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Fearless PDF
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2
Staff
Mona
Vivi
Nanis
Vettina
Francatemartu
Malu_12
Meli
3 Akanet
Maggiih
Susanauribe
Carosole
Niki26
Pachi15
Índice
Sinopsis Capítulo 15
Capítulo 1 Capítulo 16
Capítulo 2 Capítulo 17
Capítulo 3 Capítulo 18
Capítulo 4 Capítulo 19
Capítulo 5 Capítulo 20
Capítulo 6 Capítulo 21
Capítulo 7 Capítulo 22
Capítulo 8 Capítulo 23
Capítulo 9 Capítulo 24
4
Capítulo 10 Capítulo 25
Capítulo 11 Capítulo 26
Capítulo 12 Epílogo
10 Su rostro se retorció.
—¿Por qué hueles como el café.
—¿Um... nuevo spray corporal? —dije esperanzada.
Se dio cuenta de mis piernas y el café derramado. Él se rió.
—Parece que tuviste un accidente.
Chico, él realmente estaba mirando mis piernas. Quería retorcerme.
—Sí. Un accidente. —Yo sonaba como una idiota.
—¿Cuál es tu nombre? —Sus ojos derritieron mi sentido común, como ojos de
rayo láser de Superman, excepto que azules.
—Sam…
Autos comenzaron a tocar la bocina otra vez. La luz había completado un
ciclo de nuevo a verde.
—…antha.
—Mi trabajo ha terminado aquí. Sam. Antha. —Más hoyuelos. Wow. ¿Este tipo
era real?
Dio una palmada en el techo de mi auto, contoneándose de nuevo a su moto
y se disparó por la autopista. Quería gritar: —¡Me llamo Samantha Smith! Mi número
de teléfono celular es… —Pero tenía un pequeño fragmento de autoestima
restante.
Arranqué mi auto y traté de seguirlo, pero ya no estaba. Todo lo que me
quedaba de este horrible-mágico momento era un piso de coche remojado en
café y mi traje igualmente necesitando un lavado y detallado. Ojos azules
psicópata me había hecho olvidar a cara roja. Pero cara roja había traído todo lo
demás.
Todo por algo que yo hice...
Perra.
Un error que nunca podría deshacer...
Puta.
Algo de lo que me arrepentiría por el resto de mi vida...
Muy tarde, entré en el estacionamiento norte del SDU. Café chapoteó
alrededor de las plantas de mis sandalias planas cada vez que frenaba o
aceleraba. Tendría que lidiar con eso más adelante.
El estacionamiento era del tamaño de un pequeño pueblo y repleto de
coches. Tomé el primer espacio disponible. Tuve que meter con calzador mi VW
entre los dos idiotas que habían estacionado el Lexus de papi y el BMW de mamá
sobre la línea blanca a cada lado del espacio.
La puerta de mi auto chocó con el Lexus cuando la abrí, no dejándome más
que un espacio de buzón para colarme. No estaba de ninguna manera gorda,
pero apenas salí de mi auto.
Corrí a través del estacionamiento hacia la escuela de negocios. Mis pies
11 pegados a mis sandalias pegajosas, despegando con cada paso. Imbécil. Sentía
que mi mochila estaba cargada con ladrillos. Sudor corriendo por mi cara cuando
llegué a la sala de conferencias. Tráfico estúpido.
Al final del estacionamiento, una motocicleta negra estacionada con los
demás me llamó la atención. ¿Era la moto que motociclista-caballero psicópata
ojos azules se había montado? No estaba segura. Dudé que un tipo como él
asistiera a la Universidad. Probablemente se dirigía a comprar temprano por la
mañana drogas o a alguna pelea de pandilla, por el aspecto de él.
Mi celular sonó. Un texto de mi primera y única amiga en San Diego, Madison
Lockhart.
¿Dónde estás? ¡La clase ha empezado!
Envié un mensaje de vuelta.
Tarde. Corriendo. Ningún juego de palabras. >:
Ella respondió:
Mira la 4 en la parte de atrás. Te guardé un asiento.
Guardé mi teléfono en mi bolsillo y mantuve un paso rápido. Aunque sabía
dónde estaba todo, no recuerdo las cosas estando separados.
Cuando finalmente llegué a la escuela de negocios y me arrastré a la parte
trasera de la inmensa sala de conferencias, nadie me prestó atención. El profesor
no me notaría. Sí, casi esperaba que la clase entera se levantara y cada uno
preguntara el nombre de la chica nueva pero nadie lo hizo.
Lo bueno acerca de las escuelas gigantes SDU era que yo podía desaparecer
en la multitud. Nadie se preocupó de Samantha Smith.
Yo era finalmente anónima.
Yo esperaba que se quedara así.
Me deslicé en el asiento junto a Madison. Ella y yo nos habíamos conocido la
semana pasada durante el recorrido de orientación. Ella era un completo material
de BFF. Cuando le dije que era de D.C., ella había ofrecido su camioneta para
transportar los muebles nuevos que necesitaba comprar y me ayudó a crear y
decorar mi apartamento.
—Oye, Mads —susurré.
—¿Por qué has tardado? —siseó.
—Quedé atrapada en el tráfico.
Madison arrugó la nariz.
—¿Por qué hueles a café?
—Larga historia —gemí. Consideré merodear en el baño más cercano para
lavar mis pies en el fregadero, pero mi olor a café tendría que esperar.
—No te preocupes —susurró—, te enviaré mis notas después. No te has
perdido mucho.
12 Eso era seguro. Fundamentos de contabilidad. Una de las clases más bajas de
la División para mi carrera.
Nauseas. Yo estaba en la vía rápida. No podía esperar para graduarme y
obtener mi CPA. Mi mamá y mi papá estarían muy orgullosos. Hurra. Una especie
de. ¿Quién realmente quería ser contador?
Saqué mi laptop y la encendí. Tuve un momento para mirar alrededor a los
otros estudiantes en la sala. Todos parecían estar seriamente tras cada palabra del
profesor. ¿Era la única que no quería llevar contabilidad? Es decir, sé que la
Universidad es una oportunidad increíble que no todos tienen. Pero, ¿por qué tenía
que ser mi especialidad algo tan sensato y aburrido como contabilidad?
Porque eres buena con los números, mi madre había alentado. Ra, mamá.
Porque contabilidad es una carrera segura y confiable, mi padre había dicho.
Vamos, papi. Tal vez tenían razón. Metí la pata en todo lo demás que había
intentado. Tenía las cicatrices para probarlo. Tal vez algo seguro y confiable era
exactamente lo que necesitaba.
También podría sacar el máximo provecho de ello.
Samantha Smith, CPA.
Gemí. Mi nombre era tan aburrido como mi especialidad.
Dos
D
espués de clases, Madison y yo empacamos nuestras portátiles y
salimos al exterior. Una multitud de personas esparcidas fuera de las
aulas circundantes y en las amplias pasarelas entre los diferentes
edificios.
Risas del primer día de universidad emocionaban y rebotaban por todas
partes.
—¿Dónde está tu café, Sam? —preguntó Madison. Ya sabía sobre mi adicción
a la cafeína, a albergaba una de los suyas—. Pensé que me dijiste que te sentías
desnuda a menos que tuvieras uno en todo momento.
—Ja ja. Lo llevo puesto. —Hice un puchero—. Lo derramé todo encima mío
en el auto.
Madison hizo una mueca tímidamente.
—Oh, bueno. No quería decir nada. El olor está un poco fuerte. Me
preocupaba que estuvieras probando un nuevo spray para cuerpo. —Ella arrugó
la nariz.
13
—Es curioso, dije lo mismo antes.
—¿A quién?
—A nadie.
—Veo tus ojos brillar —ella canturreó—. ¿Qué?
—Te lo voy a contar más tarde. —Sonreí—. Ahora, necesito lavar mi Parfum de
Starbucks. ¿Hay un baño por aquí?
—Sí, en la esquina.
Cuando lavo mis pies en el lavamanos del baño y luego mis sandalias, sólo
ocho chicas me dieron una mirada de mal olor.
Madison lo notó después de la tercera.
—¿Qué miras? —ella espetó a la mirona—. ¿No llegas tarde a clase?
La mirona refutó con una nariz respingona y una rabieta antes de salir afuera.
Usé un montón de toallas de papel para secarme. Me sentía como una mujer
sin hogar tomando un baño de esponja en un baño público.
—Ignorarlas —me consoló Madison—. Espera a que les pase a ellas.
—Gracias, Mads. No sé qué haría sin ti.
Ella sonrió.
—¡Todo limpio?
—Sí. Creo que me levanté con el pie izquierdo de la cama esta mañana. —
Caminamos afuera.
—Necesitamos darle vuelta a tu ceño fruncido, chica. Necesitas más cafeína.
—Madison era tan facilitadora—. Tengo una hora libre antes de español. ¿Cuándo
es tu próxima clase?
—A las once.
—Genial. Vamos a parar en el centro de estudiantes y agarrar otra cerveza.
Mis sandalias húmedas se aplastaban mientras caminamos. Esperaba que
nadie se diera cuenta del rastro de huellas de pies mojados que dejaba atrás. UF.
Eran como una hoja de ruta apuntando hacia la idiota.
A diferencia de mí, Madison, era la imagen de estilo cool en la playa con sus
sandalias, pantalones cortos de surf y una camiseta. Se podía ver que llevaba un
top de traje de baño bikini neón en lugar de un sujetador. Ella estaba bronceada
de pies a cabeza. Su cabello era rubio dorado del sol. No podías obtener ese color
de un tinte. Ella era una genuina chica de California.
Yo era su polo opuesto con mi vestido estampado oscuro, cabello parduzco
y piel pálida. Examiné mis uñas. Eran cortas, astillados y salpicadas con restos de
esmalte de uñas negro.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera. Suicida...
14 Eso es lo que me habían llamado de regreso a Washington D.C., después de
que mi vida se vino abajo. Mi solución al rechazo fue cambiar completamente. Me
escondí detrás de ropas negras y cubos de maquillaje negro. Pero yo no era una
Emo, Gótica o cualquier otra cosa. Solo quería estar sola. Era la única manera que
podría conservar mis secretos para mí.
Tras dos años de solitaria miseria, estaba lista para seguir adelante. Quería
reinventarme aquí en San Diego, y resurgir de las cenizas de mi vida como un ave
fénix de fuego.
Estaba decidida a cambiar mi sombrío armario y piel fría y finalmente
conseguir un bronceado. Creía que los rayos del sol quemarían mis viejos recuerdos
y mi dolor completamente. Con suerte, serían sólo unas pocas semanas hasta que
estuviera bronceada como Madison. Y tarde o temprano, mi cabello rubio agua
sucia se aligeraría naturalmente, como el suyo.
Entonces, cualquier signo de mi pasado gótico sería borrado para siempre.
Esperemos que los malos recuerdos desaparecieran tan fácilmente.
Perra. Puta. Zorra...
El enorme centro estudiantil tenía un patio de comidas, una sala de cine,
varias salas de reuniones, la librería del campus y toneladas de mesas al aire libre.
Estaba lleno de personas.
Nos pusimos en la larga fila en la cafetería del campus, Toasted Roast. Era tan
larga, que salía de la puerta y llegaba al patio.
—Mira a esos chicos allá. —Madison hizo señas con su barbilla. A un montón
de chicos bronceados, atléticos sentados encima de una mesa. ¿Todo el mundo
en San Diego estaba bronceado excepto yo? Los chicos participaban
ruidosamente entre sí y se rieron—. Estoy segura de que están en el equipo de
rugby.
—Lo que sea —me burlé.
—Vamos, Sam. No los descartes. Ni los conoces.
—¿Lo has hecho?
—No, pero eso no quiere decir que sean unos idiotas. Algunos de ellos son una
monada.
—Sí, bueno, está bien para ti. Tienes esa cosa de “chica surfista caliente” en
marcha. No tengo tiempo para salir de todos modos.
—No te quedas corta, Sam. Eres totalmente caliente. Estoy segura de que los
chicos te cayeron encima en Washington.
—Sí, lo que sea. La historia de chicos y yo siempre terminó en desastre.
Los ojos de Madison se iluminaron.
—¡Hola, GQ amigo motociclista! —Un nuevo atleta se había unido al grupo
en la mesa.
—¡Yo lo vi primero! —Madison chilló—. ¡Lo pido!
El motociclista GQ tenía el cabello oscuro, rizado y era más alto que el resto
15 de sus amigos, pero igualmente bronceado y muy musculoso. Llevaba una
camiseta blanca y botas de moto. Tatuajes cruzando sus brazos. Su rostro dio la
vuelta, pero pude ver que su mandíbula era masculina y fuerte.
Madison estaba sin aliento y cerca de desmayarse.
—Ese tipo es seriamente caliente.
—Tú ni siquiera pudiste ver su rostro.
Entonces él volteó. Era el Psicópata Caballero Motociclista, enjoyados ojos
azules y todo. Era increíblemente caliente.
Madison abanicó su rostro.
—O. D. M. Estoy saltando. —Madison estaba enamorada, sin duda al
respecto.
—Caramba, espero que tus bragas estén goteando en seco.
Madison golpeó mi brazo.
—¡Cállate! Estoy ocupada desmayándome.
—Es todo tuyo, Mads. Ve a buscarlo. —Me alegré de que ella estuviera con
él. Ninguna de nosotras sabía nada sobre ese tipo. Aparte de que era precioso.
—Alerta perra. —Madison frunció el ceño.
¿Qué había en las chicas de la fraternidad que eran tan identificables? ¿Sus
piernas increíblemente largas, perfectamente falsos senos y moldes de belleza?
Estoy bastante segura de que las tres que se habían acercado a la mesa de los
chicos calientes fueron fabricadas en la misma fábrica como las muñecas Barbies
porque tenían el mismo aspecto plástico y proporciones perfectas.
Dos de las chicas de la fraternidad se envolvieron alrededor del Psicópata
Caballero Motociclista. Él se sentó sobre la mesa y tomó a la tercera muñeca robot
por la cadera y la sentó en su regazo. Su cabello era rubio y ondulado. Ella envolvió
sus brazos alrededor de su cuello. Estaban frente a frente. Su lengua lo besó. Él la
complacía.
Psicópata Caballero Motociclista estaba disfrutando como un león en la
selva. Me lo imaginaba dando vueltas de espaldas en la hierba mientras que las
leonas lo alimentaban y acariciaban su ego. Hombres. La masculinidad había
trascendido todas las especies. Ughh. Yo no podía ver más. Me alejé.
—¡Qué asco! Que alguien me traiga una bolsa para vomitar.
—Zorra —Madison dijo, falsamente herida pero aun sintiendo curiosidad—.
¿Qué hace él ahora?
Yo no podía dejar de mirar. Psicópata Caballero Motociclista había sentado
a la Rubia. Se levantó y se movió como si estuviera jugando charadas.
—Creo que está contando una historia.
Psicópata Caballero Motociclista de repente se agachó y balanceó un puño
en el aire. Lo había visto hacer eso esta mañana. ¿Le estaba contando a sus
16 admiradoras sobre salvarme? No lo esperaba. Cuando terminó, sus compañeros le
palmearon en la espalda. Estaba esperando que empezara a firmar autógrafos
cuando miró directamente hacia mí. Sus ojos azules parpadearon en
reconocimiento. Oh mierda.
Lo escuché decir débilmente: —Es ella.
Todos me miraron. Oh no. El escuadrón de hermandad frunció el ceño y
entrecerraron sus ojos, atacándome con sus burlas puñaleras. Así fue como empezó
la negativa notoriedad. Fulminándome con la mirada escrutándome. Mierda.
Me di la vuelta, buscando cobertura. Afortunadamente, la fila para el café la
había hecho en el edificio. Me escondí detrás de la puerta del Toasted Roast.
—Mierda, mierda, mierda —siseé.
—¿Qué ocurre, Sam?
—¡Ocúltate, Mads! No dejes que te vean. —Ella no tenía idea de lo que
estaba pasando. ¿Lo quería? Ella parecía tan enamorada de Psicópata Caballero
Motociclista, quería decirle que él había golpeado a un tipo por defenderme esta
mañana ¿Cómo le haría sentir eso? ¿Qué si ella se volvía completamente celosa?
No quería averiguarlo. Sólo la conocía de una semana y no quería poner a prueba
nuestra amistad tan pronto.
Le di un tirón en el brazo a través de la puerta.
—¡Hey! —Ella tropezó, casi cayendo y con los ojos como si estuviera loca.
—¡Chicas como esas pueden oler el miedo! —siseé—. No quiero que te hagas
ilusiones.
—¿Qué? ¡No tengo miedo de ellas! Ahora estoy totalmente confundida.
—Cuando las perras como esas huelen competencia, sacan sus garras. Solo
estaba cuidando de ti.
—¿Estás segura que no estás reaccionando de forma exagerada?
—¿Puedo tomar su orden, por favor? —preguntó el barista. Salvados por la
campana.
Madison y yo pedimos nuestro café. Cuando los tuvimos correctamente con
crema y azucarados, caminamos afuera. El León y la orgullosa cabeza hueca se
habían ido, gracias a Dios.
—¿Cuál es tu próxima clase? —preguntó Madison, girando su taza.
—Dibujo de vida.
—¿Creí que eras una especialista contable?
—Lo soy, pero estoy tomando dibujo como una de mis materias optativas.
Necesito balancear el sabor amargo de los negocios con algo divertido. En cierto
modo quiero una secundaria en arte.
Madison sorbió su café.
—¿Has comprado alguno de tus libros todavía?
Me palmeé el rostro.
17
—¡Mierda! Se supone que debo llevar los materiales de dibujo a la primera
clase. No tengo ninguno.
Entramos en la librería de la universidad. Estaba increíblemente más lleno de
gente que el patio exterior.
—O. M. D, ¡bomba! —Los ojos de Madison desorbitados—. ¡Está peor de lo que
imaginaba! Tengo clases en quince minutos. ¿Puedes conseguir los materiales más
adelante, cuando la multitud se despeje?
—No, tengo que comprarlos para la primera clase.
Los hombros de Madison se desplomaron.
—Amiga lo siento, pero voy a tener que tirarte debajo del autobús en ésta.
Laboratorio de Español tiene como doce personas y si entro tarde, voy a tener mi
calabaza entregada en un plato.
—Lo entiendo. Gracias de todos modos.
—Nos encontramos en el almuerzo, ¿vale? —Madison me dio una mirada
comprensiva.
—Sí, está bien. —Cuando ella dejó la librería, volví mi atención a la multitud
frente a mí. ¿Cómo iba a obtener todos mis libros y materiales sin conseguir ser
apuñalada o disparada por algún hiper, excesivamente ambicioso, consumado
estudiante de honor? Me recordé que esto no era peor que el metro en Washington
durante la hora pico. Podría hacer esto.
Había tanta gente metida en el ala de libros de texto, que parecía el viernes
negro en Walmart.
Olvídalo. Libros más adelante. Materiales de Arte ahora.
Afortunadamente, el Departamento de arte estaba vacío. Rápidamente
encontré lo que necesitaba. Un gigantesco portapapeles, un enorme Bloc de
papel de dibujo, carboncillo y un borrador de amasado. Batallé registrando y
pagando todo. No tenían una bolsa lo suficientemente grande para el
portapapeles gigante. Nada sorprendente.
Revisé la hora en mi teléfono. Mierda. Tenía nueve minutos para atravesar el
campus hasta el edificio de artes visuales con mi portapapeles XXXL y mi bloc de
dibujo para titanes.
Mi trasero, golpeó la barra para liberar la puerta de la librería y marché hacia
atrás al patio del centro de estudiantes. Me di la vuelta y tropecé directamente en
los ojos azules del Psicópata Caballero Motociclista.
Esos músculos eran tan sólidos como una estatua de mármol. Creo que yo
misma me golpeé en sus abdominales.
—¡Lo siento tanto! —Retrocedí, extenuada. Sus ojos eran mucho más azules
de lo que yo recordaba. ¿Espera, él usaba rímel? No, pestañas naturalmente
oscuras, más gruesas que las mías. Desgraciado. Su cabello oscuro y tez oliva
contrastaban aún más con sus ojos zafiro. Brillaban.
Su sonrisa era mucho mejor de lo que imaginaba. Los hoyuelos de sus mejillas
y sus labios suculentos revelaron deslumbrantes dientes blancos. Sin su casco
18 aplastando su rostro, pude apreciar sus pómulos y su fuerte mandíbula.
Estoy segura que vi uno de ésos montado en la pared, Desfibriladores
Automáticos Externos para las víctimas de ataque al corazón dentro de la librería.
Buena cosa, porque necesitaba un golpe ahora mismo.
Otra vez me taladró con sus ojos láser de Superman. Mi pecho se estaba
derritiendo, mientras otros destinos biológicos al sur de mi caja torácica, incluyendo
mis dedos. Desmayo. Doble desmayo.
—Sam. ANTHA.
¡Lo recordó! Más o menos. ¿Dónde estaba ese Desfibrilador Automático
Externo? Un paro cardíaco era inminente.
¡Luz roja! Bandera de advertencia. Necesitaba sujetarme a mí misma.
Madison estaba interesada en este tipo, no yo. Ahora era el momento apropiado
para salir corriendo. Antes de que los problemas tengan lo mejor de mí.
Di un paso y mi descomunal bloc de dibujo se deslizó fuera de mi brazo y tomó
vuelo. Las inmensas páginas volaban mientras el bloc cayó al suelo.
—Déjame ayudarte con eso. —Su voz baja era de barítono resonante.
Profundo, completo y varonil. Lo sentí en mi pecho. Y en otras áreas. Él cayó sobre
una rodilla. Parecía que me iba a proponer matrimonio.
Tragué.
—Está bien, ya lo tengo, gracias. —Me agaché para recuperar el traicionero
bloc. Mantuve mi cabeza abajo, ocultando mis mejillas rojo brillante. Estoy segura
de que lucía horrible. ¿Langosta a la parrilla para alguien? rodé mis ojos para mí
misma.
Las páginas del Bloc de dibujo aleteando en la leve brisa, lo que dificultaba
alisarlas nuevamente dentro del bloc sin romperlas.
Ojos azules me tendió la mano. Era bastante grande y muy bronceada. ¿Se
suponía que iba a estrecharle la mano? Lo miré como si estuviera en llamas. Tal vez
lo estaba.
Evité sus ojos. Sabía que si los miraba a esta distancia, quedaría congelada
en su lugar. Este chico era como una Medusa macho. Sólo era un hombre-dusa, y
en lugar de ser feo, era tan bien parecido, convirtiendo a inocentes vírgenes en
piedra con una sola mirada.
Con sus ojos, estaba segura de que podía des-virginizar incautas mujeres
jóvenes con una sola mirada también.
—Uh, ¿cuál es tu nombre? —murmuré. ¡A la mierda! ¿Por qué le pregunté? Él
debe haberme hipnotizado.
De lo contrario, podría ya estar escondida en el arbusto más cercano.
—Adonis.
Me burlé.
—¿Qué, como el Dios griego de la belleza y el deseo.
19
—Sí.
Rodé los ojos.
—¿Encaja, no te parece? —Él me guiñó un ojo.
Me atraganté.
—No. —Sí—. ¿Mucho ego?
Ladeó esa sonrisa perfectamente torcida, con hoyuelos.
—No me culpes. Mis padres lo eligieron. Supongo que sabían lo que estaban
haciendo.
El ego de este tipo era tan monstruoso, definitivamente él era un hombre-
dusa. De la clase que es fea en el interior.
Su mano seguía esperando ser estrechada. Mierda. No quería ser una perra
grosera. Le estreché. Esta era muy grande y envolvió la mía. Pero también era gentil
y amable.
Lo juro, no tenía ninguna intención de volver a mirarme en sus ojos azules. Me
quedé congelada. Estúpido hombre-dusa.
Espera ¿Qué? ¿Por qué estaba levantando mi mano a sus labios? ¿Y besando
el dorso? Oh no. Hormigueo eléctrico se deslizó hasta el antebrazo. Me di cuenta
que me acariciaba la palma con sus dedos grandes. Mis párpados se agitaron. Me
sentía traicionada por mi propio cuerpo. Hormonas estúpidas.
—Llego tarde a clase, me tengo que ir.
Moví mi mano liberándola de la suya. Mentiría si dijera que no quería
quedarme ahí, mirando sus ojos, hasta el próximo siglo. Pero me alentó mi
independencia femenina, recogí mi bloc de dibujo traicionero y troté a la clase.
Con Madison haciendo ya planes de boda, lo último que necesitaba era estar
mirándonos a los ojos así con psicópata ojos azules. Esos ojos habían deletreado
problemas.
20
Tres
M
ientras iba de prisa a clase, me crucé con las tres Robóticas Barbies
que habían estado con Adonis en el Centro Estudiantil temprano.
Les di un amplio margen en el camino de cemento. Pero no
pude evitar escuchar su conversación.
Claramente, las tres creen que deben ser Christina Aguilera o la reina de
Inglaterra, basadas en su volumen.
La morena cacareó.
—¿Viste la manera en que se escondió cuando Adonis apuntó hacia ella?
—Como una rata asustada. —La rubia con el peinado recto dijo.
—Ella debería hacer algo con respecto a ese cabello de agua sucia. Parece
una camarera —continuó la morena.
¿Camarera? ¿Quién me había atrapado en una máquina del tiempo y
enviado a una novela de Charles Dickens? Estaba acostumbrada a desviar mujeres
malintencionadas como esta. Podía soportarlo. Sostuve mi cabeza en alto. Las
21 pasé tan rápido como pude.
Las escuché reírse y susurrar.
—Oh Dios mío, es ella.
Ya basta de eso. Había jurado que no dejaría que mis compañeros me
desmoralizaran, como lo habían hecho en la escuela secundaria. Me detuve en
seco y di la vuelta.
—¿Ustedes tres damas tiene algún problema? Díganmelo en la cara.
Ellas retrocedieron y tropezaron la una con la otra.
La más rubia y bronceada entre ellas y la líder evidente, caminó hacia mí con
su débil mano extendida. Envidiaba sus piernas largas y delgadas.
Su recién-ondulado-de-salón cabello ondulado era impresionante. Llevaba
una camiseta de Delta Delta Pi. Su camisa, anudada por encima de su cintura,
revelando su vientre plano y se estiraba sobre sus doble D Deltas. Sus pantalones
cortos no dejaban casi nada a la Pi imaginación. Sabía que había una razón por la
que Delta Pi Delta me hizo pensar en Pecho Vagina Pecho. Esta chica lucía como
la portada de una revista de mala calidad para hombres.
—Lo siento por ellas —dijo—. No tienen educación. Mi nombre es Tiffany
Kingston-Whitehouse. Un placer.
¿Era un nombre o un título? Estoy segura de que sus uñas a medida goteaban
veneno, aunque no podía ver nada. Todavía. Claro, no había escuchado sus
chismes sobre mí, sólo sus compinches secuaces. Pero eso no quería decir que ella
no hubiera estado sarcástica sobre mí antes de que me hubiera encontrado con
ellas. Le di la mano a regañadientes.
—Debes ser nueva aquí. De la Costa Este.
—¿Cómo has…
Ella sonrió, pero no creí que fuera sincera ni por un segundo.
—Tu atuendo. Vi a algunas socialité de Manhattan usando tu vestido en
alguna cosa del country club que he encontrado en línea.
Estoy segura que no era un insulto. Pero un toque de frialdad en su tono me
mantuvo en guardia.
—San Diego es un poco más... casual que la Costa Este. —Ella me miró de pies
a cabeza.
Detecté la más mínima sonrisa burlona cuando dijo la palabra “casual”. Eso
fue un insulto envuelto para regalo en sutilezas. Oh, ella era buena, ésta vez. Fruncí
el ceño.
—Sí que me había dado cuenta.
La morena soltó su chicle.
—Te sientes muy especial por haber sido rescatada por el chico más caliente
22 en el campus. —Sus dientes blancos de brillo-de-día brillaron hacia mí, casi tan
brillantes como el sol.
Genial. Allí se fueron las esperanzas que había tenido por el anonimato. Adonis
les debe haber contado todo. ¿Cuánto tiempo le tomaría para que contara mi
historia en el campus? Recé para que la SDU1 no fuera tan chismosa como lo había
sido mi escuela secundaria.
Y esperaba que Madison no estuviera demasiado interesada en este tipo
Adonis. Tipos rodeados de chismes, que iban para mujeres como Tiffany y su
calaña, eran un desastre. Lo había visto personalmente en la escuela secundaria.
Tengo que darle la noticia suavemente a Madison. Se merecía algo mejor.
—Deberías comprometerte completamente con nuestra hermandad —dijo
Tiffany.
¿Eso fue mantener a tus enemigos cerca? Ella no podía pensar que caería en
eso. Tenía visiones de novatadas, escándalos y mi cara borracha en todos los
periódicos del campus.
—Si le gustas a Adonis, estás dentro como Tim —dijo la morena.
¿Le había gustado? Jesús, esperaba que fuera sólo una expresión. No quería
nada que ver con él o con estas tres.
—¿Te refieres a Flynn? —me burlé. Cuando ella no lo entendió, tuve que
explicar—. Es el dicho “como Flynn”, querida. Flynn.
35 El único abultamiento que podía pensar eran mis pezones presionando contra
las copas del sujetador. Estoy seguro de estar contenta de que me puse mi vestido
estampado esta mañana. Camuflaje perfecto.
Respiración profunda. Suspiro. Mis ojos trabajaron alrededor de la forma de la
cabeza y el pelo del Adonis. Robé una mirada a sus ojos a través de la longitud de
su impresionante cuerpo. Me pilló mirando a escondidas y me devolvió el guiño.
¿Podría yo sacar sus ojos? ¿Era parte de su esquema?
Recordé la imagen de él al intercambiar números de teléfono con uno de los
flamencos. Y la adulando Delta Pi Deltas. Y lo besó Tiffany Kingston-Whitehouse-
Snootfest. Me sentí mal por Madison. Ella no tenía ni idea en lo que se estaba
metiendo enamorándose de Adonis. Él era un jugador total.
Por suerte, yo no tuve que perder mi tiempo en él. Eso hace que sea fácil para
centrarse en mi trabajo.
Varios minutos después, el temporizador empezó a sonar.
—Se acabó el tiempo, todo el mundo —dijo el profesor.
—Alza tu papel —dijo Romeo—. ¿Cómo lo hiciste?
Casi se me olvida que yo había estado dibujando algo, que había estado tan
concentrada en mirar. Levanté la página en blanco, esperando lo peor. Me
sorprendió ver una línea temblorosa alrededor de mi papel que tanto se parecía al
Adonis. Romeo había producido resultados similares.
—Buen trabajo, Sam. —Él me dio una palmadita en el hombro—. Eres muy
buena en esto.
Incluso el contorno del Kamiko, aunque mejor que todos los demás, no era
perfecto como su otro trabajo.
Tal vez yo no era tan mala después de todo.
El último dibujo de la clase fue otra larga pose. Esta vez se suponía que
debíamos mirar a nuestro trabajo. Adonis se sentó en el taburete con su lado para
mí, en el Pensador actitud clásica, con la barbilla apoyada en sus nudillos. Esta fue
la postura menos distractora hasta ahora. Me concentré totalmente en mi dibujo.
Y lo malo que era.
Cuanto más me llamó, peor se ponía. Romeo no estaba luchando en
absoluto. Miró varias veces desde su pad para Adonis, que se establecían líneas de
aseguramiento.
Kamiko estaba a medio camino a través de una obra de arte, con el
sombreado.
Yo estaba haciendo un lío. Estaba sudando de nuevo, esta vez de la tensión.
Mi dibujo aspirado culo. Bastante seguro que mis axilas estaban goteando. Menos
mal que mi vestido estampado disfrazaba lo que era probable —disco volador de
tamaño con manchas de sudor—. Sentí que mi decisión con el armario era lo único
bueno que había pasado hoy.
Me puse mi carbón antes de que la pose terminara. Me pasé, y no en el buen
sentido. Cada línea que dibujé había hecho mi dibujo peor. Fue un desastre.
36 Romeo trabajó con entusiasmo en su dibujo, demasiado ocupado para ayudar.
Yo esperaba que el profesor Childress viniese y me animara, pero él estaba
trabajando con otra estudiante. Por último, el temporizador sonó. Adonis comenzó
a vestirse, no es que me importara. Me sentía como un fracaso.
Los otros estudiantes plegaron sus almohadillas cerradas. Yo también lo hice.
Yo no quería que nadie viera mi terrible dibujo.
Eché un vistazo a la almohadilla de Kamiko. Ella estaba añadiendo toques
finales sin tener que mirar el modelo. Su dibujo era increíble. Se veía como Adonis,
hasta sus rasgos faciales. ¿Cómo hizo eso?
Ella incluso había sacado un lápiz de color azul en algún momento para hacer
sus ojos. Ella tiene ese derecho también.
La cara de mi dibujo era una mancha de color negro. Lo sé, porque me había
frotado con mis dedos anteriormente.
Yo no era una artista. ¿A quién estaba engañando? Yo pertenecía a
contabilidad, con los pies apestosos de café, tomando notas en un ordenador
portátil como todos los demás. No me refiero a hacer algo especial o romántico
como el arte.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera.
Mierda, yo no era ninguna de esas cosas. Esas cosas tenían una chispa de
originalidad. Yo era completamente común.
Yo no podía hacer nada mágico. Era la vieja y simple Sam Smith. Boring CPA.
Adonis salió de la habitación. Con el flamenco del reloj de arena, y su brazo
alrededor de su cintura.
Los ojos azules tomaron lo último de la magia con él cuando había dejado la
habitación. Bueno, excepto por los dibujos de Kamiko, que eran muy muy mágicos.
A diferencia del mío.
La universidad apesta. ¿En qué estaba pensando cuando me decidí cruzar
por todo el país, dejando todo atrás? ¿Pensé que podía cambiar mi vida con tanta
facilidad? Mis padres habían estado en lo cierto. Yo no era nada especial. ¿Por
qué molestarse tratando? Me voy a casa a ser miserable en un entorno familiar.
Al menos sabía cómo hacerlo.
Profesor Childress cruzó los brazos sobre el pecho.
—¿Cómo estuvo tu dibujo final?
Suspiré pesadamente.
—No es tan bueno.
—¿Puedo verlo?
Yo era reacia a desvelar mi fracaso.
—No es muy bueno.
—Voy a ser el juez de eso. Déjame verlo.
37
Genial. Ahora iba a juzgarme. Levanté de nuevo las páginas hasta que revelé
mi último dibujo.
El profesor se acarició la barba, pensativo.
—Mmm-hmm. Mmm. —Él ladeó la cabeza—. Mmm.
¿Qué demonios significa eso?
—Es horrible, lo sé.
—¿Horrible? ¿Es eso lo que piensas?
—No tiene que decir nada. —Tenía la esperanza de que no me entregara un
montón de alabanza falsa. Odiaba el síndrome “Todo el mundo es un ganador” no
todo el mundo puede tomar el primer lugar. O segundo, o tercero. O el veinte.
—¿Has hecho mucho dibujo en el pasado?
—Un poco. A veces en mi cuaderno de bocetos. —Me inquietó—.
¡Terminemos con esto ya!
—Tu línea de trabajo es fuerte. ¿Consulte a su curva de la pierna extendida
hacia aquí? Es seguro y verdadero.
—Sí, ¡pero el resto del dibujo es terrible!
—Está bien para tomar nota de sus fracasos. En las etapas iniciales tenemos
muchos.
—No te olvides de celebrar tus éxitos también. Aquella línea muestra que
tienes talento. Sólo tienes que desarrollarlo.
—Pero los dibujos de todos los demás son mucho mejor que el mío. Kamiko.
—¿Te refieres a la chica de origen asiático?
—Sí.
—Ella me mostró su cuaderno de bocetos antes de la clase. ¿Qué pasa con
ella?
—Los dibujos de Kamiko son tan buenos. No puedo competir con ella.
—No estás compitiendo con ella. Estás compitiendo contigo misma. Kamiko
ha tenido años de práctica. Tu objetivo no es ser mejor que ella. Tu objetivo es
mejorar. ¿Recuerda la hermosa curva que dibujaste en la pierna extendida?
—¿Sí?
—La próxima vez, esfuérzate por dos líneas hermosas. Eso es todo. Deja que el
resto de ellos sea un poco incómodo y terrible. Es a través del proceso de hacer un
sinnúmero de errores que nos acercamos, pero nunca va a alcanzar, la perfección.
Nosotros lo conseguimos paso por paso, o en este caso una línea, a la vez.
—¿En serio? —¿Era así de simple? Tal vez lo es—. ¡Gracias profesor Childress!
—Nos vemos la próxima clase. ¿Cuál es tu nombre?
—Samantha Smith. La gente me llama Sam.
—Encantado de conocerte, Sam. Espero buenas cosas de ti. He estado
38 haciendo esto por mucho tiempo. Tú tienes lo que se necesita, lo sé.
—¿En serio?
—Sí.
¡Wow! ¡No apesto!
Cinco
R
omeo, Kamiko, y yo fuimos al Centro de Estudiantes para el almuerzo.
Yo estaba lista para una distracción. Le envié un mensaje a Madison
diciendo a dónde íbamos, pero ella no respondió.
Romeo me presentó los tacos con pescado. No tenía idea de que podría
poner el pescado en un puesto de tacos. ¡Me encantó la salsa blanca! Es muy
buena.
Me comí los chips de tortilla mientras Kamiko habló de Adventure Time.
Aprendí más acerca de esa caricatura de lo que nunca pensé que haría. Estaba
tan entusiasmada con ella, no podía soportar detenerla.
Romeo bajó un chip a su salsa.
—Por lo tanto, Sam. Yo estaba preocupado por ti durante la clase de dibujo.
Estaba dispuesto a llamar al 911. Estabas peligrosamente cerca de la parálisis.
—Sí, creo que tengo trastorno de estrés postraumático, le dije.
39 —¡Ese tipo era Muy Caliente! —Kamiko rio.
Me sorprendió.
—¿Te has dado cuenta? Pensé que estabas demasiado ocupada dibujando.
—¡Yo no estoy ciega! ¡Ese tipo era súper caliente! Y estaba totalmente
mirándote.
—No, él no lo hacía —me burlé.
Romeo se limpió las manos con la servilleta.
—¡Estas totalmente negándolo, Sam! Sus ojos estaban fijos en ti.
Genial. No es lo que yo quería escuchar.
—Entonces, ¿por qué se fue con esa chica? Ella tenía su brazo alrededor de
él.
—Bueno, él actuó como si quisiera llegar a conocerte.
Hice una mueca.
—Él como que ya lo hace.
Romeo casi saltó de su asiento. Su monóculo se tambaleó desde el botón de
su abrigo. Me di cuenta de que él no lo había usado ni una vez desde que nos
conocimos.
—¿Qué? —gritó—. ¿Has estado ocultando esto a nosotros? ¡Quiero saber
todo!
Apoyó los codos sobre la mesa y apoyó la barbilla en sus manos ahuecadas.
—Detalles.
—Está bien. Te lo diré. —No es como si esto pudiera ser más incómodo—. Esta
mañana, de camino al campus, nuestro modelo salvó totalmente mi trasero.
Romeo hizo una toma doble.
—¡Alto! ¡Retrocede! ¿El modelo de arte te salvó?
—Sí. Yo estaba esperando en un semáforo en rojo y derramé mi café. El tipo
gordo en un Mercedes de oro bajó de su auto y comenzó a gritarme. Nuestro
modelo de arte cuyo nombre es Adonis estaba allí, y le dio un puñetazo al gordo.
—¿Sabes su nombre? —La mandíbula de Romeo cayó—. Eso no es justo, me
gustaría poder ser una damisela en apuros.
—Pobrecito. —Kamiko le palmeó el brazo para tranquilizarlo.
—Así que déjame ver si lo entiendo, Sam. ¿Un tío caliente al azar salva tu
trasero esta mañana, y dos horas más tarde está totalmente observándote en la
clase de dibujo? ¡Qué suerte tienes!
Teniendo en cuenta que Madison, mi única amiga en San Diego, además de
estos dos, tenía un enamoramiento con él, yo diría que no tenía suerte en todo.
40 ¿Cómo se sentiría si supiera que Adonis tenía sus ojos sobre mí mientras yo tenía mis
ojos sobre él? Me sentí como una idiota total.
—¿Tienes el número de teléfono de Sir Lancelot? —Romeo declaró—.
¿Cuándo crees que lo vas a ver otra vez?
—Uh, probablemente nunca.
—O en este momento —Kamiko murmuró, mirando a su plato.
—¿Samantha?
Giré mi cabeza. Adonis estaba detrás de mí, sosteniendo un plato con un
sándwich y patatas fritas en él.
—Uh, hey, Adonis.
Romeo se puso de pie, con los ojos brillantes, y sacó una silla vacía.
—¿Quieres unirte a nosotros?
—Parece que ustedes están terminando.
—¡Oh, no, sólo estamos empezando! ¡Únete a nosotros! —Romeo cogió un
puñado de chips y se los metió en la boca. Los tragó nerviosamente. Migajas
llovieron sobre su regazo.
Adonis se sentó y puso su plato en la mesa.
Hice una nota mental para matar a Romeo después. Mientras tanto, tendría
que satisfacerme a mí misma pisándolo fuerte con el pie debajo de la mesa.
Lástima que llevaba sandalias y no tacones de aguja.
Los ojos de Romeo estallaron y ahogó un gruñido. Le devolví la mirada
inocentemente. Tosió varias veces con sus chips.
—¿Estás bien, amigo? —preguntó Adonis.
—Estoy, tos, bien. Tos —Romeo amordazado.
Cuando la asfixia de Romeo calmó, todos en la mesa miraron a Adonis como
idiotas. Supongo que tenía que presentarlos.
—Así que um, Adonis, estos son mis amigos, Romeo y Kamiko. Chicos, Adonis.
Adonis los saludó a todos con su sándwich de pepinillo. Estaba bastante
seguro de que Romeo lo estaba recordando desnudo.
—Entonces, ¿cómo resultaron los dibujos? —preguntó Adonis.
Romeo asintió en silencio.
—¡Excelente! —Kamiko rio entre dientes nerviosamente.
—Por lo general, lo hacen —respondió Adonis—. Teniendo en cuenta el tema.
¿Cómo podría alguien hacer un mal dibujo de mí? —Me guiñó un ojo con
sarcasmo.
Rodé los ojos y me reí en su cara.
—No seas tan tímido, Adonis. Cuéntanos lo que de verdad piensas.
41
Los labios deliciosos de Adonis mostraron sus brillantes dientes, dejando al
descubierto su sonrisa perfecta de nuevo. Hoyuelos estúpidos. Él era odioso. Pero
todavía podía darle un mal rato.
—¿Vas a ser capaz de adaptarle a tu cabeza un casco de motocicleta más
tarde? —me burlé—. Creo que es el doble del tamaño que tenía esta mañana.
La mandíbula de Romeo cayó. Él pisó mi pie debajo de la mesa.
—Adonis. —Una mujer joven que nunca había visto antes colocó en la mesa
sus piernas de bailarina. Tenía el cabello castaño rojizo. Su vestido era lo que yo
describiría como hippie. Parecía una afectación.
De alguna manera me la imaginaba pagar un dólar por lo que se supone que
se vea en una tienda de segunda mano de la vendimia.
Sospechaba que los dos atrapa-hombres que rebotaban en su pecho habían
sido mejorados artificialmente. De inmediato empezó a masajear los hombros de
Adonis con ambas manos.
Oh, Dios mío, ¿cuántas mujeres estaban envueltas alrededor de los dedos de
este tipo?
Una lenta sonrisa se extendió a través del rostro de Adonis.
—Hey, Skylar. ¿Cómo estás, cariño?
—Mejor, ahora que te localicé. Has estado M.I.A.2 desde nuestra última cita.
—¿Cita?
—¿No te acuerdas? ¿Onyx? ¿El club en el centro? ¿Bailamos hasta que
cerraron? ¿En mi casa después? ¿La mesa de la cocina después del desayuno?
Adonis hizo un gesto con los ojos, pensativo.
Oh, Señor. ¿Acaso siquiera recuerda haber tenido relaciones sexuales con
esta mujer? Los tipos como él eran todo sobre follar y correr. Qué pesadilla.
—Oh, sí. —Adonis sonrió pensativamente—. Ahora lo recuerdo. Eso no fue una
cita. Sólo estábamos pasando el rato.
Jesús, ¿qué implica una cita con este tipo? ¿Un swing de sexo con una
audiencia?
Skylar no se dejó intimidar.
—¿Cuándo puedo volver a verte? Han pasado semanas. —Ella envolvió sus
brazos sobre sus hombros y le frotó el pecho. ¿Acaso no tiene vergüenza?
—Estoy muy ocupado.
2
MISSING IN ACTION: Desaparecido en Acción.
—Estoy por la fuente central con algunos nuevos amigos. ¿Quieres unirte a
nosotros?
—Sí, voy a estar allí en cinco minutos. —Ella llegó unos minutos más tarde,
tomándose una soda. Le presenté a Romeo y Kamiko, y le expliqué que los conocí
en la clase de dibujo.
Madison se sentó y sacó una bolsa de mini magdalenas de crema de maní
de su mochila.
—¡Traje golosinas! ¿Alguien quiere algo?
Todos luchamos por meter nuestras manos en la bolsa a la vez. Un coro de —
Gracias, Madison! —siguió.
Estaba tan contenta de conocerla. Ella era tan atenta y generosa.
Madison tomó un sorbo de soda.
—Entonces, ¿cómo estuvo la clase de dibujo, chicos?
Tenía la esperanza de que ella no le pidiera a nadie que sacara al tema de
Adonis. Esto en cuanto a eso.
Bueno, yo no tenía que decir nada. No importa cómo estaba de caliente por
Adonis, que no iba a dejar que se interpusiera entre Madison y yo.
43 Romeo se desmayó.
—Declaro, estoy absolutamente enamorado del modelo.
Madison frunció el ceño.
—¿Modelo? No lo entiendo…
—El modelo de la clase de dibujo —dijo Kamiko—. El que posó para nosotros
hoy.
No había forma de salir de ella.
—¿Espera, así que ustedes dibujaron un modelo, una persona viva?
Romeo se metió una mini magdalenas de crema de maní en la boca.
—Sí. Y estaba bastante apuesto. Encantador,
—Romeo quiere decir que estaba caliente —tradujo Kamiko.
—Y desnudo. —Romeo sonrió.
Madison farfulló en su soda.
—¡Santo Dios! ¿En serio? ¿Desnudo? ¿Al igual, como traje de cumpleaños
desnudo?
Madison me miró.
—Sí —le respondí con desdén—. Él no era tan caliente —mentí.
—¡Mentirosa! —gritó Romeo—. ¡Era muy caliente y te encantó!
Mierda. Romeo no estaba ayudando.
—En serio. —Madison arqueó una ceja—. Entonces. ¿Estaba circuncidado? —
Ella se rio y golpeó con fuerza mi brazo.
—¡Yo no lo vi tan cerca!
—Lo hice. —Romeo sonrió—. Y sí, él está cortado.
—Eww, Romeo. —Kamiko hizo una mueca—. T. M. I.
Realmente necesitaba desviar la conversación lejos de Adonis, por el amor
de Madison. Si no lo podía manejar yo misma, un terremoto repentino o enjambre
de abejas asesinas sería suficiente.
—¿Podemos cambiar de tema? —les supliqué.
—No lo creo —dijo Madison—. Te has pasado el tiempo de clase dibujando
un tipo desnudo caliente. Tienes que darme más detalles. ¿Qué aspecto tenía?
—Kamiko —dijo Romeo—, muéstrale tu dibujo. Se parece totalmente a él.
No, no, no. No había manera de que pudiera parar esto. ¿Dónde estaban
esas abejas? Mierda.
—No quiero que arrastres mis dibujos a esto, Romeo —Kamiko gimió—. Son
terribles.
44
Gracias a Dios por la falsa modestia de Kamiko.
—Vamos chicos, ahora estoy totalmente curiosa —dijo Madison. Dejando su
refresco en la hierba.
—Era alto, como un guerrero —Romeo reflexionó—. Tenía el cabello oscuro,
músculos esculpidos, tatuajes y los ojos más azules que he visto nunca.
—Hey, eso suena como el tipo que vi esta mañana, cuando estábamos en el
Centro de Estudiantes —dijo Madison.
¡Oh, no!
—¿Acaso Sam les dijo que él la salvó en el camino a la escuela? ¿Al igual que
una damisela en peligro?
Mierdastic. Le disparé a Romeo una mirada de “Cierra la maldita boca”. No
se dio cuenta. ¿Dónde estaban esas malditas abejas?
—¿Quién? ¿El modelo? —preguntó Madison.
—Sí. Su nombre es Adonis —dijo Romeo inocentemente—. Sam está
totalmente enganchada en él.
Suspiré. No podía culpar a Romeo. Él no sabía que Madison tenía algo con
Adonis.
Las cejas de Madison se quebraron y sus ojos brillaron hacia mí, expectante.
Decidí que lo mejor que podía hacer es ser honesta.
—Lo admito. Yo estaba totalmente mirándolo. Pero, ¿cómo no iba a hacerlo?
Se suponía que debía hacerlo, para la clase. —¿Tenía que decirle que pensaba
que Adonis estaba caliente? ¿Podría dejar esa parte?
Madison dobló sus brazos contra su pecho y me dirigió una mirada astuta.
Pienso que estaba leyendo mi mente.
Si ella iba a odiarme, por lo menos tenía a Romeo y a Kamiko. No estaba
completamente segura de si quería un bocazas como Romeo alrededor en este
punto. Pero no quería una posición de ser exigente sobre mis amigos. Nunca tuve.
Madison inclinó su cabeza hacia atrás, esperando por el resto. También
puedo dárselo.
—Bien, no me odies, Mads. Lo admito. Adonis está totalmente caliente. Pero
podría quedarme lejos de él, si quieres.
No se veía como si se lo estuviese comprando.
—Tengo que advertirte sin embargo, probablemente se ha acostado con la
mitad de las mujeres del campus, y pienso que está trabajando su camino a través
del resto de ellas. La forma en que se lanzan contra él, estoy sorprendida de que
no les dijera que tomaran un número. Probablemente acoge orgías todo el fin de
semana.
45 —¿Crees que me invite? —Romeo preguntó tímidamente.
Kamiko lo abofeteó.
—¡Cállate, Romeo!
Le di una mirada suplicante a Madison.
—¿Me odias?
Por un segundo, estaba segura de que lo estaba.
Pero entonces los labios de Madison se relajaron en una sonrisa.
—¿Pensaste que estaba con él? —ella negó—. Soy mejor, Sam. Sí, él es
caliente. Pero vi a esas chicas derritiéndose por todo su cuerpo. ¿Crees que iba a
estar celosa si te gustaba también?
—Sí. Más o menos. —Examino mis uñas y pelo y el esmalte de uñas negro—.
Pero totalmente no me gusta.
—Me parece que la dama protesta demasiado —Romeo dice teatralmente.
—Lo que sea —me burlé—. Él es totalmente un hombre puto.
Madison se inclinó y me dio un gran abrazo.
—Oh, Sam te preocupas por nada. Hay un montón de chicos guapos en el
campus. No me voy a obsesionar con uno. Ahora come una copa de mantequilla
de maní. El azúcar y la grasa curan todos los males.
La abracé de regreso.
—Gracias, Mads. Pensé que me ibas a matar por supuesto. —Agarré un
puñado de la bolsa.
—Nop. Pero si te comes la última copa de mantequilla de maní, ¡lo haré!
Romeo agarró los chocolates en mi mano.
—¡Dame esos, glotona!
Esquivé expertamente. ¡Nadie iba a obtener mis copas de mantequilla de
maní!
Todavía teníamos unos pocos minutos antes de que todos tuviéramos clases.
—Entonces, Kamiko —pregunté—. ¿Cómo que no eres un gran artista? Tus
dibujos son impresionantes.
Ella empujó sus rodillas hacia su pecho y suspiró.
—Mis padres están pagando la universidad. Quieren que sea un doctor.
—¿No es extraño como el dinero puede ser una trampa a veces? —Madison
preguntó.
—Nunca lo pensé de esa manera —ella suspira—. Pero mis hermanos y
hermanas mayores son doctores o ingenieros de software. No tengo ninguna
elección.
46
—¿No te sientes como que tu talento se va a perder? —pregunto.
—Más o menos. Pero se lo debo a mis padres. Trabajaron realmente duro así
podía ir a una buena universidad. No puedo faltarles el respeto por tirar todo lejos.
—Lo entiendo. —No me hace sentir mejor—. Pero si fuera tan buena como tú,
no creo que estaría estudiando contabilidad. —Kamiko era buena dibujando, me
preocupa que esté desperdiciando su verdadero talento—. ¿Romeo cuál es tu
talento?
—Estoy duplicando en arte y teatro. Entre las dos de ellas, estoy seguro de que
voy a estar fuera trabajando sobre una base regular. Pero diablos, siempre quise
ser un barista, y oí que Starbucks tiene un gran plan de salud.
Sentí el peso de nuestro futuro presionando sobre todos nosotros. Miré a mis
nuevos amigos y vi el estrés y el miedo apretando alrededor de la garganta.
Excepto para Madison. Ella parecía impenetrable.
¿Qué pasó con la universidad siendo la plataforma de lanzamiento para
nuestros brillantes y poderosos futuros? Estábamos todos pagando muchísimo para
asegurar nuestro éxito y prosperidad futura. Deberíamos haber estado saltando de
alegría. No ahogándonos en un funk triste de preocupación.
Madison se puso de pie.
—¡Vamos, chicos! Eso está a años luz. Podríamos estar disfrutando de este
impresionante clima. ¡Además, llegamos tarde a clases!
Esa tarde, todos teníamos clases separadas, estaba sentada en sociología
cuando Romeo me envió un mensaje a mitad de la clase.
Yo y Kamiko vamos a ir al museo de arte del campus después de clase.
¿Quieres venir?
Sip, le envío in mensaje de regreso. ¿Dónde es?
Encuéntrame en la fuente en 30.
K
No me di cuenta de que había un museo de arte en la universidad. Sonaba
divertido. Incluso si estaba destinada a ser una contadora, podía disfrutar por
ahora.
El museo de arte Eleanor M. Westbrook era enorme. Una de las señales que
van a las galerías decía que Eleanor había estado casada con un prominente
productor de películas de Hollywood en 1940. Ellos se habían retirado a San Diego
con su fortuna. Eleanor había sobrevivido a su marido, y después de su muerte,
47 donó una tonelada de dinero para la universidad.
Romeo nos guio alrededor del museo. Estaba familiarizado con muchos de los
artistas, y nos dijo acerca de ellos, ya que fuimos de sala en sala. Nunca había oído
hablar de la mayoría de ellos, pero las pinturas eran hermosas.
Kamiko tenía su cuaderno de bocetos fuera todo el tiempo, e hizo docenas
de diminutos dibujos a lápiz de las diferentes pinturas o dibujó las diversas esculturas.
Ella era tan buena.
—No puedo creer cuánto talento los artistas que hay tienen y nunca he oído
hablar de ellos —me maravillé—. Tanto trabajo hermoso.
Nos paramos en frente de una enorme pintura de los acantilados y el mar
después de una tormenta. Los rayos del sol brillaban entre las grietas en las nubes.
En cierto modo me recordaba a la vista que había visto cuando estaba
conduciendo a la universidad, excepto nublado y oscuro. Era tan realista, casi me
pareció sentir el aire frío y olía el océano.
¿Quién lo había pintado? Leí el cartel.
—Quien sea que sea este chico Spiridon —dije—. Él es jodidamente un genio.
Tenía veintiuno cuando pintó esta.
Romeo lee la descripción debajo de la placa.
—Nunca oí de él. Pero tienes razón —Romeo medio rió—. Él es realmente,
realmente bueno.
Romeo está claramente impresionado. Kamiko lo estaba también, basada en
la intensidad de sus ojos mientras ella esboza la pintura.
—La composición es increíble —dice.
—¿Composición? —digo—. ¡Es como una fotografía!
—Sí, pero mira las formas de las nubes, cómo la luz se filtra a través de las
grietas entre ellos. Las nubes no permanecen así todo el día. Tenía que escoger el
momento perfecto y capturarlo antes de que se hubiera ido. Probablemente hizo
un pequeño boceto al óleo de la ubicación y terminó este gran lienzo en el estudio.
—¿Cómo sabes todo estas cosas?
—Leo sobre el arte cuando estoy estudiando medicina.
48
—¿Cuándo lees? Siempre estás viendo Cartoon Network —Romeo bromea.
Kamiko lo ignora.
Mi depresión vuelve. Entre mis dibujos de mierda de esta mañana, el
cuaderno de bocetos de la genio Kamiko, y este chico súper genio de Spiridon
pintando, chupaba bolsas de bolas peludas.
—Me estoy engañando a mí misma, Romeo.
—Nunca seré tan buena.
—Aw, anímate, Sam, Van Gogh no empezó a pintar hasta que estaba en sus
tardíos veinte.
—¿En serio? —Eso era algo difícil de creer. Pero sentí un enfriamiento
esperanzador correr por la parte de atrás de mis brazos de cualquier forma.
Los ojos de Romeo miraban algo detrás de mí.
—Sip, y Kandinsky no se inscribió en la escuela de arte hasta los treinta —dijo
Adonis.
Me di media vuelta. Cogí a Adonis deslizando la punta de los dedos índices
en la parte posterior de mis brazos, de ahí mis escalofríos. Bastardo engreído.
—¿Qué haces aquí?
—Mirando las pinturas.
—¿Qué sabes acerca de Kandinsky? —le pregunté con altivez. Ni siquiera
sabía quién era Kandinsky, pero no le estaba diciendo eso.
—Sé que Kandinsky dejó una carrera enseñando leyes y economía para
matricularse en la escuela de arte, donde destacó. También sé que escribió
extensamente sobre el aspecto espiritual del arte. Él incluso teorizó que había una
conexión directa entre el color y el sonido, que los colores específicos corresponden
a notas musicales específicas.
¿Cómo demonios todo el mundo sabe mucho de arte excepto yo? Luché
para ocultar mi admiración. Luché para esconder mi temor. Este chico no me
necesitaba para acariciar su ego. En cambio, me quedé mirando a sus ojos. Estoy
segura de que un tubo caro de pintura azul fue nombrado después de ellos.
¿Por qué este chico se estaba metiendo tan debajo de mi piel? No me gusta.
Él puede saber de arte, pero aún es un jugador.
—Entonces —espeté—. ¿Qué pasó con Skylar? —sueno como de trece años
de edad cuando digo eso, pero te juro que no quiero.
Adonis asintió y sonrió ampliamente.
—Ella no está en el arte.
—¿Qué sobre esa chica que vive dibujando en clases? —lloriqueo—. Parece
49 como si estuviera en el arte.
—Si quieres decir que ella está en mí —Él sonríe con su sonrisa arrogante—,
entonces sí, ella está en el arte.
Mis ojos brillaron.
—No eres una obra de arte.
—Oh no, ella no lo hizo —Romeo murmuró. Retrocedió hasta que estuvo
detrás de Kamiko—. Creo que van a pelear.
Adonis se rio entre dientes, genial como podía ser.
—¿Necesitas una piedra de afilar para afilar esas garras?
—No lo sé —me burlé—, ¿terminaste de hablar sobre tu harem?
—Tú sacaste el tema.
Lo hice. ¿Por qué tenía que volverme súper perra de repente? Culpaba a
Adonis. Estaba haciéndolo bien hasta que apareció y acosó la parte de atrás de
mis brazos. Pervertido.
—¿Me estas acechando?
—Ya estaba aquí. Los vi caminando hace veinte minutos atrás.
—¡Pelea, pelea! —Romeo susurró.
Lo miré.
—¡Escuché eso!
Él se agachó detrás de Kamiko.
Adonis me sonrió.
—Así que, ¿te gusta el museo?
Eso me pilló con la guardia baja. Él no tenía permitido cambiar el tema y
actuar como una persona sana.
—Uh, sí, es genial.
—Somos afortunados de tener tal impresionante museo de arte en el campus.
Hay algunas pinturas de aquí que no vas a ver en ningún otro lugar en el mundo.
¿Te gustan los paisajes? —Se movió hacia la escena de la playa nublada que había
estado admirando.
—Sí, es genial. —Parpadeé y miré de nuevo. Esto era realmente
impresionante—. Siento como si pudiera tirar mi pierna por encima del marco de la
pintura y pisar justo en él.
—Esa es una vista de cerca de donde te vi esta mañana en PCH —Él musitó
pensativo.
—¡No me sorprende que me resulte familiar! ¿Cómo sabes eso?
—Crecí por aquí. —Se encogió de hombros.
50 Estoy segura que añadió un encogimiento de hombros a propósito, porque
arrastra la atención a sus impresionantes hombros. Mi vientre se calentó al recordar
el resto de lo que había debajo de su camiseta de cuello en V con detalle. Tuve
suficiente tiempo para examinar exactamente como sus hombros se atan a su
impresionante pecho y su musculosa espalda durante el Dibujo Vivo.
¿Estaba la habitación encogiéndose alrededor de mí? Woo. Calor.
—El clima raramente luce como esto. —Él ya no sonaba coqueto, pero más
bien como si estuviera recordando. Hizo un gesto hacia la pintura. Ambos nos dimos
vuelta para enfrentarla simultáneamente. Mi hombro cepillaba contra su codo—.
Usualmente el viento sopla las nubes de tormenta hacia el mar por la tarde, si
tenemos alguna. No se puede superar el clima de San Diego.
Mi hombro hormigueaba donde había besado, me refiero frotado, el codo
de Adonis. De pie frente a la pintura, me sentí como si fuéramos una pareja a dar
un paseo al aire libre y que había dejado de disfrutar de la vista.
Casi me caigo por eso. No.
Él probablemente sacó a todas sus chicas a una caminata de “volver a la
naturaleza”. Este chico sabe lo que está haciendo.
Él no me va a encantar con sus patéticos encantos.
Tiempo de irme. Me doy vuelta. Romeo y Kamiko se parecían a una pareja
viendo una película de romance en una sala de cine. Romeo se mordió el labio
inferior y se aferró desesperadamente a Kamiko. Kamiko se desmayó, su cuaderno
de dibujo olvidado colgando a su lado. Todo lo que necesitaban para completar
el cuadro era un cubo de palomitas de maíz y las luces parpadeantes.
—¿Disfrutando del espectáculo? —me burlé—. Vamos, muchachos. —Me
dirigí hacia la salida sin comprobar para ver si Adonis nos siguió.
51
Seis
Y o tenía más clases ese día, así que me despedí de Romeo y Kamiko
fuera del museo. Me detuve en la Librería del Estudiante y pude
comprar mis libros de texto, que pesaban una tonelada. Me dirigí al
estacionamiento.
Afortunadamente, los imbéciles y estúpidos autos encerrando mi VW esta
mañana se habían ido.
Cuando abrí la puerta de mi auto, el olor del café con nata cuajada me dio
un puñetazo en la cara. Se había horneado en el horno que era mi VW todo el día.
Mierda. Me había olvidado de eso.
Deseé tener una grúa para voltear mi VW poniéndolo de lado. Entonces lo
sacudiría para sacar el café. De lo contrario, el café iba a chapotear contra mis
pies en el camino a casa. Necesitaba un plan B.
La solución probable era alrededor de doscientas servilletas, o algunos
buenos trapos para limpiar el desorden. Por desgracia, no tenía ninguno de los dos.
52
Si tuviera papel del cuaderno, lo habría utilizado. Pero todo lo que tenía era
mi portátil. Gemido.
Opciones. Podría encontrar el comedor más cercano y pedir prestada una
caja de servilletas. O el baño más cercano, donde podría desenrollar todo un rollo
de toallas de papel. Estoy segura de que alguien llamaría a la seguridad del
campus y me acusarían de un gran robo por estar borracha.
¿Tal vez podría absorberlo con tierra? El parqueadero estaba rodeado de
setos. Pero entonces estaría atrapada con barro con sabor a café. ¿Por qué eso
me hacía pensar en el helado Rocky Road? Asqueroso.
Una motocicleta se acercó y se detuvo detrás de mi auto.
—Hola, Samantha.
Conocía esos brazos.
—Adonis.
Levantó su visera.
—¿Necesitas ayuda?
Sí. Quiero decir que no, no de ti.
—Más o menos. ¿Recuerdas que derramé mi café por todo el auto esta
mañana?
—Sip.
—Me estoy debatiendo entre si quiero o no conducir a casa sin limpiarlo. No
tengo suficientes servilletas.
—¿Qué tan grande era tu café?
—No sé, ¿del tamaño de un galón? —No pude evitar reírme de mi situación.
Se quitó el casco y se apartó el cabello. Alerta de hoyuelo. ¿Por qué eran los
hoyuelos tan sexis? Se bajó de su motocicleta e inspeccionó mi auto.
—Eso no está tan mal. —Él se metió adentro y se sentó en el asiento del
conductor.
—¡Oye! ¿Qué estás haciendo?
—Tenemos que airear esta cosa.
¿Nosotros? ¿Por qué me gustaba el hecho de que dijera nosotros?
Se inclinó y abrió la puerta del pasajero. Luego tomó las servilletas empapadas
que yo había tirado en el derrame esta mañana y las tiró fuera del auto.
—Las recogeré más tarde. En este momento, necesitamos algo para absorber
todo. Podemos obtener algunas toallas de papel de los dormitorios por allá.
¡Oye, esa era mi idea! Más o menos.
—Pensé que los dormitorios eran privados.
—¿Y? —Empujó su motocicleta hacia el espacio disponible al lado del mío.
53
—¿Qué tipo de motocicleta es esa?
—Es una Ducati.
—Creía que todos los hombres de verdad montaban Harleys —le dije
desafiante.
Se burló.
—Si quiero sentarme en un sofá, tengo uno en casa. La mayoría de las Harleys
no llegan más allá de los 177 Km. 193 en un buen día. He llevado mi Ducati hasta
los 281.
—¿Es tan rápida?
Echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—¿Es así de rápida? ¿Quieres averiguarlo?
De repente me sentí nerviosa.
—¿Ahora?
—No. Más tarde. —Él sonrió—. Cuando este oscuro. Sin tráfico. Menos policías.
Nunca había estado en una motocicleta antes. Por no hablar de ir a más de
tal vez 137 Km en el Honda de mis padres. ¿281 kmph? Jesús.
—Um, no lo sé. Suena peligroso.
—Lo es. —Su sonrisa brilló con confianza.
¡Lo-CO! Olía el deseo de muerte. Entonces, ¿por qué la idea me enciende?
Tal vez yo era la loca.
—En cualquier momento que quieras hacerlo, me lo haces saber. —Él sonrió
con confianza, como si fuera a 281 kmph cada día.
—Pensaré en ello. Ahora mismo necesito, como, un millón de toallas de papel
para la tragedia épica de café en mi auto. ¿Quién va a darnos tantas?
—Encontraremos algunas. Vamos.
Caminamos hasta el edificio del dormitorio junto al estacionamiento. Cuando
nos acercamos a las puertas principales, él se detuvo.
—¿Qué estamos esperando?
—Se necesita una tarjeta llave para entrar en el edificio.
—Entonces, ¿cómo vamos a entrar?
Las puertas se abrieron y dos chicos con patinetas se salieron. Adonis agarró
la puerta antes de que se cerrara.
—De esta manera.
—¿No es esto entrar a la fuerza en un domicilio?
—Yo no estoy forzando nada, ¿verdad?
—¿Así que estamos entrando?
—Así es.
54 Entramos juntos. Él inspeccionó el vestíbulo de entrada. Se dividía en dos
direcciones. Giramos a la izquierda. Una chica descalza que llevaba una camiseta
de SDU, sosteniendo un cuenco de Cheerios y la leche en una mano y sus libros de
texto en la otra, luchaba por abrir la puerta de una de la serie de habitaciones.
Hurgaba sus bolsillos para sacar su tarjeta de acceso. Estaba a punto de bajar sus
libros cuando Adonis intervino.
—Deja que te ayude con eso. —Cogió sus libros.
—Gracias. —Ella sonrió. Cuando consiguió una buena mirada de él, le pasó
los ojos hacia arriba y abajo de su cuerpo—. Muchas gracias. —Ella se sonrojó.
—Ha sido un placer. —Adonis arqueó una ceja.
Sacó su tarjeta de acceso y la agitó delante de la cerradura. El mecanismo
hizo clic.
—Me encargaré de eso. —Adonis abrió la puerta para ella y la sostuvo—.
Nunca se puede ser demasiado cuidadoso, con todos los psicópatas alrededor. Él
mostró su galardonada sonrisa.
—No, no puedes. —Ella sonrió tímidamente.
¡Ponte tu ropa interior de nuevo, Cheerios! ¡Estás derramando la leche en el
piso!
Cheerios entró por la puerta y Adonis la siguió. Le entregó de nuevo sus libros
y entonces me miró y ladeó la cabeza.
—Vamos.
Agarré la puerta antes de que se cerrara.
Él caminó directo al baño de la habitación. Una chica en una bata de baño
acababa de salir de la ducha. Ella saltó cuando vio a Adonis.
—¡¿Quién eres?!
—No te preocupes por nosotros —dijo con confianza.
—¡Ustedes no pueden estar aquí!
—Sólo necesitamos pedir prestadas algunas toallas de papel. Las nuestras se
agotaron. Teníamos un pequeño desastre. Se terminaron en un segundo.
Los ojos de la muchacha de la ducha giraban de lado a lado como una rata
enjaulada.
Adonis hizo girar el mango del dispensador, haciendo que sus músculos del
antebrazo danzaran hipnóticamente. El hechizo se rompió cuando vi que había
sacado al menos seis metros de toallas de papel. Él me sonrió.
—¿Crees que será suficiente?
—Uh, sí.
Él las arrugó, y arrancó un pedazo pequeño, que puso bajo el grifo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó la muchacha de la ducha.
—Voy a limpiar un desastre. Las toallas mojadas funcionan mejor. —Él hizo una
bola con las toallas mojadas. Me di cuenta de que estaba tratando de mantener
55 la mayor cantidad de agua en ellas como fuera posible. Goteaban por todo el
suelo. Dio las gracias a la chica de la ducha en nuestro camino hacia la salida. Ella
estuvo horriblemente confundida todo el tiempo.
Estaba a medio camino de la locura yo misma.
—Mejor muévete antes de que alguien llame a la seguridad del campus —
bromeó. No parecía estar tomándose esto muy en serio.
—Eso no es gracioso. Alguien podría hacerlo.
—¿Por qué? ¿Entrar y pedir prestado?
—¿Vas a devolver las toallas de papel cuando hayas terminado con ellas?
—Podría. Sería desagradable, pero si crees que es lo que hay que hacer. —Él
me guiñó un ojo.
Le golpeé el brazo.
—Estás loco.
—Hasta cierto punto.
En mi auto, Adonis eliminó el café restante con algunas de las toallas secas, y
luego limpió todo con las toallas húmedas. Yo miraba. Sus músculos de la espalda
hacían cosas increíbles mientras limpiaba.
—Déjame ayudarte con eso —le sugerí.
Saqué mis libros y ordenador portátil, y estudié durante un rato. Algún tiempo
después, mi teléfono sonó. Era Madison.
—¿Qué pasa, Mads?
—¡Entonces, dime qué pasó con Adonis! Quiero saber todos los detalles. —Le
había enviado mensajes de texto hablándole acerca de chocar contra él en el
museo mientras caminaba hacia mi auto, antes del fiasco de la policía.
—Oh, Dios. Fue un desastre.
—¿Qué pasó?
Cerré los ojos y me pellizqué el puente de la nariz.
—Eso probablemente estará en las noticias de las once.
—¿Qué? —gritó.
—Los policías estuvieron involucrados. ¿Necesito decir más? —Suspiré.
—¡Vaya, tu auto debe haber estado muy sucio por el café! Por eso llegaron
62 los policías, ¿no? —ella bromeó.
—Bueno, eso fue divertido. —Sonreí—. Pero la verdadera historia no lo fue.
—Espera, no me lo digas todavía. La historia completa exige comida
tailandesa. Yo pagaré. Estaré en tu casa en dos minutos.
Madison tenía su propio apartamento a pocos kilómetros de la autopista de
la Costa del Pacífico. Tenía compañeros de cuarto, pero tampoco estaban
ubicados en los dormitorios. Estábamos nuestra propia subcultura de universidad.
Conseguimos comida tailandesa en el paseo marítimo cerca de mi
apartamento y nos sentábamos afuera. El sol estaba bajo sobre el océano, pero el
aire era todavía cálido y agradable.
Madison hundió sus palillos en sus fideos.
—¿Qué pasó con Adonis?
Negué con la cabeza.
—Fue arrestado.
Las cejas de Madison se arquearon.
—¿Qué? Escalofriante. Llamaste a la policía para que arrestaran al pobre
hombre por coquetear contigo en el museo, ¿no es así? Severo, Sam. Severo.
Basada en su indiferencia, cualquier temor restante que tenía acerca de que
Madison albergara algún tipo de flechazo hacia Adonis había desaparecido por
completo, gracias a Dios.
—No, no fui yo. Bueno, en cierto modo fui yo. Creo.
—¿Qué pasó?
—Me encontré con él en el auto. Estábamos hablando y apareció la policía
y lo esposó y se lo llevó. El policía me dijo que tenía una orden por agresión. Creo
que es porque le dio un puñetazo a ese tipo esta mañana.
—¿Qué? ¡Eso es una locura!
—Eso es lo que pensé. —Tome un trozo de Pad Thai, pero mi apetito había
desaparecido por el momento. Baje mis palillos—. En realidad no sé qué pasó.
—Tal vez es un ex convicto con una hoja de antecedentes penales. Los
problemas y un tipo como ese son mejores amigos. De verdad sabes cómo
elegirlos, Sam.
Claro que sí.
—Tal vez estás mejor con él fuera de la imagen.
—Sí. —Pero la idea de no volver a ver de nuevo a Adonis me hacía sentir
nerviosa, y en cierto modo vacía. Eso era una locura. Ni siquiera conozco al tipo.
Me enderecé en la silla—. Tienes razón. Probablemente me olvidaré de él mañana
por la mañana.
—Ese es el espíritu, chica. Vi a otros cincuenta chicos calientes hoy en el
campus. Puedes olvidar que alguna vez conociste a Adonis que-patético.
El único problema con la lógica de Madison era que no podía sacar a Adonis
63 de mi mente.
68
Siete
M
e decepcionó cuando Adonis no se presentó para la próxima clase
de Dibujo de Vida dos días después. El modelo era un viejo arrugado
con un viejo arrugado, ya sabes.
Kamiko me dijo que las clases de Dibujo de Vida normalmente tenían un
modelo diferente cada vez. Te ayudaba a aprender, dijo ella. Sabía que era
mucho más fácil para mí concentrarme en mi dibujo sin el Adonis desnudo a un
metro y medio de distancia.
Estaba aún más desanimada cuando Adonis no se presentó en las próximas
clases de Dibujo de Vida. No podía dejar de preguntarme si todavía estaba en la
cárcel.
No lo había visto en ningún lugar en el campus en un tiempo. Había visto a
Skylar, Tiffany, y varios otros Delta Pi Deltas alrededor, pero no estaba a punto de
preguntarle a cualquiera de ellos dónde estaba Adonis. Esperaba que estuviera
bien.
Finalmente le dije todo a Romeo y Kamiko una tarde entre hamburguesas y
69 papas fritas.
Romeo masticó una papa.
—No me importaría estar encerrado con Adonis. Sería su perra de la cárcel
cualquier día.
Kamiko sacó la lengua.
—¡Qué asco!
—Kamiko, cariño. —Romeo puso una mano paternal en su hombro—. El
mundo entero NO es una gran caricatura, querida. Los pájaros y las abejas tienen
S -E- X-O. NO hablan, visten pequeños guantes blancos en sus manos, ni tampoco
se van de aventuras en arco iris en busca de calabazas mágicas. Sólo digo.
—SÉ eso, Romeo. Pero por favor mantén tu conversación de rock de cárcel
para ti mismo.
—Te encanta —Romeo se burló.
Me reí.
—¡Basta, ustedes dos!
Madison se nos unió con una bandeja de tacos de pescado. Ella seguro que
los amaba. También traía su buen humor, el cual necesitaba desesperadamente.
Los cuatro nos involucramos en plática de chicas sin importancia por treinta
minutos.
Mi humor se aligeró considerablemente. Qué alivio. Era imposible mantenerse
de mal humor alrededor de ellos tres. Desee poder mantenerlos en mi refrigerador
para emergencias, en lugar del helado. Eso sonaba extraño, pero entiendes la
idea.
Madison hundió su última papa en su salsa.
—¿Alguien quiere acompañarme a la playa después de clases hoy?
—¡Infiernos que sí! —dije. Tenía un traje de baño puesto debajo de mi blusa y
pantalones cortos. Madison me había entrenado bien. Entre correr y mi dura
determinación, me limité a no más de un medio litro de helado por noche. A veces
menos.
Romeo vestía elegantemente su chaqueta de color borgoña a medida y
pantalones entubados negros, como normalmente. Puso el monóculo en su ojo e
hizo su ceño medio fruncido.
—Totalmente. Estoy tan vestido para eso —dijo sarcásticamente.
—Nunca vas a la playa, Conde Drácula —Kamiko bromeó.
—¡Mira quién habla, Coraline! O debería decir, ¡Marceline de Hora de
Aventura!
—¡Y orgullosa de eso! —Brindaron entre sí golpeando las papas fritas.
Me reí y tomé mi bebida, bebiendo de la pajilla.
—¿Qué pasa con el esmalte de uñas negro, Sam? —preguntó Madison.
70 Doblé mis manos en mi regazo nerviosamente, ocultando la evidencia. Había
estado luchando al limitar mi ingesta nocturna de helado a sólo medio litro o
menos. Pintarme las uñas era la siguiente mejor distracción, incluso si todo lo que
tenía era esmalte negro, y eso significaba que estaba recayendo.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera...
Esperaba que nadie notara mi boca temblando.
—¿Te nos vas a convertir en gótica, Sam? —preguntó Romeo.
—Uh —tartamudeé—, no, sólo quería arreglar mis uñas anoche.
—Creo que se ve algo genial —dijo Kamiko—. Sam, puedes ser como, surfista
gótica.
—Los vampiros no surfean, querida —dijo Romeo.
—¿Por qué no? —preguntó Kamiko.
—Por el sol, duh.
—¿No has oído hablar de surf nocturno? —preguntó Madison.
—¡Ha! —Kamiko espetó.
Al menos habían movido el tema lejos de mis uñas negras. Mi equipaje estaba
a salvo conmigo. Mientras me mantuviera a las uñas y no empezara a vestir
llevando moda cripta de nuevo.
Me prometí que quitaría el esmalte de uñas tan pronto como llegara a casa
esa noche.
Dos horas más tarde, Madison y yo caminamos en sandalias hasta la playa
debajo de los acantilados con nuestras toallas. Guardaba equipo de playa en el
maletero de mi auto en todo momento debido a nuestros frecuentes viajes a la
playa. San Diego era increíble.
Cuando llegamos a la playa, nos detuvimos.
—¿Hacia dónde quieres ir hoy? —preguntó Madison.
—Vamos a intentar algo diferente. —Siempre íbamos al sur—. Vamos a ir al
norte.
—Genial.
Encontramos un lugar lejos de la mayoría de los dispersos visitantes de la
playa, y pusimos nuestras toallas. Tenía un gran bronceado después de un par de
semanas de entrenamiento con Madison. Ella se había asegurado que comenzara
suavemente y no me agotara. Ahora era de color marrón de la cabeza a los pies.
Mi cabello estaba comenzando a aclararse con la ayuda de enjuagues
periódicos de jugo de limón. Los enjuagues eran un consejo de Madison que me
salvó de cierta deuda en las manos de uno de esos demonios haciéndose pasar
por coloristas en el salón de belleza. Juro que te hacían renunciar a tu alma en
sangrar una vez decidías tener el cabello rubio.
No estaba segura cómo iba a funcionar el invierno en términos de mantener
71 mi apariencia de California, pero Madison me aseguroó que habría clima para la
playa avanzado bastante en el otoño, y de nuevo al inicio de la primavera. ¿Por
qué no me había mudado aquí antes?
Nos desnudamos hasta nuestros bikinis y acostamos en las toallas.
Casi me quedé dormida en mi estómago, pero Madison me sacudió para
girarme. Nos apoyamos en nuestros codos y vimos a los surfistas y otros asistentes
de la playa. Algo estaba diferente.
—Um, ¿Mads?
—¿Sí?
—Creo que este tipo está desnudo.
Protegió sus ojos para ver mejor.
—Creo que tienes razón. Espera, no. Lleva puesta una gorra de béisbol. Su
pene seguro esta de paseo.
—¡Ew!
—¡Mira balancearse a esa cosa! ¡Parece un reloj de pie!
—¡Dios mío! No acabas de decir eso. —El tipo era lo suficientemente mayor
para ser el abuelo de alguien.
—Oye, ¿conoces ese dicho de “medio pasando el trasero del anciano, un
cuarto hasta sus bolas”?
—¡Qué asco! Y es el trasero de un mono.
—Es lo mismo. ¿Crees tuviera una erección en este momento, podría utilizarlo
como un dial de sol? —Madison rió.
—Espera un segundo. —Entrecerré mis ojos—. ¿Su gorra dice Lynyrd Skynyrd?
Madison sonrió.
—Sí que lo hace. —Ella ahuecó sus manos a su boca y gritó—. ¡Jueguen
Freeballs!
Golpeé su brazo.
—¡Es Freebird, tontita! ¡Jueguen Freebird! —rodé sobre mi lado y reí.
Ambas sucumbimos a risas nerviosas descontroladas durante varios minutos
llenos de lágrimas.
—¿Qué hacen ustedes mujeres bellas aquí solas? —Dos figuras de pie
contorneadas contra el resplandor del sol. Protegí mis ojos. No los reconocí. Se veían
como idiotas. Se dejaron caer en nuestras toallas—. ¿Les importa si nos unimos?
Fruncí el ceño.
—Uh, sí.
Idiota # 1 no parecía estar prestando atención. Estoy segura era normal para
él. Tenía un mohicano descuidado, y el resto de su pelo había crecido cerca de un
centímetro. Se veía terrible. Perfecto para él.
72 — ¿Ustedes van a SDU? —preguntó.
—Nosotros vamos a la estatal —Idiota #2 agregó. Tenía enormes dientes de
caballo. Se estaba refiriendo a la Universidad Estatal de San Diego, que había
aprendido estaba cerca de quince millas al sureste de SDU. Tenía una gran
reputación como escuela fiestera.
—Felicitaciones —dije sarcásticamente.
Ambos corrieron sus ojos sobre nosotras. Estaba lamentando llevar un bikini.
Me senté y crucé los brazos sobre mi pecho. Madison se sentó, cruzó las piernas y
apoyó los codos en las rodillas. ¿No podían estos tontos darse cuenta que nos
hacían sentir incómodas?
—Hace bastante calor aquí —El idiota de dientes de Caballo dijo.
—Saben, esta es una playa nudista, ¿verdad? —preguntó el Idiota del
Mohicano.
—Sí. —No lo sabía hasta que vimos a Freeballs, pero Mads y yo habíamos más
o menos calculado eso.
—Así que, ¿por qué no se quitan la ropa señoritas? —El Idiota de Dientes de
Caballo frunció el ceño, pero estoy bastante segura que era su versión de una
sonrisa.
—Ustedes están vistiendo trajes de baño —Madison se mofó.
—Puedo ir con eso —dijo el Idiota de Dientes de Caballo.
Mis ojos se abrieron como platos.
—¡Pero no te hagas ilusiones!
Se puso de pie, preparándose para empujar sus pantalones cortos con ambas
manos.
—¡El traje de baño se queda PUESTO! —grité.
Se sentó de nuevo.
—Sólo estaba bromeando —lloriqueó.
—Creo que es hora de que se vayan —dije con firmeza.
—Vamos, acabamos de llegar. —El Idiota del Mohicano acarició mi pie.
—¡Fuera! —Tiré de mi pierna rápidamente hasta que la removió.
—¡Calma! ¡No hay necesidad de jugar a hacerse la difícil!
—Fuera de aquí, chicos. —Traté de sonar imponente, pero el toque de
irritación en la voz reveló mi incertidumbre.
Un destello salvaje brilló en los ojos del Idiota del Mohicano. Sus labios se
curvaron sobre sus dientes amarillentos.
—Sabes que lo quieres.
—¿Samantha?
Alce la mirada a los ojos de Adonis. Sostenía una tabla de surf debajo de un
brazo tatuado. Al igual que su amigo, quien era alto, rubio y bronceado.
73 Supongo que los chicos guapos viajaban en manada. ¿Los cultivaban por
aquí?
Adonis y su amigo estaban empapados. Debían recién salir del agua. ¿Cómo
me perdí de Adonis montando las olas con los otros surfistas? Estaba genuinamente
emocionada de verlo. ¡No estaba en la cárcel!
—¡Hola, Adonis!
—¿Estos chicos están molestándote?
El Idiota de los Dientes de Caballo giro para mirarlos.
—¿Quién demonios eres tú?
—Tsk, tsk —reprendió Adonis con falsa diplomacia—. Lenguaje, caballero.
Lenguaje.
—Amigo, las vimos primero —el del mohicano dijo.
—¿Y qué? —el amigo surfista de Adonis dijo.
—Y, vete a la mierda, idiota —el del mohicano espetó.
¿Qué demonios? Adonis acababa de ser arrestado hace unas semanas. Estos
dos idiotas estaban buscando una pelea. Esa era la última cosa que Adonis
necesitaba. ¿Estaba mi presencia en su vida maldiciéndolo? Probablemente. No
sería la primera vez.
Taylor.
—Tranquilo, Jake —dijo Adonis a su amigo suavemente—. Estos chicos no
quieren problemas, ¿cierto? —Adonis inclino su cabeza y sonrió a los idiotas.
—A la mierda que no quieren —gruño Jake. No era tan musculoso como
Adonis, pero era alto y bien constituido. No la clase de chico con la que me imagine
alguien quisiera tener una pelea. Jake dejó caer su tabla de surf a la arena.
El del mohicano y los dientes de caballo tomaron un momento para evaluar
la situación. Mientras que ambos eran chicos grandes, el físico de ninguno se
acercaba a Jake o Adonis. Ambos eran suaves. Habían perdido la cabeza.
Jake tomó un paso hacia ellos.
—Salgan de aquí, o van a estar escupiendo dientes idiotas.
—Cálmate, hombre —chillo el del mohicano—. Nos vamos. —Él y su amigo se
levantaron rápidamente y se fueron a toda prisa.
Tan pronto como los idiotas se habían ido, me puse mi blusa. Me habían
dejado sintiéndome desnuda y nerviosa.
—¿Están bien? —preguntó Adonis con obvia preocupación.
—Sí, gracias. De nuevo. —Estaba genuinamente aliviada. Estoy segura que
nada terrible hubiera sucedido, incluso si Adonis y Jake no se hubieran aparecido.
Había demasiadas personas alrededor.
Estaba aliviada que no hubiera habido una pelea. Con mi suerte, Adonis
habría puesto a uno de esos idiotas en el hospital. Él definitivamente se veía capaz
de eso. Luego estaría en la cárcel seguramente, a causa mía. Quizás por un largo
74 tiempo. Lo último que quería era que se metiera en más peleas por mí.
Pero era lindo saber que alguien estaba cuidando de ti, alguien con un
cuerpo increíble. La forma en que el short de Adonis colgaba de sus estrechas
caderas me hacía retorcerme. Ya sabía lo que había en ellos, pero en todo lo que
podía enfocarme eran las hendiduras en sus caderas arriba de la pretina de su traje
de baño.
—¿Quién es tu amigo? —pregunto Madison. Ella miró a Jake de arriba abajo.
Estaba en celo.
Jake extendió su mano para estrechar la de ella.
—Jake Stratton.
—Madison. —Ella se inclinó hacia delante con más pecho de lo necesario. Era
descarada. No podía culparla. Jake era bastante caliente.
—¿Te importa si nos unimos a ustedes? —preguntó Adonis.
Me reí entre dientes.
—Seguro.
Inclinó un hoyuelo hacia mí.
—Prometo no tratar de tocarte. Sin tu permiso.
—¡Pervertido! —Estoy bastante segura que le daría permiso si preguntara. Pero
no iba a decirle eso. Esperaba que no preguntara.
Él y Jake se sentaron estilo indio en los extremos de nuestras toallas.
Desesperadamente quería preguntarle qué pasó con la policía, pero eso habría
sido totalmente grosero. No sabía lo que Jake sabia o no, y no sabía si Adonis le
gustaría hablar de eso delante de Madison tampoco.
—¿Cómo están las olas hoy? —preguntó Madison. Ella se inclinó hacia atrás
sobre sus codos, extendiendo sus piernas. Todo su cuerpo estaba en exhibición
para Jake. Él parecía estar disfrutando. Más valía que lo hiciera. Madison estaba
caliente.
—Decente —respondió Jake—. Tuvimos un par de flotadores.
—Pensé verte pasar y hacer algunas buenas antes —dijo Madison—. Eres
bobo de las piernas, ¿no es así?
Jake sonrió.
—Sí, ese era yo. ¿Surfeas?
—Por supuesto.
No tenía ni idea de lo que esos dos estaban hablando. Tal vez algún día Mads
me enseñara a surfear. Me giré hacia Adonis.
—No te he visto por el campus en un tiempo. ¿Está todo bien? —¡Pie en la
boca! ¡Por qué no solo me pongo de pie y apunto a él y grito cárcel, cárcel, cárcel!
Sentí vergüenza.
Adonis estaba tranquilo como podría estar.
75 —Sip. —Su sonrisa se amplió y desfundó sus hoyuelos mortales—. Ahora que
estoy aquí contigo.
Me obligué a romper su mirada. Así que miré sus abdominales. Movimiento
equivocado. Apreté mi boca cerrándola antes de lamer mis labios, o sus
abdominales. ¡Gulp! ¡Ayuda!
—¿Qué pasa con las uñas pintadas de negro? No recuerdo esas. ¿Te estás
haciendo gótica?
Crucé mis brazos sobre mi pecho, tratando de ocultar mis manos. ¿Por qué
tenía que ir y hablar de mis uñas?
Emo. Gótica. Bruja.
¿Había un camión de helados en alguna parte? Necesitaba un poco rápido.
Su sonrisa se amplió mientras examinaba mi cuerpo, haciéndome sentir más
cohibida.
—No recuerdo que estuvieras tan bronceada el día que nos conocimos —dijo
con admiración—. Es un buen aspecto para ti. Ahora te mezclas con los locales.
¡Me gustaba el sonido de eso! Mi impulso por helado se desvaneció.
—Oh, Mads me ha estado llevando a la playa todos los días. No puedo
creerlo. Nunca he estado bronceada en toda mi vida.
—¿No? ¿De dónde eres?
—D.C.
—Eso explica muchas cosas. —Se rio entre dientes.
—¡Se agradable! —Golpee su rodilla. Tenía una razón válida para tocarlo. Juro
no era un preludio para tocar más. Tenía que mantenerlo a raya. Como si… ¿Qué
se supone que significa eso, de todos modos?
—El primer día que te vi, estabas tanto como pez fuera del agua. Lo bueno es
que tenías un acompañante.
—¿Quién? ¿Tú?
Él asintió.
Me eché a reír.
—Sí, claro. Puedo cuidarme sola.
—¿Estás segura? —Él se rió.
Creo que en ese momento me volví clínicamente loca. No hay una
explicación racional para eso. Me incliné hacia adelante y trate de golpear a
Adonis en el hombro, pero él se inclinó hacia atrás al balancearme, haciendo
equivocarme. Caí encima de él.
Mi nariz estaba a centímetros de la suya. Estoy bastante segura que tenía los
poros más pequeños conocidos por el hombre, si tenía alguno en absoluto. De
cerca, sus ojos eran increíbles. Rompí mi mirada y miré a sus... labios. Se veían tan
suaves, tenía ganas de lamerlos con mi...
—¡Qué están haciendo ustedes dos! —Madison miro boquiabierta—. ¡Llama a
76 la policía de violación! ¡Jake, ayuda a tu amigo! Sam va hacer su voluntad con él.
—Todo se ve excelente desde donde estoy sentado. —Jake se rio entre
dientes—. ¿Necesitas ayuda, hermano?
—No, estoy bien. Solo tengo a esta hermosura encima de mí amenazando
con babear todo encima de mí. Nada que no pueda manejar.
Baje de él.
—¡Deja de burlarte de mí! —me enfadé.
Adonis estaba confundido.
—¿Quién se está burlando de ti?
—Me estas poniendo apodos.
—¿Qué? ¿Hermosura?
—Sí —me queje.
—Tienes un tornillo suelto, nena.
Me llamó nena. ¿Me desmayo? No. Mentiroso. Odio cuando los chicos me
mienten.
Adonis se recostó en sus brazos. Su pecho se flexionó y sobresalto. Oh dios. Él
me escudriñó.
—Ey, Jake.
—¿Sí?
—Soy yo, ¿o Samantha es una completa hermosura?
—¿De uno a diez? Le daría un nueve.
¿Eh? Miré detrás de mí en ambas direcciones. No podían estar hablando de
mí.
—Creo que estas yendo un poco lejos —dijo Adonis astutamente—. Yo la
llamaría un 8,75
—¿La? —me burle—. ¿Soy algo? Lo que sea. Idiotas.
Todos se rieron de mí.
—Debiste ver la expresión de tu cara —Madison rió—. Te veías como si alguien
hubiera roto tu casa de muñecas. Aprende a aceptar un cumplido. Eres preciosa.
Acéptalo.
Viniendo de Madison, pude como creerlo. Pero estaba bastante segura que
ella sólo quería construir mi confianza. Viniendo de Jake o Adonis, tenía que ser una
estratagema para meterse en mis pantalones para una emoción rápida.
No había otra explicación racional.
—Oh, amigo —dijo Jake ansiosamente—. Se me había olvidado que prometí
llevar fuera a mi señorita hoy. Ella ha estado esperando por mí durante más de una
hora. Tenemos que separarnos.
Madison me sonrió y rodo los ojos.
77 —Muy bien, vámonos —dijo Adonis—. Tómenlo con calma, señoritas. —Los
dos recogieron sus tablas de surf y corrieron por el sendero a las calles de arriba.
—Qué idiota —espeto Madison—. Debería haber sabido mejor. Ambos chicos
son demasiado buenos para ser verdad.
—Lo siento, Mads. Si lo hubiera sabido, te hubiera advertido. Que sorpresa. —
Estaba desanimada por Madison, y desanimada porque Adonis se había ido. ¿Por
qué tenía que seguir cayendo en mi vida sólo para saltar fuera de ella con la misma
rapidez?
Bienvenido a mi vida social de Trastorno por Déficit de Atención con
Hiperactividad. Protagonizada por Adonis, cuyo apellido ni siquiera sabía. ¿Por qué
me molestaba? Estaba mejor con él fuera de todos modos.
A pesar de la rapidez con la que Adonis entraba y salía de mi vida, me sentí
mucho mejor después de verlo, sabiendo que no estaba en la cárcel.
Esa noche, limpié mi esmalte de uñas negro antes de irme a la cama, y no
comí ningún helado en absoluto.
Estaba tan orgullosa de mí misma.
Esperaba que la sensación durara, y no se fuera tan rápido como lo hizo
Adonis.
Ocho
L
a mitad del semestre se acercaba con rapidez. Traté de estudiar con
Madison en la Biblioteca Central, pero estaba tan llena de gente que
no podía concentrarme. Terminamos en mi casa o en su lugar la mayor
parte del tiempo. Romeo y Kamiko estaban a menudo con nosotros,
pero cuando éramos cuatro, apenas estudiábamos y comíamos demasiado
helado. Mmmm. Chocolate de la masa de galletas. Quiero decir, está bien cuando
lo haces con amigos, ¿no?
Estaba estudiando Fundamentos de Contabilidad, así como historia
americana y Sociología, lo que me hacía no muy feliz. Era una prueba más de que
mis padres tenían razón. Sam la estudiosa. Esa era yo. Gag.
Dibujar era otra historia. Nosotros realmente no teníamos exámenes. En
cambio, el profesor Childress nos dio una evaluación durante las horas de oficina.
Debido a que todo el mundo tenía una amplia gama de habilidades, no era
realmente posible clasificar nuestro trabajo en términos de blanco y negro. No
había manera correcta o incorrecta para dibujar. Era más acerca de nuestro
78 progreso personal. Me gustó eso. Tuvimos que enviar a tres de nuestros mejores
dibujos del primer día de clase, y tres de la clase más reciente, para su revisión.
Llamé a la puerta abierta de la oficina del profesor Childress con mis dibujos
bajo el brazo.
—Adelante, Sam. —Se levantó y me estrechó la mano. Tal caballero. Su
oficina se parecía a una galería de museo de una sola habitación. Estaba llena de
estanterías de madera oscura llenos de libros de arte cuidadosamente dispuestos.
Había varias esculturas en su escritorio, los estantes, y cada otra superficie
horizontal. Colgando entre las estanterías había varias pinturas.
Las pinturas eran desnudos que recordaban a las poses de dibujo de la clase.
Eran realmente buenas. Me acerqué a una y la admiré.
—Wow, ¿quiénes hicieron todos estos cuadros? ¡Son impresionantes!
—Gracias. —Él sonrió cálidamente.
—¿Tú los hiciste? —Esperaba no sonaba demasiada escéptica.
—Sí.
—¡Eres la roca, profesor Childress! —Ahora estaba husmeando. Yo nunca lo
entendí bien.
—Muchas gracias, Sam. Lo intento, pero te aseguro, ninguna de estas pinturas
fue fácil.
Era tan humilde que me estaba matando.
—Me gustaría poder pintar tan bien como usted. Me refiero a dibujar. Yo
nunca he pintado nada antes.
—Tal vez deberías probar.
—¿La pintura ? De ninguna manera. Apenas puedo dibujar.
—Si no lo has probado, ¿cómo lo sabes?
Abrí la boca, luego la cerré. Me mordí el labio inferior y levanté las cejas.
—No sé, el dibujo es difícil. —Geesh, ¿no me suena a Barbie? Pero era la
verdad. El dibujo era una lucha, a diferencia de todas mis otras clases.
—Sí, lo es. Pero se hace más fácil, te lo prometo.
—Me gustaría que venga con la misma facilidad para mí como lo hizo la
contabilidad. ¿Necesito establecer un balance para usted? —Sonreí.
Él se rió y me guiñó un ojo.
—Si lo hago, usted será la primera persona que llame. —Él entrelazó los dedos
sobre la mesa y me miró por encima de sus gafas—. Por lo tanto, usted está aquí
para su evaluación.
—Sí. —Le entregué mis dibujos.
Él deslizó sus gafas en su lugar y los miró. Estaba bastante segura que iba a
decirme que yo chupé, que me ausenté de su clase, en lugar de arriesgarse a una
F.
—Su mejora es excepcional. Usted ha captado rápidamente los conceptos
79 que hemos demostrado durante la clase. —Él hojeó los dibujos—. He visto el
progreso notable de semana a semana.
—¿En serio? —Esa era una novedad para mí.
—Tienes talento, Sam. No puedes verlo, pero yo sí.
Ciega. ¿Qué?
—¿Has pensado en buscar un mentor de dibujo?
—No.
—Mientras que usted de hecho tiene un don para el dibujo, se necesita un
esfuerzo para desarrollar sus habilidades al siguiente nivel, así como la orientación
adecuada. ¿Está en arte?
—No, sólo como una materia optativa.
—¿Has pensado especializarte en ella?
¿Hablaba en serio?
—Uh, no realmente. Estoy con especialización en Contabilidad.
—Bueno, esa es una pregunta más grande para que usted reflexione en
profundidad. Por el momento, me gustaría sugerir un mentor. —Cogió un bloc de
papel y un bolígrafo y anotó algo—. Un mentor que expondrá con mayor
profundidad a una serie de principios artísticos que no tenemos tiempo para cubrir
en el transcurso de un solo término. Haga una cita para visitar su estudio. Creo que
usted encontrará que es fascinante ver cómo funciona un verdadero artista. —
Dobló el papel por la mitad y lo deslizó hacia mí—. Me pondré en contacto con él
y le voy a hacer saber que espera un correo electrónico de usted.
Lo tomé sin mirarlo. El Profesor Childress estaba más allá de humilde. Sobre la
base de sus pinturas que lo llamaría un verdadero artista. No podía imaginar algún
día ser capaz de pintar tan bien como él.
Tenía curiosidad acerca de este mentor, ya que si el profesor no tuvo en
cuenta su propia obra de arte increíble “real”, sólo podía preguntarse qué misterios
me esperaban en el estudio de arte del mentor.
—Es seguro decir que a partir de la mitad del semestre —dijo el profesor
Childress—, usted está sólidamente en un territorio, en lo que se refiere a su grado.
Creo que se puede ir mucho más allá de eso.
—¿Más allá de una A?
Él se rio entre dientes.
—Bueno, una A es el más alto grado. Pero yo estaba pensando en términos
de su potencial global.
—Gracias, Sr. Childress. —Me sonrió.
Se levantó y me estrechó la mano.
—Nos vemos en la clase.
Cuando salí a la calle. No creí que mis pies tocaron el suelo hasta que estaba
a mitad de camino por el pasillo.
80 Abrí el papel que el profesor me había dado. Tenía un nombre y una dirección
de correo electrónico.
Christos Manos.
¿Por qué ese nombre me suena familiar?
Estaba tan ocupada estudiando para mediados del semestre de la semana,
que casi me olvidé del mentor. Pero yo había grabado la nota en mi lámpara de
escritorio, así que no me olvidé.
Viernes por la tarde, después de mi último examen, envié un correo
electrónico rápido a Christos Manos. Esa noche, recibí una respuesta. Contenía la
dirección de una calle, y pidió: Venga el sábado. En la mañana. 13:00 horas
¿De dónde vino este individuo para pensar que mi agenda estaba totalmente
abierta? Quiero decir, lo era, pero aun así, hubiera sido agradable si él me hubiera
preguntado cuando estaba disponible.
El profesor Childress había llamado a este tipo Manos un “verdadero artista”
así que tal vez estaba muy concurrido. Tal vez tenía alguna galería o gran
espectáculo que se estaba preparando.
Artista estirado. Quizás este artista era cojo y yo estaba mejor en contabilidad.
Lo que sea, Debbie Downer. Yo sabía que estaba saltando a conclusiones y
hacer suposiciones precipitadas. El profesor Childress era agradable. Yo confiaba
en que no me sentaría con algunos mentores idiotas.
¿Christos será Manos así? Me imaginé a alguien como el profesor Childress,
pero más alto, con cabello fino y esos anteojos hipster del estilo de 1950, pero era
una suposición. No tenía forma de saberlo. Todo el asunto era tan incierto.
Llamé a Madison para el estímulo, la que afirmaba donas requeridas, así que
conduje a mi casa.
Caminamos a un lugar que había descubierto en mi barrio llamado tailandés
buñuelo. Hicieron los más asombrosos buñuelos de manzana que nunca.
Compramos uno cada una y nos fuimos a la playa con ellos.
Arranqué un bocado delicioso de mi churro y me lo metí en la boca. Todavía
estaba caliente. ¡Yum!
—¿Has visto a Jake desde la playa?
Madison tenía la boca llena de buñuelos de manzana. Se tapó la boca con
sus dedos.
—¿Quieres decir el chico de Lady?
—Literalmente.
—Por supuesto que no. Seguro que era coqueto conmigo, teniendo en
cuenta que tenía una cita con su chica de ese día.
—Los chicos son los perros. Estoy seguro de que tenían una cita doble con
Adonis y Tiffany, o lo que sea de plástico Playmate que está viendo esta semana.
Madison y yo habíamos descubierto que casi todo el mundo en la escuela
sabía quién era Tiffany. Al parecer a ella le gustaba hacer fiestas Delta Pi Delta en
el yate de su papá en el puerto. Y dile a todo el mundo al alcance del oído, si
81 estaban interesados o no.
—Oh, ¿sabes qué? —preguntó Madison, lamiendo el glaseado de canela de
sus dedos. —Vi a Adonis totalmente desairando a Tiffany en el campus, el otro día.
—¿Qué? ¿En serio?
—Sí. Tuve que mirar unas cosas en la Biblioteca Central, y Adonis estaba allí
con un par de chicas.
Fruncí el ceño y di un gran bocado de mi churro.
—Ese tipo siempre tiene un harén donde quiera que vaya. Es un jugador total.
—Hice una mueca mientras masticaba un gran fajo de doughiness grasos de
canela azucarada. ¿Qué me importaba si Adonis era un mujeriego, o con quién
salía? No era más que un conocido.
—Bueno, por lo que vi, Tiffany no está más en su harén. Ella estaba totalmente
colgada de él, y él le dio el apagado del cepillo. Ella era muy sensual y me enfurecí.
Las dos chicas fueron altaneras y rencorosas después de que Adonis se fue. Me di
cuenta que Tiffany estaba llorando.
—¿En serio? —Casi me sentí mal por ella—. Ella está mejor sin él. —Tenía dinero
de su papá de todos modos, o eso había oído.
—Bueno, yo pensé que te gustaría saberlo.
—¿Por qué me importa?
—¿En serio, Sam? Siempre estás hablando de Adonis. Es una obsesión.
—Totalmente no lo es.
—Sí. Uh-huh. —Ella sonrió.
Madison terminó el último bocado de su buñuelo de manzana y arrugó la
envoltura de papel encerado. Tiramos nuestra basura en uno de los botes de
basura a lo largo del camino de cemento y paseamos por las olas mojándonos los
pies en el océano. Yo llevaba chanclas más o menos las veinticuatro horas del día
los siete días de la semana en ese punto. El sol brillaba el oro por encima del
horizonte.
—Entonces, háblame de tu mentor. ¿Es él, como, un asesino en serie? ¿Tengo
que llamar a la policía si no oigo de ti por, cuánto, cuatro de mañana?
—Probablemente. Estoy segura de que se apaga la piel en la lona para la
pintura siguiente. Voy a ser inmortalizada en un museo al azar para todos los
tiempos. Asegúrate de visitarme y dejar flores al lado de cualquier lugar que me
pusieran y decir una oración por mí todos los años.
Madison se echó a reír.
—Al menos así serás famosa.
—La aburrida Sam Smith —murmuré—, muerta en la forma más artística
posible.
—Asegúrate de que firme el lienzo.
—¡Voy a estar muerta! ¿Cómo puedo hacer que firme?
82 —Dile que firme tus pechos antes de que te mate.
—Eres mórbida.
Madison puso los ojos.
—¿Qué?
—Él probablemente es súper desagradable.
—Entonces con más razón que va a firmar tu pecho.
Un perro marrón moteado con los oídos flojos llegó con velocidad por la playa
hacia nosotras, persiguiendo un frisbee. El perro saltó en el aire y atrapó el disco
volador justo en frente de nosotras, casi nos bolo abajo.
—¡Ven aquí, Lady ! ¡Casi matas a los dos! —Jake Stratton dijo mientras corría
hacia nosotros.
—Hey, Jake —le dije.
—Ven aquí, Lady. —Jake se puso en cuclillas sobre la arena mojada. El perro
corrió hacia él con el frisbee—. Esa es una buena chica. —El perro estaba
intentando todo lo posible para babear sobre todo Jake—. ¿Quién es una buena
chica? Eres una buena chica —él habló como bebé.
Madison me miró, sorprendida.
—¿Esa es Lady?
—Creo que nos hemos equivocado de él —murmuré—. Los pocos chicos por
ahí que no son los que tienen perros. Es por eso que nunca podemos encontrarlos.
Madison se arrodilló junto a Lady y Jake. Ella le sonrió.
—Hola.
—Hey.
—¿Esta debe ser tu perro, Lady?
—Así es. —Jake alborotó los oídos de Lady.
—Ella es hermosa. ¿Qué tipo de perro es?
—Un indicador de pelo corto alemán.
Lady se acarició contra Madison.
—¡Ella es tan amable!
—Tiene buen gusto —dijo Jake a Madison.
Jake y Madison intercambiaron una larga sonrisa.
Suspiro. Ahora todo el mundo se estaba enamorando, excepto yo. Lo que
sea. Yo estaba probablemente mejor sola.
Pero bien por Madison. Ella era una captura total. Lady, el perro volador, le
había cogido para Jake.
Tal vez lo que necesitaba era conseguir un perro volador.
83
Nueve
M
e desperté temprano la mañana del sábado e hice la lavandería,
que consistió principalmente en bikinis, camisetas y pantalones
cortos. Era casi de noviembre. ¿Así sería el otoño en San Diego?
Podría acostumbrarme a esto.
Cuando terminé mi ropa, tuve un almuerzo ligero, me puse un vestido de sol y
sandalias cómodas, luego me dirigí a la dirección de Christos Manos. Fue sólo un
par de kilómetros de distancia de mi apartamento.
La casa era más grande de lo que esperaba. Se encentraba ubicada en un
bosque de árboles. La arquitectura parecía normal, pero más vieja. No es un
McMansion moderna. El exterior estaba manchada de madera, pintadas o no
estucado.
Tenía múltiples historias, pero no era cuadrada. Era muy extendida. Playa chic
de la vieja escuela. Era hermosa.
Había una camioneta llena de madera de refacción y herramientas
estacionada en la calzada. Un tipo estaba en una escalera, trabajando en la casa.
84 Creo que él estaba reemplazando las tejas. Agarré mi mochila llena de útiles de
dibujo y salí de mi auto. Parecía que no había nadie en casa, excepto el tipo del
trabajo.
No había otros autos aparcados en la calzada.
Tal vez el tipo del trabajo sabía dónde estaba Christos Manos. Me acerqué a
la escalera.
—Disculpe, señor.
El chico martilló una teja. Wham, zas, zas. Tenía los brazos cubiertos de
tatuajes.
—¿Hola? —le pregunté entre golpes de martillo.
Se detuvo y me miró.
—¿Adonis? ¡Oh por Dios! ¿Qué estás haciendo aquí?
—Hey, Samantha. —Bajó por la escalera y se apoyó en ella en un brazo pulido.
Se secó el pelo de los ojos y ladeó su sonrisa de marca registrada. Todos los
músculos de su brazo flexionados y relajados en un patrón fascinante. Debió haber
sabido lo que estaba haciendo. Él no pudo hacerlo
—Así que, uh, ¿verdad, al igual que, trabajas aquí ?
—Así es.
—¿Eres un manitas o algo así?
Él no respondió. Su camisa estaba sucia y sudorosa. La respuesta era obvia.
Tenía muchas ganas de agarrar su material de la camisa y cavar mis dedos
en él, a continuación, tiré de él por encima de su cabeza y froté mis manos sobre
su sudoroso... Jeezus Pleezus, ¡que alguien llame a Control de Animales en MÍ!
Mi corazón se aceleró. Quería esconder mi cara, pero el autocontrol ganó y
yo fingí como si no fuera gran cosa.
—Um, ¿sabes dónde puedo encontrar al tipo que vive aquí? Se supone que
debo conocerlo aquí a la una.
Él sonrió e inclinó la cabeza en dirección a la entrada del patio.
—Adentro.
—Gracias. —Sabía que tenía que marcharme en ese punto y llamar a la
puerta, pero no pude. Seguí mirando a Adonis. Mi sonrisa se ensanchó. Lo de él
también. Me gustó eso.
Levantó las cejas con expectación. Cuando no respondí, él negó con la
cabeza, sonriendo, y se dirigió a su camioneta de trabajo.
—El timbre no se suena a sí mismo.
Oh. Cierto. Timbre de la puerta. Estaba aquí por el mentor. Yo interiormente
rodé los ojos a mí mismo y me acerqué a la puerta principal elaboradamente
tallada a mano. Pulsé el timbre. Después de un minuto, y nadie respondió.
¿Estaba en casa? ¿O fue a hacer un mandado?
85
—Toca de nuevo —dijo Adonis—. Él está aquí.
Yo lo hice. Unos minutos después, la puerta se abrió. Un hombre mayor estaba
delante de mí, nada de lo que esperaba.
Alto, guapo, pelo plateado corto, hombros anchos y ojos increíblemente
azules.
—¿Puedo ayudarla, señorita?
—Uh, ¿eres Christos Manos?
—No.
Mierda. Esa no era la respuesta que estaba buscando. ¿Estaba yo en la casa
equivocada? Comprobé el número de la calle que había escrito hacia abajo y lo
comparé con el número de la casa sobre la puerta. No, este era el lugar.
De repente nerviosa, me volví a Adonis para obtener ayuda. Tal vez él sabía
lo que estaba pasando. Pero Adonis estaba apoyado en la puerta del pasajero de
su camioneta, haciendo una cosa u otra.
Me volví hacia el anciano.
—Se supone que me debo encontrar con Christos Manos, el artista, aquí a la
una. Estoy bastante segura de que este lugar era el correcto. —Me sentí como una
idiota. El viejo claramente no simpatizaba con mi confusión.
Él me taladró con la mirada. Sus cejas se juntaron en un ceño fruncido.
—Christos —él gritó—. ¿Estás jugando una mala pasada a esta pobre chica?
¿Qué? Me di media vuelta otra vez. Adonis estaba detrás de mí, un puño en
la cadera ladeada. Parecía una especie de estatua de Miguel Ángel de David, o
uno de esos calendarios de bomberos atractivos. Él me sonrió.
Hoyuelos.
Creo que empecé a ovular antes de lo previsto.
—Espera. ¿Eres… eres Christos Manos? Pensé que te llamabas Adonis.
La sonrisa de Adonis se amplió sobre sus dientes blancos exquisitos. Dio un
paso más cerca de mí. Me sentía caliente por todas partes. Creo que hasta yo
estaba sudando entre mis dedos de los pies.
—¿Adonis ? —El anciano se rio entre dientes. —¿Qué le has estado diciendo
a esta pobre chica, Christos?
¿Mentiras? Debería haberlo sabido. Totalmente la clase A de un jugador
idiota. Me giré hacia atrás y adelante entre los dos de ellos.
—Adonis es su segundo nombre. Por aquí, él va por Christos.
—Estoy confundida. ¿Quién eres? —le pregunté al anciano.
Me tendió la mano.
—Soy Spiridon Manos. Abuelo de Christos. —Saludó. Su sonrisa era cálida,
amable y genuina. Me gustaba este hombre. Adonis, por otro lado...
86 Me giré y golpeé a Adonis en el brazo.
—Idiota —¡Qué brazo! Creo que podría haber herido mi mano. Se sentía como
golpear un tronco de árbol, excepto suave y lamible. Me imaginaba que sería
salado si tuviera que probarlo en ese mismo momento. Me giré hacia él de nuevo,
tratando de ocultar mi deseo.
Adonis retrocedió, fácilmente esquivando mi ataque.
Estaba irritada.
—¿Qué se supone que debo llamarte, ¿eh ?
Él sonrió, y bailó fuera de mi alcance.
—Puedes llamarme lo que quieras.
—¿Qué tal idiota?
—Menos eso. —Él se rio.
—¿Qué hay de cara de trasero?
—Tal vez no eso.
Levanté las cejas.
—Tengo una lista larga. ¿Quieres escuchar el resto?
—Tengo tiempo.
Divertido, Spiridon interrumpió nuestro duelo.
—Le advertí a mi hijo Nikolos no nombrar a mi nieto Adonis, aunque sólo era
un segundo nombre. Pero él y la madre de Christos eran firmes. Creo que ha sido
algo así como una profecía que se cumple desde entonces. —Spiridon sonrió—.
Pero por aquí, él es sólo Christos.
Me burlé de Adonis.
—Encantada de conocerte Christos. ¡Qué nombre tan bonito que tienes
Christos! ¿Es eso lo que todas las chicas te llaman? —Yo no estaba teniendo ningún
sentido.
—En realidad, ninguna de ellas me llaman así.
—¿En serio?
—Sí. Pero tú puedes. —Él me guiñó un ojo. ¿Huh? Espera un segundo. ¿Estaba
recibiendo privilegios especiales de la casa, de repente?
Spiridon envolvió con su brazo alrededor de los hombros de Adonis.
—¿Tal vez deberíamos ofrecer a la joven algo de beber en el interior antes de
que ambos comiencen un balanceo?
Disparé a Adonis una sonrisa de advertencia cuando entramos en la casa.
El interior era increíble. Más madera natural. Espacio abierto, las líneas
elegantes, grandes alfombras, vigas a la vista. Increíble.
El salón estaba lleno de numerosas pinturas. Grandes paisajes de todo tipo de
clima y las condiciones de iluminación. Eran increíbles. Varias me recordaron la
87 pintura de la costa cubierta de nubes que había visto en el museo de SDU, cuando
me topé con Adonis ese día. Espera, ¿Esa pintura había sido hecha por el abuelo
de Adonis? Debe ser. Quería salir de dudas.
—Sr. Manos, ¿ha pintado todas estas pinturas?
—Llámame Spiridon. —Se detuvo y metió las manos en los bolsillos de sus
pantalones cortos. Él levantó la mirada hacia las pinturas—. Sí.
—Usted es un artista increíble.
Suspiró.
—Lo fui.
Eso fue extraño.
—Creo que vi su pintura en el Museo de la Universidad de San Diego.
Él respondió al instante.
—¿Paraíso Cubierto?
—¡Sí! Eso es suyo, ¿no? ¡Es increíble, como si pudieras subir en el marco de la
imagen hacerla realidad!
Su cabeza cayó y él suspiró profundamente.
—Eso fue hace mucho tiempo. Sígueme. —Él se volvió bruscamente y salió de
la habitación. Lo seguí a la cocina. Adonis se arrastró detrás.
Spiridon abrió la nevera y sacó una jarra.
—¿Limonada recién exprimida? La hice esta mañana.
—Eso sería genial, gracias.
Sirvió tres vasos.
—¿No creo que me dieras tu nombre?
—Soy Samantha. Samantha Smith. La gente me llama Sam.
—Encantado de conocerte, Sam. —Él me dio un vaso. Tenía un sabor
maravilloso.
—¿Qué te trae por la casa? No es mi nieto, espero. —Me guiñó un ojo.
Spiridon le dio un vaso de limonada a Adonis, quien se inclinó casualmente contra
el marco de la puerta —yo todavía estaba pensando en él más como Adonis que
Christos—. Su lenguaje corporal me recordó mucho a Spiridon.
—En realidad, sí. Mi profesor de dibujo me recomendó a Adonis, er, Christos,
como un mentor. —Me iba a tomar un poco de esfuerzo dejar de llamarlo Adonis.
Spiridon soltó una carcajada.
—¿Mentor? ¿Qué mequetrefe en la universidad pensó que era una buena
idea?
¿Venir aquí fue una mala idea?
—¿El profesor Childress? —sugerí tentativamente.
Spiridon se cruzó de brazos casualmente sobre el pecho y se apoyó en el
88 mostrador de la cocina, su propia limonada colgando de una mano.
—Childress, ¿eh?
—¿Lo conoces?
—¿Walt? Se podría decir que sí. Walter Childress y yo nos conocemos desde
hace casi cuarenta años.
¿Era una cosa buena o mala? No lo podría decir. Miré a Adonis. Él era
inescrutable y parecía contento de escuchar. ¿Conocía la historia detrás de su
abuelo y el profesor Childress? Es difícil de decir.
Spiridon sonrió con nostalgia.
—No he hablado con Walt en años. —Tomó un sorbo de su limonada.
—Entonces, ¿Walt cree que mi nieto puede como mentor?
—Sí, eso es lo que dijo.
Él entrecerró los ojos.
—¿Eres una artista?
—Oh, Dios. En realidad no. Estoy con especialización en contabilidad. Acabo
de tomar dibujo como un electivo. —De repente me sentí como un fraude en torno
a un artista increíble como Spiridon Manos. Probablemente era hora de que me
fuera, así me podía dar mi fantasía adolescente acerca de ser un artista en un
entierro decente.
—Si Walt te envió aquí, él debe haber visto algo en su trabajo.
¿En serio? Ahora yo estaba totalmente confundida.
—No los molestaré más. Si quieres más limonada, está en la nevera. —Guardó
la jarra y salió de la cocina.
Me volví a Adonis, quiero decir Christos. Yo todavía estaba poniendo mal su
nombre en mi cabeza.
—Tú no me dijiste que eras un artista.
Sonrió.
—Nunca preguntaste.
—¿Y qué pasa con el nombre? ¿Adonis? ¿En serio?
—Es mi nombre de pila. ¿Qué quieres?
—Es tu segundo nombre. ¿Quién va por su segundo nombre?
—Hay un montón de personas.
—Pero, ¿por qué?
—Cuando me gradué de la escuela secundaria, quería reinventarme.
Yo podía entender eso. No tenía un segundo nombre genial para trabajar con
él. Era terrible.
—¿Cuál es tu nombre?
Genial.
89 —Es una estupidez.
—Estoy seguro de que es genial.
—Te vas a reír. No lo quiero decir.
—Vamos, tú puedes decírmelo. Estoy seguro de que está bien.
—¿Prométeme que no te vas a reír?
—Lo prometo.
—Anna.
Él levantó una ceja.
—¿Samantha Anna Smith? Suena como un eco.
—¡Me prometiste que no te ibas reír! —Si no fuera por esos hoyuelos, le hubiera
lanzado mi limonada en su rostro. Y, lo sabía muy bien, así que no quería
desperdiciarla en este idiota.
—Déjame ver si entiendo. ¿Tus iniciales son S. A. S.? ¿Sass? —Sonrió. —Tal vez
debería llamarte Sassy.
—Vamos, Christos —le rogué. —No te burles.
—Yo no soy —sonrió.
—Sí, pero tienes esa estúpida sonrisa en su cara.
—Sabes que te gusta —dijo con picardía.
—¿Qué, tu sonrisa tonta? Te ves como un burro. —En realidad no, pero no lo
admitiría.
Él se echó a reír.
—Me inclino como un caballo.
—Podrías. —Yo estaba sonriendo ahora. No podía evitarlo. Yo también estaba
más cerca de él de lo que pensaba. ¿Me había movido? Supongo que sí. Mi cuerpo
estaba haciendo todo tipo de cosas que yo no era consciente. Ya no podía ser
responsable de mis acciones.
Christos se movió contra el marco de la puerta.
—¿Has ido a la pista de carreras Del Mar?
Cada movimiento que hacía era ilegalmente sexy. Lo odiaba.
—¿Pista de carreras? No estoy realmente en los autos.
—Es caballos. Carreras de pura sangre. Mi familia tiene una membresía.
—¿Qué, apuestas a los ponis? ¿Tienes uno reservado?
Tiró su cabeza hacia atrás y soltó una carcajada.
—He puesto algunas apuestas en mi tiempo. Pero no, es más elegante que
eso.
—¿Al igual que las cajas privadas y almuerzos de domingo con chicos con
chaquetas de esmoquin y guantes blancos que sirven mimosas o julepe de menta
a las mujeres de edad, con más de la cirugía plástica que un museo de cera? —
90 En general, no me gustaba nada que tuviera que ver con los clubes exclusivos de
cualquier especie.
Perra. Zorra. Puta.
—¿Puedo entender que tuviste una mala experiencia?
—No —mentí. Mi nariz inclinada hacia arriba.
—Está bien. —Sonrió astutamente, poco convencido—. De todos modos, voy
a la pista para estudiar los caballos. Mi padre solía llevarme allí cuando yo era un
niño, me enseñó cómo dibujar a los caballos. Son animales hermosos.
—¿Tu papá ? ¿Es que todos en tu familia son artistas?
—Más o menos.
—¿Vive tu padre aquí también?
Su rostro se ensombreció.
—No.
¿Yo había preguntado algo que no debería saber? Tomé un sorbo de mi
limonada para que pudiera evitar decir algo equivocado de nuevo. Era mi
especialidad, después de todo.
Diez
—¿E
stás lista para acompañarme? —preguntó Christos
abruptamente. Terminó el último trago de su limonada.
—Supongo que sí. —Finalmente estaba pensando
en él como Christos, aunque no estaba segura de si me
gustaba eso.
—Genial. Déjame agarrar algo. —Salió de la cocina y regresó un minuto
después, con una caja de lápices de colores. Del tipo grande con un montón de
colores—. Está bien, vamos a hacer un poco de arte.
Arrugué la nariz.
—¿Con esos? ¿No son los lápices de colores para niños?
—¿Estás diciendo que los niños no hacen arte?
—Bueno, quiero decir, no el arte de verdad.
Él arqueó las cejas.
91 —¿En serio? Espero que nunca se lo digas a cualquier niño. No me gustaría ver
sus caras tristes cuando les digas que sus dibujos de refrigerador no son arte. Vamos.
—Me llevó afuera.
—¡No quise decirlo de esa manera!
Él me devolvió la sonrisa mientras sostenía la puerta para mí.
—Después de ti.
—Todo un caballero.
—Sí.
—¿A dónde vamos?
—A hacer una obra de arte.
El camino cuesta abajo desde casa de Christos condujo hacia el centro de la
ciudad junto a la playa. Le seguí echando un vistazo, queriendo decir algo, pero lo
único que hizo fue sonreírme. En cierto modo me gustó.
Nos dimos la vuelta a un pasillo que conducía a la biblioteca de la ciudad.
—¿Qué estamos haciendo en la biblioteca? ¿Pensé que habías dicho que
íbamos a hacer un poco de arte?
Sostuvo la puerta para mí.
—Lo hice. Y lo haremos.
—No lo entiendo.
—Lo harás. —De esta manera. Me condujo a través de la biblioteca a una de
las salas de reuniones. La puerta estaba abierta y un montón de niños estaban en
el interior. Había un cartel pegado en la puerta que decía "Dibujo con Christos
13:30".
—Después de ti —dijo.
Entré en la habitación y Christos me siguió. Cuando los niños le vieron, se
volvieron locos.
—Christos —gritaron todos.
Me sentí como un ciervo ante los faros. ¿Qué diablos se supone que debo
hacer? Salté cuando sentí la mano de Christos en mi espalda.
Se inclinó y murmuró en mi oído.
—Sigue mi ejemplo. Vas a estar bien.
Se acercó a la parte delantera de la habitación y me uní a él. Estar frente a
muchas personas, incluso si eran niños, me ponían nerviosa.
Christos esbozó una enorme sonrisa.
—¡Hola a todos¡
—¡Hola Christos! —dijeron los niños a coro.
—¡Saluden a mi amiga Samantha! —Hizo un gesto hacia mí.
—¡Hola Samantha! —dijeron todos.
92 Me sonrojé de pies a cabeza.
—¿Quién quiere dibujar hoy? —preguntó Christos.
—¡Nosotros! —vitorearon.
Me di cuenta que los niños tenían papel en blanco en frente de ellos. Cajas
de lápices de colores desparramados entre ellos en las mesas.
—Muy bien. ¿Todos saben dibujar una nube?
—Sí —gritaron.
—Escojan un color, cualquiera, y ¡empiecen a dibujar!
Los niños estaban emocionados mientras buscaban a través de las cajas de
crayones y elegían colores.
Christos estaba a punto de alejarse de mí cuando siseé.
—¿Qué hago yo?
—Ayuda.
—¿Qué significa eso?
—Ya sabes cómo dibujar una nube, ¿verdad?
Puse los ojos en blanco.
—Por supuesto.
—Entonces, ayúdalos a dibujar. —Me guiñó un ojo—. Pero no seas demasiado
duro con ellos. No les digas que lo que están haciendo no es arte. —Sonrió.
Arrugué nariz y esbocé una mueca de desprecio hacia él. Yo sabía que no
debía decirles a los niños algo así. ¿Estaba tratando de hacer un punto? Algo
entendía.
Christos y yo caminamos por la habitación, ayudando a los niños.
Algunos niños hacían las nubes amarillas, otros verdes; había nubes que
parecían garabatos, otras rectangulares. No les importaba. Los niños se divertían
mucho, y proyectaban su alegría con tanta libertad, que se impregnó mi
inseguridad crítica.
Me lo pasé genial. No estaba preocupada porque nadie hiciera nada
“correctamente”. Un ambiente muy diferente al de la clase de dibujo en la SDU.
No había presión.
Durante la hora siguiente, Christos les hizo añadir el sol, sus hogares, familia,
mascotas, y todo lo que quisieran. Un niño añadió un dragón cepillándose los
dientes; otro agregó un avión con una rana como piloto. Una linda niña con coletas
se irguió montando un unicornio que saltaba sobre un arcoíris. Yo no había hecho
nada como esto desde la escuela primaria. ¿Por qué me había detenido?
En varios momentos, miré a Christos con los niños. Estaba tan divertido como
ellos. Ellos obviamente lo amaban. Felicitó a cada uno, les dijo lo maravilloso que
eran sus dibujos, sin importar lo bueno o malo que podría haberlo considerado. Él
era natural.
93 Un niño le preguntó a Christos sobre sus tatuajes.
—¿Por qué tienes dibujos en los brazos?
—Porque me encanta tanto el arte, que dibujo en todo lo que puedo. ¡Incluso
mis brazos!
—¿Tu mamá te hace lavarlos?
Christos se rió entre dientes.
—No.
El muchacho frotó un dedo a través de los tatuajes Christos.
—Eso es bueno. Apuesto a que son difíciles de borrar.
—Lo son.
—Tengo una muy buena goma de borrar en mi casa, si quieres te la presto —
dijo el chico con entusiasmo.
—Gracias, Benji. Lo tendré en mente.
¿Era éste el mismo hombre que había conocido en la universidad? ¿El hombre
de las chicas? Tal vez era apropiado que tuviera dos nombres. Una doble
personalidad no estaba fuera de cuestión con Christos Adonis Manos. El bueno:
Christos. El malo: Adonis.
Tendría que permanecer en guardia con él. ¿O debería decir, ellos? Debido
a que este tipo Christos parecía demasiado bueno para ser verdad. Me pregunté
cuánto tiempo le tomaría a Adonis para que apareciera de vuelta.
—Se acabó el tiempo —dijo Christos al final de la hora.
—¡No! —gimieron los chicos. Muchos de ellos encorvado en la derrota más
absoluta.
—No te preocupes, voy a estar aquí el próximo sábado.
—¡Eso es un millón de años a partir de ahora! —declaró una niña.
—Puedes lograrlo, Emily.
Emily suspiró como si estuviera suspirando su último aliento.
Nos despedimos de los niños y salimos. Una de las bibliotecarias estaba
esperando a Christos. Era canosa y muy atenta.
—Siempre haces un trabajo maravilloso con los niños —dijo.
—Gracias, Sra. Elders.
—Somos muy afortunados de tenerte. —Se volvió hacia mí—. ¿Quién es tu
amiga?
¿Por qué me gustó tanto que la Sra. Elders me llamara amiga de Christos?
—Esta es Samantha. Conoce a la Sra. Elders.
Nos dimos la mano.
—Encantada de conocerte.
—¿Vas a volver con Christos la próxima vez? Eché un vistazo. Eres natural.
94 —Ah, ¿sí?
—Sí, ustedes dos son un equipo fantástico. Hacen una gran pareja.
Me sonrojé de nuevo y miré a mis pies. Estaba tan superada por la declaración
inofensiva, que me olvidé de comprobar si había reacción en Christos.
Cuando lo hice, él ya estaba con su sonrisa habitual.
—Gracias, Sra. Elders.
—Saluda a tu abuelo por mí.
—Lo haré.
Caminamos afuera, hacia sol de San Diego.
* * *
Nos pusimos de pie en su camino de entrada, cerca de mi VW. Había estado
con él durante mucho tiempo hoy. Estoy seguro de que tenía planes. Con Paisley,
u otra de las supermodelos que conocía íntimamente. Pero era reacia a irme.
—¿Tienes hambre?
—Un poco.
—¿Quieres que te prepare un bocadillo?
—¡Claro!
Entramos a la cocina.
—Toma asiento. Esto tomará unos minutos. ¿Quieres algo para beber?
—Estoy bien.
Procedió a sacar un procesador de alimentos y diversos ingredientes. Los
preparo rápidamente. Luego abrió una lata de garbanzos, y los metió. Cuando
termino, metió todo en un tazón pequeño, y coloco el recipiente sobre un plato
con triángulos.
—¿Te gusta el hummus?
—No lo sé. Nunca lo he comido.
—Lo tendrás en un segundo. —Él sumergió un trozo de pan en el hummus y
me lo entregó.
99
Comí un bocado.
—Mmm, ¡eso es realmente bueno! ¿Qué tipo de pan es este?
—Pan de pita. Tienen de todo lo que quieras. —Él agarró un plato de la nevera
y le saco la envoltura de plástico fuera—. ¿Dolma?
Me quedé mirando el plato. Parecían un grupo de cosas verdes, o algo que
el gato vomitó. Hice una mueca.
—Uh, ¿no gracias?
—Nunca has tenido uno, ¿verdad?
—No, y no estoy a punto de comenzar.
Se metió uno en la boca y lo masticó con evidente placer.
Casi me atraganté, pero no quería ser grosera.
—Son muy buenos.
—Lo que tú digas.
Me ofreció uno.
—Pruébalo. Te va a gustar.
—¿Tienes un lavado de estómago a la mano?
Él se rió entre dientes.
—Es bueno.
Lo miré dudando.
—Pruébalo. Te prometo que es bueno.
—¿Me lo prometes?
—No estoy mintiendo, pruébalo.
Me incliné hacia delante para tomar un bocado. ¿Me estaba alimentando?
Normalmente lo consideraría romance. Pero él me acercó mierda de mono verde
a mi rostro. Olí experimentalmente. ¿Era aceite de oliva? Eso me hizo pensar en las
mulas de drogas internacionales tragando bolas de hachís envueltas en plástico,
recubierto en aceite de oliva para tomarla con más facilidad. Y después
expulsarlas. Casi lancé mi hummus.
Él se echó a reír.
—Es hojas de parra rellenas de carne, arroz y especias. Es bueno, en serio.
—Necesito un vaso de agua en primer lugar. Para un chupito.
—Deja que te traiga uno. —Llenó uno en el grifo y lo dejó sobre la mesa—.
Cuando estés preparada.
Tragué saliva y me aclaré la garganta. Él me lo acerco de nuevo para que lo
mordiera. Hice una mueca mientras cautelosamente lo tocaba con los dientes.
Tenía miedo de poner mis labios en él. Traté de no inhalar, miedo de lo que olería.
Cuando lo mordí, alejé la mitad restante. Mastiqué.
—¡Hey! ¡Esto es realmente bueno! Un poco viscoso, pero bueno.
100
—¿Ves? —Se metió el otro en la boca.
—¿Hiciste esto también?
—Yup. Receta familiar.
—Eres todo un chef.
—Eso es lo que las chicas me dicen —se burló.
—¿Quieres decir cómo Paisley?
—Nunca he cocinado para Paisley.
—¿En serio? —Me sorprendió.
—Nunca podía encontrar el tiempo para cocinar. En la cocina de todos
modos. —Sus párpados bajaron mientras mentalmente recordaba.
No debería haber preguntado.
—La salvaje de Paisley. —Se rió para sus adentros—. Ella es una buena chica,
pero salvaje. Una especie de tornado. En un buen camino.
Me imaginé a mí misma lanzándole el dolma en su rostro. Un tornado de
dolma. Puesto que no fue hecho de mierda después de todo, no creo que le
molestaría. Pero no quería iniciar una guerra de comida.
—Eres tan linda cuando estás celosa. —Sonrió.
—¡No estoy celosa!
—Tu ceño dice que sí.
—¡No estoy con el ceño fruncido!
—¿Quieres que te dé un espejo?
—Come otra dolma. —Tomé uno y realmente se lo metí en la boca. Él
felizmente la abrió para comerlo.
Esto me tomó por sorpresa, y tiró de mi mano, pero se inclinó hacia delante.
Cerró la boca alrededor del dolma y sus labios se deslizaron sobre mis dedos. Sentí
al menos 1.000 voltios de electricidad en mi brazo. Mi corazón se aceleró y me
quede sin aliento.
—Mmm, delicioso —murmuró.
¿Se refería al dolma, o mis dedos? Basada en su sonrisa maliciosa, iría con los
dedos. Necesitaba cambiar de tema antes de que él me lamiera los dedos o
cualquier otra parte del cuerpo, otra vez.
—Por lo tanto, Christos. ¿Eres un estudiante en la SDU?
Él se echó hacia atrás en su silla, masticando. Levantó un dedo mientras
masticaba. Cuando terminó, habló. Era tan bien educado.
—Sí. Graduado. De arte.
—¿Eres un estudiante de doctorado? ¿Cuántos años tienes?
—Veintidós.
101 —¿Fuiste a la SDU para la licenciatura?
—Si. Una especie de cosa de familia. Mi papá fue, y mi abuelo dio clases allí.
—¿Es esa la forma en que tu abuelo conoce al profesor Childress?
—Así es. —Se metió otro dolma en la boca. ¿Cuánto podía comer este tipo?
Esperé más de la historia acerca de la conexión entre el profesor Childress y
Spiridon Manos, pero no estaba recibiendo nada.
Moje una rebanada de pan de pita en el hummus. Fue yummilicious.
Vi una sonrisa en el rostro Christos. Miró fijamente mis labios y lamió los de él.
—¿Qué? —Mis mejillas se sonrojaron.
—¿Puedo? —Hablaba en voz baja, sin embargo, yo sentía su voz profunda
vibrar mi pecho. Se inclinó hacia adelante, lamiendo sus labios de nuevo.
—¿Puedes qué? —De repente me sentí asustada y emocionada. Nos
sentamos en la esquina de la mesa, por lo que su rostro estaba a menos de un
centímetro del mío. Sus ojos me devoraban. Se movían entre los míos y mis labios.
Me quedé helada. ¡OMD! ¿Iba a darme un beso?
Alzó una mano y acarició con su pulgar mis labios. Oh Dios, estaba a punto
de deslizarme de la silla al suelo.
—Humus. —Me mostró un poco de humus en su pulgar. Luego le pasó la
lengua, saboreándolo.
Creo que mi corazón se volvió humus mientras veía su lengua deslizándose
sobre su pulgar de esa manera.
¿Por qué no podía haber lamido el humus directamente de mis labios, en vez
del pulgar? Me estremecí.
Christos se levantó, puso los dolmas restantes en la nevera, y enjuago los platos
en el fregadero.
¿Cómo se las arregló para hacer todos sus movimientos de manera
totalmente sexy? ¿Incluso su cortesía? Él era el experto sexy. A sexpert regular. Me
burlé internamente.
—Probablemente debería volver a trabajar —dijo.
—¿Trabajar?
—En mi estudio. Tengo algunas pinturas en las que estoy trabajando.
—¡Me encantaría verlas!
—La próxima vez.
¿La próxima vez? Me gustaba el sonido de eso.
—Lo siento, estoy siendo egoísta. Estoy segura de que tienes un montón de
cosas importantes que hacer.
—Ven próximo fin de semana, a la misma hora, y tal vez te mostraré. —Sonrió.
—¡Es una cita! Er… me refiero plan. —¿Qué tan desesperada hizo ese sonido?
Estúpida.
102
Me sonrió con su sonrisa totalmente segura.
Me acompañó a mi coche. Casi le dije que tuve un gran momento, pero eso
habría sonado demasiado igual que la cita.
Abrió la puerta de mi coche para mí y la sostuvo. Estaba a punto de entrar,
pero me detuve. Me volví hacia él.
A la mierda. Iba a decirlo.
—La pase muy bien.
Él sonrió con esa gran sonrisa.
—Bueno. El arte debe ser divertido.
Estaba tan cerca de mí, estaba agradecida que la puerta del coche se
interpusiera entre nosotros. De lo contrario, creo que hubiera caído sobre él como
un vampiro sediento. Él hacía difícil para una chica mantener su decoro. Tenía que
pensar en algo ingenioso que decir para romper la tensión.
—Si. —¡Oh! ¿Eso fue todo?
¿Se estaba inclinando más a mí? ¿Estaba a punto de darme un beso, una
entrega especial? Me eché hacia atrás. ¿Se inclinó más? No, creo que la Tierra se
inclinó, me empujaba en dirección a él.
Entonces el planeta se derrumbó y todo se derrumbó bajo mis pies. Mi corazón
se aceleró y el IT cayó a mi alrededor.
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera.
Perra. Zorra. Puta.
Suicida.
Era un momento como éste que había comenzado todo hacía dos años
antes. El desastre, la tragedia, el dolor.
Provocadora.
El rostro de Christos se frunció con preocupación.
—¿Estás bien? Estas pálida justo ahora.
Taylor.
Asentí, pero mi garganta estaba bloqueada y no podía hablar.
—¿Es necesario que te sientes en el interior por un minuto?
Negué y me aclaré la garganta.
—Tengo que irme. —Hice una mueca hacia él en tono de disculpa.
—¿Estás segura? ¿Estás bien para conducir?
—Sí —dije con voz ronca. Me senté en el coche y tiré de la puerta. Él la soltó—
. Lo siento —le susurré.
Se puso de pie con las manos en las caderas, mirándome de nuevo
alejándome de la calzada. La confusión en su rostro.
Manejé unas tres cuadras antes de estacionar en la calle lateral. Lloré y sollocé
103 hasta que sentí fuertes dolores en las costillas cada vez que tosía.
No sé cuánto tiempo pasó, pero fue bastante. Cuando me calmé, miré mi
rostro en el visor del espejo. Me veía como una ruina. Mis ojos estaban hinchados y
rojos. Eso me hizo llorar otra vez, no sé por qué.
Cuando supe que finalmente terminé, me dirigí a casa. Me tomó todo lo que
tenía para no sumergirme en el congelador con mi cuchara y pasar por todo mi
helado restante.
En cambio, me metí en la cama y dormí durante horas. Me desperté a media
noche y me hice un sándwich.
Después de que comí, me di una ducha. Me puse de pie bajo el agua
caliente. Esperaba calmarme en algún punto, pero nunca lo hice. Finalmente, salí
y me fui a la cama.
Once
A
la mañana siguiente, alguien golpeó a mi puerta. Me arrastré fuera de
la cama y miré por la mirilla. Era Madison. Tiré de la puerta para abrirla.
—¿Qué?
—¡Sam! ¡Pensé que estabas muerta!
—¿Eh? —Abrí la puerta mosquitera y la dejé entrar. Ella caminó campante por
delante de mí con una bolsa de papel en una mano y una caja de cartón con dos
cafés en la otra.
—Te he llamado por lo menos cuarenta veces anoche. Estaba segura de que
habías sido asesinada por algún homicida en serie. —Mi teléfono estaba en la mesa
de café. Lo recogí.
—¿Cuántos textos enviaste?
—No lo sé. ¿Cinco mil?
—Por lo menos.
104
—Muy bien, así que no estás muerta. Eso es bueno. —Me agarró por los
brazos—. ¿Él te violó? —Parecía medio en serio, medio en broma. La mezcla
perfecta. Madison siempre sabía cómo animarme.
—No, mi virtud está intacta.
—Bueno, algo menos. Café. —Tendió la caja hacia mí—. El tuyo es el de
delante.
Lo tomé.
—Bocadillos. —Extendió la bolsa hacia mí.
—¿Buñuelos de manzana?
—Por supuesto. Compré tres. En caso de que quisiéramos más de uno de cada
uno.
—Eres la mejor, Mads. —Ella se sentó en el sofá.
—Cuenta, perra. ¿Qué diablos pasó ayer? —Me senté a su lado y tomé un
sorbo de café. Totalmente lo que necesitaba. Toneladas de crema. Abrí la bolsa,
saqué un buñuelo y empecé a masticarlo—. Menos comer, más hablar —ordenó
Madison.
—Nunca vas a creer esto.
—¿Era como, totalmente viejo y asqueroso? Los mentores son así
usualmente. ¿Te ató en su sótano y apenas escapaste con vida?
Me había dado cuenta de que Perfecta Paisley, Tiffany y Skylar habían
llamado a Christos por su segundo nombre. Adonis. Las únicas personas que lo
llamaban Christos eran su abuelo y los niños en la biblioteca. Bueno, y la señora
Elders, la bibliotecaria. Pero todas sus Chicas Calientes en Espera lo llamaban
Adonis. Se sentía especial llamarlo Christos. No sé si él sentía lo mismo. Pero no
quería echar a perder la magia por decírselo a la gente, incluso a Madison. Era
como un deseo de cumpleaños que no quería arruinar.
—Mi mentor es Adonis.
Madison parpadeó.
—¿Quién?
—¿Caliente Ciclista GQ?
—¿Qué?
—¿Ojos azules? —Ella negó—. Vamos, Mads. Sabes de quién estoy hablando.
—Eso no es posible. Los mentores no son el tipo más caliente en el estado,
menos en toda la costa oeste.
—Sí. Adonis lo es. —Su duda finalmente se derrumbó, sustituida por entusiasmo
loco.
105 —¡Eso es una locura! —El entusiasmo de Madison es adictivo. Todo mi dolor de
anoche es arrastrado por la marea irresistible de su optimismo.
—Sí, lo sé, ¿verdad? Locamente Adonis.
Madison arranca un trozo de buñuelo de manzana.
—¿Qué hacen cuando están juntos? Necesito más detalles. —Le conté todo
sobre mi día con él. Madison tomó un sorbo de café—. Caray, suena como si
hubieran tenido una cita, no una sesión de tutoría.
—Lo sé. —No quería decirlo en voz alta, pero si Mads lo hacía, no iba a
detenerla.
—Tal vez tú y yo podamos duplicar las citas con Jake y Adonis.
Me gustaba el sonido de eso.
—¿Has llamado a Jake desde que lo vimos en la playa?
—Sí, por supuesto. Voy a salir con él mañana. Vamos a navegar por la
mañana, llevar a Lady a la playa de perros y tirar unos frisbees para ella.
—Wow, ¡se están moviendo rápido!
—Sólo estamos pasando el rato. No es gran cosa.
—Está bien, pero no te olvides de hacerme tu dama de honor.
—Como así —se burló—, no estamos moviéndonos tan rápido.
—Claro, Mads. Eso sí, no salgas corriendo a Las Vegas sin mí. Espero que me
lances el ramo directamente. ¿Lo tienes? De lo contrario, te cortaré como una
perra.
Madison se rió.
—Me aseguraré de arrojártelo a ti.
—Mejor que sea así. Estoy afilando mi navaja en estos momentos.
Tan feliz como estaba en ese momento, sentía punzadas de mi viejo dolor
mascarme por debajo de la superficie. ¿Alguna vez se iría? ¿O me tiraría de nuevo
abajo, de nuevo en la oscuridad?
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera...
Si no fuera por el buñuelo de manzana en mi mano, habría ido por el helado
en mi congelador.
3
Jekyll y Hyde: es una novela escrita por Robert Louis Stevenson El libro es conocido por ser
una representación vívida de un trastorno psiquiátrico que hace que una misma persona
tenga dos o más identidades o personalidades con características opuestas entre sí.
Pude oír totalmente la acusación cuando dijo la palabra “ella”, como si yo
fuera aguas residuales. Estoy segura de que Tiffany practicaba insultos velados
frente al espejo cada mañana antes de comenzar su día.
—¿Habías dicho que tenías un estudiante? —le preguntó a Christos.
—Lo tengo. Ella.
Los ojos de Tiffany se movieron entre él y yo.
—Oh.
—Es hora de que te vayas —dijo Christos.
Tiffany se mofó.
—Bien. —Anduvo hacia su coche en sus sandalias con correas al tobillo,
pasando a unos metros de mí. Repartió una sonrisa falsa con dos cucharadas de
ácido encima. Después de subir a su coche, le sopló a Christos un beso y le hizo un
saludo antes de irse.
—Lo siento, se me hizo tarde. ¿Estás lista para ver el estudio? —me preguntó
Christos inocentemente.
—¿Es eso lo que estabas haciendo con Tiffany? ¿Mostrándole tu estudio?
¿Y ahora quien estaba adhiriendo malicia a sus palabras? ¿Tenía catorce
111 años, o qué?
—¿Ocurre algo?
—Siempre olvido que tú administras el Bunny Ranch. Mi error.
Él se mofó, pero no dijo nada.
—Realmente debería irme. —Abrí la puerta de mi VW.
—Pensé que teníamos una sesión de tutoría hoy.
—¿Al igual que tu sesión de tutoría con Tiffany?
—¿Eh? No soy tutor de Tiffany.
—Oh, cierto. —Mis palabras rezumaban de perras. Sonaba peor que
Tiffany. Pero estaba en una buena racha. Mis emociones cambiaban a toda
marcha y mis celos daban patadas. Sí, estaba loca.
Christos sonrió inocentemente.
—¿Me estoy perdiendo de algo aquí?
—Vi a Tiffany en el cuarto de baño. Desnuda. ¿Esa es tu idea de tutoría?
¿Estaré desnuda para mi segunda sesión de tutoría? ¿O será en la tercera?
Él cruzó los brazos sobre su amplio pecho, apoyándose en el marco de la
puerta de la casa, y me sonrió.
—Tú eliges.
—Eres un imbécil. —Estaba furiosa.
Y él divertido.
—Eres una fisgona. ¿Ardillas? —Arqueó las cejas—. ¿En serio?
—¿Tutoría? ¿En serio? —dije sarcásticamente.
—Te lo dije, no soy el tutor de Tiffany.
—Eso es obvio. Yo no lo llamo tutoría tampoco. Lo llamo… —Apreté mi boca
cerrada. No quería decirlo.
—Creo que te has saltado una parte y que te has tomado un tren bala
directamente a Conclusiones Desinformadas, Samantha. ¿Quieres ver lo que
estábamos haciendo?
—¿Qué, lo grabaste en un video?
—No lo creo. Entra. Te lo mostraré.
Abrí la boca. La cerré.
—No vas a hacer que me quite la ropa, ¿verdad? —gruñí.
—Sólo si quieres. —Sonrió y bajó sus pestañas seductoramente. Estúpidas
pestañas oscuras.
—No te estás ayudando.
112 —Vamos. Te lo mostraré. —Se volvió y entró, dejando la puerta abierta. Por
mucho que consideré seriamente echarme atrás, mi curiosidad se despertó. Había
oído lo que le hacía la curiosidad a los gatos, pero yo no era un gato, así que estaba
bastante segura de que estaría a salvo.
4
OMJD: Siglas de Oh Mi Jodido Dios.
tan increíblemente guapo. Mi boca se estremeció. El gigantesco estudio se había
vuelto demasiado pequeño para nosotros dos.
Eché un vistazo a la pintura de Tiffany. ¿Nos estaba mirando? No, ella estaba
mirando hacia abajo. ¿Por qué estaba mirando la pintura de Tiffany?
Mis ojos se deslizaron de nuevo a los zafiros de Christos. Caí en ellos. Todo mi
cuerpo empezó a temblar. ¿Era miedo? ¿Deseo? ¿Ambos?
Una mirada de compasión se acomodó en los rasgos de Christos. Algo que
había estaba bloqueado dentro de mí comenzó a abrirse por primera vez en
años. El calor se extendió desde mi abdomen hacia todo mi cuerpo. Quería caer
en sus brazos.
Rozó suavemente un mechón de cabello que se había salido de mi cola de
caballo y lo metió detrás de mi oreja.
—Cuando te miro, veo a una joven asustada de su propia belleza.
Ja. ¿Asustada? Sí. ¿Hermosa? No. Artista total farsante. Lo que había
comenzado a abrirse dentro de mí se cerró de golpe. Odiaba cuando los tipos
empezaban con sus líneas. Sin embargo, él me sostuvo poderosamente en sus
manos.
—La mayoría de las mujeres maximizan su belleza. Tú minimizas la tuya, como
115 si la evitaras. —Sus ojos me penetraron.
Él tenía razón en eso. Estaba evitándola como el infierno. Diariamente.
Provocadora.
Su mano se deslizó por mi mejilla y a lo largo de la curva de mi cuello, dejando
un rastro de calor que, sin embargo, me estremeció. Pasó el pulgar con delicadeza
a través del montículo de mi clavícula, de mi hombro. Un rayo de placer corrió por
la parte de atrás de mi cuello, luego rebotó por mi espalda hacia mi pelvis.
Yo, literalmente, salté.
Salí de su toque fascinante y me apresuré a la siguiente pintura, tratando de
escapar. Mi corazón martilleaba y el ciclón en mi estómago hacía girar las
mariposas fuera de control, enviándolas directamente a otra dimensión.
—Puedo decir que estás ocultando algo dentro —dijo en voz baja.
Sentí su voz profunda perforando mis defensas. Me di media vuelta y le miré.
Taylor.
—Algo que te ha herido profundamente.
¡Alto! ¡Frenos de emergencia! Hice lo único que podía pensar. Tiré sarcasmo
sobre el problema. Christos no sólo tenía la visión de rayos láser de Superman, tenía
visión de rayos X también.
Necesitaba cortarle un poco el paso o iba a colapsar y romperme en mil
pedazos mientras golpeaba el suelo.
—¿Quién escribe tus líneas de levante por ti? ¿Tienes un personal de tiempo
completo? No llevas un auricular mientras algún Cyrano5 alimenta tu diálogo,
¿verdad?
—¿He dado en el clavo? —preguntó, perplejo.
—No lo creo. Suenas tan cursi, no puedo tomarte en serio.
Él me miró astutamente mientras cubría con su brazo el caballete con la
pintura de Tiffany. Como si tuviera su brazo alrededor de ella. Como si la poseyera.
De repente, eso no me molestaba tanto. Podía tenerla.
—Creo que es hora de un cambio de actividad. ¿Estás lista? —preguntó
sugestivamente.
—¿Qué? —Por un segundo, debido a la forma en que estaba colgado sobre
la pintura de Tiffany, pensé que se refería a que quería pintarme desnuda. Lo cual
no iba a hacer—. No lo creo —me burlé.
Él frunció el ceño.
—¿Los niños? Están esperando por nosotros en la biblioteca.
116 —¡Oh! Eso. —Oops—. Sí, está bien.
Caminamos afuera y abajo de la colina a la biblioteca. Todavía estaba
conmocionada por las preguntas de Christos. Pero en el momento en que entramos
a la sala llena de niños y lápices de colores, su alegría pisoteó mi ansiedad al
instante. Su alegría era nuclear.
Cuando terminamos, Christos y yo caminamos de regreso a su casa. Me
mostró algunos de los puntos más finos en la figura dibujada en un cuaderno de
bocetos en el estudio, usando una selección de lápices de carbón. Aunque el
profesor Childress era siempre servicial en clase de dibujo, Christos tenía una
manera de hacer todo tan obvio. Sus dibujos eran increíbles y sin esfuerzo.
Después explicó algunos conceptos nuevos de dibujo y modeló para mí, así
podría practicar lo que me había enseñado. Me decepcionó que estuviera
completamente vestido, pero hizo todas esas poses de payaso loco. Me reí tanto
que fue difícil concentrarme en el dibujo. Fue totalmente divertido. Lo era cada vez
que éramos sólo Christos y yo.
Nos tomamos un descanso después de un par de horas y comimos un
aperitivo. Nachos y guacamole fresco. Hechos por Christos.
Mojó un chip en el recipiente y lo cargó con una montaña de guacamole.
—Has hecho algunos dibujos geniales hoy. Aprendes rápido.
5
Cyrano: fue un poeta, dramaturgo y pensador francés considerado un libertino por su
actitud irrespetuosa hacia las instituciones religiosas y seculares.
—¿En serio?
—Sí. Estás pescando la idea detrás de los gestos dibujados muy bien. Tienes
buen ojo para eso.
—Gracias.
—Creo que un buen gesto es un sello distintivo de los artistas con verdadero
talento.
—¿Oh?
—Tienes talento real. —Él me sonrió. Me sonrojé y comí un nacho—. Ahora sólo
tienes que trabajar en él.
El profesor Childress me había dicho lo mismo. Tal vez era cierto. Le sonreí
tímidamente a Christos. Volvimos a su estudio durante una hora más, hasta que
Christos dijo que era hora de irse. A pesar de toda la competencia que colgaba
en su estudio en forma de sus pinturas-trofeos (no podía dejar de pensar en ellas de
esa manera), no me quería ir. Me sentía como si estuviera en el taller de Rembrandt6
y el maestro me estuviera dando clases particulares.
117 Afuera, había dejado mi VW en el camino de entrada. Miré a sus ojos
ardientes a través de sus espesas pestañas, hipnotizada. Una vez más.
—Hey —dijo—. Jake da una fiesta de Halloween esta noche. ¿Quieres
venir? Estoy seguro de que Mads estará allí.
Incliné la cadera. ¡No podía creer que ella no me lo hubiera dicho! Tendría
que darle una conferencia sobre ello más tarde.
—¿Sabes lo de Mads y Jake?
—Él no ha dejado de hablar de ella desde que nos conocimos en la playa
desnudista.
—Los dos son el uno para el otro. —Sonreí.
—Mira, tengo un montón de trabajo antes de la fiesta. ¿Quieres que te recoja?
Miré a su moto con cautela.
—Puedo conducir.
—¿Qué, no quieres andar en El Duque?
Me encogí de hombros. ¿Había nombrado a su moto? Qué tipo.
6
Rembrandt Harmenszoon van Rijn fue un pintor y grabador holandés. La historia del arte le
considera uno de los mayores maestros barrocos de la pintura y el grabado, siendo con
seguridad el artista más importante de la historia de Holanda.
—Muy bien. Iremos en mi coche. ¿Dónde vives? —Le di mi dirección—. Te
recogeré a las ocho.
¿Era esto una cita? No, estaba yéndome muy por delante. Una vez más.
—¿Tal vez deberías tener mi número de teléfono? ¿En caso de que haya un
cambio de planes? —No podía creer que le estuviera pidiendo que me pidiera mi
número de teléfono. ¿No se suponía que era al revés?
Él sonrió y sacó su teléfono. Intercambiamos números. ¡Tenía el número de
teléfono de Christos! Me negué a saltar de alegría.
Así que me derretí en lugar de eso, y no por el clima cálido. Iba a ser nada
más que un charco en unos diez segundos.
—¿Ocurre algo? Te ves mareada.
—Estoy bien —dije atragantándome.
Sonrió.
—Está bien, voy a regresar adentro. Te recojo a las ocho.
118
Doce
C
uando llegué a casa rebosaba de emoción por mi genial día con
Christos. Quería llamar a Madison y contarle todos los detalles. También
tenía que reclamarme por no contarme nada sobre la fiesta de Jake.
Estaba a punto de marcarle a Madison cuando mi teléfono sonó. Con eso se
fue mi buen humor y se desinfló en un optimismo comedido.
—¿Hola?
—¿Sam? —respondió tentativamente mi mamá Linda.
—Hola, mamá. —Estaba súper emocionada por mi introducción al mundo del
arte y por las cosas que el profesor Childress y Christos me habían dicho sobre mi
talento y mi progreso. Pero aún tenía mucho por trabajar y debía armarlo bien, de
lo contrario, mis padres se volverían locos y rasgarían mi optimismo en trozos.
—¿Cómo estás? —Escuché a mi mamá alejar el teléfono de su boca y gritar—
: ¡Bill! ¡Recoge el teléfono! ¡Por fin respondió!
119 Escuché la otra línea de la casa conectarse. Sí, mis padres aún tenían esa
única línea fija con varios teléfonos. Intenté enseñarles a usar Skype para que
pudiéramos chatear por video, pero siempre se las arreglaban para encontrar una
excusa para no hacerse una cuenta. Les dije que era gratuito, pero siempre salían
con la misma historia de que debían modernizar su computadora. Lo que sea.
—¡Sam! ¿Cómo estás? ¿Qué tal la universidad?
—Genial, papá.
—¿Qué tal te va con Contaduría? Apuesto a que tienes puras As.
—Síp. —O algo así. No estaba totalmente segura sobre Introducción a la
Contaduría. No era como si me volviera exactamente loca de la emoción. Dibujo
de Vida, por el contrario…
—¡Esas son noticias grandiosas —dijo mamá—. Siempre supe que serías una
genio en eso. Eres tan buena con los números.
—Estás fundando las bases para una carrera muy importante —agregó
papá—. Siempre harán falta contadores. Es un camino seguro. Tendrás asegurado
un trabajo por el resto de tu vida. Sé que serás brillante en los negocios, Sam.
—Gracias, papá.
Rodé mis ojos. Juro que ya había tenido exactamente, o trozos, de esta
conversación miles de veces conmigo misma desde que comencé clases en el
SDU.
Me di cuenta en ese momento que el sistema de creencias de la clase
trabajadora de mis padres, estaba firmemente grabado en mi propia cabeza. Era
un virus que se había adueñado de mi cerebro. O, tal vez, alguna clase de
simbiotismo escalofriante. No Iba a matarme, pero si se alimentaba de mí y se
comía mi coraje y mi sentido de la aventura a diario.
Quería llorar. Nunca soñé con ser contadora cuando era pequeña. ¿Quién lo
hace? Pero estaba segura de que mis padres tenían razón. Los contadores siempre
encontraban trabajo. Suspiré.
Mi problema era que mis padres eran de clase media sólidos. Mi familia no era
tan pobre que lo único que teníamos era nuestro amor por el otro, o tan ricos que
en lo único que pensábamos era en dinero. En su lugar, teníamos una pequeña
cantidad de amor, y otra pequeña cantidad de dinero. Pero nunca suficiente de
ninguno. Lo que sí teníamos de sobra, era un precavido sentido de responsabilidad
hacia ambos. Genial.
Mi familia estaba tan ocupada haciendo lo correcto que olvidábamos
querernos.
Pero ni toda la responsabilidad en el mundo haría que las cuentas
desaparecieran, y definitivamente que nunca se sintió como verdadero amor.
Teníamos lo peor de los dos mundos.
120 —¿Qué tal tus otras clases? —inquirió mamá.
—Bien. —Me apreté el puente de mi nariz conteniendo las lágrimas.
—¿A qué estás asistiendo, además de contaduría? —preguntó papá.
—Sociología e Historia Americana. —Ya no les quería contar sobre arte. Estaba
bastante segura de que lo arruinarían de alguna manera, sin importar lo que dijera.
Entonces no sería capaz de contener las lágrimas. Odiaba llorar frente a mis padres.
Siempre estaban dispuestos a ofrecer buenos consejos. Fríos, lógicos y útiles
consejos. Qué tonta de mí, por querer algo más.
—Esas son solo tres clases —dijo papá—. ¿No estabas tomando cuatro? —
Cortante como siempre.
—Sí.
—Bueno —presionó mamá—. ¿Cuál es la otra clase?
Me lo iban a sacar. Bien podía simplemente rendirme. Me acoracé a mí misma
esperando lo peor. Siempre había sido buena en ocultarles mis emociones. Ellos me
enseñaron como hacerlo.
—Dibujo de vida. —Esperaba que pensaran que era alguna clase de Ciencia.
Lo último que se pierde es la esperanza.
—¿Dibujo? —Mamá sonaba como si alguien le hubiera puesto una taza de
café bajo la nariz y le pidiera que lo olfateara.
—Creí que habíamos hablado de esto —dijo papá, claramente
decepcionado.
Fortalecí mi sarcasmo, y cubrí mi dolor con este. Era bueno no tener a mis
padres en video llamada. No quería que vieran la horrible cara que estaba
poniendo. Además, imité tener una soga atada alrededor de mi cuello. Me
conseguiría toda conferencia por mi actitud, si me vieran.
—¿Hablamos sobre qué? —Suspiré. Estaba divagando. Sabía a lo que se
referían. Pero me tomó un par de segundos adormecer mis emociones. Fijé mi
mirada en la ventana de la sala hacia el atardecer.
¿Por qué tenía la triste sensación de que cuando el sol se ocultara del todo
tras el horizonte hoy, mis sueños se irían con él por siempre?
El proceder responsable y previsor de mis padres estaba arrastrando mis
sueños al olvido.
—¿Qué pasó con tomar la primera parte de Micro Economías? —preguntó
papá—. Podrías haberla sacado del medio. Sabes que necesitas economía para
Contaduría Avanzada.
Suspiré.
—Tengo que tomar electivas también. Quería tomar arte.
121
—Pero hablamos sobre esto, Sam. Dejar las electivas para el cuarto año,
cuando la división de clases superiores estén más difíciles. Eso es lo más inteligente
para hacer.
—No lo sé. Supongo que quería hacer arte ahora. Explorar un poco.
—¿Explorar? —preguntó mamá, su voz cubierta con preocupación—. No
hablamos sobre exploración, ¿cierto, querido?
—No que yo recuerde —respondió mi padre ominosamente
Era como si me dijeran que era una conclusión definitiva que nunca debía
salir de la caja que habían armado para mí hace años.
Gemí. Ya había peleado esta batalla muchas veces, y siempre había estado
en desventaja. Pero en el pasado, siempre había sido en su territorio, en su casa,
donde ellos hacían las reglas. Ahora estaba en la universidad, en mi apartamento.
Estaba cansada de ceder.
Mis ojos buscaron en mi sala, tratando de encontrar algo de apoyo.
Aterrizaron en mi libro de dibujos. Me arrodillé frente a este, y busqué por la última
página. Vi los dibujos de Christos junto a los míos. Podía notarse lo mucho que había
mejorado en pocas semanas. Recordé las alentadoras palabras de Christos. De
pronto, eso fue todo lo que necesité para restaurar mi esperanza y mi resolución.
—¿Puedes cambiar Dibujo de Vida por Economía? —preguntó papá.
—¡Es demasiado tarde, papá! —dije con una mezcla de confianza, y una
pizca de incertidumbre adolecente—. ¡No puedo agregar clases ahora!
—Cuida ese tono, señorita —me advirtió mamá.
—Sí, señora.
Por un momento quise hablarles a mis padres sobre lo importante que era
dibujo para mí. Tenía buenas razones: los halagos del Christos y del profesor
Childress. Esos eran prueba válida, ¿no? Mis padres debían estar tan emocionados
como yo, ¿no?
Pero sabía perfectamente como terminaría esa conversación. Ellos atacarían
mi frágil esperanza y mi entusiasmo como buitres hasta que desapareciera. Sacudí
mi cabeza, y acaricié mi sien con una mano.
Necesitaba una aspirina. O un vaso de cianuro.
—Tomarás Economía en el próximo semestre —insistió papá—. Tienes que
tomar Economía. ¿No estás de acuerdo, Linda?
¿Por qué me sentía como una marioneta, con mis padres tirando de los hilos
intentando hacer que mi boca se moviera?
—¿Sam? ¿Escuchaste lo que tu padre dijo? —preguntó mamá.
No. No iba a tomar Economía en el próximo semestre. Que se jodan.
Finalmente estaba descubriendo que no tenía que ser la vieja y aburrida Sam Smith.
Tal vez había por ahí un inexplorado camino esperando por mí en la vida.
122
—¿Sam? —preguntó papá.
—Sam, ¿estás ahí? —preguntó mama.
—¿Sam, estás ahí?
—¿Sam? Respóndele a tu padre.
Mis padres me estaban presionando como siempre hacían. Como perros de
pastoreo mordisqueando mis talones hasta que me pusiera en línea junto a las otras
ovejas y recuperara mi camino hacia el aburrimiento y la seguridad,
escondiéndome en el establo con las demás almas perdidas.
—Tomarás Economía la próxima vez, ¿cierto Sam?
—Supongo. —Me dije a mi misma que era mentira en defensa para no tenerlos
sobre mi cuello. Esperaba poder mantenerme firme, pero ya estaba sintiendo cómo
lentamente me llevaban hacia su lógica responsable.
—Puedes tomar más electivas en el último año —dijo mamá—. Incluso puedes
tomar arte. Pero, por favor, escucha a tu padre. Enfócate en tus clases de
Economía y Contaduría ahora. Nos lo agradecerás luego cuando tengas esas
clases de división superior. Recuerdo lo difícil que fueron para mí.
Mi mamá había sido gerente de su oficina desde el día en que volvió al
trabajo cuando yo tenía seis meses. Odiaba su trabajo, pero decía que
necesitaban el dinero. Quería preguntarle si se lo agradecería cuando terminara
atascada en un trabajo que odiaba cuando tuviera su edad.
—Supongo —murmuré.
¿Cuándo mis padres se habían vuelto mis carceleros? Me sentía como si
hubiera estado sumida en el síndrome de Estocolmo desde que hablamos en serio
sobre la universidad dos años atrás. No había estado de acuerdo con muchas de
sus decisiones a lo largo del camino, pero de alguna manera les había permitido
tomar la mayoría de ellas por mí, simplemente para evitar su incesante reproche.
La única razón por la que me habían permitido asistir a la lejana SDU, era
porque la facultad de negocios estaba altamente recomendada por graduados.
Si les hubiera contado sobre todo el drama que había tenido que soportar durante
penúltimo y último año…
Perra. Zorra. Puta. Suicida.
Provocadora.
Taylor
… probablemente me hubieran obligado a asistir a terapia y a una
Universidad cerca de casa. Hubiera quedado atrapada en su capullo de
elecciones conservativas por el resto de mi vida.
—… así que tu madre y yo le dijimos a Fred y Donna que tendrían que tomar
el cuarto del primer piso del condominio este invierno —relató monótonamente mi
123 papá.
¿Por cuánto tiempo habían estado hablando de esta mierda mis padres? No
lo sé Les dejé llenarme el oído hasta que me dijeron que tenían que irse a la cama,
por la diferencia horaria de tres horas.
—Buenas noches, Sam —dijo papá.
—Cuídate, hija —dijo mamá.
Hubo una embarazosa pausa mientras esperaban por mi respuesta. Esta se
amplió en un hueco infinito; la distancia entre su mundo y el mío. Ellos se
encontraban al otro lado de un abismo gigante, tratando de decirme qué hacer.
El único problema, es que yo me sentía como si estuvieran alentándome a saltar a
ese enorme e infernal abismo que era mi futuro. A ser enterrada en el fondo con las
palabras:
“Aquí yace Sam Smith.
Era responsable.
QEPD”.
No estaba lista para ese salto. No podía permitírmelo a mí misma. Sabía que
la caída significaría una lenta, larga y miserable muerte. La vergonzosa pausa se
había alargado hasta una genuina incomodidad ahora. De nuevo agradecí que
no estuvieran en video.
—Buenas noches, mamá. Papá.
Como siempre, no suficiente amor y no suficiente dinero. Justo en el medio del
camino. Las náuseas subieron por mi garganta. Me las tragué, y colgué.
A la mierda todo.
Christos explicó que Jake vivía en una enorme casa cerca de la playa, con
cuatro de sus amigos de surfeo y dos de sus novias. La calle de enfrente estaba
atestada de autos estacionados. Dentro, estaba totalmente abarrotado de gente.
Fue un alivio que la mayoría no tuviera puesto disfraz. Me encantaba lo causal que
San Diego era cada vez que salía.
Christos parecía conocer a la mitad de las personas solo de vista pero aun así
todos le chocaron los puños y lo palmearon en la espalda. Me sentía como si
estuviera con una estrella de rock mundialmente famoso.
Encontramos a Jake y Madison juntos. Madison estaba de puntitas
susurrándole en el oído a Jake. Ninguno de los dos usaba disfraz.
Cuando nos vieron, Jake se volvió hacia Christos.
126
—¡¿Qué tal hermano?!
Se estrecharon las manos e hicieron alguna clase de saludo secreto que
incluía chocar los codos. Había tantos movimientos fluidos que estaba segura que
los estudiaron en Julliart.
Madison y yo nos abrazamos sin la necesidad de ninguna coreografía
excesiva.
—¡Trajiste a Adonis! —dijo Madison bebiendo de su vaso de plástico rojo—.
Qué chica con suerte —guiñó.
Jake y Christos estaban ocupados hablando con un grupo de chicos. Sonreí
enormemente y la golpeé en el brazo.
—¡Eres toda una traidora, Mads!
—¿Qué?
—¿Cómo pudiste no decirme sobre la fiesta de Jake?
Se rió.
—¡Tranquila chica, Me enteré recién hoy. Jake me lo dijo esta mañana
cuando estábamos surfeando. Me dijo que había sido una cosa de último minuto.
Te iba a decir cuando te llamé esta tarde. ¿No revisaste tu teléfono?
—Oh, uh. No. Mis padres llamaron para… —rodé los ojos—, controlarme.
Entonces tuve que limpiar mi casa antes de la fiesta.
—¿Limpiar tu casa? No es como si la fiesta fuera en tu apartamento.
—En caso de que quien sabes quién, entrara. —Señalé hacia Christos.
—Lo tuyo sí es serio, chica.
—¿Qué se supone que eso significa?
—Nadie limpia por un chico a menos que sea amor.
—¡No estoy enamorada de él! Es mi tutor.
—Aún.
—¿Qué?
—No estás enamorada, aún.
—Estás loca, Mads. No importa. —Me incliné hacia ella y le susurré—: Adonis
me contó todo sobre cómo Jake habla de ti todo el tiempo.
—ODM. ¿Lo hace?
—¿Quien está enamorada ahora? —Hice mi cabeza hacia atrás y esbocé la
sonrisa más altanera que pude—. Más te vale que vayas preparándolo todo. No
pienso usar algún estúpido vestido de madrina color mandarina o fucsia. Elige un
127 verdadero color.
—¿Qué hay del pastel?
—Aún no estás en el altar.
—Vegas solo queda a cinco horas de aquí. No me tientes Sam. —Ella brillaba
de alegría de estar enamorada. La envidiaba tanto.
Las orejas de Christos y Jake debían estar ardiendo porque los dos se volvieron
hacia nosotras.
—¿No quieren algo de tomar? —preguntó Jake.
Christos me miró.
—¿Samantha? ¿Qué vas a tomar?
—Nada que contenga Rufis7 —le advirtió Madison.
—Yo no necesito Rufis —dijo confiadamente Christos—. Las chicas se
desmayan con solo verme a dos cuadras de distancia.
—Sí, claro —grité.
—Cuando Freud inventó el término super ego estaba pensando en Adonis —
dijo Madison.
Jake rodeó con un brazo los hombros de Christos.
—¡Ese es mi chico!
7
Rufis: un fármaco hipnótico que se usa como droga para cometer violaciones.
—¿Dónde está la cantina, hombre? —le preguntó Christos.
—Atrás.
—Vayamos por algunas bebidas, Samantha.
Madison se quedó con Jake. La saludé.
—Los veo luego, chicos.
El patio era enorme. La gente se arremolinaba en el piso de madera que
rodeaba una enorme piscina. Nadie estaba nadando, pero estaba lo
suficientemente cálido por si la gente tenía ganas de mojarse. Había dos barriles
de cerveza junto a una mesa cubierta con varias botellas de bebidas muy
alcohólicas.
—¿Cuál es tu veneno? —preguntó Christos.
—Oh, no bebo —mentí. Pasar el día con Christos me hacía sentir viva. A pesar
de la desalentadora llamada con mis padres, la mayor parte de mi buen humor se
mantenía. No quería ahogarlo bebiendo.
Christos llenó un vaso de cerveza del barril.
—Tienes que beber algo. ¡Es Noche de Brujas!
—Creí que Halloween era para dulces.
128
—¿Quieres algo dulce? Me tienes a mí para eso. —Se rió cuando le rodé los
ojos—. ¿Qué te parece Vodka con fresa?
No iba a convencerlo. Un trago no me iba a hacer nada, ¿no? Podía
mantenerlo toda la noche.
Con renuencia acepté y Christos preparó mi trago. Caminamos alrededor de
la fiesta mientras lo bebía. ¿Cuantos sorbos tenía que tomar para llegar al centro
de un vodka con fresas? Con suerte más de uno dos o tres. Esperaba que fueran al
menos quince.
Como había esperado, siempre que volteábamos por algún lugar había
alguna caliente chica abalanzándose sobre Christos.
Me tuve que aguantar escuchar un constante chillido de voces femeninas
exhortando Adonis esto, y Adonis aquello.
¿Por qué tenían que ser todas más altas que yo? Me sentía una pitufo. Creo
que el que la mayoría de sus admiradoras estuviera usando minifaldas y tacones
de seis cm. de alguna manera tenía algo que ver con eso. Pero eran todas
malditamente piernudas y claramente eran miembros definitivos del Club Figura de
Guitarra. Tal era así, que me sentía afortunada cada vez que obtenía la atención
de Christos por más de un minuto.
Pero, no eran solo las chicas. Los chicos también lo bombardeaban. Nunca
había visto tantos enamoramientos y romances de una sola vez. Todos querían la
atención de Christos. Y él parecía feliz de complacerlos.
No podía culparlo. Se reía y bromeaba con todos. Yo lo observaba desde
lejos, atrapada en mi propia cabeza. Así que me encogí en mí misma, mi destino
favorito. Había sido una solitaria certificada durante los últimos dos años.
Ya había trazado profundamente hacía tiempo el mapa de la soledad. No
era la gran cosa.
Un rato después, dejé a Christos con sus muchas conversaciones. Vagué por
la casa hasta encontrar el baño. La línea era larga. Esperé mientras la gente a mi
alrededor disfrutaba plenamente de sí misma. Tal vez necesitaba beber más. Me
tragué el resto de mi vodka de fresa. Estaba bastante segura que Christos no le
había puesto mucho alcohol. No parecía haberme dado más que un ligero
zumbido. ¿Estaba siendo un caballero? ¿O sobreprotector? Considerando su
ausencia no podía decirlo.
Finalmente me tocó el baño. Me puse de cuclillas sobre la tasa mientras
orinaba. Demasiada gente había usado ya el baño antes que yo, no me iba a
arriesgar. Cuando salí la música estaba a todo volumen
—Yay —murmuré para mí sarcásticamente—. Bailar. Justo lo que necesitaba.
No.
129
132
Trece
E
l primer lugar obvio para comprobar era en el patio trasero. Ahora
había más bailarines que antes. Me sorprendió que los policías no
hubieran aparecido todavía, debido a todo el jaleo.
Caminé a través de los cuerpos retorciéndose, buscando a Christos. Los
universitarios borrachos me rodeaban. Podía oler el alcohol en el aire. ¿Era en el
sudor de todos? ¿Cuánto había bebido la gente? Apuesto a que los barriles
estaban vacíos y la mesa de alcohol ya estaba limpia.
Me sentía estúpida caminado normalmente a través de la multitud, mientras
la gente bailaba a mi alrededor, así que puse mis brazos en el aire y traté de
reavivar algo de mi baile entusiasta de cuando estaba temblando con Christos
antes. Varios chicos intentaron bailar conmigo, pero yo seguía en movimiento.
Estaban demasiado borrachos tocarme exitosamente o seguirme.
En un momento dado, pasé un hombre bailando con una chica menor que
yo. Tenía cabello oscuro. Por un momento, me había quedado atrapada detrás de
133 ella, así que escaneé en la multitud por Christos. El chico bailando con Pequeña
Chica, que tenía la cabeza rapada y tatuajes en su cuero cabelludo, no dejaba
de mirarme. Me estaba poniendo nerviosa. Hice lo que pude para ignorarlo
mientras trataba de mirar a la multitud más allá de él.
Un momento más tarde, sentí un dedo tieso en mi hombro.
—¿Tienes un problema?
Me di la vuelta y descubrí a Pequeña Chica mirándome con el ceño fruncido.
La ira en sus ojos me tomó por sorpresa, y también sus tetas enormes. Creo que
cada una era más grande que mi cabeza. No sabía qué decir.
—¿Estás mirando a mi novio?
Estaba confundida .
—¿Quién es tu novio?
—Cassandra, cálmate —dijo el hombre con la cabeza rapada, el que había
estado bailando con ella.
Cassandra pasó de cero a perra en menos de un segundo. Se dirigió a él.
—Cállate Emilio. Quiero saber por qué esta zorra te estaba comprobando. —
Ella se volvió hacia mí—. ¿Estás mirando mi hombre, ho?
Zorra.
—¿Qué? ¡No! ¡Estoy buscando a mi amigo!
Cassandra debió sentir mi miedo, porque se lanzó al ataque.
—No mires a mi novio, perra.
Perra.
—¡No lo estoy! —Traté alejarme de ella, pero sus tetas estaban en el camino.
Provocadora.
—¿A dónde vas, puta ? ¡No he terminado de hablar contigo!
Puta.
—Cálmense, chicas —dijo Christos, de repente de pie junto a nosotros—. No
hay razón para enojarse.
Cassandra miró a Christos.
—¿Quién diablos eres?
Christos puso un brazo protector alrededor de mí.
—Soy su novio. ¿Quién eres?
¿Novio? ¿Me perdí de algo?
Cassandra no supo cómo responder a la pregunta de Christos. Su rostro luchó
consigo mismo. Eventualmente, dijo:
—¡La perra estúpida estaba mirando a mi hombre!
134
Christos le mostró un hoyuelo a Cassandra.
—Relájate, cariño. Ella no estaba tratando de robar a tu hombre. ¿Por qué iba
a hacerlo, cuando me tiene a mí?
—Hey, jugador. No llames a mi chica cariño —dijo Emilio.
La siguiente cosa que supe, fue que Emilio y Cassandra se volvieron hacia
Christos como un equipo. Los que bailaban notaron la tensión. Un círculo se amplió
a nuestro alrededor. Grande. ¿Iba a tener que luchar con Cassandra mientras que
Christos luchaba contra Emilio? Sería un nuevo significado a la frase “peleando
como perros y gatos”.
—Cálmense, ustedes dos —dijo Christos—. No estoy tratando de llevarme a tu
chica, y mi novia no está tratando de llevarse a tu hombre.
—Veo cómo estas mirando a mi chica —gruñó Emilio.
—¿Por qué iba a estar mirando a tu chica cuando tengo mi propia novia
caliente?
—¿Tú dices que mi Cassandra no es lo suficientemente caliente como para
ti? —gruñó Emilio—. ¿Dices que tu novia es todo eso?
¿Qué? No podía seguir la lógica de Emilio.
—Yo no he dicho eso. —Christos se rió entre dientes—. Tú lo hiciste.
Cassandra se giró a Emilio. Puso los puños en sus caderas y voz baja le dijo:
—¿Qué acabas de decir?
Los ojos de Emilio se abrieron con horror.
—Nada, cariño.
—¿Que acabas de decir, Emilio?
—No he dicho nada, nena. ¡Te lo juro!
—¡Ya te he oído! ¿Crees que esta perra es más caliente que yo? Lo hiciste,
¿no?
—¡No, Cassandra! ¡Te lo juro!
—¡Lo hiciste!
Yo estaba estupefacta. Christos acababa de hacer que Emilio y Cassandra
se enfrentaran. Las garras de Cassandra habían estado a punto de cortar mis ojos
hace unos pocos segundos. ¡Ahora tenía su mirada puesta en su propio novio!
Cassandra entró en erupción como un volcán inflamado. Comenzó a
abofetear a Emilio como una hiena psicópata. Corrió hacia la multitud de
bailarines, los cuales habían dejado de ver el drama. Cassandra lo persiguió por
todo el césped, pisándole los talones.
Emilio esquivó a un grupo de personas de pie cerca de la piscina. Tropezó y
se zambulló de cabeza en el agua. Cassandra se lanzó tras él sin pensarlo dos
135 veces.
—¡Vuelve aquí, Emilio! ¡Siempre supe que eras un perro! —Nadó en el agua,
tratando de llegar a él. Su cabello se aferraba a su cabeza como un trapeador
húmedo.
El perro nadó lejos de ella tan rápido como podía.
—¡Vuelve aquí, Emilio!
La multitud se rió ante el dúo loco.
—¡Si pongo mis manos sobre ti, Emilio, te voy a cortar las bolas!
Contuve mi risa.
Christos se rió entre dientes, me sonrió y me apretó el brazo.
—¿Estás bien?
—¿Cómo demonios hiciste eso? ¡Fue como un maldito truco mental Jedi!
—¿Has oído esa vieja cosa de artes marciales sobre el uso de la fuerza de tu
enemigo en contra de ellos?
—Uh, supongo.
—Esa chica tenía más celos que todo el mundo en la fiesta juntos. Todo lo que
tenía que hacer era apuntar lejos de ti, hacia su novio. Del resto se hizo cargo por
sí misma.
Christos inclinó la barbilla hacia la piscina, donde Emilio estaba saliendo de la
parte menos profunda mientras Cassandra tenía el agua casi hasta el cuello. Era
realmente pequeña.
Me volví hacia Christos.
—Pero todavía no entiendo por qué estaba tan celoso. ¿Qué la tenía tan
preocupada?
—¿Hablas en serio? —Christos se burló—. ¿Cuándo fue la última vez que te
miraste en un espejo?
No lo seguía. Me encogí de hombros.
—Eres fácilmente la chica la chica más caliente en esta fiesta.
Me eché a reír.
—No, lo soy. —La verdad era, que Cassandra era muy bien parecida, a pesar
de lo zorra que era para mí. No tenía que preocuparse de que le robara ningún
chico.
Christos sonrió y negó.
—Necesitas conseguir tu examen de la vista. Esa pobre chica estaba
totalmente celosa de tu apariencia.
136 —Eso no tiene ningún sentido.
—Lo tiene para mí.
La gente alrededor de nosotros se había cansado de ver el espectáculo de
Emilio y Cassandra goteando por el lado de la piscina, y habían vuelto a bailar.
—¿Quieres bailar? —preguntó Christos.
—Por supuesto.
La música cambió de repente a una canción lenta. Christos me tomó en sus
brazos y lo miré a los ojos. ¿Cupido había elegido la lista de reproducción?
Mis manos se presionaron ligeramente contra el duro pecho de Christos. Tenía
la intención de poner mis brazos en señal de protesta, pero ahora sentía sus
músculos del pecho flexionándose debajo de la camisa. Movimiento en falso por
mi parte.
Quería inclinar mi mejilla contra su pecho, pero resistí a la tentación. Así que
deslicé mis brazos alrededor de su espalda musculosa. Otro movimiento en falso.
Él me tiró más cerca. Estaba envuelta en sus brazos, protegida de todo en el
mundo. Levanté la vista hacia él. Me miró a través de sus gruesas pestañas. ¿Si no
hubiéramos estado solos aquí el día de hoy?
Toda la parte frontal de mi cuerpo contra el suyo. Su pelvis presionando
suavemente con la mía. Empecé a palpitar abajo. Las sensaciones de hormigueo
revoloteaban de mis muslos e iban por mi columna vertebral. Mis pechos apretados
contra la parte superior de sus abdominales. Me incorporé a él con fuerza.
Sorprendida por mi propia audacia, lo miré, esperando el rechazo.
Él bajó la mirada hacia mí. Una lenta sonrisa se extendió por sus labios. Quería
lamerlos. Creo que leyó mi mente, porque su lengua se deslizó fuera de su boca y
la pasó por su exquisito labio inferior. El calor estalló en mi pecho y corrió hasta mi
cara. Lo necesitaba para darme un beso. Eché la cabeza hacia atrás y separé mis
labios con un suspiro. Mis pestañas revolotearon con anticipación.
Se inclinó hacia mí. Sus ojos de pronto parpadearon y frunció el ceño.
—No podemos hacer esto.
Él se apartó y me soltó de sus brazos.
—¿Qué?
—Soy tu mentor, Samantha. No tu novio. —Hola, rechazo. Me sorprendió oírle
decirlo después de que había defendido mi honor frente a Cassandra y Emilio
llamándonos novio y novia. Pero eso fue sólo una estratagema que había utilizado
para calmar la situación. En realidad no lo había querido decir.
No estaba segura de si se suponía que debía estar herida o enojada. O no
sentir nada en absoluto.
Quería huir. Quería quedarme. Entonces me acordé de lo que había oído
137
decir a Jake en la casa. ¿Era posible que Christos tuviera mis mejores intenciones
en mente? ¿Que él quería ayudarme a ser una artista, no simplemente conectar
conmigo como lo hizo con todas sus otras novias?
Me había decepcionado en algún nivel. Sé que había visto deseo genuino en
sus ojos. Por un instante. Quería que esa sensación fugaz durara para siempre. Pero,
por otro lado, nunca había tenido a alguien que se dedicara a ayudarme a realizar
mis sueños más allá de la carrera de contador.
¿Que era más importante para mí?
¿Mentor de arte o novio caliente? ¿Una carrera que realmente quería, o este
hombre asombroso? ¿Podría tener las dos cosas? ¿O interferiría?
Esto era malísimo. Honestamente puedo decir que no me podía decidir. Mi
madre habría dicho que quería tener mi pastel y comérmelo también. ¿Qué
demonios significaba eso? ¿Quién servía pastel y les decía a todos que no se lo
comiera? Eso nunca sucedió en la vida real. Que te jodan, mamá.
Lo quería tanto.
Christos tenía una mirada de dolor en su rostro. Él no iba a dejar que me
comiera su maldito pastel.
—Necesito un poco de aire —le dije, retrocediendo. Me di la vuelta y pasé
más allá de las otras parejas antes de que me pudiera seguir.
Me encontré en la casa y vague de una habitación a otra. Las lágrimas
corrían de mis ojos. Pensé que podía detenerlas, pero era imposible. El rechazo de
Christos dolía demasiado.
Finalmente, encontré a Madison. Estaba besándose en un pasillo oscuro con
Jake.
—¿Me puedes llevar a casa? —le rogué entre lágrimas.
Madison rompió su beso con Jake.
—¿Qué pasa, Sam? ¿Qué pasó?
—Tengo que irme. Lo siento, Jake. Realmente necesito que Mads me lleven a
casa. — Jake y Madison intercambiaron una mirada de preocupación.
—No hay problema, Sam —dijo—. Cuida de ella, Mads.
Madison tomó su bolso de la habitación de Jake y me acompañó hasta su
auto. Afortunadamente, no estaba estacionada con todos los coches en la calle.
—¿Qué pasó, Sam?
138
—Fue Adonis.
Las cejas de Madison se juntaron.
—¿Qué te ha hecho? Ese tipo es un jugador. ¡Sabía que te iba a hacer daño!
—Samantha. —Christos vino corriendo hacia nosotros—. ¡Ahí estás!
—Lárgate de aquí, imbécil —dijo Madison—. ¿No has hecho bastante daño?
—Madison le lanzó una mirada de advertencia.
Christos detuvo en seco.
—No, Mads —le dije—. Está bien. No lo entiendes.
—Samantha, no había terminado —dijo, exasperado—. Yo quería decirte…
—¡Ahí estás, cabrón! —gritó Emilio, pavoneándose por el camino de entrada,
todavía húmedo de su chapuzón en la piscina—. Cassandra rompió conmigo y me
dejó aquí, a mí. Si tu novia no hubiera estado en mi mierda, nada de esto habría
pasado. Es tu maldita culpa.
Emilio tenía dos amigos con él. Ambos parecían igual de rebeldes y enojados.
—Tranquilo, hermano —dijo Christos—. No tengo tiempo para esto ahora.
Podemos arreglarlo más tarde.
—Estamos trabajando en eso ahora, hijo de puta —intervino Emilio y alanzó su
puño a la cabeza de Christos.
Christos se movió hacia un lado y agarró a Emilio por la muñeca con una
mano mientras empujaba contra la parte posterior del codo de Emilio con su palma
abierta. Se giró y lanzó Emilio a la puerta de un auto estacionado. Primero su
cabeza.
Emilio cayó como roca.
Madison y yo intercambiamos una mirada de sorpresa.
Los dos amigos de Emilio se pararon en seco, conmocionados. Emilio era más
grande que los dos. Ninguno de ellos era remotamente tan grande como Christos.
—¡Fuera de aquí, o serán los siguientes —advirtió Christos—. Lleven a su amigo
con ustedes.
Emilio gimió en el suelo.
Uno de sus amigos metió la mano en el bolsillo.
—Cualquiera que sea la mierda que estás alcanzando en el bolsillo, detente
en este momento —gruñó Christos. Avanzó un paso hacia el chico—. O voy a
romper tu maldito brazo.
El chico se detuvo.
—Está bien, hombre. Sólo las llaves del auto.
139 Christos lo fulminó con la mirada.
—Sácalas lentamente. Con los dedos.
El tipo sacó las llaves de su bolsillo con el dedo índice y el pulgar. Las hizo sonar
para que todos las vieran.
—¿Ves? Sólo son llaves.
—Muy bien, saquen su mierda de aquí.
Los dos amigos ayudaron al aturdido Emilio a levantarse. La sangre goteaba
de la nariz de Emilio. Ellos pusieron sus brazos sobre sus hombros y lo llevaron a la
oscuridad.
—¿Qué. Demonios. Acaba. De. Pasar? —preguntó Madison, con la boca
abierta.
—No tengo idea —le dije. Me eché a reír. Creo que estaba liberando la
tensión. Madison se unió. Ambas miramos a Christos.
Él se encogió de hombros.
—No me mires a mí. Te juro que no tuve nada que ver con su ruptura. Ese chico
se trajo todo a sí mismo. Su novia era un melocotón.
—¿Me estoy perdiendo algo? —preguntó Madison.
—Te lo diré más tarde —le dije.
Madison miró de mí a Christos.
—¿Están bien ustedes dos? ¿Tengo que intervenir?
Le sonreí a Christos.
—No, estamos bien. ¿Podemos tener un poco de privacidad, Mads?
—Hablen entre ustedes —dijo Madison, chasqueando sus dedos extendidos—
. Voy a estar en el interior, si me necesitas. —Entró en la casa.
—Quería darte explicaciones —dijo Christos—. Allá.
Lo miré y arqueé las cejas.
—Por favor, continúa.
—Samantha, eres una joven hermosa. Nadie está negando eso.
Me sonrojé e incliné la barbilla hacia abajo, tratando de ocultarme. Pero lo
miré tímidamente por debajo de las cejas.
—La cosa es que no quiero que nada pase entre nosotros en medio de la
tutoría.
—No está en el medio.
—No en este momento, pero podría. No quiero que eso… —Su voz se
desvaneció. Sus ojos se estrecharon y miró por encima de mi hombro.
140 —¿Qué?
—¡Al suelo¡ Ahora. —Él me empujó a mis rodillas.
—¡Christos! ¿Qué estás haciendo? —Cuando recuperé mi equilibrio, me giré y
vi un auto en la calle, al final del camino de entrada. Emilio y sus amigos. Las
ventanas estaban hacia abajo. Uno de los amigos se asomó por el asiento de atrás
con un arma.
Christos se lanzó sobre mí.
—¡Abajo! —Llegamos detrás de un coche en el camino de entrada.
Escuché cinco disparos y luego el motor. Los neumáticos chirriaron y el coche
salió a toda velocidad.
—¿Estás bien? ¿Te han disparado? —preguntó Christos desesperadamente.
—¡No lo sé, no lo sé!
Madison, Jake, y varias otras personas salieron corriendo de la casa. Todos
estaban gritando.
—¿Qué mierda? —Jake gritó—. ¡Alguien le disparó a alguien! —Una persona
al azar lloró.
—¡Sam! —gritó Madison. Ella corrió hacia mí—. ¡Sam! ¿Estás bien?
—No lo sé. Yo… yo creo que sí.
—Amigo, ¿estás bien? —le preguntó Jake a Christos.
—Sí, hombre. Tengo salir de aquí. Los policías van a estar en todo el lugar en
un par de minutos.
—Está bien, hermano. Ve.
Christos me miró.
—¿Estás bien? —Miró por todo mi cuerpo—. No te dispararon, ¿verdad?
—No lo creo.
—Madison —dijo, mirándome directamente a los ojos—. Asegúrate de que
esté bien. Me tengo que ir. Ahora.
Ella asintió.
—¡Espera! ¿Por qué te vas? —lloré—. ¡Tú no has hecho nada! ¡Nos dispararon!
—Me tengo que ir, Samantha. —El pánico en su rostro.
Se puso de pie antes de que pudiera detenerlo y se echó a correr por la calle
hasta su auto. Oí sus neumáticos chillar, y estoy bastante segura que condujo en la
dirección opuesta del auto de Emilio, al menos no los perseguiría.
Así que ¿por qué estaba corriendo? Le di Jake una mirada suplicante.
—¿Por qué se fue?
147
Catorce
N o vi a Christos en el campus la semana después de la fiesta. Creo que
me estaba evitando. Cuando lo llamaba, siempre se iba al correo de
voz. Cuando le enviaba mensajes de texto, siempre respondía con el
mismo mensaje:
Te veré el sábado. 1:00 p.m. Trae el cuaderno de bocetos, lápices. Usa
zapatos cómodos.
Supongo que podría haber sido peor. ¿Qué tenía con los zapatos?
A mediados de la semana, la separación me estaba volviendo loca. Decidí
lanzarme en una fiesta de pena durante el almuerzo con Romeo y Kamiko. Los
tacos de pescado siempre me hacían sentir mejor.
Ya habían oído sobre el tiroteo en la fiesta de Jake. La información estaba por
todo el campus. El tema no estaba dispuesto a tener una muerte rápida.
—He estado trabajando en el diseño de un chaleco antibalas de moda para
148 ti, Samantha. ¿Quieres verlo? —bromeó Romeo.
—Realmente no es gracioso, Romeo —dijo Kamiko.
Comí un bocado de mi taco de pescado y de inmediato sentí la tensión en
mi estómago desplomarse. Al menos la comida todavía tenía el poder para sofocar
mi malestar. Me había comido todo el helado restante en la casa durante las
últimas noches.
—¿Qué? —Romeo parecía herido—. ¡Ella necesita uno! ¿Después de la fiesta
de Jake? ¿Dónde estaba Sam? ¿Detrás de las líneas enemigas?
—Fue al azar, Romeo. Nadie en la fiesta sabía quiénes eran esos tipos. Deben
haber caído ahí.
—¿Cuántos policías se presentaron?
—No lo sé. Mads dijo que eran como diez autos.
—Suena interesante.
Me di cuenta que Romeo estaba tratando conocer la verdad de todo esto,
pero no estaba funcionando realmente.
—No lo fue, Romeo. Nos dispararon. No fue una aventura.
Kamiko le lanzó una mirada fulminante.
La cara normalmente traviesa de Romeo se calmó hacia la seriedad por una
vez.
—Lo siento. Tienes razón. No debería estar bromeando acerca de esto. Creo
que en realidad, me asusta totalmente. Podrías haber salido herida. No querría que
eso ocurriera.
—Está bien, Romeo. Lo entiendo. Fue muy traumático.
Romeo se iluminó de nuevo.
—Así que, ¿cuándo verás a Adonis de nuevo? Él parece haber desaparecido.
No les había dicho acerca de los nuevos límites establecidos por Christos.
Habían estado molestándome en busca de noticias durante toda la semana. Me
decidí a exponerlo.
—Él dijo que debemos restringir nuestra relación a estrictamente de
enseñanza.
—¿Qué? —Kamiko se sorprendió—. ¡Ustedes hacen una muy linda pareja!
—Ya no más. Pero me voy a reunir con él el sábado para otra sesión. Eso es
todo lo que sé. ¿Podemos cambiar el tema? Kamiko, ¿cómo estuvo el último
episodio de Adventure Time?
Eso fue suficiente para desviar la conversación de Christos y yo.
—He decidido que quiero casarme con Finn el Humano. —Ella se rió.
—Son perfectos el uno para el otro. —Romeo se rió.
149 Tal vez si veía más cómics como Kamiko, no estaría tan deprimida por todo.
No, sólo tenía que abastecerme de más helado en el camino a casa.
161
Quince
D
e vuelta a mi apartamento, agarro una cuchara y un bote de helado
del congelador, y me desplomo en el sofá con mi contrabando
azucarado.
A pesar de todo el drama en mi vida desde que comenzó la universidad, me
las arreglé para mantener mis atracones milagrosamente al mínimo hasta el
momento, en comparación con años anteriores.
Esta noche, me decidí a relajar mis reglas y disfrutar el cerdo entero. Nunca
mejor dicho.
Comí el helado con tanta facilidad. Al principio, estaba consumida por los
efectos intoxicantes de la comida chatarra. Oh, dulce rendición. Pero cuando
estaba medio llena, me alejé de la vacía caja de cartón de helado con desdén.
Aunque sólo había comido un solo bote, me disguste por mi falta de control,
no sólo con mi atracones, sino con todas las cosas horribles que le había dicho a
Christos.
Consideré seriamente ir corriendo al congelador y arrojar todo el helado
162
restante en una bolsa de basura y llevarlo hasta el contenedor de basura afuera.
Pero eso se sentía tan caótico como mis atracones. Hice mi mejor esfuerzo
para calmarme. Usaría la fuerza de voluntad para hacer una buena elección. No
caliente-en-el-momento-extremo.
Con las manos en las caderas, busqué en mi apartamento algo, cualquier
cosa, para distraerme. Entré en mi habitación y cavé a través de mi estuche de
maquillaje. Encontré lo que buscaba en la parte inferior.
Esmalte de uñas negro. Todavía quedaba algo. Nunca debí habérmelo
quitado un par de semanas atrás. Pero eso no era realmente el punto. Había algo
terapéutico en el proceso de aplicarlo. Y una vez que está en marcha, te ves
obligado a sentarte y no hacer nada hasta que se seca.
Una forma de revestimiento directamente de moda. Era lo mejor que podía
tener con poca antelación.
Me senté en el sofá y pase el pincel negro sobre mi dedo índice.
Emo.
Cállate.
Gótica.
Apliqué esmalte en mi dedo medio, y me detuve por un momento para rizar
mis otros dedos y revisarlos.
Que te jodan. Sonrisa falsa. Perra.
Bruja.
¿Y qué? ¿Y qué carajo? No me importaba lo que la gente me llamaba. Tuve
problemas que no podían empezar a comprender. Así que yo misma me blindaba
detrás del negro.
Abrí mis uñas mojadas delante de mí y sonreí. Mi viejo amigo, el aislamiento.
El único problema con el aislamiento era que tenías que escuchar las voces
dentro de tu cabeza.
Perra. Zorra. Puta.
Pensé en llamar a Madison. Ella era la más ligada a Jake, para tener un buen
rato mientras me ahogaba en malos recuerdos.
Calientapollas
Además. No quería pensar en mi pasado. Ya había tenido suficiente de él.
Taylor.
¡Maldita boca! Decidí salir de esto con fuerza de voluntad.
Si iba a reinventarme, como me había prometido cuando me matriculé en la
SDU, tenía que olvidarme de las uñas negras y los malos recuerdos para siempre. En
este punto, mi piel era dorada y mi cabello deslavado se había aligerado
notablemente de los enjuagues de jugo de limón y todo el tiempo que había
pasado en el sol con Madison. No estaba dispuesta a tirar todo mi trabajo duro.
163 Saqué la acetona y limpié todo el esmalte. Que te jodan, negro. No voy a
volver nunca.
Recordé que todavía tenía el cuaderno de dibujo de Christos. Lo saqué de mi
mochila y lo hojeé.
Sus dibujos eran impresionantes. Todo lo que él dibujó se veía tan real. Era un
artista increíble comparado conmigo.
La desesperación se coló por debajo de mi conciencia. ¿A quién engañaba?
Mis padres tenían razón acerca de contabilidad.
Después de mi golpe a Christos, la tutoría estaba probablemente fuera.
¿Cómo iba a seguir avanzando sin su ayuda?
Todas las llamadas telefónicas con mis padres eran siempre lo mismo.
Embistiendo precaución por mi garganta.
Regresé al último dibujo en su cuaderno de bocetos. Uno con mi retrato.
Doblé hacia atrás el pliegue en la parte inferior de la página cubriendo todo, desde
la barbilla hacia abajo.
Debajo de mi cara, Christos había dibujado un cuerpo de dibujos animados,
como uno de esos dibujos caricaturescos que podemos encontrar en los parques
de atracciones. Me había representado usando un delantal de artista, y me paró
frente a un caballete y lienzo, sosteniendo una paleta de pintura en una mano, y
un pincel en la otra. Debajo de mi cuerpo unas letras mayúsculas que decían
“Samantha Smith, Maestra Mundialmente Famosa”. Debajo de eso, en letra cursiva:
“¡Tú puedes hacerlo!".
¿Esto era como un regalo?
Ahora me sentía como una completa idiota. Un bebé inmaduro. ¿Qué
pasaba conmigo? Christos era totalmente solidario con mis sueños. Me animó de
una manera que mis padres nunca podrían. Se preocupaban por ser golpeados
por la vida. Miro hacia arriba, hacia los cielos, donde se cumplen los sueños.
Sin él, estaba perdida.
Sería volver a donde estaba cuando me fui D.C.
Emo. Gótica. Bruja.
Huir cuando mis dedos se quemaron.
Provocadora.
Huir de mi dolor.
Suicida.
Siempre huyendo de lo que sabía era lo correcto.
Taylor.
Ese nombre. Había intentado tanto bloquearlo. Odiaba ese nombre. Todavía
me arrastraba hacia abajo.
Debido a la vergüenza. A causa de la culpa.
A causa de las mentiras. Las que me seguía diciendo todos los días.
164 No podía permitirme pensar sobre la verdad o me cortaría las venas.
Literalmente.
Taylor.
Cada vez que pensaba en ese nombre, quería huir de mi propia vida.
Taylor.
Debido a la que había arruinado.
Taylor.
Era demasiado.
Taylor.
No fue mi culpa.
Suicida.
Fue culpa mía.
Provocadora.
No podía dejarlo ir. La ira, el odio, la falta de respeto por la vida humana
básica.
El egoísmo.
Taylor.
Agarré mi bolso y las llaves del coche y corrí hacia la puerta principal, con los
ojos llenos de lágrimas. Corrí por la autopista en mi VW, sollozando
incontrolablemente, con la esperanza de que sería detenida por exceso de
velocidad o hacer girar mi coche fuera de control en la columna de cemento de
un puente. Lo que sea para silenciar la locura hirviendo en mis venas.
En algún momento, sonó mi celular. Saqué mi teléfono de mi bolso con una
mano, dando la bienvenida a la distracción, esperando secretamente que fuera
Christos.
—Eh, eh, ¿hola? —murmuré entre lágrimas.
—SAM —chilló Romeo —. ¿Dónde has estado, novia?
Rompí en más sollozos. No era Christos como esperaba. Lloriqueé.
—¿Sam? ¿Estás follando un yak? ¿Qué es ese ruido, Sam? —Romeo se rió
entre dientes—. Estás follando un yak, ¿no es así?
Mis sollozos se aligeraron y se transformaron en llanto y risa.
—¿Mataste al yak, Sam? ¿Murió de asfixia auto erótica? Debes ser muy buena
en la cama, chica.
Me reí entre lágrimas mocosas. El cuadro que pintó parecía tan
morbosamente cómico, que no podía seguir seria.
—Necro-zoofilia es un delito grave, Sam. —Podía oírlo sonriendo.
Lloré una risa tosiendo.
—¿Necesita ayuda para deshacerte del cuerpo? Conozco a un tipo que
165 conoce a un tipo. Podemos venderlo como carne de venado. Nadie lo sabrá.
Me reí.
—Dime dónde estás, y no toques nada. Te diría que uses guantes, pero estoy
pensando en esa escena de club de lucha, donde Brad Pitt abre la puerta desnudo
a excepción de los guantes de cocina de goma amarillo. No llevas guantes
amarillos, ¿verdad?
Sorbí.
—Rosas.
—¿Guantes de color rosa? Eres muy niña, Sam. Bueno, lo siento por el yak,
pero eso no es la razón por la que he llamado.
—Está bien.
—Kamiko y yo estábamos planeando ir a la inauguración de una galería de
arte elegante en La Jolla esta noche. No es follar yak, pero es un cercano segundo
lugar.
Tomé una respiración profunda. ¿Quería estar cerca de más arte esta noche?
—Tienen bebida gratis en estas cosas. Así que si ves a otro yak en la galería,
puedes cargarlo y hacerlo con él.
—No lo sé.
—Debería haber chica yaks allí también, si eso es lo tuyo.
Me eché a reír.
—¿Sexo lésbico yak?
—Hey, yo no juzgo.
Me reí de nuevo. Estaba tan agradecida por tener como amigo a Romeo.
—¿Eso es un sí?
—Sí.
—¡Infiernos, sí! Voy a ir a tu casa con Kamiko alrededor de las siete. Espero que
estés de humor para hamburguesas. No yak, por supuesto. De res. Kamiko insiste en
In-N-Out para la cena.
—De acuerdo. —No estaba segura de que tendría apetito. Todavía tenía ese
bote pudriéndose en mis entrañas. Pero al menos estaría fuera de la casa.
En la siguiente salida de la autopista, di la vuelta a mi auto. Volví a casa y me
di una ducha. Trate de depurar mi tarde fallida. De alguna manera funcionó, pero
mi dolor se había tatuado debajo de mi piel. Era permanente, porque estaba
escrito con sangre.
Taylor.
Sentí una oleada de ansiedad y emoción apretar mis costillas. No. La empujé
abajo. Escuché la alegre voz de Romeo sonando a través de mi cabeza. Me dijo
que pensara en sexo yak.
Una sonrisa rudimentaria tiró de las comisuras de mi boca. Blindada por los
recuerdos del entusiasmo delirante de Romeo, me empecé a poner el maquillaje y
166 peiné mi cabello suelto.
Busqué a través de mi armario por algo apropiado para la inauguración de
una galería. No estaba segura de lo que Romeo entiende por "elegante" pero tenía
algunos vestidos lindos desde mis días góticos en D.C. que podrían también
funcionar como un pequeño vestido negro en un apuro. ¡Cuidado, yaks!
Gótica. Suicida.
Sentí mis labios temblar. Iba a llorar de nuevo, y ya tenía mi maquillaje. No
quería ojos de mapache.
Provocadora.
¿Los yaks lo hacen con mapaches? Tal vez. Solté una carcajada. Tendría que
darle las gracias a Romeo después. Él y yaks estarían siempre ligados en mi mente.
Me consideraba afortunada. O el yak.
Cuando añadí tacones de plataforma a mi equipo, me lance delante de mis
puertas del armario con espejos. Me veía bastante bien.
Provocadora.
No me jodas, ¿alguna vez iba a estar libre de mi pasado?
Hubo un golpe en mi puerta. Gracias a Dios.
—¡Abran! ¡Brigada antivicios! Estamos llevándonos a todos los sodomitas yak!
—Era Romeo. Más golpes.
—¡Muy bien! ¡Ya voy! —Tiré la puerta abierta—. ¿Dónde está el fuego?
Romeo llevaba una versión totalmente negra de su atuendo normal
steampunk.
—¿Dónde esconde los yaks, señora —preguntó, totalmente serio, su
monóculo pellizcando en su mejilla y frente.
Sólo podía reír.
Él me miró de arriba abajo.
—¡Lindo traje! ¡No sabía que te podías ver como muñeca de esta manera!
—¡Hey!
—Abajo, chica. Me preocupaba que tu amiga vaga de la playa Madison
hubiera robado toda tu sensibilidad de la moda. Te has vuelto cada vez más
informal desde que te conocí.
—¿Qué pasa con lo casual?
—Estilo, querida. Estilo. ¡Ahora vámonos antes de que te conviertas en una
calabaza, Cenicienta!
Bajamos y subimos en el coche, en que nos esperaba Kamiko.
—Wow, Sam. ¡Te ves caliente!
—Gracias, Kamiko. Te ves muy bien también. Tienes toda la cosa chica
rockera.
167
—Se supone que soy Marceline de Adventure Time.
Romeo puso en marcha el coche y se dirigió hacia la autopista.
—¿Tienes que ir y arruinarlo diciendo a todos que estás vestida como un
personaje de cómics?
—Pero Marceline es totalmente genial —protestó Kamiko.
—Sí, querida, pero es cosplay.
—Dale un respiro, Romeo —le dije. Sus bromas eran contagiosas. Ya me sentía
mejor.
—Sí, Romeo —dijo Kamiko—. Estás vestido como un personaje de Julio Verne.
—¡Qué graciosa, Walt Disney.
—Hey. —Kamiko sonrió—. Disney hizo la película de Veinte mil leguas de viaje
submarino.
—Ese es Julio Verne.
—¡Oh, no! ¡Suena como cosplay para mí! —regañé.
—¿Quién es el cosplayer ahora, Romeo? —Kamiko metió la mano en el
asiento de atrás y chocamos las manos.
Nos detuvimos en In-N-Out para las hamburguesas. En el interior, Kamiko bailó
en la fila, aplaudiendo y diciendo "batido de fresa, batido de fresa", una y otra vez
como si fuera Navidad.
Cuando terminamos de comer nuestras hamburguesas con queso con
cebollas asadas y papas fritas cocidas dos veces extra crujientes, fuimos a La Jolla.
Nunca había estado antes ahí. Era muy elegante. Un montón de grandes casas y
un centro de la ciudad de moda. Ahí es donde encontramos la galería.
* * *
Una vez que nos habíamos alejado bastante de Tiffany, nos detuvimos en otra
pintura.
—¿Te gusta lo que ves?
Me di la vuelta para enfrentarme a un hombre que no conocía.
—Uh, sí —balbuceé.
Era joven, pero ligeramente mayor que yo, probablemente veintitantos. Era
alto, moreno, muy guapo, y vestía una camisa de satín de aspecto caro
abotonada con los puños doblados y pantalón. Tenía espalda ancha, el cuerpo
largo y delgado de un nadador. Me ofreció su mano.
—Mi nombre es Brandon Charboneau. Mi padre es dueño de la galería, pero
estoy supervisando la apertura de esta noche.
Le estreché la mano. Sus ojos color avellana eran bastante increíbles, y
coordinaban perfectamente con su cabello castaño. ¡Uff, que alguien suba el aire
acondicionado! De lo contrario me vería obligada a desmayarme donde estaba.
—Encantado. ¿Y tú eres?
—Oh, Samantha Smith. La gente me llama Sam. —Creo que mis ojos brillaban,
pero hice mi mejor esfuerzo para quitarle importancia.
—Es un placer conocerte, Sam. —Maldita sea, era suave. Su voz me recordó
mousse de chocolate, o algún otro tipo de postre, o tal vez terciopelo. Oh chico—
. ¿Quiénes son tus amigos? —Se volvió hacia Romeo y Kamiko.
Romeo estaba enamorado. No podía culparlo. Brandon era un modelo
caliente. Romeo servil, se ruborizó al tiempo que se presentaba a sí mismo.
—Hola. Romeo Fabiano. —Se sonrojó tan duro que sus orejas se pusieron rojas.
¡Alguien apague la hornilla bajo Romeo! ¡Iba a hervir!
172 —Un placer. —Brandon sonrió, pero estrechó la mano de Romeo con un
apretón de manos firme y viril. Creo que encendió aún más a Romeo.
Kamiko estaba nerviosa por primera vez desde que la había conocido. Su voz
tembló.
—Mi nombre es Kamiko Nishimura. Tienes una galería maravillosa, Brandon. Lo
siento, ¿debo llamarte Brandon o Sr. Charboneau? —Se rió como pajarillo.
Pobrecilla. No sabía qué hacer cuando no estaba enamorada de un dibujo
animado.
Brandon se rió cortésmente.
—Brandon está muy bien, Kamiko. Y gracias. Trabajamos duro para hacer
Charboneau Gallery un lugar especial.
Este chico, Brandon era muy elegante.
—¿Has tenido la oportunidad de disfrutar de la obra del artista? —me
preguntó directamente. Sus ojos castaños eran tan encantadores como sus finos
rasgos.
—Acabamos de llegar, pero sí, es realmente bueno. —Bebí un sorbo de vino,
tratando de ocultar mis nervios.
—Christos es un joven artista con talento. Tiene un ojo perspicaz y una mano
segura. Su trabajo va mucho más allá de sus años, pero con un pedigrí como el
suyo, no es una sorpresa.
—¿Pedigree? —De alguna manera, eso hacía sonar a Christos como un perro
en exposición. No me gustaba eso.
—Ahh, tal vez confundiste lo que quise decir —dijo Brandon con mucho
tacto—. El nombre de la familia Manos lleva mucho peso en el mercado
internacional de arte. Spiridon y Nikolos se han establecido como pintores célebres.
Christos sigue sus pasos. A pesar de que han allanado el camino para él, cada
artista debe probarse a sí mismo. Christos está en buen camino, debo decir. —No
podría decir si este tipo estaba tratando de sonar elegante y caballeroso, o si en
realidad hablaba de esta manera todo el tiempo.
—Sí —le dije. Por alguna razón, después que las palabras de Brandon se
asentaron, me frotaron en el lugar equivocado. De repente sentí como si tuviera
que defender a Christos, ya que Brandon estaba viendo a Christos como una
especie de bien o activo para manipular—. Christos es realmente bueno. Sus
pinturas son hermosas.
—Igual que tú, Sam. ¿Puedo llamarte Samantha? Suena mucho más elegante
y apropiado, ¿no te parece?
¿Por qué este chico estaba esforzándose tanto?
—Está bien Sam. —A pesar de su belleza, me hizo sentir incómoda. Eché un
vistazo a Romeo y Kamiko, preguntándome si habían notado el cambio. Nope.
Ambos permanecían hipnotizados por la belleza de Brandon.
—Debes considerar una sesión para Christos —me dijo Brandon—. Siempre
está necesitando mujeres hermosas que posen para él.
173 —Oh, no lo sé. Yo, eh… —Disparé a Romeo una mirada suplicante de
“Sácame de esto".
Romeo estaba ocupado sorbiendo su bebida mientras a escondidas se comía
con los ojos a Brandon.
Le di un codazo a Romeo, atrapándolo con la guardia baja. Él escupió su
bebida por toda la mano y tragó un sorbo. Tosió un par de veces más, que sirvieron
para desviar la atención de mí.
—Oh, ella no puede. El carnet de baile de Sam suele estar lleno.
¿Carnet de baile?
—Veras —continuó—, a Sam no le gusta permanecer inmóvil durante largos
períodos de tiempo. La mala circulación. Por lo tanto siempre bailando. —Romeo
miró alrededor por algún lugar para limpiarse la mano mojada. Al no encontrar
ninguno, se lo untó en su pantalón. Hizo una mueca, apologética.
Todo el mundo se quedó viendo boquiabierto a Romeo, incluso Brandon. El
embobamiento de Brandon fue el más sutil, pero sus cejas levantadas eran un claro
indicativo.
Romeo tropezó hacia adelante como un bufón de la corte.
—Sam no aguantaría posando por horas mientras la pinta. Le recuerda a los
maniquíes. —Romeo mostró sus dientes nerviosamente—. Ella, uh, tuvo una
experiencia traumática, uh, en su infancia. Atrapada durante la noche en una
tienda departamental. No puede soportar la idea de ir dentro de centros
comerciales desde entonces.
Cambié una rodada de ojos con Kamiko. Bueno, al menos Romeo había
venido de capa y espada a mi rescate, aunque lo hiciera tropezando con su
espada, mientras la sacaba de la funda.
—¿Quieres ver algunas de las otras pinturas? —preguntó Kamiko—. Sé que yo
sí.
—Gran idea, Kamiko. —Me acerqué hacia ella.
—Bueno, gracias por venir a la galería. —Brandon sonrió suavemente—. Si
estás interesada en cualquier cosa que veas, me lo haces saber. Aquí está mi
tarjeta. —Me entregó una tarjeta de presentación de la galería.
¿Interesada? Los cuadros estaban un poco fuera de mi alcance. De hecho,
estaban en el otro lado de la galaxia de mi rango de precio.
Brandon me miró a los ojos de nuevo. Tan caliente como estaba, algo en él
me hizo cada vez más inquieta. La tarjeta de visita ya estaba en mi mano, y sus
dedos rozaron los míos. No creo que quisiera que le llamara por el arte.
—Un placer conocerte, Samantha. —Brandon sonrió suavemente.
Romeo me tiró del brazo.
—¡Vamos, Sam! ¡Hay mucho más que ver! ¡Pinturas por todas partes!
Kamiko tomó el otro brazo y me llevó entre la multitud. No pude evitar mirar
por encima de mi hombro. Brandon seguía sonriendo. Deslizó sus manos por
174 casualidad en los bolsillos y pronunció las palabras "Llámame".
—Ya sabe que en los dibujos animados… —comenzó Kamiko.
—¡Ahora no es el momento de hablar del dibujo animado! —Romeo
interrumpió—. ¡Tenemos que escapar!
—¡Eso es lo que iba a decir! —declaró Kamiko a medida que caminábamos
a través de la multitud—. ¿Sabes la parte cuando la serpiente comienza a encantar
al pobre ratón, diciendo todo tipo de cosas bonitas, pero realmente quiere
comérselo? ¡Eso es lo que Brandon estaba haciéndole a Sam!
—¿Te refieres a comer con clasificación G o comer X-rated —preguntó
Romeo lascivamente.
—¡Asco, Romeo! —Kamiko hizo una mueca.
—¡Date prisa! —dijo Romeo—. ¡Será mejor que nos alejemos antes que
Brandon ate a Samantha con su serpiente!
—Está bien, ustedes dos —advertí—. Suficiente de payasadas. Regresemos al
arte.
178 Christos era mejor que todos nosotros juntos, y provenía de una familia de
artistas que tenían conexiones en el negocio.
¿Cómo diablos iba nunca iba a ser algo más que contadora?
Sam Smith, Pipa Soñadora.
Suspiré.
182
Dieciséis
M
e tomó unos minutos reunir a Romeo y Kamiko mientras que Christos
se despedía. Ambos se encontraban en el jardín de esculturas.
—¿Dónde estabas? Hemos estado buscándote por todos lados
—dijo Romeo.
—Pensé que el señor Snake Charmoneau te había atrapado —dijo Kamiko.
Me reí.
—Creo que habría estado de acuerdo con eso.
—¡Puta barata! Está tomando todos los buenos hombres —bromeó Romeo.
Me eché a reír.
—Pobre Romeo.
—Tenemos que irnos —dijo Kamiko.
Caminamos de regreso a través de la galería, a la calle. Christos estaba
183 esperando fuera.
—Hola, chicos. ¿Lista para el paseo? —Él arqueó una ceja expectante.
—Oh, eh... —Mire a Christos—. ¿Estabas hablando en serio? —¿Qué pasó con
él siendo solo mi mentor?, casi espetó en voz alta, pero no quería decirlo delante
de todos. Me haría parecer tan perra como pasó en la ladera por la casa de
Christos—. ¿Todavía deseas conseguir bebidas?
Inclinó la sonrisa.
—Por supuesto. Tengo que celebrar mi espectáculo agotado con alguien.
—¿Pueden venir? —Hice un gesto hacia Kamiko y Romeo.
—Por supuesto.
—¿Bebidas? —dijo Romeo—. ¡Nadie me dijo nada acerca de bebidas!
—Estoy bastante cansado, Romeo —dijo Kamiko—. Como que me gustaría
irme.
—Aguafiestas. ¿No configuraste tu TiVo para grabar el programa de Cartoon
Network que no te puedes perder?
—Sí, pero todavía estoy cansada. Lo siento.
—Está bien, podemos irnos. Sam, ¿vienes?
Extendí mis manos, me encogí de hombros y le di Christos un vistazo sin
compromiso.
—Te puedo llevar —ofreció Christos.
Me volví a Romeo. Me di cuenta de las ruedas girando en su cabeza mientras
examinaba la situación. Abruptamente puso las manos en Kamiko y le dio la vuelta,
empujándola por la acera.
—Realmente tenemos que irnos. Pobre Kamiko, está medio dormida
ya. ¡Ustedes diviértanse sin nosotros! ¡Buenas noches!
Se habían ido, antes de que pudiera protestar.
Me volví hacia Christos.
—Romeo está loco.
—Me gusta ese chico. ¿Vamos? —Hizo un gesto hacia la calle—. Hay un gran
bar en la esquina de aquí.
Una mirada de dolor torció mi cara.
—Solo tengo diecinueve años.
—Mi error. Al menos eres legal. —Sonrió.
—Estoy segura de que no te habría detenido si no lo fuera.
—Tengo algunos límites. —Sonrió.
—¿Estás seguro? —bromeé.
186 —¡No!
Se echó a reír.
—Siempre y cuando te aferres a mí, estarás a salvo. Lo prometo.
—¿Me lo prometes?
—De corazón. Puedes confiar en mí, Samantha. Siempre te protegeré.
¿Qué acababa de decir? ¿Se refería al paseo en moto? O algo más.
—No te preocupes, Samantha. Me mantendré por debajo del límite de
velocidad.
Lo que no me dijo fue que iba a acelerar hasta el límite de velocidad más
rápida que la velocidad de la luz. ¡Mierda!
Mis brazos se cerraron en un apretón de muerte alrededor de sus
costillas. Apreté mis muslos alrededor de su cintura lo más fuerte posible.
Cuando desaceleró por una luz roja, estaba sin aliento.
—Uh, ¿estás seguro de que no vas demasiado rápido?
—Nunca pasó los veinticinco.
Hasta que estuvimos en la autopista. Cuando llegamos a la rampa de
entrada, creí que cohetes aparecieron por la parte trasera de su motocicleta. Juro
que estábamos pasando los dos mil kilómetros por hora.
Había oído que la velocidad era algo así como el orgasmo. Realmente nunca
había tenido un gran orgasmo por mi cuenta. Tan sólo unos pocos. Sea lo que la
velocidad fuera, era mucho más grande.
No sabía si era la forma en que mis rodillas se aferraron a los lados de Christos,
o la sensación de sus abdominales debajo de mis brazos, o el hecho de que la moto
vibraba entre mis piernas y mis partes femeninas estaban justo en el asiento. Pero
todo eso me envió sobre el borde a aguas desconocidas. Lo que más me
preocupó, sin embargo, fueron las aguas desconocidas, posiblemente, filtrándose
a través de mis bragas. Santa mierda, esta moto era rápida.
En un momento, sentí la clara voluntad de dejarme ir. Me asusté,
imaginándome volando de la parte posterior de la motocicleta y arrastrando mi
piel a lo largo de la autopista.
Eso terminó rápidamente cualquier pensamiento potencialmente orgásmico
que había estado teniendo.
También creía que todavía no había respirado una vez desde que llegamos
a la autopista, así que tomé un momento para respirar profundamente. Sentí a
Christos dándome unas palmaditas mi mano para tranquilizarme. ¿Significaba eso
que había tomado una mano fuera de las barras de control? Jesús, ¡estaba
loco! Afortunadamente, soltó mi mano.
187 Con el tiempo me di cuenta de que no estábamos pasando autos. Nuestra
velocidad era probablemente no más de sesenta y cinco o setenta.
Cometí el error de bajar la mirada al asfalto por el que pasábamos. Si sacara
mis tacones de aguja de las clavijas, o si fueran a caerse accidentalmente por su
propia voluntad, mis dedos de los pies serían literalmente doblados hasta mis
tobillos.
Bueno, oficialmente para que conste aquí quiero decir que cualquier persona
que monta motocicletas con un vestido y tacones está esquizofrénica, o algo
peor. Me absuelvo a mí misma de la culpa, porque no me había dado cuenta de
en lo que me estaba metiendo.
En un momento dado, Christos aceleró y cambió de carril. Lo hizo como un
experto, pero estaba bastante segura de que me oriné en mis bragas. Por supuesto
que había mucho viento que era probable secaría mi pis del asiento. Me di cuenta
de que mi vestido desesperadamente quería volar detrás de mí, pero no iba a dar
un espectáculo mostrando mi sostén y bragas a los otros coches en la
carretera. Deseé que mi vestido salvaguardara mi humildad. Afortunadamente,
obedeció.
Pacific Beach estaba a sólo unos pocos kilómetros de La Jolla, pero estoy
bastante segura de que el viaje duró al menos cinco horas, o cinco segundos. No
podría decir cuál. Dicen que la velocidad es relativa. Pero sabía que íbamos
terriblemente rápido, incluso si lo hacíamos sobre el límite de velocidad.
Di un suspiro de alivio, pero por suerte no vomité, cuando nos salimos de la
autopista. Llegamos a la cafetería ilesos.
Estacionó la moto en una calle lateral y la apagó. No me solté.
Se sacó su casco.
—¿Estás bien ahí atrás?
—Creo que tengo hipotermia. —Hacía calor, pero el helado viento había
hecho su daño. Mis dedos se sentían pegados juntos, a pesar de que pudo haber
sido por la adrenalina.
—Luego de una bebida caliente estarás como nueva. —Él esperó—. Puedes
soltarme ahora.
—Dame un minuto. Quiero estar segura de que hemos dejado de movernos.
Se echó a reír.
—Te dije que estarías a salvo. Pero si quieres quedarte así durante un tiempo
más largo, no me importa.
Tuve que reprimir el impulso de correr mis manos por todo su pecho sexy. Pero
me contuve. Lo solté y me bajé. Presioné mi vestido hacia abajo
rápidamente. Había estado demasiado asustada en todos los semáforos como
188 para soltarlo y arreglarlo.
—¿Estás bien? Parece que tienes que ir al baño de mujeres.
—Creo que ya lo hice, en la autopista.
Se rió entre dientes.
—Pensé que sentí algo húmedo en el asiento. Simplemente no creí que fuera
pis. —Me guiñó un ojo.
—Bien, ¡qué asco! —Pudo haber tenido razón. Estaba tan avergonzada. De
acuerdo, de acuerdo, señoras. Exageré. El asiento estaba seco.
Una vez más, me levantó con facilidad, y me puso en el suelo en un
movimiento fluido.
—¿Cuánto pesas?
—¡No le puedes preguntar eso a una chica!
—Iba a decir unos veinticinco kilos. Eres una pluma.
—¡No soy anoréxica! Pero gracias por el cumplido.
Sonrió.
—Tiempo de café.
Fuimos andando a la calle principal y encontramos la cafetería. Se llamaba
Xanadu.
Un grupo grande de grandes chicos motoristas de aspecto rudo bloqueaba
la entrada. Una fila de Harleys se estacionaba al lado de ellos en la calle. Supuse
que se trataba de un punto de reunión habitual para ellos.
—Discúlpennos, muchachos —dijo Christos, dándole a los motoristas una
sonrisa.
Se callaron y miraron con recelo a Christos. De repente me sentí nerviosa,
como si la cantidad de testosterona en las inmediaciones se hubiera multiplicado
más allá de los niveles aceptables de seguridad. Esperé a que empezaran a
golpear sus pechos mientras aullaban y saltaban alrededor. Entonces ellos me
notaron. Genial.
—Hola, cariño —dijo un hombre con tatuajes en la frente y enormes picos a
través de los lóbulos de las orejas. Por un lado, me gustaban los tatuajes, pero
demasiado de una buena cosa era exactamente eso. Este tipo era aterrador—. ¿A
dónde vas tan rápido? Quédate y habla con nosotros.
—Tranquilo, perro —dijo Christos con una sonrisa de bienvenida—. La dama y
yo nos vamos dentro por una bebida.
189 —¿A quién le llamas perro, perro? —gruñó Orejas de Picos. Él no parecía
interesado en la conversación amistosa—. Si quiero hablar con tu dama, voy a
hablar con tu dama.
Observé las cejas de Christos fruncirse agresivamente. Los músculos de su
mandíbula flexionados repetidamente. Bueno, sabía que Christos sabía cómo
pelear. Lo había visto en acción el día que lo conocí. Pero había seis chicos esta
vez, y todos eran bastante grandes. Uno de ellos era tan grande y peludo, que se
parecía a Pie Grande. Seis contra uno solo resultaba bien en el cine.
—Vamos —le susurré—. Podemos ir a otro lugar.
Christos miró a Ojeras de Pico mientras hablaba conmigo en voz baja y
peligrosa desbordando malicia.
—No necesitamos ir a ningún otro lado, porque estos chicos no van a
molestarnos. —Fue claramente una amenaza.
—¿Ah, sí? —se burló Orejas de Pico—. ¿Estás seguro de eso, Tortuga?
No entendí la referencia, pero sabía que estaban en camino por encima de
nuestras cabezas.
Christos se mantuvo firme.
—Estoy seguro —dijo entre dientes.
Mis rodillas empezaron a temblar en ese punto. Miré a mi alrededor, en busca
de ayuda. No pude creer la suerte. En ese momento, un coche de policía pasó
lentamente junto a nosotros en la calle y sonó la bocina con un breve ladrido.
Todos los motoristas se giraron para mirar el coche patrulla como un grupo de
perros de la pradera detectando peligro. Ellos sabían cuando era hora de ocultar
sus cabezas.
—¿Vamos? —preguntó Christos, haciendo un gesto hacia Xanadu con una
amplia sonrisa.
Me preocupaba que si entrabamos, y los motoristas todavía estaban fuera
cuando nos fuéramos, habría problemas en el futuro y las posibilidades de que los
policías aparecieran como la caballería dos veces en una misma noche eran
bajas.
Pero Christos no parecía en absoluto preocupado. Estaba tan tranquilo como
podría estar. Oh, bueno, la universidad era sobre probar cosas nuevas. El peligro
era uno de ellas. Esperaba no lamentarlo.
—Está bien.
Caminamos juntos.
196 Era bueno que saliera a trotar con regularidad. Corrimos tan rápido mi culo
lento pudo continuar con Christos. Me di cuenta de que no iba a su máxima
velocidad, pero yo sí.
Él me arrastró hacia arriba y sobre la motocicleta al segundo que estuvimos
cerca, luego giró sobre ella y aceleró el motor.
Así como Christos volvió la Ducati alrededor en la calle, la banda de
motoristas llegó por el callejón hacia la acera.
—¡El hijo de puta está huyendo! ¡Consigan sus motos!
Se giraron y corrieron de vuelta hacia sus Harleys.
Oh jodida mierda.
¿Estos chicos nos iban a perseguir?
No tuve un segundo para pensar en ello, porque el motor entre las piernas
gritó y nos disparó por la calle y se inclinó tanto al girar por la esquina que pensé
que la moto iba a deslizarse por debajo de nosotros, pero no lo hizo.
Christos tomó callejuelas oscuras y salió inmediatamente después de la señal
de parada. Iba a morir en un accidente o ser asesinada por una pandilla de
motociclistas. Sentí el corazón acelerado Christos en el pecho. Corría rápido como
el mío.
Quizá temía por el mismo fin calamitoso.
Vagamente pensé que escuché el sonido de Harleys detrás de nosotros, pero
la Ducati de Christos hacia demasiado ruido por la velocidad que llevaba, así que
no podía decirlo con seguridad.
Una de las calles transversales que pasamos tenía un enorme bache. La moto
se elevó en el aire, cuando pasamos por encima. Yo, literalmente, salté de mi
asiento y quedé colgando. Casi salí volando de la moto si no hubiera estado
agarrando Christos para salvar la vida con mis brazos.
No podía contar cuántas señales de parada nos pasamos. Estoy bastante
segura de que todas ellas.
Cuando llegamos a la vía de acceso de la autopista aceleró aún más. Íbamos
mucho más rápido que en el camino de ida a Xanadu.
Recorriendo la vía de acceso en curva era como montar en una montaña
rusa loca, pero no tan divertido en absoluto.
Íbamos tan rápido en la autopista, los coches alrededor de nosotros parecía
literalmente estar quietos. ¿Cómo era posible que los coches, que tenían que haber
estado pasando bordeando los noventa kilómetros por hora, parecían inmóviles?
Afortunadamente, Christos tejió hábilmente la moto y salimos de la carrera de
obstáculos mortales. Una vez que despejamos el grupo de coches que habían
197 estado cerca de donde entramos en la autopista, el motor de la moto rugió y nos
llevó aún más rápido.
Nunca había ido tan rápido en un vehículo en la carretera en toda mi
vida. Más allá de los hombros de Christos, vi las líneas de carril volando en una falta
de definición literal.
Cuando la autopista llegó a una curva, comenzamos a inclinarnos. Yo
cantaba con una voz temblorosa, arrastrada por el viento:
—Oh Dios. Oh Dios.
Cerré mis ojos con fuerza y oré para que no muriéramos. No había nada sexy
en este paseo. Daba miedo como el infierno.
A mitad de camino a casa, desaceleró a una velocidad razonable. Miró
detrás de nosotros en varias ocasiones, sin duda, comprobando si la banda de
motoristas nos seguía.
Mi corazón latía con fuerza. ¿Podría una joven de diecinueve años de edad,
tener un ataque al corazón? Estaba muy cerca de tener uno. Cada célula de mi
cuerpo quería huir del peligro acercándose a mí, pero no había ningún lugar para
ir en la parte trasera de la moto en movimiento.
Además, mis piernas y brazos estaban envueltos alrededor del peligro. Y no lo
iba a soltar.
De seguro estaba loca.
Cuando llegamos a mi casa, Christos inclinó la moto en la pata de apoyo
como si no fuera gran cosa. Me ayudó a bajar. Mis piernas eran de goma.
Me recogió y me llevó a las escaleras, acunándome como un bebé. Apoyé
mi mejilla en su hombro. Estaba a salvo.
En mi puerta, preguntó:
—¿Llaves?
Abrí mi pequeña cartera de mano. No puedo creer que no la había perdido
en la motocicleta. Saqué mi llave y se la di.
Abrió la puerta y me llevó a cruzar el umbral. No quise decir eso, me refería a
través de la puerta. No es como si hubiéramos estado casados.
Me acostó en el sofá y se sentó a mi lado.
—¿Estás bien?
—Bien. —Estaba traumatizada.
Me acarició el cabello retirándolo de mi rostro.
—Está enredado. Lo siento, no te he dado tiempo para ponerlo en el casco.
—Está bien. —Me sentí cansada. Mi adrenalina estaba probablemente
utilizada por completo en el año.
198
—Tengo que irme.
—No, no, por favor —gemí.
—Ya es tarde. Tienes que dormir.
Se puso de pie. Agarré su muñeca con ambas manos.
—No quiero estar sola. ¿Qué pasa si los motoristas vienen?
Vi engranajes pasando detrás de sus ojos.
—De acuerdo —dijo a regañadientes.
Sentí sus potentes brazos deslizarse debajo de mí. Me recogió.
—¿A dónde me llevas? —le pregunté.
—A la cama.
Mi pecho se encogió a la cuadragésima vez esa noche.
Provocadora.
—No te preocupes. Voy a dormir en el sofá.
No sé si me sentía aliviada o decepcionada. Me sentó en el borde de la cama
y sacó mis tacones. Sentí como si el Príncipe Azul estuviera haciendo la rutina de
zapatilla de cristal.
—¿Tienes boxers o una camiseta o lo que sea? ¿Para dormir?
Estaban en una silla plegable en la esquina, pero estaba demasiado cansada
para conseguirlos. Agité mi mano hacia ellos.
Las recogió y me las ofreció.
—Voy a ir fuera para que puedas cambiarte.
—No, no te vayas.
—Bueno, me voy a dar la vuelta.
Traté de tirar de mi vestido fuera, pero me sentía tan completamente lenta,
no era capaz de lograrlo.
—Ayúdame —murmuré, mi vestido medio por encima de mi cabeza.
Sentí deslizarse el vestido por encima de mi cabeza. No llevaba nada más que
el sujetador y las bragas. Delante de Christos. Si no me hubiera sentido tan agotada,
podría haber hecho algo de lo que me arrepentiría. Le di una sonrisa soñolienta. Me
tendió la camiseta.
—Brazos. —Deslizó la camiseta por encima de mi cabeza. Me sentía como
una niña pequeña. Dejé caer mis brazos.
—¿No vas a hacer ese truco del sujetador a través de la manga —preguntó.
—Estoy muy cansada.
199
—¿Frente o espalda?
—¿Eh?
—Los clips, o lo que sea.
—Espalda.
—Eso debería ser fácil.
—Apuesto a que le dices eso a todas las chicas —me burlé.
Sonrió con su hoyuelo hacia mí. La siguiente cosa que supe, Houdini tenía mi
sostén deshecho y sentí las copas soltarse.
—Puedes hacer el resto. A no ser que quieras que lo haga por ti.
Lo quería, pero no le dije nada. Lo saqué a través de mi manga y se lo ofrecí
como un, bueno, como un pez colgado de un anzuelo.
—¿Qué se supone que debo hacer con eso?
—Desecharlo.
Él la tomó y la arrojó al cesto de la ropa, entonces me miró, con los puños en
las caderas.
Sentí mis pezones endurecerse. Mierda. No los ocultaría debajo de mi camisa
de algodón. Crucé los brazos sobre mi pecho y reí. ¿Estaba borracha? Había tenido
no más de dos o tres vasos de vino en la galería de arte hace unas horas. Pero lo
estaba, a causa de Christos. Él era embriagador.
—¿Quieres las bragas? —Levantó los boxeadores
¿Por qué Christos diciendo la palabra bragas me daba ganas de quitármelas
y dárselas? Probablemente era una cosa normal para él.
Christos era tan confiado, tan relajado. Nunca tuvo que tratar de hacer
cualquier cosa. Solo la hacía. Sin ningún esfuerzo. A diferencia de… él. Me
estremecí.
—¿Tienes frío?
Sacudí la cabeza y fruncí el ceño.
—No. Solo cansada.
—Está bien, sin boxers. Debajo de las sábanas, Bonnie.
—¿Quién?
—¿Sabes de Bonnie y Clyde?
—Oh. ¿Porque somos como dos forajidos en el funcionamiento del largo brazo
de la ley? —Sonreí. Me gustaba el sonido de eso, totalmente romántico.
Christos sonrió.
—Sí.
201
Diecisiete
M
e desperté con un lloriqueo.
Al principio, pensé que todavía estaba soñando. Venía de la
sala de estar. Me deslicé de la cama y fui de puntillas a la puerta del
dormitorio.
Christos maulló en el sofá.
—No, no lo hice, detente. Por favor, no lo hagas. No lo era, ellos no son… —
estaba murmurando. Parecía un chiquillo asustado.
Sin dudarlo, me acerqué a él.
Me arrodillé al lado del sofá. Estaba de espaldas a mí.
—Christos —le susurré.
—¿Qué…?
202 —Christos, despierta. Estás teniendo una pesadilla. —Me incliné hacia
él. Quería consolarlo, pero tenía miedo de que lo hubiera sobresaltado. Le toqué el
hombro. Se volvió hacia mí, sobresaltándome. Sus ojos se abrieron de golpe.
Incluso en la penumbra, parecían brillar. Debe haber sido la luz de la luna que
entraba por mi sala de estar. Era fantasmal. Parecía encantado.
Por un segundo, pensé que no me reconoció.
—Samantha —murmuró. Su rostro se suavizó. Extendió su mano y acarició mi
mejilla.
Me apoyé en su mano.
—¿Qué estabas soñando?
—No quieres saber.
—Sí lo hago.
—Es mejor si no lo quisieras. —Su rostro se ensombreció de repente y se apartó.
—¿Christos? —Le apreté el brazo—. Puedes hablar conmigo al
respecto. ¿Christos? Está bien. Sea lo que sea, me lo puedes decir. No te voy a
juzgar. Te lo prometo. —Y lo decía en serio.
Perra. Zorra. Puta. Suicida.
Provocadora.
Sabía lo que era ser juzgado.
Se sentó en el borde del sofá, con los codos sobre sus muslos. Tenía la cabeza
gacha.
Me senté a su lado. Le acaricié la rodilla.
—Está bien.
—Eres tan buena conmigo —susurró Christos.
Eso era nuevo para mí. Pensé que había sido principalmente una perra con
él.
Deslizó el nudillo de su dedo cariñosamente por mi mejilla. Aspiré una
bocanada temblando. Su nudillo tiró del labio inferior. Mi exhalación se detuvo en
seco.
—Eres demasiado buena para mí —dijo. Su cara anudada dolorosamente.
Quería gritar, ¡No, no lo soy!
Dejó caer su cabeza entre sus puños y empezó a temblar con sollozos
silenciosos.
Besé su cabello suavemente una y otra vez.
—Está bien, está bien. —Envolví mis brazos alrededor de él—. Está bien,
Christos. Estoy aquí.
203
Se inclinó hacia mí, luego lanzó sus brazos alrededor de mí y me apretó. Lloró
durante un rato, no sé cuánto tiempo. Cuando terminó, me levanté y tomé sus
manos en las mías.
—Ven a la cama.
Dudó.
—Solo dormir. —Lo llevé a mi habitación y me metí en mi cama
matrimonial. Me envolví en torno a él. Al escuchar su latido del corazón por debajo
de mi oído, me sentí completamente segura.
Por primera vez en dos años, nada conducía a Taylor y todos los nombres y
etiquetas horribles y vergüenza que vinieron después…
Emo. Gótica. Bruja. Hechicera.
Perra. Zorra. Puta.
Provocadora.
… ´parecía no importar más.
Me gustaría sentir esa calma y paz para siempre.
Temí que Christos fuera un sueño y que la mañana lo iba a robar de mí para
siempre.
Pero dormí tan plácidamente a su lado, que casi no importaba.
El sol asomándose entre mis cortinas y el olor de huevos y tostadas me
despertó en la mañana.
¿Estaba todavía soñando?
Oí los platos en la cocina.
¡Eso significaba que anoche no había sido un sueño! A menos que algún
Bandido de Desayuno estuviera suelto en mi barrio, estaba bastante segura de que
estaba a salvo.
Tuve que hacer pis, pero tenía miedo de que si me movía, rompiera el hechizo
y todo esto realmente desaparecería.
Por suerte, unos minutos más tarde, Christos entró en mi habitación con un
plato de huevos al vapor y un vaso de jugo de naranja. Estaba en camisa y
calzoncillos. Se veía espectacular. Porque estaba en mi habitación, en su pijama.
—No tenías ninguna bandeja. Consideré arrastrar tu mesa de la cocina aquí,
pero pensé que eso te despertaría —bromeó.
204 —Es perfecto. —Todo realmente lo era.
Se sentó en el borde de la cama y me entregó el plato.
—Cuchillo y tenedor.
Los tomé y puse el jugo de naranja en mi mesa de noche.
—¿Dónde está el tuyo?
—Cocina. Iré por él.
Regresó y se sentó en mi cama. Comimos juntos.
—Hubiera hecho tocino o salchichas, pero no pude encontrar ninguna en tu
congelador. Pero puedo decir que te gusta el helado.
Una sonrisa nerviosa se extendió en mi cara apretada.
—¿Quién tiene nueve litros de helado? —preguntó.
Este tema necesita ser cambiado rápidamente. Fue entonces cuando me di
cuenta el gigantesco montón de huevos revueltos en su plato.
—¿Tiene suficientes huevos?
—¿Eh? En realidad no. —Él sonrió—. Quiero saber si necesitas cualquier ayuda
con el helado. Voy a hacer trabajo rápido con él después de estos huevos. —Él
clavó un tenedor lleno de humeantes huevos en su boca y sonrió mientras
masticaba.
Problema resuelto. Asunto evitado.
—¿Sigues siendo mi mentor? —le pregunté antes de bifurcar algunos huevos
en mi boca.
Él extendió su mano y tomó un trago de mi jugo de naranja. Me gustó que
estuviéramos compartiéndolo.
—Por supuesto. ¿Por qué no habría de serlo?
—Debido a todas esas cosas desagradables que te dije ayer en la caminata.
—Está bien.
Me di cuenta de que era solo una especie de bien.
—Lo siento mucho. Estaba siendo una perra. No sé por qué.
—Estás perdonada. —Mordió una tostada.
Cuando terminamos de comer, se llevó nuestros platos. Lo oí lavar en el
fregadero. Me metí en el baño para hacer pis y ponerme ropa interior limpia.
Cuando salí del baño, estaba descansando casualmente en mi cama, con sus
manos detrás de la cabeza.
Me gustó mucho el aspecto de él en mi cama.
—¿Qué? —Sonrió.
—Nada. —Me senté a su lado y me escabullí hasta que mis caderas estaban
205
en contra de él. No era tan audaz como para acurrucarme con él como ayer en
la noche.
—¿Qué vas a hacer hoy?
—No lo sé. ¿Tarea?
—¡Que lata!
—¿No tienes algunas cosas que enseñar?
—Nope. Vendí una gran cantidad de mierda de pinturas anoche. No tengo
nada en mi calendario. Durante semanas.
Él arqueó una sonrisa.
Me burlé de él. El mismo antiguo Christos.
—Sumé los números en mi cabeza. Has hecho un dineral. ¿Kamiko dijo que
obtendrías la mitad?
—Un poco más. El cincuenta y cinco por ciento.
—Mierda, Christos. Creo que puedes salir de la escuela de posgrado siempre
que lo desees.
—Así es.
—¿Entonces por qué no lo haces? ¿Acaso los grandes artistas no terminan
yendo a Los Ángeles o Nueva York o algún lugar de ese tipo?
—Oh, hay algún caso de caridad en la universidad con el que estoy
ayudando —dijo magnánimamente.
Mi primer pensamiento fue el profesor Childress.
—Sí, ella está totalmente metida en el arte y la mierda, y todavía necesita un
mentor.
—Christos. —Lo golpeó en el pecho, que se sentía como el granito. Creo que
me lastimé la mano—. ¡Ay! ¿De qué estás hecho? ¿Mármol?
Él se rió entre dientes.
—Así que, ¿quieres un poco de acompañamiento para hoy?
—No lo sé, tengo tarea de contabilidad y sociología en mi culo.
—¿Por qué no dejas el trabajo de la clase aburrida donde se encuentra
actualmente, levantas tu culo y vamos a tener un viaje de campo.
—¡Eres tan malo! ¡Pidiéndome que deje el trabajo escolar!
—Oye, soy tu mentor de arte. No tu mentor de contabilidad. ¿Qué va a ser?
Le sonreí interrogante. No me había perdido una clase en todo el trimestre. A
pesar de un comienzo difícil, ahora tenía A en todas mis clases. Podría dedicarme
un día libre, ¿verdad?
206
—Está bien. ¿Quién se baña primero?
—Las damas primero. —Sonrió.
Salí de la cama y fui al baño. Cerré la puerta, pero no me molesté en
bloquearla. Me decepcionó que no tratara de entrar. Era un total caballero. Por
supuesto, cuando la espuma corría por mi cuerpo desnudo, no podía dejar de
imaginar sus manos deslizándose por mi piel en su lugar.
Cuando salí del baño en una camiseta y boxers, rizando mi cabello, se sentó
en la cama, leyendo mi libro de contabilidad.
—Hay algunas cosas buenas en este libro. Voy a tener que pedirlo prestado.
—¿Te gusta la contabilidad?
—Alguien va a tener que manejar mi dinero. Sería mejor saber lo que están
haciendo con él.
Cuando lo puso de esa manera, no sonaba tan mal. Asentí, con las cejas
arqueadas.
Él me sonrió.
—Me estás haciendo pucheros otra vez.
—¡No estaba haciendo pucheros!
—¡Lo estabas, justo ahora! Te veías totalmente linda.
Tiré la toalla de mi mano hacia él.
—Ve a la ducha.
Él no se molestó en cerrar la puerta del baño. Yo no estaba yendo
directamente hacia adentro. Lo consideré alrededor de, oh, una docena de
veces, pero finalmente opté por salir.
Salió unos minutos más tarde, una toalla alrededor de su cintura, el cabello
húmedo y despeinado. Tenía una perfecta sombra de barba, aunque no se había
afeitado esa mañana.
Realmente, realmente, realmente diez veces, quería saltar hacia él. Sería muy,
muy fácil tirar esa toalla.
No es que no haya visto, ejem, sus bienes, ya. Pero no en privado. ¡No en mi
maldita habitación!
—¿Qué pasa con tu tatuaje “Sin miedo”? —le pregunté.
—Justo lo que dice.
—Duh. Tenía la esperanza de cierta elaboración. —Hice un gran círculo
señalando con los brazos.
—Quiere decir: “No tengas miedo a tomar riesgos, ir tras lo que quieres en la
vida, de lo contrario, arrepentimiento devorará tu alma y te vas a patear en tu
lecho de muerte”. —Me guiñó un ojo—. Me hubiera tatuado toda la cosa, pero no
207
pensé que encajaría todo. Mis hombros no son tan amplios.
Hice una mueca de sarcasmo.
—Hay algo que decir acerca de la brevedad.
Lanzó su mirada hacia su entrepierna y empujó su pelvis hacia mí.
—¿A quién llamas breve?
Rodé mis ojos y mi boca calló abierta.
—Eres el triple hoy, joven. Vístete antes de que llame a la policía. —Le tiré su
camiseta y salí de la habitación.
Cuando salió de la habitación, nos fuimos andando hasta el coche juntos.
—¿Quieres tomar mi moto?
—De ninguna manera voy en el Paseo del Suicidio en ningún cercano
momento, vaquero. Iremos en mi Volkswagen. ¿A dónde vamos, de todos modos,
Sr. Mentor?
—A una máquina del tiempo.
—¿Qué? ¿Es una broma?
—Pues no.
—Entonces definitivamente estamos yendo en mi coche. No voy a
arriesgarme a caer de tu moto y quedarme con los dinosaurios o algo así.
Dos horas más tarde, nos detuvimos en la entrada alrededor del
estacionamiento hasta el Getty Center en Los Angeles.
Tuvimos que tomar un tranvía lleno de gente hasta la cima del museo encima
del enorme garaje de estacionamiento subterráneo debajo. Los turistas estaban en
todas partes, incluso en noviembre. El sur de California parecía como unas
vacaciones perpetuas para mí.
La vista desde la cima de la colina era increíble. Se podía ver todo Los
Ángeles. El museo era inmenso y hecho de grandes piedras talladas.
Cuando llegamos a la entrada principal del museo propiamente dicho,
Christos tendió su mano como un mayordomo.
—Bienvenida a la máquina del tiempo. —Me mostró sus hoyuelos, como
siempre, pero de una manera alegre de niño que nunca había visto en él. Me di
cuenta de que amaba este lugar.
—¿Es esto lo que querías decir anoche cuando le dijiste a Brandon que tendría
un día ajetreado hoy?
208
Sonrió.
—Supongo que sí. Así que vamos, los antiguos esperan nuestra presencia.
Christos me guió por el museo, a partir de la estatuaria antigua griega y el
arte. Nos abrimos paso hacia adelante en la historia. Tenía tantas historias que
contar acerca de los artistas que habían realizado las pinturas y esculturas, como si
los conociera personalmente. Era obvio que él vivió y respiró arte.
Me sentí abrumada por todo. En un momento dado, nos detuvimos frente a
una pintura de Rembrandt Van Rijn que reconocí.
—Esta pintura es de casi cuatrocientos años. Pero si se mira de cerca, se
puede ver claramente el trabajo de pincel. Si sabes lo que estás viendo, se puede
entender exactamente cómo Rembrandt dejó sus aceites. Es lo más cercano que
alguien alguna vez llega a un vídeo de Youtube de algo que ocurrió en la década
de 1600.
—¿Estás diciendo que es uno de los vídeos de procedimientos-para-la-
elaboración que tienen? ¿Pero desde hace cuatrocientos años?
—Más o menos. Si sabes qué buscar. —Él me sonrió como si simplemente me
hubiera mostrado su alijo secreto de un tesoro enterrado.
—Wow, eso es increíble, Christos. —Tenía una manera de hacer todo increíble
y divertido.
Después de que dejamos las galerías, tuvimos un aperitivo en la cafetería al
aire libre. Miré más allá del lado oeste de Los Angeles y más allá el Océano Pacífico.
Era hermoso.
Una brisa fresca soplaba a través de mi cabello.
—Me encanta este lugar —le dije en un bocado de tarta de kiwi cubierto que
habíamos comprado en el bar—. No quiero volver a Washington D.C. ¿Quién
necesita presidentes cuando tienes el Pacífico?
—Mis sentimientos exactamente.
Cuando regresamos al estacionamiento subterráneo, Christos preguntó:
—¿Te importa si nos detenemos en Beverly Hills? Tengo que llegar hasta una
galería en Rodeo Drive y hacer algo de alegre entrega con el dueño.
—¿Beverly Hills? ¿Importarme? ¡Por supuesto que no!
215
Dieciocho
Y
a era tarde cuando llegamos a mi apartamento. Christos me llevó
arriba.
—¿Quieres un trago o algo? —le pregunté.
—Probablemente debería irme. ¿No tienes clases mañana?
—Sí. Y la tarea para ponerme al día. Mi mentor me obligó a ello. —Le sonreí—
. Voy a estar muy ocupada para los próximos días.
—No hay problema. Estoy seguro de que te veré en el campus. Y nos
reuniremos el próximo sábado para más asesorías.
—¡Sí! —Me encantó que tuviéramos un horario regular ahora.
—¿Tal vez intentaremos pintar la próxima vez?
—Oh, no creo que esté lista.
—Nunca es demasiado temprano para empezar. Mi padre puso un pincel en
mi mano cuando yo tenía cuatro años. —Él tenía una mirada lejana en sus ojos—.
216 Todo lo que recuerdo es que me las arreglé para tirar la pintura en nuestro perro.
Beans era blanco, y la pintura era roja, y pensé que lo había cortado o algo así.
—¿El nombre de tu perro era Beans?
—Sí. Fue fácil para mí ponérselo. De todos modos, mi papá fue genial con
todo el asunto. Me estaba volviendo loco, pensando que Beans estaba sangrando
hasta la muerte. Mi papá lo limpió, pero me recuerdo llorando todo el tiempo. Mi
padre seguía tranquilizándome que Beans viviría.
—Wow, si hubiera derramado pintura en el perro de la familia, sólo puedo
imaginar que mi madre habría tenido un ataque al corazón y mi papá me habría
dicho que estaba matando a mi madre por la preocupación.
Christos me miró pensativamente.
—Lo siento.
—Está bien. Es como me críe, me imagino. Realmente amas a tu padre, ¿no
es así?
La cara de Christos se contrajo por un torbellino de emociones contradictorias.
—Sí —dijo en voz baja, bajando los ojos.
Yo no podía dejarlo así.
—Déjame invitarte una bebida. Ven adentro. —Abrí la puerta y lo metí en mi
apartamento por el brazo.
Hice té para los dos, y me uní a Christos en el sofá. Me aseguré de dejar una
respetable brecha entre mentor y estudiante de treinta centímetros entre nosotros.
No es que quisiera.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a tu papá? —Me sentí como si estuviera
siendo indiscretas, pero también me di cuenta que necesitaba hablar con alguien
acerca de ello.
Tomó un sorbo de té.
—Meses atrás. Él no sale de su casa mucho.
—¿Visita?
—No le gustan las visitantes más.
—¿Más? ¿Qué le pasó?
—Mi mamá pasó.
Me acordé que no estaba en ninguna de las fotos en las paredes en la casa
de Spiridon. Yo no iba a presionar. ¿Y si estaba muerta? Tenía miedo de preguntar.
Bebí un sorbo de té.
—Cuando ella se fue, mi padre quedo destruido. Mi abuelo se asustó. Él hizo
todo lo posible para convencerla, pero ella no quería nada de eso. Me asusté
demasiado. Yo tenía diez años en ese momento. Todo mi mundo se vino abajo.
Puse mi té abajo y puse mi mano sobre su hombro.
Se miró las manos, que estaban en puños.
—¿Sabes lo que dicen cuando los padres se divorcian, que los niños a
217 menudo se culpan a sí mismos? Te puedo decir que es cierto. Le rogué a mi madre
que no se fuera. Hice todo lo que pude para ayudar a cubrir que tomaba mi padre,
pensando que iba a cambiar de opinión. —Sus nudillos estaban completamente
blancos y sus manos temblaban.
¿Beber? ¿Su padre era un alcohólico?
—Trataba de vaciar sus escondites, pero siempre compraba más. Estoy seguro
de que mis padres peleaban sobre ello mucho, antes de que mi mamá se rindiera.
Les oía gritar todo el tiempo detrás de puertas cerradas.
—¿Fue tu padre violento? —le pregunté tímidamente.
—En su mayoría no. Era el borracho más dulce que te puedas imaginar.
Todavía lo es. Pero de vez en cuando, se ponía furioso. Rompía sus cuadros, hacía
un desastre en su estudio. Era temible como el infierno cuando estaba así. Pero
nunca volvió su ira contra mí o mi mamá, ni nadie. Solo se golpeaba a sí mismo.
Le acaricié el hombro a Christos. Era obvio que estaba en agonía.
—Lo siento mucho.
—Gracias. —Su rostro era de color rojo brillante y sus ojos goteaban lágrimas
silenciosas, como si estuviera tratando tan duro para retenerlas, pero tenía tanto
dolor, que se desbordaban.
Me deslicé hasta que mi cadera se apoyó en él y lo abrace con fuerza. No
tenía ni idea de qué decir. ¿Cómo se puede solucionar un dolor tan grande, tan
viejo? Era más grande de lo que cualquier persona nunca debería tener que
soportar. Pero estaba allí. Dentro de Christos. Comiéndoselo vivo. Me sentía
impotente.
Me puse a llorar también.
Taylor.
Yo sabía del dolor infinito también.
Christos se sorprendió por mis lágrimas. Reaccionó envolviendo sus brazos
alrededor de mi cintura y me atrajo hacia su pecho en un abrazo íntimo. Me tomó
completamente por sorpresa, pero no me resistí. Junté mi cuerpo con el suyo,
pecho a pecho. Tiró de mí hasta que me senté en su regazo.
Él sollozó convulsivamente mientras me acunaba en su regazo.
Yo era consciente de su calor, su olor, y su apertura. A diferencia de la última
vez, no se cerró después de un vistazo rápido. Fluyó poderosamente entre nuestros
corazones. Una conexión más allá de las palabras, algo eterno, algo sagrado.
Algo totalmente humano y amoroso.
Algo totalmente nuevo para mí.
Lloré más fuerte, mi propio dolor mezclado con el suyo. Nuestras emociones
amplificadas entre sí. Nos estábamos comunicando sin palabras, compartiendo el
dolor y el trauma emocional que habíamos guardado en nuestro interior durante
demasiado tiempo.
Las lágrimas salieron de mí. Por primera vez, había encontrado una válvula de
escape para mi tristeza. El volumen era más grande de lo que había imaginado.
218 Me di cuenta en ese momento que mi tristeza reprimida era la fuente de la tensión
constante que sentía rebosar bajo mi piel por más de dos años.
La vergüenza.
Perra. Zorra. Puta.
El sentimiento de culpa.
Provocadora.
La tristeza.
Taylor.
Durante más de dos años, había evitado enfrentar lo que había sucedido en
aquel entonces. Había intentado distraerme con helado y alcohol, el exceso de
jogging, y un sinnúmero de malas decisiones, pero nada de eso ayudó a liberar mi
dolor. Simplemente me había distraído temporalmente. Como un reloj, el dolor de
mi tristeza escondida, la vergüenza y la culpa siempre alzaba su cabeza con una
venganza.
Realmente había creído que podía olvidar mi doloroso pasado simplemente
mudándome a San Diego y convirtiéndome en una chica de playa de California.
Pensé que cambiando mi exterior, también cambiaría mi interior.
Pero no había funcionado.
Las cicatrices internas no se habían curado. Ropa nueva y un bronceado sólo
las cubrieron.
Pero ahora, algo estaba cambiando. Lo sentí dentro de mí mientras me
aferraba a Christos y sus emociones se vertían a través de mí. Su liberación estaba
limpiando mi corazón infectado, lavando mi viejo dolor.
Nuestro intercambio de emoción estaba activando un mecanismo natural de
curación. Empecé a sollozar más intensa y profundamente de lo que lo había
hecho en toda mi vida. Me sacudí con espasmos de liberación torturada. Mi dolor
iba más allá de lo que jamás hubiera imaginado posible. Fue titánico.
Tenía miedo que el dolor me hiciera pedazos.
Déjalo ir.
Gemí.
Christos me agarró con fuerza, así puse mi mejilla en su hombro. Besó la parte
superior de mi cabeza varias veces, con dulzura, con cariño.
—Samantha —susurró en voz tan tierna, que no podía creer que viniera de
este hombre intensamente masculino—. Samantha.
Me sacudí con sollozos fresco. Me acarició el cabello y me besó en la frente,
llenándome de afecto, aceptación y comprensión.
Sin ayuda de palabras, sentí mi dolor drenándose por su cuenta. Nunca había
sido capaz de resolver esto por mi cuenta. Había pensado que soportarlo era la
respuesta. Pero no lo era.
219 El proceso no era hablar, tampoco. Se trataba de dejar salir el sentimiento.
Sentir el dolor de Christos había provocado el mío. Creo que me sentí tan segura
con él, que finalmente fui capaz de bajar mis defensas. El compartir el de Christos
había convocado el mío, en el buen sentido
Liberándolo.
No podría haberlo hecho con cualquier otra persona en el planeta. No mis
amigos, ni siquiera mis padres.
Nadie me hizo sentir tan segura.
Este amor.
Terror corrió a través de mí. Sirenas de advertencia gritaban en mi corazón.
Estaba demasiado abierta, demasiado vulnerable. Estaba en peligro. Necesitaba
cerrarme o iba a salir lastimada peor de lo que jamás había sido por el dolor de mi
pasado.
Lo más cerca que había estado de esos pensamientos con otra persona antes
de Christos me había conducido hacia el desastre desgarrador.
Provocadora.
No, no podía permitirme sentir amor por Christos. Estaba peligrosamente
cerca de permitirme amarlo. Estaba muerta de miedo de a dónde me llevaría.
—¡Déjame! —Entré en pánico. Me aparté de él con ambos brazos.
—¿Qué?
—¡Déjame ir! ¡Tengo que salir de aquí!
Estaba tan sorprendido que me soltó y me levanté de un salto. No sabía a
dónde ir o qué hacer. Estaba atrapada. Necesitaba alejarme.
Abrí la puerta principal y salí corriendo tan rápido como pude. Corrí por las
escaleras de balcón, en el estacionamiento, y corrí a la derecha por la calle.
Mi barrio era muy tranquilo, así que literalmente corrí por el medio de la
carretera vacía. Si hubiera pasado algún coches, no me habría dado cuenta hasta
que me pasara por encima, lo que me esperaba que sucediera.
—¡Samantha! ¡Vuelve! ¡Samantha! ¿A dónde vas? —Las botas de Christos
golpeaban el pavimento detrás de mí. Me alcanzó antes de que yo llegara al
siguiente bloque.
Se puso a caminar a mi lado. No lo miré. Apenas era capaz de ver a través de
mis lágrimas. Me tropecé con un bache y tropecé.
Christos me tomó en sus brazos y nos detuvimos. Él se aferró a mí con fuerza.
—Shhh, shhh, shhh. Está bien. Te tengo.
Una nueva tormenta de sollozos salió de mí. Él me abrazó en medio de la calle.
Mantuve mis brazos rígidamente a mis lados, la cabeza alejada, tratando de
protegerme, tratando de escapar de la bondad Christos.
—No voy a dejarte ir, Samantha —susurró—. Déjalo salir. Te lo prometo, no voy
a dejarte ir.
220 Sus palabras deberían haberme asustado aún más. Pero no lo hicieron. El
simple acto de perseguirme y atraparme cuando me tropecé me había consolado
de una manera que no podía entender. Envolví mis brazos alrededor de él y le
devolví el abrazo.
Poco a poco, mis sentimientos se volvieron una locura. La tristeza cedió a su
polo opuesto. Sentía auténtica alegría desenfadada, de una manera que no
podía recordar haber tenido antes. Me eché a reír. Traté de detenerla, de repente
mortificada, Christos pensaría que estaba loca.
Pero Christos rió conmigo. Nos reímos juntos. De pie en medio de la calle como
tontos. Los dos nos reímos tan fuerte, que nos soltamos del abrazo, y estábamos
apoyado hombro con hombro al igual que los dos amigos más antiguos de la
historia del mundo.
Las carcajadas continuaron hasta que estaba sibilante, y ambos terminamos
en risitas. No sé cuánto tiempo duró.
Cuando estábamos tranquilos, me frotó la espalda hasta que me puse de pie
con la espalda recta.
Miramos a los ojos del otro, los dos sonriendo ampliamente. Tomó cerca de
tres segundos para que una nueva ola de risas nos doblara, con las manos en las
rodillas.
Cuando nos calmamos de nuevo, dijo Christos:
—Deberíamos volver al apartamento. Dejé la puerta abierta.
Volvimos, y me lavé la cara en el lavabo del baño. Mis ojos estaban
totalmente rojos.
Christos estaba detrás de mí.
—Te ves bien —dijo.
Tenía los ojos muy rojos también. Supongo que estaba bien.
Nos sentamos en el sofá, frente a frente.
Los dos estábamos todavía risueños. Cuando nuestros ojos se encontraron,
otra ronda de risa nos sacudió, enviándonos rodando sobre nuestras espaldas en
el sofá.
Nos despatarramos en los extremos opuestos, sobre los cojines como dos
amantes cansados. Mirando el techo, suspiré audiblemente. Suspiró también. Su
voz era tan condenadamente varonil y rica.
Eso me hizo pensar en cosas totalmente inapropiadas. Puse mis pies debajo
de mí y me senté más erguida.
Él todavía estaba tirado, y me sonrió.
Me desenredé con cuidado. Me arrastré hacia él y me acurruqué contra él.
—¿Pueden los amigos y mentores abrazarse?
—Parece que sí. —Se rió entre dientes.
221
248
Veinte
E
sa noche, Christos vino. Cenamos juntos, y pasó la noche en mi casa.
Hubo algunos besos antes de acostarnos, pero sobre todo estábamos
muy ocupados hablando de todo tipo de cosas, bromeando, y
divirtiéndonos, ambos estábamos agotados cuando llegamos a las
sábanas.
Me gustaba mucho eso. No había presión por parte de Christos para que las
cosas siempre terminaran en lo físico. Mi experiencia con las citas en la escuela
secundaria había sido todo sobre defendiéndome de los sobones.
No con Christos. Él simplemente quería estar conmigo.
También pasamos el rato el martes y miércoles por la noche. Cuando no
estaba estudiando para mis otras clases, Christos me daba lecciones extra de
dibujo. Nada me hubiera gustado más que dejar todas mis clases y estudiar arte a
tiempo completo con él, pero eso era pura fantasía.
Mi carrera no era de arte, y probablemente nunca lo sería. Pero me aseguré
de disfrutar cada momento que tenía un trozo de carbón o lápiz mecánico en la
249 mano. El jueves por la noche, nos detuvimos en la casa de Christos para recoger
algo. Él no me dijo de qué se trataba.
Spiridon estaba en la sala de lectura cuando llegamos. —¡Christos, pensé que
habías desaparecido! No te has olvidado de tu abuelo, ¿verdad?
Christos le sonrió con cariño a Spiridon. —Lo siento, Pappous. He estado muy
ocupado. Ya vuelvo. Tengo que tomar algo del estudio. —Él salió de la habitación.
Spiridon me sonrió. —¿Has robado a mi nieto, Samantha?
Sonreí. —No, señor Manos, quiero decir Spiridon. Él me ha robado. —Me di
cuenta de que me estaba llamando Samantha ahora. ¿Christos había estado
hablando con él acerca de mí?
—Por la forma en que Christos habla de ti, puede que tengas razón. —Sonrió.
Ahí lo tienes.
Christos volvió a entrar en la habitación. Sostenía un paquete envuelto para
regalo con un lazo y me lo ofreció. —Para ti.
—¡Oh, Christos! No deberías haberlo hecho. No es mi cumpleaños ni nada.
—¿Y? Ábrelo.
Quité la tarjeta y la leí. Decía:
Samantha-
Eres más de lo que crees. Descubre qué tan lejos puedes ir explorando tus
pasiones. Sueña en grande. No dejes que nadie te impida cumplir tus deseos más
salvajes. Se audaz.
-Christos
Mis ojos se humedecieron. Le sonreí a Christos. —Gracias, Christos. Esto
significa mucho.
—De nada, Samantha. —Él me dio un gran abrazo—. No te olvides de abrir el
resto del regalo.
Abrí el paquete. Era una caja de 96 crayones Crayola. Del tipo que tenía un
sacapuntas en la parte trasera.
Después del dibujo a lápiz que habíamos hechos juntos, y trabajar con los
niños en la biblioteca, era el regalo perfecto.
—¿Recuerdas que te dije que necesitaba empezar a pintar?
—¿Sí?
—Comienza con crayones. Comienza a poner color en tus dibujos. Un poco
al principio. En el momento que empieces a trabajar con pintura de verdad, no te
estarás preguntando acerca de qué hacer con tanto color.
Tiré mis brazos alrededor de él. —Gracias Christos. Yo… —Casi dije algo que
habría lamentado—. Eres, increíble Christos. —Me aparté para poder mirarlo a los
ojos—. De verdad lo eres.
250
Me abrazó por la cintura y tocó su frente con la mía. —Tú también lo eres,
Agápi mou8.
Fruncí el ceño. —¿Qué fue esa palabra que usaste? —Sonaba como un
galimatías9.
—Nada.
—¿Era eso una palabra griega?
Christos se apartó de nuestro abrazo.
¿Había dicho algo malo? Miré a mi alrededor y me di cuenta de que las cejas
de Spiridon estaban alzadas. Vi a Christos intercambiar una mirada con Spiridon.
Mis ojos se movían entre ellos.
—¿Me estoy perdiendo de algo aquí?
Ninguno iba a responder. Los ojos de Spiridon se zambulleron de nuevo en su
libro. Colocó un marcador y lo cerró. —¿Ustedes dos quieren cenar? Estaba a punto
de hacer algo.
—Nunca me dijiste que hablabas griego —le dije a Christos.
—Nunca preguntaste.
—¿Qué dijiste?
Él se encogió de hombros.
Spiridon dio las buenas noches y se retiró a la parte superior de la casa, la cual
yo todavía no había visto. Christos y yo fuimos afuera.
Levantó la vista hacia el cielo nocturno. —La luna está llena esta noche. Está
súper brillante.
—Sí. —Miré hacia arriba a la bola de plata brillante.
—¿Quieres ver algo impresionante?
—Claro.
Christos nos llevó al comienzo del sendero que habíamos usado antes para
subir al mirador privado de su familia.
—¿No está un poco oscuro? ¿No necesitamos linternas?
—¿Puedes ver el camino?
—Sí, creo.
—Entonces no necesitamos linternas. Vamos.
—¿Es esto más de tus cosas de “Sin miedo”?
—No había pensado en ello, pero supongo que sí. —Él me devolvió la sonrisa.
Hicimos una excursión por la colina, el sendero como una línea pálida en la
oscuridad. Mis ojos se acostumbraron poco a poco y pude ver suficiente para evitar
tropezarme. Cuando llegamos al mirador, estaba sin aliento.
Me preocupé por estar de nuevo aquí con él. La primera vez, la que me temía
que fuera la última, había sido una perra completa. Recé para que no lo fuera a
arruinar esta noche.
Christos ya estaba sentado en el banquillo. Yo estaba caliente a causa del
esfuerzo. Me senté junto a él y automáticamente puso su brazo alrededor de mí
mientras me acurruqué contra su costado.
Entonces observé el paisaje. —Oh Dios mío. Es hermoso.
La luna se reflejaba en el Océano Pacífico. Nubes dispersas flotaban por la
esfera gigante de plata, delineadas con líneas delgadas de mercurio puro. Las olas
negras estaban tapadas con oropel de plata titilante. Sentí como si estuviera
viendo una ventana a un mundo extraño. Todo era familiar, pero dibujado con
magia por la luna aureolada.
—Siempre he preferido este lugar por la noche. Todo es muy tranquilo.
252 —Nunca había visto nada como esto. Gracias, Christos.
—Cualquier cosa por ti, Samantha.
Él me apretó contra su costado con un abrazo firme, luego volvió a
contemplar la vista. Era digna de una la contemplación silenciosa y prolongada.
Las palabras no podían hacerle justicia.
Con el tiempo, la calidez de nuestro esfuerzo se desvaneció. Me estremecí.
—¿Tienes frío?
— Sí, un poco.
—Déjame calentarte.
Se acercó y me llevó a su regazo así que quedé frente a él. Debido al asiento
trasero en el banquillo, no había lugar para poner mis piernas. Me vi obligada a
sentarme a horcajadas sobre él con mis piernas separadas, las rodillas altas y los
pies apoyados en el banco. Sentí su dureza presionando a través de sus pantalones
vaqueros contra mi suavidad. Quiero decir, justo donde todo se suponía que debía
ir. Sólo la delgada barrera de nuestra ropa se interponía entre mí, él, y el final. Su
eje se tensó contra mí. Me preocupaba que todo mi peso corporal estuviera
presionándose contra él y no quería hacerle daño.
—¿Te sientes cómodo así?
—¿De esta manera?
Me atrajo con fuerza hacia él. Me sorprendió, pero me gustó. Di un grito
ahogado cuando mi pecho se apretó contra el suyo. Mi trasero empujado hacia
atrás de mi y él agarró mis caderas con ambas manos. Yo tenía las manos sobre su
pecho.
—¿Mejor?
—Sí —murmuré.
—He estado esperando para probar tus labios durante toda la cena. No
podía dejar de mirarte a la boca mientras hablabas con mi abuelo.
—Lo noté. Parecías más callado de lo habitual.
Él se rió. —Tenía una buena razón.
Me incliné y lo besé con suavidad. Él respondió con un gemido y deslizó su
lengua en mi boca, buscando la mía. Las juntamos y me dejé llevar por la humedad
de todo. Cuando gemí y profundice el beso, él apretó mi trasero en un movimiento
de masaje hipnótico. Cada vez que apretaba con sus poderosos dedos, sacudidas
de placer salían desde mi centro. Instantáneamente estaba húmeda y ansiosa.
Sentí como si mis jeans fueran un cinturón de castidad. Tal vez eso estaba bien,
dadas las circunstancias. No estaba segura de que estaba dispuesta a ir más allá
de esto.
No es que estuviera decepcionada con lo que estábamos haciendo.
Me sorprendió al tomar uno de mis pechos a través de mi camiseta. Lo
masajeó suavemente. Me retorcí cada vez que sus dedos se contrajeron. Si él no se
253 detenía, era muy posible que yo me viniera.
Con los ojos cerrados, eché la cabeza hacia atrás y lancé un largo gemido
desinhibida. Nadie podría escucharme en la ladera remota. Me sentí libre al dejarlo
salir todo.
Christos se estremeció y gruñó ante el sonido de mi placer reprimido. En
respuesta, él empujó sus caderas hacia mí. Fue duro, pero bueno, como un enorme
caballo salvaje debajo de mí. No sabía que me gustaba duro.
Calientapollas.
Sentí que mi garganta se contraía súbitamente por el temor. Me congelé. No,
no ahora. No quería pensar en eso ahora. Traté de enterrarlo bajo la misma
montaña antigua de evasión que había utilizado en el pasado. ¿Dónde estaba mi
helado?
—¿Samantha ? ¿Te lastime?
Abrí los ojos y apoyé mi frente contra la de Christos. Desplazándome dentro
de su mirada, mi dolor se desvaneció.
Las voces en mi cabeza se calmaron. —Estoy bien. No te detengas
Él levantó la cabeza y me besó profundamente. Su lengua era el éxtasis en la
boca. Moví mi centro sobre él. Él gimió con avidez. Sabía que él quería más. Pero
¿yo? ¿Estaba lista? Tenía miedo de averiguarlo.
Levantó mi camiseta hasta que mi sujetador y pechos quedaron expuestos.
Con las dos manos, me apretó a través del material satinado. Lamió el pliegue entre
mi escote hasta que estaba resbaladizo. Su lengua bajó más, por debajo de mi
sujetador. Entonces, literalmente, me levantó del trasero para poder pasar su
lengua desde mi ombligo hasta el borde de mis jeans.
Él era increíblemente fuerte.
Estaba íntimamente consciente de cómo sus poderosos dedos me
separaban. Allí abajo. Otra oleada de energía se arremolinaba hacia fuera de mi
centro y subió hasta mis pechos.
Él me bajó a su regazo, luego deslizó la punta de su nariz hasta mi escote. Con
las yemas de los dedos me rozó a través de las costillas y luego tocó mis pezones a
través de mi sujetador. Necesitaba más. Mi sujetador estaba en el camino.
Él se echó hacia atrás. —Necesito ver sus senos. Por favor.
¿Estaba pidiendo permiso? —Sí.
Él desabrochó el sujetador y lo dobló hacia arriba. —Oh, Dios mío, son tan
perfectos desde este ángulo.
Él se dirigió a uno de mis pezones con una boca voraz. Su lengua rodeó la
punta, endureciéndolo hasta que quedó firme y erecto. Me estremecí hasta los
dedos de los pies. Envolví un brazo alrededor de su cuello y puse el otro en la parte
superior de su cabeza, hundiendo los dedos en su cabello grueso. Nunca había
experimentado el placer de esta manera. Hice un sonido de “uh,uh,uh”. Estaba
cayendo al borde de un profundo abismo.
254 Las experiencias anteriores me habían hecho creer que los juegos previos no
eran más que unos hormigueos, tal vez un poco de cosquillas entre las piernas y
mucho intercambio de saliva. Este era un viaje a otra dimensión. Un mundo infinito
que nunca había explorado.
Cambió de pezón y un nuevo rayo se disparó desde mi centro a la parte
superior de mi cabeza. Gemí. Apretó mi otro pecho en respuesta y empujó sus
caderas hacia arriba contra las mías con fuerza, lentamente, persistentemente.
Él gruñó, insatisfecho. No quería que se quedara con ganas. Me sentí como si
yo estuviera teniendo toda la diversión en ese momento y él era un león enjaulado,
pidiendo liberación.
—Oh, Christos —gemí.
Él siseó y me miró, su rostro se tensó en un gruñido salvaje. —Eres. Tan.
Jodidamente. Ardiente. Quiero estar dentro de ti. Ahora mismo.
Yo estaba divida por la indecisión, y mis pensamientos se hicieron cargo,
bloqueando la sensación.
No recordaba a Christos hablándole así a Paisley. Es cierto que sólo los había
espiado un minuto más o menos, pero no había sonado tan… hambriento. ¿Era
sólo yo?
—Samantha, te necesito más que nunca he necesitado a ninguna otra mujer
antes. Como si fueras la única mujer que ha caminado en esta tierra, la criatura
más femenina y hermosa que ha existido. Soy un hombre muerto de hambre sin
comida y eres mi sustento. Me estoy muriendo de sed y tú eres el agua más pura.
Me estoy sofocando sin ti. Eres como el oxígeno para mí, Samantha. Sin ti, no puedo
respirar. Me voy a morir si no te llevo con cada aliento que tomo. —Él inhaló
profundamente.
Su charla de tomarme me hizo querer tomarlo a él. De manera profunda. Por
completo. Luego drenaría toda su virilidad, apagando su sed, encendiendo el
fuego.
Salté ante la idea. Oh, Dios mío, ¿cuándo me había vuelto tan atrevida?
Contuve una risita.
—¿Qué? —Pude oír diversión en su voz.
—Nada, es una estupidez. —Bajé la cabeza hacia un lado para que no
pudiera ver la sonrisa en mi cara.
—Nada de lo que dices es estúpido. —Sonaba muy sincero.
Lo miré a los ojos, una cálida y acogedora sonrisa en mi cara. —Es por eso que
te am… —Me detuve. Mi garganta se cerró y tosí dos veces. Casi lo había dicho.
Una vez más. Vaya. ¡No se puede ir haciendo eso! ¡Era demasiado pronto!
Él no se molestó por ello. —¿Qué?
—Iba a decir, que eso es lo que me gusta tanto de ti, Christos. Todo lo que
dices es como la cosa más genuina, comprensiva y maravillosa que alguien podría
decir.
—Oh, pensé que ibas a decirme la palabra con A. —Él sonrió, sus hoyuelos
255 brillando en la pálida luz de la luna.
Dejé caer mi cabeza hasta que llegó a su pecho. Estaba tratando de
ocultarme, pero no había lugar para escapar. No es que quisiera escapar de su
agarre sobre mí.
—Volviendo a lo que estabas pensando antes, cuando estaba hablando
todo románticamente de que eres mi oxígeno. Lo qué querías decir, por cierto. ¿En
qué estabas pensando?
Giré mi cabeza contra él. —Uh uh.
—Me lo puedes decir No me reiré.
—Estoy avergonzada.
—Está bien, Samantha. Estoy seguro de que está bien.
—¿Me lo prometes?
—Lo prometo.
—Cuando dijiste que querías tomarme con cada aliento, pensé que quería
tomarte a ti. Dentro. —No podía creer que lo estaba diciendo—. Dentro, ya sabes,
dentro de mí.
—Ahh. Ya veo. Sí, no. Eso está bien. No tengo quejas de mi parte en ese
asunto. —Él besó la parte superior de mi cabeza—. Alguien tiene una mente sucia.
Golpeé mi puño contra su pecho. —¡No tengo una mente sucia!
—Está bien. Me gusta lo sucio.
Perra. Zorra. Puta.
Mis cejas se juntaron. —No soy una puta, Christos. —Sonó más duro de lo que
pensaba.
—Sé que no lo eres. ¿Cuándo te he dado esa impresión?
Esto estaba yendo a un territorio en el que no quería pensar. —Vamos a
olvidarnos de eso, ¿de acuerdo?
—Hey, mírame. —Levantó mi barbilla con dedos gentiles hasta que nuestros
ojos se encontraron. Tenía una mirada seria y cuidadosa—. Cualquier cosa que
quieras hacer, Samantha. Recuerda, hablar sucio, pensar sucio, está totalmente
bien. A mí me gusta un poco. —Él sonrió.
—¿En serio?
—Sip. Casi me vengo en los pantalones cuando dijiste que querías llevarme
dentro de ti. Tú.
—Nuh -uh.
—Entonces, uh huh. —Sonrió ampliamente.
—Te amo, Christos.
Oh, mierda. ¡Las palabras se deslizaron fuera, no pude evitarlo! Lo agarré con
mis brazos tan fuerte como pude, tenía miedo de que me tirara a un lado y corriera
por la montaña como la última vez. Al mismo tiempo, yo también quería salir
corriendo.
256
¿En quién me había convertido en ese momento? No le había dicho la
palabra amor a nadie desde... Él. Después de él, pensé que nunca podría decirlo
de nuevo. A nadie.
Pero acabo de hacerlo.
Mi cabeza estaba empezando a girar. Me alejé de Christos. Él no me soltaba.
Bajé mi camiseta sin tomarme la molestia de abrochar mi sostén.
—Con calma, Samantha. ¿A dónde vas?
—Tengo que irme. Ahora. ¡Déjame ir!
—Está bien. —Él me soltó.
Baje las piernas y corrí por el sendero. Ahora la situación se había invertido. Yo
era quien huía en una agonía emocional total.
Corrí colina abajo lentamente, insegura de mis pasos en la luz de la luna. Oí a
Christos cerca de mí. Él no trató de alcanzarme.
Cuando llegamos a la calle, corrió a mi lado. Esta cosa de huir se estaba
convirtiendo en un mal hábito con nosotros.
—Algo está mal, Samantha. ¿Quieres hablarme de ello?
¡Por supuesto que no! No le hice caso y seguí corriendo. Quería escaparme y
encontrarme con una pinta de helado y comer para quitarme la depresión. O saltar
de un acantilado. Mierda, debí haber hecho eso cuando me levanté de la banca
en la ladera.
—Háblame, Samantha.
¿Por qué tenía que ser tan jodidamente comprensivo? ¿Por qué no podía
dejar que me pudriera lejos en aislamiento? ¿Por qué no podía dejarme lamer la
herida en privado?
—Vete —sollocé.
Estaba tratando de correr, pero ahora estaba llorando y era imposible respirar.
Un calambre acuchilló mi lado y me encontré en mis rodillas.
Christos estuvo al instante a mi lado. —¿Estás bien?
Me apoyé en mis manos y sollocé. Las lágrimas, mocos y babas brotaban de
mi boca.
—No puedo, Christos. Es que no puedo —le vociferé.
—¿No puedes qué? —preguntó en voz baja, una mano en mi hombro.
—No puedo estar contigo. Así.
—¿ Así cómo?
—Como, ya sabes. Contigo dentro de mí.
—Está bien. Lo que sea que te haga sentir más segura y cómoda. ¿Vamos
demasiado rápido? Como que saltamos a las cosas.
Esa no era en absoluto la respuesta que estaba esperando. Me senté sobre
los talones. —No, es mi culpa. Yo lo quería. Pero no me di cuenta de lo que estaba
257 haciendo.
—¿Qué estás diciendo ? ¿Hay que volver a la cosa mentor manatí?
—Sí. Espera, ¿acabas de decir manatí?
—Lo hice. —Sonrió.
Me eché a reír, luego llorar. —¡Oh, Christos ! —Tiré mis brazos alrededor de él.
Me abrazó con fuerza. Lloré por un tiempo, luego me calmé. —¿Me estás llamando
una vaca de mar?
—Sí, lo hago. —Él se rió en voz baja—. Tienes ocho tetinas y necesita un
ordeño. Pero la leche es salada porque bebes el agua de mar, así que nadie la
compra. Entonces Aquaman, el granjero bajo el agua, tiene que venderte como
carne de hamburguesa.
—¿Qué? —Me reí sollozando.
—Es todo lo que se me ocurrió decir. Lo siento. —Me besó en la mejilla con
suavidad—. ¿Por qué no vamos a la casa de mi abuelo y tomamos algo caliente?
—Está bien.
La siguiente cosa que supe, me zambulló en sus brazos y me llevó a la casa.
Eran tres cuadras de distancia. Me sostuvo como si no pesara.
Después de que nuestro té estuvo listo, nos fuimos al patio trasero. La vista era
increíble. No tan impresionante como en la banca, pero bastante agradable. Nos
acurrucamos juntos en una tumbona junto a la piscina de Spiridon. Había una
pequeña mesa de cristal junto a la tumbona, donde pusimos nuestro té y platillos.
—Es tan gracioso que tu abuelo tiene una piscina y vive como a cinco
cuadras de la playa.
—Sí, él tiene una vida muy dura. Los beneficios de comprarla anticipada. Él
ha estado en esta casa desde antes de que yo naciera.
—Es realmente agradable. Nunca la he visto completa. ¿Cuán grande es?
—Creo que tiene seis dormitorios, digamos que un montón de baños, una
oficina, un estudio, una biblioteca de arte, el estudio. Pero basta ya de la charla.
¿Qué pasó allí? Sentí tu corazón pasar de abierto a bloqueado detrás de una
bóveda de un banco.
—¿Cómo puedes sentir mi corazón?
—No sé, simplemente puedo.
—¿Sientes el corazón de todas las mujeres con las que has estado?
—Ahora que lo pones de esa manera, te puedo decir exactamente por qué
sé cuando estás con el corazón abierto o cerrado.
—¿Cómo?
—Porque nunca antes lo había sentido.
—Eso es ridículo. ¿Me estás diciendo que ninguna de las muchas mujeres con
las que te has acostado han tenido el corazón abierto?
258 —Si lo tenían, nunca me di cuenta. Pero el tuyo es muy abierto conmigo. No
puedo dejar de sentirlo. Es como un terremoto cada vez que te abres. Entonces,
¿qué lo cerró esta noche?
Me incliné y recogí mi té, ahogándome.
—Como dije antes —animó—, puedes decirme lo que sea. Sácalo, déjalo ir.
En cuanto lo mantengas como un secreto, te corroera. Lo sé.
Quería creer en él. Pero temía que si le decía la verdad a Christos, me iba a
juzgar. Me alejaría y le pondría fin a nuestra relación en todos los niveles, incluso en
las tutorías. ¿Por qué no lo haría?
Una vez que él supiera lo terrible que era debajo de mi exterior de estudiante
de universidad suburbana, más allá de mi especialización en contaduría, estaría
horrorizado. Porque yo estaba horrorizada. De mí misma.
Era escoria, por lo que hice.
Si Christos pensaba que había escondido la mierda, no tenía ni idea. Mi culpa
y la vergüenza me habían estado matando lentamente durante más de dos años.
Busqué en mi cerebro por un cambio digno de tema. —Hey, ¿qué era esa
palabra que me llamaste antes de la cena? Cuando la dijiste, tu abuelo se veía
como si hubiera visto un fantasma o algo así.
—Tal vez lo hizo.
—Eso no tiene ningún sentido. ¿Cuál era la palabra?
—Fueron dos palabras. Agápi mou.
—Entonces, ¿qué significa? ¿Por qué es eso tan importante?
—Significa “mi amor”. No había dicho la palabra amor en más de una
década. Y mi abuelo lo sabe.
¿Eh? Processing, 404 not found10. La página Web no existe. ¿Qué demonios?
¿Eso significaba que había llamado su amor hace dos horas? ¡Él había logrado
colarse bajo el radar!
—¡Hey! ¡Me has engañado! Aquí estoy, preocupándome por haber soltado la
palabra con A ¡y ya la habías dicho! ¡No es justo!
Él se rió y me abrazó cariñosamente. —¿Es eso un problema?
—No, pero, quiero decir, ¿qué diablos? ¡Podrías haberme hecho sentir mejor
un poco antes! —pretendí que estaba molesta.
—Lo siento —sonrió.
—¿Por qué no has dicho la palabra amor en tanto tiempo?
—Esa es otra historia. Tienes que decirme lo tuyo. Acerca de Taylor.
El hecho de que Christos en secreto me había llamado su amor me dio valor.
Me dispuse a dejar caer mi bomba. Esperaba que no borrara mi creciente relación
con este hombre increíble. La única persona que sabía toda la historia de Taylor
era Él. Estaba a punto de cruzar una línea que nunca pensé que cruzaría.
259 Respiré profundamente. Se enganchó espasmódicamente cuando solté.
—No. Esta historia es acerca de Damián.
—¿Quién es Damián?
—Una persona terrible. Un error. Permíteme comenzar por el principio. —Bebí
un sorbo de té y me acurruqué en los brazos de Christos.
Iba a necesitar toda la ayuda y caricias que pudiera conseguir si iba a contar
esta historia por primera vez. Para el hombre al que le había dicho: "Te amo " hace
menos de treinta minutos.
El hombre que me llamó su amor.
OMG, yo estaba tan confundida en ese momento.
—Damián Wolfram fue el peor error que he cometido —le dije en voz baja.
—Cuando yo era una estudiante de segundo año en la escuela secundaria,
me enamoré de Damián, uno de último año. Él era sin duda el chico más caliente
en nuestra escuela. Todas las chicas estaban enamoradas de Damián. Era suave,
popular, rico y era capitán del equipo de lacrosse. Sus padres eran ricos, y estar
con Damián significaba acceso al club de campo y la alta sociedad en el brazo
de un ardiente total. ¿Qué chica adolescente no sueña con esas cosas?
—Si lo hubiera sabido mejor, o hubiera sido más madura, podría haberme
dado cuenta de que Damián no era el chico de oro que proyectaba. Él tenía un
260 Me volteé y miré a los ojos azules mágicos de Christos. Puse mi mano en su
mejilla. —Cuando te conocí, Christos, pensé que eras como Damián. Tenía miedo
de que fueras un mujeriego idiota. Pero no lo eres. Eres diferente. Hay una dulzura
en ti. Cada vez que te he visto ponerte violento, fue para protegerme. Pero nunca
para provocar a nadie, nunca para empezar nada. Simplemente lo acababas.
—Yo estaba protegiéndote a ti.
Sentí una tremenda sensación de orgullo en mi pecho. Me limpié una lágrima
de mis ojos y sollocé.
—Eres un buen hombre, Christos. Soy muy afortunada.
—Yo también —susurró.
—La noche que empecé a ver a través de la fachada de Damián, fue la
noche en que había planeado perder mi virginidad con él. Pero no la perdí esa
noche. Esa noche, él tomó algo mucho peor. Él tomó mi inocencia. Porque yo lo
dejé. No tuve el coraje para detenerlo.
—Habíamos estado saliendo durante seis meses en ese punto. Damián me
había estado presionando para tener relaciones sexuales por un tiempo. Nunca le
dije que quería que esperara porque no quería que él supiera que era virgen, pero
lo había descubierto por su cuenta. Nos habíamos besado un montón de veces,
pero no había dejado que las cosas fueran más allá tantas veces, que era obvio.
—La cosa es que Damián no era mi primer novio. Había estado con otros
chicos antes. Tenía dieciséis años.
—De todos modos, estuvimos juntos durante seis meses. Mis padres llegaron a
conocerlo. Lo amaban, pensaban que era una maravilla. No creo que alguna vez
vieran el lado oscuro de él que yo conocía tan bien.
—Mirando hacia atrás, me sorprende que no rompí con él. Pero el problema
era, que estar Damián Wolfram era como salir con el rey de Inglaterra. Todas las
chicas en mi escuela estaban muy celosas y querían sabotear mi relación, o
querían ser mis mejores amigas, sólo para poder estar cerca de él.
—Los chicos estaban igual de mal. Todo el mundo quería dormir con quien el
Rey Semental estaba saliendo, lo que quería decir conmigo. Me encantó la
atención. Excuso mi estúpido comportamiento debido a las hormonas
adolescentes.
—Me acuerdo de esas —Christos rió—. Creo que todavía tengo algo de sobra.
—Eres tan malo. —Manoteé su brazo.
—Odio desilusionarte, pero estoy bastante seguro de que esos chicos de tu
escuela secundaria te querían principalmente porque eres caliente.
—Sí, claro. —Lo dejé pasar.
—Nunca dejas de sorprenderme, Samantha cómo las mujeres más sexies que
conozco tienen la opinión más baja de su propia apariencia. Te llevas el premio.
Lo miré en silencio por un largo tiempo. Él me acarició el pelo. —Gracias —
261 murmuré. Bebí más té y luego continué mi historia.
—Así que, después de seis meses de presión de Damián y hablar
constantemente con mis amigas sobre cuán frecuentemente cada una tenía sexo
en mi escuela secundaria, decidí que no quería quedarme fuera de la
conversaciones por más tiempo. Quiero decir, ¿qué tan grave puede ser? Casi
todo el mundo en el planeta había tenido relaciones sexuales. ¿Por qué estaba
haciendo una gran cosa al respecto?
—Una tarde, durante clase, le envié un mensaje a Damián que decía que
estaba lista. Sabía exactamente lo que quería decir. Nosotros estábamos de suerte
ya que sus padres y los míos estarían fuera esa noche. Decidimos utilizar su casa,
porque era enorme, tenía su propio cuarto de baño conectado a su dormitorio y si
sus padres llegaban a casa temprano, tendríamos un montón de advertencia
previa cuando entraran a la casa.
—Él intentó que fuera especial. Me había comprado flores y me preparó una
cena fabulosa en la cocina de sus padres. Había buscado recetas en Internet y lo
hizo todo él mismo. Cuando por fin llegamos a su habitación, con tiempo de sobra
antes de que sus padres llegaran a casa, todo era perfecto. Había instalado velas
y tenía la lista de reproducción perfecta en su iPod. El entorno era más de lo que
un adolescente podría esperar. Sin torpezas en la parte de atrás de un auto
estrecho con ventanas empañadas como la mayoría de mis amigos. Tal vez era
demasiado perfecto, no lo sé.
—Caímos en la cama y empezamos a besarnos. Por alguna razón, yo no lo
sentía. No tengo idea de por qué. No sabía cómo decirle a Damián, así que seguí.
Cuando trató de quitar mi vestido, lo detuve.
—Tal vez fue toda la anticipación. Tal vez él había intentado muy duro hacer
todo a la perfección. Tal vez habíamos esperado demasiado tiempo y yo debería
haber dormido con él meses antes. Pero nunca se me ocurrió una vez que en el
fondo, sabía que Damián no era la persona adecuada para perder mi virginidad.
Pero no podía admitírmelo a mí misma en el momento. Había estado negando la
verdad por mucho tiempo.
—Así que me dije a mí misma que no estaba preparada para Damián esa
noche, que sólo necesitaba más tiempo para acostumbrarme a la idea. Recuerdo
cruzar los brazos sobre mi pecho de manera protectora. Damián me preguntó qué
estaba mal.
—Ahí fue cuando todo se fue al carajo.
262
Veintiuno
Tres años antes…
E
n la casa de Damián Wolfram
—¿Qué pasa? —preguntó Damián.
—Lo siento, Damián. Esta es mi primera vez. Sabes que lo es. Me
dijiste que podíamos esperar hasta que estuviera lista. Supongo que no estoy
preparada —le dije con pesar. Le di una sonrisa triste. Sabía que estaría
decepcionado. Me preocupaba que estuviera enojado. Y yo sabía exactamente
lo explosivo que podía ser—. No estás enojado conmigo, ¿verdad?
Damián se apartó de mí y se puso boca arriba, mirando el techo de la
habitación. Él no dijo nada durante un largo tiempo.
—¿Damián?
Suspiró profundamente. Muchas veces. Así era como empezaban las rabietas.
Como si estuviera construyendo una nube de humo.
263
Tenía miedo de moverme. Dio una palmada en la cama con la mano. Estaba
enojado. Le acaricié el brazo. —Lo siento tanto. Sé lo mucho que trataste de hacer
todo esto especial.
Rodé mi rodilla por encima de sus piernas y me acurruqué junto a él. Le apreté
el brazo y traté de calmarlo
—No te enojes. Lo haremos la próxima vez. Lo prometo.
—¿La próxima vez? ¿Quién dijo que iba a haber una próxima vez?
Estaba confundida. —Te amo, Damián.
No era la primera vez que se lo había dicho. Empecé a decir te amo después
de unos tres meses de noviazgo. Nunca me lo había dicho, pero todas mis amigas
me habían dicho que no ejerciera presión sobre él.
—Por supuesto que va a haber una próxima vez. Vamos a tener un montón
de oportunidades de hacer el amor. Pero no esta noche, ¿de acuerdo?
Levanté la vista hacia él. Él inclinó la barbilla hacia abajo y me frunció el ceño.
—Si me amaras, estaríamos teniendo relaciones sexuales en este momento.
Había una frialdad en la forma en que había dicho esas palabras que me
impactó. De repente yo dudaba de cada palabra tierna que alguna vez me había
dicho.
—Si me amaras, ya estarías sin vestido. —Había veneno en sus palabras. No
amor.
Me di la vuelta lejos de él hasta que mi espalda estuvo contra él. Abracé mis
codos a mi pecho y subí mis rodillas. No me amaba. Eso estaba claro. Me pregunté
si alguna vez había llegado siquiera a estar cerca de amarme. Me puse a llorar en
silencio. ¿Por qué no había visto esto antes?
—Deja de ser un bebé. ¿Quieres tener sexo o no?
Eso me hizo llorar más fuerte.
Suspiró con petulancia. —Cállate. No quiero escucharlo.
Ahogué un sollozo.
—¡Sopórtalo, o cállate la boca!
Lloré libremente. Una parte de mí quería voltearme hacia él y decirle lo
enfadada que estaba, lo mucho que me hería. Pero Damián siempre tenía que ser
la persona más enojada en la habitación. Sabía que era inútil. Deslicé mis piernas
fuera de la cama, buscando mis talones.
—Quiero irme a casa.
—¿Quieres irte? Te compré flores. Te hice la cena. Organice mi habitación
para hacerlo todo especial. Hice mi parte del trato. ¿Por qué tú no lo hiciste? ¿Eh?
¿Qué te pasa?
Me puse mis tacones uno a la vez. Me levanté, cogí mi abrigo, y lo puse sobre
mis hombros. Tomé mi bolso y doblé mis brazos de manera protectora sobre mis
264 pechos. —Quiero irme a casa.
Él se dobló en la cama. —¿Quieres irte? ¿Ahora? Joder, Sam, eres la peor
novia que he tenido.
—Por favor.
Dio un puñetazo en la cómoda, haciendo vibrar todo en la parte superior. —
¿Qué demonios, Sam? ¡Se supone que tendríamos sexo esta noche! ¡No vas a
ninguna parte!
Lo miré. Él se estaba preparando para una rabieta de dimensiones titánicas.
No podía tratar con él. —Voy a bajar a la planta baja. Por favor, llévame a casa. O
voy a llamar a mis padres.
Eso lo desencadenó. —¡Vete a la mierda, Sam! ¡Vete a la mierda! ¡Muy bien!
Baja las escaleras. ¡Voy a llevar tu culo gordo a casa!
Normalmente, siempre dejaba que Damián ganara el concurso de "¿quién es
el más enojado?". Pero esa noche, mi enojo salió a relucir. —¡No te necesito,
Damian! ¡No eres nada especial!
—¿No soy nada especial? Soy la única cosa especial que tienes, cariño. —La
forma en que dijo cariño no sonaba como una expresión de cariño—. Una vez que
me haya ido, dile adiós a la forma de vida pródiga. Vuelva a la monotonía del estilo
de vida de clase media aburrido como la mierda de tus padres.
Me tragué las lágrimas. De cierto modo, sabía que él tenía razón. Mis padres
eran aburridos. Tenían puestos de trabajo aburridos y aburridas vidas. Toda la
familia de Damián era como una historia de cubierta de Fortune 500. Estaría
mintiendo si dijera que su comportamiento me sorprendió. Simplemente fue más de
lo que ya había visto.
—Haces que suene muy mal, Damián. Tal vez yo soy lo especial y tú eres el
monótono.
Puntos para mí.
—No eres nada Sam. Sin mí, no eres nadie. Tú y tu puta familia aburrida. Soy
todo lo especial que tienen.
Le di la espalda y bajé las escaleras tan silenciosamente como pude. Le oí
golpear alrededor de su dormitorio mientras esperaba en el gigantesco vestíbulo
de sus padres, cerca de las elaboradas puertas dobles de cristal grabado. Pensé
en cómo una hermosa mansión podía contener una persona tan terrible. Ambos
eran bellos por fuera, feos por dentro.
Unos minutos después trotó escaleras abajo. Se había puesto una camiseta y
una sudadera.
—Vamos —gruñó.
Sostuve una última pizca de esperanza de que de alguna manera se calmara
y pudiéramos pasar el resto de la noche viendo una película o algo así. Cualquier
cosa. Simplemente no quería terminar así.
—Damián, por favor, ¿no puedes entender de dónde vengo? —le supliqué.
265 Sus ojos brillaron y su ira apuñaló mi corazón. —Es demasiado tarde para eso,
Sam. Tal vez puedas darle tu virginidad a algún cajero nocturno en una tienda.
Terminamos.
Me quedé de piedra. Lo miré sin comprender.
—Fuera. —Era una orden—. ¡Entra en el puto auto ya! —Abrió una de las
puertas de vidrios grabados en la entrada del vestíbulo—. ¡Ve!
Me sorprendió que no me empujara, o me arrastra del trasero hacia los
escalones de loza. Caminé rígidamente hacia su BMW, a través de la rotonda de
grava triturada, y subí al auto. Apreté mi abrigo fuertemente a mí alrededor,
deseando que fuera una especie de armadura mágica que bloqueara las
emociones. No quería sentir más de la ira quemando que emanaba de él.
Saltó en el asiento al conductor y cerró la puerta. Mientras colocaba su llave
en el encendido y aceleraba el motor, me dio una mueca de desprecio flagrante
final.
Lo único que pasaba por mi cabeza era que me sorprendió que no me hiciera
caminar a casa.
Presente
—Después de esa noche, mi corazón estaba roto. No podía creer que el joven
que pensaba que había amado podría ser tan rencoroso.
Christos estaba en silencio, con los ojos bajos. ¿Iba a decir algo?
Esperé y esperé. Temor se adentró en mi estómago y echó raíces.
Cuando Christos aún no había hablado, me entró el pánico. Creo que sintió
mi tensión. Sus ojos se estrecharon en una combinación de dolor y tal vez repulsión.
Fue en ese momento que me di cuenta del poder infinito de las palabras. Habían
transformado el hombre que me había estado sosteniendo amorosamente en sus
brazos hace unos pocos segundos a un completo desconocido.
Christos no me conocía. Él nunca lo hizo. Sólo conocía una idea de mí, una
rebanada delgada de la totalidad del pastel podrido. ¿Hubiera ayudado si se lo
hubiera dicho todo antes? ¿O se habría ido sin importar cuando se enterara? Me
puse a llorar. Yo y los hombres no fuimos designados para funcionar, después de
todo.
—Que hijo de puta tan idiota —susurró Christos—. Él no era un Rey Semental.
Él es el Rey de la basura. ¿Cómo pudo hacerte eso?
—Wuh, ¿qué?
—Si ese idiota estuviera aquí en este momento, me gustaría darle de comer
sus dientes. Te mereces mucho más que eso, Samantha. Ese tipo era sin corazón.
Lloré lágrimas de alivio y abracé a Christos. Puso mi cabeza en su pecho y me
consoló. Después de sentarnos en silencio durante un rato, fuimos dentro y pusimos
266 nuestras tazas de té en el fregadero, luego regresamos a mi apartamento.
Era tarde, así que nos desvestimos y nos metimos silenciosamente a la cama.
Cuando las luces estaban apagadas y Christos puso sus brazos alrededor de mí, lo
besé brevemente. —Buenas noches, Christos. Te amo —le susurré.
—Yo también te amo, agápi mou.
—Así que, um, o sé que no te gustan las etiquetas, pero ¿cómo nos llamarías
ahora? ¿Estamos saliendo?
—Creo que no hay palabras lo suficientemente grandes o lo suficientemente
buenas para describir lo que estamos haciendo. La primera que viene a mi mente
es Supercalifragilisticoexpiralidoso. Después de eso, no sé.
—¿No es eso de Mary Poppins?
—Sí. Me encantaba esa película cuando era un niño.
Todo acerca de Christos era inesperado. Siempre me sorprendía. —Nunca te
tomé por un fan de Disney.
—¿Por qué? ¿Debido a que a los tipos duros no les gustan los musicales de
dibujos animados? —Me di cuenta de que tenía sus hoyuelos en la oscuridad por
el sonido de su voz.
—Sí.
—Desafío todos los estereotipos —dijo con orgullo.
—Sí que lo haces. Pero, ¿es posible que puedas mantenerte en un
estereotipo?
—¿Cuál tienes en mente?
—¿Uno en el que estamos de acuerdo en que ser exclusivos?
—¿Quieres decir que no quieres ver a otras personas y no quieres que yo vea
a otras personas?
Me preocupaba que tuviera que pedir una aclaración. ¿No todo el mundo
sabe lo que significa exclusivo? Creo que él sintió mi incomodidad. —No te
preocupes, Samantha. Solamente hay una mujer perfecta para mí en este planeta
y tú eres ella. Te deseo, y sólo a ti. Eres mi primera y única.
Suspiré audiblemente. —Puedo vivir con eso.
—Bueno, porque tienes todo de mí.
—Te amo, Christos. Te amo mucho.
—Yo también te amo, Agápi mou.
—¿Sin importa qué?
—No importa lo que pase. Espero que sientas lo mismo por mí.
¿Detecto una nota de duda en su voz? ¿El más mínimo toque? ¿Me estaba
perdiendo de algo? ¿Había algo que Christos no me estaba diciendo? ¿O estaba
imaginando cosas? Sentí un temor repentino. No debido a la fisura de duda que
había aparecido de repente en mi percepción de Christos.
Sino por lo que yo no le había dicho.
267 Todas las partes acerca de la historia Damián que había dejado fuera. Todo
lo que había sucedido después de que me había subido en el auto de Damián. Las
partes de la historia que tenía miedo de decirle incluso a Christos porque estaba
muy avergonzada de lo que había hecho. Las que demostraban más allá de toda
duda de que yo era una persona terrible.
Las que si Christos escuchaba, haría que saliera corriendo tan rápido como
pudiera.
La parte de la historia de Taylor.
277 Boom. Me retorcí ante la sensación a los dos segundos. Perdí la noción del
tiempo mientras el placer quemaba a través de todo mi cuerpo. La siguiente cosa
que supe, es que su lengua se deslizó por encima de mi ombligo, donde se
arremolinó alrededor con cuidado. Era como si me estuviera comiendo, pero
usando mi ombligo. Sentí que mi clítoris tenía espasmos cada vez que su lengua
hizo un giro completo.
Oh, Dios, si con mi ombligo se siente tan bien, ¿cómo sería la cosa real?
Su lengua se deslizó hasta el dobladillo de mi ropa interior. Pasó la lengua por
la frontera de la piel y el algodón, de un hueso de la cadera a la otra. Su lengua se
sumergió bajo las bragas, lo más cercano que cualquier lengua había estado de
mis partes íntimas. Me estaba fundiendo con el placer más cálido imaginable.
Éxtasis líquido goteó desde mi centro.
—Más —preguntó en voz baja—. ¿O uvas?
—No uvas. Por favor, no uvas —gemí desesperadamente.
—¿Eso es que sí uvas o no? —Sonrió.
—¡Es no te detengas, vinicultor!
—¿Quién está lloriqueando?
—¡Cierra la puta boca, Christos ! ¡No te detengas!
Él se rió entre dientes mientras retorcía los dedos en la cinturilla de mis bragas
y los bajaba, exponiendo mi parte más íntima al aire. Él exhaló su caliente
respiración sobre mi núcleo. Sí, él era mi oxígeno. Oh Dios. Su lengua se movió a
través de mis pliegues empapados. Una vez. Sólo una vez.
Me estremecí con fuego frío cuando una tormenta de granizo ardiente de
éxtasis atravesó mi cuerpo. Mis propias células se estiraron en todas direcciones a
la vez. Iba a implosionar, mientras estallaba.
Levantó mis piernas y empujó las rodillas hacia su pecho, abriéndome. Luego
se acostó en la alfombra, con la cara justo delante de mi apertura. Bajó las piernas
de los pantalones vaqueros enlazados sobre su cabeza.
—¿Uvas? —preguntó en voz baja.
—No te detengas —rogué con un susurro ronco.
La punta de su lengua se deslizó hacia arriba y abajo en la grieta entre mi
carne húmeda. Oh, mierda, era demasiado. Nunca quería que se detuviera. Su
lengua acarició mi clítoris en repetidas ocasiones, encendiéndome. Cada circuito
en mi cuerpo se estremeció con un placer intenso. Cada golpe contra el grupo de
nervios entre mis piernas me hizo moverme contra él, pero él aguantó, forzando el
placer en mi cuerpo. Se sentía tan jodidamente bien, yo estaba jadeando con
respiraciones cortas y estrechas, como si el placer me estuviera electrocutando,
apretando cada músculo de mi cuerpo hasta el punto de la contracción total.
Fue implacable. Pensé que el placer no podría intensificarse hasta que hundió
su lengua dentro de mí.
Mis dedos extendidos y los dedos de los pies se contrajeron. Mis piernas se
tensaron sobre su musculosa espalda, mis muslos se apretaron contra los lados de
278 su cabeza. Mis brazos temblaron y tambalearon.
Envolvió sus brazos sobre mis muslos y enterró su rostro aún más
profundamente entre las piernas. Oh mierda, era demasiado. No podía soportarlo.
El placer era abrumador. Iba a deshacerme. Quería que durara para toda la
eternidad.
Luego insertó la punta de su dedo dentro de mí. Oh. Mi. Dios. Lo deslizó hacia
arriba y abajo de mi apertura, tentándome. Luego volvió a entrar en mi centro. Más
profundo. Sólo un poquito y luego se echó para atrás. Luego más profundo. Mi
placer comenzó a aumentar aún más intensamente. Yo no creía que fuera posible.
Hasta que se deslizó aún más profundamente, penetrándome.
La tensión en mis brazos y piernas llegó a un pico final. Estaba rígida, cada
músculo de mi cuerpo entero estaba completamente contraído. Mi espalda se
arqueó, empujé con mis piernas atadas por mi jean, forzando mi pelvis en la cara
de Christos.
Su lengua continuó girando, persuadiéndome hacia el borde de la locura. Su
dedo me llenó, probándome, dando vueltas, estimulándome. Toda mi conciencia
se reunió entre mis piernas. Todo había dejado de existir. Todo lo que conocía era
el efecto eléctrico de su poderosa lengua y el dedo hundiéndose.
Cuando pensé que mi cuerpo no podía contener más placer, un poder muy
dentro de mí comenzó a construirse. Un calor tan caliente, que me iba a quemar.
Se desencadenó en mi interior, a continuación, se arremolinó en un potente ardor
a través de mi estómago. Zarcillos de fuego subieron hasta mis senos y garganta.
La propagación infernal bajó por mis piernas como un reguero de pólvora. Una
bola de fuego explotó hacia arriba y se desenrolló en mi garganta, y luego se dejó
caer por todo mi cuerpo, hasta mis pies. De repente me sentí completamente y
totalmente relajada. Pero el placer fundido en mi cuerpo no se había calmado. Se
había transformado, intensificando más allá de toda medida, que emanaba de
entre mis piernas como una corriente constante de dicha infinita.
La cara de Christos se había incrustado profundamente dentro de mi
torbellino de sexo reprimido; perforando, acariciando, hundiendo, persuadiendo,
avivando, encendiendo. Respiré profundamente, en repetidas ocasiones, y el
fuego en mi ser se amplió cada vez más con cada respiración, consumiéndome
por completo, llenando la habitación, luego extendiéndose más allá de las
paredes para abarcar todo el planeta . Estaba canalizando cierta fuente infinita
de placer que existía más allá de los límites de la realidad normal, convocando a
una inundación de éxtasis en el mundo.
Christos era implacable. Obligó su poder dentro de mí. Empujé mis caderas
contra él por última vez cuando mi cuerpo se tensó en la liberación definitiva, total.
Respiré, dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera, hasta que mi pecho
estuvo lleno de energía. La enorme bola de placer restringido dentro de mí
finalmente se liberó. Grité. Grité tan fuerte que pensé que el planeta se abriría por
debajo de mí. Grité de nuevo, y otra vez, y otra vez.
Entonces yo estaba moviéndome mientras la esfera de energía dentro de mí
explotó una segunda vez, en contra de mi voluntad, me dividió en un millón de
direcciones de placer infinito a la vez. Salí de mi cuerpo.
279
El tiempo se detuvo.
No sé por cuánto tiempo.
Para siempre. Un instante.
No sé.
Cuando se reanudó el tiempo, empecé a respirar de nuevo, lentamente al
principio, jadeando profundamente. La cabeza de Christos giró perezosamente
entre mis piernas. Estaba entumecido a la sensación ahora. Estaba cálida,
agradable placer de la cabeza a los pies. No había más intensidad que pudiera
entrar en mi cuerpo, o la liberación de la misma.
Estaba completamente relajada. No tenía idea de que alguien alguna vez
pudiera estar tan relajada.
Creo que en ese momento, era seguro decir:
Primer. Orgasmo.
Hmm, tal vez eso era un eufemismo. Quiero decir, podría haber jurado que
me había dado uno o dos orgasmos en el pasado. Oh, no, no, no. Ni siquiera se
acercaba. Aquellos habían sido como petardos. Este era una supernova. Este era
el fin del universo.
Qué te parece:
Primera. Experiencia cercana a la muerte. Jamás.
—¿Uvas? —Christos se burló.
Agarré su pelo con ambos puños y me reí profundamente, libremente, como
nunca antes.
Total, alegre, éxtasis.
—Uvas —le dije, sin dejar de reír.
—Yo tan jodidamente te quiero, Samantha.
—Te amo tan sexo oral, Christos Manos.
Nos reímos juntos. Levanté mis piernas por encima de su cabeza y las puse a
un lado. Él se deslizó hasta mi cuerpo y me cubrió con la mirada.
Su rostro brillaba con mi humedad. Mostró sus hoyuelos como un profesional,
luego se inclinó y me dio un beso.
Me probé a mí misma, y sabía muy bien.
Era tan jodidamente sucia, y me encantaba.
280
Veintidós
E
sa noche, dormí como un tronco. No había manera de que pudiera
haberme despertado. Si el apartamento se prendía en fuego, confiaba
en Christos para que me llevara fuera a un lugar seguro mientras yo
roncaba.
A la mañana siguiente, Christos me llevo el desayuno a la cama de nuevo.
Fue una buena cosa, porque después de la última de noche con un terremoto de
10,0 en la escala de Richter entre mis piernas, no estaba segura de que podía
ponerme de pie todavía. Después del desayuno, nos duchamos por separado.
Christos me dijo que tenía una sorpresa especial y necesitábamos empezar a
movernos.
Cuando estuvimos vestidos, le pregunté cuál era la sorpresa.
—Ya lo sabrás cuando lleguemos allí. Vas a necesitar un cuaderno de
bocetos. ¿Tienes uno extra que me puedas prestar?
—En realidad, tengo el tuyo.
—¡Me había olvidado de él! —Sonrió y besó mi mejilla—. Hey, lo siento por
281
haberte abandonando ese día en el mirador —dijo en voz baja.
—No te preocupes por eso. —Parecía hace años. Tantas cosas habían
ocurrido desde que me había dejado en el banco de la familia en el mirador
pensando que había destruido todo entre nosotros.
Abrió su cuaderno de bocetos y cuidadosamente arrancó el dibujo de
caricatura que había hecho de mí como una artista profesional. —Esto es para ti.
—Sonrió.
Lo tomé con las dos manos, admirándolo de nuevo. —Es tan bueno, Christos.
Yo lo atesoraré para siempre.
Él sonrió, un tanto avergonzado. —Y tan cierto. Estás destinada a ser grande,
Samantha Smith. Lo sé.
Cuando él lo dijo, le creí totalmente. Abracé el dibujo suavemente contra mi
pecho y ahogué las lágrimas frescas. Después de un momento, puse con cuidado
el dibujo en mi estantería.
—¡Está bien! Entonces, ¿qué haremos hoy? —le pregunté.
—¿León o Semental?
—¿Eh?
—Escoge.
¿Se refería a sí mismo? Si ese fuera el caso, ambos aplicaban. —¿Las dos
cosas? —sonreí.
—Tienes que elegir uno.
—Oh, no lo sé. —Aunque Christos era definitivamente un semental en todos
los sentidos, después de la forma en que me devoró anoche, creo que la respuesta
segura era—: ¿León?
—Esperaba que dijeras eso. León es. ¿Quieres que conduzca yo?
—¡Claro! —le entregué las llaves.
Nos montamos en el auto y nos dirigimos a la autopista. Él tomó la vía de
acceso hacia el sur. Veinte minutos más tarde tomamos la rampa de salida de
Washington Street y fuimos por las calles del barrio, y de pronto se adentró en un
enorme estacionamiento.
—¿Dónde estamos?
Los niños y las familias estaban saliendo de los autos.
—El zoológico de San Diego.
—¡De ninguna manera ! ¡Me encanta el zoológico!
Caminamos hasta la parte de entrada tomados de la mano. Por primera vez,
me sentí como si estuviéramos en una cita oficial.
Christos tenía una membrecía y una entrada para invitados, así que nos la
dieron gratis.
—¿Con qué frecuencia vienes aquí? —le pregunté.
282 —Cada vez que quiero dibujar a los animales. ¿Tal vez una vez al mes?
—Esto debe ser totalmente aburrido para ti, entonces —dije, incapaz de
ocultar mi decepción.
—¿Qué quieres decir?
—Has estado aquí muchas veces, no hay nada nuevo.
—Nunca he estado aquí contigo, ¿verdad?
Mi boca se ensanchó enfurruñada en una sonrisa. Me apoyé en él y me puse
de puntillas para besar su mejilla. Él se volteó y nuestros labios se encontraron.
—Vamos, hay mucho para ver. Y yo no quiero perderme de nada. —Él me
arrastró a través de la entrada principal de la mano.
Él no estaba bromeando. El zoológico era enorme. Él conocía el camino a su
alrededor y atravesamos toneladas de exhibiciones de animales. Quería parar y
disfrutar de todo, pero él no quiso ceder.
Terminamos cerca de una gran jaula con un grupo de una docena de
personas a su alrededor. Parecía anticlimático comparado con lo que habíamos
pasado en el camino.
—¿Qué es? —le pregunté, un tanto confundida.
—Hora de la comida. Prepárate.
Lo siguiente que supe, era que una enorme pantera negra saltó de la nada,
en una rama de un árbol.
—¡Oh, wow ! Es hermoso.
Un empleado del zoológico narraba mientras un asistente colgaba un enorme
pedazo de carne de una cuerda que colgaba en el centro de la jaula. El cuidador
del zoológico habló sobre los hábitos alimenticios del jaguar, mientras que el
asistente tiró de la cuerda y el trozo de carne cruda bailó alrededor de la pantera.
El cuidador del zoológico explicaba que hacían que Mbwana el jaguar
trabajara por su comida para proporcionarle ejercicio. Mbwana era bello y
poderoso. Sus ojos se movían mientras la carne se balanceaba y movía al final de
la cuerda. Caminó desde la rama de un árbol sobre el techo de su choza para
dormir. Se puso en cuclillas, con la cabeza agachada líquidamente,
cronometrando la trayectoria de la carne. Se abalanzó de repente, lanzándose
por el aire hacia el trozo, enganchándolo con una pata. El asistente tiró de la
cuerda, tratando de quitarlo del agarre de Mbwana
Mbwana movió el trozo con las dos enormes patas con garras y se lo puso en
su pecho. Pude ver todos los músculos de su cuerpo flexionando magníficamente
mientras que él tiró contra la cuerda. El ayudante era casi impotentes para resistir y
soltó la cuerda. Mbwana llevó su presa a su guarida y desayunó.
—¡Eso fue impresionante! —No lo podía creer. Había estado a unos cinco
metros de distancia, justo al otro lado de la jaula, todo el tiempo—. ¡Nunca antes
había estado tan cerca de una pantera negra! —Mis ojos estaban radiantes.
—¿Era esto lo que querías decir con leones?
283 —Así es.
—¿Qué hubiera sido sementales?
—Los caballos en la pista de Del Mar.
—Oh, ¿qué? ¿Nos perdimos los caballos?
—La próxima vez. —Me abrazó a su lado.
Después de eso, casualmente paseamos por el zoológico, disfrutando de
todas las exposiciones. Encontramos los tigres y leones también. Mi exposición
favorita fue, probablemente, los pandas bebé. Eran totalmente y ridículamente
lindos. Si Kamiko hubiera venido, me imaginé que hubiera pasado todo el día
mirándolos.
Christos sacó su cuaderno de dibujo en diferentes exposiciones y explicó las
diferencias básicas entre dibujar a la gente y los animales. Era tan
condenadamente bueno en eso, pero él me animó a dibujar figuras de animales,
de la misma forma en que había comenzado con la gente el primer día del Dibujo
de Vida. Me divertí un montón.
En todas las partes que fuimos, Christos conocía a la gente. Habló con los
cuidadores del zoológico, que lo conocían por su nombre. Habló con los chicos
que dibujaban caricaturas de los clientes. El gerente de caricaturas le dijo a Christos
que había pasado por la galería Charboneau para ver sus pinturas después de la
apertura. Después el gerente introdujo a Christos con los otros artistas, uno de los
cuales Christos ya conocía. Él era una celebridad local. Nunca dejaba de
sorprenderme lo bien relacionado que estaba.
Almorzamos temprano y regresamos de nuevo a la casa de su abuelo a
tiempo de bajar a la biblioteca para que Christos dibujara con los niños.
Fue un día increíble en todos los sentidos.
Cuando me fui de la casa de Madison a eso de las cinco, les di las gracias a
todos abundantemente. Le envié un mensaje a Christos de que ya me iba, pero
nunca recibí respuesta de él. Probablemente estaba ocupado.
290 Estuve en la casa de Christos a las seis y media. El camino de entrada a la
casa de Spiridon, que estaba normalmente vacío, estaba atestado de autos. Tuve
que encontrar un lugar para parquearme en la calle. En cierto modo me sentí de
segunda clase después del tratamiento real que había recibido en la casa
Madison.
Oh, bueno, Christos me advirtió que iba a estar lleno.
Entré en la casa porque la puerta no estaba cerrada con llave. Había gente
por todas partes. La multitud era de todas las edades: bebés, niños, adolescentes,
padres, abuelos. Estuve dando vueltas por la casa buscando a Christos o Spiridon.
Encontré a Spiridon en la cocina, supervisando los alimentos. Tenía un equipo de
catering ayudándolo. Los servicios de meseros vestían de blanco y negro, y se
apresuraban a lo loco.
—¡Sam! —Spiridon dijo cuando me vio—. ¡Toma una copa, comer algo!
Tenemos un montón.
—¿Sabes dónde está Christos?
—Creo que está en el muelle.
Spiridon estaba muy ocupado, lo dejé solo. —Gracias, lo encontraré.
Salí al patio, el cual estaba tan concurrido como el interior. Después de que
pasé a través de la multitud, todavía no había encontrado Christos. Frustrada, fui
dentro y cogí un vaso de vino.
Me lo bebí en cuatro tragos. Cogí otro vaso y me lo tragué.
—¡Hey, Samantha! ¡Ahí estás! —Christos tenía un plato de entremeses en una
mano. Me abrazó a su lado con un brazo y me dio un beso en los labios—. Lo siento,
este lugar es un manicomio. Los servicios de meseros no podían mantener el ritmo,
así que estoy ayudando. ¿Hago un buen camarero? —Parecía distraído.
—Sí, te ves bien —le sonreí—. Como siempre.
Su energía cambió y su sonrisa se hizo más amplia. —Te extrañé todo el día,
Agápi mou. —Se inclinó hacia mí y me besó lenta y profundamente. No hubo
contacto de lengua, pero se sentía muy acogedor.
Suspiré. Ya me sentía mejor, y no era por el vino.
—Tengo que seguir en movimiento. La gente está a punto de volverse caníbal
si no les llevo alimentos. La cena ni siquiera se ha servido. ¡Espero que tengas
hambre!
—Sí. De acuerdo, ve a hacer lo tuyo.
—¿Vas a estar bien por ti sola?
—Sí —le sonreí—. Ahora ve, ¡alimenta a los bárbaros!
—Te quiero, Samantha. —Se dio la vuelta y la gente se lo tragó.
Durante las siguientes dos horas, sólo tuve vistazos de Christos. Él siempre me
dirigía un guiño o me lanzaba un beso. Pero no creo que intercambiáramos más
de una docena de palabras.
291
Hice conversación ociosa con varias personas, pero todo el mundo siempre
parecía alejarse a otras conversaciones, o para conseguir comida y bebida. Vi un
número de caras que reconocí de la exhibición de arte de Christos. Incluso vi a la
señora Moorhouse, la matrona que había preguntado por Spiridon y Nikolos, pero
no hice conversación con ella.
Estaba básicamente sola.
Vagando de cuarto en cuarto, por fin vi la mayor parte de la casa por primera
vez, a excepción del piso de arriba, que estaba cerrado. Creo que ahí es donde
estaban las habitaciones de Christos y de Spiridon.
Estaba paseando por el pasillo después de ir al baño cuando me encontré
con la primera cara conocida en una hora.
Brandon Charboneau estaba estudiando una pintura colgada en la pared,
probablemente una de Spiridon al verla.
—Oye, tú —dijo cálidamente cuando me vio, mostrando sus ojos color
avellana con impecable encanto.
—Oh, hey Brandon. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. ¿Disfrutando de la noche?
—Es maravilloso —exageré.
Se apoyó contra la pared y movió su vino. —¿Qué has estado haciendo,
desde la exposición en la galería? No te he visto desde entonces, ¿verdad?
—Uh, no. He estado ocupada con la escuela. Y otras cosas. —¿Por qué no le
dije acerca de Christos y yo? ¿Tal vez porque había tomado más vino de lo que
podía recordar? Esa fue mi defensa, y me estaba aferrando a ella.
—¿Alguna vez hiciste un retrato sentada para Christos?
—No, me olvidé por completo de mencionarlo.
Como yo si fuera a entrar en las razones por las que no le había pedido a
Christos pintarme desnuda.
—Realmente deberías. Él es totalmente capaz de hacer justicia a tu exquisita
belleza en la lona. Dudo que cualquier otro artista que vive estuviera a la altura.
Me sonrojé. —Gracias, Brandon. Es sólo que no creo que sea lo mío.
—Eso es muy malo. Sería una magnífica pintura. Botticelli tenía su Venus. Da
Vinci tenía su Mona Lisa. Vermeer tuvo su Chica de la Perla. Te pintaría yo, pero no
soy un artista. Así que, si tuviera que elegir a alguien para inmortalizar tu belleza
intemporal, volvería a elegir Christos. Debería considerarlo, Samantha.
Decir que no estaba halagada sería una mentira. Él me estaba comparando
con las tres de las mujeres más famosas alguna vez pintadas. ¿Qué chica no querría
ser la musa de un artista famoso, venerado por millones de personas por cientos de
años? Sólo fue algo mágico que pensar. Un poco.
Sus ojos color avellana parecían encenderse como estrellas fugaces que
292 habían dejado escapar mis defensas y perforaban en mí.
¡Encantador de serpientes! Kamiko había estado en lo cierto. Parpadeé y
negué con la cabeza, tratando de alejar mi zumbido y recuperar la sobriedad frío.
Brandon se inclinó hacia mí. ¿Cómo había llegado tan cerca? Debe tener
también habilidades de vampiro, incluyendo el hipnotismo y la teleportación.
Retrocedí un paso, pero con la pared detrás de mí, no había a dónde ir.
Brandon bajó su rostro hacia el mío.
—¡Samantha, ahí estás! —dijo Christo—. ¿Qué están haciendo aquí?
—Hey, Christos —le dije. Uf, eso estuvo cerca. Me hubiera gustado no haber
bebido tanto vino.
—Hey —dijo Brandon casualmente—. Le estaba diciendo a Samantha que
necesitas pintar su retrato para tu próxima exposición. No puedo pensar en un
mejor artista, con el talento suficiente para capturar su belleza, que tú.
Los ojos Christos bailaron entre nosotros sospechosamente, analizando la
situación. Luego fijó sus ojos en mí. Esperaba ver la ira asomándose alrededor de
los bordes de su habitual sonrisa tolerante. No sucedió. Vi un brillo de complicidad.
Como que estábamos en el mismo equipo. Uf, otra vez.
—No sé, Brandon. Creo que Samantha puede ser demasiado hermosa para
incluso pintarla. No lo haría por no querer arruinar la perfección.
—Estoy seguro de que podrías llevarlo a cabo —dijo Brandon con sequedad.
—Puede que tengas razón —dijo Christos en su estilo arrogante tradicional—.
Tal vez yo soy el único que puede capturar a la hermosa Samantha.
Le sonreí, disfrutando de nuestra broma privada.
—Tiffany está aquí —le dijo Christos a Brandon sin romper nuestra mirada—.
Deberías ir a saludarla.
—Debería. No me gustaría que Su Alteza se sintiera abandonada.
—Pues no. —Christos aún sostenía mi mirada, sin mirar a Brandon —. No te
olvides de refrescar su bebida. El bar sigue abierto.
—Está bien. —Brandon captó la indirecta—. Samantha, ha sido un placer
verte de nuevo. Christos. —Él asintió con la cabeza y luego se alejó.
—Voy a tener que ponerle una correa a ese tipo —Christos bromeó.
Esperaba, por lo menos un regaño moderada por parte de Christos por estar
sola en un pasillo oscuro con Brandon. Si hubiera sido Damián, se hubiera vuelto
DEFCON 1 en dos segundos. Busqué los ojos de Christos. Vi sólo diversión. Que así
sea. Christos era impresionante. Sonreí.
—Estoy seguro de que Tiffany se hará cargo de él por ti.
—Tienes razón. Dejémosle el trabajo sucio a la reina de los actos sucios.
—Eso es un eufemismo.
Él ladeó la cabeza con curiosidad. —¿Me he perdido de algo?
—No.
293
Él rozó mi mandíbula con dedos gentiles, entonces me besó en los labios.
—No me gusta besar e irme, pero mi abuelo aún necesita ayuda.
No pude ocultar mi puchero. Este fue el primer momento de intimidad que
habíamos tenido toda la noche. Algo de Acción de Gracias. Puse mis ojos en
blanco para mí. Estaba siendo un bebé. —Está bien. ¿Hasta qué hora vas a estar
haciendo esto?
—Por lo menos hasta la 1 am, el catering se quedara hasta entonces. Puede
que tenga que quedarme más tiempo.
—¿En serio? —me quejé.
—Lo siento, Samantha. Es una tradición.
—Está bien —suspiré.
Me besó de nuevo. —Muy bien, te veré más tarde. Voy a estar por aquí en
alguna parte.
Se alejó, y yo estaba sola de nuevo.
Estuve dando vueltas en la fiesta por una hora o dos. Vi que Tiffany estaba
pegada a Brandon. Él hizo todo lo posible para mantener lejos sus errante manos,
pero ella insistió. De hecho, me sentí mal por él. Me acordé de lo que Brandon había
dicho en la galería sobre la relación entre su familia y la de Tiffany, y su compromiso
de no involucrarse con ella. Pobre chico. Tiffany exudaba desesperación y fue
implacable con sus manos apretadas. No sé por qué. Estoy segura de que podría
encontrar algunos chicos disponibles en alguna parte. Ella era más que
suficientemente hermosa. Tal vez había pasado a través de todo los solteros ya,
como Christos había dicho.
La fiesta todavía estaba llena, y yo realmente no conocía a nadie con quien
hablar. Mi zumbido había desaparecido para ese momento, y no tenía ganas de
beber más. Fue entonces cuando la soledad en verdad se estableció.
Me acordé de cómo de intimas habían estado las cosas en la casa de
Madison. Su energía amorosa era increíble. No era grande, no era emocionante.
Era un polo a tierra. Esta gran fiesta era caótica, ruidosa y desconectada. Tenía la
esperanza de pasar la noche de Acción de Gracias con Christos y su abuelo y tal
vez algunas otras personas. Esto parecía un gran evento social.
Entonces me acordé de la llamada de teléfono con mis padres. Eso era todo
lo contrario de esto. Demasiado tranquilo. Demasiado frío. Demasiado nada.
Siempre había temido los días de Acción de Gracias en casa de mis padres porque
eran muy exquisitamente incómodas, sin razón aparente.
Ahora que tenía un poco de perspectiva, podría establecer distinciones. De
alguna manera, no me sorprendió que como los tres osos uno era demasiado
caliente (la espectacular cena de Christos), el otro era demasiado frío (la casa de
mis padres), y una (la familia de Madison), era término medio.
¿Estaba todavía en el lugar equivocado?
¿Estaba en alguna fase de luna de miel con Christos? ¿A medida que
294 pasáramos más tiempo juntos, iba a descubrir que estaba demasiado ocupado
con los compromisos familiares y reuniones sociales como esta? ¿Demasiado
ocupado para hacer tiempo para mí?
¿Su discurso grandioso de mi carrera en arte y la venta de pinturas en galerías
estaba tirando de mí en un mundo que no quería? ¿Un mundo que era lo contrario
del de mi familia pero igual de malo?
No, eso no podía ser cierto. Christos se dedicaba a mí. Pasamos más y más
tiempo juntos, y era en su mayoría solo nosotros dos. No podía imaginar un mejor
novio. ¿Y la forma en que manejó los avances de Brandon? Debido a que era
malditamente obvio que Brandon estaba tratando de encantarme a la serpiente
para darme un beso. Christos lo había sorprendido. Pero Christos fue tan relajado,
tan descomplicado.
A diferencia de Damián.
Christos siempre se las arreglaba para hacer lo correcto por mí. Christos
estaba tan cerca de perfecto como pudiera posiblemente imaginar. Había sido
tan honesto conmigo acerca de todo. Él me había hablado de su madre y su papá
y su dolor más profundo, el más privado.
Era yo la que tiene los problemas. Porque todavía estaba mintiéndole.
Contuve la peor parte de mi mismo porque era demasiado horrible para compartir.
Christos me odiaría si supiera la verdad.
La verdad acerca de Taylor.
La tristeza y el odio me invadieron. Estaba indignada conmigo misma. Christos
estaba colocando su corazón para que lo tomara y yo estaba conteniéndome. No
lo merecía.
No merecía a nadie.
Me dirigí a la puerta principal. Tenía que ir a casa y estar sola y revisar la
situación.
Oí Christos gritar mi nombre mientras atravesaba la puerta principal. Estaba
atrapado detrás de la multitud de parranderos. Corrí a mi auto y regresé a casa
antes de que pudiera detenerme.
No quería que se enterara de lo horrible que era.
Taylor.
296
Veintitrés
E
l sábado fue casi una repetición del viernes. Compras todo el día en un
centro comercial diferente, arrastrándome a mi casa por la tarde para
intentar estudiar, y para comer un poco de helado. El helado se había
convertido en mi alimento de rutina en los últimos dos días.
Había una nota pegada en la puerta de Christo. Decía así: —Por favor,
llámame, Samantha. Te amo. Christos.
Me sentí como una mierda total al leerla. La doblé cuidadosamente y la metí
dentro de mi cuaderno de bocetos en el apartamento.
No podía concentrarme en mis libros y apuntes. Iba a arruinar mis
calificaciones en los finales si no podía concentrarme. Consideré la posibilidad de
ir a la biblioteca principal del campus, pensando que tal vez el entorno público me
haría obligar a estudiar, pero sabía que iba a estar desolado por el resto del fin de
semana. Sospeché que mi sensación de soledad se amplificaría en ese vacío
público, así que me quedé en casa. Fue mucho más fácil de tolerar mi soledad, en
297 la intimidad de mi apartamento, cerca de mi helado.
Me desperté temprano en la mañana del domingo. Me duché y me vestí
rápidamente, con la intención de hacer más compras. Algo me decía que Christos
podría pasarse por allí. Si él venía a buscarme de nuevo, no quería estar en mi
apartamento.
Cogí las llaves del auto y abrí la puerta. Casi me tropecé con la forma en mi
puerta. Christos yacía bajo una manta. Se veía congelado. Sus ojos azules de hielo
miraron hacia mí.
—Samantha, ¿qué pasó?
—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —me atraganté con las palabras.
—No podía dormir, así que vine alrededor de las cuatro y media de esta
mañana. Tu auto todavía estaba aquí. Así que fui casa y tomé una manta y regresé.
—Parece que te estás congelando.
—Más o menos.
—Ven dentro, idiota. Puede ser San Diego, pero no es tan caliente, tonto.
Se puso de pie y se estiró una torcedura en la espalda. Su columna traqueó
en una veintena de lugares.
—¿Has estado allí por casi cuatro horas?
—Sí.
Le hice el té caliente y saqué una manta de mi cama. Se sentó en el sofá, y
se envolvió, bebiendo té. —Quería despedirme de ti la noche del jueves, pero te
fuiste antes de que pudiera detenerte.
—Uh, sí —dije con aire de culpabilidad.
—Iba a decirte que te quedaras en mi habitación del segundo piso.
—¿En serio?
—Sí. El jueves fue una locura. Peor que la mayoría de los años. El abuelo y yo
estábamos agotados. Sobornamos a los de catering para quedarse hasta más
tarde. Les pagó doble el tiempo extra para ayudar.
—Vaya, eso es mucho.
—Creo que es debido a mi exposición en la galería. De repente soy un
alguien. El linaje de la familia Manos continúa. Toda esa mierda.
—Seguro eres de una familia bendecida.
—No sé si esa es la palabra que usaría. Definitivamente no lo haría alrededor
de mi papá. —Tomó un sorbo de té—. Entonces, ¿qué te ha pasado? Traté de
llamarte y te envié mensajes de texto, pero nunca respondiste. Me preocupaba
que algo anduviera mal.
No sé cómo me las arreglé para salir de ese momento. Creo que le hice una
vaga promesa a Christos de que íbamos a hablar más de ello. Le dije que tenía que
estudiar para los exámenes finales, lo cual respetó.
Las siguientes tres semanas consistieron en muy poco Christos y montones de
helado y estudio. Yo era miserable. Madison sabía que algo estaba mal conmigo,
y seguía preguntando, pero tampoco le iba a decir la verdad. Sabía cómo
disimular bastante bien. Le dije que me sentía preocupada por los finales, mis
padres, etc. Ella se lo creyó. Les dije la misma línea de mierda a Romeo y Kamiko.
Ahora le estaba mintiéndole a todos. Mis padres, como de costumbre. Mis
mejores amigos, que se merecían algo mejor. Y al hombre al que amaba, que me
había entregado su corazón.
Todo lo que podía dar eran mentiras.
¿Pero no era la forma en la que había vivido durante casi tres años?
De alguna manera me las arreglé para llegar al final de la semana sin explotar
por la sobredosis de helado. No tenía más sesiones de tutoría con Christos. Le dije
que estaba demasiado ocupada, y me disculpé con los niños en la biblioteca. Por
suerte, tomaron un descanso de las lecciones por la mayor parte de diciembre, por
lo que me perdí sólo un fin de semana. Me sentí muy mal por ellos. ¿A cuántas
personas podía decepcionar al tiempo? La lista estaba creciendo.
El examen final de Dibujo de Vida consistía en el profesor Childress dándonos
a cada uno evaluaciones detalladas sobre nuestros trabajos más recientes en
horario de oficina. Él me animó a volver a considerar una doble titulación en arte y
contabilidad, o por lo menos, una especialización en arte.
No estaba segura de cómo cualquiera podría ir con mis padres. Temía traer a
colación el tema con ellos durante las vacaciones de invierno.
El miércoles de la semana de exámenes finales, me apresuré en mi examen
de Fundamentos l de la contabilidad. Era tan fácil. Sabía que lo había ganado. Mis
padres me darían una palmadita en la espalda al ver mis calificaciones.
Esperé a que Madison terminara antes de entregar mi cuestionario, así
podríamos irnos juntas
—¿Cómo te fue ? —le pregunté después de que caminamos por las escaleras
de la sala de conferencias y salimos.
—Bien, creo. Estoy esperando una A, pero no puedo decirlo con seguridad.
Lo destrozastes. Vi que pasaste muy bien las preguntas.
301 —Sí —le dije sin sentido de logro.
—¿Quieres ir por algo de comer ?
—Está bien.
Caminamos fuera del edificio que contenía nuestra sala de conferencias y
por el camino de cemento. Christos estaba apoyado contra un árbol en el lado
opuesto, a la espera.
Madison me miró. —¿Lo dejamos para el almuerzo?
—Uh, ¿supongo?
—Deberías hablar con él, Sam. Sé que ha estado triste desde Acción de
Gracias. Jake me dijo que Christos está miserable.
—¿Jake lo sabe? —me quejé.
—Por supuesto. Jake y Christos son muy cercanos. ¿Por qué no habría de
hacerlo?
—Mierda —susurré.
—No sé lo que está pasando, Sam, pero algo no cuadra. Tú y Christos son
perfectos el uno para el otro. —Ella me miró, esperando una respuesta —. ¿Qué
está pasando en realidad?
No podía decirle. No podía decírselo a nadie.
—Sea lo que sea, Sam, no necesito saberlo. Pero Christos sí. Tienes que hablar
con él. Nos vemos más tarde. —Ella se marchó, dejándome varada, a veinte
metros de distancia de Christos.
No me atrevía a cruzar el abismo entre nosotros. Porque Taylor me retenía.
Christos rompió la barrera, caminando con desaliento hacia mí, deteniéndose
a unos metros de distancia. —Hey.
—Hey. —Me sentí como una idiota rígida a la enésima potencia.
—Te echo de menos, Samantha.
Ya no estaba diciendo Agápi mou. No sabía si sentir alivio o tristeza. ¿A quién
estaba engañando? Era una pérdida profunda y agonizante.
—Me estoy muriendo por dentro —dijo con seriedad—. Tener que sacarte de
mi vida es como que me quiten la piel. Cruzamos una línea hace unas semanas, tú
y yo, bajé todas mis defensas por primera vez, tal vez por primera vez en la historia.
Estaba viviendo la vida con honestidad, dándole a mi verdadero yo al mundo. No
hay mentiras, no hay fachadas.
Su cara se estremeció de emoción intensa, apenas contenida. Pero no
dejaba que eso lo detuviera de decirlo todo. —Samantha, cuando me dejaste,
estaba en tanto dolor que no puedo comenzar a describirlo. Es como si te hubieras
302 convertido en mi armadura. Protegiste esa persona vulnerable en que me había
permitido convertirme a partir de los bordes afilados del mundo. Sabía que podía
ponerme mi vieja armadura de nuevo, mis viejos hábitos. Pero no quería. Todavía
quiero lo que teníamos. Quiero vivir con libertad, abierto al mundo. No quiero
ocultarme detrás de un comportamiento deshonesto. Te deseo, Samantha. Te
quiero, y quiero el amor que sé que tienes para mí. Por encima de todo, eso es lo
que quiero.
¿Por qué todo lo que pude notar, mientras que este hombre abrió su corazón
para mí, era el hecho de que grupos de estudiantes pasaban, posiblemente
escuchando lo que me estaba diciendo sin temor a ser juzgado?
Porque era una mentirosa de mierda, y él personificaba la honestidad
valiente.
Giré sobre mis talones y me alejé de él.
—¿Samantha? —Él me siguió de cerca—. No voy a renunciar a ti. Te necesito,
y sólo a ti. Te esperaré, Agápi mou.
Comencé a correr. Yo estaba llorando. Tenía que escapar.
Taylor.
Corrí al primer baño de mujeres que encontré y me encerré en un cubículo.
Grité por un largo, mucho tiempo. Estoy segura de que todo el que entró en el baño
me oyó llorar. No me importaba, siempre y cuando no tuviera que mirar a nadie a
los ojos.
Cuando por fin salí a la calle, Christos se había ido.
Posiblemente para siempre.
Esa noche, hice las maletas antes de dormir y me duché. Tenía un vuelo a las
6 a.m. a la mañana siguiente de vuelta a casa e DC, hogar del aeropuerto Ronald
Reagan. Llamé a Madison para confirmar que todavía pudiera llevarme, aunque
era jodidamente temprano. Ella dijo que por supuesto.
Dormí como una mierda esa noche. No me sorprendía.
Por la mañana, cuando Madison me envió un mensaje de que ella estaba
fuera, cogí mis maletas y cerré mi apartamento. Estaba oscuro afuera.
No veía su auto en ningún lugar.
Un Camaro del 68 se detuvo en el estacionamiento.
Christos.
Madison era una traidora.
Llegó otro texto de Madison.
¿Él ya llegó?
306 Christos y yo pasamos el vuelo hablando. No se podía evitar. Era mejor que
tener a Gladys recordándome lo mucho que no tenía muchas ganas de ver a mis
padres. Eran las últimas personas con las que quería llorar contándoles todo lo que
había sucedido. Estaba esperando 2 semanas de silencio y miseria solitaria. Sabía
cómo hacer eso bien.
Tendría que esperar hasta que me separara de Christos en DC. Él logró incluir
a Gladys en muchas de nuestras conversaciones, y resultó que ella era bastante
divertida. A pesar de mi mejor esfuerzo, siempre me divertía con Christos alrededor,
sin importar lo mucho que intentara no hacerlo.
Cuando el avión aterrizó, Christos y yo desembarcamos juntos. El aire frío se
filtró en el avión antes de que estuviéramos en el túnel de embarque. Ya había
olvidado lo frío DC que era en el invierno. Mientras esperábamos a que los pasajeros
delante de nosotros desembarcaran, me puse el abrigo pesado y un gorro de lana.
Sabía que mis padres estarían esperando en la acera afuera de la zona de
equipaje, así que fui en esa dirección. Cuando llegamos a los mostradores de
alquiler de autos, Christos no se detuvo.
—¿No vas a alquilar un auto? —le pregunté.
—¿Crees que debería?
—¿Qué quieres decir? Pensé que ibas a ver a tu madre.
Levantó las cejas. —Ahh, sí. Acerca de eso.
—¿No estabas en realidad pensando en ir a Nueva York?
—Puede que no.
Me quedé muy sorprendida. ¿Había volado por todo el país conmigo por un
capricho, totalmente desprevenido, simplemente para estar conmigo? ¡Él era un
loco!
—¡Ni siquiera estás vestido para la costa este! Hace mucho frío afuera.
Examinó mi traje de invierno. —Te ves muy linda con esa gorra en tu cabeza
—dijo.
—¡Christos! Esto está tan mal. ¡No puedes venir a casa de mis padres!
¿Por qué estaba diciendo eso? Simplemente estaba jugando su juego.
¿Cómo conseguía salirse con la suya con este comportamiento? No iba a funcionar
conmigo. No, de ninguna manera.
—Puedo conseguir un hotel. Cerca de donde vives.
—¡No!
—Vamos, Agápi mou.
—No digas eso —Pero quería que lo dijera. Quería que me lo dijera una y otra
vez, cada día por el resto de mi vida. Quería una banda sonora de 24/7 de él
diciéndomelo en su perfecto acento griego.
307 —Te quiero, Samantha.
Mierda, eso no era justo.
—¿Sam? —Era mi mamá.
Me di la vuelta.
—Tu padre me dijo que viniera a buscarte. Pensé que tal vez te habías
olvidado de que te estábamos esperando en la acera. Me dijo que no olvidabas
esas cosas, así que algo debía estar mal.
—Hola —Christos la saludó tímidamente.
—¿Quién es éste? —mi mamá preguntó, confundida.
—Este es Christos.
Christos le tendió la mano y mi mamá se la estrechó con cautela. —Soy Linda
Smith. Encantada de conocerte. —Ella estaba tan completamente confundida.
—Él es mi amigo.
—¿De la universidad?
—Sí.
—¡Oh! —Alivio se apoderó de mi mamá—. ¿Vas a SDU?
—Sí.
—Te ves un poco mayor para la universidad.
—Estoy en el programa de postgrado.
—Oh. ¿Vives en DC? —Mamá todavía estaba completamente perdida.
—No, mi madre vive en Nueva York. Pensé en volar con Samantha para
divertirme. Conducir a Nueva York.
—Las carreteras están terribles. ¿No te lo dijo Sam?
—Probablemente, pero pensé que sería divertido de todos modos —Christos
sonrió.
—Uh, está bien, fue un placer conocerte, Christos. ¿Sam? ¿Estás lista para irte?
Esta era mi oportunidad. Tenía que tomar una decisión. Ahora o nunca. ¿Qué
va a ser, Sam?
—Mamá, ya que las carreteras están tan mal, ¿crees que Christos podría
permanecer con nosotros durante un par de días? ¿Hasta que mejoren?
Sorpresa iluminó el rostro Christos.
Mi mamá lo miró de arriba abajo, asimilando su mal aspecto de chico rudo
de motocicleta. —No sé, Sam. Es de último minuto.
—Tenemos espacio. ¿Alguien está de visita? —Sabía que la respuesta sería no.
—Bueno, no, pero...
—Entonces puede dormir en la habitación de invitados. Sólo será un par de
308
días hasta que se disipe el tiempo, ¿verdad?
—No lo sé, Sam, tu padre podría…
Sin pensarlo, agarré a mi mamá por el codo algo que nunca había hecho
antes. Agarré a Christos también, y los arrastré a la calle. — A papá no le importará,
lo va entender. —No estaba del todo segura de ello, pero a la mierda. Iba a
intentarlo de todos modos.
Mi padre esperaba en la acera, de pie al lado del Honda familiar. Vi su cara
moverse con incertidumbre cuando vio a Christos.
—¡Hola, papá! —Sonreí alegremente—. Este es mi amigo Christos. Necesita un
lugar para pasar un par de días hasta que las carreteras mejoren, entonces él
conducirá a Nueva York para ver a su mamá —le mentí.
Mi padre estaba completamente confundido. —¿Uh?
—Traté de decirle, Bill. ¿No tenemos espacio, verdad, Bill? —Mamá dio a papá
una mirada mordaz.
—Ahhh —mi papá tartamudeó.
—Vamos, muchachos. No es gran cosa.
Mi mamá y mi papá me miraron como si me hubiera crecido una segunda
cabeza.
Christos se acercó a mi padre y le estrechó la mano. —Soy Christos Manos. Un
amigo de su hija de SDU.
—Bill. Bill Smith.
—Encantado de conocerte, Bill. Te lo prometo, tan pronto como los caminos
estén despejados, voy a estar fuera de su camino.
—¿Dónde está tu auto?
—Voy a alquilar uno.
—Uh, ¿de acuerdo?
Le di a mi papá mi mejor puchero "rogándole a papá”. Nunca funcionó antes,
pero estaba desesperada.
—Si está bien con tu madre, está bien conmigo.
Mi madre le dio a mi padre una mirada a modo de regaño.
Miré a mi mamá. —Por favor, mamá —le supliqué —. Christos no te molestará,
¿verdad, Christos?
—Tus padres ni siquiera sabrán que estoy ahí. Voy a dejar que ustedes estén a
solas para tener tiempo en familia.
¿Tiempo en familia? ¿Con mis padres? Estoy segura de que quería decirlo
como una especie de broma, pero ey, sonaba bien, ¿verdad?
Christos le sonrió a mi mamá con coquetería. No funcionó en ella.
309
—Bueno —dijo mi padre—, nuestra hija está creciendo. Aprendiendo a tomar
sus propias decisiones. Si su amigo necesita un lugar para pasar un par de días, no
podemos decir que no, ¿verdad, Linda?
¿Qué tipo de parásito de control mental se había hecho cargo del cerebro
de mi papá?
Mi mamá giró su cabeza como un sacacorchos por la furia, como si estuviera
luchando contra la tentación de explotar, pero ella no dejó que su renuencia se
transformara en palabras. Afortunadamente.
—Está bien —me animé—. ¡Supongo que eso soluciona esto! ¡Vamos, todo el
mundo!
Mi padre puso mis maletas en el maletero. —¿Dónde están tus maletas ,
Christos ?
—No he traído nada.
—¿Qué? —Mi padre parecía como si alguien hubiera hundido su barco de
guerra.
—Viajo ligero.
—Eso diría —mi mamá dijo con disgusto.
Christos y yo nos montamos en la parte trasera. Mi mamá no dejaba de mirar
a Christos, como si estuviera esperando a que sacara una pistola o algo así y robara
el Honda familiar.
Después de que dejamos mis maletas en casa, Christos insistió en llevarnos a
todos a cenar. Dejo la elección de restaurante a mis padres.
Papá sugirió chino, lo que significaba El Palacio Imperial, el mismo lugar al que
siempre íbamos desde que era una niña. La mayoría de las cosas con mis padres
nunca cambiaban.
Todos nos amontonamos en el auto de mi padre y nos llevó hasta el
restaurante. Era tan raro tener a Christos sentado a mi lado en la cabina enfrente
de mis padres. En el pasado, el asiento a mi lado siempre había estado vacío. Ni
siquiera Damián tuvo el raro honor de ir al Palacio Imperial con mis padres. La
presencia de Christos había cumplido mi fantasía de niña de tener al chico más
caliente en el mundo conmigo en un refugio de mi niñez, como si estuviera
probándole tanto a mis padres como a mí que existía un mundo fuera de lo mismo,
en el que mis padres habitaban continuamente.
Mi padre ordenó al estilo familiar, seleccionando varios platos para que todos
puedan compartir.
310 —¿Estoy seguro de que Sam le ha dicho que se especializa en negocios? —
dijo mi padre a Christos, deteniéndose con sus palillos a medio camino de su boca,
una trozo de cerdo agridulce entre ellos.
Christos bebió un sorbo de té verde. —Sí. Creo que es genial. Puede conseguir
un trabajo en cualquier lugar con un diploma en negocios.
—Negocios es la elección sensata —dijo mi madre.
—Estoy de acuerdo —dijo mi padre, sin dejar de masticar la carne de cerdo
agridulce—. ¿Sam te dijo que tomó esa tonta clase de arte en lugar de Micro
Economía?
Christos se hizo el tonto. —Ella no había mencionado eso.
Oh, Dios mío. Mis padres nunca dejaban de definir Mi Vida Aburrida para mí.
Estoy segura de que si pudieran implantar quirúrgicamente la clase de Micro
Economía en la cabeza lo harían.
—Bueno —dijo Christos alegremente—: Espero con interés escuchar todo
acerca de micro economía cuando Sam la tome. Así como es, siempre estoy
molestando a Samantha para que me diga lo que está aprendiendo en su clase
de contabilidad.
—No me digas —dijo papá, masticando más de la carne de cerdo agridulce.
—Como estoy seguro de que usted sabe, Sr. Smith, la contabilidad es el
lenguaje de los negocios.
—Lo es.
—Me imagino, que la mejor manera para que me quedara en la cima de mi
carrera es entender el lado del negocio de las cosas, así como todo lo demás.
—¿Ah, sí? —dijo mi mamá, su interés se despertó—. ¿Carrera? Pensé Sam dijo
que estabas en programa de postgrado.
—Lo estoy. Pero es una especie de formalidad.
—¿Cómo es eso? —preguntó mi padre.
—Bueno, ya estoy construyendo mi propio negocio. De hecho, ya tengo un
flujo de caja significativo, y mi rentabilidad está por las nubes. —Él me guiñó un ojo
a escondidas.
Contuve una sonrisa empujando un fajo de moo shu de cerdo en mi boca.
Christos lo hizo sonar como si su exposición en la galería fuera una especie de
fábrica de pastillas o chips de computadora.
—DE verdad —dijo mi papá, impresionado—. ¿En qué línea de trabajo está su
negocio?
—Pintura.
—¿Te refieres a un contratista de pintura ? ¿Cuántos empleados tienes?
—Sólo yo.
311 Mi padre frunció el ceño. —¿Cuánto pintar puede hacer una persona? ¿O es
que subcontrata y gestiona un equipo de pintores?
—Nope. Soy sólo yo.
Mi papá se rió entre dientes. —Bueno, espero que estés pintando mansiones
o salas de juntas ejecutivas, o lo que sea.
—Nope. Estoy pintando cuadros.
—¿Qué? —le preguntó mi mamá, confundida.
—Soy un pintor de galería. Pinto cuadros.
Mi padre reaccionó como si Christos se hubiera puesto de pie y se hubiera
bajado los pantalones y agitado su ding- dong sobre la mesa.
Puse los ojos en blanco. —Él es un artista, papá. —Mis padres eran a veces
tan cerrados, que pensaba que podían ser no cerrados.
—¿Arte? —mi mamá dijo la palabra "arte" como si tuviera que sostenerla con
pala y guantes de goma.
—Es muy bueno, mamá. Él ya tuvo una exposición de galería con venta total.
Vendió cada pintura individual en una noche —lo defendí. Mis padres no tenían
idea sobre el mundo del arte. Yo tampoco, pero comparado con ellos, sabía
demasiado.
Mi padre que procesó eso cuidadosamente. —¿Venta total, eh? ¿Cuánto
ganaste?
Sabía lo suficiente como para saber que era grosero como el infierno
preguntar eso. Me imagino cómo reaccionaría mi papá si Christos le preguntara a
quemarropa cuanto ganaba. No terminaría bien y era un eufemismo.
—Más o menos por las seis —dijo Christos casualmente, pasando un brazo
sobre el asiento detrás de mí. Era como una especie de duelo entre caballeros, y
Christos no sólo había sacado una pistola Gatling, sino que había reclamado a la
hija del cacique en el proceso. Yo estaba emocionado por lo infantil que era. ¡Ve
por ellos, Christos!
—¿Seis qué? —preguntó papá, todavía con el ceño fruncido, con el vaso de
agua hacia su boca.
—Cifras.
Mi padre tosió su agua en el vaso. Mamá se acercó y le dio unas palmaditas
en la espalda. —¿Estás bien, Bill?
—Estoy bien —papá se atragantó—. Estoy bien. —Tosió un poco más. Cuando
se recuperó, dijo—, ¿conseguiste seis cifras? ¿En una sola noche?
— Así es. —Una sonrisa en el rostro aliviado de Christos—. No es que yo hice
todo el trabajo en una sola noche. Las pinturas tomaron meses para terminarse.
Pero eso no es trabajo. Me encanta la parte de la pintura. Es la venta lo que es el
312 trabajo.
—En otras palabras —sonreí —, Christos trabaja un día al año.
Mis padres desorbitados, como si Christos se hubiera prendido en llamas.
—No es así de simple —dijo Christos pensativo—. Yo también tengo que
congraciar mucho. Compenetrar con mi base de clientes en el tiempo. Pero eso es
acerca de las visitas sociales, cenas, ese tipo de cosas. Además, mi padre y mi
abuelo han estado haciendo la cosa de la pintura desde hace décadas. Se le
podría llamar una empresa familiar.
Si mis padres no estuvieran tan tensos, sus mandíbulas se habrían caído sobre
la mesa. Era como si Christos hubiera venido montado en un elefante enjoyado
desde tierras lejanas y contara legendarias historias que giraban alrededor de
ciudades de oro y ríos de platino que eran reales y verdaderos. Mis padres nunca
habían oído hablar de tales cosas. Ellos no podían entenderlo.
Mi padre lentamente recuperó la compostura. —Bueno, eso es genial,
Christos. Pero nuestra Samantha no tiene acceso a ese tipo de cosas. Quiero decir,
Linda y yo no somos artistas exitosos. Somos gente de negocios. Siempre lo hemos
sido. Y ahí es donde el talento de Sam está, ¿no te parece, Linda?
—Por supuesto —dijo mamá, tomando la mano de mi padre en la de ella,
como muestra de solidaridad.
Apreté los puños bajo la mesa, retorciendo la servilleta en nudos. Medio
esperaba que Christos objetara y dijera alabanzas de mis talentos artísticos, con lo
que se empezaría una pelea con mis padres que daría lugar a su expulsión de la
casa. Eso era lo último que yo quería, ahora que estaba aquí en DC conmigo.
—Tienen que hacer lo que es correcto para su hija —dijo Christos
ambiguamente—. Lo que la mantenga sana y feliz —dijo enfáticamente.
—Exactamente —dijo mi padre, no entendiendo el punto en su totalidad.
Como siempre.
Christos se encargó de la cuenta después, como había prometido. Estaba
casi congelando fuera del restaurante, y todo lo que llevaba Christos era su
chaqueta de cuero.
—¿No tienes frío? —le pregunté, abrazándome contra el aire frío. Quería
inclinarme hacia Christos, pero no con mis padres viendo.
—Voy a estar bien —sonrió.
—¿Tal vez él pueda tomar prestado uno de los abrigos de Bill mientras él está
aquí ? —Mi mamá sugirió.
—No creo le quede bien, Linda. Christos es un poco más alto que yo, y más
ancho en los hombros. —Mi padre estaba fuera de lugar con eso. Christos era
mucho más alto que él.
—Gracias, Sr. y Sra. Smith. Voy a estar bien.
313
Regresamos a la casa de mis padres, Christos y yo de nuevo en el asiento
trasero del Honda de mis padres. La idea de tomar la mano Christos cruzó por mi
mente. Estaba oscuro, pero de alguna manera sospechaba que mis padres sabían
intuitivamente que estaba teniendo un buen rato y pondrían fin a esa situación de
inmediato.
Mantuve mis manos para mí misma. Además, no quería enviarle señales
mescladas a Christos. En casa, mamá automáticamente preparó la habitación de
invitados para Christos. Estoy segura de que mis padres asumieron que dormiría en
mi habitación, que parecía exactamente como la había dejado en agosto.
No discutí el punto de quién dormía dónde. Estaba contenta de que mis
padres dejaron a Christos quedarse sin poner tanto problema.
Christos dio las buenas noches y me acosté en mi cama sola. Saber que
estaba al otro lado de la sala me dio una sensación de paz que nunca había
sentido en la casa de mis padres. Tenía un protector, un ángel de la guarda. Él me
protegía no sólo del resto del mundo, sino de la preocupación desconectada de
mis padres por mis mejores intereses.
Me moví en mi cama, mis pensamientos retumbando caóticamente.
¿Cómo iba a pasar la vida sin Christos? Sabía que no iba a morirme sin él, pero
sentía que mi vida sería mucho peor. Sería tolerable, pero probablemente
miserable. Es decir, en serio, ¿de verdad quería ser contadora tanto como mis
padres querían que lo fuera?
Ni siquiera de cerca.
Ellos no sabían nada sobre el mundo del arte. El arte era un negocio real. Lo
había experimentado de primera mano. ¿Qué había estado pensando después de
Acción de Gracias, empujando a Christos tan lejos?
Taylor.
Sí. Taylor siempre estaba en mi mente. Cada minuto de cada día.
Me di la vuelta y tiré de mis mantas. Deseé que Christos entrara en mi
habitación y me abrazara. Pero sospechaba que no lo haría, por respeto a mis
padres. Podría entrar en la habitación de invitados y meterme en su cama. Pero
tenía esta sensación persistente de que mis padres enloquecerían si me
encontraban ahí con él a la mañana siguiente.
Además, no había hecho las paces con Christos. Él todavía no sabía nada de
Taylor. Él no sabía quién era yo realmente debajo de las mentiras.
Entré y salí del sueño durante toda la noche. Cada vez que me quedaba
314 dormida, la vieja pesadilla me agredía.
Taylor.
Vi el destello de color. Oí el terrible golpe. Vi la sangre.
Me acordé de las innumerables mentiras que había contado todos los días
durante casi tres años. A todo el mundo.
A mí misma. A mis padres. A mis amigos.
Al mundo entero.
A Christos.
Yo era una gran puta mentira.
No podía soportarlo más. Me estaba comiendo viva. Si no ponía fin a esto de
una vez por todas, sería devorada lentamente por mi propia falta de honradez.
No podía vivir de esa manera por más tiempo.
No iba a renunciar a la vida ni a mí misma.
Iba a decir la verdad mañana. Por primera vez.
Empezando por Christos.
Por fin iba a romper mi silencio y hablar de Taylor.
Mi mamá preparó el desayuno para todo el mundo en la mañana. Pan
francés, tocino y jugo de naranja.
Mi papá y mi mamá ya estaban vestidos para el trabajo cuando entré en la
cocina. Yo estaba en sudadera. Christos llevaba su ropa de ayer, pero dejó su
chaqueta de cuero en la habitación de invitados.
—¿No tienes frío en esa camiseta, Christos? —preguntó mamá.
—Estoy bien —sonrió. Él realmente se veía bien.
—Tal vez podamos ir al centro comercial hoy y comprar algo de ropa nueva
—sugerí.
—Claro —sonrió—. Probablemente me vendría bien un cepillo de dientes,
también.
Casi digo que podía tomar prestado el mío, pero pensé que mis padres
estarían extrañados por eso.
—Puedes pedir prestado mi auto después de tomar tu desayuno —dijo mi
mamá—. Tu padre me puede llevar al trabajo.
Mi padre, que todavía leía el periódico, miró por encima de la sección de
negocios, levantando las cejas. —¿Puedo?
315 —Sí, Bill. Está a sólo unos minutos fuera de tu camino. Tu hija necesita un auto.
Papá se sumergió bajo el periódico, refunfuñando.
—Come mientras está caliente —dijo mamá. Ella sirvió los platos llenos de
comida humeante para todo el mundo.
Christos mordió el pan francés. —Vaya, señora Smith. Buen pan tostado
francés. Muy esponjoso.
Mi madre sonrió. —Es el pan. Lo compro en una panadería local.
—Bueno, es impresionante. Me encanta.
—Gracias, Christos. —Ella tomó un sorbo de café.
Cuando terminamos de comer, limpié la mesa. —Gracias por el desayuno,
mamá.
—Gracias, señora Smith —dijo Christos—. Todo estaba maravilloso.
Después de que mis padres se fueron a trabajar, Christos y yo nos turnamos
para ducharnos.
Cuando estuvimos vestidos, saqué una vieja mochila de la parte posterior de
mi armario, la puse en la parte trasera del Honda de mi madre, y luego nos
montamos en el interior.
Mis padres conducían un modelo idéntico de sedán de Honda. La única
diferencia era que el de mi padre era color plata, porque decía que reflejaba
mejor el calor en el verano. El de mi madre era negro porque ella pensó que era
más elegante. Ellos eran demasiado extremos para su propio bien. No.
En el interior del auto, puse el calentador a todo volumen por Christos.
—Gracias —dijo Christos.
Las carreteras tenían un poco de hielo, pero estaba acostumbrada a ello. Nos
conduje a través de las calles del barrio por un tiempo, sabiendo exactamente a
dónde iba. Eventualmente, llegamos a una parada en una calle residencial cerca
a Maryland.
Christos miró a su alrededor. —¿No vamos a comprar ropa?
Apagué el auto. —Christos, tengo que decirte algo.
—Está bien.
Me desabroché el cinturón de seguridad. Esto iba a tomar un tiempo. —En
primer lugar, gracias por venir conmigo.
—Ha sido un placer. No podría pensar en una mejor manera de pasar las
vacaciones de invierno. O en una persona mejor para pasarlas. —Se acercó y tomó
mi barbilla—. Te extrañé mucho, Agápi mou.
Estiré las dos manos y apreté su mano contra mi mejilla. Temía que no me
316 extrañaría nunca más después de que terminara de contarle sobre Taylor. Estaba
bastante segura de que estaría yendo al aeropuerto, no a una farmacia para un
nuevo cepillo de dientes.
—No soy quien crees que soy, Christos.
— ¿Qué quieres decir?
—Tengo un poco de historia.
—¿Ah, sí? ¿Eres un hombre? —sonrió—. Quiero decir, yo debería saberlo, en
base a lo que he visto hasta ahora, pero he oído que en esas operaciones de
cambio de sexo se han vuelto realmente buenos.
—No, Christos. —Fruncí el ceño—. Esto es serio. He estado guardándote todo
lo importante. Y me siento terrible.
—Samantha, sea lo que sea, estoy seguro de que no es tan malo como estás
haciendo que suene.
Miré por la ventana delantera del Honda, a la sencilla casa de dos dormitorios
en la calle.
Una madre y su hija habían caminado fuera y se habían quedado en el
porche. La hija tenía dos años más que yo. Su madre cerró la puerta de entrada, a
continuación, ambas se abrieron paso con cuidado por la vía de ladrillo corto.
La hija cojeando notablemente. Su madre la ayudó a bajar los dos escalones
en el final de la entrada. Una cosa tan simple, caminar dos escalones. Pero la joven
no podía hacerlo con confianza y sin ayuda. Subieron a una minivan vieja y
manchada estacionada en la calle.
—¿Ves a esa chica al otro lado de la calle? —le dije.
—¿La que está subiéndose a la minivan?—preguntó Christos.
—Sí. Esa es Taylor. Taylor Lamberth.
El reconocimiento iluminó la cara Christos. —¿La Taylor? ¿El nombre que
murmurabas en sueños?
—Sí. Ella no solía cojear así. Antes de haber arruinado su vida.
Estaba bastante segura de que todo el aire en el auto fue absorbido por los
pulmones de Christos cuando él inhaló bruscamente.
Christos frunció el ceño. Luego, su ceño se convirtió en una sonrisa dudosa.
—¿Qué quieres decir con arruinaste?
Esto no iba a ser fácil. Al menos, el sol estaba alto. Por alguna razón, no quería
decirle esta historia en la oscuridad. No creí que pudiera hacerlo. Porque fue
entonces cuando sucedió.
—Permíteme comenzar por el principio. ¿Recuerdas que te hablé de Damián?
¿De la noche que se suponía que íbamos a tener relaciones sexuales por primera
317 vez, pero no sucedió?
—¿Sí?
—No te dije toda la historia.
Veinticuatro
Tres años antes...
C
erca de la casa de Damián Wolfram.
La carretera que conducía lejos de la mansión apartada de los
padres de Damián era larga, ventosa y aislada.
A excepción de los faros blancos del BMW de Damián todo estaba
completamente negro. No había luces de calle de cualquier tipo tan lejos de la
ciudad. Los bosques oscuros y los campos nos rodeaban.
Damian conducía temerariamente, tomando las curvas demasiado rápido.
—¡Más despacio, Damián! ¡Vas a hacer que nos matemos! —Mi voz era
sorprendentemente tranquila, teniendo en cuenta lo enojada, dolida y triste
después de que Damián había destruido lo que debería haber sido una íntima
noche.
318
—Sólo quiero llevarte a casa, Sam —dijo furioso—. Como me lo pediste, Sam.
Así que si estoy conduciendo demasiado rápido, Sam, sólo te estoy dando lo qué
mierda querías, Sam. Te voy a llevar a tu jodida casa. Sam.
Él estaba en modo puchero completo. Odiaba la forma en que decía mi
nombre, pero no iba a pedirle que se detuviera y correr el riesgo de desencadenar
una mayor ira.
A los pocos minutos, doblamos una curva cerrada y el auto se desvió hacia el
carril contrario Por suerte, no había nadie más en el camino tan tarde.
—Damián, me estás asustando. Por favor, más despacio.
—¿Calmarme? ¿Por qué demonios crees que estoy tan enojado, Sam? ¿Eh?
¿Quieres adivinar Sam? Apuesto a que sabes la respuesta.
No iba a jugar en su diatriba.
—Vamos, Sam. Adivina. Apuesto a que lo conseguirás en un solo intento. —
Me miró y sus labios se alzaran para mostrar sus dientes. En el resplandor de las luces
del tablero, parecía un monstruo—. ¿No vas a jugar? Oh, eso es correcto. No juegas
¿verdad? Porque eres una maldita calientapollas. ¿Seis meses? —Se burló—. Seis
meses de mierda. ¿Qué estabas esperando? ¿Un puto anillo? Jesucristo, Sam,
¿cuánto tiempo un chico tiene que esperar hasta que se los des?
Había hecho mi mejor esfuerzo para mantener la calma, pero él me estaba
presionando mucho, no pude evitarlo. —No lo sé, Damián. Tal vez si realmente me
amaras, habrías seguido conmigo —me burlé.
—¿Quererte? Joder, bien. Te quiero, Sam. ¿Ahora podemos ir a follar?
—No sabes nada del amor, Damián. —Me volteé para mirar por la ventana.
No tenía sentido continuar la conversación más allá. Él no tenía ni idea.
—¿Y bien? Estoy esperando una respuesta. Te quiero, Sam. Vamos a joder. Te
quiero, Sam. Chupa mi polla. Te quiero, Sam. Vamos a tener sexo. ¡VAMOS, SAM!
¡QUITATE TU VESTIDO! ¡MAMAMELA MIENTRAS CONDUZCO! ¡LO QUE SEA, MALDITA
SEA!
Pensé seriamente en pedirle que parara el auto para dejarme salir. Pero
estábamos muy lejos de cualquier parte, y hacía mucho frío fuera. No sería capaz
de llegar muy lejos en mis tacones de diez centímetros.
—¡HOLA! ¡SAM! ¡Te estoy hablando! ¿Hay alguien en casa?
Damián estaba mirándome y no a la calle. Frenó duro. —Mierda —gruñó entre
dientes, luchando con el volante cuando el auto se deslizó alrededor de la otra
esquina.
Alcé la vista a tiempo para ver un destello de color rosa. Entonces oí el ruido
sordo.
—¿Qué demonios fue eso? —Damián giró la cabeza mientras luchaba por
controlar el auto. Sentí la parte trasera salirse. Sus brazos se agitaron alrededor del
319 volante y el auto chirrió hasta detenerse.
Por poco nos habíamos salvado de estrellarnos contra los árboles robustos que
crecían en la orilla de la carretera. Si el auto hubiera girado hacia ellos, hubiera sido
aplastada.
Mi corazón se aceleró. Mis dedos se clavaron en el reposabrazos. Me obligué
a soltarlo. —Creo que golpeamos algo.
—No golpeé jodidamente nada.
—Voy a comprobarlo. —Abrí la puerta. Sin pensarlo, salté, dejando mi
chaqueta en el asiento con mi bolso. Estaba tan llena de adrenalina que no sentí
el frío mientras caminaba por la carretera. Mi aliento salía de mi boca en el frío aire
nocturno.
La ventana lateral del conductor bajó. —¡Vuelve al puto auto! —gritó Damián
a través de la ventana abierta.
—¡No, Damián! Tenemos que comprobarlo.
—¿Comprobar qué?
—¡Le diste a algo!
—Probablemente fue un mapache. Tal vez un ciervo.
—¿Un ciervo? Vi algo rosa.
—Entra en el auto, maldita sea.
—¡No!
—¿Supongo que quieres llevar tu culo de regreso a casa? Yo no voy a
esperarte.
No le hice caso y seguí el camino por donde habíamos venido. Apenas podía
ver nada en el brillo rojo de las luces de freno del BMW.
Oí la puerta de Damián abrirse. —Está bien. ¿Qué mierda? Estoy seguro de
que maté a Bambi o a alguna zarigüeya estúpida. Y qué carajo.
Caminé alrededor de la curva cerrada bastante lejos. Habíamos estado
yendo bastante rápido. Por lo menos a 64 km. Le había tomado a Damián varios
segundos controlar el auto y detenerlo.
Entonces la vi.
Descalza. Mojada con sangre oscura. —Oh, Dios mío.
—¿Qué? —preguntó Damián, irritado.
—Creo que golpeaste a alguien. —Me acerqué más—. Oh dios mío,
ohDiosmio. ¡Golpeaste a alguien!
—No le pegué a nadie —se burló. Su rabia ahora se vio atenuada por la duda.
Se puso de pie a mi lado.
El cuerpo de una joven mujer yacía en el lado de la carretera. Llevaba ropa
320 deportiva de otoño. Camisa de manga larga, chaleco rosado debajo, leggins
térmicos, un gorro rosa y mitones. El cabello largo estaba extendido debajo del
gorro. Su rostro estaba hacia un lado. Sus piernas estaban dobladas en ángulos
antinaturales. Sus leggins grises tenían manchas de sangre.
—Oh, Dios mío, Damián. Creo que la mataste.
—No está muerta.
No llevaba zapatos. Un calcetín seguía puesto, pero el otro se había
desprendido y estaba junto a su pie. Ambos calcetines estaban salpicados de
sangre. No podía decir de donde sangraba o cuánto.
—Ella parecía como si estuviera corriendo. ¿Dónde están sus zapatos?
—¿Cómo diablos voy a saberlo? ¿Quién va corriendo sin zapatos?
—¡Tú le pegaste, Damián!
—No, no lo hice.
—¡Lo escuché! Tenemos que llamar al 911 ahora mismo. —Dejé
estúpidamente mi bolso en el auto con mi teléfono celular, de lo contrario ya
estaría marcando—. ¡Llama al 911!
—¿Eh?
—¡En el teléfono!
—¡No voy a llamar al 911! —gruñó.
Lo miré. —Tú le pegaste, Damián. Tienes que llamar a la policía. Ella necesita
ayuda.
—Vamos. Entra en el auto.
—¿Qué? ¿Estás loco?
—Ahora. Al coche. Él entrecerró los ojos y se dirigió hacia mí, apretando los
puños. —Muévete.
Damián se había vuelto completamente loco, y yo estaba en problemas. Mi
bolso estaba en el auto con mi teléfono y mi chaqueta. No llevaba nada más que
un fino vestido, medias y zapatos de tacón. No lo suficiente caliente para el frío de
cuatro grados. Este camino tenía casi cero tráfico a esta hora. Si por alguna razón,
Damián no me hacía entrar en el auto en contra de mi voluntad, estaría varada en
una mala manera. No sería capaz de ayudar a esta chica. Haría falta una
eternidad para que corriera a la ciudad usando tacones. Si no me congelaba
primero.
Damián se paró frente a mí. —Entra en el auto o te obligaré —dijo entre
dientes.
—No, Damián. Tenemos que ayudar a esta chica.
—No, no tenemos que hacerlo. —Estaba histérico—. No te lo advierto de
321 nuevo.
—No me iré hasta que llames para pedir ayuda.
Él me empujó en el pecho con ambas manos, con fuerza. Tropecé hacia atrás
y caí sobre mi trasero, pelándome las palmas sobre el asfalto.
—¡Estás loco, Damián! ¡Estás loco! —No parecía preocupado por lo que
pensaba de él—. Eres un monstruo. —Lloré libremente. Las lágrimas corrían por mi
cara.
—¿Y qué? Ponte en movimiento. —Él me dio una patada en el muslo—. Al
auto.
Lo miré desde mi posición en el suelo. —Eres malo, Damián.
—Al auto.
Cuando no me moví, él merodeó y metió los brazos por debajo de mí. Me
arrastré a través del pavimento en mal estado. Me puse de pie para evitar un mayor
desgaste en el camino de grava. Me moví contra él, tratando de arañarlo y
agarrarlo con las uñas, pero él estaba detrás de mí y no había nada que pudiera
hacer. Estaba aplastando mi caja torácica con sus poderosos brazos.
Me acordé de cómo se supone que debes pisar fuerte en los dedos del pie
del atacante si están detrás de ti, pero perdí mi equilibrio cuando me tiró hacia
atrás. No podía hacer nada.
De vuelta en el BMW, me di cuenta de que una de mis tacones se había roto
durante la lucha. Cuando Damián quitó uno de sus brazos de mi torso para abrir la
puerta del lado del pasajero, me retorcí fuera de su alcance.
—¡Vuelve aquí!
Me tambaleé a lo largo del hombro, tratando de escapar. Corrió detrás de mí
y lo esquivé. Debido a mi tacón roto, mi balance estaba mal y me tropecé y caí
sobre el hombro. Damián se abalanzó por mí. Me di la vuelta fuera de su alcance.
Justo sobre el borde de una colina corta y empinada que conducía a un
bosquecillo de árboles oscuros.
La pendiente de la colina era empinada. Me caí por la hierba, hojas secas y
maleza. Por poco golpeé mi cabeza contra varios troncos de árboles en la parte
inferior. Estaba en tal estado de shock, que no podía decir sí había sido herida o
no. Damián gritó por la colina hacia mí.
—¡Vuelve aquí, perra estúpida!¡Voy a matarte! ¡Tenemos que salir de aquí,
ahora!
No iba a esperar y ver si hablaba en serio acerca de matarme o no. Me
levanté y me moví entre los árboles. Arbustos espinosos agarraron mi pantimedias
y las destrozaron.
322 No sé hasta qué punto llegué antes de detenerme. Cuando miré hacia atrás
a través de los árboles, esperaba ver a Damián disparándose hacia mí. Él no estaba
a la vista.
Contuve la respiración y escuché. Uno o dos minutos después, oí el golpe de
la puerta del auto y un motor acelerando.
El auto de Damián se alejó.
Después de unos minutos de silencio, me arrastré de vuelta por el bosque en
la oscuridad. Cuando llegué al camino, era un desastre. Mi pantimedias estaban
destrozadas. Mi vestido rasgado y caía en uno de sus hombros. Yo había perdido
por completo mi zapato roto en la revolcada. El único que quedaba todavía tenía
su tacón. Sin saber qué hacer, fui cojeando hacia la niña herida. El pavimento en
mal estado mató a mi pie descalzo.
Me desplomé en el suelo junto a la chica y lloré. Me estremecí y envolví mis
brazos alrededor de mí misma.
Me iba a morir de frío aquí afuera.
Un gemido escapó de la chica.
Corrección. Nos íbamos a morir de frío.
—¿Estás bien?
Otro gemido.
—¿Puedes oírme? Samantha es mi nombre. Estoy justo aquí. Voy a ayudarte.
Todo va a estar bien. —No tenía ni idea de lo que iba a hacer, pero iba a hacer
algo.
Si tuviera una chaqueta, la habría puesto sobre ella. Tenía miedo de tocarla.
Probablemente podría hacerle lesiones más graves.
Me puse de pie y miré a mi alrededor. No había más que oscuros árboles,
campos y carreteras. Estaba jodida. No había casas incluso cerca para pedir
ayuda. Mi única opción era ir hacia la ciudad. Y entonces llamar a la primera
puerta que me encontrara.
Después de caminar unos sesenta metros, sabía que no había manera de que
pudiera hacerlo con un zapato, uno con cuatro pulgadas de tacón. Me dejé caer
en el medio de la carretera y me lo quité. Quien dijo que la moda no tenía que ser
funcional era un idiota.
¿Quién demonios inventó los tacones altos, de todos modos?
Traté de romper el tacón, pero no era lo suficientemente fuerte. Mierda.
¿Cómo iba a hacer recorrer cuatro kilómetros con un tacón? Traté de caminar
sobre la hierba, pero la hierba estaba congelada. Me congelaría en cualquier
momento. Esto no iba a funcionar. Esa pobre chica iba a morir, y yo terminaría sin
dedos antes de que llegara a la ciudad.
323
Si tan sólo hubiera tenido mis zapatos para correr. Podía correr. La caminata
me mantendría caliente. Pero no tenía mis zapatillas de mala muerte.
Zapatos para correr.
Espera un segundo.
Esa chica había estado usando zapatos para correr. Pero no estaban en sus
pies. ¡Tenían que estar en alguna parte!
Me puse mi tacón de nuevo y cojeé por el camino y comencé a buscar los
zapatos de la muchacha. La oí gemir de nuevo, así que empecé a hablar con ella.
Mis dientes castañeaban mientras hablaba.
—Oye, no sé cuál es tu nombre, pero espero que tenga buen gusto en
zapatos para correr —me reí—. A quién estoy engañando ¡Sólo espero que los
zapatos queden bien en mis pies! No te importa si me los prestas, ¿verdad? Yo sé,
suena estúpido.
Mis brazos estaban con los pelos de punta. Esperaba que toda mi charla me
ayudara a mantener el calor y darle algo a qué aferrarse. La oí gemir de nuevo.
Bueno. Ella no se había desmayado. O algo peor.
Había suficiente luz de luna para poder ver. Seguí hablando con ella mientras
caminaba de vuelta en la carretera, en la dirección en la que Damián y yo
habíamos llegado. El primer zapato estaba en el medio de la carretera. Gracias a
Dios por los pequeños favores. Me senté en la acera y me lo puse, lanzando mi
tacón inútil a un lado. El suelo congeló mi trasero en dos segundos. Estaba tan
malditamente frío.
El zapato de la chica era demasiado grande, así que apreté los cordones por
completo. Me puse de pie y caminé. Mi pie se deslizó un poco, pero era mejor que
nada. Seguí buscando zapato el número dos.
Me puse de pie con las manos en las caderas, haciendo una exploración de
la zona. ¿Dónde demonios estaba el otro zapato? No podía esperar aquí toda la
noche. ¿Podía llegar a la ciudad con un zapato? Probablemente no. Volví la
cabeza, y vi un destello por la esquina de mi ojo que captó mi atención. Giré mi
cabeza hacia atrás.
Frenéticamente recorrí los árboles. Maldita sea. Juré que había visto un reflejo.
Espera, ¡allí estaba! Vi diminutos reflejos de zapato brillando bajo la luna. El zapato
sobresalía de una bifurcación en el tronco de un árbol. Corrí hacia él. ¿Cómo llegó
hacia arriba en un árbol? Yo nunca había entendido cómo los zapatos de las
personas salían volando cuando eran golpeadas, pero sucedía. Tan seguro como
que éste lo había hecho.
Salté, tratando de llegar a la zapatilla, pero estaba demasiado alta.
Me subí a un montón de árboles cuando era pequeña. Podía hacerlo, si
pudiera encontrar una rama baja colgante. Rodeé el árbol. No tuve suerte. Pero el
324 tronco era estrecho. Podría envolver mis piernas alrededor de él y treparlo. Si sólo
hubiera estado usando ropa protectora, como pantalones vaqueros, una camisa
larga de mezclilla con mangas y unas robustas botas de montaña. En su lugar, yo
sólo tenía mi vestido sin mangas de rayón, pantimedias rasgadas, y un zapato. Esto
iba a hacerme daño.
Apreté las rodillas alrededor del tronco. Afortunadamente, la corteza era
relativamente suave. Trepé hacia arriba. Mi piel se raspó al instante. Pero iba a
conseguir ese zapato.
La punta del zapato asomaba un poco más allá de mi alcance, pero no tenía
que agarrarlo. Golpeé la nariz del zapato con punta de mis dedos. Si pudiera
golpearlo y hacer que cayera al suelo, estaría lista para irme. No funcionó. Tenía
que subir más alto para obtener un mejor alcance. Pero mis muslos estaban
gritando. Estaba bastante segura de que iban a sangrar pronto, si no lo hacían ya.
Golpeé una vez más el zapato. No. Estaba atrapado.
Tomé una respiración profunda, estiré mis brazos y subí otros centímetros. Mis
muslos quemaban con dolor candente. Cogí el zapato y conseguí un buen agarre.
Lo moví hasta que se soltó y lo lancé al suelo.
Me tomé un momento decidir si debería saltar y arriesgarme a torcerme un
tobillo, o deslizarme por el árbol.
Una fractura de tobillo no iba a ayudar a esa pobre chica. Elegí los muslos
ensangrentados y desgarrados. Bajé alrededor de un pie cuando mi muslo se
atascó en un nudo. ¡Agonía!
Me dejé llevar y me deslicé hasta el suelo.
Hice una mueca de dolor. Toqué mis muslos para ver si sentía algo de sangre.
No estaba segura. Esperaba que fuera simplemente sudor. Mis brazos se sentían
desgarrados también. Pero nada que no pudiera manejar. Me puse el zapato para
correr y lo até con fuerza antes de volver a subir la cuesta. Troté hacia la chica.
—Voy a correr y pedir ayuda. La próxima vez, trata de mantener los zapatos
puestos —bromeé—. Me tomó por siempre para encontrarlos.
Ella gimió. Esperaba que fuera un gemido de risa.
Corrí hacia la ciudad. Fui lentamente al principio, hasta que mi cuerpo se
calentó y mis piernas se aflojaron. Entonces me apresuré. Hice buen tiempo porque
el camino era un poco de cuesta inclinada en toda su longitud. Gracias, gravedad.
Siempre y cuando un loco como Damián no me atropellara en la oscuridad, iba a
encontrar ayuda en cualquier momento.
Todas mi trotar después de la escuela hizo de este un trabajo fácil. La piel de
mis muslos descuajados comenzó a quejarse de inmediato, pero lo ignoré.
Los zapatos eran demasiado grandes para mis pequeños pies. Sentí varios
puntos calientes formando bolsa sobre las puntas de mi pies, pero seguí
recordándome a mí misma que algunas ampollas eran mucho mejor que lo que la
325 pobre chica ya había sufrido.
Con el tiempo vi una casa oscura. Tenía la esperanza de que alguien estuviera
en casa.
Un auto se detuvo frente a mí. El BMW de Damián. Se bajó y corrió hacia mí.
Corrí en la dirección opuesta, pero él me cogió al instante. Me agarró por el pelo y
puso algo en mi espalda.
—Para ahora mismo y entra en mi auto o voy a matarte.
Giré y vi una pistola plateada en su mano. Mis ojos se ampliaron. —¿Te has
enloquecido, Damián?
—Al auto. — Su agarre en mi cuello se apretó.
No sabía qué hacer. Dejé que me empujara a su auto.
—Abre la puerta.
—No, esto es una locura.
—Hazlo, o te pego un tiro.
Estudié sus ojos. Nunca los había visto tan fríos. Abrí la puerta del lado del
pasajero y entré.
—Ponte el cinturón de seguridad. Ahora.
Lo hice.
—Voy a estar en el otro lado. Si intentas hacer algo, voy a cazarte y matarte.
Me quedé alucinada por su maldad. Corrió alrededor del auto y se subió. Él
apretó la pistola entre las piernas mientras él hacía un giro en y nos alejábamos de
la escena del crimen, y de esa pobre chica.
Me di cuenta de que mi chaqueta y el bolso todavía estaban en su auto.
—Ni siquiera pienses en tomar tu teléfono. Te dispararé si lo intentas.
—¿A dónde vamos?
—Te voy a llevar a casa.
Eso no era lo que estaba esperando. Estaba pensando más en la línea de
algunos abandonados yacimientos o una mina de carbón. Para que pudiera tirar
mi cuerpo después de que él hiciera quien sabe qué.
Se quedó en silencio mientras avanzábamos. Sin duda nos dirigíamos a mi
casa.
—Damián, esto no es correcto. Tenemos que llamar a alguien para que ayude
a esa chica.
—¿Es necesario que te deje en el asilo? No puedo tener esto en mi historia.
Nunca entraré a Columbia si maté a alguien.
—No está muerta. La oí gemir. Si le conseguimos ayuda ahora, va a sobrevivir.
326 Lo sé.
—No puedo correr ese riesgo.
—¿Qué? ¿El que ella sobreviva? ¿O no entrar a Columbia?
—Ninguno. Nadie va a saber acerca de esto. —En una señal de alto, él me
cortó con la mirada—. Si se lo dices a alguien, te mataré. Si llamas a la policía, te
mataré. Mírame a los ojos y dime si crees que estoy bromeando.
Examiné su rostro. Casi no lo reconocí. ¿Había pensado que este joven era
atractivo en algún momento? ¿Deseable? ¿Mi fantasía perfecta? Estaba más loca
que él si era así. Vaya, tenía mal gusto en hombres. Y ese era el eufemismo del
milenio.
—Dile algo de esto a alguien, y voy a arruinarte. No creas que no puedo.
Él le acarició la pistola entre las piernas. Y quiero decir el arma brillante. De
alguna manera, la forma en que lo hizo fue la cosa más sucia que había visto en
mi vida. Era grotesco, como si le gustara más la pistola que yo.
Él se detuvo junto a la casa de mis padres, la cual estaba oscura. Todavía
debían estará fuera con sus amigos.
Damián miró hacia delante, a través del parabrisas. —Fuera.
Abrí la puerta del auto y salí. Me incliné para recoger mi chaqueta y mi bolso.
Me agarró de la muñeca y la apretó con fuerza.
—No se lo digas a nadie. O estás muerta.
—No lo haré.
Tiró de mí de nuevo hacia el auto.
Mi barbilla casi se estrelló contra la palanca de cambios.
—¡Hey! ¡Ten cuidado!
—Lo digo tan en serio como un ataque al corazón, maldita zorra. Si lo tu
cuentas, te voy a matar antes de que llegue la policía hasta mí. Te puedo
encontrar, no importa a donde vayas. —Él apretó los dedos con más fuerza, hasta
que los huesos de mi muñeca se juntaron.
Sentí como que tenía que responderle, pero no sabía qué decir. Él me miró.
Un par de faros dieron vuelta a la esquina en mi calle. Me soltó el brazo.
—Cierra la maldita puerta.
Yo lo hice. Él se alejó lentamente.
Esperé hasta que él se había ido antes de correr a mi casa. Cerré la puerta
detrás de mí y me apoyé en ella. Cuando las lágrimas comenzaron, me deslicé
hacia abajo hasta que me senté en el suelo. Grité en la oscuridad, abracé mi bolso
y la chaqueta.
Con Damián lejos, era libre para dejarlo salir. Todo el miedo que había corrido
327 a través de mí en los últimos veinte minutos.
Había querido Damián. Hasta que me di cuenta de que era un monstruo.
Estaría mintiendo si dijera que nunca tuve sentimientos por él. Por eso dolía tanto. El
amor y el sentimiento de pérdida que sentí no se evaporarían en unos pocos
segundos.
Temblé con sollozos durante algún tiempo antes de que pudiera empezar a
pensar con claridad.
Fue entonces cuando me acordé de la chica. Necesitaba ayuda. Por lo que
sabía, Damián estaba conduciendo por ese camino para empujarla a una zanja
para que nadie la encontrara. ¿Era capaz de eso? Un accidente era una cosa.
¿Pero terminar el trabajo de esa manera? ¿Era Damián tan cruel?
Quizá.
¿Qué demonios iba a hacer?
No podía dejar que esa chica muriera sola.
Puse mis manos sobre el piso de baldosas y me pare. Tiré mi abrigo y corrí a mi
VW. Conduje hasta que encontré un teléfono público. Había uno al lado del
restaurante italiano a pocas cuadras de mi casa. Siempre miraba el teléfono
cuando iba a la escuela y me preguntaba quien le daba uso. Aparqué en la calle
y corrí hasta él. No tenía dinero. Marqué el 911 de todos modos.
El operador contestó.
—911. ¿Cuál es su emergencia?
—Hay una chica en Deer Creek Road, fue atropellada por un auto, está
sangrando, necesita una ambulancia.
—Señora, por favor, cálmese.
—¡Está a mitad de camino en Deer Creek Road! ¡Ella está tendida en un
costado de la carretera!
—¿Señora? Voy a pedirle que tome una respiración profunda y se calme.
—¡Envíe a una ambulancia! ¡Deer Creek Road! ¡A mitad de camino! ¡En el
lado derecho! Cerca de un montón de árboles en una curva cerrada.
—¿Señora? Por favor, cálmese. ¿Señora? ¿Cuál es su nombre, señora?
Puse el receptor en la base. Di un paso atrás y crucé los brazos sobre mi pecho.
Medio esperaba que el teléfono sonara. Eché un vistazo de lado a lado. No iba a
esperar para averiguarlo.
Salté en mi VW y conduje hacia Deer Creek Road. Tenía que ver cómo estaba
esa chica. Al carajo el loco Damián.
Seguía viendo su rostro en mi mente, y escuchando sus palabras. —No se lo
digas a nadie. O estás muerta... Si lo cuentas, te mataré antes de que llegue la
policía a mí.
328 A 800 mts de distancia de Deer Creek Road, una ambulancia apareció en mi
espejo retrovisor con luces intermitentes y sirenas. Me detuve y la dejé pasar.
Gracias a Dios. Estaba a punto regresar de nuevo a la carretera cuando dos autos
de la policía pasaron rápidamente. Respiré un gran suspiro de alivio.
Conduje hacia Deer Creek, pero a pocas cuadras de distancia contemplé
hacer un cambio de sentido y dirigirme a casa.
No, tenía que asegurarse de que la ambulancia se dirigía al lugar correcto.
Conduje hasta Deer Creek. Imaginé a Damián esperándome en su BMW,
dispuesto a perseguir mi VW y yo chocándome con un árbol. Pero no estaba por
ningún lado. Cuando pude ver el resplandor azul y rojo de las luces de emergencia
que se reflejaban contra los árboles cerca de la vuelta del lugar, estaba segura de
que estaban en el lugar correcto.
Encontré una amplia sección de la carretera y volteé mi VW. Volví a casa
lentamente. Mis manos temblaban tanto que tuve que apretar el volante tan duro
como pude para que se estabilizaran.
De vuelta en mi casa, estaba lista para vomitar. Corrí adentro y derramé la
cena hecha en casa de Damián en el inodoro. Eso fue lo último de él que quería
ver. Tiré de la cadena del baño, lavé mi cara y cepillé mis dientes. Cuando me
senté a hacer pis, la quemazón entre mis piernas me golpeó con toda su fuerza. La
había bloqueado por completo durante mi calvario. Mis muslos estaban como
hamburguesa por subir al árbol. Use almohadillas estériles y una botella de
antiséptico de debajo del fregadero para limpiar mis heridas. Quemaba, pero no
fue tan malo como yo pensaba cuando los vi por primera vez en esta luz.
Después de que me vendé a mí misma, metí los envoltorios en la parte inferior
de mi mochila escolar. Temí que mis padres pudieran notar los envoltorios y
empezaran a hacer preguntas si las ponía en la papelera del baño. Las botaría en
la escuela al día siguiente.
Por último, me metí en la cama.
Cuando mis padres llegaron a casa, me hice la dormida. Ellos no me
revisaban. Confiaban.
La fiable Samantha Smith. Nunca me metí en problemas.
A la mañana siguiente, vi la noticia antes de la escuela, mientras que
pretendía comer el desayuno. Estuve enferma del estómago todo el tiempo.
El locutor local lo dijo todo.
—Taylor Lamberth, una chica de último año de la escuela secundaria local,
se encuentra hospitalizado esta mañana después de un casi fatal accidente.
Según los padres de Taylor, ella salió a trotar por la noche anoche, como
habituaba. Cuando Taylor no regresó a casa, sus padres llamaron a la policía local.
—Un anónimo que llamó al 911 avisó a las autoridades de la ubicación de
329
Taylor. Los equipos de emergencia se apresuraron a la escena. Taylor fue
trasladada al Hospital de Santa María, donde ella se encuentra en condición
crítica. El alcance de sus lesiones no se ha determinado. La policía pide a
cualquiera que sepa sobre el caso que por favor se ponga en comunicación.
Si yo hubiera comido en realidad un poco de mis cereales, habría vomitado
ahí mismo en el tazón
Me pasé todo el día en la escuela casi comatosa.
Todo en lo que podía pensar era en la pobre Taylor Lamberth. Había
contribuido de alguna manera a sus lesiones y estaba preocupada de que pudiera
morir. No tenía ni idea de que tan mal estaba.
Damián me siguió por los pasillos de ese día, nunca me hablaba. Me lanzó
miradas amenazadoras en cada oportunidad.
Rápidamente se corrió la voz sobre nuestra ruptura, afirmando que era una
gran puta, la bomba de la escuela, que me había dejado tan pronto como él lo
había descubierto.
Fui etiquetada de puta, zorra, perra y una calientahuevos. Nunca entendí
cómo podía ser una puta y una calientahuevos, al mismo tiempo, pero ahora
estaba clasificada como ambos. Parecía que toda la escuela secundaria me
excluía. Todo el mundo me dirigió miradas sucias, metía notas desagradables en mi
casillero.
Estaba tan asustado por el incidente con Taylor, que dejé de hablar con mis
amigos por completo. Tenía miedo de contarlo todo si abría la boca en absoluto y
que Damián se enterara. Las repercusiones de mi participación me asustaban más
que nada. Temí que fuera de alguna manera cómplice.
En las siguientes semanas, mis amigos se alejaron. Alegaron que ya no me
conocían. No podía culparlos, porque tenían razón. Solía decirles todo lo que
pasaba en mi vida. Ahora no les decía nada.
Para distanciarse aún más a mí misma, empecé a usar ropa negra, maquillaje
negro y un humor negro todo el tiempo. Fue entonces cuando me etiquetaron de
Emo y de Gotica, y bruja.
En realidad, nadie sabía lo que estaba pasando. Pero todo el mundo vio cuan
retraída me había vuelto. Fue entonces cuando empezaron a llamarme Suicida.
Todos pensaban que iba a matarme a mí misma.
Algunos días, me temía que tenían razón. Pero sobre todo, yo estaba
demasiado ocupado obsesionándome con Taylor Lamberth para pensar en mí
misma. Esperé desesperadamente buenas noticias en los medios de comunicación
local.
Me enteré de que Taylor salió del hospital. Se suponía que iba a ir a la
Universidad con una beca de fútbol, beca completa en el otoño, pero debido a la
330 gravedad de sus heridas sufridas en el accidente, sus días de fútbol habían
terminado. Sus rodillas estaban básicamente destrozadas y tuvo que ser atornillado
con pernos de titanio y varillas. Ella todavía sería capaz de caminar, dijeron los
médicos, después de un montón de terapia física. Pero perdió la beca, y sus
extensas facturas médicas dejaron en la quiebra a sus padres. Lo último que supe,
fue que Taylor iba ir a la universidad comunitaria local.
El día que me dieron mi carta de aceptación de SDU, casi dos años más tarde,
mis padres celebraron. Pero yo estaba miserable. Me sentía culpable porque me
iba fuera a pasar un buen rato mientras que Taylor tuvo que renunciar a su infancia
soñada.
Y Damián se salió con todo. Incluso fue a Columbia, como él había planeado.
Los policías nunca imaginaron que lo hizo. Quiero decir, ¿cómo podrían? No
hubo evidencia. Imagino que se encontraron con mis zapatos de tacón alto, pero
no tenían forma de conectarlos a mí. No estaba en ninguna de las bases de datos
criminal.
Consideré decirle a la policía una y mil veces, pero tenía demasiado miedo
de Damián.
Él sabría que fui yo.
Veinticinco
Presente
L
as lágrimas habían corrido libremente por mi rostro durante todo el
tiempo que conté la historia. Mi abrigo estaba mojado con ellas. Sorbí
por la nariz y miré a Christos.
Sus ojos azules brillaban. ¿Estaba enojado? Me sentía separada de él, como
si no estuviera ahí. Tal vez ya no estaba. Tal vez su corazón se escapó al segundo
en que había escuchado mi historia. Me lo merecía por lo que había hecho.
—No es tu culpa, Samantha. —Él se desabrochó el cinturón de seguridad y se
acercó. Su pulgar alejó las lágrimas de mi mejilla—. Hiciste todo lo que pudiste.
Llamaste al 911 tan pronto como pudiste. ¿Y que si Damián se salió con la suya? Si
hubiera sido atrapado, no habría ayudado a que los médicos arreglaran las piernas
de Taylor mejor de lo que lo hicieron.
331 —Todavía me siento responsable —sollocé.
—¿Por qué? Si no hubieras llamado al 911, ¿quién sabe cuánto tiempo habría
estado tendida en el camino? Tu misma dijiste que podría haber muerto de frío.
—Pero si hubiera tenido sexo con Damián, Taylor estaría bien.
—Espera un segundo. —Él se retiró y dirigió una mirada severa en mi
dirección—. Ni siquiera vayas allí. No te puedes decir eso a ti misma. No hay manera
de que pudieras haberlo sabido. Además, hiciste lo correcto no teniendo sexo con
Damián. No estabas obligada a hacerlo. Él debería haber controlado su
temperamento en lugar de enloquecer y acelerar en ese camino.
—Sí, pero ¿realmente habría sido tan malo? ¿Si simplemente hubiera tenido
sexo con el estúpido de Damián? Taylor Lamberth todavía tendría una beca de
fútbol. Ahora sus sueños están arruinados. Por mi culpa.
—Basta, Samantha. Eso es una locura. No tenías que tener sexo con Damián
para salvarla.
Me recosté en mi asiento y lloré. Christos puso un codo en la consola central
y me abrazó con su brazo libre. —Shh, shh , shh. Ya pasó. Lo hiciste lo mejor que
pudiste.
—No lo hice sin embargo.
—Vamos, Agápi mou. No es tu culpa.
—Me había dado cuenta mucho antes de esa noche que Damián era un
idiota total. Debí haber visto lo imbécil que era de antemano.
—Eso es ridículo.
—Debería haber sabido que él era una persona terrible por debajo de su
aspecto y su dinero.
—Eso es una locura, Samantha. ¿Qué edad tenías?
—Dieciséis.
—Nadie sabe de las relaciones a esa edad. Quiero decir, en serio, ¿no fue
todo romántico, con las flores y la cena y la mansión de lujo?
—Sí.
—Y apuesto a que estuvo haciendo esa mierda todo el tiempo, en el papel
de novio perfecto hasta que te tuviera en la cama.
Sollocé. —¿No es eso lo que estás haciendo?
Christos se congeló. —¿Qué? —preguntó en voz baja.
Oh no, yo estaba arruinando todo de nuevo. No había manera de que
pudiera retraer mis palabras. Las había dicho, y tenían demasiado poder.
Él frunció el ceño. —Lo siento, pero, ¿puedes por favor, repetir lo que dijiste?
Quiero saber si te escuché correctamente antes de decir una palabra más.
¡Mierda! ¿Qué acababa de hacer?
332
—¿Samantha? Necesito que me hables. Ahora mismo.
Me estremecí de miedo, tratando de estar más cerca de él. Él me soltó y se
echó hacia atrás en su asiento. Pude notar que él había terminado conmigo.
—Christos, por favor. —Yo estaba llorando de nuevo.
—Yo no soy él, Samantha. No soy como Damián.
—¡Pero lo eres! ¡Fuiste arrestado en el primer día de clases! ¡Ese tipo te disparó
en la fiesta de Jake porque lo estrellaste contra el lateral de un auto! ¡Podrían
haberme matado! ¡Esos ciclistas en Xanadu nos persiguieron! ¡Tú aceleras, te metes
en peleas, haces cosas locas todo el tiempo! ¿Cuándo vas a golpear tu una chica
en el medio de la noche y llevarte sus sueños?
Un silencio de muerte.
—¡Mis padres tenían razón! ¡Tengo que renunciar a toda esta locura del arte!
¡No me merezco que mis sueños se hagan realidad! ¡Taylor Lamberth no consiguió
los suyos! ¿Por qué debo conseguir los míos?
Estaba destruyendo todo lo que me importaba.
Tal vez era lo mejor.
Abrí la puerta de Honda de mis padres y corrí por la calle. Las lágrimas
brotaban de mis ojos y gemí mientras corría. Tenía que alejarme de todo y de todos.
Pero no podía escapar de mí misma.
Caminé alrededor del vecindario de Taylor Lamberth durante más de una
hora. A pesar de que el sol brillaba, estaba helada cuando volví al auto. Christos
estaba sentado en el capó, sus botas apoyadas en el parachoques delantero.
Tenía que estar congelándose en su chaqueta de cuero. Me sentí como una
idiota.
Caminé hacia él tentativamente, deteniéndome a unos metros de distancia.
Tenía los brazos cruzados sobre el pecho, mi barbilla metida en mi abrigo. Tenía
miedo de mirarlo a los ojos.
—Tengo que arreglar lo que he hecho —le dije, temblando.
Se puso de pie y se acercó a mí. Él puso sus manos suavemente en mis
caderas, y tocó su frente con la mía
—Lo que decidas, Samantha —murmuró—. Estoy aquí para ti, Agápi mou.
Me incliné hacia él. —Te amo, Christos.
333
Veintiséis
S
ubimos de nuevo en el Honda y encendí el motor, poniendo el aire
caliente al máximo.
En algún momento, mientras estaba en mi paseo improvisado, la
minivan Lamberth había regresado. Esperaba que Taylor y su madre estuvieran en
el interior.
—Tengo que pedirle disculpas a Taylor —le dije a Christos—. Tengo que decirle
lo que sé. Entonces voy a decirle a la policía. ¿Si terminan arrestándome por ser
una cómplice o por encubrir, o lo que sea, y voy a la cárcel? Que así sea.
—¿Estás segura ? —preguntó Christos, luciendo claramente adolorido.
—Te amo, Christos. Pero tengo que hacer esto, no importa lo que pase.
—¿Quieres que vaya contigo?
—Tengo que hacer esto por mi cuenta. Es mi responsabilidad.
—Está bien, Agápi mou. Estaré en el auto, esperando por ti.
334
Salí del Honda de mi madre, tomé mi mochila vieja de la cajuela, y me
acerqué a la parte delantera puerta de la casa Lamberth. Algo que había
considerado hacer un sinnúmero de veces, pero nunca tuve el valor hasta ahora.
Toqué el timbre. La mamá de Taylor respondió.
—¿Sí? —Se puso de pie con la puerta abierta sólo una grieta, manteniendo el
calor en la casa.
—¿Está Taylor en casa?
—Sí. ¿Y usted es?
—Una amiga de ella —mentí.
La madre se volvió y gritó hacia la casa. —¡Taylor, tu amiga está aquí para
verte! —Para mí—, ¿Cuál es tu nombre?
—Samantha Smith.
—Es Samantha Smith —ella gritó hacia la casa—. Espera un segundo. Ya
vuelvo.
Ella cerró la puerta con suavidad. Un minuto más tarde, Taylor abrió la puerta.
La madre estaba detrás de ella. Taylor parecía confundida. Por supuesto que no
me conocía.
—Te debo una disculpa —le dije—. Y quería devolverlos. —Saqué los zapatos
de mi mochila.
Reconocimiento doloroso ensanchó los ojos de Taylor. —Mis zapatos—jadeó—
. ¡Esas eran mis zapatillas favoritas! ¡Las llevaba la noche del accidente! ¿Dónde la
conseguiste?
—De ti. —No sabía cómo decirlo de otra manera—. De la noche en que fuiste
golpeada por el auto. Mi ex novio idiota conducía demasiado rápido. Utilicé los
zapatos para correr en busca de ayuda. Yo llevaba tacones, pero encontré tus
zapatos en el camino.
Las cejas de la madre de Taylor se movieron con preocupación. Ella dio un
paso protectoramente delante de su hija. —¿Quién es usted? ¿Es esto una especie
de broma de mal gusto? ¿Qué estás haciendo aquí? —ella exigió airadamente.
Me entró el pánico. —¡Tengo que decirle a su hija lo que pasó esa noche! Soy
la única persona que sabe y estoy dispuesta a decirlo todo. Mi novio me amenazó
con matarme si yo se lo decía a alguien —dije.
La mamá de Taylor parecía tanto enojada como confundida. —Nosotros no
necesitamos abrir viejas heridas —espetó, dirigiéndose hacia mí.
—¡Pero espera! Yo…
—Recuerdo —dijo Taylor en voz baja—. Tu voz. Tú eras ella.
—¿Quién? —Su madre se detuvo, sorprendida—. ¿Quién es ella, Taylor?
335
—Conozco su voz, mamá. —Los ojos de Taylor empezaron a aguarse. Me miró
fijamente—. Ella era quien habló conmigo, me dijo que me iba a ayudar. Siempre
pensé que era uno de los paramédicos.
Sollocé en voz baja, asintiendo con la cabeza.
Taylor se dirigió a mí directamente. —Me dijo que me dejara puestos los
zapatos la próxima vez. —Ella se rió mientras lloraba.
Asentí con la cabeza. —Pensé que era una broma estúpida.
—Lo fue —Taylor sonrió y se rió entre lágrimas—. Yo… no recuerdo ser
golpeada, pero recuerdo trozos de lo que pasó después, antes de que llegara la
ambulancia. Recuerdo estar tirada en el lado de la carretera en la oscuridad y el
frío. —Ella sollozó—. Y me acuerdo de ti.
Quería abrazarla, pero tenía miedo.
La mamá de Taylor se sorprendió, por decir lo menos, pero parecía entender
lo que estaba pasando entre su hija y yo.
—¿Cómo te llamas ? —preguntó Taylor.
—Samantha Smith.
—¿Le gustaría entrar, Samantha? —preguntó la madre, abriendo la puerta
completamente para mí.
—Sí. —Empecé a sollozar cuando crucé el umbral de la puerta frontal de los
Lamberth.
—Nunca llegue a darte las gracias —dijo Taylor. Ella echó los brazos alrededor
de mí y me abrazó con fuerza—. Me salvaste la vida —me susurró al oído.
Yo le devolví el abrazo.
Creo que acababa de salvar la mía.
336
Epílogo
L
es dije a Taylor y su madre toda la historia, de principio a fin, con un café
caliente y galletas. Comencé con mi plan para perder mi virginidad con
Damián, la rabieta que siguió y su comportamiento horrible y amenazas
después del accidente. Lloré durante la mayor parte de esto.
Después, nos fuimos juntos a la comisaría de policía. Los Lamberth nos
siguieron en su minivan mientras que Christos se sentó a mi lado en el auto de mi
madre. Él tomó mi mano todo el camino. En la estación, reconté toda la historia por
tercera vez en el día a un par de detectives.
Había un vieja refrán sobre que la tercera era la vencida.
Resultó que la policía no me iba a arrestar por no denunciar el delito. Debido
a que se trataba de un accidente, y yo no era la persona culpable, lo que no era
un delito simplemente porque no hablé más pronto.
El Fiscal de Distrito, finalmente, decidió no presentar cargos contra Damián. Su
BMW de esa noche había sido vendido hace mucho tiempo. Aunque la policía lo
337 rastreó, lo encontraron en un patio de demolición en algún lugar de Nuevo México,
maltratado y aplastado más allá del reconocimiento. No me sorprendía. En
consecuencia, no había suficiente evidencia para presentar cargos contra
Damián. Todo lo que realmente tenía era mi testimonio en contra del suyo. El fiscal
de distrito pensó que no sería un caso lo suficientemente fuerte como para
mantener en la corte.
Afortunadamente, la familia Lamberth también presentó de inmediato una
demanda civil contra Damián. Justo a tiempo, también. Si yo hubiera esperado
mucho más tiempo, el plazo de prescripción hubiera pasado, y Damián hubiera
conseguido liberarse por completo. La razón fue que los padres de Taylor eran los
que pagan sus cuentas médicas. Así que a pesar de que Taylor era menor de edad
en el momento del accidente, los tres años de civiles del estatuto aplicaban a sus
padres, no a ella.
Por suerte, mi testimonio fue suficiente para influir en el jurado civil contra
Damián. Ellos le entregaron el dinero suficiente a la familia Lamberth para cubrir
todos sus gastos médicos, la pérdida de su beca, y dolor y sufrimiento
considerables.
Y debido a que la familia Wolfram era tan acomodada económicamente, en
realidad pagaron. En cuotas, por supuesto. Ellos no estaban pagando por la
bondad de sus corazones. De eso, estaba segura.
Los padres de Taylor salieron de la deuda, y Taylor finalmente fue a una
universidad por cuatro años, como siempre había soñado. Ella terminó con
especialización en Terapia Física en la Universidad de Delaware.
339
Próximo Libro
Reckless (The Story of Samantha Smith #2)
341
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