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EL ARBOL DE LOS GUZMAN

Escogieron el día de año nuevo para sembrar el árbol, apenas llevaban un mes en la

nueva casa y Adelaida sentía vivir otra vida, era una casa espaciosa cubierta con un techo

de pizarra, rodeada de jardines laterales donde con el tiempo se construirían una glorieta

y una pérgola. Adelaida pensaba que la ilusión de decorar los nuevos cuartos, tapizar los

antiguos muebles para ocupar la amplia sala y, sobre todo, imaginarse al árbol, enorme,

con ramas frondosas sombreando el recinto del futuro estadero, donde el grupo de la

nueva amiga vendría a solazarse y a jugar cartas en las tardes había traído el bienestar

a su hogar; atrás quedaban los vecinos plebeyos, los días de las riñas familiares, cuando

en el apartamento del desconchado edificio los niños tenían que compartir los cuartos y

los clósets, se jalaban, ensuciaban el pelo y gritaban hasta el amanecer en medio del

desorden, donde Marcos alegando viajes y exceso de trabajo salía dando un portazo y

apenas si regresaba los fines de semana.

El samán lo compró John Mario la tarde en que salió a vacaciones de la universidad.

Estaba sembrado en una bolsa negra y las raíces como un enredo de pelos se salían por

debajo, tenía solo dos ramas salpicadas de hojitas color canela, pero con los cuidados de

Leticia Juliet, quien después de llegar del colegio lo sacaba al patio y lo regaba; y los del

menor, Camilo José, quien en las noches antes de la tele novela, por orden de Adelaida,

lo entraba para resguardarlo de la Mosca del Mediterráneo, un insecto voraz que asolaba

los bosques de la región, había retoñado cuatro nuevas ramas que se alzaban hacia el

Cielo. Pensando en el trasnocho, Camilo José, antes de la fiesta de fin de año dejó
preparados la pala, el palin y el pico para abrir el hueco donde crecería robusto el

pequeño samán, Adelaida y Leticia Juliet dejaron la tierra de abono en un rincón del

patio.

-Se nos hace tarde. – resonó en los cuartos el vozarrón de papá antes de que alguien se

levantará, fue una sorpresa para Adelaida y sus hijos encontrar a Marcos tan temprano

sentado a la mesa estrenándose la ropa de año nuevo. - Desayunemos rápido y

sembremos el árbol que tengo que irme. - Intercambiando miradas de reojo, sin atreverse

a preguntarle adónde tenía que ir el primer día del año, se sentaron de prisa y

desayunaron en silencio; Adelaida casi sin respirar apenas probó el café y dejó quemar

las tostadas, se quedó mirando en el patio los rayos del sol calentando la tierra y una

reverberación le empezó a circular por el estómago.

Fue John Mario el primero en moverse, salió en silencio sin mirar a nadie, agarró el palín

y empezó a escarbar, mientras Marcos, impaciente, agarró la pala, controlando a su vez

los saltos del pequeño Camilo José quien cargaba el samán. En un intento por participar

de la jornada, Adelaida, aún con la reverberación en el estómago, ordenó:

-Ábranle la llave a la manguera. - Y Leticia Juliet la abrió. La manguera se retorció

por la presión del agua, dio tres vueltas en espiral y encabritada escaló las alturas, el

chorro se disparó hacia el cielo, el agua brillo contra los rayos del sol y bullente se

precipitó en gruesas cataratas. Camilo José dio un brinco, trató de atraparla, en el intento

se le zafó el samán y dejó caer la tierra en el traje de papá. Marcos se lanzó tras

ella, sin lograrlo cayó de bruces y después de dos intentos más, gateando, la atrapó por la

punta. Cuando sintió la manguera entre sus manos la respiración se le arremolinó en la


garganta, un furor extraño se apoderó de él y sin poder hablar, conteniendo su ira, se

paró, empezó a darle azotes contra el piso, la manguera zigzagueaba como una serpiente

agarrada por la cabeza, y el agua, animada por un poder sobrenatural aumentó la presión

y esta vez lo vomitó a borbotones arruinándole el traje. El poderoso chorro de agua fría

rodando sobre la cara lo hizo llorar. Desde sus arterias un furor rojo empezó a transitar

por su cuerpo, encendiéndole la cara con un rubor de ira que le ardía en la mirada.

- Bruja infame de los demonios, todo fue planeado por ti –, empezó a gritar sin dejar de

azotar la manguera. Mordiéndose los labios continuó los azotes sin apartar de Adelaida

la mirada de odio. – ya está bien de árboles y de jardines, de muebles nuevos y de amigas

ricas – gritaba sin control – has debido de quedarte en tu vieja cloaca bruja horrible de los

infiernos, lárgate de mi casa a donde no te vuelva a ver.

- Pero, papá – intento decir Leticia Juliet –

- Tú cállate, si sigues así vas a ser una bruja igual a ella - le gritó y empezó a saltar

En cima del samán con una furia incontrolable.

Adelaida estaba muda, no daba crédito a la escena, hizo un esfuerzo y logró salir del

estupor que la aprisionaba desde el desayuno.

- No tienes que echarme, me largo -, repicó – al fin de cuentas esta casa todavía

no es de nosotros, si aún se la has pagado al banco.

Infame – fue lo único que pudo escupir Marcos

Estás furioso sólo porque quieres irte, puedes largarte cuando quieras – respondió

Adelaida brincando también sobre las dos ramitas del samán, restregándolo sobre el

suelo enfangado y salpicándole de lodo el vestido nuevo. Marcos intentó alzar la


mano y fuetearla con la manguera, pero John Mario se la agarró sin mirarlo a la cara.

él que se larga de esta casa soy yo – se le alcanzó a escuchar en el momento en que

soltó la mano de su papá. Leticia Juliet salió corriendo tras él, murmurando – es

imposible vivir aquí -, mientras Adelaida y el pequeño Camilo José corrieron y se

encerraron en el cuarto.

John Mario caminaba desolado por la carretera, al volver la vista atrás vio a Leticia Juliet.

También vio la casa, se destacaba blanca, esplendida, construida en una nueva

parcelación cercada por una arboleda de cipreses y robledos. Un arroyo estrecho,

cristalino surcaba la tierra desde las montañas y en sinuosos movimientos entraba al

patio. Marcos se quedó solo, parado sobre el samán. Por un momento pensó que el

arroyo se había detenido, suspiró profundo y el aire le disolvió el bloque de ira atascado

en la garganta y surgió de la crisis sin remordimientos. El agua de la manguera se había

empozado alrededor de sus zapatos, se movió, cerró la llave y la sintió enfangada en el

piso. Afuera el cielo se insinuaba azul tras el celaje de las nubes, el día avanzaba cordial,

perezoso, como son los primeros días del año. John Mario y Leticia Juliet caminaron toda

la mañana por la ciudad y en la tarde visitaron a los familiares. En la hora del crepúsculo

regresaron. Cuando entraron nada se movía, un silencio enrarecido por la amargura se

había apoderado del ámbito total de la casa.En el patio, anclado en el vacío, Camilo José

empujaba por el arroyo barcos de papel que Marcos, pensativo, sentado en el prado le

hacía. John Mario miró a su padre, y sus ojos tropezaron con los de él, le repasó con la

mirada la desazón del vestido nuevo totalmente sucio, y una tristeza lo embargo. Leticia

Juliet fue a su encuentro y le abrazó la cabeza. El padre, acosado por los recuerdos de la

mañana asumió una actitud inocente - Tenemos que hablar -susurró con cariño,
amparado en unos ojos de perro obediente. – sí, tenemos que hablar, repitieron los dos

hermanos.

Sentados en la sala, movidos por una misma voluntad lograron construir una

atmosfera de intimidad. Fue Leticia Juliet quien habló primero - Así no podemos seguir

viviendo, comentó mirando hacia la ventana -, tenemos que hacer un esfuerzo para que

vivamos felices – enfatizó John Mario.- Ahh, ¿les parece que no lo hago, trabajo la

semana entera para cumplir con mis responsabilidades, eso es un esfuerzo; me endeudé

comprando esta nueva casa para que seamos felices, eso es otro esfuerzo; me soporto el

mal humor, las malas caras de Adelaida, eso sí que es un gran esfuerzo, algo casi

imposible y ella qué esfuerzo hace? Meter cizaña entre nosotros, atacar todo el día con

indirectas, suposiciones e ironías creando el mal ambiente: estoy de acuerdo, así no se

puede vivir, ella debería de irse y dejarnos ser felices a todos.

-- pero papá, intento decir Leticia Juliet.

Nada de eso, ¿dime tú, de quien fue la culpa?

-- De nadie, fue un accidente -,

-- ¿un accidente?

Si ella no se va me voy yo, y si me voy…. no puedo pagar dos rentas, si me toca irme,

nos toca entregar la casa al banco. Los hermanos se miraron, la última frase de papá les

desnudo la angustia y el terror a la pobreza que anda libre por el mundo.

Cuando la noche cayó solo en las cosas inanimadas, Adelaida se asomó por la ventana del

cuarto y luego salió a la sala. Aunque no sabía si sus hijos habían decidido quedarse con

Marcos, estaba tranquila; la moral, las leyes, el amor de su hogar y Dios estaban con ella
y eso le bastaba, aun así, la profunda lobreguez de sus ojos acusaba un temor y un

remordimiento que se rebeló en el tono de su voz cuando decidió aplastar de una vez por

todas a Marcos, y balbuceando en la oscuridad de su dolor dijo -yo me voy, pero me llevo

al niño- , las palabras cayeron una a una liberadoras y triunfales, corroyendo los

corazones de aquel desdichado hogar. Adelaida miró la cara abatida de Marcos, en ese

momento sintió que todo se arreglaría, que ninguno de los dos se iría porque no podían

vivir sin el amor del niño, pero repentina, la voz del pequeño se alzó sobre los

sentimientos de todos – yo me quiero quedar aquí, en la casa nueva con mi papá y con

mis hermanos -. Adelaida sintió que una parte esencial de su espíritu había muerto, y que

su ser viajaba a la morada de los corazones abatidos, porque la frase del niño tenía la

elocuencia de una orden divina.

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