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I

UNA DESICIÓN POCO PLACENTERA

“No hay mayor tormento o placer que el ser juez, victima y verdugo.”
-Rebecca Gray
La ignorancia resulta a veces un escudo más que es una venda. Caminar con estas guias
como caballo de carreta es la forma en que Dios mismo nos mantiene a raya. El alma busca lo
inentendible con la ilusión de encontrar un escape a esas guias, liberarse de su propia ignorancia de la
cual es cautiva. ¿Qué misterios se esconden mas allá de la vereda que recorremos? Y ¿Acaso es que, con
tan solo dar un vistazo en aquel universo extraño, bastaría para hacernos perder la razón?
Alguien dijo una vez que todo lo sobrenatural que existe, el misticismo y lo intangible de otros mundos
jamás podría ser comprendido por la mente humana. Tiene razón.
Un eco perturbador resonaba invasivamente en mi mente. Los latidos de mi musculo cardiaco sonaban
lentos y profundos como tambores de guerra. Que sonido más propicio para describir mi aciaga
situación, pues al igual que este instrumento marcaba la marcha y auguraba la muerte para muchos en
las guerras antiguas, ahora me veo victima de sus pulsos.
¿Cómo es que llegue hasta aquí? ¿Qué es lo que ocurre? Me temo que son inquisiciones que
provocan mas incógnitas de las que resuelven. Así que me limitare a describir mi escena; con algo de
suerte entenderán el pavor que acapara mi sentidos.
Hace frio, una temperatura que podía esperarse estando en Oxfordshire durante el invierno;
mas no es un frio natural el que cala mis huesos, si no la espectral aura del miedo potenciado por el
efecto de la adrenalina acaparando el cuerpo. Además estoy bajo tierra, rodeado por muros de granito
que han sido recubiertos lujosamente para modernizar la estancia donde me encuentro. Ya en nada se
asemeja a lo que es en realidad: Una cámara subterránea primeramente construida en los tiempos de
Ricardo Corazón de León para proveer un escape a los nobles en caso de guerra o amotinamiento,
retomada siglos después por María la sangrienta para servir como cuarto de tortura para los opositores a
Roma. Solo Dios sabe los gritos y apelaciones, llantos y suplicas que guardan estos muros, producto de
los nefarios desafueros de fanáticos religiosos .
Siempre he pensado que la ironía es la burla preferida del destino. Condenados por profesar
amor a una fe diferente solo me queda preguntar ¿Cuántas almas habrán implorado caridad en el
nombre de Dios sin recibir el divino auxilio?
No soy un hombre de fe, mucho menos el más indicado para alegar la misericordia de mi
creador; para ser honesto, jamás creí en Él, pero después de haber presenciado lo que he visto las ultimas
horas mi razón se ha deslizado al borde de la credulidad. Ya no me debato sobre la existencia de lo supra
natural y del Ser que clama haberme creado; solo me pregunto si me escucharía al llorar su nombre.
Por toda la habitación reposan instrumentos de la inquisición, vestigios del legado fúnebre
de este recinto, hierros punzantes y artefactos salidos de las mentes más retorcidas y enfermas que el
mundo haya conocido: la doncella de hierro, el cinturón de San Erasmo, el aplasta cráneos. Todos ya
han perdido el filo en sus bordes pues no han sido usados en siglos. En la esquina derecha, junto a un
estante repleto de porcelana fina, aún se encuentra un triangulo de madera con punta de bronce: la cuna
de Judas, probablemente el mas macabro de todos. Mi mente me atormenta imaginando las
inhumanidades perpetradas en todos esos aparatos.
No puedo evitar preguntarme por qué mis captores los conservarían. Seguramente el morbo
de verlos al tomar el té les excitaba. El concebir la sangre escurriendo de aquellos instrumentos nefastos,
brotando del cuerpo agonizante de algún desgraciado estremeció mi ser y deje escapar un suspiro que se
evaporó en una efímera nube blanca. Entonces lo entendí. Guardaban los macabros artificios no para su
deleite, si no para horrorizar a sus huéspedes. Una tortura de la mente y el alma. Miré la habitación
infiriendo su propósito. Ya se había usado para esto antes; este mismo cuarto había albergado el terror
que recorre mi cuerpo, lagrimas se habían derramado en llantos sin consuelo.
Justo frente a mi cuelga una estatua del Cristo crucificado. Su rostro agonizante resembla
mi desdicha. Una vez más reconozco la cruel sátira con el que fue colocado. Lo veo y lo compadezco.
Qué sentimiento más fúnebre el recordar sus palabras escritas en el evangelio del apóstol que lleva mi
nombre, palabras que mi alma también llora : “¿Dios mío, Dios mío ¿Por que me has abandonado? “
Por favor no permitan que mis miedos pinten mi estancia como un calabozo medieval
concebido para la tortura (aún si bien los elementos propiamente descritos fueron colocados con ese
propósito. Este lugar había sido olvidado hasta la Segunda Guerra Mundial, cuando la familia Gray
adquirió este castillo y la cámara se remodelo con la excusa de convertirlo en un lujoso refugio anti
bombas.
Los ladrillos blancuzcos fueron cubiertos por madera y soberbio tapiz . Duela de caoba
adorna el piso. Estanterías, escritorios y librerías victorianas rodean los muros. Pinturas exquisitas
cuelgan de las paredes, con marcos brillantes hechos de bronce macizo. De entre las tantas pinturas que
me rodean soló he podido reconocer una pieza, la mas grande que cuelga sobre la pared de la derecha: La
Primavera de Pierre Auguste Cont. Como he dicho la ironía es la mofa predilecta del destino, pues el
cuadro resulta ser mi favorito. He pasado incontables horas contemplándola en el Museo Metropolitano
de Arte en mi natal Manhattan; sin embargo, aquellos dos personajes abrazados que alguna vez me
hicieron soñar, ahora se burlan de mi desgracia.
Sin poder contener mis intenciones de escapar y miré con anhelo las puertas de latón que
daban a mi libertad. Sabia que estaban sin llave, pero mi libertad estaba obstruida por algo mucho peor
que muros, barrotes o puertas. Mis captores eran elegantes y bien vestidos. Educados y refinados
reposaban sobre los sillones y divanes emanando un aura impetuosa y regodeándose de la tensión que
ellos mismos habían creado. Demonios disfrazados de hombres y mujeres, solo un demonio podría
permanecer calmo, incluso regocijarse, ante tan desagradable teatro.
Perdido en mi auto compasión, fui despertado por aquella voz dulce y aguda de una de mis
captoras. Era delgada y mediana en estatura, con diáfana piel crema y ojos azules. Aunque solo unas
pocas luces estaban encendidas, aquellos ojos celestes brillaban espectralmente fijos en mi persona.
-Entonces Señor Whiteman. ¿Ya ha decidido?.- Dijo peinándose su largo cabello negro con
los dedos.
Titubeante solo logré musitar. –No…-
-Ya veo.- Contestó sin impacientarse, por el contrario dibujo una amable sonrisa de labios
rojos.
Para mí, antes de esta situación aquella mujer fue un ángel. Su nombre es Rebecca Gray, mi
ángel que ahora me atormenta.
-Tienes hasta el amanecer humano.- Irrumpió mezquinamente otro de mis captores. Que
porte mas intimidante el suyo. Traje hecho a la medida, cabello rubio perfectamente peinado, cejas
depiladas coronando profundos ojos verdes. Parecía un David vivo, perfecto, joven y hermoso. Su
nombre era James, James Gray.
Hastiado por mi indecisión se acerco a su hermana Rebecca, arrodillándose frente al sillón
donde ella descansaba.
–Si por mi fuese este humano ya estaría muerto.- Dijo restregando los dientes. –Pero tú
prefieres tenernos como imbéciles esperando.-
-Si no te apetece quedarte puedes marcharte James.- Ofreció Rebecca haciendo una
invitación con la mano. –Pero si el señor Whiteman accede, te llamaré para que des tu voto.-
-¡Ya sabes cual es mi voto!- Exclamó poniéndose de pie. –No tendré en mi casa nadie que no
haya nacido en esta familia.-
-¿Desde cuando es tu casa?- Replicó Rebecca ofendida. -¿Acaso tú la haz fundado? ¿O padre
te dejó a cargo?- James miró a su hermana como un déspota. No le agradaba cuando alguien le hablaba
en ese tono.
- Si tu voto es negativo, entonces me alegra entonces que solo seas uno de cinco.- Prosiguió
Rebecca relajándose en el sofá. –Con eso declarado puedes retirarte.- Concedió haciendo un gesto con
los dedos. De inmediato aquellas pesadas puertas de metal de abrieron en par, cediendo paso al
encolerizado jovencito.
-¿Alguien más quiere dar su voto para después retirarse?- Dijo algo molesta. -¿Richard?- Preguntó a su
otro hermano.
El aludido se incorporo en su asiento. Era un hombre grande y viril, con ojos pequeños y nariz ancha.
Una tupida barba rodeaba su rostro haciéndolo ver maduro y experimentado.
– Aceptó su membresía, pero no cuidaré de él: que te quede eso muy en claro.-
Rebecca bufó ante el ultimo comentario. Claro que no esperaba que nadie se hiciese cargo
de mí mas que ella misma, no lo prefería de otro modo y sinceramente yo tampoco.
-Lauren, tú que siempre aportas un poco de educación en las decisiones de esta familia ¿Qué
opinas?- Le preguntó a su hermana, una mujer alta y pelirroja de mechones ondulados y ojos esmeraldas.
Con suavidad Lauren se puso de pie y comenzó su trayecto hacia la salida.
–Apoyó lo que sea que tú decidas Becca.- Dijo deteniéndose para darle un beso a su hermana.
Antes de salir Lauren se paró bajo el umbral de las puertas, recargando su cuerpo contra el marco.
–Señor Whiteman.- Me llamó con tono sobrio. –Por experiencia le aconsejo que no lo
piense tanto.-
-¿Por qué lo dice?- Le pregunte asustado.
-Cuando la muerte es el objeto en cuestión, el tiempo solo sirve de tormento.- Pronunció
sabiamente y abandonó el recinto. Sin saberlo, aquellas palabras permanecerían en mi mente hasta el fin
de mis días.
-Por ultimo, Daniella ¿Tú que has decidido?- Preguntó Rebecca al ultimo de sus familiares.
A la rubia jovencita poco le interesaba mi destino, había estado más ocupada husmeando
entre los volúmenes, escogiendo uno para hojearlo y después devolverlo a su lugar.
–¿Por qué me debería importar? Probablemente ni siquiera soporte el cambió.- Murmuró
precariamente. –Pero debo aceptar el hecho que es buen mozo y de los pocos humanos decentes que
apreciaría nuestro regalo.-
-¿Debo tomar tu actitud como un sí o no?- Se debatió Rebecca.
-Al final la decisión no es mía Becca.- Contestó Daniella. –Si él quiere adelante, no lo detendré. A mí
no me hubiese gustado que se me hubiese negado la oportunidad de vivir esta nueva vida.-
Richard se puso de pie
-Vaya poca seriedad que hemos puesto sobre este asunto.- Reclamo Richard tomando a
Daniella de la mano. –De cualquier forma Daniella tiene razón Rebecca, es Matthew quien decide. Pero
yo que tú, hablaría más detenidamente con él; solo mira al pobre hombre, esta que se mea de miedo-
Dijo señalándome. –Los dejare solos, tal vez así se decida.-
Con Daniella de la mano Richard cruzó la puerta.
Una vez solo con Rebecca las puertas se cerraron de la misma forma fantasmal con las que se
habían abierto. El silencio era insoportable, aunque parezca difícil de creer, la corta conversación sobre
mi aceptación me había tranquilizado, era feliz de escuchar a los cinco decidir por mí, pero nuevamente
la opción caía en mis manos, devolviéndome a mi tortura.
-Su ritmo cardiaco me esta poniendo impaciente.- Dijo Rebecca poniéndose de pie.
Con aquel meneo cautivante caminó hacia mí y recargándose sobre la pared de deslizó hasta llegar al
piso.
–No tiene idea de cuanto me gustaría poder decidir por usted.- Me beso la oreja con sus
cálidos labios. –Pero no puedo…-
Agobiado bajo el peso de mi propio infortunio pensé en la salida mas rápida: la muerte. No
quería morir, pero deseaba paz incontrolablemente. Fue en ese entonces que entendí el deseo suicida que
envenenó la mente de los cadáveres que comúnmente veía en las morgues. Siendo detective podrían
pensar que entendía muy bien ese concepto, pero aquel sentimiento no se deduce, solo se entiende al
experimentar aquella sensación de desesperación por encontrarse ante un inderogable muro de
desesperanza. Ahora siento simpatía por todos aquellos suicidad desdichados, incluso, si pudiese, me
pondría de pie para aplaudirle a todos esos infelices. Decidir morir no es para nada fácil.
En ese momento algo en mi interior hizo un ultimo esfuerzo por reincorporarme. Me
refleje a mi mismo arrastrándome hasta aquella puerta de latón; se veía tan lejos, casi inalcanzable, pero
aun así me arrastraba hasta la libertad. Cuando recobre la razón y me percaté de la imposibilidad de mi
deseo, las palabras de Dante vinieron a mi mente : “Abandonen toda esperanza aquellos que entren a este
lugar.” Juro por Dios que el diablo mismo puso esa frase en mi subconsciente, pues en ese lugar me
encontraba yo, el ultimo circulo del infierno, no había otra forma de describirlo. Mi mente pedía a
sollozos la muerte, pero mi naturaleza gritaba la opción que me permitiría vivir por siempre por más
malvada que resultara.
-No hay mayor tortura o placer que el ser juez, victima y verdugo.- Suspiró Rebecca
intuyendo mis sentimientos. Cada palabra fue lenta y bien pronunciada, cada letra provocaba un deleite
al salir de sus labios.
–Por eso muchas personas que sufren optan por la muerte.- Prosiguió su explicación –Esas
las palabras de una niña que asesine hace cincuenta años. La muy desgraciada había vivido un infierno
toda su vida, abusada por su propio padrastro y maltratada por su madre. La pequeña no veía el día de
escapar de aquel averno. Al principio cuando me vio parada junto a su cama se asustó; incluso rezó el
nombre de Dios. Pero yo le aseguré que él no vendría en su auxilio y si lo hiciese, no me detendría. Ella
misma fue quien entendió el por qué. La tomé de la manita, aún puedo sentir la presión de sus dedos
apretando mi palma. Bajamos las escaleras con cuidado de no despertar a su padre que se había
desplomado ebrio en la sala. Solo el ver semejante adefesio de hombre me provoco arcadas. Pensar que
aquella delicada criatura había sido tocada perversamente por su padrastro me acongojó en alma. Fuimos
a la cocina. Tomé un cuchillo que su madre había usado para rebanar verduras esa misma tarde y lo
coloque en su otra mano. No había necesidad de explicaciones, la pequeña sabia que hacer; lo había
deseado por años. Caminamos lentamente hasta donde se recostaba su padrastro. La pequeña tenía
miedo, mas yo le juré que la ayudaría y eso hice. Con una cólera indescriptible la pequeña apuñaló a su
padrastro. Apenas el acero le penetro vientre yo lo sostuve cubriéndole el hocico con la mano. El hijo de
puta se retorció y pataleó, pero su hijastra no se detuvo. Una tras otra las estocadas encontraron su
cuerpo. Aún mucho después de que su padrastro dejase de existir la niña continuó apuñalándolo; estaba
en un trance, ahogada en su propio rencor.-
Rebecca estaba tan hundida en su relato que incluso actuaba con las manos las escenas que
narraba, imitando el movimiento del arma subiendo y bajando, apuntando la dirección donde la sangre
salpicaba y suspirando completamente inspirada por la atrocidad de su narración. Estaba convencido de
que el único propósito de contarme aquella pesadilla era el de inculcar en mi mente el más puro terror.
-Después siguió su madre. La niña no tenia el valor para asesinarla así que me lo pidió a mí.
Ascendimos a su alcoba donde la jeringas con heroína estaban esparcidas por todos lados. Ahí estaba
dormida su madre, con las piernas abiertas como la ramera que era. Me aproximé y noté que tenia la
boca abierta, así que introduje ambas manos en su boca tanto como pude. Ella se despertó en el acto, pero
apenas se movió le separé la mandíbula del cráneo. Sorprendentemente no murió de inmediato ¡Oh no!
Se alejó de mí arrastrándose, dejando un camino escarlata a su paso. Entonces vio a su hija parada bajo la
puerta, con sus pijamas ensangrentadas y una mirada nefaria. Solo después de cerciorarme de que aquella
mujer había visto a su propia hija negándole auxilio fue que la cogí de los cabellos y le rompí el cuello.
Para terminar la lleve a su recamará, me acosté con ella. Antes de cercenarle el cuello me miró y me dio
las gracias. Aquellos ojitos habían perdido la inocencia y destilaban un odio putrefacto hacia esta
existencia. “La muerte es gloriosa, para quien la vida es miseria” Me susurró al oído mientras la sangre le
brotaba hermosamente. ¡Que papel tan bien actuado! ¡Que escena tan maravillosa! ¡Que palabras tan
ilustres! ¡ Hasta ese día no había podido entender cabalmente la segunda fase del dicho: ¿Cómo pues ser
juez, victima y verdugo resulta un placer? Aquella chiquilla me lo demostró con un verso digno del poeta
más famoso.-
Me quede inmóvil ante el relato, la frialdad de la narración congeló mi sangre. Por suerte
ella continuó.
–Matthew.- Me convocó con suavidad tomándome el rostro delicadamente. –Tú puedes ser
como esa niña, decide morir y serás libre para siempre o bien acepta lo que yo te ofrezco: Una salida.
Pongo en tus manos vida como ningún otra.-
-No quiero convertirme en algo como tú.- Suspire renegándome.
-¿Cómo yo?- Se preguntó desubicada. -¿Según usted qué es eso que soy?-
-No tengo idea.- Musité tembloroso. –Nosotros los concebimos como demonios, vampiros,
no lo sé...- Contesté con temor de ofenderla pero no había forma de describir tan infernal conducta.
Mas por el contrario, Rebecca se rió algo sorprendida.
-Así que es por eso que piensa que se ha de convertir en algo espantoso. No se como no lo vi
venir. Dígame ¿le parezco una bastarda de la noche que surca las sombras sedienta de sangre? – Me
preguntó como una burla.
-Para ser sincero eras la persona más humana que había conocido.- Respondí teniendo en
mente una vez mas la ironía del destino.
-¡Precisamente!- Exclamó alegre, como si hubiese adivinado el secreto más grande del
mundo. -¡¿Quién podría entender la vida y la naturaleza humana más que aquellos que juegan con ella?!
¿Un demonio o vampiro dice? ¡Me temó que somos algo mucho más profundo que eso! El folklore y
misticismo humano nos ha puesto semejante disfraz barbárico. Yo en lo personal lo encuentro repulsivo.
-
-¿Entonces como debo llamarlos?- Pregunté confundido. No concebía en mi mente otro
sustantivo que se acercase a lo que había visto.
Rebecca pensó un segundo, no creo que nadie le haya hecho esa pregunta en su vida.
-No tenemos un nombre especifico, simplemente nos diferenciamos de ustedes
refiriéndonos a nosotros mismos como “Nosotros” y a ustedes como “humanos” o “mortales”. Creo que
seria valido el llamarnos “inmortales”, pero eso suena melodramático y francamente estúpido.-
-Pero si son inmortales…-
-¡¿Pero qué es ser inmortal?!- Reconoció sonriendo. –¿Acaso si muriese en este instante no
permanecería en su mente por el resto de sus días? ¿O si no me hubiera conocido realmente creería mi
existencia? Señor Whiteman, la inmortalidad es tan personal y subjetiva como la existencia. –
Para ese momento mi ansiedad había disminuido y mi respiración se había normalizado.
–La verdad es que todo en este mundo tiene que morir, nosotros simplemente nos negamos
a hacerlo.-
-¿Por qué?-
-Ya lo he dicho, es algo personal. Todos tenemos nuestras razones.- Contestó meditando su
respuesta. – Recordar por que decidimos convertirnos en esto, es lo único que nos mantiene alejados de
morir. Otra buena razón es el miedo a dejar de existir.-
-No consideré la ultima razón.- Sonreí menos nervioso. –Pensé que ustedes sabrían que hay
mas allá de esta existencia.-
-No eche a volar su imaginación tan deprisa Señor Whiteman.- Me advirtió riéndose. –Otra
cosa que me ofende es cuando los humanos piensan que podemos resolver sus incógnitas. Nosotros al que
ustedes solo tenemos vagas creencias y premoniciones sobre el mas allá. No entiendo por que creen que
nosotros sabemos algo que ustedes no.-
-¿Quieres decir que no crees en nada?-
Una pausa corto la fluidez de la conversación. Aunque fue silencio me pareció un estallido
estremecedor.
-¿Qué nos espera? No lo sé, pero si hay algo de lo que estoy convencida es de que este
universo esta dormido. Reposa indiferente a nuestra existencia, por que no somos más que el sueño de lo
que se esconde detrás. Preguntarse que hay más allá es como preguntarle a una hormiga lo piensa un
perro, al perro lo que piensa su amo y al amo lo que piensa su Dios. Lo que yo crea es irrelevante… -
-Al menos eres honesta, si me hubieses dicho que Harry Potter era real lo hubiese
creído.-
-Su sentido del humor ha regresado.- Se alegró Rebecca estirándose. -¿Le parecería
sentarse en el sillón? Esta posición me resulta incomoda.-
Así lo hicimos y reposamos sobre los cojines entintados del aparatoso mueble.
-Puedo preguntar ¿Qué es exactamente un inmortal?.- Me acomode asombrado de las
posibilidades de mi conversación.
Rebecca sonrió, radiante y hermosa como solo ella podía ser.
- ¿Has escuchado hablar del Poema de Gilgamesh?- Me preguntó llevándose la mano a la
boca.
-No.- Ignoraba de lo que estaba hablando.
-Es el escrito mas antiguo del que se tenga conocimiento. Curiosamente habla de la
búsqueda de la inmortalidad.- Explicó acercándose. -¿No le parece curioso que el texto más antiguo trate
sobre eso? Señor Whiteman, lo que somos es algo que ustedes los humanos han creado, la inmortalidad es
el deseo del corazón. Los humanos nacieron como toda otra criatura, pero no es su destino el morir.
Nosotros somos más que la concepción de sus anhelos y deseos, una antropomorfización de las ilusiones
y desilusiones del alma humana, un reflejo de lo que ustedes jamás llegarán a ser y al mismo tiempo en lo
que jamás querrían convertirse. Tal como todos somos un sueño de lo que se esconde tras el cosmos,
nosotros somos un sueño de lo que se esconde tras el alma humana.-
-Los deseos, necesidades y caprichos humanos…- Murmure sin aliento.
-Así es señor.– Afirmó colocando su mano sobre mi pierna. – Nosotros somos representamos lo
más noble y enaltecidas cualidades de la humanidad: belleza, juventud, sabiduría. Mas también somos lo
más obscuro de su alma: dolor, sufrimiento, muerte. Olvídese de vampiros y demonios señor Whiteman.
Usted sabe que somos, por que somos lo que usted desea y al mismo tiempo lo que usted repudia. Si busca
en lo mas profundo de su ser reconocerá que somos algo mucho peor que eso.-
-Ahora entiendo…- Lo había resuelto en mi mente. Todo cuanto existía solo podía ser
comprehendido como un sueño, donde la realidad es subjetiva y representada por el soñador.- Esta
existencia es nuestro sueño, y nuestro sueño es convertirnos en ustedes. ¿Por qué crees que les han puesto
ese disfraz de vampiros del que hablaste?-
-Los humanos son ignorantes, temerosos e inocentes. La curiosidad siempre ha sido la mejor
cualidad humana, pero también su peor maldición. Si hay algo que no soportan es la idea de no entender
algo, de no controlarlo, especialmente los americanos, no te ofendas. De ahí los muchos mitos que han
derivado nuestra naturaleza. –
-¿Le molestaría desacreditarlos?-
-Por supuesto que no.- Accedió retirando su mano. -¿Por cual quiere que empiece? ¿Por los más
idiotas como quemarse bajo el sol y temerle a los crucifijos, o los que tienen un tinte más realista como
el beber sangre?-
-Con tal comentario supongo que aquellos atributos como no reflejarse en los espejos o levitar
son falsos sin mencionar el Cristo que reposa sobre el muro. Pero has dicho que la sangre es una
característica con cierta veracidad y siempre ha sido una característica de los vamp…-
-Por favor absténgase de decir esa palabra.- Me interrumpió en el acto. Con un suspiro miró al
alrededor, buscando una forma simple de explicar su punto. – Por extravagante que suene lo que le
inculcado sobre la indiferencia del universo y lo que duerme tras él, hay algo de emerge de ese sueño,
algo que nos da vida y nos otorga el alma, el tao, la psique o llámelo como quiera llamarlo. Nosotros lo
llamamos el Drea, no es un personaje ni una entidad, dependemos de ella tanto como ella depende de
nosotros. Es el Drea lo que nos mantiene vivos tanto a mi como a usted, y si Dios existe también a Él lo
mantiene vivo. La sangre es simplemente un fluido, no aporta nada. Ahora bien ¿Por que tiene algo de
cierto? Atrás en el siglo X los alquimistas buscaban la famosa Piedra Filosofal, una mítica substancia que
les permitiese vivir para siempre y transmutar metales, convertirlos de un elemento a otro otorgándoles
inmortalidad y omnisciencia. La alquimia no es del todo una mentira y el termino Transmutación es
muy real.
-Ustedes transmutan esta energía, el Drea…- Murmure incrédulo. –La convierten en parte
de ustedes.-
-Siempre tan perspicaz Señor.- Me halagó. –En tiempos antiguos creíamos que era el beber
sangre lo que nos proporcionaba vida, pero ahora sabemos que el es Drea abandonando su huésped
cuando esta apunto de morir. Lo hace a una velocidad variable y dependiente de que tan rápido muera la
criatura. Eso es bastante conveniente para nosotros, pues cada quien transmuta a intervalos distintos
¿Cómo explicarlo?- Se llevó el dedo a los labios. -¡Ah! ¡Lo tengo! Una vez cuando era niña mi padre me
llevo a atrapar mariposas con una red de tejo. Era un pasatiempo muy común en aquella época. Fuimos a
una cueva donde mariposas de diferentes especies se refugiaban. Recuerdo que mi padre me dijo que no
entrara, pues si lo hacia los insectos se avivarían y volarían lejos por millar, tantos que no seria capaz de
atrapar mas que tres o cuatro antes de todos volasen lejos. En cierta forma, transmutar es como atrapar
todas las mariposas, no se puede hacer en un minuto, requiere tiempo; es por eso que el desangrar a la
victima resulta la forma más eficaz. El desangramiento es un procedimiento sencillo y controlado. No
requiere utensilios complicados ni preparaciones especiales, un simple corte en el cuello o muñecas y
listo. Debo admitir que me agrada el desangramiento, no hay nada más placentero que el ver extinguir
la luz en los ojos de mis victimas, aún así a veces opto por golpearlas hasta la muerte.-
Para mi aquella explicación había fomentado aún más mi desdicha. Si decidía volverme
como ella, me vería forzado a adueñarme de la vida de otra persona.
-Entonces si me convierto en uno de ustedes no tendría que beber sangre ¿Cierto?- Pregunte
asqueado de solo pensarlo.
-No, pero bien hay quienes la beben para revivir el romanticismo de eras pasadas.- Dibujó
una mueca de desagrado. –Cada quien sus regodeos.-
-¿Tú lo haces?-
-Depende de que tan hermosa sea la victima y de que tanto me hagan recordar los viejos
tiempos.- Confesó sonriendo. –Existen algunas victimas que son embellecedoras, cautivantes de solo
verlas. No son como la mayoría, no destilan ese nauseabundo olor que muchos despiden al encontrarse
cara a cara con la muerte. No suplican por sus vidas, ni lloran quebrantadamente, por el contrario, se
irguen orgullosos, nobles y dispuestos. Esa actitud me hace desear su sangre, entonces bebo algunos
sorbos, como lo hice con la sangre de esa niña ¿Sabes por que?.-
No tenia la menor idea.
-No hay mayor placer que el ser juez, victima y verdugo.- Repitió mordiéndose los labios. –
No hay nada más hermoso que ver a alguien morir voluntariamente.-
-Me imagino que te produce un placer extraordinario.- Murmure ante tal declaración.
-¡Ah mejor que el coitó!- Exclamó sublime. –Cuando la fuente coopera, el absorber el Drea
es una sensación única para ambos, es algo inusual que suceda, pero cuando ocurre se convierte en un
viaje hasta la cúspide del deleite. Peso primero procuro torturar a mis victimas, atormentar su cuerpo y su
mente. Yo prefiero usar mis manos, desgarrar la carne, separar el tejido, romper los huesos ¡Que sinfonía
más bella! ¡Los gritos, el crujir de dientes, la sangre chorreando! Todo para después escucharlos suplicar
por piedad ¿Y sabes que hago cuando imploran su muerte? Se las niego.- Me susurró inexpresivamente. –
¿Por qué te has de preguntar? ¿Acaso no es ese el objetivo? Veras, la mente siempre desea la muerte
primero que el alma, pero es el alma la que debe llorar por poner fin al tormento. Es solo cuando la
victima se ve en el fondo del abismo que el alma se quebranta, se acaban los lloriqueos y maldiciones,
están listas para dejar este mundo y el placer comienza mi.-
Concebir en mi mente las sensaciones producidas por aquella descrita tortura era
ininteligible. Aquellos placeres se captaban solo a través de la torcida realidad de estos seres. Una
sensación de mareo recorrió mi cuerpo. Mis manos y pies se volvieron pesados como plomo y mi
respiración profunda pero exasperada.
-¿Es eso lo que me harás si me niego a convertirme?-
Ella me consoló reposando mi cabeza sobre sus senos.
-Sí, te quebrantare en cuerpo y alma. - Me suspiró al oído.- Yo se que usted aún le teme a la
muerte. Quiero que sepa que el experimentar la gélida mano de la desaparición y el beso de los
durmientes puede llegar a ser un exuberante placer. La tranquilidad que experimenta el alma de alguien
que desea morir es un éxtasis en si. Igualmente el mundo al que le abro las puertas tiene sus propias
complacencias, ajenas a todo cuanto usted haya experimentado.- Explicó saboreando cada palabra. –
Pero Así que no tema por ninguna de las dos opciones, en mi opinión las dos son grandiosas.-
-Creo que ya he alcanzado ese punto…- Musite rindiéndome en el sillón. –Quiero morir…-
-No, no lo desea…- Negó Rebecca colocándose sobre mí. –Como he dicho su mente es la
que desea la muerte por que se ve a atormentada, mas su alma todavía anhela cruzar esas puertas y
sobrevivir. No se preocupe, para cuando termine con usted, la sensación al dejar este mundo será mayor a
la calma que le produciría escapar. De hecho, cuando termine con usted, aun si lo dejase escapar lo
primero que haría sería el suicidarse.-
Pensante medite ambas salidas. ¿Por qué morir en sufrimiento, si podía vivir y unirme a un
mundo de placer hedonista a cambio de entregar mi ser a una matanza sin fin? ¿Hasta donde llegaría mi
hambre por subsistir? ¡Ah! ¡Si se debate el alma! Una lucha entre el instinto y la razón. El deseo de
sobrevivir y el deber de liberar al mundo del monstruo en el que en convertiría. Entonces me pregunte
:¿Cuándo cedería mi moralidad ante la invitación? ¡Maldita Lauren y su acierto: Cuando la muerte es la
cuestión, el tiempo solo sirve de tormento! ¡Mi propia muerte o la muerte de otros!
No cabe duda que estos inmortales son los maestros del tormento, poseen una sabiduría
ilustre sobre los desconsuelos y deseos de la mente y alma. Rebecca tiene razón la muerte atormenta la
razón por la poca voluntad del corazón.
Seguía indeciso, pero me intrigaba la idea de conocer el proceso de conversión.
-¿Cómo me he de convertir?-
Rebecca sonrió, seguramente sabia que me estaba convenciendo.
-Es un proceso delicado.- Reconoció. –Requiere más de su parte que de mi intervención.
Verá usted, como le he dicho toda criatura se rehúsa a dejar de existir, peleará y se arrastrará hasta que el
ultimo suspiro del Drea deje su cuerpo, eso lo se por experiencia propia. Es ese deseo el que lo guiara por
este proceso. Primero le cortare las venas para dejar salir lentamente su sangre, entonces comenzará su
batalla por la supervivencia. Sentirá frio, un escalofrió como ningún otro; después el beso de los
durmientes, esa sensación deliciosa que lo incitará a entregarse al sueño profundo, su mente le suplicará
rendirse al alivio que le provocaría la muerte. Ahí es donde debe resistir, no ceder ante la onírica
invitación, ese placer no se compara a lo que esta por venir. Seguramente resistir la muerte será lo más
difícil que hará en su vida, tanto mortal como inmortal. Cuando haya vencido le devolveré la vida que
he capturado y la luz volverá a sus ojos . Su cuerpo estará seco como rosa marchita, delicado como cristal
y níveo como nieve recién caída. Solo entonces sabrá que no es su fisionomía lo que lo ata a este mundo,
si no su voluntad. Ustedes estará vivo no por que pueda, si no por que así lo desea. Usted se convertirá en
juez de su propio destino, victima de su decisión y verdugo del mundo entero; si será tortura o placer eso
dependerá de usted.-
Lo medité por un par de minutos, aunque para mí parecieron segundos. Rebecca reposaba
sobre mi pecho placida y tranquila, escuchando mis latidos. Que sentimiento tan sombrío el tener tan
cerca a alguien que me mataría sin pensarlo dos veces.
-Creo que he decidido.- Dije en un suspiro largo. –Accedo a convertirme.-
Después de tanto procrastinar la respuesta me alivió momentáneamente.
Rebecca levantó su rostro, se mostraba complacida y entusiasmada, en el poco tiempo que
tenia de conocerla jamás había sonreído tan ufanamente. No seria hasta mucho después que entendería
que esa era la primera vez en décadas que Rebecca Gray se sentía verdaderamente feliz.
-Entonces prosigamos…-
Se pasó de pie y tomó mi mano alentándome a seguirla.
-Solo tengo una última pregunta.- Me detuve antes de ponerme de pie. -¿Qué tan frecuente
debo hacerlo? ¿Qué tan frecuente debo asesinar a alguien? -
-Depende. Si se hace por mera necesidad una vez cada seis meses debería ser suficiente.
Aunque la vida no es lo más importante Señor Whiteman ¿De qué sirve el respirar y el sentir si no hay
delicia? ¡Mejor sería estar muerto! No asesinamos por necesidad, lo hacemos por placer; sé que esto le
resulta nefario pero aprenderá a degustarlo.-
Me negué a pensar en dichas atrocidades, me había decidido por la fantasía de este nuevo
universo del cual formaría parte y mientras me aferrará a esta intención mi conciencia permanecería
inmaculada. Antes de abandonar la cámara Rebecca cogió un delicado estuche de cerezo con una
cerradura de bronce. Sin siquiera tocarlas las puertas se abrieron nuevamente. El delirio que había
imaginado hacía unas horas se había vuelto realidad, ahora caminábamos hacia el mundo exterior a
través del mismo túnel por cual me habían arrastrado.
Rebecca me condujo hacía el patio frontal de su caserío, aquella imponente mansión sobre
la Colina del Rey que nos permitía ver a lo lejos Headington y más allá Oxford.
El jardín resultaba tan cautivante de noche como de día. Las acacias, alteas y sabinas
acompañadas por los susurros misteriosos de la noche me resultaron cautivantes. La despejada noche con
una luna llena de cuento iluminaba las estatuas y fuentes, otorgando una de sombras verduscas, cafés y
blancas. La primera nevada no había hecho su aparición, de lo contrario no creó que Rebecca me hubiese
traído al exterior; ella sabia que a mí persona le deleitaban los paisajes lozanos y la atmosfera que la
onírica locación ofrecía era perfecta para asegurar mi comodidad. A pesar de la estación no sentía frio.
Mi cuerpo estaba totalmente inhibido de toda sensación excepto por el cautivante aroma del aire fresco.
La brisa helada me éxito al máximo, un gozo que era hasta ese punto de mi vida me fue incomparable.
Nos relajamos sobre el césped, suave y húmedo, fue entonces que Rebecca abrió la cajita que portaba.
Dentro se escondía una daga con mango de marfil, la hoja destellaba resplandores celestes que bailaban
conforme la movía lentamente apuntando hacía el astro menor.
-No pude escoger un mejor escenario Señor.- Sonrió pasando los dedos por el filo de su
arma. – Deme sus manos.- Me ordenó y lo así lo hice.
Relajé mi cuerpo tanto como pude, sabía que si perdía el control mi presión arterial me
haría desángrame más rápido, algo que no buscaba, quería hacerlo lo mas controladamente posible
como ella me había indicado.
-El corte que haré le permitirá dejar este mundo en un plazo prolongado; justo como el
admirable Petronio, a quien siempre he admirado por la gracia de su suicidio.- Dijo preparándose para
efectuar el tajo.-
-¿Quién es Petronio?-
-Nada menos que un ilustre político y escritor Romano, hombre de alcurnia y elegante en
la forma de guiarse, incluso hasta su muerte. Petronio fue falsamente acusado de traición y mandado a
arrestar, pero él mismo dictó su sentencia y se abrió las venas para después dar una cátedra de filosofía a
sus aledaños.-
-Lamento decepcionarte pero tu eres la filosofa aquí. Preferiría morir escuchándote que
balbuceando patéticamente.-
-¿A mí señor? Pero si ya le he dicho que en lo que yo crea no es relevante.- Se exaltó
mientras hacia el primer corte.
Rápidamente el filo abrió mi carne y un débil caudal de sangre brotó de mi muñeca. Ni
siquiera me percaté de la incisión hasta que vi el vestido de Rebecca teñido en carmesí.
-Sin mencionar que ya he hablado demasiado por esta noche.- Agregó repitiendo la
operación en mi extremidad opuesta. – Listo, ahora no queda más que esperar. Disfrute este momento,
pues es único…- Me dijo acariciándome.
Extendí mis brazos para recordar la imagen del Cristo colgando en la cámara; aquella
estatua que había mancillado mi cordura con el fantasma del abandono ahora me resultaba un reflejo de
mi futuro ascenso a un ser superior.
–Pronto tendrá frio y perderá sensibilidad.- Me advirtió Rebecca. -Cuando haya derramado
la mitad de su sangre entrara en coma, descuide yo no permitiré que muera, le ayudare hasta donde
pueda, pero la batalla es suya.-
Me recosté sobre su regazo, mirando el firmamento tapizado por estrellas. Me pregunte
¿Cómo pude permanecer tan renuente a entregarme a esta experiencia? Por dentro mi ser radiaba
triunfante, jactándose de la superioridad que pronto recibiría. En ese momento no lo detecté, pero eso
que crecía en mí era la primera señal de mi cambio.
Nuevamente el silencio me pareció insoportable, necesitaba de Rebecca como guía en esta travesía.
-Rebecca…- Exhalé dejando escapar todo el aire de mis pulmones. –Sigue hablándome…-
Ella contempló mis manos reposando sobre el incipiente charco de sangre en el pasto.
-Le contaré una historia…-
 

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