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ateniense
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El hilo conductor de esta obra — refundición de « Ilustración y polí
tica en la G recia clásica» (Ediciones de la R evísta de O ccidente,
1966)— es el nacim iento y desarrollo de las ideas políticas que
anunciaron, defendieron o atacaron a las instituciones de LA D E M O
C R A C IA A T E N IE N S E . Como señala FR A N C ISC O R O D R IG U E Z
A D R A D O S (catedrático de la U niversidad C om plutense y prestigioso
helenista) la necesidad metodológica que aconseja en un prim er
m om ento aislar determ inados aspectos del desarrollo histórico para
su m ejor análisis no significa renunciar al exam en de sus conexiones
con el resto de la cultura y con la práctica política. D e un lado, las
ideologías políticas — cuyas fronteras con las reflexiones morales
son difíciles de establecer en el m undo griego— rem iten a una d eter
m inada concepción de la divinidad, la naturaleza y el hom bre; de
otro, la evolución de los hechos y el desarrollo de los sistem as de pen
sam iento se entrecruzan y condicionan m utuam ente sin que resulte
siem pre posible determ inar a quién corresponde la prim acía causal.
La investigación comienza con el estudio de los ideales aristocrá
ticos de la edad arcaica; a través de la negación — iniciada ya con
H esíodo— de existencia de valores eternos fijados por los dioses
se abrirán paso los prim eros gérm enes del pensam iento dem ocrático.
El período central de la Ilustración ateniense presencia el nacim iento
de un nuevo modelo de sociedad, form ada por ciudadanos libres,
orientada hacia la igualdad y basada en la razón; para la búsqueda
de las ideas centrales del sistem a de pensam iento paralelo a ese desa
rrollo institucional — que esboza buena p arte de las alternativas
con las que E uropa se viene enfrentando desde el siglo X V II I—
no basta con exam inar los textos de los filósofos y los sofistas sino
que hay que contar tam bién con el legado de los historiadores, los
poetas y los trágicos. Finalm ente, la época de luchas civiles y de
guerras exteriores dará lugar a la reacción platónica, a la quiebra
de la experiencia dem ocrática y a la restauración de las antiguas
norm as y jerarquías.
Alianza Editorial
C ubierta D aniel G il
Francisco Rodríguez Adrados
La Democracia
ateniense
Alianza
Editorial
Primera edición en "Alianza Universidad": 1975
Quinta reimpresión en "Alianza Universidad": 1993
P r ó lo g o ................................................................................................ 15
Primera parte
La Edad Arcaica y sus sistemas de p en sam ien to............... 27
Segunda parte
La lucha de la Idea D em ocrática.......................................... 99
Tercera parte
Sócrates y Platón y sunuevo planteamiento .......................... 383
15
16 Prólogo
guerra civil. Este proceso tuvo lugar en conexión con una guerra
externa, la guerra del Peloponeso, que a.gotó las energías de
Atenas y la empobreció; difícil problema el de saber si sin esta
guerra las cosas habrían marchado de otro modo. Por lo demás,
la guerra del Peloponeso, com o la lucha de clases dentro de la
ciudad y el desarrollo de un individualismo explosivo, estuvieron
ligados, no cabe duda, a la aceptación de la libre iniciativa; del
cálculo humano que se sustituye a los viejos principios de segui
miento de las normas tradicionales d e medida y resignación; de la
voluntad de mejora y progreso. Para Platón individualismo es
egoísmo, libertad es libertinaje y abuso: de la ideología liberal
nace automáticamente, según él, la desintegración social y la
lucha civil, de modo que hay que edificar sobre otras bases. Pero
la verdad es que en el alma del hombre, como vieron los trágicos,
tienen una raíz única la grandeza y el egoísm o, el honor y el
abuso, la inteligencia y la ceguera, el sacrificio y la parcialidad.
Este es el problema de toda política, en Grecia y después de
Grecia. Es muy fácil mutilar al hombre y dictarle desde fuera una
ley, com o hizo Platón; pero con ello se reintroduce la violencia
en la misma ciudad de donde se la quiso expulsar. Por otra parte,
un ciclo político com o el de Atenas nunca se cumple en vano y
en el mismo Platón encontramos recogidas y aun sistematizadas
ideas procedentes del humanismo democrático de Atenas.
La problemática de la política ateniense es compleja y siem
pre cargada de interés. En toda política hay siempre un interés
humano, que es eterno; en la de Atenas, desde fines del siglo V I,
hay además el que subyace a todo nuevo gran descubrimiento.
Pero se añade todavía otro factor importante: los atenienses no solo
hacen política, sino que teorizan sobre ella. La teoría es siempre
más amplia que la práctica y lleva más lejos que ella. Libre de las
dificultades de la práctica, aunque esté determinada por ella (al
menos com o revulsivo), abre toda clase de caminos para el futuro.
Y cuando no abre caminos, avisa al menos de los conflictos
posibles, de las condiciones y esperanzas de cada situación.
El presente es un libro de teoría política griega, ateniense sobre
todo, teoría enlazada a la totalidad de la concepción griega del
hombre, pues no hay teoría o sistema político que no dependa en
definitiva de una concepción del hombre. Es al tiempo un estudio
de las relaciones entre esa teoría y la práctica política contempo
ránea. Se centra en el estudio de la teoría política de la Ilustra
ción ateniense, acompañado de la exposición de sus precedentes
y de la reacción platónica. Pretende hacer ver que esta teoría
nace de la carne y la sangre del pueblo griego en su esfuerzo por
18 Prólogo
bre, sino que en Grecia esto es mucho más cierto todavía. Las
fronteras entre política y moral, sociedad e individuo están aún
mal trazadas y no resulta concebible que se predique una norma
para cada una de estas esferas. Por lo que a Platón respecta, es
bien sabido que su política aspira a lograr la perfección del
ciudadano, que la justicia en el Estado es para él comparable a la
justicia en el alma del hombre y que, en general, las virtudes de
la sociedad son en su concepto las mismas que las de este. Pues
bien, cosas semejantes suceden en los demás sistem as ideológi
cos. El de la aristocracia está fundado desde luego en la admisión
de virtudes hereditarias de la clase noble, virtudes que justifican
su posición privilegiada y dan la tónica del Estado aristocrático.
De igual modo, las virtudes que Esquilo atribuye al Estado de
mocrático — valor en la defensa de sus intereses sagrados, liber
tad, sophrosyne, benevolencia recíproca entre los ciudadanos,
respeto— son las elogiadas en sus héroes. Pericles, en la Oración
Fúnebre que pone en sus labios Tucídides, atribuye al carácter
de los atenienses cualidades que son esencialmente las del Es
tado democrático que es su ideal. La misma doctrina de que la
Justicia es la conveniencia del más fuerte nos presenta un ideal
humano, el hombre de presa, que tiene mucho que ver con la
orientación dada a la política exterior de Atenas por el partido
imperialista e incluso, con frecuencia, con la orientación de su
política interior.
Así pues, hablar de teoría política griega — en época clásica—
sin hablar al tiempo de ideal humano en general, resulta una
imposibilidad. Es más, a veces conviene incluso aludir a las ideas
sobre el mundo físico de algunos pensadores, que estudiaremos
por su estrecha relación con las relativas al hombre. Y dado que
el pensamiento griego arranca de una concepción religiosa del
mundo, de la cual tiende luego a apartarse para volver otra vez a
ella con Platón, resulta evidente que tampoco los textos en que el
destino y la vida humana son enfocados a la luz de sus relaciones
con lo divino deben ser olvidados. Por ejemplo, el carácter abso
luto de valores y normas en Esquilo y Platón, fundado en una
concepción religiosa, tiene repercusiones no solo en la esfera
individual, sino también en la política.
También nos apartaremos brevemente, aunque no sin jus
tificación, de nuestro tema principal, para explorar la repercusión
1 que tienen las distintas ideologías en el conocimiento del hombre
y en el desarrollo de la Ciencia. Que el primero ha de estar
forzosamente relacionado con teorías que tienen, a más de su
proyección política, otra humana en general, es absolutamente
20 Prólogo
LA EDAD ARCAICA
Y SUS SISTEMAS DE PENSAMIENTO
Capítulo 1
EL HOMBRE ARISTOCRÁTICO
29
30 L a E dad A rcaica y sus sistem as de pensam iento
" Cf. Od. X V II, 381. Cf. sobre todo esto A dkins, M erit and R e spons ability,
O xford, 1960, p. 32 ss.
38 L a Edad A rcaica y sus sistem as de pensam iento
14 O. 14, 6.
15 P. 4, 131.
1. El hom bre aristocrático 39
'<■ O. 9, 27.
17 //. 1, 178.
IS Sobre Teognis y los problem as y tendencias de la C olección T eognídea,
cf. nuestra introducción a Teognis en U ricos griegos, II, Barcelona, 1959, p. 95 ss.
40 La E dad A rcaica y sus sistem as de pensam iento
19 Teognis 195.
1. El hom bre aristocrático 41
26 P. 2, 83 ss.
27 /. 4, 66.
;s 27 ss.
44 L a E dad A rcaica y sus sistem as de pensam iento
" Cf. mi artículo «Sobre la re tra de Licurgo, con una nueva conjetura»,
E m erita, 22, 1954, p. 271 ss.
1. El hom bre aristocrático 47
5. Justicia y aristocracia.
61 Fr. 7, 7 ss.
64 Fr. 211.
60 L a E dad A rcaica y sus sistem as de pensam iento
65 4 63 s.
1. El hom bre aristocrático 61
66 Fr. 211.
1. El hom bre aristocrático 63
7. «Sophrosyne».
67 Cf. Sobre ella K ollm ann, «Sophrosyne», W St 59, 1941, p. 12 ss.; y Snell,
ob. cit., p. 153 ss. («A Call to Virtue»).
1. El hom bre aristocrático 65
71 1177 s.
12 P. 2, 74.
7’ Cf. Fränkel, D ichtung und P hilosophie des frü h en G riechentum s, N ew
Y ork, 1951, p. 599 ss. (y, sobre todo, 621).
74 Cf. los libros de N orw ood, Pindar, B erkeley-L os A ngeles, 1945; Duche-
min, P indare, poète et p rophète, París, 1955; D ornseiff, Pindars Stil, Berlín, 1921.
70 L a E dad A rcaica y sus sistem as de pensam iento
9. Política aristocrática.
ca», que viene a equivaler a que cada uno tiene los derechos que
merece su valor. El imperio de Dios se refleja en el de la orden y
su fundador, cuya palabra es una verdadera revelación: αυτός
εφα, m agister dixit. EI principio de la armonía implica el de la
amistad entre la clase dirigente. La ley es sagrada y todos deben
ayudarla y combatir a los τελέως κακοί, los absolutamente malos.
Los deberes de mando y obediencia están sancionados por premios
y castigos en la otra vida, tomados de la doctrina órfica.
Partiendo de un régimen aristocrático, los pitagóricos han
creado un sistema de gobierno con una base cósm ica y teocrática
que permite a la clase dirigente practicar las virtudes propia
mente pitagóricas —la amistad, el ascetismo purificador, la virtud
moral, el cultivo de la ciencia— . Han superado el tradicionalismo
consuetudinario, dándole una base filosófica que tiende a confe
rirle validez eterna.
Capítulo 2
LAS CORRIENTES INNOVADORAS
' TD 39.
2 203 ss.
' 274 ss.
76 L a E dad A rcaica y sus sistem as de pensam iento
" B 32.
B 82.
11 B 116.
14 B 49.
84 L a E dad A rcaica y sus sistem as de pensam iento
15 B 102.
16 Cf. supra, p. 61; El concepto del hom bre en la antigua Grecia, M adrid,
1955, p. 50; «Ciencia griega y C iencia m oderna», R ev. Univ. M adrid, 9, 1960,
p. 362.
2. L as corrientes innovadoras 85
5 V I, 45.
6 Persas, 332.
1. L os ideales hum anos y políticos de la A tenas de E squilo 107
7 444.
108 La lucha de la idea dem ocrática
8 Palabras de D em arato a Jerjes (V il, 104) que ilum inan desde el punto de
vista hum ano (com o la conversación de A rtabano desde el divino) la derrota de
este. Cf. tam bién la anécdota de Bulis y E sperquis (V II, 134 ss.) en que igual
m ente se opone libertad a esclavitud. H eródoto piensa aquí desde el punto de
vista de los «iguales» espartanos, no desde el de todo el E stado (cf. p. 51).
9 V III, 86.
10 Pindaro, P. I, 67 ss. describe en térm inos sem ejantes la batalla de Cum as
entre H ierón y los cartagineses.
" P ersas. 242.
1. Los ideales hum anos y políticos de la A tenas de E squilo 109
12 A ristóteles, A th . P olit., 22, 2. Cf. sobre ella H ignett, ob. cit., p. 166 y
siguientes.
112 La lucha d e la idea dem ocrática
16 Cf. W ade-G ery, «E upatridai, archons and A eropagus», ob. cit., página
104 ss.
17 Recogida por A ristóteles, A th . Polit., 25, 1. En este m ismo sentido se
expresa Esquilo en sus E um énides.
18 H ay que añadir que, si es cierta la interpretación de W ilam ow itz, A ristote
les und A then, II, p. 186 ss., y B onner-Sm ith, ob. cit., p. 225, Efialtes se limitó a
dejar al A reópago los poderes que nunca había com partido con otras institucio
nes, m ientras que en otros terrenos Clístenes habría respetado la jurisdicción del
A reópago al lado de la A sam blea, e tc ., jurisdicción que habría vuelto a ejercer en
la práctica tras las guerras m édicas. E sta interpretación es por lo dem ás muy
cuestionable.
19 Recogida por A ristóteles, A th . P olit., 25, 1 («tenido por incorruptible y
lleno de justicia hacia el E stado»); Plutarco, Pericles, 10, 8 («tem ible para los
oligárquicos e im placable en la rendición de cuentas y en las persecuciones de los
que trataban con injusticia al pueblo»). Se le ha llam ado el R obespierre griego.
Según A ristóteles (en contradicción con T ucídides), Tem ístocles participó en esta
política con Efialtes y Pericles.
20 C reada en tiem pos de Efialtes según algunos (así Bonner-Sm ith, ob. cit.,
página 264).
114 L a lucha de la idea dem ocrática
21 E sta es la posición de H ignett, ob. cit., p. 177 ss. Jantipo casó con
A garista, una alcm eónida.
22 Ob. cit., 22, 6; sobre el ostracism o en general, A ristóteles, Política, 1284 a
17 ss.
1. L os ideales hum anos y políticos de la A tenas de E squilo 115
25 Cf., por ejem plo, W ilam ow itz, A ristoteles u n d A th en , II, p. 87; De Sanc
tis, A tth is, p. 368; tam bién, supra, p. 119. Y a en las fuentes antiguas (y aun
dentro de la A th . Polit, de A ristóteles) hay contradicciones. En realidad lo que
sucede es que hay una am plia zona de coincidencia entre las diversas ten
dencias y el conflicto político no se plantea con tan ta agudeza com o después
de que se ven m ás claras las consecuencias de la política «m arítim a» y expansiva.
Cf. Levi, oh. cit., p. 87.
26 Sobre A ristides, cf. De Sanctis, Storia dei Greci, II, p. 233 ss.; sobre el
A reópago, W ilam ow itz, oh. cit.. I, p. 139 s.
1. L os ideales hum anos y políticos de la A tenas de E squilo 117
27 Cf. G. de Sanctis, P ericle, Firenze, 1944, p. 42; W ilam ow itz, ob. cit., I,
p. 153 ss.
28 Ob. cit., I, p. 158.
29 Sobre el influjo de estas circunstancias y la aceptación general de la
necesidad de la Liga, cf. M eyer, Gesch. der A ltertum , IV4, 1, p. 692.
10 Cf. Bonner-Sm ith, ob. cit., p. 311.
118 L a lucha de la idea dem ocrática
17 V III. 124.
V III, 110.
122 L a lucha de la idea dem ocrática
44 Así, J. Keil, «T hem istokles als Politiker», SWAW, 81, 1944 p. 71.
45 Schacherm eyr, ob. cit., p. 149 s. habla de su «im paciencia» y de la
desconfianza que despertaba el que pretendiera aten tar c ontra la libertad de las
ciudades aliadas. Ello es verdad, p e ro antes que nada hay un enfrentam iento
ideológico.
46 Siete, 592 ss.
47 610: σώ φρω ν, δίκαιος, άγαμός, ευσ εβής άνήρ.
124 L a lucha de la idea dem ocrática
so P ero L evi, p. 87, va dem asiado lejos cuando habla de la figura convencio
nal del «Justo».
51 Bengston, G riechische G eschichte, M unich, 1940, p. 178, le define como
«el a ristócrata que se inserta com pletam ente en la totalidad del E stado y se
subsum e en él».
52 Sobre la «m edida» y «equilibrio» de la política de Cim ón, cf. Schacher
m eyr, oh. cit., p. 153.
126 L a lucha de la idea dem ocrática
22 Cf. en este sentido D. K. B ühler, B e g riff und Funktion der Dike in den
Tragödien des A eschylus, B em a, 1955, que se refiere casi exclusivam ente a la
justicia tradicional en relación con la familia, huéspedes, suplicantes, etc.
142 La lucha de la idea dem ocrática
24 399.
25 Hoy se cree que las Suplicantes es posterior a las G uerras M édicas.
26 Cf. M urray, ob. cit.. p. 112 ss.
27 G. T hom son, E schilo e A tene, 1949, p. 439 ss.
144 L a lucha de la idea dem ocrática
28 Com o siem pre, encontram os aún muy vivos los elem entos prem orales de
que hem os hablado: P rom eteo se duele ante todo del placer de sus enem igos (156
ss.) y cree ju sto odiarlos y m altratarlos (975 ss., 1042); piensa que ceder ante Zeus
sería cobardía mujeril (1003).
2. E squilo y la ruptura del dilem a trágico 145
tentiza una vez más esa piedad por la víctima indefensa que es la
mayor acusasión contra la injusticia de que es objeto.
Pero no es esto sólo, sino que en pasajes aislados se dan
definiciones positivas de lo que debe ser la justicia de un rey.
Con una cierta contradicción consigo mismo cuando admitía una
felicidad y abundancia justas, en otros pasajes Esquilo aboga por
la moral de la medida, identificada con la Justicia. El coro habla
de los que «respiran Ares (la guerra) más de lo que es justo» y de
la abundancia que sobrepasa el límite más excelente33 y pide
una vida media, no para ser conquistador ni conquistado. El
mismo Agamenón da un programa de gobierno — con hipocresía,
com o demuestran los hechos— que responde al ideal de Esquilo:
deliberará con la Asamblea, cuando tenga que castigar lo hará
«con benevolencia» (εύφρόνως); quiere ser honrado como un
hombre y no com o un dios, dice que Dios mira con benevolencia
al que impera con blandura y que es grande el poder de la opinión
del pueblo. En otros pasajes en que también habla el coro se
contrapone al abuso de poder del rey, empleado en su beneficio
personal, la ira del pueblo que se ve desatendido y perjudicado:
es grande la fuerza de la ira del pueblo; Clitemestra ha incurrido
en la maldición popular y quedará excluida de la comunidad; se
abomina de la tiranía. La opinión del pueblo en pasajes como
éstos y en realidad en toda la actuación del coro coincide con el
orden religioso y justo que el tirano desprecia en su hybris: he
aquí una doctrina de que uox populi uox Dei y de que la maldi
ción popular coincide con el castigo divino. Agamenón ha pasado
por la muerte de su hija y de sus súbditos por causa de su sola
ambición y amor propio: de aquí que Clitemestra y el pueblo
estén contra él. Pero mientras que la primera llega al crimen, el
pueblo no: representante de la Justicia, sabe que ésta consiste
también en el respeto a la autoridad. El tema mítico imponía que
esa autoridad fuera el rey, y de aquí que se le acuse de tiranía y,
al tiempo, se censure su muerte. El crimen de Clitemestra lo es
no sólo porque se trata de un marido y, en general, de la muerte
de un hombre por una mujer, sino también porque Agamenón es
el rey. Como no se aprueba la matanza de la familia real de
Troya, de la que Agamenón se jacta insensatamente.
33 374 ss.
2. E squilo y la ruptura del dilem a trágico 147
35 Cf. sobre todo esto R einhardt, ob. cit., p. 152 ss.; R. A. L ivingstone,
«T he Problem o f the E um enides of A eschylus», J H S , 45, 1925, página 120 ss.;
E. R. D odds, «M orals and Politics in the O resteia», P C P hS N. S., 6, 1960,
pp. 19-31.
150 La lucha de la idea dem ocrática
36 551. Cf. C. V erde C astro, Dos notas a E squilo, L a Plata, 1957, p. 30.
37 802.
* 1025 ss.
39 A gam enón, 180 ss. A quí y en o tro s puntos mi interpretación difiere todo
cáelo de la nuevam ente pro p u esta p o r L loyd-Jones, J H S 76, 1956, pp. 55.67, y
CQ 12, 1962, pp. 187-99.
40 138 ss.
2. E squilo y la ru p tu ra del dilem a trágico 151
50 Cf. E. A. H avelock, The liberal tem per in greek P olitics, Y ale, 1957,
d .
52 ss.
51 Cf. Solm sen, ob. cit., p. 144 ss.
52 N estle, ob. cit., p. 83, habla de «objetivación» en Zeus de la evolución de
los «führende G eister».
2. E squilo y la ru p tu ra del dilem a trágico 153
esperada por Esquilo con aquella otra sobre la que los sofistas
teorizan. Esquilo trabaja con valores absolutos, eternos en suma
(aunque actúen históricamente): chocan autoridad y libertad,
Ley y Piedad. Su originalidad consiste en fundar un sistema
democrático por la conciliación de valores que, en sí, tienden a
excluirse. También los primeros sofistas hablan de esa concilia
ción, como veremos: pero en ellos se trata de intereses más que
de principios y la conveniencia y la utilidad son las fuerzas
motoras del acuerdo, que es más bien simple transacción. Por
ello la democracia fundada teóricamente por Esquilo es una de
mocracia que podemos llamar religiosa, porque en el mundo
divino están anclados sus valores decisivos y de él depende la
conciliación de esos valores; mientras que para la época posterior
hablaremos de democracia laica, por más que no haya separación
entre Estado y religión, porque en definitiva los valores que
ahora se siguen proceden del mero acuerdo entre los hombres y
son, por tanto, relativos.
Pero volvamos al punto del que nos habíamos desviado. El
presente, en conclusión, debe ser ganado. Hay medios humanos
y divinos para ello, pero se trabaja sobre fuerzas demoníacas,
llenas de peligros, que no ofrecen seguridades absolutas. N o hay
racionalismo optimista más que combinado con otros muchos
factores: Esquilo y Atenas laboran sobre fuerzas vivas y no sobre
abstracciones racionales. Tampoco hallamos el pesimismo resig
nado y ahistórico de la aristocracia, que todo lo confía a la
sophrosyne humana y la ayuda divina. Ha influido esta concep
ción, sin duda, pero ha quedado enriquecida y ampliada por la
nueva idea de la Justicia. Como han influido seguramente Herá-
clito y Jenófanes, que dan la esperanza, junto con la democracia
ateniense, pero más intelectualmente que ésta, en el triunfo de
una conducta racional, apoyada en el carácter racional de la
divinidad. Racionalismo este que no es puro esquema simplista,
sino que representa la creencia en la excelencia de un orden
querido por los dioses y al servicio del cual están en definitiva las
aparentes contradicciones de la realidad — como el dios de Herá-
clito es razón e implica contradicción— . A este orden aspira el
hombre y hay leyes y principios de fundamento divino que
pueden ayudarle. Pero esta identidad esencial de todo acontecer
no lleva a resultados infalibles; no sólo hay el obstáculo de las
fuerzas demónicas de la hybris, sino que el progreso depende de
fuerzas afectivas de éxito imprevisible en cada caso aislado; no
puede predecirse cuándo acabará el sufrimiento y llegarán el
conocimiento y el perdón. La ciencia sofística acentuará el carác-
154 L a lucha de la idea dem ocrática
55 Sobre su sim patía por P rom eteo, pese a su orgullo, y la perm anencia de los
dones de éste, cf. N estle, ob. cit.. p. 79 ss.
156 L a lucha de la idea dem ocrática
3 Así, por ejem plo, U ntersteiner, ob. cit., p. 3, sobre Protágoras (pero cf. p.
294, sobre el dem ocratism o de Hipias); A. M. A dkins, M erit and ResponsabiUty,
O xford, 1960, p. 238 ss. (la sofística com o continuación de una tradición prem o
ral); N . Petruccelli, «A ristofane e la sofistica», Dioniso, 20, 1957, p. 51.
4 Así, por ejem plo, en N estle, Vom M ythos zum Logos, Stuttgart2, 1942, p.
265 ss.; Jones, A thenian D em ocracy, O xford, 1957, p. 55 ss.; E. A. H avelock,
The liberal Tem per in greek P olitics, N ew Y ork, 1957, p. 155 ss. (es el libro más
im portante, aunque descuida la relación de la ideología con la realidad contem po
ránea y su evolución).
5 U na excepción es V. E hrenberg, Sophokles und Perikies (entre otras
obras), pero aun aquí hay pocas referencias a la sofística.
166 L a lucha de la idea dem ocrática
9 Suplicantes, 244.
10 C f., entre otros, W. W . G olow njá, A ristophanes, M oscú, 1955.
3. T eorías políticas de la ilustración en su prim era fase 171
3. La naturaleza humana.
25 B 245.
26 B 179.
27 M em orables, IV , 4.
180 L a lucha de la idea dem ocrática
33 B 251.
34 B 226.
35 B 266.
36 A 37 s.
184 L a lucha de la idea dem ocrática
vidualism o que son el anuncio de una nueva edad. C f., por ej., su cosm opoli
tism o y su pesim ism o sobre el estado actual de la sociedad hum ana; su aprecio
por valores individuales com o la placidez de ánim o, com o los m ás altos siguiendo
el criterio de lo conveniente; su desprecio p o r el poder en cuanto inferior a la
ciencia especulativa y su recom endación de no afanarse dem asiado en lo público
ni en lo privado para no p e rd er la calm a de espíritu; su sentido de la com unidad
hum ana en la desgracia; finalm ente, su voluntarism o y su interiorización del
criterio de la conducta, de que nos ocuparem os m ás adelante.
188 L a lucha de la idea dem ocrática
6. La virtud.
7. L a guía de la razón.
64 C f., por ej., N estle, oh. cit., p. 269 ss.; H avelock, ob. cit., p. 249 ss.
Sobre el punto de vista epistem ológico, cf. infra, p. 256 ss.
65 E n B acantes, 201 ss., alude E urípides a los intentos de rebatir las tradicio
nes ancestrales con un logos. E ste es, evidentem ente, un logos «fuerte» desde el
pun to de v ista sofístico (hay alusión a la 'Α λή θεια o Καταβάλλοντες de Protágo
ras): la búsqueda de los valores profanos m ás convenientes.
200 L a lucha de la idea dem ocrática
66 Mme. de Romilly, H istoire et raison chez. Thucydide, Paris, 1956, p. 181 ss.
67 Cf. A ristóteles, R etórica, 1402 a (el «hacer m ás fuerte» es hacer más
verosím il).
68 Clem ente de A lejandría, Strom ., V I, 65.
69 En consecuencia, la afirm ación de Platón, E utidem o, 286 c, de que para
Protágoras no es posible la antilogía (porque todo es verdad) no casa con el resto
de nuestros datos.
3. T eorías políticas de la ilustración en su prim era fase 201
70 V I, 18.
202 L a lucha de la idea dem ocrática
71 B 51, 181.
72 B 181.
73 Pródico en Jenofonte, M em orables, II, 1, 31; A nón, la m b í., 7, etc.
74 H écuba. 816.
75 Suplicantes, 112.
16 Fr. 170.
77 H ipólito, 487.
78 M edea, 580.
3. T eorías políticas de la ilustración en su prim era fase 203
103 Cf. tam bién la definición com o enferm edad, en los hipocráticos, de todo
lo que causa dolor (De fla tib u s, 1) y la com paración por D em ócrito, B 31, y
Protágoras (Platón, Teeteto, 166 d) del sabio que quita dolores v el m édico.
212 L a lucha de la idea dem ocrática
1 Cf. algunas ideas sobre todo esto en «Ciencia griega y ciencia m oderna»,
R evista de la U niversidad de M adrid, 9, 1961, p. 300 ss.
216
4. P e n d e s y la dem ocracia de su época 217
Sin embargo, hay que añadir que la isonomía sufre una res
tricción de origen tradicional. Al igual que en las aristocracias la
igualdad de los nobles no era obstáculo para que de entre ellos
destacaran algunos con una «virtud» (areté) sobresaliente, tam
bién aquí se nos dice que hay grados de «virtud» y que los que
destacan en ella son honrados con preferencia; son gentes que
tienen mayor αξίωμα «prestigio», es decir, al tiempo que «vir
tud», fama (εύδοκιμοϋντες). El esquema es en principio absolu
tamente aristocrático; la «virtud» es algo unitario que no necesita
ulterior precisión y va acompañada de poder y fama — ideal
homérico y pindárico— . De un modo semejante, en otro discurso
de Pericles se hablará de la άξίωσις de Atenas. El principio está
traspuesto a la esfera internacional, en la que juega ampliamente:
es la areté superior de Atenas, realizada en δύναμις «fuerza» y
άξίωσις «prestigio» (reconocimiento de esa cualidad privilegiada)
la que justifica su mando sobre los aliados.
Solamente ocurre que esta tesis tradicional no es tan fácil de
compaginar con la idea de la igualdad. Cierto que Protágoras
había adaptado las ideas precedentes al ideal democrático, ha
ciendo de la «virtud» que da el mando el resultado de la combi
nación de naturaleza y ciencia, es decir, quitándole todo rasgo
hereditario (nobleza) o externo (riqueza), etc. Pero en la práctica
la «virtud» que es elevada al mando lleva indisolublemente uni
dos rasgos tradicionales. En política internacional la actuación de
Atenas se basó en su poderío, pese a las atenuaciones que se
intentaron y que luego veremos6. En política interior sucede que
en la práctica el «prestigio» no acompaña solamente a la excelen
cia de «virtud», sino también (normalmente en combinación con
ella) a la pertenencia a la antigua nobleza. En las aristocracias la
igualdad de derechos y deberes es compaginable con la dirección
de personalidades relevantes (con tal que mantengan un cierto
μέτρον o «medida») y no se presta consideración al resto; ahora
se piensa en el conjunto de la ciudad de un modo análogo, pero
queda una huella de las antiguas diferencias, tanto por prestigio
tradicional como porque es la aristocracia la que por sus dones
de fortuna y experiencia política y militar está más capacitada
para llevar el mando. En suma: Pericles no dice toda la verdad
cuando funda el «prestigio» de que habla exclusivamente en la
13 II, 62.
14 Cf. C. H ignett, A H istory o f the A thenian C onstitution, O xford, 1958,
p. 248, y m ás arriba, p. 121 ss.
4. Pericles y la dem ocracia de su época 227
15 Salvo en cuanto los oradores atenienses (I, 175; V I, 82) hacen n otar que
los jonios vinieron a b u scar la ayuda de A tenas.
16 Sobre todo esto cf. A. Μ. M. Jones, A thenian D em ocracy, O xford, 1957,
p. 63 ss., y sobre todo H. S trasburger, «T hukydides und die Politische Selbst
darstellung der A thener», H erm es, 86, 1958, p. 17 ss. T am bién supra, p. 114.
17 E n el prim er discurso de Pericles (I, 76 s.) se dice que el dom inio de
A tenas es m ás ju sto de lo que perm itiría su fuerza: se trata de un eco de la m ism a
idea.
228 L a lucha de la idea dem ocrática
18 Cf., por ejem plo, Píndaro, OI. X I), 2 (y H . Strohm , Tyche, Stuttgart, 1954,
p. 25 ss.); E squilo, P ersas, 345 s.; la θεία μοϊρα de Sófocles, Fr. 197; etc. En
éstos y otros autores la m ism a realidad se describe otras v eces com o sim ple obra
divina.
19 II, 64.
20 Sobre la antigua M edicina, 1; Sobre el arte, 4 ss.
21 Cf. J. de Romilly, H istoire et raison chez Thucydide, París, 1956. p. 302
y siguientes.
230 L a lucha de la idea dem ocrática
57 Cf. W ade-G ery, «T hukydides the son o f M elesias», E ssays in G reek H is
tory, O xford, 1958, p. 241 ss.
58 Cf. P seudo-Jenofonte, 2, 1.
59 Cf. Schacherm eyr, ob. cit., p. 192 ss., sobre la concepción del E stado
com o una institución puram ente utilitaria al servicio del individuo; y W ade-G ery,
1. c ., p. 249, sobre la debilidad de la infantería ática.
60 Cf. H ignett, p. 254; L evi, ob. cit., p. 137 ss.; M iltner, ob. cit., col. 754.
E xposiciones que se basan en la idea contraria, com o la de H om o, resultan
4. Pericles y la dem ocracia de su época 243
incoherentes. Cf. tam bién C loché, L a dém ocratie athénienne, París, 1957, pp. 99
y 104.
61 Cf. E hrenberg, ob. cit., p. 211 ss.
62 Cf. H . B erve, P erikles, p. 5.
63 L a llam ada paz de Calías, cuya realidad ha sido negada, sin fundam ento,
por algunos. Cf. W ade-G ery, «The peace of C allias», 1. c ., p. 201 ss.
244 L a lucha de la idea dem ocrática
baba; lo s roces eran sobre todo con Corinto. Hizo que el tributo
fuera moderado, incluso lo rebajó a veces para evitar la irrita
ción 75; pero organizó la tributación de una manera regular y
estricta. Se resignó a perder pequeñas ciudades en Caria o Licia,
que no valían el esfuerzo de mantenerlas, pero aplastó la suble
vación de las islas esenciales (Eubea el 446, Samos el 441/39) y
aseguró los puntos clave asentando cleruquías. Una vez aceptado
el principio de la existencia de un imperio, Pericles combinó la
moderación y la fuerza para mantenerlo intacto. Y cuando fue
amenazado por los peloponesios, a quienes inquietaba, no vaciló
en ir a la guerra para defenderlo: si para hacer la paz tuvo que
dominar el ímpetu expansivo de Atenas, para hacer la guerra
tuvo que despertar a los atenienses, que seguían ahora — por
obra del propio Pericles— ideales de pacifismo y prosperidad, y
hacerles ver que las concesiones sólo arrancaban nuevas exigen
cias y que todo su sistema de vida estaba amenazado. Es claro
que la estrategia de Pericles era puramente defensiva76, no tendía
a derrotar decisivamente a Esparta, sino a desgastarla gracias a la
superioridad naval y financiera de Atenas — la fuerza de la demo
cracia— y hacerla reconocer el statu quo, es decir, el imperio
ateniense, como ya lo reconoció el año 446. El primero y tercer
discurso que le atribuye Tucídides tienen por objeto defender la
estrategia poco heroica y tradicional que preconizaba, el largo
desgaste del enemigo sin peligrosos choques frontales, como la
más racional y adecuada al fin que se perseguía dadas las circuns
tancias y la naturaleza del poderío de los dos bandos enemigos.
Porque el pueblo, que había entrado en la guerra a disgusto,
quería aplicar ahora, desde que vio los campos talados, los recur
sos de una guerra tradicional: se llegó a tachar a Pericles de
cobardía77, se le multó y quitó el cargo de estratego una tempo
rada. El se defendía diciendo, con razón78, que no era él quien
había variado y sí el pueblo y que su plan (γνώμη) no había
sufrido ningún otro revés que la aparición de la peste, factor
irracional imprevisible. Tucídides le da la razón, y en realidad la
guerra arquidámica terminó, con la paz de Nicias, con una victo
ria de Atenas en el sentido de Pericles79. Pericles — dice Tucídi-
80 II, 65.
81 Ya T em ístocles. su p redecesor, sostiene una idéntica filosofía (en H eródo
to, V III, 60): los hom bres que planean correctam ente obtienen casi siem pre
resultados correspondientes (la victoria); cuando no, tam poco la divinidad les
ayuda. C on esto se elim ina en la práctica la divinidad; Pericles ni siquiera la
m enciona ya.
82 Cf. Romilly, H istoire et ra ison..., p. 180 ss.; H avelock, ob. cit., p. 241 ss.
248 L a lucha de la idea dem ocrática
83 Cf. H om o, ob. cit., p. 216 ss.; De Sanctis, ob. cit., p. 152 s., y la
bibliografía citada, η. 64.
84 M uy c aracterística tam bién de Pericles es la fundación de T urios con un
plano y una constitución previam ente establecidos por dos representantes del
radicalism o contem poráneo, H ipódam o y P rotágoras. Igual ocurre con las cleru-
quías.
4. Pericles y la dem ocracia de su época 249
85 Sobre la ομόνοια, cf. supra, p. 186 ss.; sobre el οίκ τος o piedad, pp. 146 y
186.
250 L a lucha de la idea dem ocrática
86 Cf. sobre todo e sto Sainte-C roix, «The ch ara cte r o f the A thenian Em pi
re», H istoria, 3, 1954, p. 1 ss.
87 M em orables, I, 2, 40 ss.
4. Pericles y la dem ocracia de su época 251
91 Año 444 a. C.
93 El descubrim iento del am or en Grecia, M adrid, 1959, p. 164 ss.
4. Pericles y la dem ocracia de su época 253
94 Plutarco, Pericles, 6.
254 L a lucha de la ¡dea dem ocrática
95 Cf. p. 155.
% C arácter divino del νους.
4. Pericles y la dem ocracia de su época 255
99
Platón, Teeteto, 166 d; H avelock, ob. cit., p. 248 ss. Cf. tam bién supra,
p. 182.
100
A ristóteles, Retórica, III, 10.
101
Plutarco, Pericles, 8.
102
A ristóteles, Retórica, I, 7.
103
Ibidem , 32 (proceso de A spasia), 37 (concesión de la ciudadanía al hijo de
ésta).
104
Fr. 98 Ed.
105
Cf. N estle, ob. cit., p. 311 ss.; U ntersteiner, The Sophists, O xford, 1954,
p. 101 ss.
258 L a lucha de la idea dem ocrática
130 L. c „ 8.
131 A tenea es φ ρ ό ν η σ ις, por ejem plo (Fr. B 2).
4. Pericles y la dem ocracia de su época 263
12 Así, W ells, ob. cit., p. 197; cf. tam bién H ellm ann, 1. c ., p. 246.
13 Cit. supra, n. 3.
274 La lucha de la idea dem ocrática
14 Cit. su p ra , n. 8.
15 H erodotus, fa th e r o f H istory, O xford, 1953.
16 The W orld o f H erodotus, L ondres, 1962.
17 E studios clásicos, 6, 1961, p. 18 ss.
18 Cf. Pohlenz, ob. cit., p. 107.
19 Por ejem plo, Schm id, oh. cit., p. 571 ss.; M yres, oh. cit., p. 55 ss.
20 De la segunda G u erra M édica: castigo de la ayuda a Jonia y de M aratón,
intrigas de H ipias, etc. Cf. Regenbogen, I. c ., p. 235 ss.
5. T radicionalism o y dem ocracia en H eródoto y Sófocles 275
21 VI, 45.
22 Cf. V II, 226 y V III, 124. H eródoto expresa en estos casos la estim ación
com ún.
23 V III, 79.
24 Cf. II, 177 («felicidad» en E gipto bajo A m asis com o el m ejor elogio).
25 Cf. M yres, ob. cit., p. 51; H ellm ann, I. c ., p. 254.
276 L a lucha de la idea dem ocrática
31 IV , 205.
32 V, 55.
278 L a lucha de la idea dem ocrática
33 Cf. V II, 12 y 53, y V II, 8-9, donde Jerjes y M ardonio invocan los tem as
tradicionales del valor y el honor para que se realice la expedición; I, 37 (atribu
ción de iguales valores al hijo de C reso, que m uere sin culpa personal); etc.
5. T radicionalism o y dem ocracia en H eródoto y Sófocles 279
38 IX , 16.
39 I, 4.
" III, 80.
5. Tradicionalism o y dem ocracia en H eródoto y Sófocles
41 C f., sin em bargo, L egrand, ob. cit., p. 124 s., sobre la adm iración por la
habilidad. Tam bién H ellm ann, 1. c., p. 246 ss.
* III, 108.
43 Solón es llam ado «sabio» (I, 30, etc.).
44 V II, 50; IX , 16; etc.
45 Así, Stoessl, ob. cit., p. 479.
46 Ju n to a otras ya aludidas, com párese la tolerancia y adm iración m ás o
m enos encubierta de la m entira en los pasajes citados (cf. III, 72) con elelogio
de la veracidad de los persas (por ejem plo, I, 138) y su incorporación a la
noción del ά γα 3ός (supra, p. 282).
282 L a lucha de la idea dem ocrática
17 V, 84.
48 V II, 51.
49 V III, 68.
50 VII, 68.
51 VI, 106.
52 V III, 137.
53 I. 97·
54 Por ejem plo, el rapto de H elena por Paris es descrito ya com o «injusticia»
ya com o «acción impía» (II, 113 y 114); la m uerte del ladrón por su herm ano en la
historia de Ram psinito es tam bién «muy impía» (II, 121); cf. tam bién V III, 105 a.
(un caso de castración); etc.
55 Cf. la estratagem a de D eioces (I, 97) para probar que no se puede vivir sin
justicia.
284 L a lucha de la idea dem ocrática
63 III, 142.
61 V, 37.
65 III, 80.
66 II, 167.
5. Tradicionalism o y dem ocracia en H eródoto y Sófocles 287
68 Trach., 1278.
5. Tradicionalism o y dem ocracia en H eródoto y Sófocles 291
73 Cf. sobre este tem a Schadew aldt, Sophokles und das Leid. Postdam , 1941.
74 Ob. cit., p. 41 ss.
5. T radicionalism o y dem ocracia en H eródoto y Sófocles 293
5. El héroe sofócleo.
77 Sophocles and G reek P essim ism , A m sterdan, 1952. Sobre lo que sigue, cf.
sobre todo pp. 49, 109, 145, etc.
296 L a lucha de la idea dem ocrática
78 Cf. sobre este tem a H . D iller, «Das S elbstbew usstsein der sophokleischen
P ersonen», W St, 69, 1956, pp. 70-85.
79 σ ο φ ό ς γάρ ούδείς πλή ν ον 6ίν τιμά 8εός, fr. 226.
5. T radicionalism o y dem ocracia en H eródoto y Sófocles 297
80 Ayax, 1399.
5. Tradicionalism o y dem ocracia en H eródoto y Sófocles 299
Oe. C„ 919.
Fr. 13.
Fr. 532.
Fr. 606.
Fr. 329.
Cf. Phil., 685 (ϊσ ο ς ών ί'σοις άνήρ).
Cf. W ebster, ob. cit., p. 83 ss.
302 L a lucha de la idea dem ocrática
1. Consideraciones generales.
(άπατη) es el camino que utilizan las artes para lograr sus efec
tos. Se trata, en suma, de dar realidad a una cosa que no la tiene
y es «más justo» el poeta trágico que logra realizar ese «engaño»
y «más sabio» el espectador que se deja engañar10. Pues así logra
ese espectador mayor placer. Es este fin del placer, que exige del
poeta constantes novedades, bien diferente del que la tradición
asignaba a la poesía: ser guía de la virtud, y de una virtud
esencialmente comunitaria.
Es, pues, bien claro que en Gorgias existen las raíces de un
individualismo hedonista que encontramos más explícito en otros
lugares. Sus rasgos humanitarios aparecen expresados en el Epi
tafio y Palam edes, junto con los de búsqueda del saber y la
belleza y otros tradicionales o moralistas. En conjunto lo más
propio de él es ese ideal de vida plácida y cultivada, tolerante y
comprensiva de la naturaleza humana. Está en el polo opuesto
del absolutismo socrático, como hombre que, si no niega en
absoluto la existencia de la verdad, desconfía mucho de alcan
zarla en la práctica y se contenta con menos. Su antecesor es
Simonides e ideas semejantes surgen en varios pasajes de Eurípi
des. Nada de extraño que se añada el rasgo del panhelenismo,
que es un anticipo del cosmopolitismo y que hereda luego su
discípulo Isócrates. Filóstrato nos transmite su frase de que, las
victorias de los griegos sobre los griegos reclaman trenos11.
10 Fr. B 23 y 23 a.
11 Vit. Soph., I, 9, 5.
6. El nuevo pensam iento durante la guerra del Peloponeso 315
22 A ndrom ., 925.
23 P er., 13.
24 Plu., Cim ., 4.
25 B 111, 214.
26 Por ejem plo, F rs. 164, 822, 823, 909.
27 B 49.
6. El nuevo pensam iento du ran te la guerra del Peloponeso 319
37 H eL, 902 ss. O tras m anifestaciones de pacifism o en A ndr., 1044, Fr. 282
463, etc.
* H ipsip., 49.
6. El nuevo pensam iento durante la guerra del Peloponeso 323
45 G org., 515 c.
46 Gorg. 483 e.
47 Oh. cit.. p. 238.
6. El nuevo pensam iento durante la guerra del Peloponeso 329
53 I, 14.
332 L a lucha de la idea dem ocrática
64 II, 65.
65 Cf. H ans H erter, «Pylos und M elos». R hM , 97, 1954, p. 343 ss.
6. El nuevo pensam iento durante la guerra del Peloponeso 337
66 Fr. 19.
338 L a lucha de la idea dem ocrática
8. M oralismo e interiorización.
76 Or., 396.
77 Or., 493 ss.
6. El nuevo pensam iento durante la guerra del Peloponeso 345
80 En algunos casos, contra lo «conveniente» (así. por ejem plo. Lisias. XXI,
12, y otros ya aludidos de Eurípides).
6. El nuevo pensam iento durante la guerra del Peloponeso 347
10. Conclusión.
352
?. Sociedad y política durante la guerra del Peloponeso 353
1 Cf. E hrenberg, The P eople o f A ristophanes, pp. 81 ss., 93 ss., 131 ss.
354 L a lucha de la idea dem ocrática
2 Cf. sobre todo esto C laude M ossé, La fin de la dém ocratie athénienne,
París, 1962, pp. 26 ss., 147 ss.; E hrenberg, ob. cit., pp. 71, 172 ss.
7. Sociedad y política durante la guerra del Peloponeso 355
5 Sobre la justicia de clase, cf., por ejem plo, Lisias, XXX, 22; X X V II, 1; IX,
11; A ristófanes, E p., 1358-61. Sobre los sicofantas, infinitos pasajes de A ristófa
nes, Lisias, etc. Sobre la insolencia y corrupción de los oradores y dem agogos,
A ristófanes, Eq„ 45, 181, 218, 256, 315, 438; E ccl. 206; Pax, 444, 545; etc. Sobre
la cobardía y disposición tiránica del pueblo, A ch ., 491; E q., 1111, 1330, 1350;
V esp., 587, etc.
Cf. Jones, A thenian D em ocracy, p. 56 s.
7 Jones, ob. cit., p. 59.
358 L a lucha de la idea dem ocrática
8 Pero son exageradas indudablem ente alegaciones com o las de Cárm ides en
Jenofonte, M em ., IV, 29 ss., de que el pobre en A tenas tiene m uchas más
ventajas que el rico. Sólo ve los inconvenientes de éste y no los del prim ero.
9 Cf. R. von Pöhlm ann, G esch. der sozialen Frage und des Sozialism us in
der antiken Welt, M unich, 19253, I, p. 293 ss.; y, entre otros tex to s, A ristóteles,
Polit., 1280 a. L as utopías aludidas en p. 328 tienen este fundam ento profundo.
10 Cf., por ejem plo, Platón, R esp ., 550 c; A ristóteles, P olít., 1279 b, 1290 b,
1291 b, 1310 a, 1315 a. e tc .; y Pöhlm ann, ob. cit., pp. 236 y 251 ss.
7. Sociedad y política d urante la guerra del Peloponeso 359
28 Cf. tam bién T ucídides. II, 53, sobre la desm oralización en la vida privada
producida por la peste de A tenas.
2<< II, 47, 53.
7. Sociedad y política durante la guerra del Peloponeso 373
30 Sobre N icias en general, cf. Luis Gil, «L a sem blanza de N icias e n Plutar
co», E. Clás., 6, 1962, pp. 404-50, y la bibliografía allí recogida. T am bién mi
capítulo en la introducción a la Vida de Pericles y N icias, M adrid, S. E. E. C.,
1961, pp. 40-45.
374 L a lucha de la idea dem ocrática
31 P lutarco, loe. cit., V II, 3; V III, 2; X IX , 10; XX, 8; A ristófanes, A ves, 640;
E q., 358 s., etc.
31 A ristófanes, E q., 355; P lutarco, loe. cit., X, 8; X I, 2; X X II, 2.
376 L a lucha de la idea dem ocrática
5. Conclusión.
SOCRATES Y PLATON
Y SU NUEVO PLANTEAMIENTO
Capítulo 1
EL MORALISMO SOCRATICO
385
386 Sócrates y Platón y su nuevo planteam iento
3 M em ., 1, 6, 13.
4 M em ., III, 2, II.
I. El m oralism o socrático 389
15 M em ., I, 2. 34.
1. El m oralism o socrático 393
16 Platón, A pol., 29 c.
11 A pol., 35 b ss.; cf. M em ., I, 2, 40 ss. (diálogo entre Pericles y Alcibiades,
sobre el cual cf. p. 269).
394 Sócrates y Platón y su nuevo planteam iento
19 Platón, A pol., 31 e.
20 M em ., IV , 1, 2; 3, 11; Platón hereda e sta misma doctrina.
21 M em ., I, 1-10; IV, 6, 1. Se equivoca M aier, ob. cit., p. 268 ss., 376, e tc ., al
tratar de elim inar el elem ento dialéctico de Sócrates y reducir su actividad a lo
realm ente «útil» éticam ente.
22 M aier, ob. cit., p. 357. Se funda, de o tra parte, en la concepción tradicional
del acto de voluntad com o una elección dependiente de la inteligencia; cf. Snell,
ob. cit., p. 183; D rexler, art. cit., p. 196 s.
396 S ócrates y P latón y su nuevo planteam iento
23 Cf. van G roningen, «Le grec et ses idées m orales», A cta C ongressus
M advigiuni, II, 1958, p. 62 ss.
t. El m oralism o socrático 397
25 Cf. una crítica de la dialéctica socrática en D rexler, art. c it., p. 191 ss.,
quien ve una justificación de su a b strac to form alism o en la correlación (prerracio-
nal) que existe entre el λ ό γ ο ς y la φ ύ σ ις. Cf. tam bién Stenzel, Sokrates, RE, III
A, col. 834.
1. El m oralism o socrático 399
todo liombre; pero cree que falta mucho para que la de la mayor
parte de ellos esté Men desarrollada, por lo que tiende a eliminar
los en la práctica de la actividad política. Por lo demás, una vez
conocida la. verdad, es suficiente que unos cuantos hombres se
dediquen a hacerla fructificar entre los demás. Esto es válido
tanto para el plano de la política en el sentido tradicional com o en
el de la nueva política moralista. Pues hemos visto que, salvo
restos de concepciones anteriores, la finalidad de la política no es
el Estado com o tal, sino el hombre. Y , dentro del hombre, su
reforma moral.
Hay, pues, larvada en Sócrates una política moralista y totali
taria: reacción contra la descom posición de la democracia y
abstracción a la vez de la antigua política tradicional una vez
liberada de contradicciones por obra de la razón. Esta reacción
va a influir profundamente en los ideales políticos de las edades
subsiguientes, mezclada con otros elem entos. Pero tomada por sí
sola empobrece el panorama de la acción y la vida del hombre,
tan ricamente descritas en los trágicos; su racionalismo rígido y
esquemático no es una solución satisfactoria.
Sócrates ha destruido tanto la religión com o la política grie
gas. Ha puesto al tiempo los fundamentos, es verdad, de una
religión y una política universales, pero parciales e insuficientes.
Es lo más fácil que él no se haya dado cuenta completa de su
obra, que no llegó a adquirir plena coherencia, como hemos
tratado de hacer ver.
6. El individualismo socrático.
Hemos apuntado ya cómo la política y la religión platónicas,
con su moralismo totalitario, tienen claros precedentes socráticos
que a su vez provenían de una racionalización de elementos
tradicionales de Atenas. Pero de Sócrates descienden, a más de
Platón, Antístenes y Aristipo, que abren las filosofías helenísti
cas, dirigidas más al individuo que a la colectividad. En Sócrates
encontramos claros precedentes de sus posiciones. Platón ha
desarrollado sólo una parte de la herencia socrática.
Lo que importa a Sócrates es la reforma del hombre; la de la
sociedad es sólo una parte de ésta. En obras platónicas como el
Gorgias la posición es todavía la misma, pero tenemos motivo
para pensar que para Platón la filosofía socrática fue solamente el
punto de apoyo para construir su teoría del Estado, que era su
interés primordial; bien que luego, fracasado en sus experimentos
políticos, hizo suyo el ideal del sabio, ideal puramente individua
1. El m oralism o socrático 407
I. Sócrates y Platon.
408
2. L a alternativa platónica 409
2. El Gorgias.
8 Leg., 631 d.
9 Cf. Leg., 714 d: el pueblo y el tirano buscan lo conveniente para sí m ismos;
712 e ss.: los E stados actuales no son tales E stados, sino que son denom inaciones
según el grupo dom inante.
414 S ócrates y Platón y su nuevo planteam iento
10 Leg., 697 c.
11 R esp., 547 b-c. Cf. tam bién Jäger, P aideia, III, p. 397 ss.
2. L a alternativa platónica 415
los aplica apenas más que a las clases superiores. Es notable que
también en Esparta el ensayo de igualación y unificación se
hiciera sólo entre ellas. Como quiera que sea y aun con estas
limitaciones, resulta claro que en Platón hay indicios de un nuevo
ciclo de cultura humanista, gérmenes de un nuevo desarrollo de
esta idea. Incluso considerando en bloque todo su Estado ideal,
puede observarse que, en un cierto sentido, no es la suya una
sociedad clasista, en cuanto los de arriba no tienen privilegios
— más bien al contrario— y los de abajo dependen de aquellos
solo porque éste es su propio interés. De otra parte, las limita
ciones impuestas en el derecho de la guerra entre griegos y aun
entre griegos y bárbaros, nos recuerdan, aunque sean menos
radicales, a ciertos sofistas que defendían ideas panhelénicas y
otras favorables a la igualdad humana.
Todo esto nos prueba lo condicionada que está histórica
mente la concepción platónica y lo aventurado que es juzgarla en
bloque. Pero ahora veremos todavía otros aspectos del problema
de la interpretación de Platón. Los elementos progresivos o
reaccionarios que éste presenta respecto a la política y al pensa
miento de su tiempo son menos importantes que la consideración
de la nueva orientación que se deduce para todo el pensamiento
filosófico de Platón de su teoría política, que es su punto de
partida. Significa en efecto la rotura en definitiva con toda
postura relativista; significa una restauración, bajo una forma
nueva, de toda una antigua postura tradicional que integraba
acción y pensamiento, razón e inspiración. De los principios de la
especialización y la técnica surgen situaciones no disímiles de
la vieja política aristocrática: al menos en la práctica y contra la
voluntad del maestro. Y así, por un largo rodeo, las ganancias de
Platón en torno a la solidaridad humana y al organici smo del
Estado, se traducen en deterioro de los valores individuales y de
la libertad y en la introducción en la ciudad de la violencia, que
se había querido expulsar de ella. Veamos uno tras otro todos
estos extremos.
demoledoras del orden social y que, sin embargo, han sido vistas
en época moderna com o perfectamente realizables. Me refiero,
por ejemplo, a la liberación de la mujer, del esclavo, del extranje
ro, cuyos fundamentos teóricos pusieron Eurípides y Antifonte
entre otros; la extensión a ellos del postulado de la común natura
leza humana chocó en Grecia con las viejas «ataduras» del na
cionalismo, de la supremacía masculina, etc. Por otra parte, la
igualación de pueblo y aristocracia chocaba con dificultades eco
nómicas evidentes y sólo pudo ayudarse algo a la situación me
diante la explotación del imperio ateniense, es decir, mediante
una escisión de conciencia que propugnaba el humanitarismo
sólo para el interior. Algo de esto ha sucedido también en época
moderna, hasta el punto en que el imprevisible desarrollo indus
trial y técnico ha creado o está creando las bases para una
posible solución del problema. Como decíamos al comienzo, una
experiencia histórica no agota las posibilidades de solución, ni
siquiera pone en juego todas ellas. La fantasía creadora del
hombre encuentra siempre nuevas posibilidades y gracias a ella
tiene siempre la Historia una abertura y una esperanza aun en las
situaciones más desesperadas.
Dando esto por supuesto, no está de más, sin embargo, insis
tir sobre algunos rasgos interesantes del proceso histórico griego,
que prueban la complejidad de las relaciones posibles entre los
diversos factores históricos. En la Historia las ideas no suelen
actuar en su estado puro, una vez que salen de la mente de los
ideólogos y entran en el turbio y mezclado torrente de la realidad
viva. Ya en el intento de Pericles de equilibrar la igualdad y la
utilización de los poderes y capacidades reales de la aristocracia,
el humanismo relativista y el respeto a la religión tradicional,
había un compromiso de hombre político y un cierto cerrar los
ojos a algunas incongruencias y contradicciones. La teoría era
que para el mando eran elegidos los mejores; pero esto equivalía
en la práctica a confiar el mando a los aristócratas, esto es, a la
clase adinerada.
Después de Pericles, las dificultades de la democracia aumen
taron. La progresiva independencia y poder de las clases popula
res logró ganarlas para los intereses de la ciudad de Atenas, que
eran los suyos propios, pero no llegó a fundar una sociedad
homogénea. Estas clases eran en buena parte incultas y atrasadas
y llegaron llenas de violencia y pasión; lejos de contentarse con
ejercer el control del Estado para evitar los abusos de autoridad,
hicieron del voto un arma para sus propios intereses, tanto los
legítimos com o aquellos que estaban en contradicción con los de
444 Sócrates y Platón y su nuevo planteam iento
vez más que una parte de los problemas del gobierno son pro
blemas técnicos que exigen conocimiento y convierten en un
arcaísmo tanta pasión e improvisación como todavía perdura en
la vida, pública. Es más, esta violencia se agrava tanto más
cuanto más se benefician de las nuevas ciencias y técnicas las
construcciones políticas y militares. Surge aquí la paradoja de
que la ép oca del humanitarismo y el intelectualismo es a la vez la
de la violencia dentro del Estado y la del nacionalismo agresivo
en el plano internacional. El riesgo de las nuevas armas ha
convertido, sin embargo, la guerra abierta en guerra fría, lo que
al fin y al cabo es una ganancia. Hemos visto en los últimos años
cóm o se resolvían pacíficamente situaciones que, en otros tiem
pos, habrían conducido a la guerra. N o podemos diagnosticar si
esto seguirá siendo así, pero, en todo caso, ello no es imposible.
Si así fuera, la humanidad habría salido, aunque por miedo y no
por persuasión, de un estado histórico para entrar en otro dife
rente.
Nuestra época es una época de grandes posibilidades, al
tiempo que de grandes riesgos. Estas dos cosas suelen ir unidas.
La Historia del pasado no permite un diagnóstico; en ese caso la
Historia no sería una ciencia humana, dominada por la libertad,
sino una ciencia natural. Ilumina, eso sí, algunos de los factores
en juego, y pone al descubierto sus combinaciones, con frecuen
cia accidentales.
Mientras haya Historia habrá problemas humanos y habrá
descontento, pues el descontento, como arriba decíamos, es el
motor de la Historia: es ansia de perfección o, al menos, protesta
contra un orden sentido com o imperfecto. La perfección ya no es
Historia y no es concebible en el plano humano, salvo en el caso
individual de la santidad: una sociedad de santos no tendría
Historia, com o no tiene Historia la Gloria, que es la perfección
misma. Por eso conviene insistir en que el límite de la Historia no
es ya histórico, no es asequible para el hombre en la tierra.
Bastante es que existan unas líneas generales de progreso, inte
rrumpidas más de una vez en la Historia del hombre y que ahora
continúan abiertas e incluso presentan perspectivas sobre algunas
de las cuales van estando de acuerdo todas las sociedades en
cierta medida al menos: falta aún el acuerdo sobre los medios y el
abandono de las posiciones puramente pasionales allí donde pue
den salir beneficios de un conocimiento técnico, que reduce con
frecuencia el margen de discordia. Pero si grandes son los éxitos
del progreso humano en lo material y cultural, incluso en la
generalización de la sensibilidad moral, convendría ponerle los
Epílogo. H istoria griega e historia del m undo 459
5. Ilustración y Humanismo.