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Contratransferencia y subjetividad: De lo imposible de

una técnica a una práctica con estilo.


Dr. Juan Francisco Jordan Moore.

RESUMEN.
En este texto propongo la tesis de que el concepto de contratransferencia nace como un
reconocimiento de la subjetividad del analista pero ligado a una concepción científico-tecnológica
que implica el control y subyugación de la naturaleza de la cual es parte la subjetividad1 del analista.
En la medida en que se ha ido reconociendo la irreductibilidad de la subjetividad del analista se ha
desdibujado el concepto de contratransferencia, siendo sustituido, por algunos autores, por el de su
subjetividad. Este proceso, a su vez, se ha asociado a una crítica del racionalismo técnico, la cual
comparto. Desde esta concepción, el racionalismo técnico, se espera transformar al analista en el
instrumento de una técnica idealizada, definida como inalcanzable, aunque, el éxito del análisis
depende del acercamiento a este ideal. Esta crítica, se liga a su vez, a la propuesta de sustituir el
concepto de técnica por el de práctica reflexiva y estilo.
SUMMARY.
In this paper I posit the thesis that the concept of countertransference is born as a recognition of the
analyst’s subjectivity yet coupled to a scientific-technological conceptualization that implies the
control and subjugation of nature of which the analyst’s subjectivity is part and parcel. The
recognition of the analyst’s irreducible subjectivity is coupled to a fading of the concept of
countertransference, being substituted, by some authors, by the analyst’s subjectivity. This process
has been coupled to a critique of technical rationality, which I share. From this conception the analsyt
is expected to become the insrument of an idealizad technique, whic is also defined as imposible,
although the success of an análisis depends on the aproximation to this ideal. This critique is also
copuled to proposal of substituting the concept of technique for that of style.
Palabras Claves

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Subjetividad es comprendida aquí, siguiendo a Thomas Ogden, (1985) como la apropiación de los
pensamientos, emociones y uso de los símbolos, lo que confiere a la experiencia una sutil condición de
yoidad. Se relaciona con el espacio potencial creado entre el sujeto interpretante, el símbolo y lo simbolizado.
La subjetividad está relacionada con la conciencia pero es más que ésta. De hecho lo conciente e
inconsciente depende para su existencia del logro de la subjetividad. Por tanto subjetividad se entiende aquí
como algo mucho mas amplio que la experiencia de lo consciente y, su constitución y manutención, es
inseparable del campo intersubjetivo que se constituye en la relación con el otro.
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Contratransferencia, subjetividad del analista, técnica, estilo

Key Words
Countertransference, analyst’s subjectivity, technique, style.

Plantearse una reflexión en torno a contratransferencia y subjetividad2 implica,


desde la partida, definir de quién es la subjetividad a la que me voy a referir. Creo
que es un criterio compartido por la mayoría de la comunidad psicoanalítica el
hecho de que la contratransferencia se refiere al ámbito del analista, en cambio, la
subjetividad pertenece indistintamente a ambos, paciente y analista. No voy a
tratar entonces del impacto de la contratransferencia del analista en la subjetividad
del paciente, sino de la relación entre la contratransferencia y la subjetividad del
analista, o lo que es similar, cómo tramita el analista el impacto de la transferencia
del paciente, entendiendo a esta última, como el modo idiosincrático en que el
paciente experimenta al analista, en la dialéctica entre los modos concientes e
inconscientes de organizar la experiencia que éste, el paciente, tiene de aquel.
En este trabajo presento la tesis de que el concepto de contratransferencia nace
como un reconocimientote de la subjetividad del analista pero ligado en su origen,
a una concepción científico- tecnológica que implica el control y subyugación de
los entes del mundo entre ellos la propia subjetividad del analista. En la medida en
que se ha ido imponiendo la realidad de la irreducible subjetividad del analista se
ha ido desdibujando el concepto de contratransferencia, siendo sustituido por el de
subjetividad. Esto a su vez se ha asociado a una fuerte crítica del racionalismo
técnico que espera del analista su transformación en un instrumento de una

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Subjetividad es comprendida aquí, siguiendo a Thomas Ogden, (1985) como la apropiación de
los pensamientos, emociones y uso de los símbolos, lo que confiere a la experiencia una sutil
condición de yoidad. Se relaciona con el espacio potencial creado entre el sujeto interpretante, el
símbolo y lo simbolizado. La subjetividad está relacionada con la conciencia pero es más que ésta.
De hecho lo conciente e inconsciente depende para su existencia del logro de la subjetividad. Por
tanto subjetividad se define aquí como algo mucho mas amplio que la experiencia de lo consciente
y su constitución y mantención es inseparable del otro.
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técnica idealizada, definida como inalcanzable. Sin embargo y de todos modos,


del acercamiento a este ideal, depende el éxito del análisis
La introducción por parte de Freud del término contratransferencia implica, por una
parte, el reconocimiento del factor subjetivo presente en el analista y, al mismo
tiempo, el ideal de que este factor subjetivo puede ser eliminado o al menos
reducido a un mínimo, de modo que se garantice así la replicabilidad de las
observaciones entre analistas, esto último, en consonancia con el positivismo
discernible en la metapsicología freudiana.
Ya me he referido en otro escrito (Jordan, J.F; 2008) a como la polémica entre
Freud y Ferenczi suscitada a raíz del artículo de este último “La elasticidad en la
técnica”, da cuenta del problema que la subjetividad del analista ha significado
para el psicoanálisis desde sus inicios. Allí, Ferenczi sugiere que los analistas
serán capaces de llegar a las mismas interpretaciones del material “crudo” a
consecuencia de los análisis personales de los analistas y, el remanente,
constituido por la “ecuación personal” del analista, lo particular de éste, aquello
que no puede ser ya reducido, si es que el analista aún ha de permanecer
existiendo como sí mismo, queda librado al tacto, el que a su vez, depende de la
empatía del analista. Freud reacciona ante la sugerencia de Ferenczi advirtiendo
que a pesar de lo dicho por éste en relación al tacto, las concesiones que hace al
mismo le parecen cuestionables. Dice, “Los que carecen de tacto hallarán en ellas
la justificación de procedimientos arbitrarios, es decir, la intervención del elemento
subjetivo (lo que equivale a decir la influencia de sus propios complejos
incontrolados)”. Luego acota que de lo que se trata es de despejar al tacto de su
carácter místico para lo cual es necesario hacer “… una valoración –generalmente
en un nivel preconsciente- de las diversas reacciones que podemos esperar como
respuestas a nuestra intervención y en que el aspecto más importante es el de
valorar cuantitativamente los factores dinámicos presentes en cada situación. Por
supuesto no hay manera de establecer reglas para esta evaluación. Los factores
que aquí son decisivos son la experiencia y el grado de normalidad del analista.”
(pag.87)
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Es importante destacar que esta discusión se da en el contexto de una


modificación a la técnica diseñada por Freud y que, antes de cuestionar la
propuesta de Ferenczi, Freud le señala que los analistas demasiado dóciles se
sometieron a su técnica enunciada principalmente en términos negativos, lo que
no se debe hacer, olvidando que era necesaria cierta elasticidad para discernir los
elementos positivos de la técnica.
A pesar de las diferencias entre Freud y Ferenczi en lo que ambos parecen estar
de acuerdo es en la propuesta de Ferenczi de que el análisis de los analistas será
aquello que uniformara las observaciones y por ende las interpretaciones del
material crudo. Se asiste a si a una suerte de expectativa de homogenización de la
subjetividad.
Pero, ¿Estará Freud, a diferencia de sus discípulos, tan libre de la técnica o
podrían tanto él como Ferenczi también estar sometidos a ella y al mismo tiempo
intentando liberarse de la misma?
Freud inaugura el descentramiento del sujeto de la conciencia, pero, al mismo
tiempo, crea ciertos preceptos técnicos que como componente esencial incluyen el
control y la homogenización de una subjetividad definida como incontrolable. La
técnica psicoanalítica no pareciera escapar así a la esencia de la técnica moderna,
esto es, el poner a la naturaleza como disponible para su control y dominio. Esto,
a su vez, se basa en un modo de ser del sujeto que se ha descrito como
subjetidad que, en su esencia, significa que todo ente se define ya sea como
sujeto auto-conciente o como objeto. Todo ente es o sujeto del sujeto u objeto del
sujeto. (Heidegger, M., 1995)
El ideal del dominio se encuentra por de pronto en la idea de que se debe valorar
cuantitativamente los factores dinámicos, la subjetividad del analista es controlable
y la del paciente de algún modo reducible a una medida. Freud se da cuenta de
que esto es imposible y deja librado el asunto a la experiencia y normalidad del
analista, vuelta del factor subjetivo o ¿la experiencia y el grado de normalidad son
aquella subjetividad que va a poder valorar cuantitativamente la situación
dinámica, esto es, objetivamente? Se encuentra así el analista ante una tarea
imposible, el control de su propia subjetividad para lograr, en cierto modo, medir al
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paciente que ahora debe devenir el objeto de la mirada neutral del analista. Uno
de los riesgos de esta manera de concebir la terapia analítica es, que el paciente y
el analista entren en una modalidad de la experiencia, en la cual de lo que se trata
es de producir objetos, en consonancia con la relación entre la técnica y el reducir
toda relación a aquella entre un sujeto y un objeto (Heidegger, M., 1976) Baranger
y cols. (1998) dan cuenta de esto cuando advierten que el analista que está
‘programado’ con un prejuicio acerca del proceso analítico ‘manufactura’, si puede,
pacientes ortopédicos, más o menos parecidos a seres humanos ‘curados’ y,
compara a estos pacientes curados, con los monos de alambre cubiertos de piel
usados en los experimentos de la crianza de los monos en la psicología animal.
Poderosa metáfora para hablar del riesgo de un procedimiento técnico que pueda
llegar a producir pseudo seres humanos fabricados en serie.
La subjetidad se relaciona por supuesto con el sujeto Cartesiano, lo interesante es
que este sujeto a pesar de que es desterrado por la noción de inconsciente
pareciera volver a relucir en ciertas concepciones psicoanalíticas y en especial en
la noción de la técnica. Tres referencias que apuntan a sustentar esta tesis.
1. La idea de Freud (1915), que se lee como un eco del mismo Descartes,
de que solo se puede estar seguro de los contenidos de la propia conciencia y
de tener una conciencia propia. El que otros la posean es una inferencia, ya
que, no se puede tener de la de los demás, la misma certeza inmediata que
tenemos de la propia. (cfr. Cavell, M.;1993. p.19)
2. André Green (1998) señala en su artículo acerca de la mente primordial
y el trabajo de lo negativo, escrito en honor al centenario del nacimiento de
Bion, que quedó impactado en una conversación con él por el gran interés de
este último en Descartes. Reporta que Bion pensaba que la meta de llegar a
“ideas claras y distintivas” también podía aplicarse al psicoanálisis, al menos
en la teoría. Acota Green que el proyecto de Descartes “… era llegar, al menos
en lo que concierne a la mente, al mismo grado de certeza que se experimenta
con las demostraciones matemáticas” y que este proyecto cartesiano para el
psicoanálisis, al final, término en desilusión, por la influencia imborrable en la
mente primordial representada por los elementos β.
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3. Horacio Etchegoyen en un interesante diálogo con Jorge Stitzman (1998)


señala que entiende el psicoanálisis como un ciencia, a la cual define “…como
el conocimiento racional y contrastable que me permite tener un informe sobre
el mundo despojado de mis propios deseos, prejuicios o ideologías” Más
adelante, sin saber si autorizará o no su publicación, le dice a Stitzman que
cree que en pocos años, habrá una máquina (computador), que tal como le
ganó a Kasparov en el ajedrez, podrá hacer mejor que él mismo el trabajo
analítico, porque la máquina es más rápida que el hombre en testear la
información. Stitzman que parece captar de inmediato el problema con esta
hipótesis le retruca preguntándole: “Siendo para Ud, tan importante la
transferencia y contratransferencia_… la máquina ¿cómo hace para tener
contratransferencia?” Eso pregúnteselo a Bill Gates, contesta Horacio
Etchegoyen.
Creo que en lo expuesto hasta ahora se puede apreciar que el ideal Ferencziano
de los analistas que serán capaces de llegar a las mismas interpretaciones a partir
del mismo material crudo, producto de la purificación de la contratransferencia en
los análisis didácticos, sigue presente hasta nuestros días. El ideal cartesiano del
sujeto que se hace transparente a sí mismo para lograr el conocimiento cierto del
mundo y sí mismo, será logrado, pero ahora no ya a través de la duda metódica,
sino del perfeccionamiento de la técnica psicoanalítica, la cual será finalmente
reducible a los algoritmos computacionales.
Por otro lado, ninguno de estos grandes autores confía en la posibilidad de lograr
este ideal, lo que lleva a preguntarse porqué éste se mantiene con tal tenacidad.
Creo que una respuesta está en que este ideal de la técnica nos protege de la
vulnerabilidad que en nuestra práctica implica el estar expuestos al otro, el cual
irrumpe de modo impredecible en la propia experiencia, producto de la
comunicación de inconsciente a inconsciente descrita por el mismo Freud (1915).
Es de destacar que la idea de una comunicación de inconsciente a inconsciente,
que no pasa por la conciencia, hecha por tierra la idea de que se accedo al otro a
través de una inferencia o una analogía, si me comunico con el otro, sin mediación
de una representación conciente, es porque de antemano tengo la experiencia de
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que es un sujeto similar a mi y con el cual me relaciono prácticamente, en una


inmediatez prerreflexiva.
La comunicación de inconsciente a inconsciente ha sido por supuesto desarrollada
de un modo muy acabado por la teoría de la identificación proyectiva que tanto
influjo ha tenido en nuestro medio Latinoamericano. La contratransferencia, de la
mano de los estudios de Paula Heimann y Heinrich Racker pasa de ser la
Cenicienta a ser la Princesa del psicoanálisis, como señalan Thöma y Kächele
(1987).
Si antes la contratransferencia era el elemento subjetivo incontrolable que
impedía la observación objetiva de los procesos mentales de otra mente allá
afuera, ahora se transforma en el medio que nos permitirá encontrar al otro dentro
de nosotros mismos. Se liberan los analistas para experimentar sus emociones.
Encontramos aquí un abanico en cuanto a como se conceptualiza la relación entre
la subjetividad del analista, en cuanto receptor de las proyecciones del paciente y
la contratransferencia como consecuencia de las identificaciones proyectivas del
paciente.
Bion (1970) propone la creación de un continente libre de los deseos, memorias,
comprensiones e impresiones sensoriales del analista. De este modo la intuición
será capaz de contactarse con la realidad última, la cosa-en-si o la verdad. La
subjetividad del analista es reducida a aquellas funciones que son invariantes y
que lo hacen el hombre esencial, irreductible, liberando al analista de las
peculiaridades que lo hacen un hombre de sus circunstancias. Nuevamente, una
suerte de homogenización de las diversas subjetividades, dependiente de los
análisis de los analistas, ya que esta capacidad depende del análisis exitoso de la
parte psicótica de la personalidad. En realidad, dice luego Bion, esto no puede ser,
pero, de la capacidad de acercarse a este ideal, el de enceguecerse
artificialmente, depende la capacidad de hacer observaciones correctas en la
clínica. Una de estas observaciones se relaciona con como reconocer que se esta
siendo objeto de una identificación proyectiva. Aquí dice Bion (1959) el analista se
experimenta como jugando un papel en la fantasía inconsciente de otro. Se espera
una abrogación de la individualidad del analista, para acceder a la experiencia del
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otro, ahora dentro de sí como objeto que se hace extraño. La contratransferencia


desaparece en el continente depurado de la idiosincrasia y prejuicios del analista y
es posible discernir en la propia experiencia emocional al otro en que el analista
ha devenido.
Al otro lado del abanico encontramos la propuesta de Racker (1960). Para él la
contratransferencia tiene más que ver con los deseos, fantasías y defensas que
son despertados en la interacción con el paciente a través de la identificación
activa con el paciente. Para ello el analista tiene que estar activamente abierto a
recibir las proyecciones, esta actividad tiene que ver con el deseo de ser
penetrado por las proyecciones del paciente. La analogía que usa es la de la
mujer activamente receptiva en el acto sexual, imagen que es contrastada con la
del o la analista cuya excesiva pasividad la transforma en la mujer frígida, que
cumple con el contrato matrimonial, pero es incapaz de sentimientos psicológicos,
de responder y de llegar al orgasmo.
La contratransferencia son las constelaciones universales edípicas y preedípicas
que se activan en la interacción con el paciente. Más que ser una interferencia en
la posibilidad de comprender al paciente, es el vehículo a través del cual podemos
comenzar a acercarnos a comprender al paciente, más en consonancia con el
modelo de la empatía de Ferenczi y luego de la psicología del self.
¿Se puede apreciar en estas propuestas en cierto modo contrastantes algo de la
discusión original entre Freud y Ferenczi? Creo que sí. Bion está más preocupado
de cómo lograr hacer observaciones clínicas correctas a través de un método que
reduzca el factor subjetivo, lograr un silencio para que solo se escuche la música
del paciente, Racker parece más bien implementando un modelo en consonancia
con la idea de la empatía, la contratransferencia concordante, de modo que la
subjetividad no necesita ser eliminada, sino más bien escrutada, para descubrir
precisamente aquello que resuena con el paciente, como los armónicos en las
cuerdas de la guitarra.
Mitchell (1997) resume lucidamente la postura de Racker contratándola con la de
Bion describiendo como para uno las proyecciones del paciente son recibidas
suspendiendo sus propios deseos y memorias, en cambio, para el otro, las
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proyecciones son recibidas descubriendo que deseos y memorias propios son


gatillados en la interacción con el paciente.
La negación del aporte del analista al campo intersubjetivo ligado a los conceptos
de identificación y contraidentificación proyectiva ha sido señalado por Madeleine
Baranger (1993). Ella ha señalado como la teoría de la identificación proyectiva
puede tratar de eludir la participación activa del analista, tanto conciente como
inconciente, a la configuración del campo intersubjetivo. En la misma vena
Thomas Ogden (1994) se refiere a que no basta con decir que uno se encuentra
jugando un papel en la fantasía inconsciente de otro, hay que agregar a esto que
uno se encuentra jugando el rol en una fantasía inconsciente de la cual uno
también es el autor. Idea en consonancia con la fantasía inconsciente que
estructura el campo intersubjetivo de los Baranger, en cuanto Ogden considera a
la fantasía inconsciente como estructurada por el tercero intesubjetivo, afín a la
idea de campo de los Baranger. Este autor también enfatiza, en la misma línea de
considerar el deseo y la actividad del analista en la identificación del analista, que
es importante el hecho de que el analista inconscientemente se presta al otro para
ir más allá de su propia individualidad y, no solo identificarse con él, sino ser el
otro desde un tercer sujeto creado a través en la interacción, el tercero
intersubjetivo subyugante.
Se puede apreciar que a lo largo de esta exposición se han ido confundiendo los
términos contratransferencia y subjetividad del analista.
El péndulo ha realizado su trayecto hacia el otro extremo. Desde la necesidad de
eliminar o controlar la contratransferencia definida como lo incontrolable y
distorsionador de la realidad del paciente, hacia considerar a la subjetividad como
el medio privilegiado en el cual podemos encontrar al paciente. Esta reanimación
de la subjetividad del analista se ha acoplado como veremos a una crítica del
mismo concepto de técnica bajo cuya alero nació la noción de contratransferencia.
Lewis Aron (1996), por ejemplo, sostiene que hablar de la experiencia subjetiva
del analista es más ventajoso que hablar de contratransferencia y hablar de
intersubjetividad es mejor que hablar de transferencia-contratransferencia en base
a que los términos subjetividad e intersubjetividad no entrañan lo patológico,
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transmiten la idea de una bidireccionalidad e implican la noción de un flujo


continuo de influencia en contraste con la contratransferencia que implicaría
eventos ocasionales e intermitentes. Ogden (1994) por su parte, preserva el par
indisoluble transferencia-contratransferencia aunque cuesta en su propuesta
diferenciarlos de su concepto del tercero intersubjetivo. Los términos transferencia
y contratransfertencia parecen preservar en la conceptualización de este autor la
dimensión intrapsíquica del conflicto y su tendencia a la repetición. Esta tiende a
perderse al hablar solo de subjetividad e intersubjetividad. Por otro lado, son
muchos autores los que sugieren considerar a la contratransferencia simplemente
como la transferencia del analista, entre ellos, Donna Orange (1995) ha acuñado
el término co-transferencia, para referirse a la transferencia del analista que
acompaña continuamente a la transferencia del paciente. Esta autora considera la
contratransferencia bajo la teoría de Gadamer (1977) del prejuicio. Este, considera
a los prejuicios como el horizonte de significados en el cual cada participante inicia
un diálogo a través del cual se accede a la verdad. En esta perspectiva la
contratransferecia, entendida como un primer horizonte emocional de significados,
es entonces el modo en cual tendemos hacia el paciente en la búsqueda de la
verdad del inconsciente con la esperanza de que ésta emergerá a través del
diálogo psicoanalítico.
Robert Stolorow y cols. (1997) han propuesto sustituir el término técnica
psicoanalítica por el de práctica psicoanalítica. Consideran al concepto de técnica
muy ligado al paradigma de la modernidad que considera a la naturaleza como lo
disponible para su control y dominio por parte del hombre. Proponen sustituir el
concepto de técnica por el de práctica sabia rescatando el concepto aristotélico de
phronesis. (Orange, D. et al., 1997) Esta propuesta no está muy alejada de la idea
de Freud, señalada al comienzo de esta comunicación, cuando señala, ante la
imposibilidad de valorar cuantitativamente los factores dinámicos en el paciente,
que las decisiones positivas de la técnica analítica dependen del grado de
normalidad y experiencia del analista o bien podríamos decir, de su sabiduría y
sentido común.
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Las propuestas técnicas de los diversos autores están acopladas frecuentemente


al logro de un cierto estado mental del analista, habitualmente definido como muy
dificultoso, sea este la atención flotante, la empatía, el holding, el reverie, la actitud
analítica, para el logro del cual estado mental es indispensable un buen análisis
didáctico. Sin desconocer la utilidad heurística de tales recomendaciones su
riesgo es: primero que cierran la posibilidad de explorar otros estados mentales
del analista que pueden ser de utilidad para ese particular proceso, en ese preciso
momento, con ese particular paciente ( Mitchell, 1997) y el otro es que en esas
propuestas la mente del analista es de un modo explícito o implícito definida como
instrumento, siendo la ejemplificación máxima de esta tendencia la transformación
del analista en el “instrumento analizante” de Otto Isakower ( Baltherl. L. et al.,
1980). Es decir se vuelve a introducir el paradigma de la técnica a través de la
instrumentalización de la mente del analista, lo que a su vez implica que se piensa
que el analista puede ser reducido a lo mental.
Irving Hoffmann, (1996) citado por Mitchell (1997), argumenta al respecto:
“ No creo que sea bueno establecer ideales intrínsicamente irracionales que
violentan la naturaleza humana. Aspirar a caminar sobre el agua y luchar por
lograrlo son susceptibles de interferir con aprender a nadar. Tal standard de
locomoción [caminar sobre el agua} no es menos equivocado si “admitimos”
humildemente que, como nadie es “perfecto”, aquellos que intenten caminar
seguramente se mojarán. Los ideales de la empatía justa, como la sintonía
afectiva perfecta, como el ideal de la perfecta neutralidad, estimulan el
desarrollo de ideales del yo inapropiados, lo que su vez promueve ilusiones
defensivas acerca de lo que hemos podido lograr, junto con reconocimientos
inapropiados de nuestra “imperfección”. Todo esto nos distrae del tema más
relevante cual es considerar, no si hemos estado personalmente
involucrados con nuestros pacientes, sino como lo hemos estado” (p.122)
Un siglo de práctica del psicoanálisis nos ha permitido darnos cuenta de la
naturaleza profunda e inevitablemente interactiva del proceso analítico. La
comunicación inconsciente opera en ambos sentidos, no solo del paciente
hacia el analista. El tema no es el como evitar la presencia e influencia de la
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persona del analista en el proceso, sino, como enfatiza Hoffman, estar


atentos a como opera esta presencia e influencia.
Referirse a la subjetividad del analista y la crítica a la técnica que ha
acompañado a esta, siempre suscita temores de que ahora cualquier cosa
es válida. Sin embargo, una práctica posible implica una reflexión
permanente de parte del analista acerca de que intervenciones son las más
apropiadas de acuerdo a los contextos psicosomáticos, tanto en el paciente
como en analista, que se van activando en la interacción con el paciente, y
una atención y monitoreo permanente, a través del diálogo, de cual es el
significado a posteriori, consciente e inconsciente, de nuestras
intervenciones. Esto incluye considerar al paciente como el intérprete de la
contratransferencia del analista. Si solo éste sabe escuchar. (Hoffmann, I.Z.;
1983). Esto a diferencia de una técnica en la cual se prescriben de
antemano que intervenciones son o no posibles y en donde los significados
de éstas están definidos a priori, orientando hacia la resistencia del paciente
el hecho de que estos significados a priori no sean del todo aceptables para
el analizando.
Son varios los conceptos que han acompañado el reconocimiento de la
subjetividad siempre presente y actuante del analista, entre ellos el de las
enacciones inevitables por parte de éste en los patrones interpersonales
activados a partir de las configuraciones de las relaciones objetales de
ambos, paciente y el analista; la utilidad de la autodevelación de la
contratransferencia del analista y/o la invitación al paciente a investigar en la
fantasías del paciente acerca de la contratransferencia del analista, temas
discutidos pioneramente por Racker (1957) en su obra. Siendo imposible
detenerme ahora en estos conceptos que son motivo de controversia, lo que
se puede destilar es que al hablar de la subjetividad del analista y referir la
contratranseferencia concomitantemente a una práctica reflexiva
particularizada, más que a una técnica universal, lo que podemos visualizar
es el conflicto entre la singularidad de los momentos de encuentro entre
analista y analizando, impredecibles e independientes de una técnica, lo que
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en algún momento propuse llamar el meta proceso (Jordan, J.F., 2001), y la


necesaria pertenencia de la práctica psicoanalítica a algo más general, si es
que aún el psicoanálisis ha de mantenerse como una disciplina que puede
hacer generalizaciones, sea esta disciplina definida como científica o
hermenéutica o como una entre ambas como sugiere Carlo Strenger (1991).
Ha surgido así la idea del estilo analítico como una manera de describir
mejor aspectos significativos de la práctica de los psicoanalistas que lo que
lo hace la noción de técnica analítica. En nuestro medio Eduardo Gomberoff
(1998) colega Lacaniano, ha propuesto sustituir el concepto de técnica por el
de estilo psicoanalítico. David Liberman (1970) a su vez nos habló de la
necesidad del analista de adaptar diversos estilos para modificar los estilos
de los pacientes, implicando en ello la supeditación de la técnica al estilo. El
estilo, según Thomas Ogden (2007), permite preservar la capacidad del
analista para usar y hablar desde aspectos únicos de su personalidad, el uso
de su propia experiencia como analista, analizando, padre, esposo,
estudiante, amigo, abuelo etc.; así también posibilita la capacidad para usar
la teoría y la técnica aprendida de los propios profesores y ancestros
psicoanalíticos manteniéndose al mismo tiempo independiente de estas
fuentes, de modo de poder olvidarse de la técnica, para inventar el
psicoanálisis de un modo fresco con cada paciente. No está esta noción de
estilo muy lejos de la manera en que los músicos improvisan en el jazz.
La noción de estilo permite conectar la singularidad de cada encuentro con
el de la tradición psicoanalítica. Como diría Winnicott (1971) no existe
originalidad si no es en base a una tradición. Esta noción incluye el uso por
parte del paciente, para llegar a hablar su propio idioma, de los diversos
aspectos de la personalidad del analista
Christopher Bollas (1989) ha ampliado la noción del uso del objeto de
Winnicott a la necesidad del paciente, para movilizar su propio-ser
verdadero, de usar los elementos de la personalidad del analista tales como
su humor, capacidad reflexiva, sensualidad, duda, agresión, capacidad
lingüística, memoria, habilidad crítica interpretativa, vida de fantasía,
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capacidad de no interpretar, función materna de sostén, presencia paterna,


es decir una lista de elementos de la personalidad y estados mentales
virtualmente inagotable, lista a la que habría que agregar como componente
primordial la libertad y espontaneidad del analista. (Symington, N., 1983;
Lichtenberg, J.D. et al., 1996 ; Jordan, J.F., 2001; Muñoz; A., 2008.)
Estilo viene del latín stilus, y significa ‘manera o arte de escribir’,
propiamente ‘punzón para escribir’ y antes ‘estaca’, ‘tallo’. De modo que la
noción de estilo conecta nuestra práctica con la literatura, ser analista se
relaciona así con el tipo de observación y actividad del escritor quizás más
que con el observador excluido de las ciencias naturales. Tal vez parte del
estilo de todo analista para lidiar con la contratransferencia se relaciona con
el género literario del diario íntimo.
Tomemos por ejemplo la siguiente cita de una analista (Buguña, C.; 2008) al
escribir una caso: “En la contratransferencia lo más relevante para mí, ha
sido conectarme con mi pasividad y sometimiento, parte de una
identificación proyectiva subyugante, e interpretar desconsideración y
desprecio del paciente por su pareja, así como mostrarle la agresión sin
límite en el modo de relacionarse conmigo y con otros” Quiero llamar la
atención sobre la primera frase “En la contratransferencia lo más relevante
para mi…” y el hecho de que a través del uso de la teoría de la identificación
proyectiva ella se hace pasar por otro, su paciente. Esto puede ser
comprendido como a la analista hablando consigo misma como en el
género literario de los diarios íntimos.
Justo Navarro (citado por Vilas-Matas, E.; 2002) dice que ser escritor es:
“convertirse en un extraño, en un extranjero: tienes que empezar a traducirte
a ti mismo. Escribir es un caso de impersonation, de suplantamiento de
personalidad. Escribir es hacerse pasar por otro” (pag. 18). En relación al
estilo de los diarios íntimos el mismo Justo Navarro señala que el diario es
un recurso para aquellos momentos de desesperación en los cuales
entonces “ te agarras a lo que tienes más cerca : hablas de ti mismo. Y al
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escribir de ti mismo empiezas a verte como si fueras otro, te tratas como si


fueras otro: te alejas de ti mismo conforme te acercas a ti mismo”. (pag. 143)
El psicoanálisis puede ser considerado una ciencia de la intimidad (Jordan,
J.F, 1998). Se lleva acabo en el borde de ésta, el “filo de la intimidad”,
expresión acuñada por Darlene Ehrenberg (1992). Desde la posición del
analista, uno de sus bordes mira hacia el paciente, el otro hacia su propio
interior. La contratransferencia puede ser concebida como la subjetividad del
analista en contacto intimo con la subjetividad del analizando, siendo
tematizada en un diálogo que, como en el caso de los escritores, posibilita
hacerse como un otro para sí mismo. El analista es simultáneamente sujeto
y objeto. Que el analista, al igual que el paciente, pueda ser sujeto y objeto,
significa que se es en un existir previo, que posibilita adoptar los modos de
ser del sujeto y del objeto. Este existir remite a que tanto paciente como
analista antes que ser sujetos y objetos, son en una continuidad del existir,
como señala Winnicott. Poder ser simultánea o alternativamente sujeto y
objeto, permite la ‘segunda mirada’ auto reflexiva, aquella que puede volver
a poner en movimiento el proceso analítico cuando este se paraliza.
(Baranger, M. et al.,1983)
Finalmente y, volviendo a los protagonistas con que inicié este trabajo, tanto
la “Interpretación de los sueños” de Freud (1900), como el “Diario Clínico” de
Ferenczi (1932) pueden ser entendidos como los primeros “diarios íntimos”
en el psicoanálisis, ubicándose así el análisis también, en el registro de la
literatura, hecho por el cual Freud se disculpaba ante la comunidad científica
de su época, y ejemplificándose ahí, en los inicios, el modo de crea,
descubrir y usar la contratransferencia al servicio del desarrollo,
investigación y ampliación de la intimidad en ese proceso de humanización
(Ogden,T.H., 2005) que llamamos psicoanálisis.
16

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