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Dios
sabe qué placer me causaba pasar el domingo entero en un rincón
solitario, participando de la dicha o de las desgracias de una miss
Jenny. No niego que este género no tenga todavía para mí algunos
atractivos; pero como en el día son muy escasos los momentos libres
que me quedan para coger un libro, es preciso por lo menos que sea de
mi agrado. El autor que prefiero es aquel que me pone en contacto con
los de mi clase y sabe animar todo lo que me rodea; aquel cuyas
historias son tan caras a mi corazón como a mi vida interior, que sin
ser un paraíso, es para mí un manantial de inexpresable felicidad.
¡Con avidez miraba sus bellos ojos negros! ¡Con qué ardor contemplaba
sus labios rosados, sus frescas mejillas tan animadas, sintiéndome
como encantado mientras hablaba! Sumido como en un éxtasis de
admiración por lo sublime y exquisito que ella decía, me sucedía con
frecuencia no oír las palabras que pronunciaba, ni concentrarme en los
términos que utilizaba. ¡Ah! Tú que me conoces entenderás lo que me
pasaba. En una palabra, bajé del carruaje como sonámbulo y seguí
caminando como un hombre perdido, inmerso en un mar de ensueños,
y cuando llegamos a la puerta de la casa donde era la reunión, no sabía
dónde me encontraba.