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“Se buscan”, por Carlos M.

Montenegro

La costumbre de pagar recompensas a quien facilite pistas para capturar a criminales o delincuentes de
cualquier género, podría afirmarse que en Venezuela no ha tenido mucho uso, aunque no es nada nuevo pues
se practica en medio mundo desde que el hombre formó grupos, y por lo regular con muy buenos resultados.

EEUU al poco de independizarse, ya en tiempos de la conquista del oeste, echó mano de esa “herramienta”
para castigar a los delincuentes. Cómo olvidar aquellos wésterns con los que Hollywood creó un género épico
“made in USA” con aquellas oficina del Sheriff y el inevitable cartel de: “Wanted dead or alive” (se busca
vivo o muerto) y el consabido “Reward” (recompensa) para quien lograra dar caza al bandido. Pero a pesar de
los maquillajes hollywoodenses la cosa no tiene nada de irreal.

Los siguientes personajes, por los que se ofrecieron altísimas recompensas son historia lamentablemente y
citaré unos pocos como ejemplo. Se tratan de sangrientos delincuentes que a pesar de sus crímenes gozaron de
gran popularidad. Los periódicos les dedicaban historietas y se publicaban novelas con sus “hazañas”, de
modo que la gente llana los veía con simpatía e incluso admiraba.

Joaquín Murrieta* (1829-53): fue un mexicano de familia acomodada. De su historia provienen los míticos e
idealizados personajes de «El Zorro» en la novela de Johnston McCulley escrita en 1919 y “El Coyote” de
José Mallorquí en 1943. Tras la invasión de EEUU a México en 1846 y anexionarse su California natal,
Murrieta se hizo asaltante de bancos, haciendas y diligencias. Se decía de él que como patriota mexicano sólo
atacaba a los gringos anglosajones y a los ricos colaboracionistas, y eso le proporcionó el favor del pueblo
llano que le adoraba y escondía como si fuese un moderno Robin Hood.

En realidad, Murrieta era un sanguinario asesino que dispara a cualquiera que tuviese dinero para robarle, y
como los yanquis eran los más adinerados, pues solían resultar sus víctimas preferidas. Remataba a las
indefensas personas que atracaba sin necesidad, por pura diversión. Abatió a varios soldados de caballería e
intentó huir a México, pero le cortaron el paso en Rio Grande y le destrozaron con tantos balazos que su
cuerpo quedó irreconocible. Su cabeza fue expuesta en un recipiente de whisky en ferias.

Jesse James (1847-82): ostenta el record de la recompensa más grande ofrecida jamás por la captura de un
bandolero, 100.000 dólares de la época, más de 2 millones actuales. También es el pistolero sobre el que se
han rodado más películas. Fue un héroe popular en su tiempo y le consideraron mártir, luchó con el Batallón
de Quantrill por la Confederación y terminó siendo Comandante. Era inteligente, atractivo y duro como el
acero. Acabada la contienda, fanático proscrito, alegó que las leyes USA no eran legítimas y que él no se
había rendido y proseguiría la guerra por su cuenta…

Nunca se consideró a sí mismo un bandido, sino un fugitivo justiciero o un guerrillero. Formó con su hermano
Frank y otros antiguos conocidos y amigos de su tierra una mortífera banda que igual asaltaba trenes que
bancos, logrando botines enormes y burlando a las autoridades en trepidantes huidas atravesando estados sin
dejar de cabalgar.

En el Este, sus historias de atracos y «hazañas» eran tan cotizadas que empezaron a publicar folletines
gráficos exagerándolas, transformándole en un mito viviente en todo el país.

En invierno se escondía tranquilamente en un pequeño pueblo aislado por las nieves de Montana con su
hermano, y en primavera reunía a su banda, reclutaba nuevos hombres e iniciaba su «campaña anual» de
atracos, tan exitosos que fue considerado un hombre riquísimo, cosa que le enfurecía que dijesen eso pues
según versiones vivía espartanamente.
Al final, por pura estadística ocurrió lo inevitable: durante el asalto a un banco de mineros en Nordlenheim,
los pobladores, emigrantes de origen sueco los enfrentó y tras un frenético tiroteo en el que murieron 34
lugareños y 7 atracadores, Jesse y su hermano Frank malheridos, escaparon de milagro sin botín. A partir de
ahí se les buscó sin tregua por todo el Oeste ofreciendo fabulosas recompensas. Hasta que un muchacho de 20
años, que pasó a la Historia como «el cobarde Robert Ford», fue quien le asesinó de un balazo en la nuca
mientras colgaba un cuadro en una casita en las Rocosas que era su escondite. El chico era un admirador suyo
y acababa de ser reclutado para la banda de Jesse mientras se reponía de las heridas.

Resultó ser más admirador de la recompensa, que disfrutó poco por cierto pues Frank, el hermano de Jessie, le
encontró en un campamento de vaqueros de Idaho y lo mató salvajemente.

William H. McCarthy, alias “Billy el Niño”, (1859-1881). Si se hiciera una encuesta quizás quedaría como
el pistolero más famoso y popular de su época. En la costa Este se publicaban «novelitas gráficas» con sus
aventuras, la mayoría ficticias, que batieron records de venta y contribuyeron a crear una falaz imagen de
quien fue un temible asesino y ladrón, pero que pasó como héroe audaz…

Desde que “el niño” con 15 años mató a dos hombres cerca de su casa y tuvo que huir rumbo a la nada, no
cesó de disparar y correr. Robaba al por menor en comercios y pueblos adquiriendo una enorme destreza con
el colt cuando fue enrolado por uno de los bandos enfrentados en la Guerra del Condado de Lincoln, una
sangrienta pugna entre ganaderos y agricultores en Nuevo México que ocasionó toneladas de plomo y cientos
de víctimas.

*Lea también: Los tiempos de la pandemia y los tiempos de la política, por Vladimiro Mujica

Billy se destacó enseguida como líder natural al servicio del bando rural y personalmente abatió a más de una
decena de hombres, incluido un Marshall y un Comisario de Territorio en Santa Fe. Cuando esperaba el
ahorcamiento, de forma espectacular logró huir de la prisión estatal matando a 6 guardias.

Terminada la guerra, el Gobernador indultó muchos condenados, por lo que William tuvo la oportunidad de
empezar de cero. Contaba 20 años apenas y poseía un aspecto engañosamente inofensivo. Pero regresó a su
profesión y formó una banda con los antiguos compañeros del condado, y bajo su dirección atracaron tantos
bancos y asaltaron tantos trenes que ninguna compañía aseguradora de Sudoeste de del país quería cubrir sus
pólizas. Su máximo botín fue de 62.000 dólares, el presupuesto anual de toda Nueva York en esos años.

Ante la alarma pública, se enviaron incluso efectivos militares, pero William se movía en las montañas de
Arizona como pez en el agua. Nunca nadie reunió tantas órdenes de busca y captura en tan poco tiempo. La
presión militar fue reduciendo sus andanzas y diezmando a los miembros de su banda.

William decidió esconderse en Fort Sumter como proxeneta y, estando en compañía de una de sus chicas y
desarmado, fue tomado por sorpresa por uno de sus antiguos compañeros y amigo, el famoso Pat Garret, a
quien le fue denegada la recompensa pues se había hecho ayudante de sheriff, para justificar su traición .

Harry Alonzo, alias “Sundance Kid” (1867-1908) y Butch Cassidy (1866-1908). Estos dos forajidos
fueron los que inspiraron la idílica y fantasiosa película, «Dos hombres y un destino” tan desviada de la
realidad como solo Hollywood puede hacerlo. Sundance Kid atracaba en solitario y lo buscaban por asesinato
en todo el “far west” cuando se integró en la salvaje banda de psicópatas criminales encabezada por Cassidy,
Wild Bunch, especializados en asaltar trenes. Su primera acción conjunta fue la famosa toma del Banco de
Montpelier, en Carson City, donde hicieron rehenes a todos los empleados y clientes.

Mantuvieron una refriega con decenas de agentes de la ley, que les rodeaban, en una increíble tiroteo donde se
contaron más de 100.000 casquillos de bala, logrando huir durante la noche, los dos solos con un espectacular
botín en bonos del tesoro, abriéndose paso a tiros dejando en el camino dos docenas de alguaciles muertos y
al resto de su banda. Eso les convirtió en grandes amigos, relación que casi se pierde cuando los dos se
encapricharon de una guapa ranchera, Ann Basset (sí, la de la bicicleta de la película).
Superada la rencilla, el dúo siguió atracando trenes al por mayor, siendo su éxito más destacado el asalto al
Tren de las Nóminas de la Unión Pacific en Juction (conocido como el Tren del Dinero), que les reportó una
incalculable cantidad de efectivo, tras matar a unos 10 empleados de la compañía que custodiaban las sacas y
a los maquinistas del tren, agregando más muescas a sus revólveres. La enorme recompensa que se ofreció
por ellos hizo que decidieran huir del país tras malgastar casi toda su fortuna en burdeles y casinos de Nueva
Orleans.

Embarcados con identidad falsa como prósperos financieros, partieron rumbo a Argentina. Allí se encontraron
libres, pero pronto arruinados por sus desastrosas dotes para los negocios y otras aficiones… Se dedicaron a
viajar por Sudamérica como vulgares salteadores de caminos, hasta que perseguidos por el Ejército Boliviano
después de un atraco con muchas bajas, fueron acribillados en una choza en la población de Tupiza del sur
boliviano, donde resistieron durante tres días a un centenar de soldados. En su tierra muchos dudaron de su
muerte y nació la leyenda de que había escapado vivos y vivían en el Este ricos y felices.

Como en tantas otras parcelas de la vida, EEUU marca la pauta en pagar recompensas por capturar a
criminales fugitivos; el gigante norteamericano opera un complejo y depurado sistema con diferentes agencias
que los gestionan, en diferentes causas, el Departamento de Estado, por ejemplo desde su Rewards for Justice
(Recompensas por la Justicia) en su caso especifican que: “no ofrecen recompensas por información para
combatir el crimen, excepto cuando son organizaciones o individuos que amenazan la seguridad de los
Estados Unidos”, y agregando que “el método es muy efectivo, pues el 80% de los casos han sido capturados
por informaciones privadas con recompensa”.

Como se ve en el siglo XXI los norteamericanos no han perdido la costumbre, en plan “sheriff”, de ofrecer
recompensa por atrapar a quienes consideran un peligro para la ley en su país.

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