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¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan

nueva, tarde te amé! Y ves que tú estabas


dentro de mí y yo fuera, y por fuera te
buscaba; y deforme como era, me lanzaba sobre
estas cosas hermosas que tú creaste. Tú
estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo.
Me retenían lejos de ti aquellas cosas que, si
no estuviesen en ti, no serían. Llamaste y
clamaste, y rompiste mi sordera: Brillaste y
resplandeciste, y fugaste mi ceguera;
exhalaste tu perfume y respiré, y suspiro por
ti; gusté de ti, y siento hambre y sed; me
tocaste y me abrasé en tu paz.
(Confesiones X, 38)

* * *

Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón


está inquieto hasta que descanse en ti.
(Confesiones I, 1)

* * *

Tú, Señor, eres lo más interior de lo más


íntimo mío y lo más superior de lo más supremo
mío.
(Confesiones VII, 11)

* * *
Entonces, un precepto breve: Ama y haz lo que
quieras; si te callas, hazlo por amor; si
gritas, también hazlo por amor; si corriges,
también por amor; si te abstienes, por amor.
Que la raíz del amor esté dentro de ti y nada
puede salir sino lo que es bueno.
(Homilía VII, párrafo 8; Carta de San Juan)

* * *

En lo esencial, unidad; en lo dudoso,


libertad; en todo, caridad.
(La cita Juan XXIII en su Encíclica “Ad Petri Cathedram”, de 29 de junio de 1959, como atribuida a varios
autores, si bien de inspiración agustiniana. No se encuentra literalmente en sus escritos. Lo que más se
aproxima a esta frase es esta otra:

Homines bonos imitare, malos tolera, omnes


ama,
Catequesis a los principiantes 27, 55)

* * *

Dios no manda cosas imposibles, sino que, al


mandar lo que manda, te invita a hacer lo que
puedas y pedir lo que no puedas y te ayuda
para que puedas.
(De natura et gratia 43, 50)

* * *
En esta vida somos caminantes. ¿Me preguntáis
qué es caminar? Avanzar siempre, debes estar
siempre descontento de lo que eres, si quieres
llegar a ser lo que no eres. Si te complaces
en lo que eres, ya te has detenido allí. Y si
te dices: “Ya basta”, estás perdido. Vete
siempre sumando, camina siempre, avanza
siempre, no quieras quedarte en el camino, no
vuelvas atrás, no te desvíes. Se detiene el
que no adelanta, vuelve atrás el que retorna a
las cosas que ya dejó; se desvía el que pierde
la fe. Más seguro anda el cojo en el buen
camino que el corredor fuera de él.
(Sermón 169, 18)

* * *

Los hombres salen a hacer turismo para admirar


las crestas de los montes, el oleaje proceloso
de los mares, el fácil y copioso curso de los
ríos, las revoluciones y los giros de los
astros. Y, sin embargo, se pasan de largo a sí
mismos.
(Confesiones X, 15)

* * *

Reza como si todo dependiera de Dios. Trabaja


como si todo dependiera de ti.
(Me ha sido imposible confirmar esta cita, repetida hasta la saciedad, pero sin referir el lugar donde la pudiera
haber dejado escrita San Agustín. He encontrado esta otra frase, bastante semejante, que al parecer
pertenece a San Ignacio de Loyola,

Actuar como si todo dependiera del hombre,


confiar como si todo dependiera de Dios.
Este principio no aparece en los escritos de San Ignacio. Es de tradición oral y procede de una colección de
máximas ignacianas publicada por un jesuita húngaro, Gabriel Hevenesi, en 1705, con el título de Scintillae
Ignatianae, según comenta Luis González-Carvajal Santabárbara en Esta es nuestra fe: Teología para
Universitarios. Benedicto XVI también lo cita en el Ángelus del 17 de junio de 2012 tomándolo de Pedro de
Ribadeneira [Toledo, 1526 - Madrid, 1611], Vida de San Ignacio de Loyola)

Personalmente me gusta más el Agustín de la primera hora, el joven


casquivano y juerguista, jaranero y viajador. Que luego se volvió un poco
muermo y llegó a santo porque no tenía alternativa; rodeado de tantos santos,
tuvo que llegar él también a la santidad. Trató con San Ambrosio, con San
Jerónimo, con San Marcelino, con San Alipio, con San Simpliciano y con San
Posidio, además de con Santa Mónica, su madre. Y su hijo Adeodato y su
hermano Navigio no lo son porque vaya usted a saber qué examen no pasaron.
En la segunda etapa de su vida se volvió demasiado serio, y en disputas con
Pelagio nos encasquetó el pecado original y el bautismo a los infantes, y habló
mucho de la concupiscencia; y de todo lo demás tanto y tanto, pero de una
manera tal, que hoy no podemos seguirle en todo por más santo que sea, que
lo es.
Hay una frase suya que me gusta especialmente:
«En la aurora de mi juventud, te había yo pedido
la castidad, pero sólo a medias, porque soy un
miserable. Te decía yo, pues: 'Concédeme la gracia
de la castidad, pero todavía no'; porque tenía yo
miedo de que me escuchases demasiado pronto y me
librases de esa enfermedad y lo que yo quería era
que mi lujuria se viese satisfecha y no
extinguida.»(Confesiones VIII, 17)

Muy bueno me parece ese “todavía no” en plan plegaria.


Eso es fe, y lo demás son zarandajas. Y espero que esto a nadie moleste,
que son al fin y al cabo mis modestas y personales opiniones.

Consideraciones posteriores a su publicación.


A San Agustín me tocó estudiarlo, como a Santo Tomás. Son, no dos
pilares, sino los dos pilares de la ciencia occidental a través de los cuales nos
ha llegado todo desde los orígenes. En el principio del saber están, por un lado
Aristóteles, por el otro Platón. Ellos, el de Aquino y el de Hipona,
aprovecharon esa ciencia para intelectualizar la fe cristiana, hacerla razonable,
interpretándola de manera que no se quedara en fideísmo. Creer pide entender,
exige razonar, consiente y estimula buscar e investigar. Y eso hicieron ellos y
nos lo transmitieron, dando lugar a dos corrientes distintas pero no
enfrentadas, rivales pero no enemigas: la escolástica y el agustinismo.
De San Agustín aprendí que antes hay que ser cocinero que fraile, para
no hablar de lo que sea sin antes haberlo comido, rumiado y digerido. Así que
eso es un punto a su favor. Pero tiene otras cosas que… mejor no nombro.
En fin, que San Agustín es mucho; por eso, mejor tomarlo de pocos a
pocos.
Te he buscado según mis fuerzas
y anhelé ver con mi inteligencia,
lo que creía con la fe.
Disputé y me afané.
Óyeme, Dios mío,
única esperanza mía,
para que no sucumba al desaliento
y deje de buscarte.
Tú que hiciste que te encontrara
y me has dado esperanzas
de un conocimiento más perfecto.
Ante Ti está mi firmeza y mi debilidad;
sana ésta, conserva aquélla.
Ante ti está mi ciencia y mi ignorancia;
si me abres, recibe al que entra;
si me cierras, abre al que llama.
Haz que me acuerde de Ti;
te comprenda y te ame.
Acrecienta en mí estos dones
hasta mi conversión completa.
(La Trinidad 15, 28, 51)

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