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DEL ESCEI.

ENTISIMO SEÑOR

D. JOSÉ MARÍA ORENSE,


M A R Q U É S D E A l B AID A , S B A K D E D E E S P A Ñ A D E PRIIMEBA C L A -
SE, Y D I P U T A D O Á C Ó B T E S J>Q!B ¡LA ¡PROVINCIA DE FALENCIA,
EN I<AS L E J I S L A T U E A S D E J 843 , Á )@4B.

MADRID.
Est. literario 4ipográífco de P. Hadoz y L. Sagasti.
1 846.
Con frecuencia oimos repetir que en la España del siglo
aclual, es imposible toda mejora social ó política, toda heroica
empresa donde el patriotismo imprima un timbre de eternidad,
todo seguro r u m b o hacia ese apogeo de esplendente gloria en
que el destino ha colocado á mas venturosos pueblos ; porque
ala nobleza, á la m a g n a n i m i d a d , al heroísmo de aquellos va-
rones que un dia condujeran el pabellón castellano de Clavijo
á Le¡>anto , de S. Qíiintin á Pavia, han reemplazado el egoís-
m o , la corrupción , la inmoralidad que convierten ú las opi-
niones en tráfico, al poder en objeto de escandalosas luchas
en que siempre los nombres mas augustos con el grito de g u e r -
ra á que se acometen los partidos que logran en la confianza
pública un remo para bogar hacia el m a n d o , y en el mando
u n instrumento con que saciar mezquinas ambiciones. Cruel
aflicción nos atormenta al oir aserción semejante: nuestra espe-
ranza y nuestra fe política se resienten á la idea de tan triste
presagio.
Pero toda nuestra s e g u r i d a d , n u e s t r a confianza y n u e s -
tra íntima persuasión de que la r u i n d a d , la villanía ni la
iniquidad fueron las dotes que siglos de grandeza nos legaron
II

se vigorizan al aparecer en el horizonte de nuestra política uno


de esos ilustres patricios donde brillan la lealtad , la indepen-
dencia de c a r á c t e r , la grandeza de alma la elevación de espí-
ritu y todas las gloriosas cualidades que enaltecieron á los
Gonzalos , á los Gnzinanes , á los Padillas y que acreditan que
España es el suelo clásico de los héroes.
Entonces saludamos á esos hombres como á la aurora de
un brillante porvenir: ante ellos, nuestro orgullo nacional,
nuestro conslai.te anhelo por la felicidad de nuestra patria,
yol entusiasmo con que sus glorias nosnniínan, se reponen de
los violentos golpes con que nos ha lastimado la ingratitud de
unos, la perfidia de otros, la falta d c e n e r g i a de estos, la trai-
ción de aquellos y la degradación de los mas.
Creemos que el personage de quien nos vamos á o c u p a r , ha
sido prejuzgado por la opinión pública y que esta le ha coloca-
do en la distinguida linea á que le hacen acreedor sus nobles
cualidades. Sí, porque el Excmo. Sr, Orense es acogido, es respe-
lado, es aplaudido por todos los partidos, porque en sus ideas
está autes que todo el interés de éste gran pueblo; porque elo-
giando lo ú t i l , lo justo, lo conveniente, censurando los desma-
nes, las injusticias, las violencias sin consideraciones á colores
políticos, se ha colocado el Excmo. Sr. Orense sobre esa esfera
á que suelen circunscribirse los partidos.
La redo, llamada por los romanos Pucrlo de la Victoria, y ce-
lebre por haber de ella salido el ingenio y naves eon que se logró
romper la cadena que atravesaba el (¡uadalqui vir, lo cual faci-
litó al rey San Fernando la toma de Sevilla, es la patria del exce-
lentísimo señor don José María Orense. Nació este caballero el I i de
octubre de 1803. Fueron sus padres el Excmo. Sr. don Fran-
cisco Orense y la Excma. Sra. Doña Concepción de Herrero.
Al cumplir el Sr. de Orense los cinco años le enviaban sus padres
á las escuelas de la después invicta villa de Bilbao; en aquella
época fue cuando el águila imperial que triunfó en Auslerlizt y Joña
intentó posarse en el alcázar desde el que undia se dictaron leyes
á entrambos mundos; por aquella época fue cuando eJ estampido
del cañón que triunfó onMarengo dispertaba al león castcllauo; y
cuando este pueblo en nombre de su patria, en el de su rey e
independencia se levantaba oponiendo un dique al impetuoso
curso del gran dominador, c u ; o glorioso carro pascaba la vic-
toria sobre los cetros y coronas de cien reyes.
De Bilbao pasó el Excnio. Sr. Orense á estudiar filosofía á la uni-
versidad de Ofiate, donde su aplicación y bellas prendas le granjea-
ron la amistad de sus compañeros, e] aprecio de sus maestros y
HQtag niuy honrosas en los exámenes anuales, Aquella universi-
dad habia sido fundada en 1540.por el Rvmo. Obispo' Mercado
quien deseoso de facilitar á su país y provincias comarcanas la
ilustración que en aquella época no podian encontrar sus natu-
rales sino á largas distancias, solicitó de la santidad de Paulo 111
una bula para la fundación de una universidad general: el digno
obispo imitó en esto á su amigo el inmortal Cisneros, fundador
de la universidad complutense de Alcalá.
Al salir el Sr. Orense de las escuelas de Aristóteles y Platón,
al entrar en la escuela del gran mundo, encontraba á su patria
destrozada por los horrores de una guerra que todavía humeaba. La
humanidad habia por do quier apagado las rebramantes hogueras
de la horrenda inquisición, cuyas últimas llamaradas se alzaban ya
soloen nuestro suelo para eterno baldón d e s ú s alentadores. El nom-
bre odioso de ese tribunal execrable que en el espacio de cuatro
menguados siglos mutiló á esta nación, ahuyentaba á los hombres ¡i
quienes su talento, su ilustración, su ingenio ó sus riquezas
habían distinguido, temerosos de perecer en un infernal suplicio
donde los doloridos gritos de las desgraciadas víctimas eran aho-
gados por las carcajadas de sus ¡mpios verdugos. La Constitu-
ción del 12, inventada como medida reformadora á la par que
salvadora, habia creado afectos, que lejos de ser reprimidos se
desarrollaban al descontento causado por la debilidad do un mo-
narca y la bajeza de una corte tan orgullosa como mezquina,
tan aduladora como envilecida. El poder, pues, lejos de m a n i -
festarse reformador , lejos de comprender su elevada misión y
pretender curar con mano paternal las llagas que la guerra abrie-
ra en nneslro comercio, en nuestra industria , en nuestras arles
y en nuestra agricultura, se convertía en director de la mas bár-
bara reacción. El favoritismo, la adulación , el apadrinage eran
los títulos para obtener los deslinos. Las deportaciones, los su-
plicios y las confiscaciones eran los premios otorgados á los que
en los asambleas ó en los campos de batalla habían defendido los
derechos de su patria. En tal estado las cosas apareció el año 20.
El brazo del comandante Riego tremoló en las cabezas de S. Juan,
la bandera de la libertad, aquel grito lanzado á la sombra de
las columnas de Hércules, fue a resonar en las cavernas del Pi-
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rineo, arrastrando en su carrera la adhesión y simpatías de la
parle mas selecta de esle pueblo. El Excmo. Sr. D. José Maria
Orense, joven, á esa edad en que con lanía facilidad se eleva el
alma al irresistible poder de las májicas palabras igualdad de de-
rechos, justa repartición de bienes sociales, libertad de imprenta
y destrucción de abusos, no pudo menos de exaltarse por aquella
nueva forma de gobierno. Corrió á inscribirse en las filas de la
siempre benemérita M. N. y desde aquella época se hizo distin-
guir por sus opiniones liberales. El lema cpio S. ]i, adoptó enton-
ces, es el que constantemente lia seguido: amigo de las reformas
sin violencia, tolerante con -todas las opiniones que no se convier-
tan en atentados contra las instituciones, adido á la justa causa
del pueblo, admirador do lo bello y sublime, donde quiera que se
encuentre, tales fueron sus dotes, tales las causas que le atraje-
ron el afecto de sus compatriotas. Entonces S. E. habitaba en
La redo.
Aquella M. N. hizo diferentes salidas contra las facciones. El
Excmo. Sr. Orense, siempre se encontró en su puesto de soldado
ciudadano, dispuesto á dar su vida por su patria. En la acción
del 19 de marzo, dia en que aquellos patriotas lucharon contra
la facción de Cuevillas, se distinguió .bizarramente. Poco después
acudió voluntariamente á la defensa de la plaza y fuertes de La-
redo, y permaneció entro sus defensores basta que habiendo capi-
tulado la villa, pudo salir de ella, y librarse de las persecuciones
de que era objeto. Solo, rodeado de peligros, luchando con la in-
clemencia del cielo, y la aspereza de los caminos, entró en Astu-
rias, y se agregó á las tropas que defendían la Constitución: d e s -
pués de la desgraciada acción de Columga, se embarcó en Rivadeo
y se dirigió á Santander, con objeto de organizar una partida en
favor de la causa constitucional. Dirias© que en aquella valiente
mano aun ondeaba una reliquia de la destrozada enseña de la
libertad. El espíritu que entonces animaba á los pueblos, y la
constante persecución que sufrió desde que pisó las playas de
Santander, obligaron á tan esforzado patriota á dispersarla
fuerza que habia reunido: para apurar la copa de la a m a r -
gura cayó en poder de sus enemigos, y fue conducido ó las
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cárceles de Vitoria. Al correr el cerrojo del calabozo, al cerrarse
la puerta de aquella prisión cuya espantosa, oscuridad ó insu-
frible fetidez harían mas insoportable el dolor del noble preso
una soberbia silla de posta arrastrada por seis fogosos caballos,
relampagueaba en la plaza de Vitoria: aquella silla conducía fuera
de España, á un hombre que en nuestras revoluciones políticas
ha desempeñado los mas importantes papeles.
La corta edad del Sr. Orense, su ilustración, su imperturbable
serenidad, la dignidad de su'conlinenle, la bizarría que en los com-
bates había manifestado, las relaciones de su familia ennoble-
cida con mil títulos, los consideraciones á que su noble cuna le
hacia acreedor, y mas que todo la favorable disposición que en el
ánimo de los vencedores produce el vencido que sostiene con he-
roísmo una causa cualquiera, fueron motivos para proporcionarle
la libertad. *
Mas habia llegado el día en que entre la poca fidelidad
de un rey, las faltas de un partido, y la implacable odiosi-
dad de otro, asomase la agonía do aquel sistema. En la pla-
zuela de la Cebada en Madrid, se levantaba un cadalso donde el
caudillo Riego , el hombre á cuya altiva fronte sobrecargada un
día con el peso de gloriosos laureles, se habían elevado las mas
ardientes aclamaciones en su triunfante entrada en esto pueblo,
espiraba ahora envuelto en el ignominioso saco con que la cruel-
dad do los hombres escarnece la última hora del infortunado
criminal.
Tal os el Irá jico ilude aquel denodado conquistador de los d e r e -
chos del hombre. En tanto la planta de Angulema hollaba nuestro
suelo el código de nuestros fueros y libertades, era rasgado por
100,000 bayonetas francesas, el patíbulo, la desolación y la sangre
eran la huella de aquel ejército auxiliar de la reacción: la emigra-
ción la única esperanza délos liberales. Entre los infinitos á quienes
cupo tan desgraciada suerte debemos contar al Excmo. Sr. D. José
Maria Orense. La hospitalaria Inglaterra le abrió un asilo como á
tantos otros con quienes se mostró cual benigna madre. Llegado á
Londres donde fijó su residencia se dedicó al estudio de las cien-
cias, económico-administrativas que han sido las que siempro ha
— !) —
preferido. Snhido es el numero do ¡lustres españoles que la
capital de Inglaterra ocultaba en su seno. Aquellos hombres
en cuyas venas circulaba la misma sangre, cuya causa era la
misma , identificados en principios eslabonados por igual des-
gracia llegaron á componer una familia. Allí en aquella so-
ciedad levantada por el infortunio, en aquella mansión erigida por
la adversidad en un rincón de la populosa Londres, alcázar de los
placeres, donde el fausto y pompa de la soberbia Corte no disipaba
las tinieblas en que el dolor sumerjia al corazón del poeta Martí-
nez de la Rosa cuyos doloridos ayes se alzaban sobre el atronante
murmullo de las enfurecidas aguas del caudaloso Támesis, presi-
dia el preclaro Arguelles, orgullo de esta nación, nombre que
pasará glorioso al través de los siglos.
Allí, como en todas partes, el Excmo. Sr. Orense se conquistó
enalto grado el aprecio de cuantos le conocieron: innumerables
familias á quienes la filantropía de S. E. libró de la miseria, ben-
decían el nombre del generoso aristócrata. Mas todavía su mise-
ricordioso corazón le impulsaba á practicar otros actos de caridad
y so asoció á varios españoles para formar comités de beneficencia:
los socorros con que S. E. amparó á los indigentes son mas dig-
nos do ensalzamiento por ir acompañados de la mas completa
modestia, verdadera virtud de las almas realmcnto grandes
En 1827 el Excmo. Sr. Orense contrajo matrimonio en Lon-
dres con doña Gertrudis de Liyaur, que.reunía á una hermosura
que lo distinguía en aquel país, donde la belleza es tan general, un
talento privilegiado, una educación esmerada, las mas recomen-
dables virtudes, una ilustración profunda, ó infinitas riquezas.
El deseo de completar su instrucción, hizo que el Sr. Orense
viajase por Inglaterra y Estados-Unidos, sin mas objeto que ad-
quirir útiles conocimientos con que poder un dia enriquecer á
su patria, presa en aquel tiempo de las mas inauditas venganzas.
Amaneció por fin el dia en (pie las puertas de la madre patria
fueron abiertas para los proscriptos españoles. El Excmo. señor
D. José María Orense volvió al seno de su familia, y fijó su resi-
dencia en Patencia. Alli permaneció dedicado al cuidado de sus
negacios, y entregado á los goces de una vida pacífica, lejos del
— 10 —
tumulto de las grandes poblaciones, de las intrigas de las corles,
de la impetuosidad de las fuertes pasiones , de los violen tos im-
pulsos de las ambiciones desmedidas, sensaciones que jamás lia
buscado S. E.
Sobrevino el alzamiento de las Provincias vascongadas, y
voló en primeros de octubre á ofrecer sus servicios al Ayun-
tamiento de Santander, que tan gloriosamente defendía la causa
de Isabel II.
En el año de 1833 la provincia de Santander so vio i n n u n -
dada por las hordas del fanatismo; pensóse entonces en la c r e a -
ción de una junta de armamento y defensa, que sacando á tan
leales pueblos de la crítica posición en que se encontraban, ase-
gurase el orden y la tranquilidad. Al efecto reunióse el IG de
noviembre en Santander, un Ayuntamiento general y en acta c e -
lebrada el dia 18 de noviembre fue instalada la junta , de la que
resultó diputado el Excmo Sr. Orense. Aquella corporación se con-
sagró á la administración de todos los caudales públicos, destina-
dos á cubrir las atenciones especiales del pais armarle contra la
facción, y librarle de sus invasiones. Sus esfuerzos fueron corona-
dos por el éxito mas feliz; pero teniendo que luchar con la a v e r -
sión del gobierno superior y con la de otras autoridades, juzgó
oportuna su disolución, y asi lo verificó, publicando antes un
manifiesto donde presentando sns cuentas, quedaba cubierta la
intachable reputación de los señores que compusieron aquella
junta, que también pudo llamarse de salvación de Santander. El
Excmo Sr. Orense se dedicó entonces al cuidado de sus haciendas,
abandonadas por seguir la política.
Mas su honradez ni su quietud , fueron bastante antemural
contra los envenenados tiros de la calumnia. S. E. fue compli-
cado en la famosa causa del general Palafox, y conducido a l a s
cárceles de Madrid. Su magnanimidad no se abatió por este nuevo
revés con que la desgracia le castigaba, la tranquilidad de su
conciencia, la grandeza do su corazón, le hacian inaccesible á
esos accesos de temor que suelen asaltar á espíritus mas d é b i -
les. Es fama que á la prisión del ilustre personage, bajó cierto dia
un hombre célebre que á la sazón ocupaba uno de los princi-
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pales destinos de esta nación, y le ofreció la libertad; pero una
libertad obtenida mas bien por medio de una farsa que por una
honrosa absolución; á lo que S. E. se negó contestando : «la li-
bertad de ese modo me deshonraría. •> El hombre que sin duda
movido del mejor deseo hacia invitación semejante, llora en el
dia lejos de su pais las vicisitudes de la suerte. Tal es el efecto
de nuestras disensiones. Nosotros siempre lamentaremos tan fata-
les consecuencias. Comprendemos que en lodo pais rejido por un
sistema representativo, debe existir un partido de gobierno, otro
de oposición : aprobamos el que los partidos combalan por sus
principios; pero á sus luchas no concedemos otros campos que
el parlamento y las u r n a s , ni le otorgamos otras armas que la
prensa y la discusión: lo que no podemos comprender en ese
implacable o d i o , esas encarnizadas persecuciones , ese ester-
minio que nuestros partidos se han jurado y nosotros miramos
con espanto. Petentizada la inocencia del Excmo. Sr. Orense, volvió
á gozar de la libertad que una infame delación le habia arrebata-
do. El año 35 llegaba y con él la imponente fuerza de la guerra
del Norte, dirijida por el caudillo Zumalacárregui. La descon-
fianza con la que frecuentemente suele tropezar el entusiasmo,
principiaba á posesionarse del partido liberal. El ministerio Mar-
tínez de la Rosa diríjia á la sazón los destinos de este pais. Der-
rotado nuestro ejército en las Amézcuas, se decidió aquel mi-
nisterio por la intervención francesa; estendíéronse al efecto las
notas en que so demandaba aquel auxilio; poro la Francia que
en 823 contribuyó con 100,000 bayonetas á la reconstrucción
del despotismo y los cadalsos, so negó á prestar el auxilio
que de ella reclamaban ahora el trono de Isabel I I , la liber-
tad de España , y el espectáculo de una nación destrozada por
los horrores de una guerra fratricida: nos abandonó, al acaso y
con escándalo del .mundo, las sutilezas diplomáticas encontra-
ron justificación á tan inhumana indiferencia en la letra de la
cuádruple alianza, de ese tratado por el que las naciones se con-
federaban con el objeto de prestarse mutuo apoyo. El peso del
ministerio se hizo insoportable á Martínez de la Rosa, y se d e s -
embarazó de él. El 7 de junio de 183o, se espidió un decreto
— 12 —
nombrando al conde de Toreno presidenle del consejo de minis-
tros , con retención del ministerio de Hacienda y Estado. Corta
fue la época de tranquilidad que gozó aquella administración,
pronto el espíritu público se opuso á su carrera; en las provin-
cias estalló un alzamiento general contra la marcha política del
conde; al mismo tiempo la tempestad que se desencadenara en
el Norte, "arreciaba por momentos y muy luego los rujidos de
guerra resonaron en otras provincias robusteciendo las filas de
los enemigos de Isabel II, y amenazando hundir su trono: en la
tarde del 15 de agosto la M. N. de Madrid, esa M. que tantas
veces fue el broquel quoprolejió á las instituciones, esa suprema
garantía del orden y de la libertad, ese coloso á quien jamas com-
batieron los tiranos frente á frente, esa roca donde tantas veces
se rompieron las encrespadas olas del enfurecido despotismo, se
reunía en la Plaza Mayor sancionando con su presencia el alza-
miento que contra el ministerio so verificaba en las provincias-
En esta época el Excmo. Sr. Orense se encontraba en la Granja
con objeto de restablecer su salud. En aquel sitio t u o ocasión de
v

manifestar un rasgo mas de la bondad'de su carácter. Tal fue sal-


vando la vida del generaPSan Román, perseguido por una turba
sedienta de la sangre de aquel veterano.
Publicada la constitución de 1812, S. E. escribió algunos
artículos en el Duende liberal y Tribuno, periódicos que de-
fendían la observancia do la constitución. Por esta causa y cierta
oblación fue preso el 17 de noviembre de 1830. Esta causa terminó
condenando á los delatores, y absolviendo al Excmo. Sr. Orense.
Cansado de tantas vejaciones, ingratitudes y persecuciones do
todos los partidos, resolvió fijar su residencia en las provincias
de Santander. Muy corta fue la época de tranquilidad que allí
disfrutó, pues invadiendo los facciosos aquel pais, se apoderaron
de su persona y su vida se vio entonces en el mas inminente ries-
go: la providencia lo salvó. Entonces creyó oportuno refugiarse á
Francia y asi lo verificó.
Cuando Espartero desalojó á los carlistas do las posiciones de
Ramales, fueron incendiadas por las tropas nacionales las g r a n -
des ferrerias que en aquella provincia poseiu S. \l., » quien
— 13 —
el 7 de octubre de 1841, vio el pueblo de Madrid en las filas de
sus defensores. En 28 de mayo del mismo año se nombró una comi-
sión para el arreglo del sistema tributario. El Excmo. Sr. Orense
fue uno de los individuos de aquella comisión que en 27 de marzo
presentó su informe, trabajo que honra sobremanera á sus dis-
tinguidos autores. Los señores que compusieron aquella junta, tu-
vieran motivos para admirar la ¡lustrada razón, el despejado talen-
to, los buenos deseos, la constante aplicación y estraordinarios
conocimientos de S. E.
En 1813 fue Espartero despojado de la investidura de regente
del reino y el poder pasó á manos del gobierno provisional. Aquel
gobierno se apresuró á llamar las Cortes que se reunieron en
Madrid el lo de octubre de 1843: en aquella asamblea vimos
por primera vez como diputado por Palencia al Excmo. Sr. D. José
Maria Orense. Sabido es que en 8 de noviembre aquellas
Cortes declararon á S. M. la Reina Doña Isabel II mayor edad.
La primera vez que oimos en el congreso al personaje que es
objeto de estos apuntes, fue en la discusión del mensaje de
contestación al discurso de la corona, en cuyo párrafo 2.° se
hacia alusión á la llegada á esta corte del embajador de Tur-
quía ; en aquella discusión fue donde el Excmo. Sr. Orense
enarboló esa bandera á cuya sombra siempre ha combatido
marchando de frente contra los escesos del poder, arrollando
obstáculos, superando dificultades , venciendo inconvenientes,
si obstáculos, dificultades é inconvenientes pueden oponerse á la
energía de su carácter, á la firmeza de sus convicciones, a la
fuerza de su raciocinio y á lo patriótico de su empresa. Alli
fue donde el Sr. Orense se presentó como el antemural de la liber-
tad, como el baluarte contra la tiranía, el predestinado por los
cielos para promover, alentar y conducir la revolución de ideas.
Creen algunos que el hombre de mas talento, el de mas firmeza de
voluntad, el que mas giganleaparece en la escena de la vida privada
al presentarse en la óptica de los congresos, baja hasta la dimensión
del pigmeo. Asi juzgaron aun algunos amigos del Excmo. Sr. Orense;
perolejos de eso entre el Orense tratado bajo la confianza de amis-
tad, y el Orense de los parlamentos, hay la diferencia que se n o -
— 14 —
(a en observar á un planeta con la simple vista y examinarle con
el telescopio. Los que en la sencillez y pureza de costumbres del
Excmo. Sr. Orense en su alta moralidad, en el candor de aquel co-
razón sincero, en la belleza de aquella noble alma en la naturalidad
y dulzura de su trato hubieren contemplado al leal amigo, al
cumplido caballero, y hayan observado al vigoroso razonador al
hombre* que elevándose á la esfera del verdadero representante
de un pueblo fulmina sus dardos contra la indolencia, la tiranía y
el despotismo, dirán si nos equivocamos en la comparación que
dejamos establecida.
Creemos oportuno insertar algunos trozos de este bello dis-
curso pronunciado por S. S.

Sesión del 3 9 de octubre, 1 8 4 4 á 1 8 - 1 5 .

Aludiendo al párrafo 2." del discurso de contestación en (pie


se hacia mención de la llegada á esta corte de un embajador de
Turquía dijo:
El Sr. Orense. Me parece altamente ridículo la importancia
que se ha dado en este paisa la llegada de un embajador de Tur-
quía, puesto que á ello se refiere el párrafo 2." de la contestación
al discurso de la corona. Y digo que me parece altamente ridículo,
porque creo que hace cincuenta años que no entra ningún buque
español en los puertos de Turquía, ni de guerra ni mercante. Esto
lo he oido decir á personas que tenían muy buenos dalos. Y si
bien es sensible que asi suceda, no deja de serlo también que
carezcamos de datos oficiales, y que aqui no se haga lo que en
todos los paises, y aun creo que en Turquía mismo, á saber: que
la Dirección de Aduana publique todos los años una relación de
la importación y esporlacion de nuestros puertos y efectos, con la
nota de los buques que entran y salen de los diversos puertos.
En este caso yo podría saber si eran ó no tan importantes como
se suponen las relaciones nuestras con Turquía. Pero entre tanto
— 15 —
me parece que en lugar de ocupar el tiempo, tanto en el proyecto
de contestación como en el discurso de la corona, en este punto
hubiera sido mejor decir alguna palabra sobre los presupuestos
de la nación. Hace once años que tenemos gobierno representa-
tivo y
El Sr. Presidente. Perdone V. S., se trata solamente en el pár-
rafo de relaciones csteriores.
El Sr. Orense. No admito al Sr. Presidente como maestro mió
de lógica: lo respeto como Sr. Presidente.
Es preciso muchas veces esplanar datos que aunque á
primera vista no tengan relación con lo que se discute, la
tienen sin embargo. Y para que el Sr.' Presidente vea si es asi
en el caso presento , digo que si el gobierno nos hubiera presen-
tado los presupuestos y cuentas, y sobre esto llamo mucho la
atención de todos, pues no me contento con los presupuestos s i -
no con las cuentas como es debido, hubiéramos sabido si es v e r -
dad lo que generalmente se dice de que nuestro encargado de
negocios en Gonstanlinopla ha tenido que abandonar el palacio
de la residencia de los enviados españoles para irse á vivir á
una posada. Vea pues S. S. como lo que le parecía mas incone-
xo con la cuestión del párrafo, tiene relación con él.
Para saber si era importante lo que se trataba respecto
á relaciones con Turquía, necesitaba otros datos, pues ahora
no tengo mas noticia respecto á antiguas relaciones con T u r -
quía que la batalla de Lepanto.
Hablo en la cuestión: dice virtualmentc el párrafo de la
comisión lo mismo qué el del Gobierno, pues parece que es
costumbre parlamentaria decir lo mismo que el gobierno dice ; y
aqui no impugno á la comisión, sino al gobierno, que nos dice
hablando de este asunto del embajador «que ha sido recibido en
estos reinos cual cumple á los antiguos vínculos que subsisten
entre ambos estados.» Las relaciones nuestras con Turquía creo
que no han sido nunca ningunas, y si alguna vez han sido de a l -
guna importancia , podrá haber sido en tiempo de Carlos III en
que vino otro embajador. Por lo general siempre ha habido una
guerra continua entre ambos países, en la cual el suceso mas im-
portante fue como saben todos, la batalla de Lepanto, que se dio
por los venecianos, el papa y los españoles mandados por don
Juan de Austria. Por consecuencia no creo que existan relaciones
antiguas, ó que sean do aquellas de las que nos hablan el gobier-
no y la comisión.
Dije antes, y repito ahora, que hubiera querido que la direc-
ción de aduanas nos manifestase, como se hace en todos los paí-
ses, el estado de la importación y esportacion de géneros con los
buques que entran y salen en los puertos; y de este modo h u -
biéramos visto si nuestras relaciones con Turquía merecían la
pena de dárselas la importancia que se pretende. Y esto mismo
me lleva por la mano á decir algo sobre la cuestión de aranceles-
Esta cuestión de aranceles, tiene relación con todas las naciones,
y por consecuencia creo que la tiene con la Turquía , como una
de ellas, y lo que siento es que tengamos tan pocas relaciones
mercantiles con ella, como tenemos en el dia. Respecto á los aran-
celes, se ha disputado muchísimo, y tanto, que en la legislatura
de 41 , se encargó al gobierno que presentara al año siguiente
una ley que comprendiese los importantes puntos de los algodo-
nes y cereales. Los aranceles ciertamente que tienen mas conexión
de lo que parece con las relaciones esteriores, pues que moder-
namente las que tienen unas naciones con otras , son por el co-
mercio que entre sí hacen. Digo, p u e s , q u e si osa ley de a r a n -
celes hubiera venido aqui, como debía, con lodos los datos ne-
cesarios, y no como muchas veces vienen los asuntos faltos a b -
solutamente de ellos, hubiéramos visto la ostensión de estas rela-
ciones, y tal vez resuello la cuestión de algodones y otra porción
de ellas que están unidas ínlimamenle entre sí. La cuestión de
aranceles tiene una íntima conexión con las relaciones que tene-
mos con otras potencias, con Francia é Inglaterra especialmente.
En el dia España es una nación infeliz y atrasada, y por des-
gracia, siento conocerlo, hasta tal punto que creo no podemos
ser conquistadores ni conquistados. (Murmullos) Si hay quien se
proponga interrumpirme, desde ahora declaro que no lo conse-
guirá , ni me dejará con la palabra en el cuerpo-
Decía, pues, que si alguna vez hemos de tener relacio-
— 17 —
nes mercantiles estas deben facilitarse resolviendo la cuestión
de aranceles: señores, el gran conato de Inglaterra, su deseo, que
creo no esté reñido con nuestros intereses, es que recibamos sus
algodones. Por esto ha debido traerse la cuestión de aranceles á
estas Cortes, ya que no se ha traído á las de 42 y 43. Esta cues-
tión sin embargo no se ha traído y esta es una grave falta del
gobierno, y al tocar este punto vuelvo á repetir que estoy en
mi derecho, pues esencialmente el párrafo 2.° que discutimos,
habla de nuestras relaciones con las potencias estrangeras , y
estas relaciones no son mas que puramente mercantiles; v
no habiendo otro párrafo destinado á hablar de ellas, si
ahora no se me hubiera dejado hablar, luego tal vez se me h u -
biera dicho en otro párrafo que no se trataba de esto sino de
Hacienda , que ninguna conexión tenia con ellas, y en efecto, en
España no suele tener mucha. Por esto es una vergüenza lo que
sucede en nuestras aduanas y el ningún producto que rinden.
Por esto es sumamente importante la cuestión de aranceles en la
que están eslabonadas las de cereales y algodones, tan intere-
sante para la Francia , y principalmente para la Inglaterra,
que nos está apremiando para que las resolvamos como es preciso
hacerlo, de alguna manera.
Yo, señores, soy partidario del libre comercio, con derechos
moderados, porque asi creo es ventajoso á lodos. Otros lo serán
del sistema prohibitivo, y yo no lo estraño porque al fin son dos sis-
temas muy debatidos, y que tal vez lo serán aun por mucho tiem-
po. Pero estas cuestiones es preciso revolverlas , y no se puede
estar, como se está ahora respecto de ellas, con una incuria v e r -
daderamente española dejándolas por años y mas años sin re-
solver. Preciso es que de una vez se resuelvan; si hay que seguir
el sistema prohibitivo, sígase y sópase sostener ; si hay que a b a n -
donarlo, abandonarlo pronto; porque de no resolverse estas
cuestiones, no podremos nunca aspirar á tener esas relaciones
que tanto se ponderan. Por tauto, yo quisiera que el Congreso
desaprobase este párrafo ó la comisión lo retirara para presentar-
lo en el sentido que he indicado, reclamando los aranceles,
cuestión que debemos y me propongo tratar.
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Pero donde venios abundar ideas de alta política, sentimientos
de nacionalidad, amor á las glorias de su pais, y encontramos un
discurso adornado con esa oportunidad de de chistes con que S. E.
suele amenizar sus peroraciones, es en el siguiente discurso:
EISr. Orense, Asi como dije que nuestras relaciones con el im-
perio de Turquía eran ningunas, asi digo que la importancia del
imperio de Marruecos, es inmensa para España. Allí felizmente c o -
mo en otra porción de cuestiones, nuestra política tiene que ser la
misma que la de Inglaterra. Señores, si el imperio de Marruecos
cayese alguna vez bajo el dominio de la Francia, y si esta F r a n -
cia tan guerrera colocase en el trono un príncipe menos pacífico
que Luís Felipe, la España entonces se podia considerar comple-
tamente perdida. Atacada á la espalda por el Pirineo, y al frente
por el estrecho de Gibraltar, no podia resistirse aunque fuese mas
poderosa de lo que fue en otros tiempos. Yo celebro que se haya
restablecido la paz con Marruecos, porque España no puede ser
hoy una nación conquistadora: la misión de España en aquel im-
perio es otra ; es una misión civilizadora ; España debe tratar de
inocular allí las ideas europeas, y de hacer en cuanto sea posible
por medio de relaciones diplomáticas, que ese imperio sea tan po-
deroso como á nosotros nos interesa que lo sea, y como le inte-
resa también á la Inglaterra. Señores, la Francia dueña ya de Ar-
gel, si llegase á dominar allí diplomáticamente como muchos creen
que domina en España actualmente, y se apoderara del imperio
de Marruecos, baria del Mediterráneo un lago francés, cosa que
seria una calamidad para la Europa, y cosa también que segu-
ramente no consentiría la Inglaterra ni debemos consentirlo nos-
otros.
Nosotros tenemos muchos medios de ejercer influencia en Mar-
ruecos, pero no abandonando ó descuidando como hemos descui-
dado las posesiones que alli tenemos. En prueba de este des-
cuido, no hay mas que ver á Gibraltar y demás posesiones de
Inglaterra, y comparar su estado con el de las nuestras. En
esos presidios menores de África, en Ceuta sobre todo, si se
adoptase la misma política que sigue Inglaterra con Gibral-
t a r , veríamos qué pronto salian esas posesiones del estado de
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miseria eii que hoy se encuentran. Estos puutos podían ser
altamente florecientes sin necesidad de esas medidas que cues-
tan dinero, y dk'o esto, porque siempre senos viene á decir, cuando
se trat i de una gran mejora, que no puede hacerse porque cuesta
dinero: aquí afortunadamente no hay necesidad de dinero, basta
declarar (pie en esos puntos pueden ejercerse todas las religiones,
quitarles lodos los gravámenes que pesan sobre los puertos de
España, como hace Inglaterra con la Isla de Fersey y demás que
están al frente de Francia, conceder justas exenciones á los po-
bladores que se admitan. Con estas y otras providencias seme-
jantes, esos puntos saldría^ bien pronto de-la nulidad en que se
encuentran y darían una alta idea del poder de España ejer-
ciendo por su medio grande inílujo en Marruecos. Es también su-
mamente importante enviar un embajador á Marruecos, y este
embajador procurar que juegue allí el mismo papel que los de otras
naciones de Europa en países que están en el mismo caso que ese
imperio respecto á nosotros.
Estas consideraciones, señores, son muy importantes; pero tengo
que hacer otra relativo al discurso de la corona y relativa también
á la contestación que la comisión leda. A mi me parecía que no
venia á cuento el que nosotros cantásemos las glorias de la
Francia; esas glorias que las canten los ciegos de París. A mi me
parece que se habla en el discurso de la corona con demasiada
complacencia por el éxito de la guerra que Francia tenia con Mar-
ruecos: el discurso de la corona debia haber sido algo mas parco
en alabanzas por una cosa que no nos tocaba y la comisión en mi
concepto debia haber espresado su censura por este párrafo. Esta
es en mi opinión la conducta que debió haber seguido contes-
tando á esta parle del discurso.
Otra cosa también importante me llama la atención, señores, y
es que esa paz que hemos hecho con Marruecos, se ha hecho por
medio do un embajador estrangero, de manera que los embaja-
dores eslrangeros tienen que hacer nuestros propios negocios. A
mí no me gusta, aunque me agrada la paz, que esta paz se haya
restablecido por un agente estrangero; quisiera qne se debiese este
servicio á un español, porque yo veo (pío cuando las demás n a -
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ciones están en guerra, no acuden á un tercero para discutir sus
cuestiones, y asi hubiera deseado yo que nuestra cuestión con Mar-
ruecos se hubiese arreglado por medio de un enviado nuestro.
Estos tres puntos. Señores., son los que me han llamado la
atención en el párrafo que se discute: conozco que el gobierno de
S. M. medirá que estas medidas lo mismo han podido tomarlas
sus antepasados; en eso tendrá mucha razón , pero lo mismo lo
hubiera yo censurado si antes hubiera tenido la honra de sen-
tarme en estos escaños; mas ya que no me ha sido posible antes,
no puedo prescindir de hacerlo ahora, porque estoy convencido de
que las mejoras que propongo no cuestan dinero, y ellas bastan
para hacer florecientes posesiones hoy tan abandonadas.
En la discusión del párrafo 8.° del mismo dictamen presentó
la siguiente enmienda.
La contribución de sangre, Señora, es la mas injusta y opre-
siva al pobre pueblo, que ve condenados sus hijos á lomar forzosa-
mente las armas , al paso que los ricos se libran por el dinero, y
que en nada contribuye para tan pesada carga el hombre opu-
lento que no tiene hijos. Imitemos á otra nación sobre donde no
se conoce este terrible tributo, y demos á los pueblos el mayor
consuelo posible, y á V. M. la incomparable satisfacción de oir en
el reinado de Isabel II so acabaron las quintas.
Encuéntrase aqui un pensamiento altamente filantrópico , p a -
tentizase toda la belleza de las liberales ideas del Sr. Orense, des-
cúbrese ese amor á la igualdad, base de todo pensamiento de li-
bertad y sigue desarrollándose el grandioso programa del emi-
nente diputado: esta enmienda será un dia el pedestal donde la
España, colocará al Excmo. Sr. Orense, y le ofrecerá inciensos
de gratitud.
En la sesión del 31 de noviembre del año 1844, presentó la
siguiente proposición : 1.°, considerando que el ministerio de h a -
cienda entregue 500,000 reales mensuales á la dirección de caminos:
2 ., que ascendiendo dicha cantidad á 6.000,000 de reales al año,
o

es cantidad insignificante para concluir las principales carreteras


3.°, que destinados dichos 6.000,000 como renta, se puede crear
un capital de 10O millones de reales al 6 p g : 4.°, que en caso
de no haber tomadores para los títulos de dicho capital, se con-
tratan las obras á pagar en dicho papel: 5.°, que ademas de la
seguridad del gobierno tendrán los tenedores de papel la hipo-
teca de las mismas obras que se construyan, y los produc-
tos de los mismos portazgos. Propongo al Congreso el si-
guiente proyecto de ley: artículo único. Se creará un emprés-
tito de 100 millones de reales de capital al rédito anual de 6 p §
destinado á concluir las carreteras principales. A la seguridad de
los réditos de este empréstito y á su amortización se destina-
rán 500,000 reales que entregará mensualmente el gobierno en
el Banco, y el producto de los nuevos portazgos.
Nosotros creemos inoportuno enumerar las ventajas de seme-
jante proyecto, después de las razones en que le apoyó su autor-
Solo añadiremos que asi en conocimientos económico-administrati-
vos como en rentísticos, el marques de Albaida es una de las nota-
bilidades que poseemos. En ese proyecto descubrimos cierto espí-
ritu de religiosidad tan indispensable á la moralidad de los go-
biernos y tan á propósito para robustecerlos: á nuestro parecer
el Excmo. Sr. Orense, es uno de los hombres mas célebres de
nuestra época.
Hemos llegado al estremo de la línea política' que el se-
ñor Orense ha corrido en su vida de hombre público. A nuestro
parecer el ilustre diputado por Patencia ha comprendido perfec-
tamente su misión en el parlamento , y se ha hecho acreedor tan-
to á los aplausos de nacionales como estrangeros: el celo] con
que S. S. ha defendido y sigue defendiendo los intereses de este
pais, le debe conquistar la gratitud de los españoles.
•No dudamos que el Excmo. Sr. Orense es el hombre donde está
personificado el liberalísimo en su verdadera esencia. y que él
simboliza al gran partido que un dia hará la felicidad de España
En este dia la fatalidad ha descargado un nuevo golpe contra
el Excmo Sr. Orense; su querido padre acaba de bajará la tumba
acompañado de las bendiciones y lágrimas de cuantos conocieron
sus virtudes. Los que hayan visto la ternura filial del nuevo mar-
qués de Albaida, comprenderán la amargura que este revés ha
vertido en aquel bello cora;'rr¡.
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