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Cuando el apocalipsis no se llama SARS CoV-2

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satoshi kambayashi

Cuando el doctor Ramón Emeterio Betances anduvo entre Mayagüez y Las Marías
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curando a los enfermos de la tercera pandemia de cólera del Siglo XIX, ni siquiera se
entendían las causas de la enfermedad y mucho menos existían pruebas de laboratorio
para su diagnóstico. Aún así, su preparación como médico en Francia lo colocaba en una
posición de avanzada para enfrentar esa y otras condiciones prevalentes de salud.
Sabemos sobre las plantas y animales desde nuestro propio origen como Homo
sapiens 200,000 años atrás. Sin embargo, del mundo microbiano y su importancia en la
fermentación de los vinos, el pan y los quesos o por su rol en la salud pública
desconocíamos hasta hace relativamente poco. Para que tenga una idea, los españoles
desembarcaron en nuestras islas, esclavizaron a los indígenas, importaron nuevas
enfermedades al Caribe, se llevaron el oro de nuestros ríos, construyeron Caparra y San
Germán, sembraron café en la Cordillera y aún nadie había reportado la existencia de un
solo microorganismo en el mundo entero. Antes de eso, la pandemia de la Peste
Bubónica mataría sobre 50 millones de personas sin nadie saber su causa. Ante la
ausencia de conocimiento científico, se estipulaban explicaciones para aterrorizar y
controlar a la población como cuando se afirmaba que era un castigo de Dios por
desobedecer las normas de la Iglesia y del Estado. Ahora que sabemos que la
bacteria Yersinia pestis es el agente causante de la enfermedad y que se dispersa el
contagio principalmente a través de los roedores entendemos por qué los círculos de
oración y arrodillarse en la esquina del cuarto no era suficiente para sanar de la
enfermedad. Hoy día empacamos los alimentos diferente, tenemos alacenas,
controlamos los ratones en lugar de comerlos y tenemos antibióticos para combatir
enfermedades microbianas.

Sería en el 1667 cuando el holandés Anton Van Leeuwenhoek comunicó sus


observaciones con un microscopio a la Academia Real de Londres. Se trataba del primer
registro de lo que hoy conocemos como bacterias. Quizás alguien las vio antes, pero en
la Ciencia, los avances de conocimiento se marcan con el récord escrito. Nada o muy
poco pasó por largas décadas como con el estatus de Puerto Rico. Decían y todavía se
repite que lo pequeño es poco importante, ‘simple’ o ‘insignificante’. Fue cuando la
actividad económica francesa más importante del Siglo XIX enfrentó una crisis con sus
vinos, que contrataron al químico Luis Pasteur. Piense a Jesucristo en la última cena y
nadie saber cómo las uvas se convertían en vino. Igual sería por 1861 años más. Tras
años de estudio, Pasteur describió que el azúcar de la uva era el sustrato que unas
formas microscópicas utilizarían para fermentarlo a etanol en ausencia de oxígeno y que,
de entrar aire en la etapa de almacenaje en la botella o en un barril, otras entidades
microbianas oxidarían el etanol a ácido acético, avinagrando el producto de
fermentación. Sí, dejar la botella de vino descorchado al aire provoca que, tiempo
después, tenga vinagre (vino amargo).

Pasteur introduce entonces un paso final al proceso con calor previo al almacenaje y
distribución, abriendo una nueva era en la cultura global de producción de vinos,
cervezas, licores y otros productos de alto valor en el mercado. Este proceso térmico y
sus variantes para la leche, jugos y quesos se conoce como pasteurización. Sus

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aportaciones científicas fueron muchas incluyendo ser uno de los precursores de la
inmunización del ganado al patógeno Bacillus anthracis o sea, la vacunación. En este
periodo histórico se origina la microbiología.

Un poco más tarde, el alemán Robert Koch establece la hipótesis del rol de los
microorganismos como agentes patogénicos y causante de las enfermedades más
letales de la época. En ese periodo se descubrieron los agentes responsables de la
tuberculosis, cólera, difteria, fiebre escarlatina, pneumonía bacteriana, botulismo,
tétano, entre muchas otras. Más tarde se descubrirían los virus y su rol parasítico en
plantas y animales; el polio, viruela, influenza y la causa de la rabia fueron lentamente
identificándose.

Una vez se conoce el agente causal de la enfermedad, con ese conocimiento científico, se
identificaron las rutas de contagio, los reservorios del patógeno, se descubrieron agentes
químicos para controlar las infecciones bacterianas como los antibióticos, se
desarrollaron vacunas y se integró la ingeniería a las medidas de salud pública. Agua y
alimentos eran las rutas principales de contagio por lo que la ingeniería de filtrar el agua
y desinfectarla se convirtió en la mejor estrategia para prevenir contagios, así como
tratar las aguas usadas antes de regresarlas al ambiente. Es más eficiente tener un
sistema de potabilización, distribución, alcantarillado y tratamiento de aguas usadas que
las consecuencias sobre la salud pública de no tenerlo. Por su parte, los avances para el
manejo de los alimentos con mejores prácticas y política pública han probado ser
exitosos, aunque no estamos exentos de enfrentar brotes de gastroenteritis bacteriana o
norovirus ocasionales cuando los alimentos son mal procesados.

¿Qué significa esto en tiempos de COVID-19 [SARS CoV-2]? Nunca la Humanidad había
tenido la oportunidad de enfrentar una nueva enfermedad con el conocimiento y los
recursos que tenemos hoy. Esta enfermedad es -hoy por hoy- la más estudiada en el
Planeta con la mayor disponibilidad de recursos y herramientas de trabajo y por mucho
supera los tiempos de enfrentar el HIV, el cual ya ni se considera letal. Con el COVID-19,
inmediatamente supimos que no se trataba de un castigo de Dios, conocemos su código
genético completo, cómo sus proteínas reconocen ciertos receptores de las células
humanas, tenemos pruebas de detección serológicas y moleculares, sabemos mucho de
su contagio y sobrevivencia sobre superficies. También se exploran prácticas de
tratamiento mientras muchos grupos compiten por el desarrollo de la primera vacuna
utilizando estrategias mucho más sofisticadas que en los tiempos de Pasteur, como es la
ingeniería reversa.

La microbiología no cumple aún 200 años de servicio, pero en poco tiempo su huella en
la producción y conservación de alimentos, agricultura, salud, ambiente, energía y
producción de medicamentos es enorme y con un impacto económico mayor.

El apocalipsis no es el virus, el ‘apocalipsis’ es la desigualdad y el sistema neoliberal que


trata la salud pública como una empresa y negocio dejando a un lado su rol humanista,
donde unos con recursos tienen acceso y otros no. El problema son los ventiladores y las
órdenes de compra corruptas y engañosas, la ausencia de representación internacional
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de Puerto Rico tanto en los organismos como en los mercados internacionales, donde
tendremos el último turno preferencial en la adquisición de estos recursos médicos. El
problema es el acercamiento represivo del Estado a las víctimas ya castigadas de una
pandemia en lugar de cumplir a cabalidad con medidas salubristas. Tenemos futuro y las
soluciones a esta pandemia serán -en su momento- otra gran aportación del
conocimiento científico a la Humanidad.

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