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Isla Latina: la anexión en tiempos de decadencia

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Una de las múltiples facetas de Puerto Rico es la de ser un país latinoamericano,


identidad que posee indudable consistencia geográfica, cultural e histórica, a pesar de
que la isla no se ha convertido en un estado nacional hasta la fecha. Otra faceta es la de
ser un pueblo latino más de los Estados Unidos, condición político-cultural que abarca no
sólo a los puertorriqueños establecidos en el territorio continental norteamericano si no
a los que permanecen en la extensión colonial de dicho territorio en el Caribe, la isla de
Puerto Rico. Es decir, se puede considerar que Puerto Rico entero es parte de la
población latina estadounidense y en cierta manera también se puede sostener que el
país boricua en su totalidad hace tiempo “emigró” virtualmente a Estados Unidos, sin
que necesariamente toda su población tuviera que abandonar la isla del encanto. Tal
migración virtual “in toto” de un país colonizado a su metrópoli es única entre las
naciones hispanoamericanas y poco frecuente en las relaciones coloniales. La isla está
en el Caribe, por cierto, y jamás nevará sobre ella, pero política, social, económica y
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culturalmente funciona como entidad étnica estadounidense. Es la comunidad latina de
EEUU con mayor densidad y de más fuerte base geo-histórica en un territorio definido.
Ese territorio radica en plena jurisdicción del estado norteamericano y sus nativos son
ciudadanos del mismo. Ni siquiera pasan por la ilegalidad de muchos otros latinos
estadounidenses. (Si alguna ilegalidad posee la condición puertorriqueña es la nebulosa
legalidad del Estado Libre Asociado). La migración física de puertorriqueños entre la isla y
el espacio continental estadounidense es para todos los efectos prácticos una migración
interna.

¿Quiere todo esto decir que Puerto Rico se ha asimilado o integrado a los Estados
Unidos? La pregunta se basa en el sentido de unión sin fisuras que el anexionismo
puertorriqueño le da a su ideal de asimilación. La idea que tienen los anexionistas sobre
los Estados Unidos complementa la idea de ese país sustentada por su bloque étnico
anglosajón históricamente preponderante, para el cual asimilarse es asumir en lo
principal los códigos socio-culturales anglosajones y subordinar cualquier diferencia
cultural y racial a la dominancia del modelo WASP (White Anglo-Saxon Protestant –
Blanco Protestante Anglosajón) vigente. Al interior del anexionismo existió un
planteamiento de reconocimiento de la diferencia dentro de la unión llamado “estadidad
jíbara”, pero éste nunca se convirtió en postulado del movimiento y tampoco se puede
decir que realmente cuestionara el esquema de homogenización o asimilación en que
las diferencias con respecto al modelo dominante se toleran siempre que se mantengan
subordinadas y sujetas a una transición virtual al mismo. Si asimilarse es seguir ese
modelo de homogenización con diferencia subordinada y transicional , Puerto Rico no se ha
“americanizado” por esa vía, sino por la vía de la latinización, en la medida en que se ha
articulado a los complejos procesos de las comunidades latinas de Estados Unidos. Se
puede decir que en muchos aspectos Puerto Rico se latiniza más mientras más se
“americaniza”. Si bien casi no compartieron con los demás latinoamericanos las
experiencias relativas a la época de las independencias, los boricuas sí comparten la
experiencia actual de grandes sectores de la población latinoamericana contemporánea
en el éxodo al norte donde se convierten en latinos. Como se sabe, los procesos socio-
políticos de las comunidades latinas en EEUU son muy complejos. Los latinos constituyen
la minoría más grande y de mayor crecimiento en ese país. Su enorme impacto
demográfico y muchas otras tendencias apuntan a una reorganización amplia de la etno-
democracia estadounidense que dista mucho del modelo de la unión homogenizadora
subordinada al bloque anglosajón. En otras palabras, los latinos de hecho se
“americanizan”, pero con ellos el proceso de “americanización” conduce a una “America”
plural no-blanca y no soñada por los patriarcas de la nación bautizada con tal nombre. Es
difícil predecir la dirección futura de ese proceso, pero sí es evidente que cualquier
reconfiguración de las correlaciones de dominancia étnica pasará por los conflictos
propios de una colonialidad interna racializada donde se juega la suerte del modelo
mantenido hasta ahora.

Y este potencial de cambio emerge en una época en que la primacía global de Estados
Unidos empieza a declinar dramáticamente. Muy pocos analistas dudan ya de la pérdida
de la hegemonía económica y política de los EEUU. Lo que se discute es si se está
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desarrollando un declive gradual con posibilidad de “control de daños” o una bajada en
escalones con colapsos parciales sucesivos. En la mayoría de los casos se descarta el
escenario apocalíptico de “colapso del imperio”, vislumbrándose más bien una
estabilización tipo país grande cuyo mero tamaño viabiliza una importancia relativa
indefinida. Es difícil saber por cuanto tiempo a un país pequeño como Puerto Rico le
conviene vivir tan enchufado a un país grande en decadencia. Al sopesar esto se debe
tener en cuenta que dadas las enormes diferencias de escala existentes entre los países
del Caribe y uno de los estados más grandes del mundo, aún con una pérdida de
influencia político económica significativa, se mantendría en la región caribeña la virtual
preponderancia que tiene todo país grande sobre otros pequeños.

En fin, es a esa realidad compleja que se suma Puerto Rico como pueblo latino de los
Estados Unidos. Cabe añadir que la entrada en declive de la “gran nación americana es
otro aspecto más de la “americanización” un tanto anticlimática de Puerto Rico, que se
desvía bastante del ideal anexionista. El ideal anexionista no anticipaba que Puerto Rico
se latinizaría al hacerse más “americano” en lugar de “blanquearse” según el modelo
anglosajón, ni mucho menos contemplaba ese anexionismo el ocaso, sobre todo
económico, de la “gran nación”. Es irónico que en el siglo diecinueve los incondicionales
del dominio español juraran lealtad a un imperio en decadencia y que también en el
siglo veintiuno los incondicionales de la asimilación juran lealtad a otro imperio en
declive. Las élites puertorriqueñas tienen un gran talento para ser “hijas predilectas” de
los imperios cuando estos ya dejan de existir como tales.

Si el nacionalismo puertorriqueño ha alimentado por vía intravenosa el hispanismo de lo


que Carlos Pabón llama la nación postmortem, el anexionismo ya se apresta a alimentar
de la misma manera a la “gran nación” postmortem. Como se ha visto en las películas de
zombies, los muertos vivos (the undead) tienen mucha fuerza y una especial capacidad
para repetirse. Se puede anticipar que en Puerto Rico habrá nación postmortem y “gran
nación” postmortem para rato. El avatar latino de la realidad puertorriqueña
contemporánea es, como dijera al principio, sólo una faceta de una multiplicidad que
tiene muchas caras, tantas cuantas relaciones puedan establecerse entre los elementos
del proceso histórico. Sin duda una de esas caras sigue siendo la de constituir una
nación latinoamericana en términos geográficos, culturales e históricos, pero también
resulta innegable que en el Caribe hoy por hoy existe una isla latina, tan latina como
cualquier “barrio” estadounidense. Esta isla articula en tal sentido una singular
perspectiva a tomar en cuenta cada vez que se habla sobre cultura y política en el Caribe
y en Estados Unidos. Asimismo, todo proyecto de país debe considerar las bifurcaciones
o síntesis planteadas por la multiplicidad puertorriqueña.

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