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LA LECTURA COMO HERRAMIENTA DE LAS PRÁCTICAS DISCURSIVAS

PARA EL APRENDIZAJE
LAS CUATRO TRANSFORMACIONES DEL LECTOR

‘Escribe tú con sangre: y te darás cuenta de que la sangre es espíritu’.


Nietzsche.

Entendiendo la práctica discursiva como la producción de enunciados


lógicos en determinadas disciplinas, cabe iniciar el presente ensayo
respondiendo a la pregunta, ¿por qué la lectura debe hacer parte de las
prácticas discursivas? Pero para dar respuesta, primero debemos hacernos
otra pregunta, ¿qué es lectura? Por definición lectura es la acción de leer,
pero entonces, ¿qué es lo que se lee? La respuesta es contundente, se lee
todo. Desde un punto de vista psicosemiótico todo es apetecible de leerse.
Nuestro entorno está en un constante grito que nos pide: ¡Léeme!

Ahora bien, si como dice Zuleta, la lectura es un problema, es decir una


acción social que nos permite comunicarnos, la importancia de ésta en las
prácticas discursivas, radica en el hecho de que la lectura es la herramienta
por la que realizamos la acción de la comunicación, y como la comunicación
es transmisión de información y en esta última puede viajar el saber, el
conocimiento, su importancia está entonces más que justificada. Al ser una
herramienta, no sirve sólo el tenerla, claro está que es el primer paso
poseerla, pero es mucho más importante el saber utilizarla. El saber hacer
con el saber. Analicemos el siguiente ejemplo: tenemos a nuestra disposición
un bloque del mejor y más fino mármol del mundo, el mejor cincel y la más
fuerte maceta; pero no puede salir una obra de arte solo con las herramientas,
serán apenas rayones sobre su blancura lo que causemos y nada más. Pero
cuando en manos de quien ha practicado se ponen estas herramientas y ese
mismo mármol, nace como en su época un David de manos de un Miguel Ángel.
Se ha esculpido y dado detalles tan perfectos que hay momentos en los que
parece que la escultura cobra vida. Lo apreciamos, disfrutamos de él,
recibimos un impacto sobre nuestro espíritu, es decir, se nos transmitió
información al verlo, porque como dijimos antes, todo se lee, y es entonces
cuando ocurre lo mismo en nuestro caso. Las herramientas son la lectura, el
mármol la información y nosotros los escultores llamados a trabajar con ello.

Desde la filosofía nietzscheana, el espíritu pasa por tres


transformaciones: la de camello, león y la de niño. Pero estas tres etapas por
las que pasa el espíritu no sólo sirven para representar la evolución de éste
a lo largo de la historia; sino como lo ve Zuleta en su ensayo ‘Sobre la lectura’,
representa al lector en cada una de las facetas y las características que tiene
en cada uno de estos estadios, para al final poder proponer un tipo de lector
complementado. Existe una propuesta interesante en el ensayo ‘Los lectores
rumiantes de Nietzsche’, en ella se toma la teoría de las transformaciones
nietzscheanas y se las compara con los tipos de procesos de lectura
propuestos por Zuleta, pero a cada una de ellas se les asigna un tipo de
capacidades de lector. El espíritu camello, en el que le ponemos la espalda al
texto, desde una actividad pasiva digestiva, se da la capacidad de la
admiración. En el espíritu como león, donde tenemos un desapego al texto,
desmembrándolo y hasta dudando de él, se da la oposición. Y finalmente en
el espíritu niño, donde olvidamos al texto, donde lo recreamos y lo volvemos
a hacer desde el olvido, se da la capacidad de creación. ‘El lector que
Nietzsche pide es un lector total, un lector dedicado’. Dice Fernando Vásquez
Rodríguez en el mencionado ensayo.

Pero entonces, un lector completo no sólo es el que sabe leer, es decir


recibir y procesar información, sino también quien sabe producirla, crearla y
destruirla para volverla a generar. Es una rueda en constante giro. Tomar la
información, manipularla (rumiarla), pensarla, manosearla, desmembrarla,
rearticularla, deshacer sus partes, anularla y volverla a crear. El lector debe
ser como un niño ante un trozo de arcilla.

En nuestras instituciones, se han enfocado en hacernos adquirir


conocimientos y en desarrollar habilidades. Por ejemplo, aprendemos a leer
y escribir desde la escuela primaria, y nos ponen obras para devorar y
preguntas que responder. Ese es el ciclo que cumple el conocimiento
adquirido y la habilidad de usarlo, es decir leer y escribir. Desde el
constructivismo del desempeño, propuesto por David Perkins, el asunto va
mucho más allá, ese conocimiento con esas habilidades, debe saberse aplicar
en la vida cotidiana, en el ejercicio profesional y debe usarse en contextos
específicos.
Leer no sólo es recibir información, sino en saber crearla, destruirla y
producirla de nuevo, como en las tres evoluciones de las que hablamos al
inicio, basándonos en la relación Nietzsche-Zuleta. Cuando estoy frente a una
pintura, por ejemplo, no sólo ella me transmite información, sino que al
cuestionarme por qué se usan esos colores, qué representan esas figuras, en
qué año se hizo, es cuando de verdad generamos saber.

El conocimiento no es estático, su significado se produce en las


acciones que realizamos con él en contextos específicos, como dijo Brown.
En la interacción texto-lector-nuevo texto, está el verdadero conocimiento.
Cuando se deja de ser camello lector desde la tranquilidad y se convierte en
león que corretea a su presa, la muerde, la desangra, la descuartiza, la asesina
y finalmente se pasa a ser como el niño que juega con el barro haciendo una
casa que destruye para hacer un carro, creador de cosas nuevas como es, es
cuando el conocimiento marca y toca nuestro espíritu. Deja de ser rasguño
leve sobre el mármol y se convierte en fuerte cincelada que empieza a
destruir para crear.

Sabemos que cada disciplina tiene sus propias prácticas discursivas,


son culturas especializadas como las llama Collins. En ellas ‘hay una forma
particular de ver, de pensar, de explicar y de conocer un sector limitado de
lo real y, también una forma específica de hablar y actuar sobre él’ (Granés –
2001). En resumidas cuentas una forma propia de cada disciplina de emitir,
me refiero también a crear, sus propios discursos por medio de la lectura.

‘Yo odio a los ociosos que leen’, dice Nietzsche, refiriéndose a los
lectores camello que no evolucionan ante la lectura. Que se placen de pasar
los ojos sobres las letras como caricias ante pétalos de delicadas rosas, y aun
sabiéndolo, no entierran sus garras para destrozar ese texto que
verdaderamente es acero. Al final dicen, complacidos de su autoengaño, he
leído. Esos lectores no existen, simplemente porque eso no es leer.

Yo propongo un nuevo tipo de ser, un nuevo estadio de evolución del


lector, el que sería un guerrero. Es el llamado a enfrentarse con ese nuevo
texto que ha generado cuando era niño, ante la realidad de su contexto. El
que vuelve el texto su arma con la que ataca y se defiende, con la que provoca
y también se enfrenta ante otros guerreros. Cuando apreciamos una lucha
entre gladiadores, vemos cómo sus espadas centellean en lo alto y de ellas
salen chispas. En algunos casos, la espada forjada de materiales débiles, con
mala aleación de metales, se quiebra ante la espada sólida. Hay que llegar a
ser no sólo un lector guerrero sino también un lector vencedor.

La lectura debe hacer parte de las prácticas discursivas, ya que ésta


facilita el proceso de aprendizaje y refuerza de paso dichas prácticas. Esto
nos ayuda a entender que la disciplina en la que nos encontramos (música,
literatura, física, medicina), es un sistema de pensamiento y de prácticas
discursivas, que no podrían ser sin un lector completo.

David D’Grannda

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