En los contratos ordinarios de ejecución de obra, la Administración suele
garantizar que la infraestructura alcanza el nivel de calidad requerido mediante la designación de un técnico responsable de la ejecución de las obras, al que habitualmente se denomina Director de Obras, Fiscalización o Interventorías, que garantiza que las obras se ejecutan de acuerdo a lo proyectado, a lo fijado en la normativa técnica de aplicación y a su propio criterio técnico. Entre sus tareas están, por ejemplo, aprobar procesos constructivos, materiales utilizados o dimensiones, o recibir la obra al finalizar su ejecución.
En un contrato APP, sin embargo, la Administración no puede imponer al
contratista como debe ejecutar la obra, algo que puede generar sobrecostes o retrasos, por ejemplo, por utilizar un determinado material o proceso constructivo. Aún más, si la Administración recibe la obra al finalizar la ejecución se puede entender que da el visto bueno a una infraestructura que puede tener defectos que el contratista debe corregir de forma continua durante la fase de operación. Es decir, si la Administración limita la capacidad del contratista para gestionar la ejecución de las obras siguiendo su propio criterio, limita también su responsabilidad sobre el resultado económico de dicha ejecución.
En un contrato APP en el que se quiera transferir el riesgo de construcción al
colaborador privado, la Administración tiene que llevar a cabo su labor de supervisión de una forma no intrusiva. Para ello debe definir los niveles de calidad a alcanzar y supervisar que se alcanzan dichos niveles de calidad y se cumple con la normativa de aplicación. Al finalizar la fase de ejecución autorizará la puesta en servicio de la infraestructura reservándose el derecho de exigir, durante la fase de operación, que se sigan cumpliendo los niveles de calidad fijados.