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INTRODUCCIÓN:
Las clasificaciones no son más que un medio para reflejar la realidad observada; “son un instrumento
para el conocimiento de la naturaleza”. La forma de observar la realidad varía con el tiempo, es cierto.
Pero la forma en que se presentan las enfermedades suele ser lo suficientemente estable como para
permitir una descripción ajustada más allá de las variaciones individuales, etarias, sexuales, raciales, y
hasta culturales. Los objetos de la clasificación, en psiquiatría, son las enfermedades mentales. Dado que
de una clasificación depende la investigación básica que se realice a posteriori sobre los objetos de dicha
clasificación, se comprenderá que es de suma importancia poder contar con clasificaciones que reflejen
esa realidad lo más fiel y diferenciadamente posible. Es sobre la base de estas clasificaciones que luego se
realizarán las investigaciones que intentarán definir la fisiopatología y la etiología de las enfermedades
mentales. A su vez, también será sobre los elementos de la clasificación que se realizarán los estudios
epidemiológicos, genéticos y terapéuticos. También sobre la base de la clasificación es que los
psiquiatras emitimos un diagnóstico y, sobre la base de éste, proyectamos un pronóstico e iniciamos un
plan terapéutico.
Teniendo en cuenta el nivel de desarrollo en el que se encuentran las distintas ramas de la medicina,
quizás pueda parecer un tema menor, superfluo y hasta prácticamente inútil el que, en psiquiatría, aún a
esta altura de la historia evolutiva de la medicina, nos ocupemos de las clasificaciones. En esta
especialidad se asevera en general, constituyendo la postura oficial, que contamos con sistemas
clasificatorios ampliamente difundidos y que, aparentemente, gozan de una extendida aceptación. Claro
está, este hecho no implica, a priori, que sean los mejores ni (mucho menos) los óptimos sistemas
clasificatorios con que se pueda contar en la práctica clínica.
Se dice que los sistemas modernos de clasificación psiquiátrica se han elaborado “por consenso”, es
decir, la realidad no es que se nos presenta a la observación sino aquello en lo que nos ponemos de
acuerdo que debe ser. La situación es tan ridícula que, por ejemplo, una misma enfermedad comienza a
existir o deja de hacerlo luego de varios años en función de lo decidido “por consenso” por un grupo de
“especialistas”. Hoy existe, mañana no, el mes que viene: quién sabe. Supongamos que usted es un
sufrido paciente que va a consultar a un psiquiatra que se guía por la CIE-10 y el profesional le
diagnostica “neurastenia”. Para otro psiquiatra que se guíe por el DSM-IV, usted no tiene nada porque
esa enfermedad no existe, no está en la clasificación o, lo que es peor, fue eliminada de ella, razón por la
cual sí, quizás hace 8 años usted pudo haber tenido neurastenia, pero hoy ya no; esa enfermedad ha
dejado de existir.
En la introducción del DSM-III-R (APA) se puede leer:
“...algunas controversias, particularmente en las áreas de los trastornos de la infancia, psicóticos, por
ansiedad y del sueño, tuvieron que resolverse por votación” (¡?).
Ciertamente, muy democrático. Llegado el caso, y dadas las especiales condiciones, podría votarse
que deje de existir el infarto agudo de miocardio con lo cual, en la lista de causas de muerte, aquellas
producidas por enfermedades cardiovasculares verían reducido drástica y felizmente su porcentaje. O
podríamos decidir que la taxonomía bacteriana es demasiado extensa a los fines prácticos por lo que la
reducimos a sólo tres bacterias, llamadas A, B y C para poder recordar sus nombres con facilidad.
Podría decirse sin mucho temor a equivocarse que el estado actual de la situación nosográfica en la que
se encuentra la psiquiatría es un caos. Con respecto a las clasificaciones más difundidas y usadas
(“aceptadas por consenso”), la situación fue muy bien descripta recientemente por Rojas (Rojas) en un
artículo sobre hebefrenias, en el cual, refiriéndose a los sistemas operacionales de diagnóstico, dice:
“...es muy fácil advertir que este aumento de fiabilidad necesita basarse en una indiferenciación de los
cuadros sintomáticos. Nos encontramos, entonces, en condiciones de establecer casi con absoluta
certeza si se trata de un cánido o de un felino, pero no es posible establecer la diferencia entre un lobo
y un caniche, o entre una pantera y un gato doméstico”.
Así de absurda es la situación nosográfica actual de la psiquiatría. Esta situación resultaría por cierto
graciosa si no fuera por el hecho de que lo que se está clasificando son las enfermedades mentales que
padecen las personas.
Es evidente, entonces, que revisar el origen de las nosografías psiquiátricas modernas no es un tema
menor.
“Resulta evidente que la psiquiatría no puede lograr progreso esencial alguno hasta que no se haya
conseguido la base de toda ciencia: la clasificación del objeto científico, es decir, el conocimiento
ordenado de los fenómenos particulares.”
Por supuesto que no fue Kahlbaum el primero en realizar una clasificación de las enfermedades
mentales. Con una u otra forma, las clasificaciones, los agrupamientos y las descripciones psiquiátricas
existían ya desde la época de los griegos y, aún antes, desde los hindúes en el siglo XIV AC (en su Ayur
veda) y desde la antigua Mesopotamia (aproximadamente en el año 3000 a.C.). Muchos médicos,
naturalistas, filósofos y psiquiatras antes que él lo habían hecho, y el mismo Kahlbaum se encarga de
remarcarlo muchas veces a todo lo largo de su trabajo. De hecho, él mismo analiza exhaustivamente las
clasificaciones de 44 autores que realizaron un trabajo clasificatorio antes que él.
La originalidad de Kahlbaum radica, precisamente, en que fue él el primero en analizar científicamente
todas estas clasificaciones previas de las enfermedades mentales desde el punto de vista de los principios
que las rigen. Fue, además, el primero en considerar científicamente a las clasificaciones psiquiátricas en
sí y quien sentó las bases sobre las que actualmente se construyen las clasificaciones modernas.
Al analizar las clasificaciones previas, Kahlbaum las dividió, según el número de categorías que
comprenden, en aquellas que constan de un gran número (como las de Plater y Sauvage), aquellas que
constan de un limitado número (como las de Stark, Pinel, Esquirol y Reil) y, por último, las que se
abstienen de cualquier agrupación (como la de Neumann y su concepto de la psicosis única).
Kahlbaum analizó el nacimiento del concepto de psicosis única y luego lo criticó duramente diciendo
que: “será, de todas formas, muy difícil resumir todos los procesos en este esquema, como debería
hacerse según la afirmación de Neumann”, aunque rescata los casos que este autor describió
considerándolos como una especie de trastorno anímico al que da el nombre de variedad típica de los
trastornos anímicos o Vesania típica.
Por otro lado, Kahlbaum analizó también los principios clasificatorios en los que se basaron los
autores anteriores y a estos los separó en aquellos que siguen un sistema empírico de los que siguen un
sistema dialéctico y, dentro de estos últimos, distinguió a los que siguen un sistema dialéctico
psicológico, somático o mixto. Kahlbaum mismo proclama varias veces en su obra que se basó
exclusivamente en consideraciones empíricas, es decir, en la observación clínica pura, para confeccionar
su propio cuadro sistemático de las formas de los trastornos anímicos como especies de enfermedad. En
los casos en que no alcanzó un número suficiente de observaciones propias (como en los tipos de
vecordia diastrephia) aplazó para el futuro la detallada subdivisión clasificatoria de los casos.
Para la descripción de las enfermedades individuales, Kahlbaum se basó en el método clínico-
descriptivo de la medicina somática que, como él mismo lo señala, consiste en examinar y compilar
absolutamente sin ningún prejuicio todos los fenómenos psíquicos y todas las expresiones vitales de cada
paciente en particular; buscar, como en cualquier ciencia, conocimientos superficiales y aislados, reunir
los datos obtenidos y dividir con conocimiento ordenado y paulatinamente profundizado.
Basándose en Stark por un lado y en Heinroth por otro, Kahlbaum clasificó y agrupó a los síntomas
de las enfermedades, a los que denominó fenómenos elementales o sintomáticos de los procesos
patológicos; estableció el concepto de síntomas de núcleo de las enfermedades y delimitó, además,
cuatro formas principales de manifestación de las enfermedades anímicas, lo que él llamaba formas de
hábito o formas habituales del trastorno anímico, constituyendo así lo que hoy en día llamaríamos
síndromes.
En base al cuadro clínico de los casos particulares, Kahlbaum distinguía tres tipos de trastornos
anímicos a los que denominaba formas simples o típicas, compuestas e intermedias.
Además del criterio clínico-descriptivo, Kahlbaum tomó en cuenta el parámetro temporal, que ya se
hallaba presente en las descripciones de Pinel. Para incorporar su criterio evolutivo a los principios de la
clasificación, Kahlbaum hace la siguiente afirmación en relación a los autores de las clasificaciones
anteriores:
Y en otra parte, resume también sus concepciones al decir que debe hacerse una
“... distinción de formas de hábito y de transcurso, y con la preferencia de las últimas a fin de crear la
agrupación de los trastornos anímicos...”
Ahora bien, para construir su clasificación Kahlbaum se basó, aunque no lo menciona directamente,
en el trabajo taxonómico del biólogo sueco Carolus Linnaeus, quien en su Genera Plantarum afirmó
que:
“Todo el conocimiento real que poseemos depende de los métodos por los que distinguimos lo similar
de lo diferente... Por lo tanto, debemos determinar, por la observación atenta y diligente, los límites del
género, dado que no pueden determinarse a priori. Este es el gran trabajo, la labor importante, dado
que si se confundieran los géneros, todo sería una confusión.”
De este modo, para los trastornos anímicos Kahlbaum estableció divisiones de clases, familias,
géneros, especies, subespecies y estadios basándose en la descripción clínica de los fenómenos
elementales (o síntomas) de las enfermedades mentales y en el transcurso evolutivo de las formas de
hábito. Su extensa clasificación es sencilla una vez que se comprenden los criterios clasificatorios que
utilizó, si bien que a primera vista parece destacarse por su complejidad.
CONCLUSIONES:
Los principios clasificatorios que estableció Kahlbaum se hallan en la raíz de dos líneas nosográficas
modernas: por un lado, la que, partiendo de Kraepelin, culmina hoy en la CIE-10 y el DSM-IV,
fenomenológicamente poco descriptivas y caóticamente aglutinantes; y, por otro, en la desarrollada por
la escuela neuropsiquiátrica de Wernicke-Kleist-Leonhard, altamente diferenciada, con precisas
descripciones psicopatológicas y proyecciones epidemiológicas, genéticas, pronósticas y terapéuticas
más confiables.
Ahora bien, consideremos la posición de los pacientes y la de sus familiares cuando nosotros, en base
a determinada clasificación, decimos que el enfermo padece tal enfermedad, que su pronóstico
proyectado a corto y largo plazo es tal otro y que lo más aconsejable es iniciar determinado plan
terapéutico. Consideremos aún la cuestión del asesoramiento genético retrospectivo y prospectivo y las
implicancias posibles que nuestros consejos pueden acarrear en un enfermo y su familia, basados en
determinado diagnóstico realizado.
¿Cómo podemos realizar todas estas tareas en forma confiable si no nos guiamos por una clasificación
fiable, lo más exacta posible y que describa la realidad tal cual se nos presenta? ¿Cómo podemos iniciar
tratamientos basados en conceptos fisiopatológicos, etiológicos y epidemiológicos acerca de los que no
sabemos si su base (el diagnóstico) es realmente sólida? ¿Cómo podemos utilizar determinadas drogas
cuyas indicaciones surgen de consideraciones fisiopatológicas obtenidas a partir de delimitaciones
nosológicas acerca de las cuales no tenemos una seguridad aceptable en lo referente a su extensión y
límites diagnósticos?
Es sobre estas consideraciones que reposa la importancia de guiar la práctica clínica por una
clasificación altamente diferenciada, confiable y discriminatoria de los diferentes cuadros de las psicosis
endógenas.
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