en la selva uno tenía ganas de
celebrar por haber vuelto. Eso sí: no era que siempre quedara platica, porque los
que se ganaban la mayor parte era los patrones que sí vendían las pieles afuera del
país. Además, la cosa no era tan fácil: algunos cazadores no tenían escopeta y los
patrones lo plantaban con escopeta, balas y remesas, que era la comida que servía
de provisión, y luego tenían que pagarles todos esos adelantos eso con pieles; lo que
sobraba, si acaso sobraba, era pa’ vender.
La tigrillada fue una actividad que tuvimos que hacer porque las finquitas casi que
no daban sino pa’l pancoger porque en el pueblo nadie compraba a buen precio
lo que uno sembraba. Yo hice esas expediciones porque era lo que en esos años se
hacía. Nosotros teníamos nuestra finquita, pero de ahí no sacábamos casi nada de
plata, todo era para el consumo. Tigrillear era lo único que en ese tiempo daba algo
de plata en efectivo, para comprar otras cositas. Pero bueno, como toda bonanza, esa
también trajo sus problemas. Además de los peligros y del tiempo lejos de la familia
37
cuando volvíamos a veces ganábamos poco. Como le dije, eran los patrones y los
comerciantes los que se quedaban con la mayor parte de la ganancia del negocio.
Además, se acabó con mucho bicho porque ahorita son escasos y vea, solo quedan
los meros micos.
Hoy en día yo pienso en lo que fue esa época y la verdad es que sí: uno se siente mal
porque ahora es una rareza encontrarse cualquiera de esas fieras o de los animales
de marisca. Y ahora sabemos que la naturaleza se debe cuidar. Pero en esa época
entre más tigres se mataran pues mejor, porque eso significaba más plata. Lástima,
porque de esos animales ya no se miran por aquí. Aunque eso sí, hay animales de
animales. Algunos son también malosos y es mejor tenerlos lejos. Eso pasa con
los cafuches o una manada grande de saínos. Si ellos encuentran una yuquera y
se ceban, sepa usted que no le van a dejar ni una mata de yuca. Los micos como el
tití y los maiceros también dañan los cultivos. Pero sabe que eso se ve más ahora
que antes ¡claro, porque ya no tienen tanto monte para buscar sus pepas porque la
deforestación les está acabando sus fuentes de alimentación! Por eso también se
enseñaron a comer de los cultivos. Mire al mico maicero: ése puede comer hasta
gallinas, como los güíos y los cachirres. Pero como le digo, no todos son iguales:
mire usted al mico churuco, al aullador o a la marimba: ellos no son dañinos. O al
menos todavía no conocen la comida que cultivamos los campesinos y por eso no
la buscan.
Pero bueno, sean dañinos o no siempre es bueno tener esos animalitos. Hay muchos
animales como la danta, el tigre o el águila churuquera, que lamentablemente
nuestro hijos ya no podrán conocer vivitos en la montaña. De pronto los verán en
fotografías, pero que tristeza que no puedan decir, como los más viejos: ¡Yo mismo
lo miré vivo y conozco los movimientos del animal en la selva!
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Bonanzas y crisis
Si usted mira con cuidado se da cuenta que la historia del
Guaviare siempre ha estado muy relacionada con los apogeos, o
eso que otros llaman “bonanzas”. Antes de que nosotros llegáramos
fue el apogeo del caucho, después el de las distintas pieles: que el
caimán, que el perro de agua, que el tigre y el tigrillo… ya le conté
algo sobre la historia de las pieles. Pero al final de los años setenta
llegó un apogeo distinto, que cambió mucho la vida de estas tierras:
primero, el de la marihuana y poco después el de la coca. Y no
es que nosotros los campesinos nos hubiéramos querido dedicar
a esos apogeos pero nos tocó porque no había más para hacer.
Cuando llegó la marihuana y la hoja de coca no la sembramos
porque fueramos malos o criminales, como dicen por ahí. Lo que
pasa es que la situación estaba muy dura por acá porque no habían
buenas carreteras, el transporte era muy caro y era muy difícil
sacar a vender la producción de los fundos, así que para muchos
de nosotros esos cultivos eran la única posibilidad que teníamos
pa’sobrevivir y por eso nos vimos obligados a hacerlo.
La ilusión de uno cuando viene a colonizar es tener su propia finca, tener
sus cultivos de pancoger y sacar otros para vender en los mercados. Como Playa
Güío es vega de río, la tierra siempre ha dado muy bueno lo que uno siembra,
aunque no sirve criar ganado porque como son tierras inundables se le mueren
a uno las vaquitas, como nos pasó en 1986. Algunos nos pusimos a sembrar la tal
marihuana y luego la coca porque la situación estaba dura. Por más que la tierra
nos diera no había ayuda de nada. La única ayuda era Dios, la salud, la peinilla y
el hacha. Ésas eran las ayudas. La Caja Agraria y el gobierno no han hecho mucho
aquí; al contrario, varios terminaban más bien endeudados con la Caja Agraria
porque sacaban créditos para producir pero con las inundaciones o las plagas no era
posible pagarlos, y si producía bien no había a quien venderle ni como transportar la
producción a otro lado. Si usted mira entonces, por más que uno trabajara y la tierra
fuera agradecida, en muchos casos no había buenas trochas pa’ sacar los productos
o salía muy caro sacarlos por río. Ni siquiera el gobierno daba buenos créditos. Pero
ahí nosotros íbamos con Victoria y mis hijos tratando de salir adelante.
Antes de que llegaran esos cultivos nos pasó que todos en la vereda nos pusimos a
sembrar arroz, que se dio muy bueno. Pa’ sacar adelante el negocio a muchos nos
tocó pedir préstamo en la Caja Agraria, pero al final terminamos con mucho arroz
para vender y, como había tanto, cayó el precio y no daban nada por la cosecha. Ni
pensar sacarlo pa’otro lado porque era muy costoso. Entonces algunos terminamos
endeudados porque no nos compraron el arroz que cosechamos con tanto esfuerzo.
En esas fue que llegó la marihuana. La gente decía que pagaban bueno por ella, que
pa’ eso sí había mercado, que venían hasta la finca a comprarla… en fin… decían
que con la marihuana pasaba todo lo contrario a lo que pasaba con el arroz. Algunos
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nos pusimos a sembrar a ver cómo nos iba, y la verdad es que en Playa Güío se
miraron muy poquitos cultivos de marihuana. Yo sólo alcancé a sacar dos cosechas
porque ese apogeo se acabó rapidito. Pero tampoco nos fue bien: la primera cosecha
sí la vendí pero con la segunda me quedé encartado.
Eso fue como en 1978. Llegaron unos muchachos de Granada, cerca de Villavo,
a decirme que hiciéramos un trabajo en socia para sembrar unas hectáreas de
marihuana. Yo no conocía el cultivo pero me dijeron que lo estaban pagando muy
bien. Al final les dije que sí. Yo puse la tierra y ellos trajeron la semilla y entre todos
trabajamos. Los muchachos me dijeron que cuando saliera la cosecha encontrábamos
comprador fijo. En ese momento llegaban los narcotraficantes a comprar en aviones
y todo, y la primera cosecha que nos salió, aunque era poquita, se vendió a buen
precio. Con esa ilusión quisimos sacar otra cosecha más grande e invertimos parte
de la primera cosecha en más semillas y herramientas, y con el resto que quedó tuve
unos pesitos ahí como para recuperarme de la pérdida del arroz.
Poco después llegó la policía a molestarnos por el cultivo de marihuana. Venían
en aviones y no tenían miedo de nada porque por ese entonces no había llegado
la gente del monte. Al final cogieron uno de los muchachos con los que estábamos
trabajando, pero ellos lo que querían era que les diéramos algo de plata y me tocó
vender un ganadito para que dejaran de molestarnos. Lo vendí con la ilusión de
recuperar la plata con la otra cosecha que vendiéramos. Y es que eso ha pasado
mucho: los que se terminan beneficiando de esos cultivos son todos menos los que
los cultivan.
En la segunda cosecha alcanzamos a sacar como trescientos bultos grandes, de tres
arrobas secas cada uno, que se iban a vender muy bien. Yo me había ilusionado con
utilizar esa platica para pagar el préstamo pendiente que tenía con la Caja Agraria, y
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que incluso me iba a poder comprar más ganadito. No se imagina usted lo aburrido
que quedé después porque a pesar de tener la cosecha lista ningún avión volvió a
comprar la cosecha. Dicen que el que venía a comprar cayó con avión y todo por
los lados del Nare y después no salieron más compradores. Quedamos con todos
esos bultos y al final tocó botarlos al río. Así de rápido como se anunció el apogeo
de la tal marihuana, así se fue. Y nosotros en las mismas… con más deudas y más
frustración.
Poco después de la marihuana se empezó a hablar de la coca. No había pasado
mucho tiempo y ya se empezaba a anunciar otro apogeo. La coca empezó a cultivarse
primero por los lados de Miraflores, porque dicen que la trajeron desde el Vaupés.
Como en 1980 nos embarcamos a Miraflores con unos compañeros y un patrón
para conseguir semillas y traerlas pa’ estos lados. La ilusión era ver si con este nuevo
apogeo sí podíamos ganar más platica y pagar las deudas. Y esa fue otra aventura
más porque llegar a Miraflores sí que era bien lejos. Vea usted que si hoy en día ir a
ese lugar es lejos y complicado ¿cómo sería hace casi cuarenta años? Pero como en
toda andanza quedan buenas historias… y tengo hartas pa’ contar.
Poco después de la marihuana se empezó a hablar de la coca. No había pasado
mucho tiempo y ya se empezaba a anunciar otro apogeo. La coca empezó a cultivarse
primero por los lados de Miraflores, porque dicen que la trajeron desde el Vaupés.
Como en 1980 nos embarcamos a Miraflores con unos compañeros y un patrón
para conseguir semillas y traerlas pa’estos lados. La ilusión era ver si con este nuevo
apogeo sí podíamos ganar más platica y pagar las deudas. Y esa fue otra aventura
más porque llegar a Miraflores sí que era bien lejos. Vea usted que si hoy en día ir a
ese lugar es lejos y complicado ¿como sería hace casi cuarenta años? Pero como en
toda andanza quedan buenas historias… y tengo hartas pa’contar.
42
No hay río que crezca
sólo con agua limpia
El asunto es que hasta Miraflores nos fuimos solamente a
traer las semillas de la coca pa’ sembrarlas por acá. Yendo para allá
nos demoramos más de tres días por río y solamente llevábamos
las remesas del viaje de ida. De vuelta pensábamos comprar remesa
allá en Miraflores. Cuando llegamos, nos reunimos con el socio del
patrón para hacer el negocio y embarcar los bultos de semillas pa’
llevarlos a San José. Pero ese lugar parecía una vaina de otro mundo:
habían billares con gente apostando fajos de billetes grandísimos,
mucha plata, millones de millones y toda esa gente estaba armada.
Se veía mucha fiesta, mujeres y alcohol. Llegaban muchachas de
varios lugares del país en vuelos chárter a complacer a los patrones
de la coca. Vimos cosas que no habíamos visto nunca, como un
bar con una pista de baile giratoria que ponía a bailar a más de
cincuenta parejas a la vez y eso funcionaba a punta de gasolina, con
planta eléctrica. Y eso que era por allá lejos, casi que ya entrando al
Vaupés. Así era la cantidad de plata que desde el comienzo empezó
a mover la coca. Claro, cuando llegamos no teníamos como pagar una cerveza
porque todo era carísimo y ni siquiera nos alcanzó para comprar comida porque
hasta el plátano y la yuca las traían en avión. La gente no cultivaba nada diferente
a la coca. Por eso fue que muchos campesinos quebraron en el Guaviare cuando se
acabó el apogeo: sólo tenían coca y cuando ya no la pudieron vender pues no tenían
ni el platanito que les daba la finca, como pa’ alimentarse de algo. Es difícil de creer
pero a pesar de tanta opulencia con la crisis hubo mucha gente que aguantó física
hambre… pensaban que la coca iba a ser eterna. Hubo mucha gente que se devolvió
pa’l interior y abandonó sus fincas… se fueron desilusionados y lo peor: con hambre
después de haber tenido tanta plata. Por eso, la segunda vez que hubo apogeo de
coca la gente del monte puso la ley de que por cada hectárea de coca sembrada se
tenían que sembrar tres de comida.
Para que se haga una idea de cómo eran las cosas de caras en Miraflores, piense
en que si usted no trabajaba con la coca no podía estar un par de días en ese lugar
porque no le alcanzaba la plata pa’ comer. Así de simple. O estaba en el negocio
o se moría de hambre. Nosotros allá estábamos muriéndonos de hambre porque
no podíamos comprar nada de comer mientras que esos traquetos andaban con
sus maletas llenas de plata. Recuerdo que se la pasaban jugando billar y apostando
fajos de billetes…y nosotros ahí mirando, con el estómago vacío y sin un peso en
los bolsillos. Ya al final cuando decidimos devolvernos, nos tocó comer galletas de
soda tres días seguidos; nos tocaba remojarlas con agua de río para que supieran
diferente. Menos mal que nos encontramos despuesito a unos indígenas que nos
compartieron fariña en agua y pescado moquiado. No le digo: ellos son de naturaleza
noble y si uno les pide de buena forma ellos le dan. Pero eso sí, si le ofrecen algo
usted no les puede rechazar porque si les rechaza el ofrecimiento nunca más le
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vuelven a ofrecer ni una totuma de agua.
Después de semejante viaje llegamos a San José con las semillas y acordamos la
repartija con el patrón. La repartija, haga de cuenta, es una forma de asociación entre
un plantero y un repartijo. El plantero es el que pone el “plante”: las herramientas, la
tierra, las semillas y la comida. El segundo pone el trabajo, aunque eso puede variar
de acuerdo con la negociación que se haga. Usualmente en la repartija las ganancias
de la cosecha se reparten por mitades entre el plantero y los repartijos. Esa repartija
la hicimos como entre siete trabajadores y el plantero que era el patrón. El patrón
puso las semillas, las herramientas, la comida y nosotros pusimos el trabajo y una
tierra baldía con salida a un caño. Eso quedaba por allá por Caño Mosco y nos
tocó darles remesas a unos indígenas para que nos dejaran sembrar en esas tierras.
Aparte de poner la tierra nos tocó a nosotros hacer todo el trabajo: cocinar, sembrar,
raspar la hoja y al final sacar la pasta. No sabíamos empastar la hoja porque eso ya
tiene que ver con procesos químicos. Fue en ese momento que me tocó aprender a
“cocinar”, que es como llaman al proceso de convertir las hojas de coca en pasta de
coca. Con las repartijas sacamos algo de dinero pero después de eso se puso muy
malo el cultivo de coca porque los precios se fueron pa’l suelo: el gramo que estaba
a 2000 pesos lo empezaron a pagar a doscientos o trescientos pesos ¡Imagínese! Me
paso como con la marihuana: cuando yo pensé que el negocio me iba a favorecer
justo entraba en crisis.
En ese momento decidí devolverme a Playa Güío. A diferencia de lo que pasó con
la marihuana, que fue una bonanza muy rápida, trabajar con la tal coca ya se estaba
volviendo riesgoso y violento. Los patrones muchas veces mandaban matar a los
trabajadores porque no respondían en su trabajo o porque unos les debían a otros.
Por esa época se veían bajar muchos muertos flotando por el río, en los caños, en
las trochas, por todos lados. Eso de la coca en los primeros años fue bueno para
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algunos, pero también fue muy peligroso porque se manejaba mucha plata y, como
usted sabe, la plata despierta envidias y trae problemas. Llegó el momento en que
la avaricia de los patrones era tan grande que podían matar al trabajador solo pa’
ahorrarse unos pesos y quedarse con la plata que le debían como pago por su trabajo.
Se estaban despertando muchas envidias y la plata enceguece a las personas. Por
esa razón me salí de eso: sentía que en cualquier momento me podían traicionar y
matarme por la espalda, como si fueran tigres.
La coca atrajo a muchos campesinos al Guaviare. Algunos que vinieron detrás de
la coca terminaron con un pedazo de tierra en Playa Güío. Esa fue, digamos, como
una segunda ola de colonización. Muchos de los campesinos que vinieron detrás de
la coca lo hacían porque no tenían nada en sus tierras de origen y habían escuchado
las historias de amigos y familiares que el apogeo de la coca estaba bueno por estos
lados. Si ve, algunos llegamos hace mucho tiempo huyéndole a la violencia y a la
pobreza; otros llegaron tiempo después por la misma razón. Las cosas no cambian
y el pobre siempre sigue siendo pobre. Muchos llegaron a raspar o a sembrar, pero
los precios de la coca variaban mucho y algunos campesinos intentaron más bien
comprar un pedazo de tierra en la vereda. A pesar de todo, como parte de la vereda
queda en la vega de río, la tierra produce buen arroz, plátano, maíz, yuca y cacao.
Además siempre se podía marisquear algo o sacar pescado de las aguas de la laguna
o del río, porque eso sí: ¡esta tierra es tan prodigiosa que uno aquí de hambre no se
deja morir!
Si usted mira con cuidado se dará cuenta que en Playa Güío no hubo muchos cultivos
de coca. Que yo recuerde por ahí hubo unas tres o cuatros fincas con cultivos de
coca. Había uno que otro cultivo pero nunca eran muy grandes, eran por ahí unos
gajitos regados, de menos de dos hectáreas. Yo creo que eso fue porque Playa Güío
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estaba muy cerca al pueblo y la coca se da mejor en los lugares alejados, en donde se
puede sembrar más y no llega la fuerza pública a fumigar. Además de eso, las tierras
de Playa Güío son inundables y no es fácil tener un cultivo permanente de coca
porque se lo lleva la inundación; y eso sí que es cierto porque a más de uno en la
vereda las inundaciones le dañaron sus cultivos con coca. Lo otro es que Playa Güío
queda en la ruta donde vuelan los aviones que van hacia San José, así que cualquiera
que sobrevuele se daría cuenta de esos cultivos.
Es verdad que en algunas ocasiones nos tocó sembrar coca o jornalear como
raspachines porque la situación estaba dura, estábamos endeudados y no teníamos
apoyo del Estado. Por años ensayamos sembrando distintos cultivos: que arroz, que
cacao, que yuca… ya le conté, pero ninguno daba buena plata. Era una historia de
nunca acabar: uno empezaba con ilusión y terminaba con un fracaso, y la familia
ahí: esforzándose pa’ salir de la pobreza. Los costos de sacar la producción eran
muy altos y si había alguna ganancia, a nosotros nos tocaba el pedazo más pequeño.
Aunque con la coca sucedía lo mismo, y es cierto que uno como cultivador se ganaba
más que con los demás cultivos, pero a la larga el riesgo era mucho; la verdad es que
no valía la pena correrlo y al final yo no volví a sembrar la coca. Victoria siempre
me aconsejaba: “mijo, no se deje engatusar con la coca: puede que le deje alguito de
plata pero también le trae muchos problemas”. Y me remataba el sermón diciendo:
“Acuérdese, Josesito –como me llamaba cariñosamente–: lo que por agua viene, por
agua se va”. Yo escuchaba sus consejos y trataba de tener presente que la tranquilidad
no tiene precio. La mujer tenía razón; póngale cuidado a esto:
Hay una variedad de la coca que se llama coca amarga, y bien amargo ha sido el
recuerdo de la coca que han tenido las mujeres. Muchas dicen que por culpa de la
coca perdieron a sus maridos o a sus hijos. Y lo que se ve es que la coca si separa las
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familias, los hombres se van lejos a raspar dos o tres meses y a varios los terminaron
matando pa’ que el patrón se ahorrara unos pesitos. También otros murieron por
peleasen las cantinas después de las raspas o por ajustes de cuentas con los patrones
de la coca. Incluso una vecina llegó a Playa Güío huyéndole a la coca porque su hijo
de 14 años ya era un raspachín de cualquier doce o quince arrobas, ya ni estudiaba
y los cultivadores importantes se lo peleaban pa’ que les trabajara. Por eso es que
muchas mujeres dicen que con la coca no más, por el dolor que les trae recordar
a los seres queridos que se les llevó. Menos mal que mi Victoria me decía lo de no
dejarme engatusar: al final, le hice caso y decidí no arriesgar el bienestar de mi
familia por unos cuantos pesos. Pero a pesar de todo, mucha gente sí se enriqueció
con esa coca, y fueron los años en los que San José del Guaviare se puso así, bien
grande, como es ahora. Por eso recuerde: ¡no hay río que crezca solo con agua
limpia!

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Lo que el agua trajo…
En 1986 sucedió algo que nos cambió la vida acá en la vereda porque nos
enseñó sobre el poder de la naturaleza y la importancia de ayudarnos con los vecinos
pa’ salir adelante. En el invierno de ese año el río inundó muchísimo, como nunca
antes desde que llegamos. La inundación llegó casi hasta la carretera principal y todas
las banquetas quedaron lavadas. Así duró como veinte días. En esa época éramos
hartos en la vereda y todos quedamos muy afectados. Yo había hecho potreros pa’tener
algunas vaquitas pero se me ahogó todo el ganado. Como no teníamos a donde sacarlo
el ganado se dañó, porque se le pelaron las patas y quedó muy mal. También perdimos
los animales de corral y ni qué decir de los cultivos: perdimos todos los cultivos que
teníamos y aunque algunas veces los cultivos aguantan las inundaciones, nunca habían
sido así de largas y fuertes como esa vez. Recuerdo que la hija de una vecina había dado
a luz como quince días antes de la inundación, y así y todo le tocó ponerse a ayudar a
atajar el ganado nadando, contaba que le impresionaba los montonones de hormiguitas
en los palitos que iban por encima del agua y las culebras ¡Imagínese ella haciendo
semejante esfuerzo estando en dieta! Era una mujer muy verraca, y al final le tocó salir
con sus cosas y su hijo recién nacido pa’l pueblo porque la inundación ya se le estaba
metiendo a la casa. 49
Casi todos los vecinos de la vereda quedamos jodidos por la inundación. A muchos
les tocó vender su finca a precio de huevo; para esa época muchos estábamos
endeudados con la Caja Agraria, y como no nos dieron más plazo pa’ pagar ni nada,
la única posibilidad que les quedó a muchos fue vender lo poco que tenían. Después
de eso, gente pudiente de San José fue comprándole poco a poco la tierra a los que
vivían del lado del caño. Así fueron uniendo todas esas tierras en una sola finca
grande. Y así es como les han quitado la tierrita a los campesinos: si no es por la
violencia entonces se aprovechan de las tragedias naturales y lo cogen a uno bien
indefenso. Eso sí, ahí en esa finca no tumbaron más montaña, sino que volvieron
potreros lo que antes habían sido fincas de los vecinos de Laguna Negra. Hoy en día
esa es la única finca que tiene ganado en la vereda. En cambio, después de mirar que
el río era una amenaza para la ganadería, nosotros empezamos a trabajar duro en
la agricultura. Esa lección la aprendimos con semejante inundación. Eso fue lo que
el agua nos trajo.
Esa inundación generó muchas cosas y nos cambió la vida: se acabó la vereda
Laguna Negra, porque ese lado del caño se quedó sin gente y por eso a las familias
que vivíamos en el caño nos tocó unirnos a la vereda Playa Güío. Imagínese que
la casa blanca que queda en la isla era la escuela, pero después de la inundación la
cerraron porque se quedó sin niños.
Durante la inundación unos se fueron para La Argelia y otros nos fuimos para el
pueblo mientras mermaba el nivel del río; eso duró como veinte días y solo cuando
mermó ya pudimos volver. Esa inundación fue muy verraca. En esa época había
sacado un crédito en la Caja Agraria para poder trabajar. Gasté mi plata y eché
una cosecha para responderle a la Caja y vino el río y me mató todo lo que tenía.
Entonces quedé con una deuda en la Caja y ahí sí quedé jodido y me puse a trabajar
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verracamente, porque yo toda la vida he sido bueno para trabajar. Jazmín, la hija
mayor, ya le ayudaba a Victoria a hacer los oficios de la casa, mientras que Antonio
ya empezaba a ayudarme a echar azadón y salía a marisquear y a pescar conmigo.
El pequeño, Pedrito, todavía era muy pequeño pa’ coger la peinilla o el azadón pero
eso sí: le ayudaba a la mamá a cuidar las gallinas, a desyerbar la huerta o lo que
pudiera. Todos poníamos nuestro esfuerzo pa’ salir adelante y pagarle la deuda a la
Caja. Claro, ya no tengo la misma energía pa’ trabajar porque ya estoy viejo pero me
llena de orgullo saber que crie a mis hijos para que fueran solidarios y responsables.
Pero bueno, esa inundación sí que nos tocó duro. Fue tan fuerte que nos tocaba
salir a buscar el ganado montados en una lancha con motor. Tan pronto se avistaba
a una res sumergida en el agua, se le enlazaba y después se le amarraba a un palo
en un terreno un poco más seco. Esa vez se me ahogaron como veinte vacas, y las
que quedaron vivas se enfermaron por estar al agua durante tanto tiempo. Esa vez
el gobierno sólo nos ayudó con unas remesitas y unas palas, pero eso no era nada
para todas las necesidades que estábamos pasando. Imagínese, de qué me iban a
servir unas palas si yo tenía una deuda con la Caja Agraria que no daba espera. Lo
que recibimos del gobierno fueron limosnas.

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Añoranza de la unión de los
vecinos
Nos sorprendió ver semejante inundación después de
tantos años viviendo en la vereda. El río lava siempre en invierno,
pero nunca como en 1986. La naturaleza es poderosa y no hay nada
que pueda hacerse contra ella cuando pasan cosas como esta. Pero hay
que aprender de las situaciones difíciles. Después de la inundación
decidimos crear nuestra Junta de Acción Comunal. Haga de cuenta
que estas juntas son para que las personas de las veredas se organicen,
elijan a su presidente, su secretario y su fiscal. Y la junta lidera,
coordina y apoya el trabajo y la vida en comunidad. Cualquier persona
mayor de dieciséis años que viva en la vereda puede inscribirse en el
libro de afiliados, y para permanecer dentro de la junta tiene que ir
a las reuniones y participar en las actividades que se propongan. La
idea de la junta es que todos los miembros participen en comités de
trabajo: hay comité de educación, de obras públicas, de conciliación,
y recientemente se creó el comité de medio ambiente. Cuando una institución va a
dar una capacitación o una ayuda, eso se coordina por medio de la Junta de Acción
Comunal. Usualmente las reuniones de la junta se hacen en la escuela o en la casa del
presidente. Antes de que estuviéramos en la Junta estábamos igualmente organizados
y trabajábamos todos juntos, así que la junta nos ayudó para fortalecer ese trabajo
comunitario que ya traíamos desde que fundamos la vereda. Entre todos arreglábamos
las trochas, limpiábamos el caño, armábamos los puentes, y nos ayudábamos a armar
las casas y hacer las fincas. ¿Recuerda que le conté que a eso antes lo llamábamos
“manovuelta”? Es una forma muy bonita de llamar la solidaridad y el apoyo entre
vecinos: entre todos sumábamos fuerzas. En principio las juntas son muy buenas
porque si todos estamos organizados es más fácil resolver los problemas y gestionar
las cosas que son importantes para la comunidad. Yo escuché que hubo lugares del
Guaviare donde las juntas se crearon fue por orden de la gente del monte, pero acá fue
a raíz de la inundación que decidimos crear la junta para ayudarnos y gestionar más
apoyos cuando volvieran a suceder cosas la inundación. La junta de Laguna Negra
se creó en 1986 y la de Playa Güío en 1992. Esta terminó siendo la que reunió a las
dos. De las cosas buenas que hizo la junta al principio fue la organización para abrir
la trocha desde la carretera principal hasta la vereda, la limpia del caño para poder
navegar fácilmente y la construcción de la primera escuela.
En la junta ha habido buenos líderes, presidentes que buscan proyectos, que hablan
con las instituciones y que coordinan las ayudas a los habitantes de la vereda cuando
tienen problemas. Por ejemplo, fue un presidente de junta el que planteó el proyecto
de la cooperativa ecoturística que tenemos ahora. Eso fue cuando llegó el programa
de Familias Guardabosques y en ese momento conseguimos sacar definitivamente la
coca de la vereda. Pero no todo es color de rosa. Otros presidentes en cambio, han
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tenido problemas con la comunidad: desconocen las normas de las juntas, tienen un
empoderamiento personal del cargo y toman decisiones sin consultarle a la comunidad.
Incluso fue por problemas de la junta que se terminó cerrando la segunda escuela que
se construyó por los lados del río, y hoy todos los niños van a la escuela de El Retiro
que es una vereda vecina.
Cuando yo me pongo a recordar la historia de la vereda me doy cuenta que antes
había un sentido de solidaridad más fuerte entre todos los vecinos. No es que crea
que los tiempos pasados eran mejores porque sí; lo que veo con tristeza es que a
diferencia de antes hoy en día la desunión en la vereda en general nos afecta a todo,
pudiéndonos ayudar. Por eso los más viejos tenemos tanta añoranza de como era
antes. Eso hacíamos hasta fiestas juntos, es que no era solo pa’ trabajar. Yo tengo
añoranza de la unión del pasado. Pero ¿sabe? también es que yo me acuerdo con
nostalgia de esas épocas en las que más nos ayudábamos: teníamos menos que
ahora, los niños estaban pequeños, los riesgos eran muchos, pero ahí estábamos
todos apoyándonos.
Pero bueno, ya después de tener la junta en los años noventa comenzaron a llegar
esos programas que llaman de desarrollo alternativo del gobierno y de las Naciones
Unidas. El objetivo de esos programas era que los campesinos que tenían cultivos
de coca los erradicaran. Y sabe que es lo más triste: ahí es cuando uno se da cuenta
que nosotros solo le empezamos a importar al gobierno cuando nos metimos en lo
de la coca. Mientras tratábamos de ganarnos la vida de otra manera no nos ponían
cuidado, no nos ayudaban pa’ nada… si acaso con un crédito que luego nos quedaba
difícil pagar y por eso muchos perdieron sus tierras.
En esos programas nos daban semillas para cultivos alternativos como el cacao,
que nosotros ya sembrábamos pero de unas variedades diferentes. También traían
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capacitaciones para hacer abonos, aunque muchas veces nosotros ya sabíamos
mucho de lo que nos enseñaban y los técnicos de las instituciones venían era a
tomarnos la foto y recoger las firmas pa’ cobrar su plática. También nos dijeron que
había que ponerse a sembrar yuca porque iban a comprar todo lo que se sacara,
pero ¡qué! como la historia de nunca acabar: no compraron nada y se perdió toda
esa yuca. Hasta créditos nos ofrecieron por esa época. Pero, como dicen: “al perro
no lo capan dos veces”. Yo sabía que no podía aceptar más créditos: ya me había
pasado lo del lío que tuve para pagar el crédito que me dio la Caja Agraria así que
decidí no aceptar el crédito porque el riesgo era terminar más endeudado y sin la
tierrita, que es lo único que podré dejarle a mis hijos y nietos.
Por allá en el año 2005 llegó otro programa a Playa Güío que se llamaba Familias
Guardabosques y con él nosotros empezamos a plantearnos la creación de la
Cooperativa Ecoturística. La condición para entrar a ese programa era acabar con
la última planta de coca que estuviera sembrada en la vereda. Pero, como conté
antes, en la vereda no había mucha coca: de los pocos que quedaban con cultivos el
que más tenía no pasaba de una hectárea. La represión a los cultivos era mucha y la
gente sabía el riesgo que corría con esos cultivos.
Como la condición para entrar al programa y recibir la ayuda del gobierno era que
en la vereda no hubiera cultivos de coca, entre todos arrancamos los cultivos que
quedaban por ahí y después vino la veeduría del programa a mirar que en verdad los
hubiéramos arrancado. Después nos empezaron a dar esa ayudita de seiscientos mil
pesos cada dos meses, y para recibirla nos tocaba incluso ahorrar y asistir a varias
reuniones. Muchos quedaron aburridos con eso, pero para ser honestos, aunque no
fuera mucha la platica nos ayudaba en algo.
Las reuniones y capacitaciones del programa eran muy similares a las que recibimos
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con los programas de Naciones Unidas sobre cómo cuidar los bosques, cómo
conservar, cómo trabajar la tierra y cómo hacer unos proyectos productivos. Nos
enseñaban también formas para asociarnos y nos recomendaban que formáramos
una asociación o cooperativa con los ahorros que lográbamos sacar de los subsidios
que recibíamos. Es cierto que a varios de la vereda nos les gustaba mucho ir a esas
capacitaciones porque eran cada dos o cinco días y el tiempo que uno le dedica a
esas reuniones es tiempo que uno deja de sembrar y cuidar los cultivos. A los que
les quedaba cerca el lugar de la reunión no les importaba mucho pero sí a los que les
quedaba retirado asistir. Vea que hay sitios en la vereda que quedan a más de una
hora a pie de otros. Así que a varios se les complicaba ir o si asistían lo hacían por
obligación. Cuando entramos al programa nos empezó a llegar el pago y como igual
no dependíamos de la coca, esa platica nos complementaba la economía y nos servía
para comprar remesa. Pa’ que le digo, pero a pesar de todoso los problemas al final
ese programa si nos sirvió en algo porque de allí surgió la idea de recibir turistas
en la vereda y ganar algo de platica conservando la selva y cuidando los animalitos.
Incluso las actividades del programa nos ayudaron a recuperar algo de la unión en
la vereda que se había perdido; eso sí: nunca volvimos a ser tan colaboradores entre
nosotros como era antes, en los tiempos de la fundación de la vereda.

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Llegó el ecoturismo
Con las ayudas que recibimos del programa de Familias
Guardabosques empezó una transformación en la vereda. Por
iniciativa del presidente de la Junta de Acción Comunal decidimos
crear la Cooperativa Ecoturística Playa Güío con la intención de
organizarnos alrededor de eso que llaman ecoturismo, para ganar
plática a partir del cuidado de la naturaleza y poder reemplazar los
ingresos que la coca nos daba. Esa idea se le ocurrió al presidente,
como resultado de un ciclopaseo que él propuso para traer gente
del pueblo a visitar la vereda. Un día llegó el vecino y me dijo:

-¡Compadre! Tengo la idea de traer a personas en bicicleta a


la vereda y también a los funcionarios de Parques Nacionales,
a los del parque Chiribiquete, que nos podrían colaborar.

Al principio la idea me pareció rara porque a pesar de estar tan


cerca al pueblo pocos conocían por acá, pero le seguí la idea y le
ayudé a organizar las cosas. Él me explico:
- La gente del parque del Chiribiquete nos dio como cincuenta
camisetas. Con las boletas ya podemos organizar el ciclopaseo y darle
almuerzo, refrigerio e hidratación a la gente para el camino.

Teníamos cuarenta boletas y se vendieron rápidamente. Con la plata compramos


las gallinas para hacer el sancocho, naranjas pa’l jugo y partimos caña y las pusimos
en bolsitas, preparamos mango con sal ¡de todo! La idea era ofrecerles variedad de
cosas a los ciclistas. Teníamos mucha expectativa y el día de la salida llegamos con
el presidente de la junta al punto de encuentro a las 8:00am, que era la hora a la que
habíamos quedado para encontrarnos, pero cuando llegamos al sitio no había nadie
¡Se puede imaginar! Estábamos nerviosos porque este evento era muy importante
para nosotros… este evento nos serviría para comprobar si eso del ecoturismo podía
ser o no una verdadera alternativa para nosotros en la vereda. Era como cumplir
un sueño al que le habíamos apostado, pero el tiempo pasaba y ya eran las 8:30am y
nadie llegaba. La verdad es que nos empezamos a sentir bastante aburridos. Ya iban
a ser las 9:00 am cuando se me acercó el vecino y me dijo:

- ¡Compadre, nos dejaron plantados! No llegó nadie.

Habíamos organizado a todos los pelados de la vereda: unos eran ayudantes de


cocina, otros eran guías, todos ayudarían con la logística. Y ellos estaban todos
listos en la vereda pa’atender a los visitantes pero nadie llegaba; y eso que habíamos
vendido las cuarenta boletas. Estábamos a punto de irnos cuando a las 9:30am
vimos llegar a los primeros inscritos en el ciclopaseo. La verdad que al verlos llegar
nos empezó a volver el alma al cuerpo; nuevamente nos llenamos de optimismo y
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valió la pena. Al final llegaron 80 personas, y hasta llegaron los de una empresa de
aguardiente y dijeron que ellos querían participar con una camioneta para vender
cajitas y organizar la fiesta ¡Y se formó el paseo más grande que nadie esperaba!
Salimos más de cien personas del pueblo hacia la vereda. Como ochenta personas
venían en bicicletas y el resto en motos y en carros. Y llegamos a la vereda en la parte
del caño y dejamos a un muchacho como celador cuidando las bicicletas, las motos
y los carros cerca al Caño. Montamos a los visitantes en la canoa y en dos voladoras
que habíamos conseguido. A todo el que llegaba se le daba su preparadita de borojó,
su pedacito de caña, su pedacito de mango y su copita de aguardiente, porque eso sí
todo el mundo tomaba su aguardiente. Todo mundo contento y de ahí arrancamos
a la laguna. Los llevamos en la voladora hasta la casa de don Chucho y la mayoría
de la gente no conocía la laguna. Y entonces todo el mundo quedó encantado, y
la gente empezó a bañarse en la laguna. Luego del baño los llevamos a almorzar
y ya se imaginará que nos tocó matar más gallinas y hacer más preparada porque
llegaron muchas más personas de las que habíamos previsto. Llegaron las cinco
de la tarde y todavía estábamos tratando de sacar gente; muchos no querían irse
porque estaban bien contentos. Sobraron unas cuantas cajitas de aguardiente y esa
noche decidimos con la comunidad tomarnos unos tragos y compartir como hacía
mucho tiempo no lo hacíamos. Vimos que valía la pena dedicarnos a trabajar en eso
del ecoturismo. Con ese primer evento le demostramos a más de un incrédulo que
si nos organizábamos bien, la gente si se animaría a visitarnos.
Como puede ver, el ciclopaseo fue todo un éxito. Sobre todo, sirvió para convencer
a algunos vecinos de la posibilidad de trabajar en el ecoturismo. Claro que no todos
estuvieron de acuerdo y hubo algunos que no quisieron vincularse con el proyecto,
pero la verdad es que fueron muy pocos. Y como dicen, ese programa de familias
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guardabosques exigía que todos estuviéramos en la cama o todos en el piso: si uno
solo de nosotros no respondía al programa todos terminaríamos perjudicados.
Entonces nosotros mismos nos reunimos y como había uno de nosotros que estaba
cerrado a la banda en que no quería entrar al programa, finalmente lo logramos
convencer. A cambio, entre otras cosas le ofrecimos al muchacho sembrarle unos
cultivos de maíz pero él dijo que no. Decía: “Eso no da nada de plata ¡El cultivo se
lo terminan comiendo los micos maiceros y los loros!”. Y la verdad es que a veces
pasa eso: cuando uno siembra, el cultivo se lo lleva la plaga o si no la inundación.
Lo cierto es que apenas terminó la ayuda económica que nos daba el programa de
Familias Guardabosques, el muchacho no quiso entrar a la cooperativa ecoturística
y se fue de la vereda. Lo importante es que la misma comunidad fue a quitar la
coca que ese muchacho tenía sembrada en su chagra, y que era lo único que nos
tenía trancados para avanzar en el programa. Y es que nosotros en la vereda fuimos
los primeros en meternos en eso del ecoturismo y aun somos un ejemplo en el
Guaviare. La cosa fue que los funcionarios de Acción Social estaban interesados
en que todo esto terminara bien, y claro, Playa Güío fue de las únicas veredas del
Guaviare que sacaron adelante el programa sin mayores problemas. En cambio, en
otras veredas hubo muchos problemas entre vecinos porque unos querían entrar al
programa y otros querían seguir con la coca, y no estaban dispuestos a reemplazar
sus cultivos de coca sin una alternativa económica viable.
Al principio, la cooperativa contó con buena ayuda del gobierno para arreglar
nuestras casitas con energía solar, baños y pozos sépticos; todo para poder recibir a
los turistas. Eso sí: nosotros no queríamos que las ayudas fueran únicamente para
construir cabañas para turistas. Nosotros dijimos que antes de cualquier cosa nos
tenían que ayudar a mejorar nuestras casas porque no queríamos ver a los turistas
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durmiendo en cabañas muy bonitas mientras que nosotros apenas dormíamos
encima de cuatro tablas.
¡Y así fue! Victoria estaba muy contenta con los arreglos porque para esa época
ella ya estaba empezando a enfermarse y era bueno que las cosas mejoraran. Había
ilusión en sus ojitos porque era principiar un cambio hacia algo mejor. Ella me dijo
una vez:

- Mijo, estos cambios que se vienen con la cooperativa son buenos para
todos los vecinos. Imagínese que va a ser la primera vez que podremos tener
algo propio sin depender de esos apogeos. Y a nuestra edad vamos a estar
más tranquilos sin tener que cultivar coca o sin jornalear en tierra de otros.

Pero vea que a pesar de las cosas buenas que Victoria veía en la cooperativa, muchos
de nuestros vecinos no creían en eso del ecoturismo. Lo que más decían era que el
Guaviare era una “zona roja” y que nadie se iba a arriesgar a visitarnos. Pero por
fortuna, no todo era negativo. Por ejemplo, la gente Parques Nacionales empezó
a ayudarnos, a darnos ideas y charlas sobre ecoturismo. Incluso, nos llevaron con
la gente de la Secretaría de Cultura y Turismo a unas salidas a Santa Marta y a las
islas del Rosario, en el mar Caribe, para que conociéramos otras experiencias de
ecoturismo con comunidades campesinas como nosotros. Esos viajes fueron muy
buenos porque nos dimos cuenta de muchas cosas buenas que teníamos acá para
desarrollar la iniciativa ecoturística. Imagínese que en las islas esas no tenían agua
dulce y aun así les iba bien. Mi Victoria decía: “Si les iba bien a ellos que casi no
tienen agua dulce ¿por qué a nosotros no nos va a ir bien si acá tenemos agua por
todos los lados: tenemos el río Guaviare, el caño y la laguna?”.
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Con esas salidas fue cuando nos terminamos de dar cuenta de que sí se podían
hacer cosas con el ecoturismo, porque las comunidades que visitamos se habían
organizado bien y a pesar de los problemas, el ecoturismo también les ayudaba a
vivir bien. Otras instituciones también nos ayudaron a construir las cabañas para
los turistas, a arreglar los senderos para caminar, a hacer algunos puentes sobre los
caños y a poner letreros con información de la zona. La verdad es que la vereda
se miraba muy bonita por ese entonces y las mejoras fueron un gran cambio para
nuestra calidad de vida. Incluso gracias a eso, hoy en día ya tenemos la electricidad
que hasta hace un año todavía no nos había llegado. Lástima que mi Victoria no haya
podido disfrutar de esto último. Ese era el sueño que nosotros teníamos: que nos
llegara la electricidad a la casita, pero ella no lo alcanzó a hacer realidad. Perdóneme
y le cuento este momento triste de mi vida.
Yo guardo un sabor agridulce de esa época: ya habíamos pasado lo de la coca, y
la cooperativa nos estaba abriendo nuevas opciones de vida, pero para esa época
Victoria se empezó a enfermar. Se puso malita y aunque fuimos varias veces al
hospital en San José nunca le dieron con lo que tenía: que una cita con el médico
general dentro de una semana, que un examen con el especialista dentro de dos
meses, que otro examen con otro especialista dentro de tres meses… y así… se fue
mucho tiempo en exámenes pero las curas nunca llegaron. Así que ella se mantenía
en la casa cansada y cuidándose con sus yerbitas de la huerta, pero toda esa energía
que tenía se le empezó a apagar y yo presentía que nos estaba dejando. Por más que
quisiera no la podía ayudar. Cuando estaba bien malita yo trataba de no dejarla
sola. Pero un día madrugué a desyerbar el cultivo de maíz y ella se quedó en la
cama escuchando la radio para no esforzarse porque las ganas ya no le daban ni
pa’ levantarse. Cuando volví, seguía en la cama pero nunca más despertó. Yo estaba
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solo porque mis hijos ya habían crecido y habían formado sus propias familias. Su
muerte fue dura para todos. Claro, la vida nunca volvió a ser la misma en nuestra
casa porque Victoria era la que nos daba el amor y la fuerza para seguir. Fue mi
compañera en esta aventura de ir a la pata de los baldíos y la mamá de mis hijos.
Pero como en todo: la vida tiene que seguir a pesar de la tristeza.

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Cerrando la historia
Con la pérdida de Victoria yo me propuse ocupar mi
tiempo en sacar adelante las cosas que mejoraran la calidad de
vida de los habitantes de la vereda. La cooperativa era como un
sueño hecho realidad: era la posibilidad de vivir dignamente sin
necesidad de tumbar montaña ni de pasar por las angustias que
traía la coca, esa misma que Victoria me decía que no me dejara
engatusar. Lo más bonito era pensar que podía haber mucha gente
interesada en recorrer estos caños, estos senderos y esta laguna pa’
apreciar lo bonito del paisaje, pa’ disfrutar las aves y los micos…
seguramente es muy difícil que vuelvan los tigres y las panteras
pero por lo menos la ilusión es no acabar con los animalitos que
quedan.
Volviendo a la historia de cómo se empezó a fortalecer la
cooperativa, le cuento que los de Parques Nacionales nos regalaron
las dos voladoras a motor que usamos para llevar a los turistas por
el Caño Negro, por la laguna y por el río. Una la tenemos en el río
y la otra en el caño, y nos han servido mucho también para salir
a pescar en la laguna y a los del río les sirve para sacar a vender sus cosechas hasta
Puerto Arturo.
Hay muchas historias sobre esas voladoras. Vea que una vez en época de año nuevo
vinieron a pasear unos turistas a la vereda y al amanecer los llevé a la laguna para
pescar…y eso salió ese solazo bien rojo. No se imagina la felicidad de ellos por ver
ese espectáculo. Esa vez me di cuenta que realmente nuestra vereda es muy hermosa
y que por vivir aquí todos los días esas cosas pasan de agache, a veces no apreciamos
esas cosas que los turistas vienen a disfrutar. Ese día pescamos con cañas de pescar
que ellos habían traído, nadaron en la laguna y nos cayó un aguacero volviendo
a la casa, pero a nadie le importó. Estaban tan encantados que hasta la lluvia la
disfrutaron. Es que la gente de la ciudad disfruta mucho esto, y disfrutaron dejarse
mojar por uno de esos aguaceros de esta región y llegaron felices a comerse los
pavones que pescamos en la laguna y que quedaron como pa’ chuparse los dedos.
No le digo que cuando vienen los turistas y se sorprenden con las cosas que ven es
que uno se da cuenta que de verdad vivimos en un paraíso. Otra con tres muchachos
de una universidad que estaban trabajando con nosotros, fuimos a guindar unas
mallas en la laguna al atardecer y nos cogió la noche de regreso. Como el cielo
estaba despejado salió una luna grandota que iluminaba hartísimo. La verdad es que
yo pocas veces había visto una luna tan fuerte y grande. Esa vez pudimos apagar las
linternas y maniobrar por el caño con la propia luz de la luna, que nos alumbraba las
caras como si fuera de día. Como la luna era tan fuerte los micos estaban alborotados;
imagínese: ellos por lo general a esas horas de la noche ya están dormidos pero esa
noche no. Eso saltaban por los árboles del caño tratando de vernos a nosotros más
de cerca. ¡Hasta yo estaba impresionado con ese espectáculo! Y gracias a esa luna
la pesca estuvo muy buena y al otro día las mallas estaban llenitas. ¡Sí que comimos
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pescado esa semana! Que bocachico sudado, que bocachico frito, que caldo de
cucha, que bagre sudado, que pavón frito, que caribes sudados…¡mejor dicho! Y
el pescado acompañado con yuquita y platanito sacado de la propia finca. Eso es lo
que más disfruta la gente cuando nos visita.
Una de las cosas divertidas del ecoturismo es que al tiempo que uno trabaja también
disfruta y se ríe de las cosas con las que salen los turistas. Me acuerdo un día, por
allá en el raudal del río Guayabero, que íbamos en la lancha con varios turistas y
nos encontramos una tonina muerta que estaba flotando en el río. Esa vez a esa
gente no le importó que la tonina estuviera ya oliendo maluco y se la cargaron a la
embarcación para tomarse fotos con ella. Si así es con una tonina muerta ¡Imagínese
cómo se ponen cuando las miran vivas nadando y saltando del agua! Esa vez a mí
me dio risa y me di cuenta que puede que a uno le parezcan normales esos animales
o esos paisajes, porque uno ya lleva aquí en la vereda mucho tiempo, pero a la gente
de afuera, de otros lugares de Colombia o a los extranjeros, muchas de estas cosas
les parecen llamativas y muy bonitas: que los micos, que los pájaros, que el río, que
las toninas, que la laguna… Imagínese, en otros lados no tienen nada de esto: ni
selva, ni yuca, ni animales de monte, ni nada de esto.
Una vez a un turista le servimos cachirre moquiado, que es el mismo caimán o
babilla pero envuelto en hoja de plátano debajo de una fogata, y como esa carne es
blanca y suavecita pensó que se estaba comiendo una yuca y a mí me agarró una
risa que no podía, hasta que él se dio cuenta y me preguntó qué se estaba comiendo.
Cuando le dije, no lo podía creer. Otro día vino toda una familia con abuelita
incluida y la señora desde las cinco de la mañana ya estaba revoloteando por todos
lados y le llegaba a mi señora a la cocina pa’ tomarse con ella el tintico de la mañana
y cotorrear desde esa hora ¡No dejaban dormir!
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Otro día nos pusimos a cocinar con un turista y como la cocina es de leña, le
estábamos metiendo palos pa’ que prendiera el fogón, cuando se apareció con la
semilla de la yuca que pa’ meterla en la fogón ¡Vea usted! Claro, como la semilla
estaba toda terrajosa parecía un palo y el qué iba a saber que era la semilla de la
yuca. Menos mal que alcancé a darme cuenta y no dejé que la metiera al fogón
porque si no me hubiera dañado toda la semilla ¿y luego yo con qué iba a cultivar?
Esa vez sí que me dio risa. Pero eso es lo bueno de recibir a los turistas, porque uno
les muestra cómo es vivir en el campo y se pasa bueno con ellos. Con algunos hasta
hemos terminado jugando billar en el pueblo al son de una buena música y cervezas
bien frías.
Otra cosa bien interesante son los estudiantes universitarios que vienen a visitarnos.
Este es un lugar muy interesante para ellos, sobre todo para los biólogos, para los
observadores de aves, para los agrónomos, y para los que les gusta el turismo de
naturaleza. Ellos vienen, toman muestras, hacen salidas de campo, y recolectan
un montón de bichos que luego los meten en tarritos. Yo aprendo mucho de
ellos también. Veo como hacen sus cosas pero también les enseño lo que uno va
aprendiendo luego de vivir por tantos años en estas tierras. Hay estudiantes que se
quedan hasta veinte días en las cabañas y como vienen en carros de las universidades
eso volteamos pa’ arriba y pa’ abajo con esa gente mostrándoles todos los rincones
que hay que visitar por estos lados. No le digo… no hubiéramos conocido nada de
esto si no hubiéramos acogido el ecoturismo como una opción. Claro, no todo ha
sido fácil pero aquí vamos en nuestra lucha: aprendiendo de los errores y mirando
con optimismo pa’l futuro porque ¿qué más queda?
Como le he contado, mi historia y la de mi familia ha estado llena de vivencias y
experiencias, unas muy duras y otras bonitas. Pero con la ayuda de dios, mi machete
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y los vecinos aquí en Playa Güío tenemos sueños y ganas de que nuestros hijos y nietos
puedan tener una vida mejor. El ecoturismo se ha convertido en una posibilidad
para mejorar nuestra calidad de vida y al tiempo cuidar del medioambiente y de
eso estoy convencido. Es como cuando uno de mis vecinos, que le toca viajar a cada
rato, dice:

- Una de las salidas que tenemos es el turismo de naturaleza, porque yo


el único producto que no nos puede “chiviar” es la naturaleza que tenemos
en Playa Güío. Es que el Guaviare y Colombia van tener su futuro en lugares
como este, en aprender de los animales, en avistar aves y micos, en los estudios
ambientales y en admirar toda la belleza que nos rodea.

La verdad es que yo creo que el vecino tiene razón, pero también creo que hay otras
razones más. Para mí lo principal es que así podremos cuidar más esta tierrita que
tanto nos ha dado. Nosotros sabemos que al limpiar monte los miquitos y loros
pierden ese pedacito de tierra de donde consiguen la alimentación. Si nosotros
conservamos y no tumbamos podríamos volvernos como un refugio de todos los
animales. De hecho los más jóvenes de la vereda están proyectando este lugar para
la conservación, como un refugio de los animales que por allá en otros lados están
explotando, matando, acabando. Inclusive los animales saben y perciben quiénes
les hacen daño. Los animales antes se le acercaban a uno pero desde que los cazan y
los matan ellos huyen y evitan el contacto con el ser humano. Entonces ellos buscan
lugares donde se puedan refugiar. Recuerdo que Victoria sembraba veinte matas de
plátano y cinco de ellas las dejaba madurar harto para que los pajaritos y los micos
se alimentaran. Eso era una belleza.
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Además, al cuidar el monte también nos podemos servir de él de otras maneras.
Dejar quieto esos rastrojos es bueno porque los visitantes aprecian la naturaleza.
Porque imagínese que no cuidáramos la naturaleza, lo natural que tenemos aquí,
entonces no podríamos compartir con ella y más cuando sabemos que ella nos está
sirviendo.
Mis hijos y varios de los hijos de mis vecinos, que ahora tienen sus propias familias,
quieren orientar a sus hijos para cuidar la tierrita. Y eso está muy bien porque si
no ¿Qué les vamos a dejar a nuestros nietos? Y la respuesta que se me viene es:
a nosotros no nos interesa ganar mucha plata, sino vivir bien y tranquilos. No
queremos volver a vivir sin tierra, porque por eso nos tocó dejar atrás a las familias,
tampoco queremos volver a trabajar con la coca porque es un riesgo para todos
y trae violencia y tristeza. No queremos seguir trabajando como jornaleros como
en la época de la coca ganándole la plata a otro, ni que nos quiten nuestras tierras.
Lo que queremos es que nuestros hijos y nietos puedan vivir mejor, que tengan su
tierra y su dignidad sin que se tengan que meter con los de la guerrilla o con los
paramilitares. Al fin y al cabo, la añoranza que teníamos con Victoria, alma de dios,
era la de fundarnos pa’ tener la casita y la labranza, pa’ sacar adelante a nuestros
hijos. Ya cumplimos ese sueño, y ella me acompaña desde el cielo. Pero hay otros
sueños más: nos dimos cuenta que es importante conservar y creo que a pesar de
todas las vueltas de la vida, ese el legado de los primeros colonos para nuestros
hijos y nietos. Y eso es algo que también queremos compartir con los visitantes que
vengan a conocer Playa Güío.

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Glosario
Arrobas: La arroba es una unidad para medir el peso que Emparrillado: Expresión para describir el tejimiento
equivale a unos doce kilogramos. de una base con ramas entrecruzadas.

Banquetas: Tierras altas que no se inundan. Mano vuelta: Bebida fermentada.


Llorona: Describe la creencia de una mujer que
Benjamín: Manera coloquial de referirse al hijo menor de deambula en las noches llorando por la pérdida de sus
una familia. hijos y que asusta a los borrachos y andariegos.

Bote campana: Expresión popular de la época de la Marcamos las picas: Manera de delimitar un camino o
violencia para referirse al asesinato de un ser humano. el limite de un terreno.

Cabucos: Forma de referirse al descendiente de una pareja Moquiado: Expresión que refiere al tipo de pescado que
formada por un “blanco” y una indígena. se prepara y cocina envuelto en hojas de platanillo y
que se cocina con el humo de una fogata.
Cambuche: Especie de casa muy simple hecha con
materiales perecederos. Peinilla: Machete

Ceban: Expresión que describe cuando un animal se Toninas: Manera en la que se conocen comúnmente en
acostumbra a comer de la región a los delfines rosados o de agua dulce.
un lugar particular.
Vega del río: Refiere al área ribereña que se inunda en
Chulavitas: Así llamaban a los miembros armados de un época de invierno y que se caracteriza por tener suelos
ala del partido conservador al que los liberales les tenían muy ricos para la agricultura.
un particular respeto por el terror que infundían a través
de la violencia. Zaínos: Estas son especies de mamíferos que son presa
predilecta de los cazadores por la sabrosura de su
Chusma: Manera de referirse a los miembros de las carne.
guerrillas liberales.

Cuyubí: Especies de árboles cuya madera es muy fuerte y


de buena calidad.

Guaraliado: Forma de pescar en la que se usa el guaral o


nylon.
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