Está en la página 1de 1

Proemio

San Anselmo comienza su obra contando su experiencia de preocupación porque los hombres
puedan meditar en los misterios de la fe. Motivado por esto se pregunta si no sería posible
encontrar una sola prueba que no necesitase para ser completa más que de sí misma y que
demostrarse que Dios existe verdaderamente, “que es el bien supremo que no necesita de
ningún otro principio, y del cual, por el contrario, todos los otros seres tienen necesidad para
existir y ser buenos”[2]. Esta situación llevo a San Anselmo a ocuparse insistentemente; pero
veía que no encontraba solución y que más bien le causaba gran angustia. Ante esta
experiencia San Anselmo decidió apartarse de estos pensamientos. Sin embargo en un
momento, a pesar de que ya no quería dedicarse a ello, le ha venido la idea que antes
buscaba. En ese momento dice Anselmo “studiose cogitationem amplecterer, quema sollicitus
repelebam”[3], acogió la idea con tanto cuidado, como antes quería rechazarla. Y es así que
al desarrollar el tratado, por insistencia del Arzobispo de Lyon, Hugo, pone su nombre en la
obra y le titula Proslogion, es decir, alocución.

EL PRESUPUESTO
Exhortación a la contemplación de Dios.

“Intra in cubiculum mentis tuae”[4], es la exhortación de Anselmo a dejar de lado todo, entrar
en el propio corazón, para así poder buscar a Dios. “Si no estás en mí, ¿dónde te
encontraré?”[5] son las palabras del Santo que habla como quien se entiende criatura, hecho
a imagen de Dios, un ser capaz de hallar a Dios y que ha sido creado para “ver” a Dios: “Te
doy gracias, que has creado en mí esta imagen que me acuerde de ti, para que piensen en ti,
para que te ame”. En efecto Anselmo también entiende que el hombre no es “feliciter”,
precisamente porque no está con Dios, aquel por quien suspira: “Hemos pasado de la vista de
Dios, a la ceguera en que nos hallamos”. Y también dice: “¡hijo infortunado de Eva apartado
de Dios por el crimen!”. Es esto lo que lo hace preguntarle a Dios: ¿Cuándo nos mostrarás tu
rostro?

En efecto desde los inicios podemos ir entendiendo el pensamiento de Anselmo que reconoce
que no es que llega a Dios, por su capacidad intelectual, la cual reconoce es pequeña, sino
porque todo el ser del hombre no solo es que está hecho para Dios, sino que Dios mismo, al
hacerse presente, le enseña a conocerlo y ya lo hace creer en Él.

Entendiendo estas palabras de nuestro autor, podemos ahondar en el pensamiento de quien


no pretende crear una “prueba de Dios”, sino de quién se maravilla, al abrirse a la realidad, y
percibe que todo su ser le dice: “Creo”, por lo que dirá: “Deseo comprender tu verdad, aunque
sea imperfectamente, esa verdad que mi corazón cree y ama” y después dice: “Creo, en
efecto, porque, si no creyere, no llegaría a comprender”.

También podría gustarte