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¿Qué son los demonios?

Cuando nos preguntamos que son los demonios, lo


primero que pensamos es que son ángeles caídos;
sin embargo, otros han respondido de forma
diferente: espíritus desencarnados de gente
malvada; símbolos de nuestro lado oscuro;
entidades siniestras creadas por nuestras mentes;
personificaciones de fuerzas misteriosas; etcétera…
Muchas veces damos por sentada la existencia de los
demonios como meros ángeles caídos; sin embargo,
si nos cuestionamos sobre esta creencia desde una
actitud de duda abierta a la posibilidad de realidades
sobrenaturales, nos tendremos que preguntar qué
son los demonios, en el sentido de cuál es la realidad
detrás de la creencia en estos seres.

A veces, para responder a esa pregunta, se ha


definido primeramente qué es el Diablo, pues éste y
sus esbirros están esencialmente vinculados, y así la
definición del primero puede condicionar o
determinar la definición de los segundos. Veamos
ahora algunas de las principales teorías que se han
dado al respecto, incluyendo tanto las más
convencidas de la realidad demoníaca tal y como la
concebimos, como las más escépticas, vengan de la
Religión, de la Psicología, del Ocultismo o de otro
ámbito.
Visión cristiana tradicional
El cristianismo heredó la
demonología judía, pero
no la concepción
demonológica del
“judaísmo clásico” sino
concepciones muy
difundidas en el judaísmo
anterior. Por ello, la
demonología cristiana
será muy distinta de la del
judaísmo; y, la demonología que tomará de aquel,
concibe a los demonios como ángeles caídos,
ángeles réprobos que desobedecieron a Dios y por
eso se convirtieron en demonios.
La traducción de la Biblia al griego, que sería la
versión más utilizada por los judíos de la diáspora,
había traducido “Satán” como diábolos (de donde
viene la palabra “diablo”), pero esta palabra tiene
una connotación más negativa que “Satán” en
hebreo, pues al sentido de adversario y acusador, le
añadía un sentido de calumniador, falseador y
mentiroso, ausente en el original hebreo. Junto a este
giro, hubo otros como el de San Jerónimo, que en su
Vulgata (su traducción de la Biblia) introdujo
“Lucifer” como nombre propio en un pasaje del
Libro de Isaías.
Resulta entonces claro cómo las traducciones juegan
un rol importante a la hora de sustentar
planteamientos teológicos; pero, en vez de
detenernos a considerar todos esos detalles,
pasaremos a resumir los principales puntos de la
visión que hoy en día prima en el Catolicismo y en
la mayoría de sectores protestantes, excluyendo
casos bien originales como Los Testigos de Jehová
y Los Mormones… Esos puntos son los siguientes:
1) Satanás era el ángel más
importante y el más cercano a
Dios, pero su orgullo le hizo
querer destronar a Dios,
querer ser más grande que él,
por lo que se rebeló junto con
muchos otros ángeles que
traicionaron a Dios y le
siguieron.
Consiguientemente, los
demonios son ángeles caídos.
2) Los demonios son puro espíritu, no tienen forma
definida, pero pueden manifestarse con casi
cualquier apariencia.
3) Los demonios no pueden usurpar la libertad
humana, no tienen dominio sobre el espíritu del
hombre y su intelecto, solo pueden influir
directamente en su cuerpo físico, e inducirle ideas y
emociones, aunque nunca resoluciones morales o
espirituales.
4) Los demonios están donde operan, su presencia
se da por contacto operativo, están donde obran.
5) Los demonios tienen jerarquías, muy
probablemente nueve, igual que los ángeles,
situación que vendría dada porque fueron ángeles.
6) Los demonios no pueden arrepentirse, su
voluntad quedó fija después de su caída, y es por
esto que Dios no los perdona.
7) Los demonios son absolutamente malvados, se
han identificado por completo con el mal.
8) Los demonios se odian entre sí, odian a Dios más
que a nada, y sus vínculos de obediencia se dan
principalmente por el miedo que los inferiores tienen
a los superiores.
9) La finalidad de los demonios es separar al hombre
de Dios, llevarlo a la muerte espiritual a través del
pecado.
10) Los demonios tienen una inteligencia muy
superior a la humana, que comprende las cosas de
forma directa antes que por encadenamiento
inferencial.
11) Los demonios solo poseen a alguien cuando la
persona, consciente o inconscientemente, les habré
la puerta.
12) Los demonios tienen nombres, y el nombre de
un demonio debe ser conocido para expulsarlo en un
exorcismo.
13) Sus formas de influencia se pueden dividir en:
infestación de lugares, objetos y animales; obsesión
(pensamientos y deseos recurrentes inducidos por el
demonio); opresión (el demonio atormenta a la
persona sin llegar a poseerla); y posesión (el
demonio toma control de la persona).
14) No tienen sexo, a pesar de que sus nombres son
casi siempre masculinos y de que hay demonios
femeninos como Lilith: esto se explica porque
supuestamente su aparente masculinidad o
feminidad no es sino un ropaje simbólico de su
esencia espiritual particular, por decirlo de algún
modo.
Finalmente, para que tengan una idea más viva de la
concepción teológica de los demonios a partir de la
concepción de Satanás, citaremos estas
conocidísimas palabras que el papa Pablo VI dijo en
1972, preocupado por la creciente duda, dentro de la
misma Iglesia, sobre la existencia en el Demonio;
veamos: «El mal que existe en el mundo es el
resultado de la intervención en nosotros y en
nuestra sociedad de un agente oscuro y enemigo, el
Demonio. El mal no es ya sólo una deficiencia, sino
un ser vivo, espiritual, pervertido y pervertidor.
Terrible realidad. Misteriosa y pavorosa. Se sale del
marco de la enseñanza bíblica y eclesiástica todo
aquel que rehúsa reconocerla como existente; e
igualmente se aparta quien la considera como un
principio autónomo, algo que no tiene su origen en
Dios como toda creatura; o bien quien la explica
como una pseudorrealidad, como una
personificación conceptual y fantástica de las
causas desconocidas de nuestras desgracias».
Visión maniqueísta:
Según esta doctrina,
Dios no habría sido el
creador del mal, sino
que éste estaba
vinculado a las
tinieblas y la materia,
coexistentes pero
anteriormente
separadas del mundo
de la luz; mediante
una compleja
cosmogonía, el
maniqueísmo explicaba cómo la luz y las tinieblas,
antes separadas la una de las otras, habían llegado a
unirse parcialmente y cómo era necesario liberar a
las partículas de luz atrapadas por la materia; los
seres humanos podían liberar sus partículas de luz
prisioneras en las tinieblas de la materia si llevaban
una vida adecuada.
Ahora bien, puntualizando, tenemos que la
cosmogonía maniquea supone la existencia de:
A) Dos naturalezas:
1) La luz, que es el bien, Dios, el espíritu, el reino de
la luz. Sus cinco elementos son inteligencia,
pensamiento, reflexión, voluntad y razonamiento.
2) Las tinieblas, que son la oscuridad, el mal, la
materia, concebida como fealdad, maldad, deseo
desordenado y estupidez. Sus cinco elementos son
humo, fuego, viento, agua (o barro) y tinieblas. Sus
demonios son incontables. El soberano de todo esto
y parte de ello es el “Príncipe de las Tinieblas”.
B) Tres tiempos:
1) El tiempo inicial, del pasado, en el que la luz y las
tinieblas estaban completamente separadas.
2) El tiempo medio, que es el presente, en el que las
tinieblas atacaron a la luz y parte de la luz se ha
mezclado con las tinieblas.
3) El tiempo final, en el futuro, cuando la luz y las
tinieblas se separen definitivamente.
Todo esto nos hace ver que, en el maniqueísmo, los
demonios no son seres caídos ni creados por un
Dios-Absoluto, sino entidades ontológicamente
opuestas a los seres de la luz, inmutables en sus
propósitos y en su esencia, y sin embargo no-
eternos; ya que, si bien el “Padre de la grandeza”
(Dios de la luz) sí es eterno y coexistente con la luz
que le es inmanente y consustancial, el “Príncipe de
las Tinieblas” es un derivado causal de las tinieblas
(las cuales sí son eternas), y los demonios que le
siguen son derivados causales secundarios que, al
igual que su líder, intentan conducir al hombre por
un sendero que le lleve a identificarse con la
materia-oscuridad y, en consecuencia, a perder la luz
que tiene aprisionada en su cuerpo y que puede
amplificar y liberar si sigue una senda espiritual,
siendo posible la reencarnación si en una sola vida
no se alcanza la liberación espiritual, cuya vía ha
sido ilustrada de formas variadas por humanos
superiores enviados por la Inteligencia Salvadora,
tales como Jesús, Buda, Zaratustra, Enoc, Mani,
Moisés, Pablo de Tarso, Abraham y otros más.
Satanismo de LaVey
Para el satanismo
laveyano (el que sigue
los lineamientos de
Anton Tzandor LaVey),
Satanás y los demonios
no son seres reales sino
entidades simbólicas
que representan a “los
poderes de la
oscuridad”, poderes
que, dentro de lo que es la esencia del hombre, se
concretan en ciertos aspectos de la naturaleza
humana que la religión, en opinión de estos
satanistas, ha conducido a reprimir, negar o
combatir, causando así que, durante siglos, los
individuos manipulados no hayan podido disfrutar
de la vida y de las potencialidades inherentes a su
propia naturaleza. De este modo, el culto a Satán y a
sus demonios es una manera viva de adorar a los
valores liberadores y anti-cristianos que éstos
representan; aunque también, y es debido a esto que
LaVey cree en la magia y en el poder de los ritos, es
una forma de contactar con “los poderes de la
oscuridad” entendidos como algo que también está
fuera de nosotros —y dentro, no solo como aspectos
de la naturaleza humana, sino como un poder que
debe ser despertado— y que es un aspecto de la
Naturaleza que aún permanece bajo el velo de lo
misterioso e inexplicable, algo que ha sido temido
durante toda la historia, pero a lo cual puede acceder
el satanista, a través de esos símbolos-puentes que
son los demonios y, esencialmente, “Satán”.
Citemos ahora a la Biblia Satánica de LaVey para
que se entienda mejor lo dicho: ‹‹La mayoría de
Satanistas no aceptan a Satán como un ser
antropomorfo con pezuñas hendidas, cuernos y cola
terminada en punta. Simplemente representa una
fuerza de la naturaleza: los poderes de la oscuridad,
que se les llama así porque ninguna religión ha
sacado esos poderes de la oscuridad. Ni la ciencia
ha sido capaz de dar un término técnico a esta
fuerza. Es una reserva sin explotar, que muy pocas
personas pueden utilizar, ya que carecen de la
capacidad para utilizar una herramienta sin
analizar e identificar previamente todos los
mecanismos que la hacen funcionar. Es esta
necesidad constante de analizar, lo que impide que
la mayoría de la gente logre beneficiarse de esa
polifacética llave a lo desconocido, a la cual el
satanista prefiere llamar “Satán”.››
La visión de Michael W. Ford
Michael W. Ford, uno de los
principales expositores del
luciferianismo contemporáneo,
tiene una concepción de los
demonios muy parecida a la de
Anton LaVey, aunque con cierto
toque jungiano (de Carl Gustav
Jung) y un enfoque práctico que
hace pensar en la Magia del Caos por la cuestión de
las entidades creadas como algo capaz de engendrar
o ayudar a engendrar hechos concretos en el “mundo
real”.
Así, su teoría de la magia ritual postula que los
“dioses”, “espíritus” y “demonios” son creaciones
arquetípicas de la Humanidad, que subsisten como
“seres” mediante tipos de energía que son
alimentados por nuestro subconsciente. En este
marco, el luciferino encuentra que, los distintos
seres míticos y religiosos que personifican lo
demoníaco, funcionan como “máscaras deificas” de
poderes y fenómenos que existen en la Naturaleza y
en la mente, y que se pueden activar y emplear a
través de una serie de prácticas cuyo principio rector
es lograr que el practicante se identifique (en una
forma que implica una cierta auto deificación) con
ellos a través de los seres simbólicos que los
representan. Por ello, hablando del arquetipo del
Adversario, Michael W. Ford dijo lo siguiente en
una entrevista: ‹‹El Adversario es una manifestación
transcultural que a lo largo de toda la historia de la
Humanidad representa el arquetipo oscuro o
motivador dentro de cada hombre y mujer. El
Adversario no es específicamente Lucifer. Lucifer es
un título, un título romano que significa “portador
de la antorcha” y es relacionado a un dios, pero
aquello no abarca realmente el Sendero Luciferino.
Tienes a Ahrimán, a Set…››
Espíritus de una raza pre-adámica y almas de
gigantes
Esta especulación teológica parte del supuesto de
que alguna vez existió una raza antes de la creación
de Adán. Se basa en la teoría del intervalo, la cual
plantea que, inmediatamente después de la rebelión
y caída de Lucifer y los ángeles que le siguieron,
ocurrió una catástrofe mundial que se ve entre
Génesis 1:1 y Génesis 1:2, la cual exterminó la raza
humana pre-adámica que existía en la Tierra.
La teoría parecería no tener mucho apoyo bíblico,
pero en realidad no es así. En efecto, dentro del
Libro del Profeta Isaías en el A. T., vemos que: 1)
Lucifer tenía un trono en la Tierra y “debilitaba a las
naciones”2) Quería ser semejante a Dios, 3) Dijo
“subiré al cielo” y “subiré sobre las alturas de las
nubes”, por lo cual ya existía el Cielo. En otras
palabras, se postula que Lucifer y sus ángeles
reinaban en la Tierra poblada por la primera raza
humana, y que el Edén del Libro de Ezequiel no es
el de Adán y Eva sino un Edén en la Tierra, además
de que Cristo habría dicho que vio a Satanás “caer
como un rayo” no porque fuera expulsado del Cielo,
sino porque intentó subir y tomar el poder, siendo
derrotado con sus ángeles y cayendo a la Tierra que
gobernaba (por lo cual le llama “príncipe de este
mundo”) y en la cual le siguieron todos los primeros
humanos anteriores a Adán, que a manera de castigo
fueron aniquilados en una tragedia mundial y, tras
quedar como espíritus desencarnados, se
transformaron en demonios, diferenciándose de los
demonios que fueron ángeles porque, a diferencia de
aquellos, éstos habitaron en cuerpos humanos y se
acostumbraron a tener cuerpos, por lo cual se supone
que son el tipo de demonios que está detrás de casi
todos los casos de posesión demoníaca.
Según lo anterior, después fueron creados Adán y
Eva, pero el rencoroso Satán (Lucifer) consiguió que
cayeran en pecado, y así fracasó moralmente la
segunda raza humana que surgió de ellos dos,
contaminada irremediablemente por el pecado, hasta
que vino Cristo y dio la posibilidad de acabar con
esa mácula original (mediante el bautismo) y
conseguir la vida eterna.

Por último, esta fantasiosa teoría (generalmente


rechazada entre protestantes y católicos) admite la
posibilidad de que, a los dos tipos de demonios
mencionados, se sumó después, con la caída de los
Vigilantes (ángeles que fornicaron con mujeres de la
Humanidad descendiente de Adán y Eva) que
menciona el apócrifo Libro de Enoc, un nuevo tipo
de demonio, producido porque las almas de los
gigantes (engendrados en la unión de los Vigilantes
con “las hijas de los hombres”), una vez que éstos
morían, se transformaban en demonios… Por ende,
esta teoría abre la posibilidad de concebir que un
demonio puede ser una de estas tres cosas
(coexistiendo las tres o dos en la realidad, según se
tome la teoría en forma abierta o cerrada): a) un
ángel caído, b) un alma de humano pre-adámico que
se transformó en espíritu con rasgos demoníacos, c)
un alma (transformada) de cualquiera de los gigantes
que fueron engendrados por la fornicación de los
Vigilantes con las mujeres de linaje adámico.
.
Espíritus transformados y no sólo ángeles caídos
Esta teoría es
sorprendente no
tanto por lo que
plantea sino por el
contexto en que
apareció (no
sabemos si por
primera vez) y por
su supuesto
enunciador.
Concretamente,
dentro de las prácticas católicas del exorcismo, se
sabe que a veces los demonios hablan por boca de
los condenados, pero éstos son mentirosos y no hay
que fiarse de sus palabras; sin embargo, en el
exorcismo que Antonio Fortea (sacerdote español)
hizo a la joven “Marta” (pseudónimo) entre el 2002
y el 2012, el Arcángel Miguel (siempre llamado en
los exorcismos) habló algunas veces por boca de la
posesa, siendo su voz claramente distinta a la que
pudiera emitir cualquiera de los demonios que
atormentaron a Marta y hablaron a través de ella. En
una de esas ocasiones, el santo arcángel enunció una
teoría según la cual, además de ángeles caídos, los
demonios pueden tener su origen en personas
malvadas (del linaje de Adán, y no como en la teoría
anterior que eran pre-adámicos) que se identificaron
con Satanás y/o sus proyectos y que, tras morir,
fueron transformadas en demonios. Estas fueron las
palabras del Arcángel Miguel: ‹‹Dios tiene
compasión de todos. Con que en un momento de sus
vidas piensen en Dios, ya tienen posibilidad de
salvarse. El demonio quiere corromperlos,
hundirlos completamente y cuando ya sean suyos
que no puedan salir, entonces los mata, el demonio
los mata, acaba con ellos, para que sean
completamente suyos. Pero Dios les da muchas
oportunidades para que se salven, muchas
oportunidades, un leve resquicio donde entre un
poco de luz y se puedan salvar. Por eso viven
tiempo. Cuando ya después de muchas, pero que
muchas oportunidades, han decidido
completamente con voluntad ser de Satán, entonces
se mueren y se convierten en demonios.››
.
Visión del Espiritismo
En el Espiritismo se cree en la reencarnación, pero
esta es de naturaleza evolutiva, de forma que el
hombre no se reencarnará en animales, pero los
animales sí pueden, tras inmensos períodos de
tiempo, convertirse en almas humanas.
Naturalmente hay pequeños saltos involutivos
(almas humanas que se degradan de una vida a otra),
pero el Espiritismo afirma que, en última instancia,
las almas siempre progresan de un orden a otro; por
lo cual, en este marco, los ángeles son espíritus
sumamente evolucionados que anteriormente fueron
humanos, y a su vez nosotros, que ahora somos
humanos, llegaremos a ser ángeles algún día… Pero
entonces: ¿dónde quedan los demonios?, ¿fueron
acaso ángeles que se corrompieron y perdieron de
golpe toda la evolución ganada aunque no el poder
conseguido en esa evolución? Definitivamente no.
Concretando, Allan Kardec dice que los demonios
en realidad no existen como tales: no hay ángeles
caídos, simplemente hay espíritus malvados o muy
involucionados, que molestan a la gente, roban
energía a los vivos, y en algunos casos (espíritus de
magos negros, por ejemplo) tienen suficiente poder
como para producir alarmantes fenómenos
paranormales. Por ello, en su obra El Cielo y El
Infierno, Allan Kardec dice lo siguiente sobre los
espíritus: ‹‹Llegados al apogeo, son espíritus puros
o ángeles (…). Resulta de esto que existen espíritus
de todos los grados de adelanto moral e intelectual,
según estén en lo alto, en lo bajo o en medio de la
escala (…).En los puestos inferiores, los hay que
están aun profundamente inclinados al mal, y que se
complacen en él. Se pueden llamar “demonios” si
se quiere, porque son capaces de todas las maldades
atribuidas a estos últimos. Si el Espiritismo no les
conoce por este nombre, es porque indica la idea de
seres distintos de la Humanidad, de una naturaleza
esencialmente mala, dedicados al mal eternamente
o incapaces de progresar en el bien. Según la
doctrina de la iglesia, los demonios han sido
creados buenos y han venido a ser malos por su
desobediencia. Son ángeles caídos, fueron
colocados por Dios en lo alto de la escala, y han
descendido. Según el Espiritismo, son espíritus
imperfectos, pero que se mejorarán. Están todavía
en el primer peldaño, pero ascenderán.››
.
Teosofía de Annie Besant
La teoría de Annie Besant es
brillante, aunque
especulativa como toda
teoría que explica algo del
más allá sin negarlo. El
mérito de su propuesta reside
en que, a la vez que logra
evitar la afirmación de seres
míticos y religiosos en una
forma inverosímil propia del
pueril pensamiento mágico o del cerrado
dogmatismo de los credos, permite explicar ciertos
fenómenos paranormales adjudicados a esos seres, y
además explica la variabilidad con que éstos son
concebidos y percibidos, según se trate de un marco
de creencias o de otro.
Annie plantea que, a través de sus acciones,
pensamientos-palabras y emociones-sentimientos,
el hombre crea “formas” en tres planos sutiles (tres
dimensiones no-físicas): el espiritual, constituido
por la sustancia “akásica”; el mental inferior,
constituido por la sustancia mental; y el astral,
constituido por la sustancia astral. En el plano
espiritual, todas las vibraciones que emitimos
(físicas, emocionales y mentales) se transforman en
“imágenes fijas”, que se acumulan y, por su carácter
estático y estable, constituyen el registro kármico o
registro del karma que pasa de una vida a otra. En el
plano mental inferior, es donde primeramente
aparecen todos nuestros pensamientos, cuyas
vibraciones repercuten en el plano espiritual,
causando que se genere un registro de los mismos y
de las vibraciones mentales, emocionales y físicas
asociadas. Entretanto, al plano astral también van a
parar las imágenes mentales (nuestros
pensamientos, sean verbales, visuales o de otro tipo)
que primeramente van al plano mental inferior:
entonces, es allí cuando la imagen mental deviene en
una “forma de pensamiento animada” que “actúa en
el mundo astral produciendo diversos efectos
relacionados con la imagen mental y con el ego”;
siendo que, cada uno de esos efectos, “puede
compararse a un hilo de tela de araña, y el conjunto
de los efectos a la tela tejida por la forma de
pensamiento”.
Si entonces nos preguntamos qué son los demonios
en esta teoría, la respuesta queda muy clara cuando,
en sentido general, Annie afirma que: ‹‹Todo
desarrollado pensamiento del hombre pasa al
mundo interno, y asociado, o mejor diríamos entre
fundido con una medio inteligente fuerza de los
reinos elementales —los elementales son, en
general, “principios incorpóreos” con un grado de
dinamismo que varía según su naturaleza
particular—, se convierte en una entidad activa que,
como engendrada por la mente, sobrevive durante
un período proporcional a la intensidad del impulso
que la generó.››. Bien puede percibirse que la clave
está en que esa “entidad activa” sobrevive por un
lapso de tiempo “proporcional a la intensidad del
impulso que la generó”. Podríamos ya decir qué son
los demonios para Annie Besant, pero pondremos
una última cita de la autora para que todo quede
todavía más claro. La cita es ésta: ‹‹Conviene
advertir que las creencias supersticiosas
transmutadas en imágenes mentales durante la vida
terrena, ocasionan acerbos sufrimientos al ego en
los primeros estadios de la vida astral, pues le
representan horrorosos tormentos que en rigor
carecen en absoluto de realidad. Al retornar el ego
al mundo físico, dice Leadbeater (…), “los Señores
del Karma, que llevan cuenta de las buenas y malas
acciones de cada personalidad, construyen de
conformidad con el karma la plantilla del doble
etéreo que ha de servir de molde al cuerpo físico del
ego en la próxima encarnación”.››
Previamente a definir qué son los demonios para
Annie Besant, cabe advertir que, según ella: 1) toda
“forma de pensamiento animada” es una “entidad
activa” en el plano astral, 2) toda “forma de
pensamiento animada” induce un patrón de
actividad en cualquier sujeto con el cual hace
contacto, sea o no su creador, 3) hay formas de
pensamiento animadas que inducen al asesinato, al
robo, a la lujuria, a la violencia, a la amargura,
etcétera, 4) toda forma de pensamiento animada
buscarán subsistir, por lo que, aunque en general
sobreviva por un periodo de tiempo proporcional a
la intensidad del impulso que la generó, podría ser
que se adhiera a un sujeto o a un entorno o a lo que
sea que pueda servirle como fuente que genere,
directa o indirectamente, energías cuya naturaleza
concuerde con la suya, que es idéntica a la del
impulso que la generó, 5) una forma de pensamiento
animada puede ser una creación individual o
colectiva (de un grupo), 6) los seres de las creencias
religiosas son formas de pensamiento animadas de
creación colectiva, que están siendo constantemente
alimentadas a través de la creencia, 7) los demonios
son seres propios de las creencias religiosas y/o
mitológicas…

Sí, en base a lo anterior podemos por fin entender


que, de las teorías de Annie Besant, se puede deducir
que un demonio, al menos si hablamos de un
demonio concreto como Baphometh o Satán, es
definible como: Una forma (compleja) de
pensamiento animada de origen colectivo, que se
expresa en el plano astral como una entidad
dinámica que puede tener gran poder, subsiste por
la energía que le llega a través de quienes creen en
ella, causa efectos perjudiciales en las personas,
puede llegar a producir fenómenos paranormales en
el mundo físico, y se corresponde, en el ámbito de
las creencias, con el entramado de ideas e imágenes
asociadas a un demonio particular.
.
Personificaciones del mal desde la perspectiva
cristiana
Resulta muy interesante que en el siglo XX, dentro
del Cristianismo y mayoritariamente en el ámbito
católico, aparecieron diversos representantes de una
corriente teológica que, sin pretender renegar de la
fe cristiana, pusieron en tela de juicio la existencia
real del Diablo y los demonios. Veamos algunos
casos:
Piet Schoonenberg: En 1965
este teólogo teólogo holandés
hizo conocer una teología del
pecado sin Satanás, en la cual
afirma que, en el hombre, el mal
emerge desde su interior, siendo
únicamente allí donde puede
producirse, pues nunca puede ser causado o
suscitado externamente por ningún ser espiritual
demoníaco. Hay detrás de esto una concepción
radical de la libertad humana, como una libertad que
se traduce en autodeterminación, cerrándose a la
intervención externa, que puede meramente
aumentar la probabilidad de tomar tal o cual
resolución, pues no existe (salvo Dios, que no lo
hará) poder externo capaz de cancelar la autonomía
moral y, con ella, la responsabilidad del sujeto… Y
sin embargo muchas veces el individuo se siente
incapaz (aunque esto es irreal) de abandonar el
pecado, pues éste, por estar vinculado a aspectos de
nosotros mismos, se nos presenta como algo dotado
de un poder que amenaza nuestra libertad para tomar
aquellas decisiones que nos mantienen en Dios o nos
acercan a Él: así, en el contexto de la percepción
sobredimensionada del poder destructor del pecado,
los pecados aparecen como poderes personificados
a través de los demonios (Mamón, la avaricia;
Asmodeo, la lujuria; Lucifer, la soberbia; etc.), y el
poder de estos para oprimir o poseer a las personas,
no es sino una vívida representación de nuestra
esclavitud con respecto al pecado, aunque
erróneamente consideremos que los demonios
existen de verdad.
Herbert Haag: Este teólogo
católico dice que Satanás es la
personificación del mal y los
demonios son, o bien
personificaciones secundarias
del mal en general, o bien, si se
trata de un demonio asociado a
un pecado puntual,
personificaciones de una
manifestación puntual del mal. En su propuesta,
Haag llega al extremo de afirmar que, en el Nuevo
Testamento, es posible poner “el pecado” o “el mal”
en todos los pasajes donde aparece “Satanás”,
“Diablo” o algún equivalente. Sin embargo, Haag
aclara que eso no se dio porque, al personificar al
mal, se lo representa de forma más incisiva e
intuitiva. Entonces: ¿acaso Jesús mintió?… La
pregunta es un poco fuerte, pero es pertinente porque
hay pasajes de Los Evangelios en que evidentemente
Jesús se refiere al Diablo o a Satán como un ser real,
de forma tan clara que no da lugar a pensar que
pudiera no creer en él y en los demonios que le
siguen: por ejemplo, esto se ve en los 40 días de
ayuno (cuando Satanás viene a tentarlo), cuando
expulsa a varios demonios y éstos van a meterse en
un grupo de cerdos, o cuando cuenta que vio a
Satanás “caer como un rayo”. Ante eso, Haag nos
recuerda que Jesús, si bien era la encarnación del
Cristo (El Verbo, el Hijo de Dios, la Segunda
Persona de la Trinidad…), era un humano de carne
y hueso: en otras palabras, El Hijo se encarna
asumiendo limitaciones físicas y mentales propias
de la condición humana, pese a ser moral y
espiritualmente perfecto, además de contar con el
don de hacer milagros. Se entiende así que, la mente
perfecta del Hijo de Dios, tenía su poder expresivo
y comprensivo limitado por el imperfecto cerebro
humano, a causa de lo cual Jesucristo podía ser
condicionado por su cultura en la medida en que esto
no implicara un menoscabo a su sabiduría o a su
santidad. Dice entonces Haag: ‹‹Después de todo lo
que hemos visto, ya deberíamos haber comprendido
claramente que todo lo que se afirma sobre Satanás
en el Nuevo Testamento no pertenece al mensaje
relativo a la revelación, sino sólo a esa imagen del
mundo característica de los escritores bíblicos, es
decir, de la mentalidad de su época. Todas esas
expresiones reflejan simplemente los conceptos que
dominaban corrientemente en los escritos judaicos
contemporáneos y determinaban el pensamiento
religioso de su época (…). Si aceptamos las típicas
categorías mentales judaicas de la época de Cristo,
el Diablo en el Nuevo Testamento es presentado
como el exponente del mal. Jesús y sus apóstoles
vivían en este tipo de mundo cultural y se
expresaban correspondientemente.››.
Karl Barth: Barth piensa que
los demonios no tienen realidad
en sí mismos, que representan,
en el lenguaje del mito, la
rebeldía del hombre frente a
Dios. Esta rebeldía se expresa en
los pecados como poderes
espiritualmente destructivos que
esclavizan al hombre, y que se
personifican en los demonios; o bien, si es que
hablamos del pecado en sentido general, esta
rebeldía se personifica en Satanás. Ahora, y para
entender mejor qué dice Barth cuando habla de los
demonios como representaciones del mal en el
lenguaje del mito, éste define al mito como algo que
‹‹objetiva el más-allá en el más-acá››, volviendo
más accesible lo sobrenatural al introducirlo y
representarlo en el mundo sensible según la
comprensión que el hombre tiene de su existencia
dividida o, por decirlo de otra manera, llena de
dualidades generadoras de tensión, como bien/mal,
vida/muerte, cuerpo/alma, etcétera. Todo esto lleva
a Barth a decir que los demonios son
personificaciones de las fuerzas de ‹‹lo nulo››,
aunque no por ello debemos bajar la guardia, porque
existen como una realidad, como un poder extraño a
la Creación y dirigido contra la voluntad del
Creador, en el sentido de que, si bien son simbólicos
y míticos, han jugado siempre un rol activo en la
historia de las interacciones entre Dios y la
Humanidad, ya que, a decir del propio Barth sobre
‹‹lo nulo›› o ‹‹la nada››: ‹‹¡La nada es la mentira!
Como tal, existe; y posee cualquier cosa como una
especie de sustancia y persona, vitalidad y
espontaneidad, fuerza, poder y tendencia. Como
mentira, funda y organiza su reino, y los demonios
son sus representantes››,
Paul Tillich: Este teólogo emplea categorías
ontológicas sobre la caída de los ángeles entendida
como mito, interpretando a los demonios como
“poderes destructivos del ser”. Explica así el asunto:
‹‹Lo que hay de verdad en la doctrina de los poderes
angélicos y demoníacos es la existencia de
estructuras supraindividuales de bondad y
estructuras supraindividuales de maldad. Ángeles y
demonios no son sino los nombres mitológicos con
los que el hombre designa los poderes constructivos
y destructivos del ser, poderes que andan
ambiguamente entretejidos y en mutua lucha en el
seno de una misma persona, de un mismo grupo
social y de una misma situación histórica. No son
seres sino poderes del ser que dependen de la
estructura total de la existencia y se hallan
implícitos en la ambigüedad de la vida››.
Paul Ricoeur: Este filósofo y
teólogo calvinista de Francia,
intentó descifrar la función
simbólica de Satanás, al cual no
consideraba como ser real,
aunque sin embargo veía como
necesaria (en la práctica) a la errada interpretación
convencional que se le da. Entrando en materia,
Ricoeur creía que, la función simbólica del mito del
pecado original, revelaba el aspecto trágico del mal,
ya que descubría la situación de cada individuo, en
tanto que presentaba al mal como algo que no era
creado por el hombre, que ya existía antes y éste
simplemente encuentra, implicándose y
manchándose de culpa, aunque en última instancia
librándose parcialmente de su responsabilidad
moral, dado que el mal aparece como originado en
un agente demoníaco de carácter pre-humano. Dice
así Ricoeur: ‹‹Situado de nuevo en la perspectiva de
la confesión de los pecados y del simbolismo que
ilumina, el tema del Maligno no es nunca más que
una figura-límite que designa ese mal que prosigo
cuando a mi vez lo continúo y lo introduzco en el
mundo; el siempre ya-ahí del mal es el otro aspecto
de ese mal del que, no obstante, yo soy
responsable››. Por palabras como esas, el teólogo
Balthasar dijo que, para Ricoeur, el Diablo era una
expresión simbólica necesaria para la experiencia de
la culpa, del mal radical como algo que todavía
encontramos enraizado en nuestra propia naturaleza
humana. Lógicamente, de esa concepción del
Diablo, se deduce que los demonios, según Paul
Ricoeur, son expresiones simbólicas que participan
en la representación mítica y trágica del mal como
una realidad que, a la vez que está enraizada en
nosotros, la encontramos ya dada, como que ya está
ahí, e intentamos lidiar con la culpa que eso nos
produce al adjudicar su origen al Diablo, y al ver en
los demonios a seres que nos precedieron en el
pecado, que lo detentan con mucha mayor
intensidad que nosotros, y que nos inducen a
tropezar…
.
Símbolo de la idea-percepción de separación con
respecto a Dios
Helen Cohn Schucman fue
catedrática de Psicología
Médica en la Universidad
de Columbia en Nueva
York, desde 1958 hasta su
jubilación en 1976. Se hizo
famosa porque, con la
ayuda de William Thetford,
redactó el libro Un Curso de
Milagros, que salió a la
venta en 1975 y tenía un
contenido supuestamente dictado por Jesús, no
exteriormente sino como una voz interior que se
comunicaba con Helen. Hasta aquí, cualquiera
podría apresurarse a decir que todo era un fraude con
fines comerciales, pero lo sorprendente es que Helen
mostró la actitud propia de los comunicadores
espirituales que realmente creen en su mensaje y no
buscan fama, ya que prohibió dar a conocer su
condición de receptora de los mensajes de Jesús, al
menos hasta que muriese, y eso se cumplió, pues
solo después de 1981 (año en que falleció) la gente
supo que fue ella la que recibió las revelaciones.
Esto no es garantía de que efectivamente Jesús haya
dictado telepáticamente el libro a Helen, pero sí nos
induce a pensar que así lo creía ella, y que su
propósito no era la fama o el dinero, cosa que, para
quien es creyente de mente abierta, podría
interpretarse como un signo de que las supuestas
revelaciones podrían ser verdaderas.
Dentro de las diversas cosas que supuestamente
Jesús le dictó a Helen, estuvo una particular
interpretación del Diablo, de la cual se desprende
una interpretación determinada de los demonios. En
síntesis, el Diablo aparece como una personificación
de la percepción ilusoria de estar separados de Dios,
siendo esta una percepción que tiene su origen en el
auto concepto que nos hacemos de nosotros, pues
pensamos que somos lo que creemos ser, y eso que
creemos ser es siempre algo que, en mayor o menor
medida, percibimos como manchado por rasgos que
nos oponen al propósito que Dios nos asignó.
De este modo nos erigimos
(inconscientemente y en
cierto sentido) en nuestros
propios creadores (negando
la paternidad de Dios), según
la culpa inducida por la
conciencia del pecado, del
cual es incitador el Demonio en el mito del pecado
original, y es pues, a causa de esa condición de
“incitador al pecado”, que deviene en causante de
aquello que nos hace creernos separados de Dios;
pero, dado que esa separación es ilusoria, el
Demonio es finalmente una personificación de la
ilusión que tenemos de estar separados de Dios, y
también una personificación de las fuerzas que nos
incitan a caer en esa ilusión a través de la culpa,
fuerzas que son los diversos pecados, simbolizados
en los demonios, que aparecen aquí como
representantes de las fuerzas que luchan contra Dios
por poseernos, en tanto que apuntan a entregarnos a
la mentira de creernos separados de Dios, a quien
negamos como nuestro padre en tanto que nos
volvemos hijos del pecado al concebirnos según
nuestra entrega al mismo, que no expresa sino lo que
hacemos, pues lo que somos es, en esencia, algo
divino que esta unido al creador, el padre celestial.
Todo esto podría parecer un tanto redundante, pero
no lo es si vemos las palabras que Helen dijo recibir
por dictado de Jesús, y que exponemos aquí para
complementar la explicación; citamos: ‹‹El
“Diablo” es un concepto aterrador porque parece
ser sumamente poderoso y sumamente dinámico. Se
le percibe como una fuerza que lucha contra Dios
por la posesión de Sus creaciones. El Diablo engaña
con mentiras, y erige reinos en los que todo está en
directa oposición a Dios (…). Esto no tiene ningún
sentido. Hemos hablado ya de la caída o
separación, mas su significado tiene que
comprenderse claramente. La separación es un
sistema de pensamiento que, si bien es bastante real
en el tiempo, en la eternidad no lo es en absoluto.
Para el creyente todas sus creencias son ciertas. En
el jardín simbólico se “prohibió” la fruta de un solo
árbol; mas Dios no pudo haberla prohibido, o, de lo
contrario, nadie la habría podido comer. Si Dios
conoce a Sus Hijos, y yo te aseguro que los conoce,
¿cómo iba a ponerles en una situación en la que su
propia destrucción fuese posible? Comer de la fruta
del Árbol del Conocimiento es una expresión que
simboliza la usurpación de la capacidad de auto-
crearse. Solamente en este sentido no son Dios y sus
creaciones co-creadores. La creencia de que lo son
está implícita en el “auto-concepto”, o sea, la
tendencia del ser a forjar una imagen de sí mismo.
Las imágenes sólo se pueden percibir, no conocer.
El conocimiento no puede engañar, pero la
percepción sí. Puedes percibirte como tu propio
creador, pero lo que a lo sumo puedes hacer es
creerlo. No puedes hacer que sea verdad. La mente
puede hacer que la creencia en la separación sea
muy real y aterradora, y esta creencia es lo que es
el “Diablo”. Es una idea poderosa, dinámica y
destructiva, que está en clara oposición a Dios
debido a que literalmente niega Su Paternidad.››
.
Visión psicoanalítica de Jung
Carl Gustav Jung afirmó que
existía un inconsciente
colectivo además de un
inconsciente personal. En
efecto, observando que a lo
largo de los siglos había
imágenes mitológicas que se
repetían con ligeras
variaciones en distintas
culturas, Jung planteó que
aquel fenómeno respondía a la presencia de
arquetipos en el inconsciente colectivo,
entendiéndose dichos arquetipos como complejos
psíquicos que expresan tendencias innatas, maneras
de responder a la realidad y de organizar la vida
psíquica interna, y que producen, en su existencia
como elementos dinámicos en la vida simbólica de
las sociedades, diversos patrones de formación de
símbolos; los cuales, al tener su causa en una
realidad psíquica y por tanto trans-histórica
(independiente de las condiciones históricas), se
repiten en diversas épocas y culturas, tendiendo a
originar mitos e imágenes simbólicas con marcadas
similitudes. En este marco, los demonios y sobre
todo el Demonio (Ahrimán entre los persas, Satanás
entre los cristianos, Mara entre los budistas,
etcétera), aparecen como imágenes arquetípicas que
expresan, simbolizan y canalizan la dimensión
oscura de la psique colectiva, ya que son
manifestaciones del arquetipo de la Sombra, que en
el plano de la vida social remite a nuestros miedos
más primitivos (miedo arcaico a la oscuridad, por
ejemplo) y a todo lo que, por ser percibido como
amenazante para la armonía y el orden inherentes al
carácter civilizado que las sociedades buscan
preservar y fomentar a fin de subsistir, es tachado de
malo, de incorrecto, de tabú: cosas que remiten a
nuestro lado instintivo y salvaje, y que entre sus
ejemplos se cuentan el canibalismo, el robo, el
asesinato, el incesto, el parricidio, la sexualidad
desenfrenada, la violencia extrema, etcétera…
De este modo, tenemos que, la historia del Mal, es
la propia historia del hombre en la Tierra. El Mal
aparece así, en el lenguaje de los mitos, como
anterior al hombre, aunque introducido en el mundo
por su propia libertad. De allí que la Demonología
sea también una Antropología en el sentido de que,
desde los albores de la civilización, han aparecido
divinidades oscuras y seres maléficos, a manera de
proyecciones, en el plano mítico, de la naturaleza
humana en lo que ella posee de sombrío, de
negativo, de amenazante y destructor.

El gran problema de todo esto, es que la Sombra no


solo existe a nivel colectivo sino individual,
personal, y representa todo aquello que
consideramos negativo en nosotros, todo aquello
que rechazamos, y que usualmente negamos o
reprimimos.
Lógicamente, la Sombra
Individual está en gran
medida determinada por
la Sombra Colectiva de
la sociedad en que
vivimos, pues nuestro
entorno cultural nos
infunde valores y
códigos morales, ideas
sobre lo que es bueno y lo que es malo. Claro está
que, el grado de semejanza entre la Sombra
Individual y la Sombra Colectiva, varía dependiendo
del individuo, pues allí intervienen variables como
la inteligencia, la personalidad, el caudal de
conocimientos, etcétera. Metiendo a los demonios y
al Diablo en el asunto, estos aparecen como
imágenes arquetípicas de la Sombra Colectiva, y el
individuo, en la medida en que los perciba como
seres reales, podrá usarlos como chivos expiatorios
para escapar de la aceptación de su Sombra
Individual, ejemplo que se ve muy bien en esos
evangelistas actuales (un fenómeno de América,
básicamente) que andan viendo al Diablo y a los
demonios detrás de casi todo pecado que cometen
ellos y los demás.
El inconveniente con todo esto es que el arquetipo
de La Sombra, por mediación de una imagen
arquetípica que le corresponda, puede terminar
poseyendo al sujeto; y éste, que inicialmente lo usó
como chivo expiatorio, como elemento para
inconscientemente exorcizar una parte de sí mismo,
puede terminar sucumbiendo ante aquello que
rechaza y reprime, lo cual encuentra su más perfecto
ejemplo en el fenómeno de la posesión demoníaca
entendido desde una óptica escéptica de vertiente
psicoanálitica-jungiana. Advierte por eso el mismo
Carl Gustav Jung: ‹‹Sabemos que un arquetipo
puede irrumpir con fuerza demoledora en una vida
humana individual y en la vida de una nación (…).
En la misma medida que la influencia del
inconsciente colectivo aumenta, la mente consciente
pierde su poder de liderazgo. Imperceptiblemente se
convierte en el dirigido, mientras que un proceso
inconsciente e impersonal va tomando el control.
Así, sin notarlo, la personalidad consciente es
zarandeada como una figura en un tablero de
ajedrez por un jugador invisible. Este es el jugador
que decide el juego del destino, no la mente
consciente y sus planes (…) Las potencialidades del
arquetipo, para el bien y el mal por igual,
trascienden nuestras capacidades humanas muchas
veces (…), la identificación con una figura
arquetípica presta fuerza casi sobrehumana al
hombre común y corriente.››.
Finalmente, lo expuesto nos muestra la irónica
situación de que el propio hombre, en su afán por
negar y expulsar una parte de sí mismo, construye
maléficas quimeras que sostiene con tanta fe que, en
el plano de su vida interior y a veces a nivel de sus
acciones, acaban teniendo casi tanto poder como si
fuesen reales. Reflexionando sobre esta
desconcertante verdad, el Dr. Vicente Rubino,
Presidente Honorario de la Asociación Junguiana
Argentina, escribió en el Despertar de la Sombra las
siguientes palabras: ‹‹Luego de siglos y siglos, el
hombre ve emerger ante sí la horrorosa figura del
Maligno, que él mismo ha proyectado en su
evolución, y cuya génesis humana, por ser
inconsciente, permanece desconocida: en el
Maligno vuelve a encontrar todo lo que no quisiera
ser. El hombre ha convertido en una realidad
objetiva lo que ha sido, originariamente, una
proyección de su propia Sombra arquetípica (…). El
espíritu del Mal, esencializado y personificado, se
convierte en una entidad metafísica anterior a las
luchas internas del hombre, que es realmente quien
la ha creado.››
Fuentes:
En: http://www.demonologia.net

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