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«Imperio bizantino» es un término moderno que hubiera resultado sumamente extraño a

sus antepasados, que se consideraban a sí mismos romanos, y a su Imperio el Imperio


Romano. El nombre en griego original era Romania (Ρωμανία) o Basileía Romaíon
(Βασιλεία Ρωμαίων; Imperio Romano), traducción directa del nombre en latín, Imperium
Romanorum. Era denominado «Imperio griego» por sus contemporáneos de Europa
occidental (debido al predominio en él del idioma, la cultura y la población griegas). En el
mundo islámico fue conocido como ‫( روم‬Rûm, 'tierra de los Romanos') y sus habitantes
como rumis, calificativo que por extensión acabó aplicándose a los cristianos en general, y
en especial a aquellos que se mantuvieron fieles a su fe en los territorios conquistados por
el Islam.

Hieronymus Wolf
La expresión «Imperio bizantino» (de Bizancio, antiguo nombre de Constantinopla) fue
una creación del historiador alemán Hieronymus Wolf, quien en 1557 —un siglo después
de la caída de Constantinopla— lo utilizó en su obra Corpus Historiae Byzantinae para
designar este período de la historia en contraste con las culturas griega y romana de la
Antigüedad clásica. El término no se hizo de uso frecuente hasta el siglo XVIII, cuando fue
popularizado por autores franceses, como Montesquieu.
Bizancio puede ser definido como un Imperio multiétnico que emergió como un Estado
cristiano y terminó sus más de 1000 años de historia en 1453 como un Estado griego
ortodoxo, adquiriendo un carácter verdaderamente nacional. Los bizantinos se
identificaban a sí mismos como romanos, y continuaron usando el término cuando se
convirtió en sinónimo de helenos. Prefirieron llamarse a sí mismos, en griego, romioi (es
decir, pueblo griego cristiano con ciudadanía romana), al tiempo que desarrollaban una
conciencia nacional como residentes de Romania.

Imperio multicultural
El Imperio bizantino fue un Imperio multicultural, que nació como cristiano y heredero de
la tradición romana, comprendiendo la zona de Oriente y que desapareció en 1453 como
un reino griego ortodoxo. El escritor británico Robert Byron lo describió como el
resultado de una triple fusión: un cuerpo romano, una mente griega y un alma
oriental.
Bizancio fue la única potencia estable en la Edad Media. Su influencia sirvió de factor
estabilizador en Europa, sirviendo de barrera contra la presión de las conquistas de los
ejércitos musulmanes y actuando como enlace hacia el pasado clásico y su antigua
legitimidad.

Mehmet II
La caída del Imperio fue traumática, tanto que durante mucho tiempo se consideró 1453
como la división entre la Edad Media y la Edad Moderna. El conquistador otomano,
Mehmet II, y sus sucesores se consideraron a sí mismos herederos legítimos de los
emperadores bizantinos hasta el derrumbamiento del Imperio otomano, a principios del
siglo XX. Sin embargo, el papel del emperador bizantino como cabeza de la ortodoxia
oriental fue reclamado por los grandes duques de Moscú empezando por Iván III. Su nieto
Iván IV el Terrible se convertiría en el primer zar de Rusia (el título de zar proviene del
latín caesar, 'césar'). Sus sucesores apoyaron la idea que Moscú era la heredera legítima
de Roma y Constantinopla, la Tercera Roma — una idea mantenida por el Imperio ruso
hasta su propio fin a principios del siglo XX.

Ruta de la Seda
Desde el punto de vista comercial, Bizancio era el punto de partida de la Ruta de la Seda,
el eje económico que unía Europa con Oriente, importando materias de lujo como seda y
especias. La interrupción de esta ruta con motivo de la desaparición del Imperio bizantino
provocó la búsqueda de nuevas rutas comerciales, llegando españoles y portugueses a
América y África en busca de rutas alternativas. Los portugueses, que acabaron la
Reconquista antes y dispusieron de los recursos necesarios con antelación crearon un
Imperio atlántico que permitía alcanzar la India al circunnavegar África. Los españoles,
posteriormente, patrocinarían a Cristóbal Colón y a los conquistadores, que supondrían la
creación de un imperio que transformaría a España en la primera potencia mundial.
Bizancio desempeñó un papel inestimable para la conservación de los textos clásicos,
tanto en el mundo islámico como en la Europa occidental, donde sería clave para el
Renacimiento. Su tradición historiográfica fue una fuente de información sobre los logros
del mundo clásico. Hasta tal punto fue así, que se cree que el resurgir cultural, económico
y científico del siglo XV no hubiera sido posible sin la bases establecidas en la Grecia
bizantina.

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