Está en la página 1de 7

El Tratado de Tordesillas

El precedente del Tratado de Tordesillas, fue el Tratado de Alcaçovas, firmado


en 1479 entre las coronas castellana y portuguesa. En dicho tratado no sólo se ponía
fin a la guerra de sucesión provocada tras la muerte del rey Enrique IV por el trono
castellano entre Isabel La Católica y Juana la beltraneja, sino que además se repartían
los derechos de navegación y conquista del Océano Atlántico. Según este tratado, el
reino de Castilla, así como las Islas Canarias, serían para Isabel y Fernando, mientras
que Madeira, Porto Santo, las Azores y las Islas de Cabo Verde, así como el derecho de
conquista del reino de Fez y el derecho de navegación al sur del paralelo de las
Canarias, serían para Portugal.

Múltiples incidentes ponen continuamente en peligro la paz conseguida en Alcaçobas.


Los problemas se intensifican cuando Juan II de Portugal, tras recibir a Cristóbal
Colón en Valparaíso, en 1493, al regreso victorioso de su primer viaje, le advierte que
si las tierras que acababa de descubrir se hallaban al sur del paralelo de las Canarias,
pertenecían, según lo estipulado en el Tratado de Alcaçobas, a Portugal.

El conflicto había estallado entre ambas potencias. Los portugueses pretenden que el
paralelo de las Canarias sirva de límite a las conquistas de ambos reinos. Los Reyes
Católicos rechazan esta pretensión y tratan de conseguir que Juan II se quede con África
y deje para los castellanos las nuevas tierras descubiertas. Este intento por parte de los
Reyes castellanos, se concreta en la promulgación por el Papa Alejandro VI de tres
bulas en 1493: la "I Inter Caeteras" se establece que todas las tierras descubiertas por
Colón y las que posteriormente se descubran serán para Castilla; en la "II Inter
Caeteras" se modifica el sentido de la primera y se fija una línea a 100 leguas al oeste de
las Azores y Cabo Verde que define el dominio marítimo y terrestre de Castilla; en la
tercera bula, "Eximiae devotiones" no se menciona para nada la segunda y se ratifica lo
señalado en la primera, ampliando los dominios asignados a los castellanos. 

La firmeza de Juan II al rechazar estas soluciones, así como el deseo sincero de ambos
reinos de no reiniciar una nueva guerra, unida a la incertidumbre de los Reyes Católicos
ante los secretos del Océano y la amenaza de Carlos VIII de Francia contra el Papa,
motivaron una larga serie de contactos y negociaciones que se materializaron en 1494
en Tordesillas.

Los tratados de Tordesillas

El día 7 de junio de 1494, en la villa de Tordesillas, Castilla y Portugal firman un


tratado que dividía el océano Atlántico por medio de una raya trazada de polo a polo,
370 leguas al oeste de las islas de Cabo Verde, quedando el hemisferio oriental para la
Corona de Portugal y el hemisferio occidental para la Corona de Castilla.

De esta forma los Reyes Católicos y el rey Juan II de Portugal se ponen de acuerdo
sobre qué conquistas podrán realizar ambos estados en relación con el mundo recién
descubierto.

Este tratado de partición oceánica presenta la gran novedad de que por primera vez se
establece una frontera que divide tanto el mar como la tierra, suponiendo además una
nueva concepción de división territorial que va a determinar la actual configuración de
América del Sur.

Este mismo día, y también en Tordesillas, ambas potencias firman otro tratado que
resuelve todos los litigios que, desde tiempo atrás vienen manteniendo ambos reinos
acerca de los espacios e intereses africanos y que justifican y complementa al tratado
oceánico.

En el tratado africano, portugueses y castellanos dividen el reino de Fez para futuras


conquistas y regulan los derechos de pesca y navegación por la costa atlántica africana,
asegurándose los castellanos los territorios de Melilla y Cazaza y la pesca hasta el cabo
de Bojador, así como las operaciones de asalto a esos territorios, desde Bojador hasta el
Río de Oro. El pacto africano tendrá para Castilla un valor extraordinario ya que hacía
apenas dos años que los Reyes Católicos habían concluido la Reconquista, con la
anexión de Granda y ese acuerdo con Portugal, delimitaba la zona de futura conquista y
expansión del cristianismo hispano frente al Islam en el norte de África, objetivo
prioritario de la monarquía española.

El acto final de las negociaciones se llevó a cabo sin la presencia de los reyes, los cuales
habían delegado sus poderes en unos procuradores plenipotenciarios. Tres por cada
nación. Por parte de Portugal: Ruy de Sousa, su hijo Juan de Sousa y el licenciado Aires
Dalmada y Esteban Vaéz asiste como notario. Por Castilla: Don Enrique Enríquez, Don
Gutierre de Cárdenas y el Doctor Rodrigo Maldonado. Actúa de notario Fernando
Álvarez de Toledo.

Aunque los acuerdos firmados el día 7 de junio eran firmes porque los procuradores
tenían plenos poderes, ambas partes decidieron darse un plazo prudencial para que
fuesen ratificados por sus respectivos monarcas: 50 días para el Tratado Africano y 100
días para el Tratado Oceánico, ya que se hacía necesaria una espera para saber lo que
hubieran descubierto hasta el 20 de junio los navíos castellanos que navegan por el
Atlántico. Los Reyes Católicos ratifican el tratado en Arévalo y Juan II en Setúbal.

DISPUTA POR LAS TIERRAS A PARTIR DE LA EXPLORACIÓN

Entre resignado y furioso, Francisco I de Francia reclamó al Papa con insistencia ver
el testamento de Adán ante las sucesivas bulas papales que reconocían la preeminencia
española en la conquista de América. «El sol luce para mí como para otros. Querría ver
la cláusula del testamento de Adán que me excluye del reparto del mundo y le deja todo
a castellanos y portugueses», exclamó sobre los términos del Tratado de Tordesillas.

En España y Portugal se llamaba directamente Testamento de Adán al Tratado de


Tordesillas. Un acuerdo entre ambos países, donde medió el Papa valenciano Alejandro
VI, para delimitar los territorios que Cristóbal Colón descubrió sin saberlo en 1492.
Todo un continente repartido entre las dos grandes potencias imperiales de su tiempo. Y
nada pudo hacer Francia, ni Inglaterra, ni Turquía frente a aquella preeminencia.
Según concluyeron sus enemigos, es como si únicamente los ibéricos fueran hijos de
Adán.

Como explica Carlos Canales y Miguel del Rey en «Las Reglas del Viento: cara y
cruz de la Armada Española en el siglo XVI», «a partir del descubrimiento de nuevas
tierras en el hemisferio occidental la historia cambió y se abrió una nueva era para la
humanidad». Poca veces a lo largo de los tiempos ocurrieron tantas cosas importantes
en una única década, la de 1490, es decir, la de 1492. A partir de esa fecha, los
marineros españoles, portugueses y los italianos bajo su mando dibujaron un nuevo
mundo repleto de riquezas y de posibilidades. Los océanos que no controlaba España
era porque, de hecho, los dominaba Portugal. Rara vez en la historia se ha vivido un
dominio igual de dos países sobre el resto del planeta.

El Descubrimiento de Colón cambia el mundo

Al finalizar en 1479 la Guerra de Sucesión castellana, que involucró a Portugal a


favor de Juana la «Beltraneja» en contra de los Reyes Católicos, se firmó el Tratado
de Alcáçovas y se dio inicio a un periodo de acercamiento entre España y Portugal. El
texto, además, dirimió varios asuntos territoriales pendientes entre ambas Coronas: las
Islas Canarias pertenecían por derecho a Castilla; el reino de Fez, las islas Azores y
Madeira, Cabo Verde, la Guinea y el derecho de navegación más allá de las Canarias, se
le reconocían a Portugal. Si bien la navegación y el comercio atlántico no eran en ese
momento una prioridad para los españoles, más tarde ese mismo tratado iba a suponer
un obstáculo para las ambiciones hispánicas.

La culpa de todo la tuvo un navegante supuestamente genovés, Cristóbal Colón. Tras


ser rechazado su proyecto en la corte portuguesa de viajar hacia Occidente hasta dar con
Cipango (Japón), logró que los Reyes Católicos lo financiaran. Es por esa espina
clavada en su ego que Colón hizo escala en Lisboa en su viaje de vuelta y alardeó ante
Juan II de que, después de todo, su descubrimiento sí había merecido la pena. A nivel
internacional aquel gesto desencadenó una guerra. El Rey de Portugal creía que los
términos del tratado de Alcáçovas habían sido violados con lo hallado por Colón y
levantó una armada en las Azores para reivindicar los derechos sobre el
Descubrimiento.

Por el contrario, Fernando de Aragón no movilizó ninguna flota. Inició una ofensiva
diplomática dirigida a obligar al Papa valenciano Alejandro VI a que «leyera en alto» el
testamento de Adán e impulsara a España en su misión de evangelizar el nuevo
mundo. Sus relaciones en ese momento con los Borgia eran buenas y pensaba sacar
partido de sus concesiones aragonesas a la familia valenciana en la península: había
apoyado que César fuera designado arzobispo de Valencia y que Juan se casara con
una prima del Rey.

No le decepcionó el segundo de los papas españoles. Alejandro VI había llegado al


papado precisamente en 1492 (el año del Descubrimiento de Cristóbal Colón) y al
regreso del navegante dictó cinco bulas en cuestión de un año («Inter caetera», «Piis
fidelium», «Inter caetera» de mayo, «Eximie devotionis» y «Dudum siquidem») que
reconocían los derechos españoles sobre las nuevas tierras, como explica Carlos Canales
y Miguel del Rey en el citado libro.

Estas bulas derogaban anteriores dictados y anulaban, a ojos de Dios, los tratados que
reconocían los derechos portugueses en los mares y tierras africanos más allá de
Canarias. Hasta tal punto que la «Eximie devotionis» fue otorgada por vía
extraordinaria secreta y otorgaba a los Reyes Católicos los indultos y privilegios
otorgados antes a Portugal en sus territorios de ultramar.
El Tratado de Tordesillas, un reparto histórico

Obviamente, Juan II prefirió ignorar el arbitraje pontificio y hablar directamente con los
Reyes Católicos. El Papa está comprado, debió pensar el portugués como si se tratara
de un árbitro de fútbol sospechoso de favorecer a uno de los equipos.

Tordesillas (Valladolid), donde años después se marchitaría Juana la Loca, fue el lugar
elegido para iniciar las negociaciones entre ambos países en 1494. Los Reyes Católicos
fueron representados por Enrique Enríquez de Guzmán, mayordomo mayor de los
reyes, Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de la Orden de Santiago y contador
real, y el doctor Francisco Maldonado; mientras que Juan II envió a Ruy de Sousa, su
hijo Juan de Sousa y el magistrado Arias de Almadana.

¿Qué buscaba exactamente Portugal? En verdad todavía no se conocía la magnitud del


Descubrimiento. No había razón para discutir por el reparto de algo desconocido, salvo
porque el auténtico objetivo del Rey Juan II era mantener abierta la ruta con la India,
tan lucrativa para Portugal desde que Turquía bloqueara las rutas mediterráneas.

En principio la propuesta portuguesa era realizar una partición de territorios basada en


latitudes, de modo que sus barcos pudieran dirigirse a la India bordeando África o a
directamente a través del Océano Atlántico por el sur. Tras unas durísimas
negociaciones, la respuesta española fue que, al contrario, la división se mantuviera por
meridianos como planteaba la bula «Inter caetera», si bien de forma más favorable a los
portugueses de la planteada por el Papa. Los portugueses aceptaron el arreglo. No así el
Pontífice que, a modo de protesta, nunca confirmó el tratado y hubo que esperar a que
Julio II lo hiciese por medio de la bula «Ea quae pro bono pacis» en 1506.

Así, el texto reservaba para Portugal el Atlántico y los territorios que había hallado
Castilla por un meridiano fijado a 370 leguas del archipiélago de Cabo Verde. A
España se le reconoció la libre navegación por las aguas del lado portugués para viajar a
América y se le otorgó derechos de evangelización y soberanía en las nuevas tierras
occidentales. En la totalidad de esas tierras. O al menos eso era lo que se pensaba.

La incapacidad técnica de realizar una partición exacta a lo firmado el 7 de junio de


1494 dio lugar a una serie de conflictos entre ambos países. En el año 1498 se descubrió
una nueva ruta hasta la India y en 1500 Brasil, un territorio que se encontraba en la
parte portuguesa del Tratado de Tordesillas. Pedro Álvares Cabral llegó a este
territorio en abril de 1500 y, amparado en el tratado, procedió a tomar posesión en
nombre del Rey de Portugal. No en vano, se trató de la fecha del «descubrimiento
oficial», puesto que el español Vicente Pinzón ya había estado en los últimos días del
mes de enero del año 1500 en el cabo de Santa María de la Consolación (identificado
actualmente como cabo de San Agustín).

A partir de 1530, la corona portuguesa inició la colonización de Brasil y expulsó a los


franceses que merodeaban por las islas cercanas. Y no solo eso. Portugal transgredió en
su colonización del continente americano la demarcación del Tratado de Tordesillas
al avanzar paulatinamente desde el Brasil hacia el oeste y sur de América del Sur.
Escudados en que se trataba de un error de medición, los portugueses sobrepasaron con
creces las fronteras que señalaba la línea de Tordesillas. Las líneas del actual Brasil
son el resultado de la carencia de instrumentos para determinar bien los meridianos y de
las transgresiones portuguesas sobre el tratado.

En cualquier caso durante sesenta años el tratado dejó de tener sentido legal con la
unión dinástica y se terminaron parcialmente los conflictos territoriales. Los dos
imperios que dominaban el mundo quedaron sellados bajo una misma monarquía.

Cuando en 1578 el Rey de Portugal Sebastián I de Avís perdió la vida en una


demencial incursión por el norte de África, Felipe II –emparentado con la dinastía
portuguesa por vía materna– desplegó una contundente campaña a nivel diplomático
para postularse como el heredero a la Corona lusa, que fue asumida brevemente por el
Cardenal-infante don Enrique hasta su muerte. «El reino de Portugal lo heredé, lo
compré y lo conquisté», aseguraría Felipe II. El Rey Prudente contaba con el apoyo de
buena parte de la nobleza portuguesa y el beneplácito de las potencias europeas (más
bien resignación), pero el levantamiento popular promovido por Antonio, el Prior de
Crato, hijo bastardo del infante Luis de Portugal, obligó al Imperio español a iniciar
las operaciones militares.

La muerte del acuerdo: Tratado de Madrid

El país vecino rindió pleitesía a Felipe II en abril de 1581, siendo coronado como Felipe
I de Portugal. El imperio donde no se ponía el sol suponía, en la práctica, un conjunto
de territorios con sus propias estructuras institucionales y ordenamientos jurídicos,
diferentes y particulares, que se hallaban gobernados por los monarcas españoles de la
Casa de Austria o por sus representantes. Entre 1580 y 1640, los portugueses se
cuidaron de ser ellos quienes gestionaban su imperio comercial bajo la supervisión
general de Madrid, que abrió todo el mercado americano a los insaciables comerciante
portugueses.

No fueron los castellanos los que penetraron en las posesiones portuguesas, como tanto
temieron aquellos que siguieron al Prior Antonio en sus revueltas, sino todo lo
contrario. A principios del siglo XVII se sucedieron las quejas contra los
omnipresentes comerciantes portugueses por parte de colonos castellanos,
mexicanos, peruanos: «Los portugueses cada vez son más en las Indias españolas y
llegan en todas las flotas, mientras que tienen buen cuidado en mantener a los
castellanos alejados de las Indias Orientales».

Además, los reyes otorgaron a exploradores portugueses capitanías y concesiones en la


cuenca amazónico, penetrando los portugueses profundamente en la selva brasileña
más allá de lo delimitado en Tordesillas. De este modo, cuando en 1640 se produjo la
independencia de Portugal, los portugueses habían ampliado notablemente sus
posesiones en virtud del precepto «Uti possidetis, ita possideatis» (quien posee de
hecho, debe poseer de derecho).

La independencia de Portugal y la sucesiva guerra entre ambos países dio lugar a que se
transgrediera todavía más el maltrecho Tratado de Tordesillas, porque tanto España
como Portugal establecieron nuevas ciudades en los territorios controlados por su
enemigo. Hubo que esperar al Tratado de Madrid, firmado por Fernando VI de España
y Juan V de Portugal el 13 de enero de 1750, para certificar oficialmente la muerte del
de Tordesillas y definir los límites entre las respectivas colonias portuguesas y
españolas en América del Sur.

Consecuencias
Durante el lapso de 1580 a 1640 el Tratado de Tordesillas no fue cumplido como se
estableció originalmente, ya que España y Portugal tenían al mismo gobernante al poder
y por ese tiempo se logró una unión dinástica muy deseada. No obstante, durante ese
tiempo Portugal colonizó territorio brasilero que no le estaba adjudicado.

Brasil es un claro reflejo de la gran influencia que tuvieron los europeos —en este caso,
los portugueses— sobre la cultura de los territorios descubiertos, explorados y
colonizados. Los idiomas adoptados en los territorios colonizados fueron y siguen
siendo el español y el portugués.

Entre las consecuencias más importantes de lo establecido en el Tratado de Tordesillas


se encuentran las implicaciones culturales, como la mezcla de razas que surgió tras la
colonización por parte de los europeos, españoles y portugueses; y la adopción de
costumbres y tradiciones europeas en América.

Aumento del comercio y cristianismo

Junto con la llegada de los europeos, aumentó la actividad comercial en América;


comenzó el cultivo masivo de las tierras y la explotación de minas. Los productos
generados en este continente, como azúcar y café, eran llevados de vuelta a los puertos
europeos para ser comercializados en los mercados de allá.

La gastronomía de ambos territorios, América y Europa, se vio enriquecida gracias al


intercambio cultural y comercial, así como a la llegada de nuevos productos. Del mismo
modo, surgió una fusión entre el arte indígena y el arte europeo.

Igualmente, tal como lo exigió el papa Alejandro VI, el cristianismo fue impartido por
misioneros jesuitas en América y esta se volvió la religión predominante, dejando atrás
las creencias politeístas que poseían los indígenas que ya poblaban las tierras.
Referencias

1. (2007). El Tratado de Tordesillas. Recuperado en 30 de marzo de Unesco: unesco.org


2. Rodrigo, B. (2013). El Tratado de Tordesillas y cómo repartió Portugal y Castilla.
Recuperado en 30 de marzo de ABC: abc.es
3. Caryl, S. (2014). Treaty of Tordesillas. Recuperado en 30 de marzo de National
Geographic: nationalgeographic.org
4. Villumbrales, M. (2016). Los Tratados Atlántico-africanos de los Siglos XV y XVI.
Recuperado en 30 de marzo de Universidad de Valladolid: uvadoc.uva.es
5. Bejarano, M. (2016). Las Bulas Alejandrinas: Detonantes de la evangelización en el
Nuevo Mundo. Recuperado en 30 de marzo de Scielo: scielo.org.mx
6. Campbell, H. (2019). Treaty of Tordesillas. Recuperado en 30 de marzo de
Encyclopedia Britannica: britannica.com
7. Sánchez, L. (s.f.). Tratado de Tordesillas. Recuperado en 30 de marzo de Ministerio de
Educación y Formación Profesional: sede.educacion.gob.es
8. (s.f.). El Tratado de Madrid de 1750: su causa, su celebración, su fracaso. Recuperado
en 31 de marzo de Universidad de la Rioja: dialnet.unirioja.es
9. (s.f.). Barrio histórico de la Ciudad de Colonia del Sacramento. Recuperado en 31 de
marzo de Organización de las Ciudades de Patrimonio Mundial: ovpm.org

También podría gustarte