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Pasión del Señor: en esta pandemia

"Dios es aliado nuestro, no del


virus"

"Dios participa en nuestro dolor para vencerlo", y en medio de tanto sufrimiento causado
por esta pandemia, "es aliado nuestro, no del virus". Son las palabras del Padre Raniero
Cantalamessa, Predicador de la Casa Pontificia, en la homilía de la celebración de la Pasión
del Señor, presidida por el Papa Francisco en la Basílica de San Pedro. El fraile capuchino
lanzó un mensaje contundente:
"No hagamos que tanto dolor, tantos muertos, tanto compromiso heroico por parte de los
agentes sanitarios y policiales, ministros, personal y asesores ad honorem de las entidades
públicas comprometidas en la emergencia, curas, voluntarios, periodistas, proveedores del
pan llevar, químicos farmacéuticos, y todos aquellos que siguen trabajando para que la
atención de la salud, abastecimiento de agua y alimentos, y la aplicación y cumplimiento
de las medidas del Estad1o haya sido en vano. Construyamos una vida más fraterna, más
humana y más cristiana".

La pandemia nos ha despertado del delirio de omnipotencia

En alusión al actual contexto de sufrimiento e incertidumbre que vivimos millones de


personas en todo el mundo, recluidas en nuestros hogares cumpliendo con la cuarentena
para evitar que se siga extendiendo el coronavirus, el Predicador de la Casa Pontificia lanzó
una pregunta:

1.- ¿Cuál es la luz que todo esto arroja sobre la situación dramática que
está viviendo la humanidad?

“También aquí, más que a las causas, debemos mirar a los efectos. No solo
los negativos, cuyo triste parte escuchamos cada día, sino también los
positivos que solo una observación más atenta nos ayuda a captar. La
pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor
que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el del delirio de
omnipotencia”
Ha bastado el más pequeño e infame elemento de la naturaleza, un virus -continuó
diciendo Cantalamessa- para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la
tecnología no bastan para salvarnos. «El hombre en la prosperidad no comprende —dice
un salmo de la Biblia—, es como los animales que perecen (Sal 49,21). ¡Qué gran
verdad!».

Dios participa de nuestro dolor para vencerlo


Igualmente, en su homilía, el padre Raniero puntualizó que en medio de esta pandemia,
"¡Dios es aliado nuestro, no del virus!"... «Tengo proyectos de paz, no de aflicción», nos
dice Él mismo en la Biblia (Jer 29,11).

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Cursivas y subrayado propios
El que lloró un día por la muerte de Lázaro llora hoy por el flagelo que ha caído sobre la
humanidad. Sí, Dios "sufre", como cada padre y cada madre. Un día, nos avergonzaremos
de todas las acusaciones que hicimos contra Él en la vida. Dios participa en nuestro dolor
para vencerlo. «Dios —escribe san Agustín—, siendo supremamente bueno, no permitiría
jamás que cualquier mal existiera en sus obras, si no fuera lo suficientemente poderoso y
bueno, para sacar del mal mismo el bien».

Solidaridad: un fruto positivo de la crisis sanitaria

Otro fruto positivo de la presente crisis sanitaria que destacó el Predicador es el sentimiento
de solidaridad.

“¿Cuándo, en la memoria humana, los pueblos de todas las naciones se sintieron


tan unidos, tan iguales, tan poco litigiosos, como en este momento de dolor? Nunca
como ahora hemos percibido la verdad del grito de un nuestro poeta: «¡Hombres,
paz! Sobre la tierra postrada demasiado es el misterio» . Nos hemos olvidado de los
muros a construir. El virus no conoce fronteras. En un instante ha derribado todas
las barreras y las distinciones: de raza, de religión, de censo, de poder. No debemos
volver atrás cuando este momento haya pasado”

Un mundo más pobre de cosas pero más rico en humanidad

Al concluir, el Padre Raniero, recurriendo a la exhortación del Santo Padre Francisco,


recordó que no debemos desaprovechar esta ocasión. No hagamos que tanto dolor, tantos
muertos, tanto compromiso heroico por parte de los agentes sanitarios haya sido en vano.
"Esta es la «recesión» que más debemos temer".

"Es el momento de realizar algo de esta profecía de Isaías cuyo cumplimiento espera desde
siempre la humanidad. Digamos basta a la trágica carrera de armamentos. Gritadlo con
todas vuestras fuerzas, jóvenes, porque es sobre todo vuestro destino lo que está en juego.
Destinemos los ilimitados recursos empleados para las armas para los fines cuya
necesidad y urgencia vemos en estas situaciones: la salud, la higiene, la alimentación, la
lucha contra la pobreza, el cuidado de lo creado. Dejemos a la generación que venga, un
mundo más pobre de cosas y de dinero, si es necesario, pero más rico en humanidad",
concluyó.

¿Qué lección podemos sacar de nuestra experiencia en esta pandemia?


VIA CRUCIS

El camino de la pasión desde el compartir de nuestras propias historias

El Papa Francisco escribió a los fieles de la parroquia del Centro de Reclusión “Due Palazzi”
de Padua, Italia, que se fueron los encargados este año de redactar los textos de las
meditaciones y oraciones propuestas para las estaciones del Via Crucis del Viernes Santo
presidido por el mismo Pontífice.

Las meditaciones las han redactado condenados a prisión (alguno a cadena perpetua), sus
familiares, familiares de víctimas, funcionarios de prisiones, policías, educadores de
instituciones penitenciarias, catequistas, un fraile de la pastoral penitenciaria y un
sacerdote acusado y absuelto tras ocho años de proceso judicial.

En su mensaje, el Santo Padre afirma que, al leer las meditaciones, “me he instalado en
los pliegues de vuestras palabras y me he sentido bienvenido, en casa. Gracias por haber
compartido conmigo un trozo de vuestras historias”.

“Dios habla de sí mismo y nos habla dentro de una historia, nos invita a una escucha
atenta y misericordiosa”. El Pontífice concluyó señalando que “es consolador leer una
historia habitada por las historias no solo de las personas detenidas, sino de todos
aquellos que se apasionan por el mundo de la prisión. Juntos, es posible. Juntos”.

En este espacio compartiremos la historia de una persona detenida cuyo encierro desde
la misericordia y la caridad de otros le está dando la vuelta a su encierro.
V ESTACIÓN
EL CIRINEO AYUDA A JESÚS A LLEVAR LA CRUZ

Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo,
y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús (Lc 23,26).

Con mi trabajo, ayudé a generaciones de niños a caminar erguidos. Después, un día, me


encontré tirado por tierra. Fue como si me hubieran roto la columna. Mi trabajo se volvió
el pretexto de una acusación infamante. Entré en la cárcel, la cárcel entró en mi casa.
Desde entonces me convertí en un vagabundo por la ciudad; perdí mi nombre, me llaman
con el nombre del delito por el que la justicia me acusa, ya no soy el dueño de mi vida.
Cuando lo pienso, me vuelve a la mente ese niño con los zapatos rotos, los pies mojados,
la ropa usada; una vez, yo era ese niño. Después, un día, el arresto: tres hombres
uniformados, un rígido protocolo, la cárcel que me traga vivo en su cemento.
La cruz que me cargaron en la espalda es pesada. Con el pasar del tiempo aprendí a
convivir con ella, a mirarla a la cara, a llamarla por su nombre. Pasamos noches enteras
haciéndonos compañía mutuamente. Dentro de las cárceles, a Simón de Cirene lo
conocen todos; es el segundo nombre de los voluntarios, de quien sube a este calvario
para ayudar a cargar una cruz. Es gente que rechaza las leyes de la manada poniéndose a
la escucha de la conciencia. Además, Simón de Cirene es mi compañero de celda. Lo
conocí la primera noche que pasé en la cárcel. Era un hombre que había vivido durante
años en un banco, sin afectos ni ingresos. Su única riqueza era una caja de dulces. Él, aun
cuando era goloso, insistió que la llevase a mi mujer la primera vez que vino a verme. Ella
comenzó a llorar por ese gesto tan inesperado como afectuoso.
Estoy envejeciendo en la cárcel. Sueño con volver a confiar en el hombre algún día, con
convertirme en un cirineo de la alegría para alguien.

SERMON DE LAS TRES HORAS EN LA IGLESIA DE LAS NAZARENAS

DIOS MIO, DIOS MIO POR QUÉ QUE ME HAS ABANDONADO


El Sermón de las tres horas, o Sermón de las siete palabras de Cristo, una tradición que los
católicos celebran Viernes Santo, nació en Lima, donde fue pronunciado por primera vez
por un sacerdote jesuita limeño Francisco de Castillo, quien lo pronunció el Viernes Santo
de 1660 en la Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados, a espaldas de la casa de
Gobierno, comparando el sufrimiento de Cristo con el de los esclavos.

El prolongado sermón es una prueba de fortaleza para quienes lo pronuncian y la historia


peruana recuerda el caso del sacerdote Carlos Martínez, quien durante el Viernes Santo
de 1928 murió en la iglesia de San Pedro tras pronunciar las palabras: "Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu".

Martínez falleció agotado por el esfuerzo de haber pasado horas hablando casi a gritos
para ser escuchado por la multitud de personas que había acudido al templo.

Tradicional en todo el mundo católico, el Sermón de las tres horas se desarrolla entre el
mediodía y las tres de la tarde, con la intención de reflexionar sobre las siete palabras que
pronunció Cristo durante su crucifixión. (Lima, EFE), y este año ha sido invitada para
reflexionar la cuarta palabra una mujer, la religiosa Carmen Toledana, priora del
Monasterio de Las Agustinas en Lima.

4TA PALABRA
¡Elí, Elí! ¿lama sabactani? (Mateo, 27: 46)

- Deus meus Deus meus ut quid dereliquisti me (Marcos, 15: 34).

La hermana Carmen Toledano cuando comentó esta palabra en el Templo de las Nazarenas le dio
un sentido de futuro y no de búsqueda de causa del abandono y, desde el análisis de su significado
nos explicó que según la interpretación de esta palabra aramea, se podría traducir como:
¿DIOS MIO, DIOS MIO PARA QUÉ ME HAS ABANDONADO?

Partiendo de esta interpretación y desde nuestra propia realidad podríamos preguntarnos:

¿Dios mío, Dios mío para qué el aislamiento y el pasar por esta experiencia de
cuarentena, de temor del coronavirus que puede matar, matar a mis seres queridos,
matarme a mi …y eso pasa en el mundo entero. ¿Para qué?

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