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El conflicto había estallado entre ambas potencias. Los portugueses pretenden que el
paralelo de las Canarias sirva de límite a las conquistas de ambos reinos. Los Reyes
Católicos rechazan esta pretensión y tratan de conseguir que Juan II se quede con África
y deje para los castellanos las nuevas tierras descubiertas. Este intento por parte de los
Reyes castellanos, se concreta en la promulgación por el Papa Alejandro VI de tres
bulas en 1493: la "I Inter Caeteras" se establece que todas las tierras descubiertas por
Colón y las que posteriormente se descubran serán para Castilla; en la "II Inter
Caeteras" se modifica el sentido de la primera y se fija una línea a 100 leguas al oeste de
las Azores y Cabo Verde que define el dominio marítimo y terrestre de Castilla; en la
tercera bula, "Eximiae devotiones" no se menciona para nada la segunda y se ratifica lo
señalado en la primera, ampliando los dominios asignados a los castellanos.
La firmeza de Juan II al rechazar estas soluciones, así como el deseo sincero de ambos
reinos de no reiniciar una nueva guerra, unida a la incertidumbre de los Reyes Católicos
ante los secretos del Océano y la amenaza de Carlos VIII de Francia contra el Papa,
motivaron una larga serie de contactos y negociaciones que se materializaron en 1494
en Tordesillas.
De esta forma los Reyes Católicos y el rey Juan II de Portugal se ponen de acuerdo
sobre qué conquistas podrán realizar ambos estados en relación con el mundo recién
descubierto.
Este tratado de partición oceánica presenta la gran novedad de que por primera vez se
establece una frontera que divide tanto el mar como la tierra, suponiendo además una
nueva concepción de división territorial que va a determinar la actual configuración de
América del Sur.
Este mismo día, y también en Tordesillas, ambas potencias firman otro tratado que
resuelve todos los litigios que, desde tiempo atrás vienen manteniendo ambos reinos
acerca de los espacios e intereses africanos y que justifican y complementa al tratado
oceánico.
El acto final de las negociaciones se llevó a cabo sin la presencia de los reyes, los cuales
habían delegado sus poderes en unos procuradores plenipotenciarios. Tres por cada
nación. Por parte de Portugal: Ruy de Sousa, su hijo Juan de Sousa y el licenciado Aires
Dalmada y Esteban Vaéz asiste como notario. Por Castilla: Don Enrique Enríquez, Don
Gutierre de Cárdenas y el Doctor Rodrigo Maldonado. Actúa de notario Fernando
Álvarez de Toledo.
Aunque los acuerdos firmados el día 7 de junio eran firmes porque los procuradores
tenían plenos poderes, ambas partes decidieron darse un plazo prudencial para que
fuesen ratificados por sus respectivos monarcas: 50 días para el Tratado Africano y 100
días para el Tratado Oceánico, ya que se hacía necesaria una espera para saber lo que
hubieran descubierto hasta el 20 de junio los navíos castellanos que navegan por el
Atlántico. Los Reyes Católicos ratifican el tratado en Arévalo y Juan II en Setúbal.
Entre resignado y furioso, Francisco I de Francia reclamó al Papa con insistencia ver
el testamento de Adán ante las sucesivas bulas papales que reconocían la preeminencia
española en la conquista de América. «El sol luce para mí como para otros. Querría ver
la cláusula del testamento de Adán que me excluye del reparto del mundo y le deja todo
a castellanos y portugueses», exclamó sobre los términos del Tratado de Tordesillas.
Como explica Carlos Canales y Miguel del Rey en «Las Reglas del Viento: cara y
cruz de la Armada Española en el siglo XVI», «a partir del descubrimiento de nuevas
tierras en el hemisferio occidental la historia cambió y se abrió una nueva era para la
humanidad». Poca veces a lo largo de los tiempos ocurrieron tantas cosas importantes
en una única década, la de 1490, es decir, la de 1492. A partir de esa fecha, los
marineros españoles, portugueses y los italianos bajo su mando dibujaron un nuevo
mundo repleto de riquezas y de posibilidades. Los océanos que no controlaba España
era porque, de hecho, los dominaba Portugal. Rara vez en la historia se ha vivido un
dominio igual de dos países sobre el resto del planeta.
Por el contrario, Fernando de Aragón no movilizó ninguna flota. Inició una ofensiva
diplomática dirigida a obligar al Papa valenciano Alejandro VI a que «leyera en alto» el
testamento de Adán e impulsara a España en su misión de evangelizar el nuevo
mundo. Sus relaciones en ese momento con los Borgia eran buenas y pensaba sacar
partido de sus concesiones aragonesas a la familia valenciana en la península: había
apoyado que César fuera designado arzobispo de Valencia y que Juan se casara con
una prima del Rey.
Estas bulas derogaban anteriores dictados y anulaban, a ojos de Dios, los tratados que
reconocían los derechos portugueses en los mares y tierras africanos más allá de
Canarias. Hasta tal punto que la «Eximie devotionis» fue otorgada por vía
extraordinaria secreta y otorgaba a los Reyes Católicos los indultos y privilegios
otorgados antes a Portugal en sus territorios de ultramar.
El Tratado de Tordesillas, un reparto histórico
Obviamente, Juan II prefirió ignorar el arbitraje pontificio y hablar directamente con los
Reyes Católicos. El Papa está comprado, debió pensar el portugués como si se tratara
de un árbitro de fútbol sospechoso de favorecer a uno de los equipos.
Tordesillas (Valladolid), donde años después se marchitaría Juana la Loca, fue el lugar
elegido para iniciar las negociaciones entre ambos países en 1494. Los Reyes Católicos
fueron representados por Enrique Enríquez de Guzmán, mayordomo mayor de los
reyes, Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de la Orden de Santiago y contador
real, y el doctor Francisco Maldonado; mientras que Juan II envió a Ruy de Sousa, su
hijo Juan de Sousa y el magistrado Arias de Almadana.
Así, el texto reservaba para Portugal el Atlántico y los territorios que había hallado
Castilla por un meridiano fijado a 370 leguas del archipiélago de Cabo Verde. A
España se le reconoció la libre navegación por las aguas del lado portugués para viajar a
América y se le otorgó derechos de evangelización y soberanía en las nuevas tierras
occidentales. En la totalidad de esas tierras. O al menos eso era lo que se pensaba.
En cualquier caso durante sesenta años el tratado dejó de tener sentido legal con la
unión dinástica y se terminaron parcialmente los conflictos territoriales. Los dos
imperios que dominaban el mundo quedaron sellados bajo una misma monarquía.
El país vecino rindió pleitesía a Felipe II en abril de 1581, siendo coronado como Felipe
I de Portugal. El imperio donde no se ponía el sol suponía, en la práctica, un conjunto
de territorios con sus propias estructuras institucionales y ordenamientos jurídicos,
diferentes y particulares, que se hallaban gobernados por los monarcas españoles de la
Casa de Austria o por sus representantes. Entre 1580 y 1640, los portugueses se
cuidaron de ser ellos quienes gestionaban su imperio comercial bajo la supervisión
general de Madrid, que abrió todo el mercado americano a los insaciables comerciante
portugueses.
No fueron los castellanos los que penetraron en las posesiones portuguesas, como tanto
temieron aquellos que siguieron al Prior Antonio en sus revueltas, sino todo lo
contrario. A principios del siglo XVII se sucedieron las quejas contra los
omnipresentes comerciantes portugueses por parte de colonos castellanos,
mexicanos, peruanos: «Los portugueses cada vez son más en las Indias españolas y
llegan en todas las flotas, mientras que tienen buen cuidado en mantener a los
castellanos alejados de las Indias Orientales».
La independencia de Portugal y la sucesiva guerra entre ambos países dio lugar a que se
transgrediera todavía más el maltrecho Tratado de Tordesillas, porque tanto España
como Portugal establecieron nuevas ciudades en los territorios controlados por su
enemigo. Hubo que esperar al Tratado de Madrid, firmado por Fernando VI de España
y Juan V de Portugal el 13 de enero de 1750, para certificar oficialmente la muerte del
de Tordesillas y definir los límites entre las respectivas colonias portuguesas y
españolas en América del Sur.
Consecuencias
Durante el lapso de 1580 a 1640 el Tratado de Tordesillas no fue cumplido como se
estableció originalmente, ya que España y Portugal tenían al mismo gobernante al poder
y por ese tiempo se logró una unión dinástica muy deseada. No obstante, durante ese
tiempo Portugal colonizó territorio brasilero que no le estaba adjudicado.
Brasil es un claro reflejo de la gran influencia que tuvieron los europeos —en este caso,
los portugueses— sobre la cultura de los territorios descubiertos, explorados y
colonizados. Los idiomas adoptados en los territorios colonizados fueron y siguen
siendo el español y el portugués.
Igualmente, tal como lo exigió el papa Alejandro VI, el cristianismo fue impartido por
misioneros jesuitas en América y esta se volvió la religión predominante, dejando atrás
las creencias politeístas que poseían los indígenas que ya poblaban las tierras.
Referencias