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Mientras la risa expresa alegría y júbilo, el llanto delata dolor y tristeza.

Se diría que la vida


humana oscila entre estos dos polos.

“Quien suele llorar profusamente, también es capaz de reír con intensidad al instante
siguiente”, escribió Oscar Wilde al sugerir que son dos gestos humanos en realidad muy
emparentados.

Desde la Neurología se habla de mecanismos que funcionan en nuestro cerebro y que surgen
en determinado momento, disparados por motivos diversos, dependiendo si una situación nos
causa gracia, provocando la risa, o nos causa pesar, generando llanto.

Pero ambas manifestaciones pueden ser “patológicas” y eso ocurre cuando una persona
padece enfermedades que hacen que se produzca la desinhibición o superexcitación del
centro de la risa o del llanto sin que haya un motivo o situación real que los provoque.

La risa y el llanto están tan presentes en nuestra vida diaria que a veces ni siquiera reparamos
en ellos. Cuando tenemos un mal día o cuando las cosas salen bien, el llanto y la risa se vuelven
prácticamente inevitables a la hora de mostrar nuestras emociones.

Funcionan, incluso, a modo de catarsis. Y de hecho se habla del poder curativo que puede
haber tanto en las lágrimas como en las carcajadas o sonrisas. En principio, que el humor sane
parece más evidente.

El padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, atribuyó a las carcajadas el poder de liberar a
nuestro organismo de energía negativa. Decía que el efecto “catártico” que producía permitía
vivir mejor.

En 1995, un médico de la India, Madam Kataria, fundó el “Yoga de la Risa”, un movimiento que
ha inspirado a miles de “clubes de la risa” en todo el mundo.

En la actualidad existen las llamadas “clínicas de risoterapia”, en las que se practica una técnica
destinada a mejorar el estado físico y psicológico a través de la risa.

Se cree que cuando una persona ríe, además de mejorar su estado de ánimo y  de atemperar
su estrés, genera una sustancia benéfica para su organismo de cara a diferentes patologías o
enfermedades.

En contraste, el llanto está poco valorado y se tiende a darle una connotación negativa. Algo
que parece lógico, porque todo el mundo le dispara a las lágrimas, fenómeno asociado a
dolores y tristezas.

Sin embargo, llorar puede ser bueno para la salud. Como expresión física de una emoción
profunda, a la que hay que dejar aflorar naturalmente, porque es un modo muy humano de
expresar una afección del alma.

El llanto, en efecto, alivia el quebranto, libera de la angustia y permite desahogarnos. “Las


lágrimas derramadas son amargas, pero más amargas son las que no se derraman”, refiere un
proverbio irlandés.

“El  llanto  puede ser  terapéutico  porque alivia tensiones y también porque puede aumentar el
apoyo social al despertar empatía”, explica Antonio Cano, psicólogo y catedrático de la
Universidad Complutense de Madrid.
Cierta cultura patriarcal proclama que el hombre no debe llorar, relacionando ese gesto con un
signo de debilidad. Al margen del prejuicio, Cano sostiene que “hombres y mujeres tienen
distinta necesidad de llorar (…) tienen un sistema hormonal diferente, unas diferencias
biológicas que facilitan la expresión emocional a la mujer”.

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