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Análisis Vuelvo al cangrejo

Todas las buenas películas son, en el fondo, películas documentales: pruebas de


cómo funciona alguna parte del mundo. Y esta no es la excepción. Sin juzgar todo
lo que alcanza a ver durante un poco más de una hora y media, y sin caer en la
tentación de explicarnos los gestos culturales que se encuentra por el camino
mientras sigue a Daniel, el protagonista derrotado, en sus encuentros con el
pescador 'Cerebro', la cocinera Jazmín, el empresario 'Paisa' y la dulcísima niña
Lucía, El vuelco del cangrejo logra mostrarnos cómo es la vida en ese pequeño
pueblo llamado La Barra. Y su propio título, que es el nombre de uno de los pocos
juegos que distraen a los niños de la comunidad, se convierte en una metáfora
que puede ser interpretada de cualquier manera. Por ejemplo, como una manera
de decir que hay que tener valor para no quedarse atrás de la vida. Y estamos a
merced de lo que venga.
De manera que la historia que cuenta es muy sencilla: un hombre va a un pueblo
del Pacífico, llamado La Barra, y permanece allí unos días esperando y
observando lo poco que ocurre en el lugar. No se sabe bien qué espera, ni
tampoco qué lo llevó allí –aunque se sugiere la huida por un desamor-, y mucho
menos sabemos con exactitud lo que busca, pero en él es evidente una tensión
latente y una expectativa que se trasmiten al espectador y al relato.
Sin la trama como motivación principal, entonces, es el estado de ánimo del
protagonista, en relación con el de los demás y con ese espacio al que llega, lo
que constituye, principalmente, el cuerpo de la narración, la cual dice lo que tiene
que decir, más que con diálogos o con acciones, con silencios, con largos planos
que confrontan a los personajes con el paisaje y con actuaciones contenidas, unas
actuaciones que no están basadas en la lógica del realismo sicológico, según el
cual todos los estados de ánimo tienen que ser explicados.
Sin saber con certeza de que huye o qué busca el protagonista, lo esencial parece
ser lo que encuentra en aquel lugar al que llega. En principio, sólo parece un
tranquilo pueblo costero, pero su callada actitud le permite ser testigo de un drama
que va más allá de la desavenencia entre vecinos. Es una tensionaste
confrontación entre lo vernáculo y lo extranjero, entre el paisaje natural y el
progreso. El paisa y Cerebro son los hombres que dan cuerpo a esta
confrontación. El uno se quiere adueñar de la playa, ya poniendo empalizadas o
cubriéndola con su potente música, mientras el otro defiende el orgullo nativo y el
curso natural del lugar. Ambos quieren explotar el turismo, pero son sus métodos
los que entran en contradicción.
En medio de esa confrontación están las mujeres, una entrañable y divertida niña
y una hermosa y circunspecta joven. Ambas son la conexión del protagonista con
aquel bello paisaje cargado de tensiones sociales. Pero es una relación desigual,
ya sea por vía del servilismo de la niña o el carácter de objeto sexual de la joven.
Esto pone en evidencia, nuevamente, la tirante correlación entre los lugareños y
los de afuera. Un delicado equilibrio que eventualmente puede explotar, como
parece que ocurre en el resto del país, según se ve tangencialmente en los
medios de comunicación.

Pero volviendo al planteamiento inicial, todas estas relaciones y circunstancias no


son narradas por una clásica trama, más bien son las imágenes y los ambientes
los que cargan con lo más significativo del relato. Hay un sentido contemplativo de
la imagen, pero no con intenciones preciosistas, sino que es una contemplación
para la percepción, para conectarse con los estados de ánimo de los personajes,
con la hostilidad y la belleza que al mismo tiempo tiene ese paisaje y con el
ambiente enrarecido de los sentimientos y de las relaciones entre los personajes.
El ritmo de la narración también obedece a este espíritu contemplativo. Los largos
plazos fijos, los silencios y la parquedad de los personajes hacen que la historia
avance con lentitud, una lentitud necesaria para percatarse de lo que hay en el
ambiente, pero no se ve, de lo que sienten las personas, pero no lo dicen, de lo
que había antes y viene después, pero lo tenemos que suponer. Porque no es una
película que apela a los esquemas fáciles del cine, sino que se arriesga a explorar
y forzar el lenguaje del cine, para ir más allá de un argumento, para sugerir más
allá del plano y de los diálogos, para exigirle al espectador que complete la
película en lugar de quedarse pasivamente recibiendo y recibiendo para pronto
olvidar.
Presentado por : Alejandro Dussan García

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