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Friedrich, 1809.
Es imposible dar un paso por este mundo sin que no nos podamos percatar de lo que
tenemos alrededor, esa visión que traspasa nuestros ojos confluye en un torrente de
emociones en nuestro interior, añorar un paisaje en el que estuvimos sometidos cierto
tiempo aunque no fuese de nuestro mayor agrado es algo natural, es algo que se
adhiere a nuestro inconsciente de una forma inexplicable e inseparable a nuestra
capacidad de costumbre, pero, es aún más imposible no percatarse de que esas
experiencias que recibimos hacen una mella dentro de nosotros, construyendo y
deconstruyendo nuestra conciencia y las emociones que hay junto a ella, las cuales
forman nuestra propia individualidad.
La muerte y la vida, son dos peces que nadan juntos, espontáneos y salvajes que
viene y van en las aguas sin límites que en la mar conservan la misma belleza,
generando ésta dualidad la misma capacidad de intensidad en los poderes creadores
de la naturaleza y devolviéndole con la misma intensidad los poderes creadores al
artista por medio de las diferentes esferas por las que el arte se puede desenvolver, ya
que se sostiene dentro del romanticismo que al indagar en las profundidades de
nuestro inconsciente, nuestros deseos, sentimientos, miedos, limitaciones, el artista
puede revelar los poderes de la naturaleza que trabajan a través de él, pues la
actividad creadora del arte es la más alta organización y desarrollo de todos los
poderes creadores de la naturaleza.
"Hay un placer en los bosques sin senderos, hay un éxtasis en una costa solitaria. Está la
soledad donde nadie se inmiscuye, por el océano profundo, y la música con su rugido. No
amo menos al hombre, pero si más a la naturaleza" –Lord Byron.
Este poema tanto como la pintura de Friedrich son un fiel reflejo que se comparten una
visión muy semejante acerca de cómo estos dos ven la vida dentro de su época,
guiados por su intuicion y por la inmensidad que los sobrecoje a cada uno, descubren
la soledad inmensa y magnanima como un motor para la creación de su propio mundo,
el cual decantan por diferentes formas de expresion, pintura y poesia.
Este periodo se enriquese con lo natural, con lo probo, lo genuino, las artes en todas
sus maniferaciones conducen a recorrer estos senderos que a muchos llevaron al
suicidio pues la percepción idealista se vio enfrentada muchas veces con una realidad
que asfixiaba y que se hacia dificil de conciliar dejando a muchos romanticos furea del
teatro de la vida.
Las obras romanticas vuelven a la naturaleza, el artista busca su libertad, salirse del
encuadre que las reglas le han marcado y vuelca su obra a expresar sus emociones,
sentires, visiones y vivencias propias. Aunque esto muchas veces lo supere con una
realidad contrastante. Este choque lleva a encontrares con el vacio, la melancolia, el
sin sentido de la vida y a sumergir su espiritu en una crisis profunda de melancolia o
depresión frente a la incapacidad de encontrar el camino de la felicidad y como ya lo
expresé. Muchos artistas no lo superaron y terminaron recurriendo al suicidio.
Los temas a los cuales se acude en este periodo versan en torno a la naturaleza,
preferiblemente hostil y silvestre, pues recoge más el espiritu rebelde que rompe con
la regla, con lo estructurado.
Tambien estuvo presente la mujer, el amor sentimental y pasional, la vida, los
conflictos y todo aquello cercano a la realidad del artista que le movia sus
sentimientos.
El individuo es emoción, sentimiento, vivencias, contacto, tal vez por eso este periodo
del romanticismo resulta tan seductor al pincel, a la paleta de colores, al lienzo que se
extiende para ser revestido de sensación, de expresión pura, de naturaleza real; aquí
el aetirta muestra su originalidad e individualidad en toda su plenitud sin tener que
estar apegado a la regla que limita y coharta la verdadera expresión. Es el momento
en que el artista muestra lo que lo hace único, su obra sin limitaciones donde se exalta
la libertad cretiva y creadora.
”El yo es la norma y el juez del artista romantico”.
La obra “el monje a la orilla del mar”, la preceden 5 elementos importantes que el
pintor usa para lograr acongojarnos, preocuparnos con aquella magnitud con la que el
mundo se nos presenta a nuestro alrededor, una costa solitaria, un monje, un mar
apasible, la amenaza de una tormenta, y un cielo nublado, con lo cual exalta la
grandeza de la naturaleza frente a la pequeñez de ese monje, de ese ser de carne y
hueso que nos recuerda tanto la fragilidad como finitud que lo acompañan y que bien
puede ser cada uno de nosotros que se adentra a la pintura para sentir frente a sí la
inmensidad de un mar desbordante, apasible en ese momento, pero amenazado por
una nubosidad que pronto se convertirá en tormenta y que tal vez active la furia del
mar que yace frente a nuestros ojos. Toda esa inmensidad se mezcla o mejor revela la
pequeñez del ser humano, la fragilidad frente a la magestuosidad del oceano, de las
nubes, de la tormenta que se empieza a avecinar, mientras el terreno en el que se
encuentra el monje se convierte en lo único material que le permite aferrarse mientras
observa todo aquello que se avecina tan hostil, como hermoso al mismo tiempo.
Friedrich, con El monje a la orilla del mar, retrata a la perfeccion ese cuarto oscuro de
introspeccion, de encuentro consigo mismo a travez de la naturaleza, ya que es ella la
que hace posible la creacion y la configuracion de universos enteros por medio de las
manifestaciones de lo absoluto, estas manifestaciones son la representacion de todo
lo que nos puede proveer la naturaleza, y que por medio de la indagacion del
subconciente de las vivencias que esta deja, podemos llegar a develar todos los
misterios que nos desea comunicar.