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En Manifiesto de Poesía. Año 2. N° 4. (Víctor Salazar Yerén, edit.). Chincha Alta, julio-agosto de 2007.

LA DEMOCRATIZACIÓN DE LA POESÍA1
 Marita Troiano

E
s auspicioso iniciar esta ponencia sobre la democratización de la Poesía
reconociendo que la palabra poética tiene la potestad de cambiar al
mundo; y que al mismo tiempo constituye un mundo en sí misma. En esta
línea de pensamiento ―apoyada en la experiencia propia y ajena― puedo
afirmar que, precisamente, uno de los grandes secretos del poeta es saber
convocar la energía de las palabras e internalizar el hecho de que cuando esta
palabra surge y se eleva por sobre todas las cosas se diluyen fronteras geográficas
o ideológicas, convirtiéndose la creación poética en un acto de fe, en la íntima
confrontación con uno y con el universo mismo a través de la cual intentamos
buscar una trascendente verdad, porque es indudable que la poesía constituye
el ámbito justo y necesario para hablar de uno mismo sin necesidad de caer en
la obscenidad del patetismo confesional.
Escribir poesía, en este y en cualquier otro tiempo, es adentrarse en comarcas
que jamás terminan de conocerse y, cuanto más se escribe, mayor es el misterio
que a la poesía envuelve, mayor su magia y su poder, no solo por lo tangible o
intangible expresado a través de ella, sino por esa válida autoexploración que se
exige, saludable desde todo punto de vista, aunque muchas veces nos conduzca
a la fragmentación de uno mismo.
Decididamente sostengo ―y lo reitero con neta claridad― que la poesía es
capaz de transformar al mundo, de ser un bálsamo para heridas y la razón para
acortar distancias y cohesionar a las personas entre sí, y esto por su capacidad de
rescatar la fe en lo natural y comunicar aquella constelación de sentires y
sentimientos que son comunes a todos en tanto somos parte de una misma
humanidad. Y al compartirlas, sin excepciones, con el mayor y generoso
propósito en desinteresada entrega, la poiesis nos otorga tal variedad de símbolos
e interpretaciones a nuestra existencia que no hay tiempo suficiente para
descifrarlos. Esa labor, la de interpretación de la poesía, con sus riesgos y
márgenes de error, es preferible considerarla como una tarea que han asumido
los críticos desde una perspectiva esencialmente literaria o cualquier otra

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Esta ponencia fue leída en la Biblioteca Municipal «Abelardo Alva Maúrtua» de la ciudad
de Chincha en diciembre de 2004 con motivo de su cincuentenario.

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En Manifiesto de Poesía. Año 2. N° 4. (Víctor Salazar Yerén, edit.). Chincha Alta, julio-agosto de 2007.

destacada personalidad vinculada a la ciencia oculta o a la evidente y con una


óptica ajena a los avatares académicos. A pesar de mi convencimiento de que la
poesía no debe ser interpretada sino sentida, pienso que esta solo pide tocar
nuestra psique, filtrarse entre los poros de la piel, tomar por asalto la conciencia
del otro y revivir como una revelación la experiencia compartida por el poeta.
Pues presenciamos a través de los siglos que en todo tiempo y lugar la poesía,
con los sentimientos más sencillos, fue un móvil de comunicación entre la gente,
sin distinciones de ningún tipo, estableciendo vínculos y tendiendo puentes
entre los seres humanos. Al fin y al cabo, existen poetas y poesía para todos los
gustos, así como también una polifonía de lecturas y una multiplicidad de
posibilidades de aprehenderla. En este sentido, y parafraseando a Eugenio Trías,
podría decir que toda poesía se mide por su proximidad a una experiencia
primordial que genera el universo simbólico del autor y su propia concepción del
mundo, reconocible ello para el receptor del mensaje, pues en la similitud de las
sensaciones o emociones expresadas, en la invitación a la reflexión o en la
pregunta vertida, se hermana con el autor en la medida de que somos parte de la
misma humanidad. Y ese entendimiento común, esa capacidad de vincular y
comunicar sin necesidad de elaborar jeroglíficos verbales, es una de las formas
más eficaces de llevar adelante la democratización de la poesía, de librarla de un
lenguaje que excluye y poder llegar a todos los espacios posibles, sin aspavientos,
pues la gente está ávida de escucharla, de sentirla, de reconocerse en cada
palabra que se vierte en su nombre. Un nombre, que de tan solo pronunciarlo,
conduce a un estado delicioso de sensibilidad, de armónico trance, de terrestre
iluminación. Y sin pretender imponer criterios, considero que la poesía debe
tomarse muy en serio, pues ella, hechicera de sueños y de esperanzas, no es tan
solo un hilvanar armonioso de palabras que busquen la belleza expresiva
―aunque esta sea una de sus características―, como tampoco generar un
contingente de frases consonantes y rebuscadas con el fin de alcanzar
beneplácito personal o un perentorio prestigio intelectual. La poesía es algo muy
grave, es ansia, imaginación, aliada de la fiebre y de la esperanza, por ello, hay
que honrarla otorgándole a cada verso un magma de sustantividad, una
proyección alada que venza la mediocridad, la indiferencia, la violencia, y nos
eleve. Y para que ello ocurra debemos escribir poesía en absoluta libertad ―lo
cual es también un buen síntoma de democracia―, sin ataduras ni psiques
ahogadas en dogmas ni apegos exagerados a leyes decimonónicas que intentan
reglamentarla, pues tales fanatismos por capillas literarias y esa absurda
obediencia con dictados que desvirtúan su sense original ―vale decir su innata

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En Manifiesto de Poesía. Año 2. N° 4. (Víctor Salazar Yerén, edit.). Chincha Alta, julio-agosto de 2007.

capacidad de comunicación― producen una poesía tal vez impecable desde el


punto de vista semántico-literario; pero es una poesía impostada, opaca y
cansina.
La poesía, aquello tan sagrado como antiguo que no podemos definir,
compromete nuestra propia existencia, la toma súbitamente y nos sobrecoge sin
precauciones; pues una vez abiertas las compuertas de la conciencia, vamos
rociando versos que edifican poemas con sentimientos y sentires propios,
poemas que brotan de la cotidiana experiencia, de los sueños, anhelos, dichas y
pesares comunes a biografías ajenas; y el poeta, el verdadero poeta lo sabe y
evoca seguro con su canto, con su palabra, todo lo símil que nos unifica en el
escenario universal; cosas simples que nos reúnen como algo extraordinario y
que sentimos, gozamos y sufrimos, cosas simples y al mismo tiempo plenas de
complejidad y frondosidad intuitiva que dan paso a la creación de una poesía que
democratiza todo lo que define nuestra vulnerada existencia. Es la poesía quien,
sin réplicas, rescata la sorpresa de lo cotidiano; es el sostén prodigioso del amor,
el ánimo del pan, la ruta de los zapatos y el viento conmovido despeinando un
árbol; o tal vez el árbol mismo que muere de tristeza cuando no es la tristeza
misma quien torna en mueca una sonrisa; es poesía del testarudo «uno para
todos»; atenta al saludo al cromosoma, al golpe de una ola o maternal solución
de un teorema. Pero de todas formas y como se le mira, es la poesía una
transfigurada semilla que germina indefectible y para bien en las conciencias.
Concluyo esta breve ponencia manifestando que escribir para mí es una
necesidad impostergable. No es una costumbre ni un oficio; es un estar conmigo
y con los demás, ajena a burocratismos creativos. Pero sobre cualquier otra
consideración, escribir poesía ―y creo que será entendido así para cualquiera
que la ame y cultive con plena devoción― es una forma de vida, un indefinible
ritual, una permanente e impuesta búsqueda y, por supuesto, la generosa ofrenda
arrancada de nuestra interioridad al mundo con el afán de tocar el ánima del
otro. Y en ese sentido, qué mejor que poetizar en nombre y acerca del amor ―el
leit motiv de la poesía―, uno de los valores que jamás perderán vigencia en el
ser, pues representa lo más rescatable de nuestra rara humanidad. La poesía
desde esta perspectiva es la luz al fondo del túnel, es la victoria sobre el ojo de la
tormenta cuando la entregamos al mundo sin asteriscos y con el candor que
requiere todo poeta. Y así vamos fundando una de las más efectivas y florecientes
democracias de las que podamos dar fe. Acaso la más conmovedora. La más
sincera.

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