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en su ocaso, pues ellos son los que pasan al otro lado”. Y más
adelante: “A quienes se hunden en su ocaso los amo con todo
mi amor: pues pasan al otro lado (...) que el hombre es un
puente y no una meta: llamándose bienaventurado a sí mismo
a causa de su mediodía y de su atardecer, como camino hacia
nuevas auroras”.^
La imagen de tránsito plantea una relación conflictiva con
la propia historia. Tal como se da en la segunda de las Conside
raciones Intempestivas del joven Nietzsche, la relación del espíri
tu m oderno con la historia presenta una fundam ental
ambigüedad. De una parte, esta relación permite reinventarse
mediante una reinterpretación originaria del pasado. Pero de
otra parte le imprime al espíritu moderno la pesada carga de
autodefinirse en función de su sentido histórico. “Hay un gra
do de insomnio, de rumia, de sentido histórico que socava al
ser vivo y que termina por destruirlo, trátese de un hombre,
de una nación o de una civilización.En este exceso de senti
do histórico anida otra compulsión sustancialista, a saber, nues
tro propio pasado consagrado en fundamento para todo nuevo
guión. Canetti clama: “No hay quien pueda pensar, no hay
quien pueda respirar, la historia inficiona el hálito puro del
hombre y hace que sus palabras le den vueltas en la cabeza
(...) será más fácil vencer a la muerte que a la Historia y la
única que se aprovechará de esta victoria será ésta”.^ Ante el
drama, la invocación nietzscheana del olvido y de su fuerza
plástica: “Para definir el grado y fijar el límite donde se re
quiere forzosamente olvidar el pasado (...) haría falta conocer
la medida exacta de la fuerza plástica de un hombre, de una
nación, de una civilización, vale decir, la facultad de crecer
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cia sino más bien una segunda oportunidad, por cuanto dicha
recurrencia ofrece la posibilidad de reparación y recreación.
El eterno retorno le permite a la voluntad reconstituirse y
autoconstituirse, revenir para devenir su propia perspectiva, recon-
cebir interpretaciones propias que a su vez generan aconteci
mientos propios, juego de reflejos que nos hacen reaparecer
más adelante como hijos de nuestro propio acontecer. Dice
Deleuze: “devenir hijos de nuestros propios acontecimientos y
por esa vía renacer, rehacerse un nacimiento, romper con el
nacimiento de la carne”. E l pensamiento del eterno retorno
otorga la oportunidad de reconcebirse, abre una nueva esce
na generativa, pero autocreadora: somos ahora nosotros quie
nes lanzamos una perspectiva que debemos reconocer como
biografía personal rebotando en las paredes del tiempo. La
autocreación en el eterno retorno como modo de ser singular
en el acontecimiento: hijos de nosotros mismos, resonamos
con la recurrencia de nuestra propia interpretación de la exis
tencia. Con ello el propio concepto de eterno retorno, retor
na reinterpretado, ya no como la fatalidad cíclica-cósmica,
sino como potencia de reparación y autocreación.
Tocamos aquí un punto de inflexión en el que la volun
tad, al quererse libre, quiere también liberarse de su historia
para autoproducirse. Pero en lugar de quererse libre al final
de los tiempos, la voluntad de poder en Nietzsche (como
voluntad del devenir, o en consonancia con el devenir) se
quiere libre en los pliegues del tiempo. No busca acumular
méritos para alcanzar la libertad final, sino descargar acumula
ción por medio de libertades recurrentes. De esta manera la
libertad no aparece ya como el final de la historia, sino como
una recurrente fuga del tiempo hacia fuera de su ratio acumu
lativa: un modo de aligeramiento respecto de la historia que
no sacrifica el sentido, sino que busca hacerlo proliferar en el
prisma del instante. No hay aquí pérdida de intensidad, sino
fuga de la intensidad hacia afuera de los grandes relatos de
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puede ser inédito lo que retorna, como para pasar del lado de
la diferencia? El movimiento histórico ya no queda puesto
como desenvolvimiento de la identidad del sujeto, sino como
su fractura que regresa bajo el modo de individuaciones que
rompen el continuo de la historia.
Todo esto no da la espalda a la historia sino que cambia la
relación con la historia. En su aspecto dionisíaco la historia
tiene un efecto disolvente sobre los acontecimientos, pues los
absorbe en las profundidades de lo ya ocurrido. Pero el eter
no retorno “apoloniza” esas profundidades, vuelve a ellas para
extraer de allí nuevas figuras, combinaciones en que lo ya
ocurrido se transfigura al cruzarse con miradas que todavía
están por ocurrir. Con ello responde a un ideal de la moder
nidad, a saber, conjugar la historia con la libertad, sobre todo
mediante la libertad de recombinar la historia para generar
nuevas perspectivas hacia adelante. Esto no sólo rompe la
barrera de la “unidad cultural” (por la discrecionalidad com
binatoria hacia adelante y hacia atrás); también rompe la li-
nealidad del tiempo: el eterno retorno genera, en sus
recombinaciones, perspectivas inesperadas. El uso del pasado
abre el futuro en múltiples direcciones. El retorno selectivo
adquiere su perfil paradójico: en lugar de regresión, progre
sión. La autopoiesis no es, en este contexto, creación ex-nihi-
lo sino recurrencia singular: la vida que recurre b^o una nueva
perspectiva, el reflujo hacia adelante, la reinterpretación que
abre nuevas formas de existencia.
Recurrencia singular significa que la libertad no es una
utopía realizada. No funda una nueva esencia para la identi
dad sino que revela la identidad como eternamente inesencial
y, paradójicamente, como siempre susceptible de enriquecer
se con nuevas perspectivas. ¿Es posible, entonces, conjurar el
efecto corrosivo del tiempo y nuestro consiguiente temor a
morir, no ya mediante una ilusión de perennidad sino a tra
vés de estos umbrales del devenir, hitos que hacemos fulgurar
como latigazos de luz en la borrasca del tiempo?
En esta línea puede reinterpretarse la muerte de Dios como
el dolor de parto en que la voluntad da a luz esta forma
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