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4-Renacimiento y Barroco (2018-Ii)
4-Renacimiento y Barroco (2018-Ii)
EL RENACIMIENTO Y EL BARROCO
1. La literatura renacentista
1.1. La estética
El conocimiento y admiración por la cultura antigua llegó a su cima en los siglos
XV y XVI. Se presencia entonces lo que historiadores posteriores calificaron de un
“renacimiento” de la antigua cultura greco-latina, ya no solo en los ámbitos
eclesiásticos o nobiliarios sino en círculos sociales más amplios e independientes.
El arte de la antigüedad pasa a considerarse un modelo universal de belleza, y de
este se derivan no solo obras artísticas sino reglas generales para las artes, basadas
en la proporción, el orden y la armonía. En la literatura, esto conlleva la dignificación
de las lenguas vulgares, que no sólo compartirán con el latín el rango de lenguas de
cultura, sino que empiezan a verse igualmente normativizadas
El llamado humanismo está muy relacionado con el rescate de la visión del mundo
de los autores paganos, un ideal de virtud laica por el que el hombre aspira a la
gloria también en la tierra. El Renacimiento no abandona la perspectiva cristiana,
pero sí la reorienta hacia el hombre y la vida terrena: el hombre es el centro del
universo en cuanto que criatura más perfecta de Dios.
Una consecuencia de este relativo antropocentrismo es el individualismo: el
hombre renacentista ve la posibilidad de ser hijo de sus obras y ascender, por su
ingenio y aptitudes personales, en riqueza, sabiduría y poder. El individualismo
conlleva también un rechazo progresivo al principio de autoridad: que había
presidido la cultura de la Edad Media, en que el juicio de los grandes maestros de la
Antigüedad era incontrovertible, dejando a la discusión académica la única
posibilidad de justificarlo: los conocimientos científicos de la época empiezan a
revisarse, como la misma cosmología (un hito importante para ello sería el
descubrimiento de América) o el discurso religioso. En este último campo, la Reforma
protestante será el hecho histórico de mayor importancia (al que no será ajena la
antes mencionada reivindicación de las lenguas vulgares) por la ruptura que supone
de la pretendida unión de Europa en torno a unos idénticos valores religiosos.
Géneros más cultivados
El Renacimiento, siguiendo los modelos de la antigüedad clásica, pretendió dotar a
sus literaturas en lengua vulgar de una gran poesía épica que siguiera los modelos de
Virgilio y de Lucano. En lengua italiana se escribieron importantes poemas de
contenido fantástico y de entretenimiento (el Orlando furioso de Ludovico Ariosto o la
Jerusalén libertada de Torquato Tasso, este último asimismo con cierta carga
religiosa). Por su parte, el portugués Luis de Camoês (Los Lusiadas) o el español
Alonso de Ercilla (La Araucana) componen poemas de exaltación nacional sobre las
hazañas de sus compatriotas en el descubrimiento y conquista de nuevas tierras.
La lírica del Renacimiento seguirá, por encima de cualquier otro, el modelo de
Petrarca, adaptado a los diferentes países europeos: Pierre de Ronsard (francés),
Garcilaso de la Vega (castellano), Ausiàs March (catalán)... La influencia italiana se
revela tanto en las formas (se componen poemas en metros italianos como el verso
endecasílabo, y en composiciones como el soneto, el terceto o la octava real) como en
los contenidos, dominados por el tema amoroso o los motivos de la naturaleza
idealizada y de la mitología.
La narración larga en prosa alcanza un importante desarrollo y gran variedad de
formas. La novela presenta varios subgéneros de éxito:
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La novela pastoril está siempre protagonizada por pastores que, en el marco
de una naturaleza idealizada, viven complicadas historias de amor. Destacan
aquí La Diana de Jorge de Montemayor y La Galatea de Miguel de Cervantes.
La novela bizantina tiene también el amor como tema principal, unido siempre
a la aventura y al viaje: normalmente la protagoniza una pareja de enamorados
que, tras muchas peripecias, logra reunirse al final de la historia.
El roman cortés medieval derivó en la novela de caballerías, de extraordinaria
popularidad a lo largo del siglo XVI. Estas narraciones cuentan la vida y
hazañas fabulosas de un caballero, en un contexto espacial y cronológico
completamente irreal. Fueron notablemente exitosas en Europa el Palmerín de
Inglaterra (del portugués Francisco de Moraes) y, sobre todo, Amadís de Gaula
(del español Garci Rodríguez de Montalvo).
La novela corta o novela italiana era tipo de narración breve de
entretenimiento satírica o moralizante. Seguía el modelo del Decamerón
escrito por el florentino Giovanni Boccaccio (contemporáneo de Petrarca).
En España surge en el siglo XVI la novela picaresca. Su protagonista, el
“pícaro” que protagoniza y narra la historia, sale de las capas más bajas de la
sociedad, y busca sobrevivir a toda costa al tiempo que se degrada
moralmente. En sus páginas se halla un retrato amplio de la sociedad de su
tiempo. La primera obra considerada picaresca es el Lazarillo de Tormes, de
autor anónimo, aunque la que popularizó el género fue el Guzmán de Alfarache
de Mateo Alemán.
Completamente aparte de cualquier género es la novela de Miguel de
Cervantes Don Quijote de la Mancha, máxima contribución de la lengua
española a la literatura universal.
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La más famosa obra de Miguel de Cervantes, como hemos visto, se publicó en dos
partes, con diez años de diferencia entre cada una. La primera parte consta de 52
capítulos. El argumento es bien conocido: un hidalgo pierde la razón a causa de su
desmesurada afición a la lectura de libros de caballerías, y decide él mismo hacerse
caballero andante, abandonando su casa en busca de aventuras. Su locura se
caracteriza por la falta de reconocimiento de la realidad, en la que continuamente
cree ver los elementos fabulosos presentes en las novelas caballerescas que ha leído.
Lo curioso es que esta transformación subjetiva de la realidad por parte de don
Quijote siempre acaba materializándose, asumiéndose como verdadera: ya sea por
ingenuidad (Sancho), por compasión (sus familiares y amigos), o bien por burla, los
personajes que se encuentran con don Quijote acaban a menudo asumiendo el papel
que éste les asigna en su delirio.
El otro gran protagonista de la obra es Sancho Panza, un ingenuo labrador vecino
de don Quijote a quien este toma como escudero con la promesa de darle una
“ínsula” que gobernar. La presencia de Sancho proporciona a la novela una continua
doble visión sobre los mismos hechos: el caballero y el escudero perciben la realidad
de manera distinta, y el narrador muestra ambas.
En la estructura de la primera parte es muy llamativa la presencia de numerosas
historias secundarias, que convierte a los protagonistas del relato principal en
espectadores de otras narraciones, estableciéndose así diferentes planos dentro de la
ficción:
Ocupa amplio espacio la historia de Cardenio y Luscinda. Cardenio es un joven
enloquecido por el compromiso entre su amada Luscinda y su falso amigo
Fernando. Aparece más tarde Dorotea, joven seducida y abandonada por
Fernando, quien se hará pasar por una princesa para llevar a don Quijote de
vuelta a casa. Más tarde los cuatro amantes se encuentran y reconcilian,
prometiéndose en matrimonio Luscinda con Cardenio y Dorotea con Fernando.
Este enredo es típico de la novella italiana.
Un viajero cuenta su cautiverio en Argel. Estas historias de cautiverio eran
muy frecuentes en la época, y Cervantes aprovecha para recordar aquí varias
de sus experiencias en aquel trance.
Los personajes hallan el manuscrito de una Novela del curioso impertinente,
también al estilo italiano, cuya lectura les ocupará tres capítulos (XXXIII-
XXXV).
Los planos de la realidad y ficción también se confunden en otros momentos de la
novela: en la historia del cautivo aparece el mismo Cervantes, de quien el Cura
afirma ser amigo en el capítulo VI… Como vemos, Cervantes se presenta
discretamente como personaje dentro de su propia ficción, aunque donde lo hace de
un modo abierto es al inicio del capítulo IX, cuando finge interrumpir las aventuras
de don Quijote y encontrar más tarde el manuscrito de un sabio árabe, Cide Hamete
Benengeli, que la completa. A partir de este momento, este último personaje
aparecerá como el “verdadero” autor de la historia de don Quijote, y Cervantes se
presenta como un simple traductor (parodiando así también los libros de caballerías,
que también solían presentarse como un texto antiguo traducido).
La primera parte del Quijote posee un final abierto, con el protagonista
descansando en su aldea y la promesa –habitual en las novelas de la época- de nuevas
aventuras. Cervantes tardó años en emprender la redacción de la Segunda parte. Sin
duda precipitó su publicación final que, en 1614, se imprimiera una continuación
apócrifa de la novela a cargo de un tal Alonso Fernández de Avellaneda. Este
seudónimo encubre a un enemigo de Cervantes, a quien llega a atacar con sarcasmo
en varios apartados de su obra, la cual se distingue por la tosquedad de sus
personajes, lejos de la complejidad de caracteres presentes en la obra cervantina.
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Esta parte (más extensa que la anterior, con 74 capítulos) comienza con don
Quijote en su aldea unos meses después del regreso de sus anteriores aventuras. Sin
embargo, vuelve a salir en compañía de Sancho cuando, por medio del bachiller
Sansón Carrasco, sabe que sus aventuras son famosas a causa de haber sido escritas
por Cide Hamete Benengeli: Cervantes aprovecha este episodio para comentar la
favorable recepción de la Primera parte de la obra entre todos los públicos y hasta
fuera de sus fronteras.
Una importante parte de estas nuevas aventuras de don Quijote y Sancho se ve
ocupada por su estancia con los Duques, matrimonio de aristócratas que los acogerán
para reírse a su costa con una serie de pesadas bromas. La más conocida es la de
nombrar a Sancho gobernador de la tan deseada “ínsula” que el escudero, a pesar de
su inesperado talento para gobernar, acaba por abandonar desengañado.
Don Quijote llega finalmente a la ciudad de Barcelona, desviándose del destino de
Zaragoza al enterarse de que el Quijote de Avellaneda, cuyo libro llega a hojear,
había estado en esta ciudad, y así evitar que nadie los confunda. Allí es derrotado por
el “Caballero de la Blanca Luna” (Sansón Carrasco, disfrazado), quien impone como
condición a don Quijote el regresar a su aldea y permanecer allí durante un año. De
vuelta a su casa, lleno de pesar por su fracaso, don Quijote enferma, recupera la
razón y muere pacíficamente.
Es notable cómo la Segunda parte del Quijote presenta mayor unidad que la
Primera, sin incluir historias secundarias ni apartarse ya nunca de las peripecias de
los protagonistas. En la Segunda parte, además, don Quijote tiende a salir más airoso
de sus aventuras, y aparece más en su faceta práctica, prudente y responsable. De
hecho, en la mayoría de los casos no es el protagonista principal quien recrea los
hechos fantásticos, sino que estos son inventados por otros personajes, unas veces
con intención de burla (los Duques), de regresarlo a su casa (Sansón Carrasco) o de
intereses propios (el propio Sancho). Asimismo, se acentúa la confusión entre
realidad y ficción, al aparecer el personaje de don Quijote como consciente de su
propia condición de personaje literario, al saber de la existencia del libro con sus
aventuras y de su continuación apócrifa.
2.2.2. Intención del autor
La razón original y explícita que Miguel de Cervantes consideró para la
redacción de Don Quijote de la Mancha fue la de combatir y parodiar los libros de
caballerías, género de narrativa muy popular en la época, pero de ínfima calidad
literaria y por tanto muy atacado por los lectores cultos y también por los moralistas.
Sin embargo, resulta evidente que la obra posee una amplísima cantidad de
contenidos, tanto humorísticos como serios. En lo que se refiere a asuntos literarios,
incluye o comenta géneros muy diversos como el pastoril, el teatro, la novela breve,
la picaresca… También se abordan numerosas cuestiones morales y filosóficas,
empleando como vehículo de reflexión la forma tan renacentista del diálogo entre
personajes que expresan diferentes opiniones. 1
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Los actores se organizaban en compañías profesionales. No existían actrices, y los
papeles femeninos (jóvenes) eran representados por niños actores que aún no habían
cambiado la voz.2 Dentro de la compañía, el dramaturgo era un empleado más, a
quien se le imponían intensas jornadas de trabajo, pues una obra no solía durar
muchos días en cartel.
Los géneros eran variados, aunque podemos apreciar un distanciamiento con
respecto a los principios del teatro clásico (regla de las tres unidades, mezcla de lo
trágico y lo cómico). Autores trágicos de gran importancia, que podemos considerar
auténticos fundadores del teatro renacentista inglés, son Thomas Kyd (en quien
destaca la presentación de personajes misteriosos o atormentados, como fantasmas y
locos, y la acción vertiginosa) o Christopher Marlowe (quien se distingue por la
sucesión de escenas violentas o con muertes consecutivas).
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El personaje de Falstaff tuvo tanto éxito popular, que Shakespeare acabó convirtiéndolo en protagonista expreso de
una comedia: Las alegres casadas de Windsor.
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con la ruptura del vínculo entre rey y súbdito por el asesinato del primero; Hamlet,
con el asesinato del rey y la usurpación de Claudio (que transgrede tanto el orden
político como el familiar); El rey Lear, el abandono de sus responsabilidades por
parte del rey y la consiguiente guerra entre parientes; en Otelo, la transgresión por
Desdémona de la autoridad paterna. Se trata casi siempre, como vemos, de tragedias
“familiares”, donde los personajes se dejan dominar por sus pasiones.
La pasión que domina a Macbeth es la ambición, que lo lleva a asesinar a su rey y
a usurpar el trono. Este motivo se ve desdoblado en dos personajes, el protagonista y
su esposa, la cual nos revela la debilidad de aquel, manejable e influenciable por
mujeres desconocidas e incluso extrañas como las brujas o la propia lady Macbeth. El
lenguaje de la obra está sembrado de metáforas de sangre, de oscuridad, aves y
animales de mal agüero que revelan la degradación de Macbeth, por sus crímenes y
traiciones, al nivel de la bestia, que finalmente lucha por mera desesperación.
El tradicional tema de la venganza es el que justifica la acción de Hamlet. El
protagonista, sin embargo, no es un héroe de tragedia convencional, sino un hombre
reflexivo que irá demorando la ejecución de la venganza, frente a la actitud de otros
jóvenes “hombres de acción” como Fortinbras o Laertes.
La mentira y el fingimiento también dominan la trama de Hamlet: su protagonista
aparenta locura para ocultar sus intenciones, pero todos los demás personajes
igualmente las ocultan. No es de extrañar que, en este panorama donde todos son
“actores”, la verdad se revele mediante una obra de teatro representada en la corte,
o que Hamlet se refiera en su agonía a la vida misma como una representación
teatral. Así pues, el recurso del “teatro dentro del teatro” sugiere una reflexión entre
lo que la persona es y lo que aparenta ser.
4. El Barroco español
4.1. Características de la estética barroca
Las artes renacentistas desembocan durante el siglo XVII en la estética llamada
del Barroco, término de origen confuso (posiblemente del vocablo portugués que
designaba a una perla de forma irregular).
El barroco supone un cambio frente al ideal equilibrado y armónico del
Renacimiento. Las letras y las artes barrocas se caracterizan por su recargamiento
ornamental y por la complicación de sus formas, por la monumentalidad y
pomposidad. A partir del siglo XVII, las monarquías absolutas de Europa entienden el
gran valor propagandístico de las artes, y éstas buscarán la glorificación del soberano
y de la institución que representa. Por su parte, la Iglesia profundiza en la
sensorialidad y emotividad del arte para la evangelización de un público en muchos
casos inculto.
Una manera de llegar al pueblo puede ser la de presentar discursos, melodías o
escenas abrumadoramente espectaculares. Otra, sin embargo, es la de una tendencia
“realista” que resulta sumamente innovadora: el Barroco va a incorporar lo feo y lo
grotesco como elementos artísticos, y gusta de introducir fuertes contrastes dentro
de la obra artística. Juntos aparecen lo sublime y lo ridículo, lo feo y lo bello, la luz y
la oscuridad, lo culto y lo popular, lo trágico y lo cómico, lo sensual y lo espiritual…
En España, el Barroco arraigó con gran fuerza, y consolidó una época excepcional
en la historia de sus artes y sus letras que ya se había emprendido en el siglo XVI (y
conocida hoy como el “Siglo de Oro” español). El Quijote de Cervantes ya anunciaba
numerosos elementos barrocos en todos los contrastes que presentaban su acción y
sus personajes; paralelamente, un nuevo género literario surgía en el ámbito del
teatro, para consolidarse como el más representativo de su sociedad y de su época.
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4.2. El teatro nacional español
4.2.1. Descripción del teatro nacional creado por Lope de Vega.
Situación anterior.
Hasta la segunda mitad del siglo XVI, el teatro en España era un “teatro cautivo”,
es decir, no existía como actividad profesional independiente, sino que dependía
exclusivamente de la protección de la nobleza o de las altas jerarquías eclesiásticas.
Las primeras compañías teatrales estables y profesionales llegaron a España desde
Italia, y el primer “hombre de teatro” español reconocido y famoso fue Lope de
Rueda (1510-1565), autor de comedias y pasos.4
Desde la Edad Media, existía también una importante tradición de teatro religioso,
que había empezado representándose en el mismo interior de los templos para ir
desplazándose hasta el atrio (vestíbulo de entrada) o la fachada, con motivo de
algunas festividades litúrgicas como la Navidad, la Pascua de Resurrección o
Pentecostés. Esta actividad parecerá continuarse en el “Teatro de los jesuitas”,
representado en colegios para la predicación y la enseñanza del latín.
El ámbito escolar presenció también la recuperación de la tradición grecolatina, y
numerosos autores cultos comenzaron a escribir tragedias, normalmente sobre temas
históricos nacionales (como La destrucción de Numancia, de Cervantes).
La fiesta teatral.
El teatro español del Barroco desarrolló un espacio característico: el corral,
originalmente un patio de vecindad aprovechado para la representación, al igual que
todos los balcones y ventanas que daban a él (los llamados aposentos). Éstos estaban
reservados a los espectadores nobles o adinerados, mientras que la mayor parte del
público masculino seguía la obra de pie en el mismo patio. Las mujeres, por su parte,
lo hacían desde un aposento posterior, llamado la cazuela. El escenario se levantaba
sobre un tablado al fondo del patio, ante dos o tres niveles de galerías cubiertas por
cortinas. Estas cortinas (el “paño”) por las que entraban o salían a escena los actores,
podían ocultar también escenas o decorados, y también a los músicos.
El teatro de corral era muy pobre en decorados, lo que compensaba mediante el
vestuario y la “decoración verbal” (es decir, las referencias escénicas presentes en la
palabra de los actores). En cambio, era un teatro con buen número de tramoyas o
“efectos especiales” como rampas y trampillas que bajaban desde el escenario, grúas
para ascensiones y sogas que permitían volar al actor…
La comedia representada no era el espectáculo completo que ofrecía el corral, sino
tan sólo su parte más importante. Tras unos acordes musicales para llamar la
atención del público, se recitaba una loa, poema o mini-comedia cuya finalidad era
captar la benevolencia del público y presentar a la compañía teatral. En los
entreactos de la comedia propiamente dicha se representaban bailes y entremeses, y
al final se representaba un baile de aire carnavalesco llamado mojiganga o fin de
fiesta.
Características de la comedia.
El teatro español desarrolló en este tiempo, además de un espacio y unos temas
particulares, una forma de texto teatral innovadora con respecto a las normas
clásicas del teatro del Renacimiento. Esta manera de hacer teatro triunfó de la mano
de Lope de Vega, y sería conocida como “comedia española”, “comedia lopesca” (por
su creador) o “comedia nueva”.
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Pieza cómica muy breve, así llamada por representarse en los entreactos de los dramas más extensos. Serán también
conocidas como “entremeses”.
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La denominación de “comedia” no significa que se abandonaran los contenidos
trágicos, sino que lo trágico y lo cómico van a aparecer mezclados dentro de este
género teatral, saltándose una de las normas del teatro clásico. Asimismo, la comedia
española se dividirá no en cinco, sino en tres actos o “jornadas”, y tampoco respetará
la “regla de las tres unidades” (unidad, tiempo y acción).
Los esquemas argumentales son muy variados, aunque siempre suelen organizarse
en torno a un esquema fijo de personajes: un galán y una dama (o más, que sirvan de
rivales o confidentes a los protagonistas), un personaje poderoso (a menudo un rey),
un viejo (normalmente caracterizado por su prudencia y sensatez) o un gracioso (con
su correspondiente pareja, la criada). Este último cumple una función muy
importante como personaje al mismo tiempo ridículo e ingenioso; además de hacer
reír al público, ejerce la función de “coro” comentando los acontecimientos de la
trama, y al mismo tiempo sirve de contraste con el galán, oponiendo a la gallardía e
idealismo de este un punto de vista más grosero y materialista.
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Una gran habilidad de Lope fue la de encontrar una “fórmula” teatral que
satisficiera a todo tipo de públicos. Por ejemplo, en su obra combina la cultura
libresca con la popular: muchas de sus obras se inspiran en canciones populares, y en
sus dramas se introducen contextos, personajes, situaciones, tradiciones, cantos y
bailes a los que el pueblo español de su época se sentía muy próximo.
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Las órdenes militares se fundaron en la Edad Media como instituciones religiosas que se obligaban a combatir por las
armas a los enemigos de la religión cristiana. Las primeras fueron las de los Templarios y Hospitalarios; en España
fueron especialmente importantes las órdenes de Santiago, Alcántara y Calatrava. Llegaron a poseer amplios territorios,
que eran concedidos en encomienda a caballeros de la orden, que los gobernaban y administraban como comendadores.
Al final de la Edad Media, los reyes se hicieron con la presidencia y el patrimonio de las órdenes militares.
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Alonso reside en su muerte anticaballeresca, al caer emboscado por criados y herido
por un arma de fuego.
Comedias palatinas
De entre las muchas “comedias cómicas” de Lope, destacaremos especialmente
dos comedias palatinas. En El perro del hortelano, el conflicto entre amor y honor lo
plantea la propia heroína, Diana, quien ama a su secretario Teodoro, y aunque su
honor le impide amar a un “inferior”, su pasión tampoco le permite dejarle acercarse
a ninguna otra mujer. El esperado final feliz se obtendrá por medio del tópico
tradicional del desvelamiento de la verdad sobre un origen noble, en este caso es
fingido. En cuanto a La dama boba, la protagonista Finea pasa, por efecto del amor,
de ser una joven necia e ignorante (que cumple buena parte de la función cómica de
la obra) a comportarse con ingenio, sensibilidad y astucia para lograr unirse
finalmente a su galán.
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La palabra “autor”, en el siglo XVII, designaba no al escritor de comedias, sino al empresario teatral.
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