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El siguiente material, es una traducción realizada

por fans y para fans.


Beautiful Coincidence no recibe compensación
económica alguna por este contenido, nuestra única
gratificación es el dar a conocer el libro, a la
autora, y que cada vez más personas puedan
perderse en este maravilloso mundo de la lectura.
Si el material que difundimos sin costo alguno, está
disponible a tu alcance en alguna librería, te
invitamos a adquirirlo.
Contenido
Karen Marie Moning Capítulo 12 Capítulo 27
Sinopsis Capítulo 13 Capítulo 28
Entonces Capítulo 14 Capítulo 29
Polvo de Estrellas Capítulo 15 Capítulo 30
Polvo de Tierra Capítulo 16 Vigilante
Capítulo 1 Capítulo 17 Naciente
Capítulo 2 Capítulo 18 Capítulo 31
Ahora Homicida Capítulo 32
Capítulo 3 Capítulo 19 Capítulo 33
Capítulo 4 Capítulo 20 Capítulo 34
Capítulo 5 Capítulo 21 Capítulo 35
Asesina Capítulo 22 Capítulo 36
Capítulo 6 Capítulo 23 Capítulo 37
Capítulo 7 Capítulo 24 Capítulo 38
Capítulo 8 Descendiendo Capítulo 39
Capítulo 9 Capítulo 25 Epílogo
Capítulo 10 Capítulo 26 Escenas Eliminadas
Capítulo 11 Playlist
Karen Marie Moning
Karen Marie Moning nació el 1 de Noviembre
de 1964 en Cincinnati, Ohio, y se licenció en
Derecho y Ciencias Sociales en la Universidad de
Purdue. Trabajó como camarera, asesora y
gestora en una compañía de seguros, antes de
intentar cumplir su sueño de llegar a convertirse en
una escritora.

Su primera novela, Beyond the Highland Mist


(Nieblas de las Highlands) fue nominada en dos
categorías de los premios RITA y obtuvo un
Romantic Times. Gracias a ello, Karen fue
nombrada mejor autora novel del año 1999. A
partir de ese momento, sus novelas han estado a
la cabeza de las listas de libros más vendidos, han obtenido los más
prestigiosos premios del género romántico y han sido traducidas a varios
idiomas como el alemán, ruso, chino, español, francés, italiano...

Su página web oficial es: www.karenmoning.com


Sinopsis

N
o hay acción sin consecuencias...

Dani O'Malley tenía nueve años cuando la delirante y


sádica Rowena la transformó en una despiadada asesina.
Años más tarde, ella es fuerte, está endurecida, pero
dolorosamente vulnerable y ferozmente compasiva,
viviendo sola por su propio código exigente. A pesar de las cicatrices en su
cuerpo, impulsadas por las más profundas talladas en su alma, nadie está
más comprometido con la protección de Dublín. Durante el día, ella
garantiza la seguridad de aquellos a quienes rescata, por la noche caza el
mal, imparte justicia rápidamente y sin piedad, decidida a brindar a
aquellos a quienes cuida la paz que ella nunca ha conocido.

No hay poder sin precio...

Cuando la Reina de Faerie usó la peligrosamente poderosa Canción


de la Creación para sanar al mundo del daño causado por el Rey
Escarcha, la magia catastrófica se filtró profundamente en la tierra, dando
lugar a consecuencias horribles e imprevistas... y ahora los enemigos
mortales traman en la oscuridad, preparándose para esclavizar a la raza
humana y desatar un antiguo reinado infernal en la Tierra.

No hay futuro sin sacrificio...

Con el letal inmortal Ryodan a su lado, armada con la épica espada


de la Luz, Dani una vez más lucha por salvar al mundo, pero su pasado
vuelve para perseguirla con una venganza, exigiendo un precio
indescriptible por el poder que necesita para salvar a la raza humana y
nadie —ni siquiera Ryodan, quien movería las estrellas por ella— puede
salvarla esta vez...
Entonces
Los hombres rara vez (si acaso) logran idear un dios superior a ellos mismos.
La mayoría de los dioses tienen los modales y la moral de un niño mimado.

— ROBERT HEINLEIN

Todo lo que crees que sabes es erróneo. Los mortales poseen vidas cortas,
recuerdos más cortos. Ni siquiera puedes girar la misma historia dos veces
sin brutalizar los hechos. Cuando la política entra en juego, el canon
humano se vuelve conveniente en el mejor de los casos, se prescinde
totalmente en el peor de los casos. No tienes una maldita idea de quiénes
son tus dioses.

— CONVERSACIONES CON DAIRE

No tengo dioses. Mis demonios se los comieron.

— DANI O’MALLEY
Polvo de Estrellas

É
l no habría visto la estrella fugaz si la mujer en su cama no se
hubiera quedado dormida, abusando de su bienvenida,
llenándolo con el inquieto deseo de dar un paseo solitario por la
playa.

El océano por la noche siempre lo alegraba de estar vivo, razón por la


cual había elegido vivir tan cerca de este.

Vivir era lo único que siempre haría.

Esta noche, el mar era un escalofriante cristal oscuro, hospedando


secretos nunca revelados en sus profundidades mientras que en su
tranquila superficie las estrellas brillaban como diamantes. Dador de vida,
ladrón de vidas, hermoso, un desafío a manejar, digno de aprender a
montar, lleno de nuevas maravillas todos los días; si hubiera tenido a una
mujer como el océano en su cama, todavía estaría allí.

No era un hombre que creyera en las señales de los cielos. Había


vivido demasiado tiempo para eso y sabía que si fuera a recibir una señal
de algún tipo, explotaría desde abajo en una lluvia de chispas y azufre, no
descendería desde arriba, una maravilla para la vista.

Por unos momentos observó la estrella abrirse camino a través de un


aterciopelado cielo negro, dejando un rastro de reluciente polvo de
estrellas a su paso.

Entonces se dio vuelta y se quitó la ropa para ir a nadar. Estaba casi


en el agua cuando se dio cuenta de que la estrella parecía dirigirse hacia
él y estaba mucho más cerca de lo que parecía inicialmente. De hecho,
parecía que —si continuaba en su dirección actual— podría aterrizar en su
playa. ¿Cuáles eran las probabilidades de eso?

Arqueó una ceja, considerando su trayectoria. Aunque no podía


medir su velocidad, la estrella ciertamente parecía estar en un curso de
colisión directa.

Con él.

Su risa era profunda, burlona; qué rico sería eso. Después de tantos
eones, ¿iba a ser derribado por una estrella fugaz? ¿Finalmente había
logrado ofender tanto a aquellos que residían en los cielos y aquellos que
moraban debajo? ¿Su sentencia era finita, después de todo?

Observó su acercamiento, divertido, desafiándola a encontrar su


blanco. Terminar con su vida. Destruirlo.

Gruñó:

—Haz tu mejor esfuerzo. —Y cerró sus ojos, esperando el impacto.


Había visto llegar el final demasiadas veces como para importarle cómo
lucía. No necesitaba mirar. Sabía lo que era la muerte.

Nunca el final. No para él.

Esperó.

Y esperó.

Finalmente, abrió sus ojos. La estrella había disminuido a paso de


tortuga y ya no estaba corriendo a toda velocidad por el cielo, sino que
caía lentamente, perezosamente, directamente sobre su cabeza, tal vez a
un kilómetro por encima de él.

No movió ni un músculo. Vamos, perra. Hazlo.

La estrella se desplomó abruptamente, adquiriendo velocidad a


medida que caía.
Cuando se estrelló en la playa a una docena de pasos de distancia,
el impacto la enterró en una suave explosión de arena.

Con una ceja arqueada, contempló la hendidura. La única otra


ocasión en que el universo le había llamado la atención, no había ido
bien. Estaba intrigado a pesar de sí mismo; este era un giro inusual de los
acontecimientos para un hombre para el que ya nada era inusual, y no lo
había sido durante mucho tiempo.

Al acercarse a la depresión, se arrodilló y comenzó a cavar. Cuando


finalmente sus dedos se cerraron sobre la cosa que había caído del cielo,
murmuró un juramento y retiró las manos de la arena.

Estaba terriblemente caliente. Y ahora estaba cubierta de nuevo.

Se sentó, estiró las piernas alrededor del hueco, y excavó más


cuidadosamente, hasta que se reveló un trozo negro del tamaño de su
mano, con bordes irregulares y rotos que brillaban rojos como brasas
ardientes.

Mucho para señales.

Mucho para la muerte.

Era solo un trozo plano de roca derretida que había caído


casualmente en picada en su playa mientras él había estado caminando.

Se empujó hacia arriba y comenzó a moverse hacia el mar, pero a


medida que se alejaba de la estrella caída, una repentina brisa echó una
fragancia detrás de él que lo detuvo en seco. El monstruo gruñó e inhaló
ávidamente.

Ah, ¡el olor! ¿Qué era ese olor?

Echó un vistazo hacia atrás, fosas nasales dilatándose. Regresando al


objeto, se quedó parado encima de este, ojos cerrados, respirando
hambrientamente, saboreando el aroma con su mente. Su monstruo
estaba paseando ahora, inquieto y alerta.
Mujer.

La roca olía a mujer: oscura y vasta, compleja como el mar. Era vida y
muerte, misericordia y crueldad, alegría y dolor. Complicada. Difícil de
manejar. Digna de aprender a montar.

¿De dónde había venido?

Consumido por el misterio, abrió sus ojos. Aunque se curaba con


notable velocidad, no estaba de humor para volver a quemarse las
manos, así que caminó hacia una roca cercana y seleccionó una cuña
larga y estrecha.

Regresando a la lejana estrella, la empujó con la piedra, deslizándola


por el costado de la arenosa hendidura para poder voltearla y examinarla.
Incluso con las manos a una distancia considerable del objeto, arrojaba
suficiente calor para ampollar su piel.

Él, que no creía ni en las señales ni en la muerte, quien, a decir


verdad, no creía en nada en absoluto, miró hacia abajo durante un largo
tiempo, sin una maldita idea de qué hacer con esto.

En el lado opuesto de la estrella caída, grabadas con una pluma de


polvo de estrellas, brillaban tres palabras:

ESTOY BIEN, ESTOY


Polvo de Tierra

E
l ladrón de almas no tenía idea de cuánto durmió.

No sabía que estaba durmiendo.

Pensó que había muerto.

Compases de música temblaron en la tierra, enterrados profunda-


mente en la tierra fértil, a través de rocas, arcilla, y rocas otra vez,
hundiéndose más profundamente en hierro, plomo, cobre, plata y oro,
luego una inmutable aleación alienígena hasta que, por fin, la antigua
melodía penetró en la tumba y despertó al mortal leviatán.

Conciencia amaneció en lentas etapas.

Recordó entonces.

La llegada de Faerie, la interminable guerra imposible de ganar, las


mentiras y el engaño, la pérdida de poder. La tortura. La conquista. El
rostro brutalizado, la máscara. El encarcelamiento, la enfermedad que lo
reclamó, hasta que finalmente fue una sombra entre las sombras. Una
máscara chocando contra una piedra antigua, se había vuelto tan
insustancial como el aire.

Al final, con el último vestigio de su conciencia, no logró más que una


débil protesta.

Una vez se había creído obstinado, eterno, imparable.

Se aseguraría de eso esta vez.


1
“El alumno en negación; no
puedo apartar mis ojos de ti”.

—¡H
uelo a huesos! —explotó Shazam, bigotes erizados con
emoción—. Huesos por todas partes. ¡Miles y miles de
ellos! ¡Me llevas a todos los mejores lugares, Yi-yi! —Me
arrojó una mirada adoradora antes de lanzarse a la tierra y cavar,
enviando puñados de hierba y tierra a volar.

—Deja de cavar —exclamé—. No puedes comerte esos huesos.

—También puedo. Observa —llegó la voz apagada.

—No, quiero decir, no tienes permitido comerlos —aclaré.

Me ignoró. Suciedad continuó volando, apilándose rápidamente


detrás de él.

—Shazam, lo digo en serio. Prometiste obedecer mis reglas. Mis


expectativas —le recordé, usando su frecuente pomposa manera de
hablar—, barrotes en tu jaula.

Con la cabeza enterrada en el suelo, dijo con una voz apagada:

—Eso fue entonces. Esto es ahora. Entonces, no tenía un hogar.

—Shazam —dije en el tono de advertencia que sabía que odiaba.


Pero que tomaba en cuenta.
El cuerpo regordete se metió en medio de su agujero, mi Hel-Cat se
puso rígido y se deslizó —sumamente despacio y de mala gana— y me
fulminó con la mirada. Suciedad empolvó su ancha nariz, sus bigotes
plateados, y se aferró a su largo collar de humo plateado. Estornudó
violentamente, se lamió la nariz, luego la frotó con una furiosa pata.

—Pero son huesos, pequeña pelirroja. Ya están muertos. No los estoy


matando. Dijiste que no podía matar nada. No dijiste que no podía comer
cosas que estaban muertas. —Sus ojos se entrecerraron en hendiduras
violetas—. Bufflesqueas tus expectativas. Bufflesqueaste mi cabeza. ¿Quién
siquiera hace eso?

Bufflesquear no era una palabra que yo conociera —él tenía muchas


de esas— pero intuía el significado.

—Estos huesos son diferentes. Son importantes para los humanos. Los
enterramos en ciertos lugares por una razón.

Habló lenta y cuidadosamente, como si se estuviera dirigiendo a una


completa idiota.

—Yo también. Así son fáciles de encontrar cuando tengo hambre.

Sacudí la cabeza, una sonrisa tirando de mis labios.

—No. Estos son los huesos de gente que nos importa. —Señalé a las
oscuras siluetas de lápidas que se extendían por hectáreas a nuestro
alrededor—. No los comemos, los enterramos así…

—Pero ¡nadie está haciendo cosas con ellos y se están pudriendo!


—chilló. Deslizándose sobre sus ancas, extendió sus patas delanteras
alrededor de su vientre blanco y regordete—. Das huesos. Encuentro
huesos. Lo mismo. Una buena razón por la que no puedo comerlos —
exigió.

Debatí tratar de explicarle los rituales de entierro humanos, pero


muchas de nuestras tradiciones desafiaban su comprensión. Un hueso era
un hueso. Convencerlo de que los huesos del cementerio llevaban un
apego emocional y espiritual para los humanos, a diferencia de los huesos
de vaca o de cerdo que a veces le llevaba, podría llevar toda la noche, y
dejarlo tan desconcertado como había empezado. Y a mí exhausta.

Le di la única respuesta que funcionaba en un momento como este.


La respuesta que había odiado de niña.

—Porque yo lo digo.

Se levantó a toda su altura, arqueó su espalda y me siseó, mostrando


afilados colmillos y una larga lengua de punta negra.

Le devolví su gruñido. Con Shazam, no me atrevía a ceder o decir


“solo un hueso, solo esta vez” porque en su mente si una regla podía ser
violada una vez, ya no era una regla y nunca más lo sería. A menos que,
por supuesto, funcionara a su favor.

Sus ojos se volvieron duros.

Los míos se enfriaron en hielo esmeralda.

Me dio una mirada de reprimenda.

Cambié de táctica y lo desollé con una expresión de reproche y


decepción.

Sus ojos violetas se abrieron como si lo hubiera golpeado. Se


estremeció dramáticamente, se cayó, colapsó sobre su espalda, y
comenzó a llorar con grandes sollozos, llevando sus patas a los ojos.

Suspiré. Este era mi mejor amigo, el último Hel-Cat en existencia.


Poderoso, a menudo brillante más allá de la comprensión, la mayor parte
del tiempo era un desastre salvajemente emocional. Lo adoraba. A veces,
cuando él brillaba como fuego salvaje entre silvestre y neurótico, sintiendo
cada faceta de su vida tan intensamente, me veía a mí misma como una
niña, demasiado difícil de controlar.

Había estado encerrada en una jaula la mayor parte de mi infancia.


No poseía una jaula y nunca lo haría.

Me moví a través del césped húmedo, me hundí junto a la sollozante


quimera peluda con rasgos de un lince ibérico y la flexible postura
perezosa de un oso koala, y tiré de la bestia de veinticinco kilos hacia mí.
En el momento en que lo toqué, aulló maldito asesino y comenzó a gruñir,
luego se puso rígido, tenso, y misteriosamente más pesado. Con las cuatro
patas estiradas en el aire, afiladas garras negras extendidas, columna
vertebral rígida, levantar una hiena hostil sobre mi regazo podría haber sido
más fácil.

Dejó de gruñir el tiempo suficiente para espetar:

—No me toques. Encuentra tu propia dimensión. Estás saturando mi


espacio. —Entonces colapsó sobre mis piernas y su cabeza se movió hacia
atrás—. Peina mi cuello, se enredó otra vez —protestó.

Mordí mi labio para evitar reírme; los sentimientos de Shazam eran


fácilmente heridos en este estado. Usando mis uñas, peiné la gruesa piel de
su mentón, su cuello peludo, y alrededor de sus orejas hasta que escuché
un profundo y contento ronroneo en su pecho.

Nos desparramamos en el césped del cementerio detrás de la Abadía


de Arlington, bajo un reluciente cielo cobalto con estrellas rosas dorado y
una luna llena ámbar, disfrutando del momento. Era mediados de marzo,
pero gordas y aterciopeladas amapolas rebozaban en urnas cercanas, y
exóticas rosas enrejadas adornaban tumbas, perfumando el aire nocturno
con indefinibles fragancias Fae. Una sinfonía nocturna de grillos y ranas
llenaba el aire.

El clima de Dublín había sido inusualmente templado desde que la


Reina de los Fae usara la Canción de la Creación para sanar nuestro
mundo el noviembre pasado. No habíamos tenido invierno; una larga y
fértil primavera se había transformado sutilmente en un extraordinario
verano, salpicado de brillantes colores Fae y nuevas especies de plantas.
Había habido poca paz en mi vida. Tendía a encontrarme envuelta
en un melodrama tras otro, pero aparte de un corazón roto que no estaba
sanando en el plazo que habría preferido, la vida era buena. Tenía a
Shazam, tenía amigos, sanaría y había un interminable potencial para
nuevas aventuras una vez que lo hiciera.

Eventualmente, el Hel-Cat abrió un ojo color lavanda y me escrudiñó.


Me quedé sin aliento. No había nada salvaje o neurótico en su mirada
ahora, solo una antigua sabiduría unida a remota paciencia eterna como
las estrellas. Había aprendido a escuchar cuidadosamente cuando me
miraba así.

»Los restos del que te hizo bailar hasta enamorarte están en la tierra,
Yi-yi. Es por eso que no quieres que me coma los huesos. Haz lo que viniste
a hacer. Cazaré solo las sabrosas polillas nocturnas. —Sonriendo, añadió—:
Y mataré como tú: con amor. —Se levantó de mi regazo con un salto
sospechosamente elegante, dado el peso de su cuerpo, y avanzó hacia la
oscuridad más allá de las tumbas.

Puse mis ojos en blanco mientras desaparecía. Había sido entrenada


para matar a los nueve años. Antes de eso, había matado sin
entrenamiento. Poco después de que rescatara a Shazam del Planeta X,
me preguntó cómo mi asesinato era diferente del asesinato que le había
prohibido hacer, aparte de que yo desperdiciaba comida al no comer a
mi presa. Le dije que cuando yo mataba, no era con el odio que una vez
ardió en mi corazón, sino con amor por el mundo al cual estaba tratando
de proteger. Lo hacía solamente cuando era necesario, tan rápidamente
y misericordiosamente como era posible. Matar con violencia en tu
corazón, o peor aún, una completa falta de emoción, te hacía un asesino,
claro y simple. Matar porque tenía que ser hecho, porque no había otra
manera y era lo correcto, te hacía un arma necesaria.

Haz lo que viniste a hacer. No estaba segura de qué era eso. Nada de
Dancer permanecía en este macabro monumento a los muertos detrás de
la Abadía de Arlington. Encontré ese pensamiento terrible: que su esencia
pudiera estar atrapada en una caja enterrada bajo la suciedad. Cuando
muera, incinérenme y arrójenme a las estrellas.

Aun así, me puse en pie, bordeé un banco de setos bajos y grandes


maceteros, y me moví para pararme al pie de su tumba.

El tiempo se resbaló; era cuatro meses atrás y estaba besando los


labios fríos de Dancer y cerrando la tapa de su ataúd.

Dios, lo extrañaba.

Habíamos jugado con la inocencia e impunidad de niños que se


creían inmortales (por lo menos yo lo había hecho), conquistando
videojuegos, viendo películas, soñando juntos sobre lo que podían
depararnos nuestros futuros, engullendo helados y dulces y refrescos,
corriendo hacia la noche en busca de aventuras.

Sonreí débilmente. Habíamos encontrado muchas. Nos habíamos


sumergido en la vida con un entusiasmo similar y una valentía diabólica.
Preocupado, pensativo, y brillante, había sido una de las dos únicas
personas que he conocido que pensaba que era tan inteligente,
posiblemente más inteligente, como yo.

Habíamos crecido, nos habíamos convertido en amantes.

Dancer Elias Garrick, nunca el compañero, siempre el héroe.

Metí mis manos en mis bolsillos y miré fijamente. No soy una mujer que
a menudo mire hacia atrás. Mido acciones por resultados, y escrudiñando
el pasado rara vez da resultado alguno. Reflexionar sobre algo que te hiere
solamente prolonga tu dolor, y cuando la muerte está involucrada, el dolor
a menudo se ve agravado por un implacable sentimiento de culpa que
ataca en el momento en que empiezas a sanar, como si la duración del
dolor probara de alguna manera la profundidad de tu amor por la persona
que perdiste.

Si eso fuera verdad, tendría que llorar la pérdida de Dancer para


siempre.
Nacido con un corazón defectuoso, había vivido intrépidamente. El
músculo injustamente penalizado en su pecho se había rendido antes de
que hubiera cumplido dieciocho años, mientras yo estaba durmiendo junto
a él en la cama. Me había despertado después de una noche de hacer el
amor para encontrarlo ido para siempre.

Me había deshecho. Se puso feo. Mis amigos me ayudaron a


superarlo.

La culpa definitivamente me había traído aquí, pero no por falta de


dolor. Una gran cantidad de eso me hizo hacer algo estúpido anoche.

Intenté borrar mi dolor en la cama de otro hombre. Había parecido


una buena idea en ese momento.

No había funcionado. El primer hombre con el que había tenido sexo


me enseñó lo hermoso que era.

El segundo hombre me había mostrado lo feo que podía ser.

—Te extraño —le susurré a la tumba, y esperé.

Poco después de que muriera, me habló dos veces. Había sentido su


presencia, como si estuviera de pie allí detrás de mí, el sol en mis hombros,
atravesando la estela para consolarme y aconsejarme.

Unas semanas atrás, sin embargo, me había dado cuenta de que ese
calor intangible había desaparecido —desvanecido mientras dormía— y
supe en mis entrañas que él había seguido adelante. De alguna manera,
se las había arreglado para permanecer en el éter para asegurarse de que
yo estaba bien y cuando estuvo satisfecho, hacía corrido para la siguiente
gran aventura.

Como debería haber hecho.

Como todos deberíamos cuando llegue nuestro momento.


Ese pensamiento no me hizo sentir mejor. Los pensamientos raramente
lo hacen. El corazón tiene su propia mente, mide su propio tiempo, y si
consulta con el cerebro, no siempre le hace caso a los consejos. Mi
cerebro estaba gritando: detén ya el dolor. A un público sordo.

Nunca antes había comprendido completamente el significado de la


frase “para siempre”. Había perdido a mi mamá mucho antes de que
muriera. No era lo mismo. Había llorado su pérdida mientras todavía había
estado viviendo.

Pero la idea de que nunca vería a Dancer de nuevo era más de lo


que podía soportar. Todo lo que me quedaba de él eran recuerdos y no
habíamos tenido tiempo para hacer suficientes.

Mi mirada se dirigió hacia la lápida al este de su placa. JO BRENNAN.


Habíamos colocado a otra de mis amigas a descansar junto a él. Sonreí
débilmente, recordándola irrumpiendo en mi celda de la mazmorra para
salvarme. No siempre nos habíamos llevado bien, pero ella había sido una
genuina y buena constante en mi vida y no merecía morir como lo hizo.

ALINA MCKENNA LANE. La hermana de Mac fue enterrada junto a


ella. Había habido tanta muerte en mi vida.

—Razón de más para vivir —llegó el gruñido profundo y exóticamente


acentuado de detrás de mí. Podía oír rastros de muchas lenguas en este,
un consenso de ninguna.

Me ericé. No mucha gente puede acercarse sigilosamente a mí sin


que mis sentidos preternaturales entren en alerta máxima. Ryodan desafía
las probabilidades de innumerables e irritantes maneras.

—Aléjate de mi cabeza.

—No estaba en esta. No necesitaba estarlo. Cuando los humanos


están de pie en las tumbas, se ponen melancólicos. —Estuvo a mi lado
entonces, de esa manera repentina, silenciosa y misteriosa suya.
Humanos, había dicho. Fuera lo que fuera Ryodan, no era uno de esos
y había dejado de hacer esfuerzos para ocultármelo. Tanto si era un
hombre urbano y sofisticado o una bestia de piel negra y con colmillos, era
todo lo súper que yo era, además de un impresionante y exasperante
surtido de otros. Cuando era joven, me había sentido como Sarah de la
película Laberinto, dando vueltas por Dublín teniendo grandes aventuras.
Ryodan era Jareth, mi Rey Duende. Lo había desafiado en todo momento,
definiéndome en oposición a él. Lo había estudiado, incorporando sus
ideologías y tácticas a las mías. En el otro lado de los espejos había
funcionado por el código: ¿QHR1? Nunca se lo diría.

Me volví y lo miré con el ceño fruncido. Hermoso, genial, distante


hombre. Siempre me pasan dos cosas cada vez que aparece. Recibo una
instantánea sacudida de felicidad, como si cada célula en mi cuerpo se
despertara y se alegrara de verlo. Me molesta porque mi cerebro
raramente está de acuerdo. Ryodan y yo somos entusiastas enemigos,
cautelosos amigos. Le cuento cosas que no le cuento a nadie más, y eso
también me ofende.

La segunda cosa me desconcierta. A menudo siento ganas de llorar.


He llorado en sus camisas perfectas y almidonadas más veces de las que
me importa recordar.

»Porque lo entiendo —murmuró, mirándome fijamente con esos


brillantes ojos plateados—. Y puedo soportarlo. No estaba seguro de la
felicidad, sin embargo. Agradable de tu parte aclararlo.

—¿Qué parte de “mantente fuera de mi cabeza” no entendiste?

—Tu rostro, Dani. Todo lo que sientes está en este. Rara vez necesito
profundizar.

Había vislumbrado una emoción tan cruda en mí recientemente que


había estado evitándolo. Como Jada, era respetada, temida. Como Dani,

1 QHR: ¿Qué haría Ryodan?


a veces me sentía como si estuviera compitiendo con Shazam por el cartel
de “El desastroso niño del mes”.

Solo podía esperar que lo que pasó anoche no se viera en mi rostro.


Nunca antes había experimentado a lo que se enfrentaba a diario una
mujer promedio con fuerza promedio: vulnerabilidad física al sexo opuesto.
Había sido humillante y horripilante y despertado una feroz compasión en
mí, haciéndome aún más protectora de mi ciudad, especialmente de las
mujeres y niños.

En la cama con un extraño, mi corazón se sintió como si fuera a


explotar. Había tratado de dejar al hombre y esa cosa vacía que estaba
haciendo, pero la intensidad de mis emociones agotó mi fuerza sidhe-seer,
dejándome como una mujer espantosamente normal de metro setenta y
cinco que pesaba sesenta y cuatro kilos, en una habitación cerrada con
un hombre de un metro noventa y ciento ocho kilos.

Quien me había llamado calienta pollas y vuelto violento.

No lo había matado. Había querido hacerlo. Si hubiera tenido éxito en


violarme, no estoy segura de qué habría hecho. “No” es “no”, sin importar
cuando era dicho. Como era, lo estaría observando a la distancia para
asegurarme de que nunca volviera a cruzar esa línea. Y si lo hacía, bueno:
violas las libertades ajenas, pierdes las tuyas.

—Ah, Dani. —Ryodan me tocó la mejilla, cepillándome un rizo suelto y


me lo metió detrás de la oreja—. Los hombres pueden ser malditos
bastardos. Pero no todos ellos. No dejes que eso acabe contigo. No tengas
miedo. No tengas miedo de caer. Pruébalo todo.

Mis ojos brillaron con rebeldía. No por lo que dijo, sino por lo que no
había dicho. Estaba ahí en su voz. Mac y Barrons se fueron hace dos
semanas para enfrentarse a la revuelta teniendo lugar en Faery. Ella me
había recordado que el tiempo se movía diferente allí; una semana para
ella podría ser tanto como un año para mí. Él también se iba.

—Eso suena sospechosamente como un adiós.


Sonrió, pero no llegó a sus ojos. Hay una frialdad palpable, una
distancia en la mirada de Ryodan la mayor parte del tiempo, una mirada
de mil metros que ha visto y hecho cosas que te cambiarán para siempre,
una vista panorámica. Lo entiendo. A veces veo la misma mirada en mis
propios ojos.

—Hay algo que tengo que hacer.

Lo sabía. Dije con calma:

—Genial. Shazam y yo iremos contigo.

—No puedes.

—Claro que podemos. Han elegido un consejo para la abadía, han


vuelto a votar como en los viejos tiempos. Soy una simple consejera. —Yo lo
quería así. Libertad para ir y venir a mi antojo.

—No esta vez.

—Me dijiste que lo probara todo. Solo estoy tomando tu...

—Nada. No estás tomando nada —me cortó duramente—. No puedo


llevarte conmigo ahora. Ahora no perteneces a mi lado.

Atrás quedó el hombre pulido y sofisticado. La bestia de piel negra en


la que a veces se convertía me miró fijamente a través de fríos e
incalculablemente ojos antiguos, manchas de carmesí brillando en sus
profundidades. La presencia atávica de la bestia remodeló los planos y
ángulos de su rostro, cambiando y alargando su mandíbula para
acomodar la repentina aparición de colmillos.

Hace tiempo, lo había besado, sentí como si esos colmillos rozaran mis
dientes mientras que puro alto voltaje se había levantado entre nosotros.
Hace tiempo le había ofrecido mi virginidad. Me había rechazado y yo
había prometido que nunca tendría otra oportunidad.
Su mirada se cerró y volvió a ser Ryodan, un hombre con dientes
blancos y la mirada más clara que jamás había visto. Un hombre que
jugaba el juego largo y no sufría conflictos siendo lo que era. Despiadado.
Un imbécil. Mi amigo.

»Recuerda el celular y el tatuaje —dijo—. No importa si las antenas de


celulares están encendidas o no. El SESM siempre funcionará. Úsalo solo si
debes hacerlo.

El SESM, código para Si Estás en Seria Mierda, era un número


programado en mi teléfono que activaría el tatuaje que Ryodan había
escrito en la base de mi columna vertebral a petición mía. Según él, podía
encontrarme en cualquier parte, casi instantáneamente.

—Conozco las reglas. Solo si me estoy muriendo.

Se estaba yendo. Esto era un adiós de verdad. Mi familia de retazos


de amigos extraordinarios se estaba desmoronando. Me consolé al saber
que estaba cerca, en mi ciudad, y podía verlo cada vez que lo quería. No
es que lo hubiera hecho últimamente, pero me gustaba saber que el rey
imperioso tenía la corte eterna en su reino de cristal por encima del resto
de nosotros, que el club nocturno Chester’s estaba abierto y que estaba
lleno como de costumbre. Puede que no haya entrado en el interior en los
últimos meses, pero ciertamente me había propuesto hacerlo con
frecuencia. Vigilo las cosas que me importan.

Mi corazón estaba frío y lo dejé ir. Dancer, Jo, Mac, Barrons. Ahora
Ryodan.

—No hagas eso —gruñó.

—No me digas lo que tengo que hacer —gruñí de vuelta—. Te estás


yendo. Ya no tienes nada que decir.

—Siempre tengo algo que decir. No necesito tu permiso.

Corté:
—Claramente. —Estaba dejando Dublín sin ella. ¿Pensó que le rogaría
que se quedara? Nunca. La gente tenía que querer quedarse, elegir estar
contigo, o no significaba nada. Había jaulas físicas y otras emocionales.
Aferrarse a alguien excesivamente duro les hacía difícil respirar, y
eventualmente, inevitablemente, ellos hacían una de dos cosas: asfixiarse
o correr, dejándote con la sensación de estar en el infierno de todos
modos. Agité una mano despectiva—. ¿Qué esperas entonces? Vete.

Se le ensancharon las fosas nasales y un músculo tembló en su mejilla.


La luz de la luna iluminó un rostro que una vez había pensado
despreocupado y remoto. Había trazado la agudeza de esos pómulos con
mis dedos, la sombra de barba de su mandíbula, la cicatriz que dividía la
gruesa columna de su cuello. Había experimentado la rara ferocidad
emocional del hombre. Me hizo sentir incómoda de maneras que no
entendía. Suspiré y dije, a pesar de mí misma:

»¿Cuándo vas a volver?

—Tardará un rato.

—Sé preciso. ¿Semanas? ¿Un mes o dos? —Cuando no me contestó,


me quedé boquiabierta, incrédula—. ¿Años? ¿Estás bromeando?

Sus ojos se entrecerraron y escupió en un apuro salvaje:

—Escúchame y esculpe todo lo que voy a decir en tu gigantesco y


complicado cerebro. Tienes razón sobre matar con amor. Guarda la luz
que brilla en tu corazón; la muerte es una oscuridad hambrienta. Quiere
devorarnos. Eres diferente y siempre serás malinterpretada... nunca dejes
que eso te toque. Eres una cosa terriblemente real en un mundo
terriblemente falso. El mundo está jodido, no tú. Permanece cerca de
Shazam; se necesitan el uno al otro. No vuelvas a la tumba de Dancer otra
vez; él no está aquí y lo sabes. Si pudiera verte ahora, parada en su tumba,
te patearía el trasero fuera de este cementerio y te hubiera preguntado si
habías perdido la cabeza. No lloras al amor; celebras que lo tuviste. Escoge
a los hombres que llevas a la cama según estos criterios: ven lo mejor de ti,
lo mejoran y lo defienden. Cuando te follas a un hombre le estás dando
Un. Maldito. Regalo. Asegúrate de que se lo merece. Y maldita sea, no
tengas aventuras de una noche. Comprométete con la acción. Haz que
importe. Siéntelo y monta hasta el final.

Me obsesioné con sus últimas palabras con la afligida incredulidad.

—¿Lo dice el rey del tristemente famoso asentimiento y las aventuras


de una noche? —No había tenido intención de tener sexo anoche. No
había ni siquiera entretejido vagamente la idea. Pero mi corazón me dolía
demasiado, y el hombre que estaba a mi lado en el pub era guapo y
coqueto, y necesitaba desesperadamente deshacerme de algunas de mis
emociones. Pensé que podría hacerme sentir mejor, quizás hasta
reabastecerme, como si me abrazase. Pensé que podría derramar algo de
mi dolor a través de mis manos, volcarlo en el cuerpo de otro hombre,
levantarme, alejarme más clara, más firme.

—Nunca dejes de lado la emoción, Dani. Canalízala. Encuentra un


igual que pueda manejarlo. Pero no desperdicies esa preciada mercancía.

—¿Lor también va a ir? —pregunté—. ¿Qué hay de los otros?

No me respondió, pero no lo necesitaba. Podía verlo en sus ojos. Todos


se marchaban... o ya se habían ido. No tenía ni idea de a dónde o por
qué. Pero una cosa estaba clara: no estaba invitada.

»¿Quién va a dirigir Chester's? —dije, como si eso solo pudiera hacer


que se quedara. Construido de cromo y cristal y una misteriosa aleación
que Dancer y yo nunca habíamos podido identificar, la parte superior de
Chester's era el club nocturno más caliente de Dublín, ofreciendo docenas
de subclubes que atendían a todo tipo de clientela, mientras que abajo
estaba el reino de los Nueve, conteniendo sus residencias y clubes
privados. Nivel tras nivel se extendía a kilómetros bajo el suelo, impulsado
por un vasto arsenal geotérmico que, conociendo a Ryodan,
probablemente tocaba el propio magma. Suspendida por encima del
club se encontraba la oficina de cristal transparente de Ryodan, equipada
con los últimos dispositivos electrónicos de vigilancia, que servía como el
sublime trono desde el que inspeccionaba su mundo. No tenía ni idea de
cuánto tiempo habían vivido allí, pero sospechaba que era mucho, mucho
tiempo.

—Ha estado cerrado. Mantente al margen.

¿Chester's estaba oscuro? Solo lo había visto así unas pocas veces, y
lo había odiado, como un carnaval empacado para abandonar la
ciudad, dejando tras de sí solo un campo embarrado de folletos
destrozados y sueños manchados.

—Iré a donde me dé la gana. Una vez que te vayas, ya no te


pertenecerá. Tal vez me haga cargo, lo recrearé como mi propio club.
—Pero no lo haría. Tendría que matar a la mitad de sus clientes; Ryodan
era un anfitrión con igualdad de oportunidades, sirviendo a los mejores y
peores hombres y monstruos. Sin embargo, ciertamente no me resistí a
husmear después de que él se hubiera ido a ver si había dejado algo
interesante por ahí.

—Dije: “No te acerques”. Y no te preocupes, estarás protegida. He


tomado precauciones.

Protegida mi trasero. No necesitaba protección. Ni tampoco la quería.


Quería a mi familia. Quería que se quedara en Chester's donde pertenecía
para que estuviera allí en caso de que decidiera que quería verlo. Me
resistí a la urgencia de apretar mis manos. Se daría cuenta. Sacaría
conclusiones. El hombre no se perdía nada.

—¿Cuándo alguna vez he necesitado protección?

Resopló.

—Como si mantenerte viva no hubiera sido un maldito trabajo a


tiempo completo.

Una vez que Ryodan se decidía, nada lo hacía cambiar de opinión.


Solo había una cosa que hacer: decirle adiós y desearle lo mejor, dejando
claro que yo no lo necesitaba y que no lo echaría de menos. Abrí la boca
y dije:

—Te odio.

Tiró la cabeza hacia atrás y se rio, dándome escalofríos. ¿Quién se ríe


cuando les dices que los odias?

Entonces sus manos estaban en mi cabello y sus labios contra los míos.
Suave, fácil, no una provocación ni una invitación sino instantánea, la
corriente electrizante se movía entre nosotros, igual que la última vez que
nos habíamos besado, así como la primera vez, cuando me había referido
principalmente a meterme con él. Se había metido con los dos. Me apoyé
en él. Habría sido más sabio ir a él para deshacerse de las emociones
anoche. Más seguro. Al menos en cuerpo.

Sus manos se tensaron sobre mi cuero cabelludo y dijo con repentina


furia:

—No te habría dejado. No vengas a mí así, Dani. Jodidamente nunca


vengas a mí de esa manera.

Esa fue la gota que colmó el vaso, las últimas palabras afiladas que le
permitiría que me cortaran. Nuestros besos habían tomado un patrón
sombrío: compartíamos uno, nos insultábamos, nos perseguíamos.

—Jódete también, Ryodan.

Pero él se había ido, ya a mitad de camino a través del cementerio,


deslizándose entre las lápidas y los árboles.

Se estaba yendo.

Por años. Y ni siquiera sabía cuántos.

Me dolió en lugares que no sabía que podían doler. Si había estado


tratando de distraerme de Dancer, lo había logrado. No había nada como
una herida fresca e inesperada para hacer que el dolor más viejo se
sintiera un poco menos agobiante.

Entrecerré los ojos, intentando apartarlo de la noche, decidida a


mirarlo hasta el último segundo, hasta que estaba finalmente, más allá de
mi visión, más allá de mi alcance. No fue nada fácil. Ryodan en su estado
natural es una sombra entre sombras, una sutileza de oscuridad, un susurro
de poder, una onda de gracia. Inmortal. Tan condenadamente fuerte.

Irrompible.

Quería ser él. Quería correr con él. Quería huir de él y nunca mirar
atrás.

Justo antes de perderlo de vista, creí oírlo murmurar:

—Hasta el día en que estés dispuesta a quedarte.


2
“Mi tipo de sangre es Krylon,
tecnicolor tipo A”.

D
eambulé en el cementerio, manteniendo un ojo en Shazam, sin
llamarlo en el caso de que estuviera cazando su cena.
Habíamos acordado que podía comer como cualquier
criatura salvaje, tomando una sola muerte por noche, siempre y cuando
fuera algo que pudiera atrapar y devorar en su forma actual. No
convirtiéndose en la versión genocida de sí mismo, capaz de devorar
civilizaciones. A pesar de su sensibilidad y habilidad para hablar, todavía
era una bestia de sangre caliente que disfrutaba de cazar. Entendía eso.

Además, había razonado, que era posible que el ejercicio lo


debilitara. Aunque amaba cada centímetro de su peluda circunferencia,
ser despertada en la mañana por un ataque repentino de veintitrés
kilogramos con la vejiga llena era brutal.

Sin embargo, no tan brutal como Ryodan y el resto de los Nueve


empacando y dejando Dublín. Mi ciudad empezaba a parecerse a un
pueblo fantasma a pesar de las multitudes de personas que inmigraban de
todo el mundo. No había muchas ciudades tan completamente
funcionales como la nuestra. La gente venía atraída por nuestra
tecnología, nuestros suministros y la relativa seguridad y orden que nos las
habíamos arreglado para lograr.

Hace años, antes de que me perdiera en el otro lado de los Espejos


Plateados y terminara sin tener ni idea de la edad que tengo —la cual es
entre los diecinueve y los veintiuno— mi mundo fue perfecto por un breve
período. Bueno... antes de que Mac descubriera que yo era la pecadora
que había matado a su hermana. Entonces las cosas se pusieron un poco
impredecibles.

El punto es, que había tenido un pequeño grupo de gente que


consideraba mío. Algunos de ellos me gustaban más que otros,
dependiendo del día de la semana, pero después de nuestra última
aventura juntos salvando al mundo, mi grupo de amigos mordaces,
brillantes y profundamente comprometidos se había convertido en mi
familia.

Ahora, la mayoría de ellos se habían ido, todavía tenía a Kat, Enyo y a


las sidhe-seers, y pensé que todavía tenía a Christian MacKeltar, aunque
hacía tiempo que no lo veía. Pero Mac, Barrons, Ryodan y Lor, eran como
yo: poderosos, fuertes, dedicados a hacer todo lo posible para
comprender su lugar siempre cambiante en un mundo en constante
cambio. Aunque era reacia a admitirlo, cada uno de ellos era, a su modo,
una especie de modelo a seguir, un desafío que había disfrutado para ser
más fuerte, más inteligente, más rápida, mejor.

—No puedo creer que ellos incluso confíen en mí —murmuré. Hubo un


tiempo en que no lo harían—. No debería quedarme sola y sin supervisión.
Lo saben. —Pero tratar de ocultar las cosas para ocultar mis verdaderos
sentimientos ya no funcionaba tan bien como antes, así que hice lo que
siempre hago si no puedo cambiar nada de lo que me molesta: ir a un
lugar tranquilo en mi mente y guardarlo en un lugar seguro. No lo analices.
Sigue con vida. El tiempo tenía una forma divertida de desentrañar los
nudos más complicados.

Mientras una parte de mí quería reflexionar sobre las cosas que


Ryodan había dicho, particularmente sobre lo que creí haberle escuchado
decir al final, me rehusaba a permitírmelo. Suponiendo que llegara a
alguna conclusión, ¿de qué serviría?
Él se había ido. Por años. Me negaba a permitir que el bastardo
consumiera mi cerebro en su ausencia. A él le gustaría eso.

Por lo tanto, abrir caja. Empujarlo dentro. Cerrar caja.

Cuando regresara, abriría la caja de nuevo.

A Dancer, sin embargo, lo dejé traqueteando en mi cabeza. Él no se


había ido por elección. Yo trabajaría a través del duelo. Eso me cambiaría,
pero sabía que me gustaría la mujer que sería para cuando terminara, y a
Dancer también le gustaría.

Mientras tanto, necesitaba un misterio para dejar de pensar en cosas.


Encontrar uno en Dublín, DCM —Después de la Caída del Muro— y DDLC
—Después de la Canción— debería ser tan simple como regresar a la
ciudad.

Shazam me alcanzaría tan pronto como hubiera comido —podía


encontrarme en cualquier parte— así que levanté la vista para orientarme
por las estrellas. Después de perder tantos años mirando televisión desde
detrás de las rejas, ahora pasaba mucho tiempo mirando hacia arriba.
Estoy obsesionada con el cielo, especialmente por la noche. Tiene una
manera de hacerme sentir totalmente irrelevante mientras forma parte de
un todo vasto y atemporal. Nunca olvidaré mi primera semana libre de la
jaula. Por la noche dormía en el suelo en medio de campos abiertos, a la
deriva con mis brazos detrás de la cabeza, maravillándome ante la
inmensidad de todo; una niña cuyo universo entero tenía, hasta entonces,
trece metros cuadrados.

Posición anotada, me apresuré al camino para evitar las lápidas antes


de levantarme en la estela. Durante ese peligroso primer o segundo
instante antes de entrar en la dimensión superior en la que he aprendido a
moverme, todavía puedo chocar con las cosas. Una vez que estoy en ella,
soy perfecta. Salir es aún más complicado que entrar, y es cómo obtengo
la mayoría de mis moretones.
Me detuve en el pavimento, miré a mí alrededor para bloquear las
muchas variables en mi red mental, y me congelé, un escalofrío de horror
lamió mi columna vertebral. No muchas cosas me hacen eso.

—Qué de… —Mordí la maldición silenciosa y me quedé inmóvil como


uno de los cadáveres en el suelo, ajustando mi aliento a diminutas
inhalaciones superficiales. No estoy aquí, no estoy aquí, deseé.

Lo que estaba viendo era imposible.

La Canción de la Creación había sido cantada. Los Unseelie habían


sido destruidos por ella. Todos ellos. Ya no llevaba linternas o un MacHalo.

Los Sombras chupa vidas se habían ido.

No obstante, estaba rodeada de ellas, cercada por innumerables


sombras negras alzándose de la tierra, surgiendo de tumbas, explotando
desde lápidas, desdibujando vitrales de mausoleos en ruinas, incluso
arañando su espantoso paso por el pavimento.

Docenas —¡no, cientos o más!— llenaban el cementerio.

Una luchó para liberarse del asfalto a metro y medio a mi izquierda;


otra se cernía a unos pocos centímetros delante de mí; había tres de las
cosas letales a mi derecha.

No me atreví a mirar detrás de mí porque parecían no haberme


notado todavía. Tal vez se hartarían con la hierba, las flores y los árboles y
siguieran adelante, saciadas, si me quedaba muy, muy quieta.

Inmovilicé mis extremidades pero mi mente se aceleró: habían


pasado casi cuatro meses desde que la nueva Reina de los Fae cantó la
exquisita y peligrosa melodía que reparó las grietas en la estructura de
nuestro mundo. Era de conocimiento común que nada Unseelie podía
sobrevivir a esa Canción, y nada Unseelie había sido visto desde entonces.

Siempre he sido masivamente desconfiada del conocimiento común,


claramente por buenas razones. El cementerio estaba lleno de Sombras,
casi tantas como las que se habían liberado del venenoso Orbe de Jai en
Halloween cuando el muro entre los mundos Fae y Hombre había sido
destruido.

¿Cómo sobrevivieron a la Canción? ¿Qué más había sobrevivido?

Sombras, vampiros amorfos que viven en la oscuridad y chupan la


vida de cualquier cosa o cualquier persona lo suficientemente necia como
para tropezarse en su camino. No es que hubiera estado tropezando, ni
había sido tonta al pensar que ya no necesitaba un maldito MacHalo.
Tenía todos los motivos para tirar mi casco de bicicleta adornado con
docenas de luces LED en un estante. Los Unseelie estaban muertos.

No.

Cuando las Sombras cenan humanos, dejan pequeños helados de


cáscaras de papel, adornados con brillantes empastes, relojes, implantes y
otras rarezas. Chupan incluso la savia y los insectos de los árboles,
desnudan el suelo para que no quede ni una mancha de bacterias. Mi
espada es inútil contra ellas. Todas las armas lo son. Las Sombras no se
pueden matar y lo único que puede salvarte de una muerte espantosa es
la luz. Si tienes suficiente, puedes mantenerlas a raya.

Mi teléfono celular no arrojaba suficiente luz como para proteger ni


siquiera una de mis manos.

Toma eso, Ryodan. Te vas, yo muero. Puedes ser aplastado por una
montaña de culpa.

Cerré de golpe la tapa de esa caja.

Los Sombras se estaban moviendo, pululando, a la deriva acercán-


dose, deslizándose lejos. La nube de oscuridad directamente frente a mí se
encontraba más cerca, y flotaba a veinticinco centímetros de mi bota
izquierda. No hay manera de que pudiera intentar entrar a la estela.
Estaba muy cerca; chocaría con eso antes de escapar a la dimensión
superior. Si hubiera sido un Fae de la Realeza, podría haberme tamizado.
Pero congelar el cuadro —lo que hago— es más torpe, más lento y no tan
elegante. Un Fae puede parpadear y reaparecer a medio mundo de
distancia. Estoy mucho más limitada.

No había forma de que llamara a Shazam. No lo pondría en peligro.


No estaba segura de lo poderoso que era contra algo como esto, y
perderlo me desgarraría categóricamente.

Mi teléfono celular estaba en mi bolsillo trasero. Calculé las


posibilidades de sacarlo, encenderlo y lograr pulsar SESM antes de que la
Sombra más cercana me devorara el pie.

No eran buenas.

Fui por ello de todos modos. Algunas personas sufren la ilusión de que
la vida se trata de tomar las decisiones correctas, lo que implica que hay
una opción correcta en cada situación. No sé qué clase de vida viven,
pero en la mía el único curso de acción es a menudo uno malo. Muero
haciendo algo o muero sin hacer nada. Aunque detestaba llamar a
Ryodan por ayuda, detestaba más la idea de morir y despreciaba
profundamente que no hubiera sido capaz de manejar la vida por mi
cuenta durante los diez minutos después de su partida.

Mi mano despejó mi costado, se deslizó debajo de mi espada y se


hundió en mi bolsillo trasero.

La Sombra se tragó mi bota izquierda.

Me quedé boquiabierta de horror mientras sacaba a tientas mi


teléfono del bolsillo y ojeaba los contactos, furiosa por el épico desperdicio
del tatuaje que Ryodan había grabado en mi piel. ¿Quién tenía tiempo de
buscar a través de sus contactos telefónicos cuando era atacado por
Sombras?

La Sombra engulló mi rodilla izquierda.

Ahí va mi rodilla derecha.


Me había desvanecido hasta la mitad del muslo.

Incluso si pudiera marcar SESM ahora —y no podría porque tenía


muchos números en mi teléfono celular y no podía encontrar el maldito
número— incluso si él llegaba instantáneamente y de alguna manera
lograba hacer lo impensable y matarla, mis piernas ya se habían ido.

Perdí una fracción de segundo preguntándome si quería vivir sin


piernas.

Ahí estaba, ¡SESM!

Mi pulgar se detuvo un poco por encima, se negaba a moverse.

Podía sentir mis piernas. Estaban heladas pero seguían allí.

Miré hacia abajo. La Sombra estaba inmóvil, una manga aceitosa


alrededor de la parte inferior de mi cuerpo.

Fruncí el ceño. Esta no era la forma en que las Sombras se


comportaban. Cuando Sorcha, una compañera sidhe-seer murió, Clare lo
había visto suceder, y dijo que Sorcha se desvaneció dentro de sus propias
botas mientras se las ponía, gracias a una Sombra metida en la oscuridad
interior. Esta casta particular de Unseelie devoraba a sus presas
instantáneamente y con una rápida inhalación, luego eructaba una
pequeña pila de migas. O en su caso, las dejaba en su zapato.

¿Era posible que no fuera una Sombra? Si fuera así, ¿qué era esto? Me
di cuenta con una parte distante de mi cerebro que mis piernas no eran la
única parte de mí que estaba fría. Mi mano izquierda estaba helada. Y
hormigueando. La miré de reojo. Estaba completamente negra, con venas
oscuras cruzando mi pálida muñeca. Era la mano que había usado para
apuñalar al Cazador hace años cuando algo de la antigua bestia pareció
deslizarse hacia arriba por mi espada, infectándome.

La Sombra estaba en movimiento de nuevo, avanzando poco a


poco.
No tenía idea de lo que podría pasar —de nada en absoluto— pero
deslicé mi mano fría y negra en la nube oscura como si fuera una cuchilla.

La Sombra retrocedió violentamente y se alejó. Se detuvo a una


docena de metros de mí y quedó suspendida en el aire. Me llamó la
atención la repentina certeza de que me estaba evaluando. Pude sentir
una mente sensible midién-dome, evaluándome, determinando qué hacer
a continuación.

Eché un vistazo alrededor. Todas las cosas como Sombras en el


cementerio se habían detenido, y deduje, por la ligera inclinación de sus
formas amorfas, que estaban mirando con atención hacia mi ataque,
como si escucharan. ¿Qué demonios era esto? ¿Un enjambre colectivo de
Sombras evolucionadas? La idea era aterradora.

El celular todavía estaba en mi mano, la pantalla encendida,


esperando a que presionara SESM.

Lo apagué. No estaba pidiendo ayuda. ¿Me había dejado sola? Lo


manejaría yo misma.

—¡Fuera de aquí! —rugí, arremetiendo contra lo que sea que fuera.

La forma sombría retrocedió de nuevo, desapareciendo en una


repentina ráfaga de viento que luego se volvió a solidificar en el mismo
lugar. Más brisa se levantó para unirse a ella, colocándose a cada lado,
hasta que permanecí de pie mirando fijamente a un muro de oscuridad
casi sólido de cuatro metros y medio de ancho.

Hice un gesto amenazador con mi mano izquierda.

—Te destruiré. Escogiste meterte con la mujer equivocada, en la


maldita noche equivocada. ¡Ya estaba de mal humor! —resoplé. Hice una
pausa e hice lo que solía hacer cuando era joven, cuando todavía estaba
matando con odio en mi corazón, lo suficiente para lanzar Kevlar a toda la
Garda en Dublín. Abracé mi rabia ante la injusticia y la hipocresía del
mundo, la acogí con satisfacción, dejé que llenara mi cuerpo, que formara
mis extremidades, que iluminara mis ojos. Sabía cómo me veía cuando lo
dejaba suceder: Ryodan en su peor día.

Había acero en mi columna vertebral y muerte en mis ojos cuando


me pavoneé hacia el amenazante muro.

»Tienes dos opciones —dije con voz terrible, con la mano izquierda
levantada en alto—. Irte. O morir.

El muro se desvaneció.

Parpadeé y murmuré:

—Bien. —Ligeramente sorprendida y muy escéptica. Sabía que podía


ser intimidante, pero yo era una sola persona y había cientos de ellas.

Me quedé de pie durante varios minutos, examinando el cementerio,


sin querer actuar precipitadamente, por la creencia errónea de que se
habían ido. Los monstruos que acechan nuestro mundo son tortuosos,
pacientes y astutos. También lo son muchos humanos.

Mientras esperaba estabilicé mi aliento. Eso era un recordatorio


constante de cómo vivía: Audaz, Despiadada, Enérgica, en Acción, Tenaz,
Hambrienta; R-E-S-P-I-R-A. Quería entrar en la estela y correr hacia el pozo
de luz más cercano, pero ya no escapo de las cosas que temo. Te
persiguen, ganando sustancia y poder cuanto más tiempo corres.

Cuando pasaron varios minutos sin que reapareciera ninguna de las


Sombras, volví a meter el teléfono celular en mi bolsillo y me di la vuelta
para caminar por el cementerio, con los ojos desorbitados en busca de
pistas. Me encontré de golpe con una lápida, tropecé con ella, rodé, salté
y me quedé inmóvil, realizando una rápida evaluación interna. Me sentía
extrañamente temblorosa, débil como si mis piernas pudieran salir de
debajo si me movía de repente. Los roces con la muerte por lo general me
vigorizan, pero este me sacudió más de lo que me había dado cuenta. Por
pura casualidad, simplemente tenía hambre —una conclusión mucho más
aceptable para la lengua y el ego— metí una barra de proteína en mi
boca y seguí caminando, tomando cuidadosas notas mentales sobre las
ubicaciones de donde habían venido las entidades desconocidas, sus
formas y tamaños, sus acciones, y archivé todo cuidadosamente en mis
bóvedas mentales.

Quería una distracción.

Ciertamente conseguí una. Un misterio envuelto en un enigma,


coronado por un arco de suspenso y peligro.

Para cuando Shazam saltó de la noche y se unió a mí, silbaba una


alegre melodía, sangre en su peludo hocico, deleite en sus ojos violetas.
Nos movimos juntos y descansé mi mano en su peluda cabeza mientras nos
adentrábamos en la noche.

Aun así, tomé nota mental de ser un poco más cuidadosa con las
cosas que le pidiera al universo en el futuro.
Ahora
Todos los hombres tienen límites.

Ellos aprenden cuáles son y aprenden a no excederlos.

Yo ignoro los míos.

—BATMAN

Los grandes espíritus han sufrido durante mucho tiempo la violenta


oposición de las mentes mediocres.

—EINSTEIN

Lo que ellos dicen.

— DANI O’MALLEY, TODAVÍA TAN MEGA COMO SIEMPRE


3
“Los caminos son alimentos
frágiles para los ladrones de
la ciudad en una noche
estrellada”.
Dublín
DOS AÑOS, CINCO MESES DDLC

—¿O
tros tres de ellos, Dani? —exclamó Rainey Lane
mientras abría la puerta de la casa.

La luz de la acogedora casa amueblada se


derramó en la noche, brillando sobre adoquines húmedos por una lluvia
reciente. A contraluz, la mujer de cincuenta y cuatro años parecía el
radiante y matronal ángel de la misericordia que había demostrado ser
desde que le traje al primero de los huérfanos.

—Cuatro —corregí, haciendo un gesto al más grande de los niños


acurrucados detrás de mí. Se llamaba Sara Brady, me lo había dicho a
regañadientes, y tenía once años. Su hermano, Thomas, tenía siete años, la
niña que sostenía su mano tenía cinco y el bebé apenas diez meses.
Cuando alcancé detrás de Sara para desabrochar el bolso que
sostenía a su hermana dormida, ella se tensó, levantándose hasta las
puntas de sus pies, y apartó mi brazo, los delgados hombros temblando.
Lista para correr, sus ojos se movieron nerviosamente mientras consideraba
sus posibilidades: la noche fría y peligrosa o la luz cálida e invitante.

»Accediste a venir aquí conmigo —le recordé—. Estarán a salvo y bien


cuidados.

—¿Cuánto tiempo han estado solos? —preguntó Rainey en voz baja.

—Casi dos meses. Como la mayoría, no tienen idea de lo que les


sucedió a sus padres.

—Yo sí. El Faerie se los llevó —espetó el niño—. Lo vi, lo hice, con mis
propios...

La boca de Sara se redujo a una línea cuando lo pateó bruscamente


en las espinillas.

—¡Cállate Thomas, no debes estar hablando de eso!

El niño comenzó a llorar, las lágrimas corrían por sus sucias mejillas.
Frotó sus ojos con sus puños y luego sacudió uno hacia ella.

—¡Pero es verdad! ¡Yo lo vi! ¡Era uno de los Faerie! ¡Sabes que es
verdad, Sara! Tú…

Cuando ella lo pateó de nuevo, más fuerte, me moví entre ellos y tiré
uno a cada lado, descansando mis manos en sus delgados y nudosos
hombros.

—Estarán a salvo aquí. Ella es Rainey Lane. Ella ayuda a dirigir el


centro de acogida.

—¡Donde nos separarán! —siseó Sara, alejándose de mí.

Rainey habló rápidamente.


—Nunca separamos a los hermanos. Si no podemos encontrar un
buen hogar para los cuatro, pueden permanecer en el centro todo el
tiempo que deseen.

Esa era una de las cosas con las que había contado cuando traje a
Rainey al primero de los niños abandonados que había descubierto, medio
muerto en las calles. Sus hijas adoptivas eran hermanas biológicas: Alina y
MacKayla Lane. La familia era todo para ella. Aun así, no pasaría mucho
tiempo antes de que el centro recientemente formado se llenara
demasiado para continuar ofreciendo tal alternativa.

Sara Brady entrecerró los ojos para mirar a Rainey a través del cabello
húmedo y enmarañado, con hostilidad en sus ojos. Silenciosamente,
aplaudí su valentía. La aterrorizada niña de once años había logrado
cuidar de su hermanita y sus hermanos pequeños durante casi dos meses,
sin los muchos dones de sidhe-seer que yo había tenido a su edad. Ella era
una luchadora. Pero era una luchadora de treinta y seis kilos empapada, y
Dublín, DCM, no era una ciudad para los pesos ligeros.

—Sabes quién soy y qué hago —le dije a Sara suavemente—. ¿Has
oído cosas tan terribles sobre mí, entonces? ¿O el centro de acogida?

—No he oído hablar de tu “centro de acogida” en absoluto —dijo


con rigidez—. Pero los niños en la tele siempre se separan. —Y les ocurren
cosas terribles, dijeron las sombras en sus ojos.

—¿Qué hay de mí? —dije.

—¿Qué hay de ti? —dijo Sara, con un resoplido desdeñoso.

Sonreí débilmente. Ella sabía quién era yo. Era una leyenda. Mis
talentos junto con la aparición poco frecuente de Shazam se habían
encargado de eso.

—¡Eres una especie de superhéroe! —exclamó el niño—. Y tu espada


—hizo un gesto hacia donde estaba envainada en mi espalda—, se
estrella como un rayo cuando luchas. ¡Y tienes un gran gato gordo con
superpoderes!

Le guiñé un ojo a Thomas.

—Nunca lo llames gordo. Lo pone gruñón. Tampoco es... un gato.


—Bueno, era un Hel-Cat2, pero eso era completamente diferente.

—No hay superhéroes —se burló Sara—. Y si eres uno, por qué no
detuviste al Faerie... —Ella cerró la boca.

Estos no eran los primeros niños que había encontrado que creían que
los Fae habían robado a sus padres. No tenía sentido. Los Fae no
secuestraban a adultos, los atraían con glamour, ilusión y mentiras.

—¿Dónde más dormirán esta noche? Ellos bombardearon su casa y


los sacaron de allí —le recordé.

Sin razón. En un momento de aburrimiento, una diversión para los tres


matones que lo habían hecho. Se rieron cuando los niños huyeron de la
cáscara ardiente, gritando. Enviaron a tres niños medio muertos de hambre
y un bebé indefenso a la noche mortal. Me había sentido dividida entre
perseguir a los niños o los bastardos que habían arrojado las bombas.
Había ido por los niños.

Primero.

Sara apretó sus manos en sus costados.

—¡No fue justo! Encontré esa casa. Nadie más estaba viviendo allí. ¡La
vigilé durante cinco días antes de que la tomáramos! Y la quemaron. Un
lugar perfecto para vivir ¡Ni siquiera la querían! ¿Por qué alguien haría eso?

Una casa con agua corriente y electricidad; algo que necesitaba


desesperadamente para mantener viva a su familia. Pero la posesión era

Juego de palabras, ya que “Cat” significa “gato”.


2
nueve décimas partes de la ley solo si uno era lo suficientemente fuerte
como para hacer cumplir esa ley, y su harapienta tropa no lo era.

Durante el día, Dublín, DCM, era una ciudad normal, bulliciosa y


segura, si existía tal cosa con los muros entre los Fae y los Mortales caídos,
dos tercios de la población mundial desaparecida, fragmentos de Faery a
la deriva, la Corte de la Luz Fae viviendo abiertamente en la ciudad,
estableciendo asentamientos de culto en todo el país, y pandillas
luchando por controlar la oferta y la demanda.

Por la noche, la cosa se ponía difícil. Los depredadores salían a jugar,


y si no eras uno de ellos, eras carne. Había solo tres tipos de seres que se
atrevían a traspasar más allá del distrito protegido de Temple Bar después
del anochecer: los muy poderosos; el muy tonto; o los indefensos,
impulsados por una amenaza u otra.

—Quédense aquí conmigo por la noche —dijo gentilmente Rainey—.


Miren cómo se sienten en la mañana. Nadie los obligará a permanecer
con nosotros. ¿Puedo ver al bebé, Sara? —Extendió los brazos—. Creo que
tenemos un pañal que se necesita cambiar.

Sara lanzó una rápida mirada por encima del hombro y olisqueó.
Luego miró a Rainey.

»Supongo que no tienes pañales —continuó Rainey en un tono bajo y


tranquilizador—. Ni comida, o cambio de ropa. Aquí tenemos mucho de
eso.

Por supuesto, Sara no tenía nada, pensé con una oleada de


amargura y alivio. No había estado en las calles el tiempo suficiente para
darse cuenta de que un niño por su cuenta necesitaba muchos, muchos
lugares para esconderse. Todo lo que había logrado rogando, pidiendo
prestado o robando estaba guardado en la casa que le habían quitado.

Era hora del amor duro. Dije:


—¿Quieres que tu hermanita tenga sarpullido? ¿O atrape un resfriado
por el clima? ¿Cómo conseguirás medicamentos si uno de ustedes se
enferma? Es posible que tú puedas sobrevivir allí, Sara, pero los otros no.
¿Qué pasa si algo te sucede? ¿Qué harán entonces tus hermanas y tu
hermano? Eres responsable de ellos. Tienes que ser lo suficientemente
fuerte para cuatro. Ahora no es el momento de ser de poca visión a futuro
y egoísta.

Sara se estremeció y gritó:

—¡No soy egoísta! —Temor, aislamiento, responsabilidad aplastante, se


despertaba con ello, lo vivía todo el día y se quedaba dormida con ello…
una piedra demasiado pesada en su estómago demasiado vacío. Quería
abrazarla. Tomarla en mis brazos y prometer que su vida volvería a ser
buena. No egoísta en absoluto. Desinteresadamente haciendo todo lo que
podía. Pero necesitaba llevarla a la puerta de la casa. Había tres
bastardos merodeando por ahí, atacando a los inocentes, con mi mirada
puesta en sus espaldas.

Sabía lo que estaba pensando, la libertad confería cierto consuelo:


cuando solo cuidas de tu mundo, sientes como si tuvieras cierto control
sobre las muchas cosas que podrían salir mal. Cuando amplías tu círculo
para confiar en los demás, los riesgos aumentan exponencialmente.

Como si acabara de terminar un debate interno sobre el mismo


pensamiento, Sara Brady se tensó, poniéndose nuevamente en pie,
temblorosa pero decidida.

Le lancé a Rainey una mirada que decía: Va a escapar.

En el momento justo, Rainey empujó la puerta de la casa adosada


completamente abierta, permitiendo que el aroma del pan para hornear y
un guiso a fuego lento flotara.

Observé a Sara cuidadosamente. Tuve que arrastrar a algunos niños


adentro, pataleando y gritando, y no tenía problemas por hacerlo ahora.
Pero la mayoría de las veces, lo que las palabras no lograban, la promesa
de una comida caliente sí. A la larga, era más fácil para ellos si tomaban el
primer paso de buena gana.

—Sara, tengo hambre —chilló lastimeramente la niña más joven—. ¡Y


estoy sedienta y necesito orinar! Solo esta noche, ¿de acuerdo?

—¿Podemos, eh, Sara, por favor? —intervino Thomas—. ¡Tengo frío!

Sara miró de mis ojos a los de Rainey y viceversa. Pocos adultos


sondean las miradas con tanta intensidad. Pero el destino de toda su
familia estaba en sus manos de once años. Quería decirle lo orgullosa que
estaba de ella. Que me impresionó con todo lo que había hecho para
mantenerlos vivos y juntos. Pero Rainey diría todo eso y más.

—Está bien —dijo Sara Brady con fuerza—. Pero solo por esta noche.
Una noche —repitió, mirando a sus hermanos.

Una vez que mis cargas estuvieron bien metidas dentro y la puerta
estaba cerrada, sonreí mientras desaparecía en la noche.

Eso era lo que todos decían, al principio. Luego descubrían que sus
miedos no podían competir con la amplitud y el alcance del corazón de
Rainey Lane.

Ver a la mamá de Mac siempre era incómodo para mí. Dado lo no


dicho que se encuentra entre nosotros.

Ella nunca había sido más que acogedora y amable. Fue por eso que
elegí traer al primero de los niños a ella y a su esposo, Jack, esa maldita
noche, hace meses. Y el por qué continuaría trayéndolos, segura de que
siempre les otorgarían un refugio seguro.

Cualquiera que acepte a alguien como yo nunca podría rechazar a


un niño.

π
Localicé a mis presas en Temple Bar y salí, cruzando el río Liffey y
viceversa, debatiendo si el trío era tan poderoso, estaban tan borrachos o
drogados, o eran tan malditamente estúpidos que caminaban descarada-
mente por los campos de asesinatos de nuestra ciudad.

Sus muertes salvarían innumerables vidas.

Aun así, la espada en mi mano picaba tanto por no poder usarla para
matar a los Fae ahora que Mac era la Reina, que había comenzado a
cuestionar mis métodos de sentencia. Me enseñaron el gusto por la muerte
a una edad temprana. Patrones como esos son difíciles de romper. Era
buena en eso y alguien tenía que hacerlo. Entonces, Dancer murió y la
finalidad de la muerte adquirió un nuevo significado para mí. Todavía no
he encontrado piedad —con la excepción de los niños y los animales—
pero he descubierto sentencias creativas. Tenía unos pocos elegidos
fragmentos de Faery —AFI3s Mac solía llamarlos— que había comenzado a
usar para las prisiones.

Hablando de mi mano con la espada, realmente estaba picando, y


rascarla a través de mi guante sin dedos no funcionaba, así que lo quité.

Mi palma estaba negra y fría como el hielo. La última vez que la había
visto tan mal fue hace años, de pie en un cementerio, viendo cómo las
sombras explotaban en las tumbas. Sombras que había estado buscando
los últimos dos años, sin éxito. Nadie más las había visto esa noche, y nadie
las había visto desde entonces.

Vi como la oscuridad se extendía, se arrastraba hasta el dorso de mi


mano y luego se disparaba en mis dedos. Un repentino y agudo dolor
apuñaló debajo de todas mis uñas. Las venas negras explotaron en mi
muñeca, desapareciendo en la manga de mi chaqueta.

3 AFI: Agujero Fae Inter-dimensional.


Me quité el abrigo. Las venas tintadas y las vetas negras jaspeaban mi
brazo izquierdo, casi hasta el hombro.

Tenía catorce años cuando apuñalé a un Cazador en el corazón con


la Reliquia Fae, la Espada de la Luz. La gigantesca bestia alada derramó
sangre negra y me lanzó una mirada incomprensible antes de cerrar sus
ojos ardientes. Creí que lo había matado, pero cuando volví para sacar
fotos para mi periódico, la enorme criatura parecida a un dragón había
desaparecido. Mi mano se convirtió en hielo oscuro en una hora, lo que
me hizo preocuparme de que la criatura hubiera filtrado algo en mi
espada y me hubiera infectado. Me sentí enormemente aliviada cuando
mi mano recuperó su color y temperatura normales unos días más tarde.
Desde entonces, descubrí que los hechizos funcionan mejor cuando eran
grabados con esa mano y si, de vez en cuando, me despertaba en mitad
de la noche para encontrar que estaba oscura y helada, lo consideraba
una rareza estática.

Ya no era estática. Algo había cambiado

Esperé para ver si la oscuridad bajo mi piel continuaría extendiéndose.


Cuando no lo hizo, me puse mi guante y me metí de nuevo en mi
chaqueta.

No había nada que pudiera hacer al respecto. No podía desapuñalar


al Cazador. Lo pensaría más tarde.

Mi búsqueda me llevó en la dirección de Barrons Libros y Curiosidades.


Me gustaba ver la encantadora librería, movible, que a veces tenía cuatro
pisos, a veces seis, cortaba la noche, bastión eterno, focos encendidos en
la azotea. Era una promesa hecha de piedra atemporal, madera pulida,
hierro forjado y vitrales: un día, Mac y Barrons regresarían. Un día, tocaría
esa puerta de nuevo. Un día, la gente que me importaba volvería.

A través de los muchos desastres y disturbios que habían caído sobre


nuestra ciudad, incluso la era de hielo del Rey Escarcha, Barrons Libros y
Curiosidades permanecía intacta No me sorprendería saber que había
estado ahí desde el comienzo de los tiempos. Hay una sensación especial
sobre el lugar, como si una vez, hace mucho tiempo, algo terrible casi
sucediera en esta longitud y latitud precisas, y alguien o algo dejara caer
la librería sobre la herida para evitar que vuelva a ocurrir. Mientras que las
paredes estén en pie y el lugar esté intacto, estaremos bien. Algunas
personas tienen iglesias. Yo tengo BL&C.

Doblé una esquina, anticipándome a la visión familiar, a la avalancha


de cálidos recuerdos.

La librería no estaba allí.

Entrecerré mis ojos, parpadeé y volví a mirar.

Todavía no está allí.

Fruncí el ceño a los bloques húmedos con niebla borrosa en un lote


vacío. Entonces entré en la estela y devoré la distancia, me detuve, tímida
en donde la pared delantera de la librería debería estar. Si el edificio
estaba oculto con glamour, no tenía intención de chocar con él. He tenido
menos moretones estos días y me gustaba de esa manera.

Más allá del lote vacío, el garaje épico de Jericho Barrons también se
había ido. En su lugar había otro lote vacío, de superficie de concreto.

Mi estómago se apretó.

Me acerqué y sentí alrededor. Sin pared. Di unos pasos y de nuevo


anduve a ciegas. Me dirigí hacia adelante hasta que estaba parada justo
en el centro en la zona de asientos traseros de la librería. La chimenea de
Mac debería haber estado a mi derecha, el sofá detrás de mí.

No había nada.

Tuve un escalofrío repentino. "Nada" no era la palabra correcta. La


librería se había ido. Sin embargo, un residuo grueso, pegajoso se quedó,
como si algún cataclismo hubiera sucedido aquí, dejando un miasma4 de
distorsión emocional, temporal o espacial en su lugar. Tal vez los tres.

—Esto es una mierda —gruñí. Lo tenía. Ya era suficiente. El club


nocturno Chester’s en la 939 de Rêvemal se había oscurecido hace dos
años, un mes, cuatro días, y diecisiete horas, no es que estuviera haciendo
un seguimiento ni nada; el Club Fae Elyreum en la Avenida Rinot había
tomado su lugar, los Nueve se habían ido, y la última vez que había oído
de Christian es que estaba en algún lugar en Escocia, escondido en un
antiguo castillo desmoronándose (sombras del Rey Unseelie ¿alguien?) con
poderosas protecciones colocadas en un perímetro de ciento veinte
kilómetros alrededor de él para mantener a todos fuera. O a él dentro.
Nadie parecía estar seguro.

Ahora algo o alguien se había llevado mi librería. El universo


continuaba borrando las mejores partes de mi vida.

Cuadrando mis hombros, indagué el terreno vacío donde el garage


debería haber estado y estudié el concreto, buscando guardas, hechizos,
cualquier atisbo de ilusión o glamour.

Nada. Ambos edificios simplemente se habían ido.

Al igual que mi promesa.

No sabía nada de lo que estaba pasando con Mac, y no tenía


manera de contactar con ella. ¿Había establecido el control sobre la corte
Fae? ¿Se los llevó y arregló después por sí misma? La librería era un sitio de
inmenso poder que ella y Barrons nunca dejaban tirado por ahí para que
alguien más lo explotara o reclamara.

Sintiéndome extrañamente perdida sin mi Meca —Dublín no era


Dublín sin BL&C— me fui y casi volví a la calle cuando sentí un estruendo
bajo mis pies, hice una pausa e incliné la cabeza, escuchando

4 Miasma: Emanación maloliente que se desprende de cuerpos enfermos, materias


corruptas o aguas estancadas y que se consideraba causante de epidemias e
infecciones.
atentamente. Allí estaba de nuevo, débilmente, tan débilmente que casi
me lo perdí, incluso con mi audición magnífica. El aullido de un animal. Un
animal herido, por el sonido. Gravemente herido. No un lobo. Algo... ¿Fae?
Un sonido terrible. Dolor, tanto dolor.

Nunca dejaré que te pierdas de nuevo.

De la nada, la voz de Ryodan explotó en mi cabeza, profunda y


débilmente burlona. No tenía ni idea de cómo ese recuerdo escapó del
encarcelamiento de alta seguridad de mi disciplinado cerebro. Todos mis
recuerdos de "ese hombre" estaban bajo estricto arresto domiciliario,
encerrados con fuerza. Ya no pensaba en Ryodan.

Había habido un tiempo en que el gran número de superhéroes en


Dublín me había molestado. Ahora era un lobo sin jauría. Hubo un tiempo
en que todos querían que me abriera, que los dejara entrar. Había
accedido; una palabra en la que apenas puedo pensar dentro de mi
cabeza incluso cuando es lo correcto, sin rabia brotando como hiedra
venenosa en todo mi cuerpo. ¿Y qué hicieron?

Se fueron.

Me sentía tan volátil como mi Hel-Cat pero la desaparición de la


librería fue la última gota.

Empezó a llover, humedeciendo aún más mi estado de ánimo. La


lluvia es justo lo que hace Irlanda. Pensarían que estaría acostumbrada.
Guardo un rencor profundo y personal contra la lluvia: hace que mi
cabello se vuelva rizado y salvaje, debilitando completamente la mirada
fresca y compuesta que me gusta proyectar al mundo.

Respirando profundamente, levanté la estela donde podía evitar las


gotas de lluvia. A menos que los animales empezaran a atacar Dublín, lo
que fuera que haya aullado, no era mi problema. De todos modos, sonaba
como si estuviera muriendo. Y si un ataque así venía, conocía a un Hel-Cat
muy hambriento que saborearía el trabajo.
Regresé mi atención a lo que sobresalía: la caza.

Dublín, o dubh-linn, "la piscina negra," con sus muchos habitantes


coloridos, era mi ciudad ahora, más de lo que había sido nunca, dado que
cada maldito compañero guerrero se había escapado.

La protegería.

Perdí a mis presas en el espejo.

O, mejor dicho, las dejé ir, sin querer saltar a ciegas en un Plateado
con un destino desconocido.

Me había estado acercando rápidamente cuando los tres hombres se


agacharon en la entrada de una cervecería abandonada en la ribera
norte del río Liffey. Los había seguido y vigilado a través del sombrío interior
industrial y estaba a punto de entrar en la estela para atraparlos cuando
abruptamente se desvanecieron en una pared.

Me acerqué con cautela. Cuando la Canción de la Creación fue


cantada, reparando la estructura de nuestro mundo, pensé que la
realidad volvería a una apariencia normal; los cambios inducidos por los
Fae en nuestro planeta se revertirían; la Corte de la Luz se retiraría a su
propio reino a pesar de la falta de un muro entre nuestros mundos, y la
sociedad reanudaría su habitual balidó, moralmente ambiguo, por
supuesto.

En retrospectiva, no sé por qué pensé en esas cosas. Tal vez solo


quería un final feliz.

Nada de eso sucedió. La realidad Post-Canción era aquella en la que


las reglas solo se aclaraban interactuando con ellas, a menudo con
consecuencias desagradables. Los niños estaban naciendo con dones
inusuales, aunque llamaría a algunos de ellos maldiciones; los objetos no
siempre funcionaban como cada explicación racional debería esperar; las
puertas no siempre iban a donde pensabas que lo harían; y los espejos
eran los más poco fiables de todos, incluso los humanos.

La magia ardía en el planeta, más potente que nunca, como si la


antigua melodía hubiera penetrado profundamente en la Tierra,
canturreando de manera peligrosamente aleatoria "Despierten". Todo
había conseguido más jugo, incluso nosotras las sidhe-seers.

Los muchos elementos nuevos de la imprevisibilidad habían cambiado


mi comportamiento. Ahora viajaba en la estela solo para distancias cortas,
en circunstancias calculadas. Había mucho que necesitaba ver, menos
que podía dar por sentado, y absorbía pocos detalles moviéndose en una
dimensión más alta.

Bordeé un gran tanque para ver más de cerca al Plateado.


Incrustado en ladrillo manchado y desmenuzado, una estrecha abertura
de color negro ondulando en la pared, a ocho centímetros del suelo,
extendiéndose hasta llegar a las vigas deterioradas. Algo acerca de la
abertura delgada y oscura hizo que mi sangre corriera un poco más fría.

Una ráfaga de aire sofocante desde la tambaleante superficie,


apestando a humo de leña y —incliné la cabeza olfateando— cobre viejo,
tal vez sangre. Distantemente, escuché un canto rítmico, miles de voces
—quizás decenas de miles— repitiendo algo una y otra vez en una
cadencia casi hipnótica.

No era inglés. No reconocí el idioma.

Me relajé con cautela acercándome, pateando a través de varios


centímetros de basura y botellas rotas, enviando una pequeña horda de
cucarachas frenéticas a rincones sombríos de la habitación. Todos los
espejos debutan en mi lista peligrosa; pocos de ellos salen de allí. Ni
siquiera estaba dispuesta a poner uno en mi baño hasta que se sometiera
a pruebas rigurosas.

Una persona con audición normal no habría escuchado nada


viniendo del cristal oscuro, pero no soy normal. Atrapo el suave zumbido
del desplazamiento del aire mientras la gente se movía; si pongo mi oreja
en la tierra, escucho innumerables insectos retorciéndose y haciendo
túneles en la capa superior del suelo. Todavía no podía descifrar las
palabras, pero el canto indistinto ahora estaba enhebrado por gritos
espeluznantes, distantes y finos.

Entrecerré mis ojos, enfocando mis dones sidhe-seer en la oscuridad


como si pudiera penetrar al velo. Sin embargo, no vi nada más que un
estrecho flujo de cucarachas, trepando los pocos centímetros de la pared
y desapareciendo en el cristal. Lástima que no tenía una de las pequeñas
cámaras inalámbricas de Dancer para adjuntar una, ver si podía echar un
vistazo al otro lado. Me preguntaba si eran cucarachas normales de la
tierra, o parte del asqueroso Papa Roach que solían pasar el rato en
Chester’s. Desafortunadamente, eran indistinguibles para mí.

Retrocedí de la pared y salté en la estela medio segundo antes de


que el espejo explotara, rociando afiladas astillas de cristal oscuro en el
suelo.

Lo había sentido venir. Una vibración en el otro lado, como si el golpe


de cualquier instrumento o hechizo que hubiera golpeado requiriera un
segundo o más para llegar a mi lado del portal.

Para el momento en que cayó de nuevo y crujió a través de vidrio


roto y aún más cucarachas, la pared era solo una pared, el acceso a mis
presas desapareció.

No cambiaba nada. Cuatro niños habían sido conducidos a las calles


a su muerte segura. Por diversión. No hay muchas cosas sagradas que
tenga. Los niños son una de ellas.
Nunca olvido. Nunca me detengo hasta que acabo mi trabajo. Los
rostros de los hombres estaban grabados en mi memoria. Su tiempo
vendría.

Busqué a través de la cervecería, inquieta, insatisfecha. Era casi el


amanecer, ese tiempo cuando la noche se transforma en día, los villanos
se desvanecen, y la venganza queda apartada. Me paso el día haciendo
cosas normales como la lavandería, la limpieza, verificando el orfanato,
modificando y siguiendo muchas de mis obligaciones, yendo a la abadía
para entrenar a las Iniciadas y tomar algún tiempo para leer las últimas
traducciones. Encuentro una gran satisfacción en hacer mi parte para
hacer nuestro mundo más seguro. Esta noche fallé y serán doce largas
horas antes de que vuelva a intentarlo. Tan peligrosa como era la noche
en Dublín, el día corría con bastante suavidad, como si la oscuridad y la luz
hubieran llegado a un acuerdo propio, asignando el orden al día y el caos
a la noche.

Me gustan más las noches. Carpe noctem no diem. Mis días se


alargan. En la noche es cuando me siento más viva.

Salí disparada por la puerta y exploté en la mañana húmeda y


brumosa, metiendo la cabeza contra una llovizna dura.

Mientras estaba a punto de acercarme a la estela, un movimiento


repentino de arriba llamó mi atención. Hice una pausa y miré hacia arriba
para ver algo más o menos del tamaño de una tarjeta de juego cayendo
desde el cielo, de extremo a extremo.

Tengo una teoría sobre la gente. En realidad, tengo un montón de


teorías sobre la gente, pero esta en particular va así: si alguien te lanza
algo, eres un receptor o un observador. Nunca he sido una observadora.
He aprendido de la manera difícil que a veces es más prudente serlo.

Aun así, instintos siendo instintivas y todo, salté y atrapé el objeto


mientras estaba a unos metros sobre mi cabeza.
—¡Ay! —exclamé. Los bordes eran afilados y cortaron las puntas de
mis dedos mientras se cerraban alrededor. Maldiciendo suavemente,
limpié la sangre en mis pantalones antes de girar mi atención a la tarjeta.

Diez centímetros por ocho, alrededor de medio centímetro de


espesor, estaba formada por hebras alternas de metales verdes y negros,
entrelazadas en un intrincado y repetido patrón de nudo Celta. Era
hermoso. Soy irlandesa hasta los huesos y estoy orgullosa de ello. Amo mi
país, mi herencia, la resistencia feroz y el orgullo del pueblo irlandés. Este
era un buen trabajo, hecho a la antigua, encantador, pero ligeramente
áspero, como moldeado y forjado por un herrero. No tenía ni idea de lo
que era o por qué había caído del cielo. Encogiéndome de hombros ante
otro misterio, giré la pieza metálica.

¿QUÉ QUIERES?

Estaba cincelado en el metal en claras letras verdes. Una docena de


instantáneas respuestas vagas tomaron forma en mi mente. ¿En serio? Era
una lista larga y sangrienta. Puse los ojos en blanco y estaba a punto de
tirarla en la cuneta cuando vi algo que brillaba en la parte de adelante y
quité mi mano para inspeccionar la tarjeta más de cerca.

La tiré, como si quemara.

Un hechizo estaba grabado en el metal, casi indetectable, en tonos


ligeramente más oscuros de verde en verde alrededor del perímetro. Una
persona con visión normal nunca lo habría visto. Hace años habría culpado
al instante a Ryodan por cualquier cosa hechizada que encontraba, pero
él se había ido y, en nuestro nuevo mundo de magia mejorada, las
posibilidades eran enormes. Otra sidhe-seer, Enyo, me había dicho la
semana pasada que era creído por muchos que algunos de los Fae
señoreando sobre los campamentos cortados en las zonas rurales, no eran
Fae en absoluto. Ninguna de sus cautelosas fuentes había estado
dispuesta a explicar sobre lo que realmente eran, pero habían insistido en
que los seres carismáticos y poderosos no habían descendido de la Raza
Verdadera y que aquellos de nosotros en la abadía deberíamos darles un
gran espacio.

Lo que, por supuesto, solo me hizo querer ir a explorar.

Miré fijamente a la tarjeta de metal en el pavimento. ¿Cuál era su


propósito? ¿Qué hacía el hechizo? Me estremecí, agradecida de que no
había murmurado un deseo en voz alta. Me gustan las guardas. Son
prácticas, sencillas, y no suelen morderte el trasero cuando las usas. Los
hechizos, por otro lado, son cosas complicadas, peligrosas e imprevisibles.
Especialmente cuando la sangre está involucrada.

Miré hacia abajo a mis dedos. Luego de vuelta a la tarjeta.

Mi sangre estaba manchada a lo largo del borde superior.

Maldito infierno.

No la estaba recogiendo de nuevo, por si acaso no había activado


ya lo que el hechizo estaba destinado a hacer. Aprendí más de lo que
nunca quise saber sobre los hechizos de sangre de la monstruosa Rowena.
No había manera de que le estuviera dando una segunda oportunidad
conmigo. Tampoco estaba dispuesta a dejarla tirado por ahí para que
alguien más se cortara.

La empujé con la punta de los pies en un canal cercano, observé


hasta que desapareció por el desagüe, desapareciendo en los vastos
túneles y cavernas debajo de Dublín, luego entré en la estela y me dirigí a
casa.
4
“Y Shazzy tiene la mirada
atormentada”.

—S
hazam, ¿qué está pasando aquí? —Arrugo mi nariz
mientras doy un paso dentro de mi dormitorio,
espiando a través de la penumbra.

La oscura habitación olía raro, como a un zoológico. Fecundo.


Siempre me gustó esa palabra. Pero no en mi habitación.

El resplandor del estéreo de Dancer arroja suficiente luz para que


pudiera ver que Shazam se había doblado en anchura o había algo junto
a él en mi esponjosa y recién lavada nube de edredón blanco. Junto con
el fuerte olor animal, solo podía significar una cosa.

»Conoces las reglas, no comer en la cama —reprendí. Sin sangre, sin


tripas, sin cartílagos en mis sábanas. No pensé que fuera mucho pedir.

—No estoy comiendo. Eso es todo lo que crees que hago. Yo también
hago otras cosas —dijo el burlón olor desde la oscuridad.

Con los ojos completamente ajustados ahora, podía ver claramente


el contorno de un cadáver junto a él, pelado y sin vida.

—Como qué, ¿guardar las sobras para después? —Deslicé mi espada


por encima de mi hombro, la puse contra la pared, y bajé la cremallera de
mi chaqueta.
Dijo de forma engreída:

—Tengo una compañera.

Jodido infierno. Me congelé, a medias de quitar mi chaqueta.


Pensamientos chocaron en mi cerebro demasiado rápido para procesar,
dejando una sola imagen horrible: compartir una cama con un
apareamiento Hel-Cat.

Tomaría la sangre, las tripas y los cartílagos sin pensarlo.

Encendí la luz y casi estallé a carcajadas, pero no soy tan tonta como
para reírme de un Hel-Cat que podría estar apareándose.

Shazam estaba desparramado sobre el edredón, una enorme pata


de penacho sujetada firmemente alrededor del cuello de una criatura
totalmente aterrorizada y exhausta, manteniéndola clavada en la cama.

No me extraña que pensara que estaba muerto. Extendido de


costado, apenas respiraba, los redondos ojos dorados abiertos y fijos en la
nada. Había espuma en su hocico y bigotes.

Dios santo, Shazam había traído a casa un maul.

»Esta es Onimae —me informó orgullosamente.

Sacudí mi cabeza, sin estar segura de dónde comenzar con esta


última escapada suya. Él en serio mantiene las cosas interesantes.

—Shazam, eres un ser sensible, que habla, altamente evolucionado.


Eso... —clavé mi dedo en eso—, es una gata, y apenas una cuarta parte
de tu tamaño. Deja ir a la pobrecita. —Parecía traumatizada.
Profundamente.

—Tú ya no me mandas.

—Lo hago —le recordé—. Tú aceptaste eso. ¿Dónde la encontraste?


¿Has considerado que ella puede ya tener un compañero, su propia
familia?
Sonrió con suficiencia.

—Los traje también, pequeña pelirroja.

Dejé caer mi chaqueta al suelo, armas y cuchillos olvidados, y miré


apresuradamente a mí alrededor, dándome cuenta de que debería
haberlo visto venir. Shazam había estado obsesionado con los DVDs de
fauna silvestre durante los últimos meses; buscando un nuevo juego para
darle sabor a su cacería nocturna, pensé. Pero había estado buscando
novia. Criaturas solitarias que vivían en pastizales y estepas, los maules eran
del tamaño de un gato doméstico, con cuerpos achaparrados, pelos
peludos y densos, rayas y colas anilladas. Arrugué mi nariz otra vez.
También eran conocidos por el olor que marcaba su territorio, lo que
explicaba el olor asqueroso de mi habitación.

—¿Cuántos y dónde?

Se encogió de hombros despreocupadamente.

—No lo sé, no me importa. No son Onimae.

Me dejé caer al suelo y miré bajo mi cama.

Una docena de ojos amarillos me miraban con expresión idéntica de


hostilidad: orejas bajas aplastadas en sus cabezas, un solo lado de la boca
con una mueca burlona como la de Elvis.

A veces siento que vivo en una caricatura. Había seis maules desde la
lejana Asia burlándose de mí desde debajo de mi cama. Cuando
empezaron a gruñir, me aguanté otra carcajada, una vez que empezara a
reírme, heriría los sentimientos de Shazam o perdería el poco respeto que
lograba imponerle en momentos como estos, y dije con firmeza:

—Shazam, los devolverás a todos a donde los encontraste.

—No lo haré.

Levanté la cabeza y le miré fijamente.


—Lo harás.

—No puedes obligarme —dijo a la ligera.

Técnicamente eso era verdad. El manejar a Shazam requería


paciencia y tacto. Me levanté del suelo.

—¿Cuándo fue la última vez que comió es… Onimae?

—Comerá después de que nos apareemos —dijo grandiosamente.

—¿Realmente parece que está a punto de saltar y aparearse contigo


pronto?

—Está reuniendo fuerzas.

—Está muerta de miedo. —Mi primer objetivo era apartar de él a la


pequeña gata aterrorizada—. Necesita comida y agua. Los animales
terrestres no pueden pasar tanto como tú sin comer. Déjala ir y traeré algo
de comida para, eh… —Miré debajo de la cama a mis compañeros
burlones y gruñones y suspiré—… nuestros invitados.

Shazam había estado en Dublín conmigo por más de dos años y sabía
que había sido un gran ajuste para él. Lo había encontrado en un planeta
en los Plateados, viviendo en otra dimensión, medio loco por su larga
soledad. Era el único de su especie que quedaba, y yo solo podía imaginar
lo solo que debía estar. Quizá debería tener una compañera. Quizá a la
maul le caiga bien. ¿Quién era yo para decir que no debería tener una
familia propia? ¿Podría tener su propia familia con un animal terrestre? ¿Los
maules tenían camadas grandes? ¿Qué demonios haría yo con media
docena de maules/Hel-Cats? Mi cerebro piensa en las ocurrencias de
Batman bajo presión, un mecanismo de defensa que mantiene mi barbilla
en alto mientras el mundo se va al infierno a mí alrededor. Esta vez se casó
con un viejo episodio de Star Trek con mi héroe favorito de historietas y
pronunció: ¡Santos tribbles5, Batman, tenemos problemas! Me tragué mi
alegría y pregunté:

—¿Puedes tener bebés?

Me miró de forma extraña.

—¿Hijos? Por supuesto.

—¿De eso se trata esto? ¿Quieres hacerlos con ella?

Ojos violetas centellaron, resplandecía con diversión.

—Así no es como se hacen los niños. Algún día sabrás cómo se hacen
los niños.

Levanté las cejas. Me di cuenta de cómo se hacían los niños cuando


tenía cinco años, sentada sin supervisión delante de un televisor todo el día
con el mando a distancia. No sabía si quería escuchar cómo pensaba él
que se hacían los niños.

—Si no come, puede morir. —Asumiendo que no haya expirado por la


conmoción primero—. Volveré con comida y agua. —Mientras me giraba
hacia la puerta, miré secamente por encima de mi hombro—. Lo digo en
serio. Déjala ir. Está aterrorizada de ti.

Olfateó.

—Fascinada por mi destreza.

—Catatónica por la impresión.

—Superada por mi magnificencia.

Esto podría durar toda la noche.

—Clavada por tu pata —dije secamente—. Si estás tan seguro de ti


mismo, prueba a quitarla y ver qué pasa.

5 Santos Tribbles: Una especie de alíen peludo que se reproducen con extrema rapidez.
—Ella permanecerá en mi dominio —dijo confiadamente.

Cerré la puerta del dormitorio cuando me fui. Lo último que


necesitaba era una horda de hostiles maules viniendo detrás de mí,
atacando mis tobillos. Podría imaginarme demasiadas maneras en que las
cosas podrían volverse más raras de lo que ya eran.

Tenía siete maules en mi dormitorio.

No era la primera vez que Shazam traía algo inusual a casa, pero
ninguna de esas cosas había estado viva y requería de sustento. Aunque
almacenaba carne y sangre fresca para Shazam, no había forma de que
estuviera llevando tazones de ella en mi habitación limpia y con alfombra
color crema, que ya mostraba un olor lo suficientemente desafiante como
para erradicar. No hay duda de que estaría arrancando la maldita
alfombra. O mudándome de nuevo.

Mis hábitos alimenticios han cambiado con los años. A diferencia de


la mayoría de las personas, tengo poco o ningún apego emocional a la
comida. La veo como energía necesaria y la priorizo en ese orden: grasa
primero, proteína después, carbohidratos después. La necesito rápida y
eficiente para poder abastecer mis varias residencias con atún enlatado,
leche de coco enlatada, barras de chocolate y bocadillos altos en
carbohidratos.

Eché un vistazo a la puerta cerrada de mi dormitorio, al final del


pasillo, y finalmente dejé que mi risa se liberara mientras agarraba los
cuencos y empezaba a abrir latas de atún.

Veinticinco minutos más tarde, los maules habían devorado


diecinueve latas de atún y casi un galón de agua.
Iban a necesitar hacer pis. Y hacer otras cosas con mal olor. No creía
que el olor de mi habitación pudiera empeorar. Pasaba las noches en las
partes más sucias de la ciudad. Me gustaba pasar mis días en un entorno
ordenado.

Estaba estirada contra la cabecera de terciopelo de mi cama, con


las piernas cruzadas. Shazam estaba sentado en el vestidor, alternando
entre mirar bajo la cama a su "compañera" y su familia y darme el mal de
ojo.

Esperé en silencio. Tendía a acercarse más rápidamente a mi punto


de vista si le daba tiempo para trabajar las cosas por sí mismo, ofreciendo
de vez en cuando un suave codazo.

—No hice nada malo —dijo finalmente, amargamente—. Me aburro


cuando te vas.

—Entonces ven conmigo. Solías hacerlo todo el tiempo.

—Echo de menos algo, Yi-yi —dijo simplemente.

Oh, mi amigo, yo también. Muchas cosas. Dije suavemente:

—¿Qué?

—Algo —dijo, sus ojos llenos de lágrimas—. No lo sé.

Debajo de la cama oí garras rascando la alfombra mientras se


preparaban para usarla como caja de arena.

—Si los devuelves, Shazam, resolveremos esto. No quiero que te sientas


solo. Si es una compañera lo que quieres, encontraremos una. Pero no
puedes secuestrar a un animal salvaje y su familia y decidir que será tuya.
Tienes que moverte lentamente, dale tiempo para que te conozca. Y tiene
que ir en ambos sentidos o es propiedad. Las cosas vivas no son
propiedad. No puedes tomarlas simplemente porque las quieres. —Era mi
trabajo enseñarle a mi bombástico y poderoso amigo cómo vivir entre
nosotros y me lo tomaba en serio. No citaba las reglas y esperaba que él
obedeciera; trataba de ayudarle a entender por qué importaban las
reglas.

Se desplomó en un charco de depresión.

—No puede hablar y apenas piensa. No sabe que el mundo es más


grande que su jaula, o esta habitación. Nunca ha visto las estrellas y
cazado en planetas salvajes. No soy lo que la aterroriza. Todo la aterroriza.
—Su cabeza se inclinó hacia la parte superior del tocador y se puso las
patas sobre los ojos.

—Ella no es tu igual y nunca podrá serlo —dije, vocalizando lo que le


molestaba.

Dijo con desaliento:

—No lo es.

Sonreí irónicamente. En los últimos años había hecho lo pasaría como


salir con alguien como yo. Cada vez que lo intentaba, terminaba
sintiéndome más sola, no menos. La fascinación no es amor y los
pedestales son duros, incómodos y solo lo suficientemente grandes para
uno. Algunas personas consiguen un hogar con la familia y los amigos,
otras consiguen un pedestal. Perpetuamente, los que están en el pedestal
tienen hambre de la normalidad de un hogar y la familia, mientras que los
que tienen el hogar y la familia tienen hambre del glamour y la emoción
de un pedestal. Más aún, la magia de la Canción realzó mis dones sidhe-
seer. Soy físicamente más fuerte y tengo que contenerme todo el tiempo.
El sexo cuidadoso y restringido es un oxímoron en mi libro. Consigo más
liberación explotando algunos sacos de boxeo de Ryodan.

—¿La devolverás, entonces? A todos ellos —agregué. La precisión era


un deber con mi bestia malhumorada.

—Sí, Yi-yi —dijo con un suspiro furioso. Después de un momento,


levantó la cabeza del tocador. Sus ojos violetas se entrecerraron y me miró
la mano izquierda, que seguía fría y negra—. Está sucediendo de nuevo.
—Lo sé.

—Más grande ahora. ¿No duele? —se inquietó.

—No. Estoy bien.

Me valoró intensamente, como si buscara la seguridad de eso,


entonces su cuerpo desapareció y solo quedó su cabeza, sus grandes y
expresivos ojos brillando con amor.

Sonreí.

»Yo también te veo, Shazam.

Su cabeza sin cuerpo asintió regiamente.

—Volveré después de cazar, Yi-yi. —Entonces se había ido todo.

Me dejé caer al suelo, miré por debajo de mi cama, y observé con


alivio como los maules desaparecían, uno por uno.

Me paré bajo el rocío de una larga ducha caliente mientras él no


estaba, lavándome el cabello, afeitándome las piernas y considerando mi
mano izquierda. La mancha se había retirado bajo el arco de mi codo.
Aunque mi mano seguía siendo negra, incluso las uñas, mis dedos ya no
estaban tan fríos.

No tenía ni idea de por qué o qué lo causó, si acaso. Era posible que
fuera simplemente al azar. A veces cuando mi mano se volvía negra,
estaba en medio de una situación peligrosa. Otras veces, podría atarlo a
nada amenazante en mi vecindad. Cada vez que sucedía, me sentía
extraña-mente inestable después y había encontrado que comer me
ayudaba a calmar la extraña enervación.

Flexioné mi mano bajo el rocío caliente. No me dolió. Bueno, aparte


del breve dolor punzante que sentí antes cuando se me disparó debajo de
las uñas. Los espectros del cementerio habían sido ahuyentados por ello.

¿Qué me había hecho el Cazador esa noche hace tanto tiempo?

No había visto a ninguna de las enormes bestias aladas en nuestros


cielos durante años y había estado vigilando, esperando. Tenía preguntas.

No había encontrado ninguna referencia a los Cazadores en las


extensas bibliotecas de la abadía. Pero entonces, todavía tenía la mayor
parte de las colecciones para recorrer. Era un proceso lento, clasificando
los trozos de mi herencia sidhe-seer. Leía por horas al día, sentada con
aquellos en la abadía que estaban escaneando los antiguos y frágiles
pergaminos y libros para crear una biblioteca electrónica con etiquetas de
referencias cruzadas que nunca se descompondrán. Debería haberse
hecho hace mucho tiempo, pero la anterior directora de nuestra orden se
había mostrado más inclinada a dejar que nuestros secretos se pudrieran
que a compartirlos.

Cerré el grifo del agua, envolví una toalla alrededor de mi cuerpo, y


usé una segunda toalla en mi cabello. Mientras lo secaba con la toalla y lo
ordenaba a través de la húmeda maraña de largos rizos rojos, volví mis
pensamientos al problema de Shazam.

Había estado diferente últimamente, con menos momentos de lúcida


brillantez y más angustia emocional. Estaba preocupada por él. Cuando
regresara, íbamos a tener una larga charla, y yo no iba a ninguna parte
hasta que descubriera qué hacer para sacarlo de su depresión. Si surgiera
una emergencia, iría conmigo a ocuparme de ella. Nunca debí dejar que
se quedara en casa mientras yo patrullaba los últimos meses. Después de
casi siete años juntos sabía que estar solo e invisible, como él había estado
en Olean, era lo peor para él.
Apliqué un ligero aceite en mi cabello para evitar que se volviera
completamente salvaje, agarré mi ropa del tocador, me puse un par de
jeans descoloridos y rasgados y una de las viejas camisetas descoloridas de
Dancer, una blanca con SANTÍSIMO CAMBIO, ¡MIRA A LA ASINTOTA EN ESA
MADREFUNCIÓN! en el frente. Llevar su ropa me hacía sentir como si una
parte de él estuviera aquí conmigo, aunque no estaba segura de que se
impresionara particularmente con mi vida. Últimamente ha rebosado
absolutamente de... rutina. Las aventuras épicas eran cosa del pasado, las
batallas Fae prohibidas.

Suspirando, recuperé la espada que no se me permitía usar para su


propósito universal desde su percha al alcance de la ducha.

Amo mi espada. La mimo; eso me alivia. Fría, dura, con frecuencia


sangrienta, somos dos de un tipo. Hechas para la guerra, pero con un
poco de trabajo brillamos de nuevo. De doble filo, la cuchilla recta se
hincha en grosor y anchura a medida que se acerca a la protección. La
hoja, aparte de la empuñadura, tiene ochenta y ocho centímetros de
largo, la mayor parte del tiempo. En la batalla, he visto que la longitud
aumenta y disminuye. Dancer nunca fue capaz de identificar de qué está
hecha, pero es extrañamente ligera y a la vez pesada, afilada como una
navaja y ha demostrado ser irrompible.

Aunque la hoja resplandece de alabastro, la empuñadura está


fabricada con grabados de ébano y metales de marfil tejidos juntos. La
protección es oscura como la medianoche y se asemeja a las estrechas
alas que se arquean hacia mi mano. El mango, fuertemente grabado, está
formado por el mismo metal de obsidiana que el protector y es siempre
frío. Símbolos oscuros ornamentados: un cifrado que nunca ha dejado de
aturdirme a pesar del considerable tiempo que he malgastado a lo largo
de los años con lápiz y papel tratando de superarlo, fluyen a lo largo de la
hoja por ambos lados. Los símbolos a menudo se mueven, arremolinándose
demasiado rápido para que yo pueda transcribirlos. Cuando lucho, mi
espada arde incandescentemente y a menudo encuentro esos símbolos
indescifrables envueltos en la carne de nuestras víctimas.
Sobre todo, se siente bien en mi mano. Como si estuviera hecha solo
para mí. Y un día, sé en lo más profundo de mis huesos, volveré a usarla.

Salí al dormitorio alfombrado.

Mis dedos apretados en la empuñadura.

Había un hombre sentado en mi cama.

No Fae.

Pero considerando que había roto mis muchas trampas explosivas


para entrar, tampoco había forma de que fuera humano.
5
“Puse un hechizo sobre ti”.

—P
or las bolas de Loki —dijo el hombre, sacudiendo su
cabeza—, no eres para nada lo que esperaba.

Las expectativas limitan tu habilidad de percibir


cosas. Trato de tener pocas. Me incliné contra el marco de la puerta,
evaluándolo, la espada engañosamente cómoda a mi lado.

Me escaneó de regreso, absorbiendo los pies descalzos, los agujeros


en las rodillas de mis jeans, el rostro desprovisto de maquillaje, la caída de
cabello húmedo. Su mirada se enganchó brevemente en mi mano
izquierda y sus ojos quemaron infinitamente, entonces se estrecharon.

—Pero eres tan solo una niña. ¿Cómo algo como tú puso sus manos
en la espada Faerie?

En febrero veinte de este año, mi último cumpleaños, había decidido


comprometerme a una edad. Ya que estaba en algún lugar entre
veintiuno y veintitrés, dividí la diferencia y me asenté en veintidós. Casual y
sin maquillaje, sabía que lucía muchísimos años más joven. Funcionaba
para mí; los extraños usualmente me sobreestimaban.

Me encogí de hombros y no dije nada.

—Bueno, pásala y acabemos con ella —dijo, levantándose de la


cama, con la mano estirada, los ojos fijos posesivamente en la espada
suavemente brillante—. El tiempo es corto, tengo mucho que hacer.
Me reí a pesar de mí misma. Él era más bajo que yo, con un cuerpo
delgado, usando jeans negros, botas, y una camisa verde. Cabello
azabache ondulado peinado hacia atrás de una frente alta encima de un
rostro estrecho. Sus ojos eran casi tan verdes como los míos, con pequeñas
motas ámbar, y ardiendo con diversión. Yo era la que estaba sosteniendo
la espada. Hasta donde sé, él no estaba llevando una sola arma.

—No lo creo.

—Hicimos un trato. Lo honrarás.

—No hice ningún trato contigo.

Abarcó la distancia entre nosotros en un salto alegre, sonriendo


ampliamente.

—Oh, pero lo hiciste. —Atrapó mi mano en la suya y la levantó a sus


labios, la besó y después la sostuvo entre nosotros y miró significativamente
a los cortes a través de la yema de mis dedos.

Correcto. Él estaba usando negro y verde, como su tarjeta de


presentación. Su cabello era negro y sus ojos eran verdes. ¿Qué pasaba
con la gente? ¿Ya nadie era normal? ¿Era una nueva tendencia tener un
tema de color?

—Eso fue un engaño —dije irritantemente—. Hiciste los bordes muy


afilados y la arrojaste hacia mí.

Arrulló alegremente.

—Y la atrapaste. No habrá incumplimiento. La arrancaste del cielo,


me ofreciste tu sangre, y pediste un deseo. Yo lo concedí. Me lo debes.

—Yo no pedí un deseo y tú no concediste nada. Y no te ofrecí mi


sangre. La tomaste. A través del engaño.

Ojos verdes bailaron con travesura.


—Me encanta esa parte, ¿a ti no? Sangre es sangre sin importar cómo
la obtienes. —Su mirada cambió, girando con amenaza y burla.

—Eso es una trampa. No puedes succionar gente en hechizos.

Entrelazó sus manos bajo su barbilla y se burló.

—Oh, por favor, como si tu historia no estuviera positivamente sumida


en cuentos de humanos estúpidos atraídos en tratos indeseables y
contratos. Y sus repercusiones. —Chasqueó sus dedos fuertemente debajo
de mi nariz—. Despierta, niña. Presta atención. Los tontos caen. Es lo que
hacen.

Gruñí.

—No soy una niña ni una tonta.

—Para mis estándares, eres ambos. No tenías que atraparla. Presenté


una oportunidad. La tomaste. Paga. La espada es mía.

Dije fríamente:

—No pedí un deseo y no concediste uno. No te voy a dar la espada.

Saltó con placer e hizo un rápido baile feliz en un círculo estrecho,


como si estuviera complacido consigo mismo más allá de lo soportable.
Medio esperaba que juntara sus talones y rompiera en un alegre salto.
Entonces giró para enfrentarme, aplaudiendo deleitado, claramente
consigo mismo, no conmigo.

—Esa es la mejor, mejor, mejor parte —dijo con efusividad, los ojos
brillando—. Sí te concedí tu deseo. Solo que no lo sabes aún.

No es bueno. ¿Cuál de los tantos deseos medio-formados que habían


brotado en mi mente cuando leí su tarjeta de presentación había elegido,
y solo en cuál forma complicada sería concedido? La historia estaba llena
de cuentos de genios descontrolados e historias de patas de conejo.
Nunca obtenías lo que pedías. Obtenías una versión de un deseo tan
afilado como una cuchilla como su tarjeta de presentación, algo que me
heriría o lo beneficiaría, o ambos.

Aun así, no iba a darle mi espada. Él iba a tener que tomarla. Si podía.

»Oh, puedo. —Sonrió maliciosamente, inclinándose más cerca hasta


que nuestros rostros estaban a centímetros.

Me quedé inmóvil, buscando sus ojos. Ojos duros se estrecharon con


astuta antigüedad, algo viejo y mortal acechaba bajo su actitud alegre.
Lo había sobreestimado. Utilizaba brincos alegres por la misma razón que
yo permitía a las personas pensar que era más joven de lo que soy.

—¿Quién eres?

—Un nombre por un nombre —arrulló.

Un pequeño precio por conocer a mi enemigo.

—Dani O'Malley.

Sus ojos brillaron con regocijo.

—Puedes llamarme AOZ; eso es A-O-Z, y todas mayúsculas, por cierto.

—Lo entiendo, La A es silenciosa —me burlé. Lo había pronunciado


como Ahhhs—. ¿Qué eres?

Puso un largo dedo en el lado de su delgada nariz como si estuviera


considerando qué respuesta ofrecer. Finalmente, dijo:

—Esos que pertenecen aquí. —Su rostro cambió y se transformó, los


huesos endureciéndose, la piel volviéndose tensa y demasiado pálida, ojos
estrechándose, toda la alegría yéndose. Capté un repentino olor a tierra,
sangre, y huesos en su respiración cuando siseó—: A diferencia de los
Faerie traidores que piensan tomar lo que es nuestro, no una vez sino dos.
Dame la espada, niña, y hazlo ahora.
La orden afectó mi cabeza, mis extremidades, similar a algo que
Ryodan había hecho una vez, aunque él simplemente me había forzado a
comer una barra de dulce cuando tenía hambre, no a regalar mi más
preciada posesión, y estaba horrorizada de sentir mi mano elevándose,
preparándose para entregarle la empuñadura de mi espada. Aparente-
mente, el hechizo estaba de acuerdo con él; habíamos hecho un trato y
tenía que honrarlo. Estaba atrapada por su poder.

—¡Detente! —tronó una voz imperiosa, y mi mano se congeló, los


dedos cerrados en la empuñadura.

AOZ se giró para enfrentar al intruso, siseando:

—¡Vete ya, Faerie!

Parpadeé, sorprendida. El inspector Jayne acababa de tamizarse,


uniéndosenos en mi habitación, de pie a una docena de pasos, en el lado
opuesto de mi cama. Arrugó su nariz aguileña y dijo:

—Por todos los malditos santos, ¿qué es ese olor, Dani?

Me encogí de hombros, haciendo todo lo posible para evitar el


contacto visual directo. Encontrar la mirada de un Príncipe Fae nunca es
una cosa inteligente por hacer. Primero tus ojos sangran. Si sostienes su
aterradora mirada inhumana por demasiado tiempo, se dice que tu mente
sangrará profusamente también. Nunca he probado esa teoría. Mi cerebro
es mi mejor arma.

—No preguntes. —No había visto al inspector en años. No desde que


había sufrido la transformación de humano a Fae. Casi no lo había
reconocido. El jefe de la vieja Garda, la fuerza policiaca de Dublin, una vez
había sido un doble de Liam Neeson robusto, con pecho de barril.

Ya no más. Se había vuelto un imponente ser de otro mundo con una


mirada asombrosa de cielos besados por el ópalo con truenos amenazan-
tes, cabello del color de rayos de sol reflejándose en corrientes
agotándose, y el cuerpo esbelto, hermosamente musculoso de la Corte de
Luz. Olía a rocío fresco en pétalos de mañana, el crujido del pasto de
primavera bajo mis botas, la terrenal promesa fértil del bosque
despertándose de un largo invierno y el placer sensual de la muerte. Todo
rastro de ruda humanidad se había ido.

Mac no había cambiado de esa forma. Seguro, su cabello se había


aclarado y alargado, pero había permanecido humana, como nosotros.
Lo escaneé intensamente, no encontré nada para definirlo como uno que
había nacido de nuestra raza. El inspector Jayne era un Fae irreversible.

Bajé mi espada una muesca, manteniéndola lista. Confiando en


nadie en la habitación además de mí misma.

Mientras que el inspector Jayne una vez la había tomado, dejándome


en una calle llena de basura, muy mal herida, al borde de desangrarme.
¿Se suponía que creyera que ahora se había tamizado para evitar que la
perdiera? Entrecerré mis ojos y evalué a AOZ. Había sacado conclusiones
mientras hablábamos. No Fae, no humano, pero mágico, y oliendo a tierra,
sangre, y huesos.

Había un antiguo dios de la Tierra en mi dormitorio y había puesto un


hechizo en mí.

Y ahora también había un Príncipe Fae en mi dormitorio, cuidadosa-


mente callado por el momento, de lo cual estaba agradecida. ¿Pero
quién podría decir cuánto tiempo duraría eso?

AOZ despreciaba a Jayne y, aparentemente, toda la raza Fae.

Le dije a AOZ.

—Quieres mi espada así puedes usarla para matar Fae.

Se dio la vuelta hacia mí, sus ojos estrechándose en rendijas de fuego


verde.

—Mejor nosotros que ellos. ¡Dámela ahora, tonta!


A pesar de mí misma, mi mano formó un arco hacia arriba.

—Dani, no —murmuró Jayne.

Mi mano cayó otra vez.

Casi me había gustado Jayne en ese instante, si no hubiera añadido


en una voz de coerción:

»Me la darás en su lugar.

Mi mano volvió a subir y mis pies comenzaron la caminata del traidor


hacia él.

Una marioneta. Yo era su maldita marioneta. Me indignó. Lo suficiente


para querer apuñalarlos a los dos con el arma que codiciaban.

AOZ dijo fríamente, la mirada fija hambrientamente en mi espada:

—Mi hechizo fue primero. Dámela ahora, niña, o arrasaré con tu


maldito mundo.

Desgarrada entre órdenes, mi mano se quedó quieta y ponderé su


estado inmóvil. Hechizo a mi izquierda, voz de poder a mi derecha. Si
seguían tirando de mí, ¿qué pasaría, no a mí, sino a ellos? Especialmente si
añadía mi mano izquierda a la mezcla.

Relajé dedos negros alrededor de la empuñadura de la espada y


entrelacé mis manos.

La mirada de Jayne se fijó en el sutil acoplamiento, luego se disparó a


mi rostro, penetrantemente.

Aun así, continuó trabajando en mi voluntad, así como AOZ. Podía


sentir el antiguo poder hostil rodando fuera de ellos y sabía, aunque
ninguno estaba hablando, que ambos estaban tratando furtivamente de
inclinar mi mano en su dirección. Presión insoportable escaló en mi cabeza,
así que metí la mayor parte de mi cerebro en una de mis cajas y me
preparé. Había aprendido hace mucho tiempo cómo distanciarme del
dolor.

Dos formas muy diferentes de poder crepitaron sobre mi carne,


deslizándose debajo y alrededor, buscando control: una brillante y
veraniega, otra oscura y terrenal. Dos misteriosas artes se encontraban en
mis manos, mezclándose quizás con algo del poder de los antiguos
Cazadores, y mezclado tan mal como el aceite y el agua con un trasfondo
de dinamita.

Había un tornado giratorio de magia-yendo-mal construyéndose,


volviéndose más grande y más defectuosa con cada segundo que
pasaba, entonces abruptamente poder explotó de mis manos y chocó de
vuelta en ellos. Jayne rugió y se estremeció. AOZ chilló y arañó su rostro.

Ambos se giraron para gruñirme.

Me encogí de hombros, flexionando mis dedos para asegurarme de


que estaban bajo mi control otra vez.

—No deberían tratar de quitarle la espada a una mujer.

Jayne dijo severamente:

—Dani, esa arma es mucho más peligrosa de lo que sabes. Solo un


Fae puede manejar su poder ahora.

AOZ bufó.

—No lo escuches. Los Faerie seducen y mienten.

—¿Pero los dioses no? —dije burlonamente.

Sus ojos se entrecerraron y me dio una mirada evaluativa.

—Tal vez no completamente una tonta.

—Ni tuya ni suya —advertí.

Jayne dijo:
—Dani, ¿qué le pasó a tu mano?

—Sí, ¿qué? —preguntó AOZ, ojos entrecerrándose.

—Ni idea. —Esa era la verdad. Pero había acabado con sus
preguntas. Había formado teorías y quería respuestas—. Déjame adivinar;
los dioses están de vuelta, despertados por la Canción. Mucho tiempo
antes pelearon con las Fae. Han decidido comenzar esa guerra otra vez y,
para hacerlo, necesitas mi espada.

—Prácticamente —dijo Jayne planamente.

—¿Y cuánto tiempo has sabido esto sin molestarte en decirnos a


ninguno de nosotros? —le disparé a Jayne.

—No mucho —dijo, erizándose por mi tono—. Regresaron débiles y se


escondieron, ganando tiempo hasta que recuperaron poder. Solo
recientemente han comenzado a mostrarse.

—¡Estábamos débiles por lo que ustedes nos hicieron! —le siseó AOZ,
entonces me gruñó—: Nosotros no comenzamos la guerra. Ellos lo hicieron,
volviendo tu raza contra nosotros. Una vez, tu raza nos rezaba y nosotros
escuchábamos. Éramos buenos con ustedes. Una vez.

—Trata de llevarte mi espada otra vez y morirás.

—No soy el único que vendrá buscándola. Otros no serán tan


generosos como yo. No quieres que él venga tras ella. Nunca quisieras que
venga. No será solo tu espada lo que tome. Hazte un favor y pásamela.
Estarás feliz de que lo hiciste. Si viene por ti, descubrirás el verdadero
significado del infierno.

Dejo que mis ojos se vuelvan vacíos y fríos.

—No le tengo miedo al infierno. Viví ahí una vez. Y si tengo que
regresar, me pavonearé a través de esas puertas con fuego en mi sangre y
guerra en mi corazón. Y No. Tomaré. Prisioneros.
Quería decir eso. No tengo miedo. Tengo una gran cantidad de furia.
Desigualdad, injusticia, incita un fuego lento dentro de mí que me
consume sin deferencia por autolesiones o víctimas. Algunas veces pienso
que estoy a un paso de volverme algo... más. Una cosa que no entiendo.

AOZ dijo con tono despectivo:

—Buena suerte con eso. Su infierno es un lugar que no puedes


comenzar a imaginar. Eterno. Sin escape.

—O —dije con ácida dulzura—, podría darle mi espada a Jayne y tú


podrías tratar de quitársela a un Príncipe. Pero, oh, espera, si eso fuera
posible la habrías tomado la última vez que tu raza luchó. Me parece que
dándosela a Jayne prácticamente encerraría a los viejos dioses.

—Sí, Dani —dijo Jayne silenciosamente—. Lo haría.

AOZ siseó:

—¿Estás tan segura de que prefieres que la raza humana responda a


los Faerie sobre nosotros? Los guiamos. No les dimos la espalda hasta que
nos traicionaron.

—Prefiero que la raza humana no responda a ninguno de ustedes


excepto a ellos mismos. No los necesitamos ni los queremos. Estoy aquí
parada con dos razas alienígenas, ambos compitiendo por el control sobre
el hombre...

—Somos nativos de este mundo, no alienígenas —gruñó AOZ al mismo


tiempo que Jayne me interrumpió con:

—Eso no es cierto, Dani, y lo sabes. Una vez fui humano. Todavía tengo
las mismas esperanzas y miedos de nuestra raza como tú, y me adhiero a
las mismas prioridades que una vez tuve.

AOZ dijo burlonamente:

—Eres un Fae. No sientes y no perteneces a nuestro mundo.


—Este es nuestro mundo —dije fríamente—. Y hasta donde sé, ninguno
de ustedes pertenece aquí. Y no me importa si fuiste humano una vez,
Jayne. No lo eres ahora.

—Dani, le llevaré la espada a la Reina —dijo Jayne.

—Para lo que solamente tengo tu palabra. No, gracias. Me la


quedaré. O —pesqué, muriendo por ver a Mac otra vez—, podrías traer a
la Reina y consideraré entregarla.

Jayne era en su mayoría un buen hombre. Con un defecto fatal.


Bueno, dos. Uno, él era un Príncipe Fae ahora. Dos, no había sido capaz de
resistir llevarse mi espada una vez antes por el interés del "bien común".
Prácticamente cada frase que comenzaba con la palabra "común" me
infundía inquietud. Conocimiento común, bien común, bienestar común.
De alguna forma, "hombre común" nunca parecía tener mucho que decir
en esas definiciones de "común". Los políticos y reyes tomaban esas
decisiones y es el hombre "común" el que muere cuando los reyes van a la
guerra.

—Parece que llegamos a un punto muerto —dijo AOZ con suave


amenaza—. Dos de nosotros no requerimos dormir. Tú lo haces. —Dobló sus
brazos sobre su pecho—. Solo es cuestión de tiempo y tenemos una
infinidad de ello. Una vez que te hayas agotado, uno de nosotros tomará
la espada. O podrías elegir a tu sucesor.

Miré a Jayne y supe inmediatamente que él no estaba dispuesto a


esperar tanto tiempo. Ya estaba cambiando, ya no más ocultando su
poder, sino permitiendo que la fachada que había adoptado para
protegerse cayera infinitamente poco a poco, dándome tiempo para
ceder antes de dejar caer la completa y entumecedora belleza y horror
de un Príncipe de la Corte de las Estaciones sobre mí.

Me estremecí. Los Príncipes Fae eran sexuales más allá de la


tolerancia humana. Podían infundirnos deseo, amplificarlo, alimentarse de
él, y lanzarlo de vuelta a nosotros mil veces más potente de lo que
comenzó. Es demasiado para nosotros. Carboniza a una mujer hasta las
cenizas dentro de su propia mente, dejando nada más que una esclava
dispuesta.

Podría haber atravesado a Jayne con la espada, si no hubiera


comenzado a dejar que su glamour cayera. Ahora, si fuera a arremeter
contra él, simplemente me explotaría con la fuerza completa de ello, y
estaría en el suelo sin tener ningún pensamiento de matarlo en mi
destrozada mente.

—No lo harías —dije fríamente.

—Lo siento, Dani, pero no me atrevo a caer en sus manos. Esto no es


personal.

Me había dicho lo mismo hace años cuando me dejó yaciendo en


esa calle llena de basura.

—Hechizo comprobado —gruñí—, cuando le haces algo a una


persona, es personal. Eso es lo divertido sobre las personas. —Fijé mi agarre
mental y me levanté dentro de la estela.

Nada pasó.

Suspiré. Emoción extrema y excitación extrema pueden hacer


cortocircuito en mis poderes sidhe-seer y siempre pasaba en los peores
momentos posibles. Había estado trabajando en el defecto de la emoción
extrema y había hecho progresos con eso. No era tan fácil de dominar
como la otra falla: tenía que excitarme para trabajar en ello y... bueno, eso
no había pasado en un tiempo. Busqué rápidamente otra opción,
encontrando solo una. Era una posibilidad remota.

—Dámela ahora —ordenó AOZ—, y lo mataré con ella. Los Faerie


permiten vivir solo a esclavos y demandan culto. No lo somos y no lo
hacemos.

Mientras el glamour de Jayne seguía cayendo a grados lentos


—todavía dándome tiempo de dársela voluntariamente— miré hacia
donde mis dos manos estaban envueltas apretadamente alrededor de la
empuñadura de mi espada. Me estremecí mientras su sexualidad
inhumana comenzaba a empujar los bordes de mi mente, buscando un
punto dulce, una forma fácil de entrar. Estaba tratando de hacer tan poco
daño como fuera posible. Por el momento.

Temblando violentamente, los dientes castañeando, me sostuve.

—¿E-estás d-d-dispuesto a d-destrozar mi m-mente por ella? —¿Qué


crees que te hará tu Reina? Mis ojos ardieron. Sentí lágrimas deslizarse de
ellos mientras encontraba su mirada, y no necesitaba un espejo para saber
que estaba sangrando.

Dijo tristemente:

—Ah, Dani, ella sin duda me matará. Pero tendrá la espada. Estoy
dispuesto a morir para proteger a nuestra raza y la tuya de esta escoria.

Había dicho "nuestra raza", y "tuya". Ahí estaba. Lo sabía. Su lealtad


estaba con las Fae, no nosotros. Cerré mis ojos, apretando mis dientes
contra el cruel poder que ahora rasgaba agresivamente los bordes de mi
mente. Cuando era más joven, experimenté la compulsión de un Príncipe
Fae dos veces. Y sobreviví. Era mayor y más sabia ahora.

Tomé mi riesgo, me enfoqué en el hielo en mi mano. Le di la


bienvenida, lo atraje para que se esparciera por todo mi cuerpo,
transcurriera por mis venas sin ninguna idea de lo que estaba abrazando.
En una batalla por tu vida, tu cordura, tu raza, el arma que tienes es la que
usas.

Sentí un repentino pinchazo de alfileres y agujas a través de todo mi


cuerpo, un zumbido profundo en mi carne como si mis extremidades
estuvieran despertándose después de un largo tiempo estando entume-
cidas. Mi piel se enfrió y temblé en mis huesos, sintiéndome extrañamente
elástica y flexible. Truenos de sangre se estrellaron en mi cabeza,
golpeando contra los confines de mi cráneo, mientras lo que sea que el
Cazador había dejado debajo de mi piel respondía.
Y se flexionaba.

Y crecía.

Una ola de vértigo me tomó y casi me tambaleé mientras estrellas


repentinas explotaban detrás de mis ojos y tuve un fugaz vistazo de un
gran paisaje nocturno empapado de nebulosa que se sobreponía en el
aire enfrente de mí. Entonces se había ido y el interior de mi cabeza se
sentía tranquilo y calmado y silencioso como los confines más profundos
del espacio.

No tuve tiempo de analizarlo. No pensé. Solo abrí mis ojos y lancé mi


mano derecha al Inspector Jayne.

El Príncipe se tamizó por una fracción de segundo antes de que el


rayo azul pálido explotara en el lugar exacto donde había estado parado.
La energía crepitante golpeó la pared sur de la habitación, explotándola
del suelo al techo. Yeso explotó, madera se astilló, y ladrillos cayeron,
dejando un hueco enorme donde la pared había estado.

Mi vestidor se escoró peligrosamente en el borde, entonces se


precipitó cuatro pisos a la calle abajo.

Gruñendo, azoté mi mirada en AOZ.

Se desmaterializó instantáneamente en una nube de turbia niebla


verde que se compactó, se estrechó en una corriente apretada, y se
disparó a través de la apertura arruinada en la habitación.

Me quedé de pie allí un momento, nivelando mi respiración,


esperando, mientras la energía surgiendo a través de mi brazo decaía,
hasta que al final se había ido. Mis piernas se sintieron como fideos y mis
manos estaban temblando.

Tanto por mis habilidades de protección. Habían fallado en dejar


fuera a ambos el viejo dios y al Fae. Al final de todo, podría terminar
teniendo que dormir en los niveles de residencia fuertemente protegidos
de Chester's, y realmente no quería hacer eso. Pero otra vez, no tenía idea
de si estaban protegidos contra dioses.

Tiré hacia arriba la manga de mi camiseta y me inspeccioné. Mi brazo


estaba negro hasta mi hombro, con delgados tentáculos de venas oscuras
esparciéndose a través de mi clavícula izquierda.

Dejé caer mi manga y miré por encima de mi cama a la pálida


mañana más allá donde se extendía un mar de azoteas, y más allá, a la
espuma blanca de un océano gris pizarra. Una fuerte llovizna había
comenzado a caer, y una repentina brisa sopló la lluvia adentro,
empapando mi suave edredón blanco.

Puse mis ojos en blanco. Mi habitación había pasado a través del


infierno en las pasadas horas.

Pero cada nube de lluvia realmente tenía un lado positivo.

Al menos ya no olía tan mal.


Asesina

C
uando tenía nueve años, Rowena me dijo que una peligrosa
casta Fae se había infiltrado en nuestra ciudad. Delgados,
diáfanos, hermosos, con una nube de cabello fino y rasgos
delicados, eran capaces de deslizarse dentro de un ser humano, y tomar
sus extremidades y vidas por completo.

Una vez que asumían una "piel" humana, ya no eran detectables por
las sidhe-seers y, por lo tanto, camuflados, desaparecían para siempre
fuera de nuestro alcance y cazaban sin cesar sobre nuestra raza.

Esto los convirtió en una amenaza muy letal para nuestra orden, me
dijo en voz baja, que podían poseer a sus acólitas en la abadía en
cualquier momento; de hecho, ella confiaba en que, ya lo habían hecho.

Pero —y siempre había un pero con la vieja perra— ella tenía un


encanto especial que ella, y solo ella como Gran Maestra de las sidhe-
seers, podía emplear para ver dentro de una persona al despreciable Fae
robando la vida en su interior.

A los nueve, nada parecía exagerado para mí. Esperaba encontrar el


mundo más allá de mi jaula, tan densamente poblado por superhéroes y
villanos como mi mundo en la tele.
Durante casi un año, Rowena me condujo por los pasillos de nuestra
abadía mientras inspeccionaba a sus chicas, me guio por las calles,
callejones y negocios, donde cazamos a los malvados villanos, un equipo
secreto de dos personas encargadas de una gran misión secreta que me
hacía sentir importante y buena.

Y cuando identificaba a un Gripper con el encanto que nunca


funcionaba para mí, regresaríamos a su oficina en la abadía donde, con
gran seriedad y ceremonia, colocaría la luminosa Espada de la Luz en mis
palmas hacia arriba y ordenaría que salvara nuestro orden, tal vez incluso
nuestro mundo.

Ella me enseñó a ser rápida y sigilosa al respecto. Me dijo cómo y


dónde apuñalar, cortar y matar. Nadie sospecha de un niño, ni siquiera
cuando llevan una espada. La mayoría creía que era un juguete.
Raramente necesitaba emplear una velocidad extrema para completar mi
misión. Era fácil acercarse. Los adultos se preocupan por los niños perdidos
y llorando.

Haz lo que tengas que hacer para salvar nuestro mundo: sin engaños
ni maniobras injustas, me enseñó. El fin justifica los medios.

He llegado a comprender que los medios te definen.

Aunque son extremadamente raros, existen los Grippers.

Eso no fue una mentira.


Sin embargo, no hay encanto que permita que alguien los vea.

Tomé veintitrés vidas ese año y no sé por qué. Madres, padres, hijas,
hijos, hice agujeros en sus familias, destrozando sus corazones y sus mundos.
Tal vez arruinaron sus negocios. Tal vez la miraron mal en la oficina de
correos. De todos modos, ninguno de ellos había sido poseído. En uno de
sus diarios que no encontré hasta que fui más grande, relatando su propia
grandeza con el narcisismo escalofriante, Rowena había escrito: "La niña
fue enviado a Mí para abordar mis agravios y corregirme los errores que
cometí, controlada por un penoso juguete que compré de un vendedor
ambulante”.

Tampoco sé por qué se detuvo. Tal vez solo había veintitrés nombres
en su lista más odiada. Tal vez tantos asesinatos con espada obtuvieron
demasiada atención de la Garda y no quería que me atraparan y
pusieran tras las rejas. Aunque ella me había ordenado que ocultara los
cadáveres, muchos finalmente fueron encontrados. El universo tiene una
manera de traicionar esos secretos que nos esforzamos por mantener
cerca.

El día que supe lo que había hecho, decidí que solo había tres cursos
de acción disponibles para mí.

Matarme porque yo también era un monstruo.


Vivir el resto de mi vida odiándome, incapaz de perdonar, consumida
por un corazón oscuro que no arrojaría luz a un mundo que tanto la
necesitaba.

O encerrar el pasado en una caja con esos otros asesinatos y llevar un


corazón —tan puro como había sido alguna vez— al presente, decidido a
hacerlo mejor, inscribiendo el lema en latín en los jirones de mi alma: Actus
me invito factus non est meus actus. Los actos hechos por mi cuerpo
contra mi voluntad no son mis actos.

Conocía los nombres de mis víctimas y pude localizar a la mayoría de


sus familias.

Los protejo aún.


6
“Alto voltaje, el sonido
inolvidable”.

E
stacioné mi motocicleta enfrente de la abadía, agarré la
mochila que contenía un cambio de ropa para después, y corrí
hacia la entrada principal de la antigua fortaleza vistiendo jeans
rasgados, botas, y una camiseta blanca sin mangas que no hacía nada
para cubrir lo que estaba mal con mi brazo. No iba a ocultar lo que sea
que me estuviera sucediendo; los soldados aislados eran los blancos
favoritos para un francotirador. La espada colgaba de mi espalda y tenía
cuchillos en las botas, pero a diferencia de los niños en el estado, no cargo
pistolas dentro de estas paredes. No puedo soportar el pensamiento de un
inocente saliendo herido como resultado de mi descuido.

Amo la Abadía Arlington.

Con espacio para mil sidhe-seers, la fortaleza está plagada con


pasajes secretos detrás de estanterías y chimeneas, tiene docenas de
rincones y cubículos ocultos, y siempre ha tenido un aire de irresistible
misterio para mí.

Desde el pabellón de meditación bordeado por los arbustos con


formas que la leyenda cuenta que una vez tuvieron vida y respiraron,
protegiendo la abadía, hasta el elaborado laberinto que se expande tres
hectáreas cercanas al lago, una vez fue un convento mal dirigido por
mujeres entrenadas para ser recluidas, cobardes e inseguras.
Las cosas han cambiado. Entrenamos, peleamos, nos ensuciamos,
ensangrentamos y nos empujamos una a la otra más fuerte todo el tiempo.
La abadía está llena en toda su capacidad y con una lista de espera de
kilómetros para entrar.

Las sidhe-seers de nivel principiante, son las iniciadas y pueden pasar


de dos a diez años entrenando mientras aprenden a usar sus dones. Esos
dones que hemos estado viendo, desde que la Canción de la Creación
restauró la magia de nuestro mundo, no son nada con lo que nos
hubiéramos encontrado antes.

Las Aprendices, son las que han logrado un nivel de competencia


suficiente para pasar una serie de difíciles pruebas, pasarán otro par de
años en entrenamiento adicional. Algunas quizás nunca se graduarían al
nivel final: las Adeptas, aquellas de nosotras que habíamos dominado
nuestros dones y servíamos como entrenadoras para las iniciadas y las
aprendices.

Y luego está el Shedon, el consejo de sidhe-seers electo popularmente


que gobierna la abadía.

El convento ya no es una prisión tiránica de coerción y prensa


sesgada estrechamente controlada. En mi niñez había volado por esos
pasillos a toda velocidad, temida y desconfiada por todos a mí alrededor.
Solía odiar eso, ver el miedo. Me hacía sentir sola. Pero había galvanizado
mis verdades. La vida es graciosa, te hace elegir lados todo el tiempo. Las
personas audaces son intrusos. Las temerosas pertenecen a muchos
lugares. Ellas son las esponjosas ovejas blancas que se mantienen pegadas
a los pastores, dejando que otros las alimenten, engorden, esquilen, y giren
en un apretado nudo de pánico si un lobo se acerca.

Cuando estoy rodeada por ese rebaño, no puedo entender la


conversación que generalmente va como algo así: Tengo miedo, ¿qué
crees que deberíamos hacer? No sé, ¿tú que crees que deberíamos
hacer? No sé, vamos a preguntarle a alguien más.
El pánico sigue. Beeeee.

Soy la rara oveja gris, la única que nadie quiere esquilar y que todos
olvidan alimentar, la que se enoja y que con nubes de vapor disparándose
de las orejas prefiere marcharse sola en busca de armas mata lobos que
holgazanear debajo del sol bajo el cuidado de un maestro del que no
tengo garantías que sabe cómo sobrevivir mejor de lo que yo lo hago.

Preferiría ser audaz y criticada que temerosa y aceptada.

Esa es la maldita decisión algunas veces.

Aun así, he aprendido en años recientes que blanquear mi abrigo, es


lo mejor para mezclarse. Y cuando no están mirando, soy tan gris como
necesito serlo. Ese camino es más fácil para todas nosotras. Creo que eso
es lo que Ryodan también hace, ocultando a su bestia interior con
elegancia casual, detrás de sus fríos ojos grises. Lo extraño. Cuando me
permito pensar en él. Lo cual es nunca.

Hoy caminé elegantemente por los pasillos de piedra abovedada


hacia la biblioteca, saludando y regresando sonrisas. Aunque muchas de
las mujeres miraban mi brazo, era sin censura, solo levantamientos de cejas
y curiosos contactos con mis ojos.

Cuando Shazam no había regresado para el momento en que


desperté de una rápida siesta en el sofá, había empacado y salido para
comenzar mi día. Él tiene su forma de encontrarme a donde sea que vaya
y sospecho que a menudo esta posado sobre mí en una dimensión
superior, manifestándose cuando le da la gana. Entiendo la necesidad por
tiempo a solas y normalmente no lo presiono, pero después de la
escapada de anoche, después de que apareció de nuevo, planeaba
hacer todo en mi poder para mantenerlo ocupado y a mi lado.

—Hola Kat —dije mientras entraba en la biblioteca.

La alta y atlética morena levantó la vista de la pantalla de una


computadora y me barrió con una plana mirada gris.
—Och, y ha crecido.

Kat era parte del Shedon, su don de sidhe-seer era una empatía
peligrosamente sensitiva. Poseyendo la habilidad de leer las emociones de
aquellos a su alrededor a su nivel más real, la había encontrado incapaz
de mentir.

—¿Qué es lo que sientes? Léeme. —Me tiré sobre el respaldo de una


silla y me senté en la mesa frente a ella.

Me miró fijamente por un largo momento, con los ojos perdiendo el


enfoque, y luego dijo suavemente:

—Te sientes como siempre.

—¿Y cómo es eso?

—Como Dani. Luz y energía, un burbujeante sentido del humor, un


severo sentido de responsabilidad personal y justicia, y un corazón del
tamaño de Irlanda. —Guardó silencio un momento y luego agregó—: Y
muchas, muchas bóvedas privadas que nunca se abren para ver la luz del
día.

Mis ojos se entrecerraron.

—¿Puedes adentrarte en ellas?

—No.

—Eso significa que lo has intentado.

—Lo he hecho.

Una sonrisa involuntaria tiró de mis labios mientras pensaba al mismo


tiempo ¿Cómo te atreves? y ¡Bien por ti! Ella había cambiado, se había
endurecido, pasado de la cortesía a la necesidad. Vivimos en tiempos
difíciles. No puedes conservar tus cuchillas afiladas con solo pulirlas con
gamuza, tienes que afilarlas en la roca.
»El día que entre, te lo diré. Y al momento en que lo haga volveré a
salir sin ver alrededor. No tengo deseos de conocer secretos que no desees
contarme Dani. Pero las bóvedas de tu mente son el mayor desafío que
me he encontrado.

Y siempre permanecería ese desafío. No entraría. Restructuro mi


cerebro regular y meticulosamente, poniendo señuelos en todos lados. Ni
siquiera Ryodan lograba pasar más allá de la superficie. Cambié de tema.

—Tuve una visita anoche. En realidad dos. —Nueve si contaba los


maules, lo que no hacía y esperaba nunca olerlos de nuevo. Mientras la
informaba de lo ocurrido, ella escuchaba atentamente.

—Los viejos dioses —murmuró finalmente—, ¿en guerra con los Fae?
Maldito infierno. ¿Nunca termina?

—Mami dijo una mala palabra —llegó sin aliento la voz de una
pequeña niña detrás de Kat. Su hija Rae se asomó por su hombro y le torcí
la nariz y le sonreí. Generalmente, cuando veo a la niña de deslumbrantes-
rayos-de-sol, la levanto en mis brazos, nos empujo en la estela, y giramos
alrededor en una vertiginosa y estrellada explosión de luz porque vivo para
escuchar su libre y profunda risa, pero por la forma en la que estaba
mirándome, podía decir que hoy estaba en un humor de escondidillas. La
perseguiría más tarde, de arriba a abajo en los pasillos, tal vez en el
laberinto detrás de la abadía.

»¿Shazzy? —preguntó esperanzadamente, sus luminosos ojos oscuros


llenándose de emoción.

—Paseando —dije, y su rostro cayó. Rae adoraba a Shazam y el


sentimiento era mutuo. Cuando unos años atrás, Kat tuvo repentinamente
un bebé, aparentemente de la nada, todos habíamos estado impactados.
No teníamos ni idea de quién era el padre, aunque muchas creían que era
del amor de su infancia, Sean O’Bannion, quien, al igual que Christian y el
inspector Jayne, había comenzado a transformarse en un Príncipe Fae
cuando los Príncipes originales fueron asesinados.
Una de las muchas cosas impredecibles sobre la raza Fae era, que en
las raras ocasiones en que los Príncipes o Princesas eran asesinados, la
materia prima más cercana, mortal o Fae, que cumplía con algún
misterioso requisito era seleccionada para comenzar con una dolorosa
transformación. Mac me contó que el Rey Unseelie dijo que los Fae eran
como estrellas de mar y siempre repondrían sus partes esenciales. Los Fae
menores no eran considerados esenciales. La Corte de la Realeza lo era.

A diferencia de Jayne, Sean O’Bannion se había convertido en


Unseelie y no se le había visto en años. Kat nunca ofreció el nombre del
padre de Rae y nosotras nunca preguntamos. Ella dejó claro que no
importaba: Rae era su hija, fin del asunto. Cualquier don de sidhe-seer que
la niña poseyera aún no se había comenzado a manifestar. Rae
ciertamente lucía como si pudiera ser de Sean, con rizos oscuros como el
azabache, ojos marrones moteados con ámbar, y la complexión de la hija
de un negro hombre irlandés.

Sin Shazam hoy no era lo suficientemente interesante para mantener


la atención de la curiosa y enérgica niña, y Rae se alejó para jugar
mientras Kat abría un documento de Word y tomaba notas sobre nuestra
conversación, presionándome por tantos detalles como pudiera recordar.

—¿Y este AOZ mencionó a alguien más que podría venir por la
espada?

Asentí.

»¿Pero no dio nombre?

Negué con la cabeza.

Me estudió por un momento, y entonces:

»¿Crees que la espada estaría más segura con un Fae?

Irritablemente dije:
—Estoy medio tentada a dársela al dios más fuerte que pueda
encontrar y dejar que las razas se asesinen entre sí.

Kat contuvo el aliento.

Levanté ambas manos en conciliación: una pálida irlandesa y la otra


oscura como el ébano.

»Pero no lo haré. Mac es la Reina. —Y moriría antes de poner un arma


en las manos de alguien que pudiera herirla. Ella y yo habíamos pasado
por mucho juntas; ella era la hermana que nunca tuve—. No creo que esa
sea la respuesta Kat. Fui capaz de protegerla anoche. Si no hubiera
podido, estaría abierta a la posibilidad, especialmente si de algún modo
pudiera hacérsela llegar a Mac.

Y no confiaba ni en los dioses ni los Fae para darles una de las dos
únicas armas sagradas que eran capaces de terminar con una vida
inmortal. Cualquier Fae que pusiera sus manos en estas podría agrupar un
ejército e ir a la guerra contra su Reina, y muchos de ellos despreciaban a
la humana que había sido elegida como su gobernante sucesora.

—Tal vez la espada está justo donde necesita estar y este poder está
despertando para que pueda mantenerla a salvo.

Kat dijo secamente:

—O tal vez es simplemente una coincidencia y nuestro mundo se ha


vuelto tan loco como parece mientras trastabillamos tontamente tratando
de atribuir patrones al caos.

Reí. Estaba eso también.

—El deseo Dani. ¿Tienes alguna idea de a qué se refería AOZ?

Había tratado de encontrarle sentido en el camino hacia aquí,


reflexionando en el momento en que había recogido el objeto encantado.
Al principio había respondido con emoción cruda, y después con
pensamientos reales. AOZ debió haber clasificado de entre una docena
de deseos medio formados y seleccionado el que pensó que podría
morderme el trasero más fuerte. Negué con la cabeza y dije
sombríamente:

—Ni idea. Kat, ¿qué piensas sobre este asunto de los dioses? Leí el
Libro de Invasiones hace un tiempo y encontré… —Trato de no insultar las
creencias de los demás. Dejo la frase incompleta y les permito terminarla,
veo cómo la continúan. He aprendido diplomacia. No me resulta fácil así
que me gusta practicarla cuando puedo.

—¿Puras bobadas? —dijo ella con un sonrisa irónica.

—Por lo menos duramente redactado y con enormes licencias


poéticas —estuve de acuerdo—. ¿Crees que estos dioses podrían ser la
razón de las historias de los antiguos Fomorianos, despertados por la
Canción?

—Es ciertamente una teoría que vale la pena explorar. De acuerdo


con el Libro de Invasiones, los Fomorianos pelearon contra los Tuatha De
Danaan, y fueron ampliamente reconocidos como monstruos, y fueron
arrojados al mar, para nunca ser vistos de nuevo. Pero la línea del tiempo
de esos eventos estaba severamente condensada, para conciliar la
historia con el cristianismo, forzando a todo el periodo desde la creación
del mundo hasta la Edad Media para que encajara con los eventos de la
Biblia. Llevaba tiempo sospechando que estos eventos habían sucedido
muchísimo antes de lo que podemos imaginar. La historia es un asunto
turbio, reescrita una y otra vez hasta que la historia original está perdida
para nosotros. Es por eso que es fundamental que traduzcamos nuestros
antiguos pergaminos. Estos estarán más cercanos a la verdad que
cualquier escritura de unos pocos miles de años atrás, influenciados por
agendas políticas y religiosas. Hemos estado escuchando historias por toda
Irlanda. Personas en áreas rurales se han encontrado con seres que afirman
tener poderes como los Fae. ¿Pudiste sentir a AOZ con tus sentidos sidhe-
seer?

Negué con la cabeza sombríamente.


—No. Mi instinto no obtuvo nada. Mi cerebro registró una evidencia
empírica que me hizo creer que no era humano.

Asintió de nuevo y se levantó, reuniendo sus notas.

—Me reuniré con el Shedon, les pasaré las noticias, y veré que saben.

Eché la silla hacia atrás, apoyé mis botas en la mesa, agarré la última
pila de traducciones y comencé a leer.

—-Nada —murmuré varias horas después—. Malditamente nada.

—No tenemos forma de determinar lo que los libros y pergaminos


dicen antes de comenzar a traducirlos. La mayoría no tiene títulos —dijo
Bridget suavemente, con la cabeza inclinada cerca de un diminuto diario
en sus manos. En sus cuarenta y tantos, rayos de gris adornaban su corto
cabello oscuro. El turno matutino de traductoras se había instalado en la
larga y amplia mesa conmigo, poco después de que hubiera comenzado
a leer.

—Cierto —acordó Fallon de diecisiete años, cuya especialidad eran


los idiomas antiguos. Ella había llegado a nosotras hacia cinco meses,
cargando una carta sellada de una casa hermana en Gales
suplicándonos que la entrenáramos, dado que había desarrollado
recientemente poderes latentes con los que ellas no tenían experiencia.
Camaleónicamente, había comenzado a fundirse con sus alrededores, la
fuerza de cinco hombres infundía su pequeño cuerpo, y sospechaba que
por lo rápido y silenciosamente que podía moverse, algún día
probablemente sería capaz de unírseme en la estela. Brillante cabello
castaño rozaba sus hombros, enmarcando un rostro amplio por los pómulos
que se afilaban hasta una ancha mandíbula antes de estrecharse
aguadamente hasta una puntiaguda barbilla. Los ojos color aguamarina
se estrecharon con frustración mientras agregaba—: Y sospechamos que
Rowena se llevó los libros más importantes. Solo los santos saben dónde los
escondió.

Bridget dijo:

—El consejo delegó un equipo para comenzar a explorar la superficie


inferior la próxima semana. Tal vez encontraremos un alijo ahí. Todo lo
descubierto debajo será traducido primero —me aseguró.

Había estado esperando dos años para oír esas palabras, finalmente
íbamos a volver nuestra atención al inexplorado reino debajo de la
fortaleza. Como la cabeza de Jano6, la abadía estaba divida en mitades:
el piso superior, que contenía fascinantes misterios mayormente del tipo no
mortal, y el piso inferior, que se rumoreaba contenía secretos demasiado
poderosos, demasiado terribles, para que alguien los supiera. El consejo
llevaba tiempo siendo cauteloso con el piso inferior. El Sinsar Dubh estuvo
una vez contenido en ese laberinto subterráneo.

Rowena había prohibido a cualquiera la entrada al piso inferior pero


yo había estado ahí, una vez, años atrás, siguiendo la pista tras sus muchas
guardas y trampas, perdurando para matar al Fae al que había estado
mordisqueando por quien sabia cuanto tiempo, para incrementar su poder
y extender su tiempo de vida. Había visto destellos de incontables pasillos
serpenteantes, puertas fuertemente cerradas con llave y protegidas,
bóvedas cavernosas, y solo había estado en un nivel. Había pasado
docenas de escaleras de piedra curveadas, que bajaban en espiral a
pozos aparentemente sin fondo.

Había estado hambrienta por explorar a profundidad una vez que ella
se hubo ido, pero me había comprometido con nuestra orden y seguido
los lineamientos del consejo, que eran: Si vis pacem para bellum, si quieres
paz, prepárate para la guerra. Nos habíamos enfocado en localizar a las

Jano en la mitología romana, es el dios de las puertas, los comienzos y los finales, es
6

representado con dos caras, mirando hacia ambos lados de su perfil .


más poderosas sidhe-seers, probándolas y entrenándolas mientras
monitoreá-bamos Irlanda y el mundo más allá.

Sabíamos que no se había terminado y que no pasaría mucho para


que el muro entre nuestro mundo y Faery cayera. Nuestras razas coexistían
en un polvorín donde la más mínima chispa podría hacer explotar todo. Si
Mac era incapaz de obtener el control de la raza inmortal, estaríamos de
regreso a donde comenzamos, matándonos unos a otros en nuestra
búsqueda por el control del mundo.

—¿Quién dirigirá el equipo? —pregunté a Bridget.

—Enyo —dijo ella.

Aprobaba la elección. Nacida en la zona de guerra de Líbano, Enyo


había sido un soldado mucho antes de que nos encontrara. Inteligente,
motivada y hambrienta de desafíos, era la perfecta elección. Esperaba
pasar tiempo con ella mientras explorábamos.

Me ericé con anticipación. Yo estaría en ese equipo.

Eché un vistazo al reloj sobre la chimenea, noté la hora, y empujé mi


silla para regresar a Dublín para una cita que había hecho esa mañana, al
mismo tiempo que Bridget —a quien no había notado que se había
levantado y ahora estaba detrás de mí— se inclinaba sobre mi hombro y
agregaba otra página a mi pila para cuando regresara.

Chocamos.

O mejor dicho, su antebrazo rozo mi hombro izquierdo.

Crudo, alto voltaje explotó de mi brazo con un estruendoso BUM y mi


piel crepitó con energía. Hubo un súbito olor a cabello quemado seguido
de sonidos burbujeantes, junto con un alto grito agudo que terminó tan
rápidamente como había comenzado. Luego el ruido de muebles
chocando con el piso, y lo que sonaba como una de las viejas y enormes
estanterías detrás de mi dividiéndose y escalofriantes golpes húmedos.
Después el más profundo de los silencios.

Mitad fuera de mi silla, me congelé, con las manos extendidas en la


mesa.

Fallon miraba fijamente detrás de mí, con la boca abierta en una


silenciosa O, y los ojos abiertos con sorpresa y horror.

No pude moverme por un largo momento, solo me quedé ahí, con los
músculos flexionados para moverme pero sin obedecer mis órdenes. Mis
piernas eran fideos de nuevo, mis manos temblaban.

Había sentido la enormidad de lo que se había disparado a la vida


instantáneamente dentro de mí. Había visto lo que le había hecho a la
pared de mi habitación esta mañana.

Tal vez solamente la había noqueado. No había intentado dañarla,


todo lo contrario. Tampoco le había lanzado mi mano como hice con
Jayne o incluso la había movido.

Ella simplemente había rozado la piel denuda de su antebrazo contra


la piel desnuda de mi hombro.

—¿Fallon? —rogué con los ojos: Di que no es verdad. Di que ella está
bien.

La Aprendiz comenzó a hiperventilar, tragando aire, incapaz de hacer


un sonido. Sus hombros agitándose y lágrimas derramándose de sus ojos.

Me desplomé en mi silla, doblándome y vomitando violentamente,


devolviendo el contenido de mi estómago en el piso hasta que nada más
que un delgado hilo de bilis goteó de mi barbilla.

No necesitaba mirar detrás de mí para saber que Bridget estaba


muerta.
7
“Aislado en un hito
fronterizo, no solo mucho
más mortífero, sino también
mucho más inteligente”.

C
onfrontada por emoción extrema, la guardo en la caja y me
pongo en acción; hacer algo, cualquier cosa, lo que sea que
se necesite más hacer de inmediato.

Mi corazón estaba gritando: Mataste a Bridget, eres una carga


peligrosa para tus amigos, huyes y te escondes porque eres un monstruo y,
como a tu mamá le gustaba decir tantas veces al final, el mundo estaría
mejor si nunca hubieras nacido.

Mi cerebro dijo con fría eficacia: Hiciste este lío, arréglalo.

Me tambaleé en mi silla, pateándola, la levanté de nuevo, trabé mis


rodillas y comencé a recolectar las partes y montarlas en un arreglo
pequeño y ordenado.

Normalmente, tan pronto como veo a Rae, la atrapo en mis brazos. Mi


abrazo mortal y asesino.
Le supliqué a cada dios que me perdonara por haber matado a
Bridget y le agradecí a todos los dioses que no hubiera sido Rae. Luego le
supliqué a cada dios que me perdonara por hacer tal distinción, mientras
tanto recogí pedazos con solo mi mano derecha porque no tenía idea de
qué pasaría si los tocaba con la izquierda y no deseaba averiguarlo.

Sosteniendo lo que parecía ser un fragmento del brazo pálido y


ensangrentado de la mujer de voz suave y amable, murmuré:

—Hice esto. —Sin saber que había hablado en voz alta hasta que
Fallon dijo bruscamente:

—Dani, detente. No fue tu culpa. Fue un accidente. ¡Y por el amor de


Dios, deja de tratar de juntarla!

No me había dado cuenta de que lo estaba haciendo. Coloqué


cuidadosamente parte de la mano de Bridget y tres dedos a la derecha
del macabro rompecabezas en el que estaba trabajando.

La puerta se abrió y me giré hacia ella, vibrando, temblando,


peligrosamente cerca de perder el control y desapareciendo en la estela.
Ansiaba desaparecer, escapar de las miradas que seguramente me
condenarían. Apreté mis manos a los costados, con la mano derecha
goteando sangre, la mano izquierda helada, y me obligué a respirar con
un ritmo que había perfeccionado del otro lado de los Espejos cuando a
escondidas le disparaba a objetivos hostiles. Inflar las tripas, ondular la
respiración hasta mi pecho, exhalar. Dejar de respirar. Disparar. Repetir.
Hay una dimensión inmóvil, silenciosa e impecable que existe en el gatillo
de un arma, y podría vivir en ese lugar. Se siente bien allí. Sin respirar, ligera,
nunca fallo un tiro.

Kat estaba parada en la entrada.

El dolor de Bridget terminó tan rápido como había comenzado. Pero


el mío era una nube de hongos de emoción tóxica que ella debió haber
sentido y corrió a discernir la causa. Me examinó, evaluó a Fallon, cuadró
los hombros y echó un vistazo a la estantería demolida, los trozos de hueso
y carne, los restos destrozados de Bridget.

Le di enormes felicitaciones por no doblegarse y vomitar, mientras me


limpiaba el último rastro de bilis de mi barbilla.

—¿Qué pasó? —dijo en voz baja.

—Maté…

—Cállate, Dani —dijo Fallon bruscamente mientras se movía para


unirse a mí. Pero no demasiado cerca; se detuvo a unos metros de
distancia—. Dani no mató a Bridget —le dijo a Kat—. Bridget se inclinó
sobre su hombro izquierdo cuando Dani estaba poniéndose de pie. La
parte negra de ella es peligrosa y ella no lo sabía.

—¿Cómo puedes exonerarme? Ella está muerta.

—¿Cómo puedes condenarte a ti misma? —replicó Fallon, con los ojos


brillantes—. Fue un accidente. Vi todo. No tenías ni idea que estaba detrás
de ti. No tenías idea de que nada de ti fuera peligroso.

—Debería haberlo sabido.

—¿Cómo podrías saberlo?

—Es mi brazo. Eso lo hace mi culpa.

—Basta, Dani —dijo Kat en voz baja—. No estarás cargando esto


también.

Sí, lo haría. Pero decir eso solo haría que Kat y Fallon trabajaran más
para excusarme.

—Kat, ¿y si hubiera levantado a Rae como suelo hacerlo


normalmente? —Mi voz se quebró al pronunciar las palabras al mismo
tiempo que mis rodillas cedían. Me hundí en el suelo, metí la cabeza en mis
brazos, medio esperando que mi propia cabeza explotara, luchando
contra las lágrimas. Lloraría. Pero en privado. Sola. Bailaría hasta que
estuviera demasiado agotada para aguantar más y luego lloraría. Y lidiaría
con ello. Como siempre lo hago.

—Consigue cubetas de agua caliente con jabón y bolsas de basura


— instruyó Kat a Fallon—. Trae trapos, Enyo, y a algunas de las Adeptas.

Levanté la vista y vi a Fallon partir con una punzada de orgullo. Una


Aprendiz, ella no se había desmoronado. Lo hizo por un momento, luego se
había convertido en la guerrera que se necesitaba.

Kat cerró la puerta detrás de ella, se movió dentro de la habitación y


se arrodilló a unos metros de mí.

—Te tomaría en mis brazos y te consolaría, pero parece que tenemos


un pequeño problema.

—¿Uno pequeño? —me burlé oscuramente—. Acabo de matar a una


mujer inocente. Una buena mujer con una buena vida por delante. Se
terminó. Despareció. Fin de la historia. Gracias a mí.

—Sé algo de lo que Rowena te hizo.

Me puse rígida. Sé una verdad: la mayoría de la gente no puede


manejar las verdades de mi vida. Las sidhe-seers hacen cirugías en nuestro
mundo con anestesia cuando es posible, empleando una técnica hábil. Yo
corto de tajo las manchas cancerosas, de manera brutal, armada con
cualquier arma que sea útil. De la forma en que me enseñaron. De la
forma en que lo hice la primera vez. Comencé a mentir de joven. Hice
compartimientos para almacenarlo todo, para seguirles el rastro. Mentir es
un dolor en el culo. Esto complica el cerebro, ordena la creación de más
archivos, consumiendo un espacio valioso.

—Ella mantuvo un escondite oculto en su suite. Cuando estuve allí,


descubrí una colección debajo de una tabla de entarimado. Algunos eran
mapas de la abadía, que serán útiles cuando exploremos debajo. Había
dos diarios.

Entrecerré mis ojos, buscando su mirada. ¿Cuánto sabía ella?


»Los peones no tienen la culpa de las acciones de los reyes. Los niños
no tienen la culpa de las atrocidades de los adultos. Ahora sabes que tu
brazo se ha vuelto peligroso. Esa información fue obtenida a un precio
terrible. Pero —dijo con una voz que estaba cargada de acero—, no te
lastimes más de lo que el mundo ya te lastimó. Te estás convirtiendo en
algo poderoso. No deseches eso debido a un accidente. Vivimos en un
tiempo plagado de peligros, habilidades que no entendemos, cambios
que ocurren tan rápidamente que es imposible seguirles el paso. Pon esto
en una de tus bóvedas. La guerra se acerca. Ambas hemos estado
sintiendo ese viento oscuro soplando sobre nosotras durante mucho
tiempo. Armas listas. Este nuevo don tuyo puede ser precisamente lo que
necesitamos para inclinar la balanza del futuro a nuestro favor.

Sabía que la muerte de Bridget fue un accidente. Nunca la habría


lastimado, y no sabía que era peligroso tocarme. Pero esto era diferente
de "las acciones que hice contra mi voluntad". Esto había sucedido debido
a mi descuido. Había asumido algo sobre mi brazo sin ninguna base para
esa suposición. Había asumido que era seguro estar a mí alrededor. No lo
era y seamos brutalmente honestas aquí, nunca lo ha sido en un grado u
otro; es por eso que mi mamá me encerró en una jaula en primer lugar. Es
por eso que extraño mucho a mi pandilla. Ellos no son humanos. Son
mucho menos frágiles.

Kat susurró:

—Och, demasiado dolor. —Se quedó en silencio un momento y luego


dijo con severidad—: Y ese es el daño que te hicieron injustamente. Tu
madre se rindió. En lugar de luchar, entró en pánico. No fuiste tú. Fue ella.
No dejes que esas voces ganen. No eres la que está mal o la mala...

—¿Cuándo te volviste una maldita lectora de mentes?

—No lo soy. —Hizo una pausa y luego dijo cuidadosamente—: Kasteo


me enseñó algunas cosas.

Dije incrédula:
—¿Kasteo? ¿El que no le habla a nadie? —Sabía que había trabajado
con él en Chester's, ¿pero él también le había enseñado otras cosas? Daría
mi brazo derecho por las lecciones de uno de los Nueve. Preferiblemente,
mi izquierdo en este punto, si alguien pudiera quitar la maldita cosa.

—Acepta lo que pasó. Vive el duelo. Pero hazlo poco a poco. Nunca
hubieras hecho daño a Bridget. No puedes deshacerlo. La lógica dicta
que aprendas la lección y sigas adelante.

El mismo consejo y la absolución que yo le habría dado a otro. La


misma gracia que nunca me permití. Una vida acabada. Por mí. Cristo. Su
último aliento fue el que había respirado mientras se había parado detrás
de mí. Ella tenía un novio. Tenía sueños.

—Las demás me culparán. —Volvería a caminar por los pasillos de la


condena.

—Algunas lo harán. Especialmente aquellas que envidian tus dones, y


hay muchas. Las leyendas vivas han sido durante mucho tiempo objetivos
para las mentes pequeñas. No las escucharás. Dejarás que se desvanezca
y continuarás haciendo todo lo que puedas para ayudar a nuestro mundo
y a nuestra gente. Tal es el precio del poder. Un gran poder viene con una
gran responsabilidad. Y tú Dani, mi amor, siempre has sido lo
suficientemente fuerte como para pagar por ello.

Entonce Fallon entró a la biblioteca con Enyo y cuatro Adeptas,


cubetas de agua jabonosa, bolsas de basura y telas.

Nos levantamos y comenzamos a limpiar los restos de las paredes y el


piso en un sombrío silencio.

π
Tomé el largo y tortuoso camino a casa, sabiendo que solo me
sentaría, mirando fijamente, reproduciendo la muerte de Bridget en mi
mente, viendo imágenes de partes y piezas de ella siendo reunidas en un
todo sangriento que nunca podría volver a estar completo.

Había muchas cosas que debería hacer, mientras el crepúsculo se


apoderaba de mi ciudad.

En ese momento estaba sentada en mi motocicleta al ralentí en el


terreno vacío sobre el club nocturno Chester’s. Los escombros esparcidos
en el pavimento fueron retirados hace años por el Equipo de Limpieza de
Dublín, dejando solo una superficie de concreto fracturada con profundas
grietas dentadas y una trampilla fuertemente protegida.

Sin embargo, no estaba fuertemente protegida para mí, y además


había encontrado el camino trasero hace dos años.

Esa fue la noche que descubrí, encerrada en una sala de almacena-


miento en las profundidades del club, una pequeña imprenta y montones
y montones de papel. También encontré las iniciales RKS en la parte inferior
de una pila de documentos legales, otorgando a Ryodan el título de
propiedades en todo Dublín. Me entretuve tratando infinitamente de
adivinar su apellido. Dependiendo de mi estado de ánimo, había variado
de exótico y sexy a absurdo.

¿Cuántos dragones había lanzado el hombre en mi cielo, tratando de


mantenerme demasiado ocupada como para que me mataran? El Diario
de Dublín fue una vez la ruina de mi existencia, ocupando horas de mi
tiempo, inspirándome para escribir de forma más inteligente, esforzarme
más, para tomarme más en serio. Esto, y WeCare, que a veces sospeché
que él también lo había creado, me habían mantenido luchando contra
entidades sin rostro en lugar de salir corriendo a las calles en busca de
enemigos más tangibles y mortales.

—Vuelve ya —murmuré al terreno vacío.


Lo extrañaba y de la manera más simple en que me veía, sin ningún
filtro. Echaba de menos sentir lo que sentía a su alrededor. Era gasolina
para mi fuego, cerillo para mi dinamita. Él había disfrutado mi fuego, mi
dinamita. Y, me hubiera gustado o no —la mayoría de las veces no lo
había hecho— él me había impedido explotarme a mí misma y a muchos
otros con eso.

La vida no era la misma sin él alrededor. Aunque amo mi ciudad, mi


vida, Dublín sin los Nueve, sin Mac y Barrons, es un Gran Espectáculo de
Circo sin un solo león, tigre u oso. Ni siquiera elefantes. Solo chimpancés,
payasos y ovejas. Montones y montones de ovejas. Y las serpientes, esas
son los Fae. Solía gustarme ser la única súper heroína en la ciudad. Ya
superé por mucho eso.

Innumerables fueron las veces que consideré llamarlo con mi teléfono


celular.

Innumerables fueron las veces que lo metí de nuevo en el bolsillo,


aceptando su ausencia por lo que era: un deseo de estar en otro lugar
que no fuera conmigo. El hombre que había lanzado mis dragones no se
preocupó por llamarme o enviarme mensajes de texto una sola vez en más
de dos años para ver cómo estaba.

O si aún siquiera estaba viva. Irse era una cosa. Nunca chequearme
era imperdonable.

»Púdrete en el purgatorio, Ryodan —gruñí mientras ponía mi


motocicleta en marcha.

Shaz y yo tenemos nombres clave para nuestras muchas residencias.


Dudo que los necesite. Sospecho que puede encontrarme en cualquier
lugar, en cualquier momento que quiera, y piensa que es divertido burlarse
de mí fingiendo leer las notas que garabateo diciéndole dónde estoy.

Antes de irme esta mañana, garabateé la palabra "Santuario" en la


pared de la habitación en Sharpie. Un enemigo no tendría idea de lo que
significaba. Shazam sabría que me encontraría en el ático que ocupaba el
último piso de un edificio en el lado norte del río Liffey. Prefiero vivir en lo
alto, con una vista clara de mi ciudad debajo. En esas raras ocasiones en
que no estoy patrullando de noche, me gusta sentarme en la escalera de
incendios, más allá de las altas ventanas arqueadas que bordean la pared
desde el suelo hasta el techo, y ver el río desplazarse, las luces
parpadeando como estrellas caídas en las calles.

Santuario es un estudio en grises y negros y blancos, la más incolora


de mis moradas. Anhelo su elegancia espartana cuando algo me molesta,
evitando el distractor brillo del mundo para pensar rodeada de suaves
tonos monótonos.

No me gusta hacer nada uniforme o predecible que pueda permitir


que un enemigo me rastree, sin embargo, una cantidad arriesgada de mis
residencias son áticos, ya que ofrecen ventanas altas y techos
abovedados. Acepto la responsabilidad a cambio de espacio, espacio
para respirar y un lugar para quemar energía inquieta. En la enorme sala
de estar de Santuario, desprovista de muebles, en un suelo negro pulido en
el que puedo ver mi propio reflejo, frente a una pared de ventanas, con
una línea de fuego encendida detrás de vidrios a mi espalda, en noches
difíciles en mi ciudad crónica bailo como una vez bailé en otro mundo,
debajo de tres lunas llenas, abandonada a una canción que solo yo
puedo escuchar. Bailo para sacarlo todo, la emoción que se acumula
dentro de mí. Bailo hasta que, agotada, a menudo llorando, duermo.

Mi cocina es un elegante y moderno asunto de cuarzo, cromo y pisos


de mármol negro. Esos pisos se derraman por todo el piso y son fáciles de
limpiar de sangre. Por lo general, cuando voy a Santuario, estoy
sangrando.
Esta noche no había sangre, solo un brazo tan negro como mis pisos.

Shazam estaba tendido sobre la isla de marfil, ocupando la mitad de


ella, arrancando carne del cráneo de...

—¿Es eso un cerdo? —dije incrédula—. ¿Te comiste un cerdo entero?


—Por la cantidad de sangre que manchando las encimeras, goteando por
los costados, y el tamaño de las pezuñas que había dejado sin comer,
también era de un cerdo adulto.

Encogiéndose de hombros, no dijo nada, solo estudió un espacio


distante en el aire y lamió inocentemente una pata, agitando la cola con
golpes audibles contra el cuarzo.

»Por Dios. Al menos podrías haberme guardado una costilla —me


quejé mientras hurgaba en la despensa por una lata de leche de coco y
un par de batidos de proteínas. Mi estómago estaba revuelto, pero
necesitaba energía. Durante nuestro tiempo juntos en los Espejos
Plateados, Shazam a menudo me había perseguido, y había cortado las
costillas de más animales de los que podía contar, las había fileteado y
asado sobre un fuego. Podría parecer un poco bárbaro para el resto del
mundo. El mundo parece bárbaro para mí.

Engullí la leche de coco, seguí con los batidos de proteínas, limpié mi


boca con el dorso de mi mano y luego me giré para encontrar a Shazam
de pie, arqueado como una herradura, con cerdas de puercoespín en la
columna vertebral, con los labios retraídos en un gruñido silencioso mientras
miraba por el largo pasillo con piso de ébano que, después de un giro a la
derecha en un pequeño vestíbulo, conducía a la puerta de entrada.
Cada vez que hace eso, un escalofrío congela mi columna vertebral. Él
nunca se equivoca. La audición y el sentido del olfato de mi Hel-Cat son
más agudos que los míos. Nos ha mantenido vivos en muchas ocasiones,
tanto en Dublín como en los planetas hostiles de los Plateados.

Cuando se congela, me congelo. Y preparo.


Aun así, cualquier cosa que pueda pasar por una puerta no me
preocupa demasiado. Las cosas verdaderamente peligrosas no necesitan
puertas.

Shazam inclinó su majestuosa y regia cabeza para mirarme. Sus ojos


violetas permaneciendo en mi brazo izquierdo, se movieron hacia el
hombro y luego hacia mi rostro. Bigotes temblando, susurró:

—Ha cambiado de nuevo.

—¿Hay algo en la puerta? —le susurré.

—Sí. ¿Estás bien, Yi-yi? ¿Duele? —Se inquietó.

Negué con la cabeza. Solo las cosas que había hecho con este
dolían. Me dolía el corazón. Una parte de eso dolería eternamente por
Bridget. Yo había acortado la vida de una buena persona. Algunas
personas intentan pagar sus errores castigándose a sí mismos. Yo no. No
solo no deshace el error que cometiste, sino que te convierte en un pasivo
no productivo y hace que todos los que tienen que aguantarlo sean
miserables. Por la forma en que lo veo, si te equivocas tienes dos opciones:
suicidarte o esforzarte más.

Sus ojos luminosos se humedecieron.

—Haz que la piel negra desaparezca. Dile que se vaya. Está hiriendo
tu corazón, Yi-yi.

Lo consideré, mirando de reojo al largo pasillo que conducía a la


puerta. Débil pero allí, un resoplido húmedo, un roce contra el umbral.
Consideré mi brazo, el terrible poder que tenía. La espada que necesitaba
proteger. El mundo que había elegido para proteger. Suponiendo que
fuera posible, ¿lo haría? ¿Darle la espalda a la energía que podría usar
para bien, si pudiera aprender a controlarla?

No creía que lo que me estaba pasando fuera algo terrible. Creía en


mi falta de comprensión e incapacidad para controlar el problema; uno
que tenía intención de remediar rápidamente.
Shazam me conoce bien. Estoy desguarnecida alrededor de mi
quijotesco e incondicionalmente cariñoso amigo, mi mirada normalmente
cerrada bien abierta y expresiva.

»Oh, Yi-yi —susurró, las lágrimas llenando sus ojos—. No revertirías tu


elección aún si pudieras. Lo quieres.

Lo hacía. Incliné mi cabeza y sonreí débilmente. Él me devolvió la


sonrisa, aunque con lágrimas en los ojos. Es extraño ver a Shazam sonreír,
labios delgados que se desprenden de afilados colmillos, curvándose en
sus mejillas. Siempre me recuerda algo, pero se ha demostrado que es un
recuerdo elusivo.

Una descarga de ruido golpeó la puerta de entrada y la escuché


astillarse con un estruendoso estrépito.

Shazam desapareció, dejándome sola para enfrentarlo.

Puse los ojos en blanco sobre el sangriento cráneo a medio comer en


la isla.

—Cobarde —murmuré mientras cerraba los dedos en la empuñadura


de mi espada y comenzaba a avanzar sigilosamente por el largo pasillo
hacia la puerta.
8
“Demonios que sueñan,
respiran, respiran, ya
vuelvo…”

H
e enfrentado muchos monstruos en mi vida, en Dublín y en
innumerables mundos en los Espejos Plateados. He luchado en
planetas de interminables noches y ardientes mundos
desérticos con múltiples soles. Sobreviví desprendiéndome de todo lo que
conozco, pienso y siento y me involucro plenamente en la lucha. Algunos
dicen que he hecho cosas innombrables. No estoy de acuerdo.
Simplemente he hecho cosas de las que no me gusta hablar y a ellos no les
gustaría oír.

Podía oírlo, por el pasillo, a la vuelta de una esquina, en el vestíbulo


cerca del baño de invitados (como si alguna vez hubiera tenido invitados),
pero incluso sin el laborioso jadeo de su aliento que se atascaba con poca
frecuencia en un cascabel escalofriante, como una serpiente, o el pesado
impacto contra el suelo de los apéndices en los que merodeaba (según el
sonido, mi intruso pesaba un buen peso de entre ciento ochenta y
doscientos treinta kilos), podía sentirlo.

Tenía presencia.

Masivo, oscuro y hambriento. No Fae.


Un poder asombroso. Familiar en cierto modo, aunque... no. Ladeé mi
cabeza y abrí mis sentidos, sorbiendo energía de esa profunda laguna
interior de la que las sidhe-seers extraen poder —las que descendemos de
las antiguas seis Casas Irlandesas que cambiaron hace eones debido a la
mezcla con la sangre del Rey Unseelie— pero la vasta y oscura extensión
no tenía nada que ofrecerme. Ninguna runa, guarda o regalo de previsión
para ayudarme a discernir lo que me espera.

Mi mano me picaba implacablemente, como si brotaran ronchas


alérgicas debajo de mi piel. Apretando los dientes contra la distracción,
empecé a caminar hacia adelante otra vez.

Un gruñido fue seguido por un largo y gutural gemido y un resuello


húmedo. Hubo un golpe sordo, como si mi enemigo hubiera tropezado
contra la pared.

Bien, una debilidad: era torpe. Algunos de mis enemigos más letales
habían poseído una enorme fuerza, pero se movían con tanta pesadez de
miembros, que bailaba a su alrededor mientras morían.

Me incliné y saqué un cuchillo militar de quince centímetros de mi


bota con mi mano izquierda, soltando la navaja con un casi inaudible
snick. Como no había reventado la motocicleta cuando había agarrado el
manillar de vuelta a Dublín, me imaginé que estaba a salvo con un arma.
Aparentemente, solo reventaba seres vivos. Encantador. Aun así, no
estaba dispuesta a poner mi espada en esa peligrosa mano, así que iba a
estar luchando discapacitada. Saqué la reluciente y larga espada con mi
mano derecha y me arrastré hacia adelante otra vez.

Hubo otro gruñido más suave que terminó en un suspiro babeante y


parecía... ¿adolorido?

¿Mi enemigo ya estaba herido? Perfecto. Podría terminarlo rápido.


Tenía cosas más importantes qué hacer esta noche. Sabía que mi brazo
era mortal —carne desnuda para desnudar la carne— pero necesitaba
saber si, envuelto en capas de ropa, ese toque asesino estaba
neutralizado. De ser así, la solución era sencilla: la manga y el guante.
Necesitaba cazar esta noche, y no a un maldito animal. Necesitaba un
humano para probar mi teoría.

Sonidos de un cuerpo pesado moviéndose... Escuché intensamente...


cuatro pasos, seguido por otro golpe y luego la mesa de la consola en mi
vestíbulo chocando contra el piso, llevándose jarrones y una lámpara de
cristal con ella.

Seguido por un largo y tembloroso gemido de agonía. Una exhalación


irregular.

Entonces silencio.

Dos posibilidades: o bien era un truco para atraerme cerca, para que
creyera que mi enemigo estaba herido e indefenso; o bien una criatura
masivamente poderosa, por razones desconocidas, había llegado a mi
piso para morir e iba a destrozar mis muebles en el proceso. El Santuario era
el único piso que había amueblado y el reflejo más fiel de mi gusto.
¡Maldita sea, como si no hubiera suficiente sangre en mi cocina para
limpiar!

Con frecuencia, en mundos lejanos había estado tan agotada por


batallas anteriores, que había aprendido a no apresurarme hacia batallas
futuras. Esperar frecuentemente daba más información, o llevaba a un
enemigo cada vez más aburrido a una acción precipitada.

Me recosté contra la pared y aguardé mi tiempo. Pasaron tres


minutos, luego cinco. Todavía podía sentir su presencia, pero no había
hecho ni un solo movimiento. Escuché respiraciones débiles, irregulares y
superficiales y contaba entre ellas. La cosa, fuera lo que fuera, respiraba
una vez cada dos minutos.

A los diez minutos estaba bastante aburrida y había decidido que


definitivamente era la segunda opción. Algo estaba muriendo o muerto en
mi vestíbulo y yo estaba cada vez más irritada por la idea de que se
desangraba en mis pisos, manchando la resina y probablemente
empapando mis paredes. Odio limpiar. Es algo que no puedo hacer en la
estela. Tengo que moverme en cámara lenta alrededor de mis pisos y
limpiar y fregar como todo el mundo. La sangre en la boquilla requiere
blanqueador y un cepillo para fregar. La lejía sobre el mármol es una mala
idea.

Apartándome de la pared, me deslicé hacia adelante sin hacer ruido.


Cuando llegué a la esquina, inhalé profundamente y agaché la cabeza
varios centímetros más abajo en caso de que viniera fuego hostil, me
concentré fuertemente (aislar una sola parte de mi cuerpo es difícil, si no
tengo cuidado puedo torcer todos los tendones y ligamentos adheridos a
esa parte), me puse en congelar el cuadro desde el cuello hacia arriba,
tomé una mirada apresurada y me retiré.

Entonces, curioseando salvajemente, hice una doble toma.

—¡Oh, mierda! —exploté.

Una enorme bestia de piel negra se desplomó en el suelo de mi


vestíbulo y, por su aspecto, ¡se estaba muriendo!

Era uno de los Nueve.

No podía creer que uno de los inmortales por fin había aparecido en
Dublín por primera vez en años y, santo infierno, ¡me había estado
agachando a la vuelta de la esquina escuchándolo morir!

Escaneé a la criatura para identificar rasgos, pero no encontré


ninguno. Como bestias, no puedo distinguirlos. No estoy segura de que
nadie pudiera. ¿Este era Barrons? ¿Significaba que Mac estaba herida?
¿Ryodan, Lor o alguno de los otros? ¿Qué estaba mal con él?

Me acerqué con cuidado. Antes de haber conocido a Shazam en los


Espejos Plateados, había tenido que atrapar mis propias muertes. Odio
matar animales, pero tenía que comer. Una noche había atrapado una
hermosa criatura parecida a una llama en una trampa que diseñé para un
jabalí. Para cuando la había encontrado, estaba mortalmente herida,
pero aún viva, y casi demente con hambre, dolor y temor. Había llorado
mientras luchaba contra sus grandes pezuñas para acercarme lo suficiente
como para cortarle la garganta y acabar con su sufrimiento.

La bestia en el suelo me recordó a esa criatura medio loca,


atormentada por la resistencia. Me detuve a media docena de pasos de
distancia. No pesaba cerca de los ciento ochenta a doscientos sesenta
que yo había pensado. Quizás alguna vez lo había hecho, pero ahora sus
costillas eran cuchillas afiladas bajo una piel negra. Tres metros de estatura,
peligrosamente delgado, se extendía de lado, el estómago hundido,
apenas respirando, pesaba tal vez ciento treinta y seis kilos. Había pensado
que era más pesado porque sonaba como si estuviera casi colapsando
con cada paso.

Su rostro era afilado, primitivo, con la frente arrugada y una maraña


de largos cabellos oscuros. Tres juegos de cuernos letales flanqueaban su
enorme cabeza, con la parte trasera inclinada hacia atrás. Colmillos
mortales como mis dedos sobresalían de una boca limada de saliva y
espuma.

Mientras me acercaba, arrastró su cabeza del suelo para mirarme


fijamente.

Me congelé.

Ardientes ojos carmesí con pupilas verticales clavadas en las mías, y


me sacudí de la absoluta intensidad de su mirada. Cuando destrabó unas
mandíbulas imposiblemente grandes y gruñó, revelando largos y afilados
colmillos, casi me eché atrás, a pesar de su débil condición. Incluso
muriendo, saturaba el vestíbulo de furia, hambre, locura.

Le dije:

—Sé que eres uno de los Nueve. Viniste a mí por una razón. Déjame
ayudarte. —No podía ver ninguna herida en este lado de su cuerpo. ¿Se
daría la vuelta por mí? ¿Me dejaría tocarlo; era lo suficientemente fuerte
como para detenerme si lo intentaba? Santa composición, racional,
números cuadrados perfectos, ¡uno de los Nueve finalmente volvió! Los
colores caleidoscópicos brotaron de nuevo en mi mundo con la fuerza de
un descontrolado hidrante de incendios.

La bestia gruñó de nuevo, pero se encogió a un gemido mientras


dejaba caer su cabeza al suelo con un audible crujir de huesos en la
baldosa.

Mis ojos se entrecerraron. Cinco días en una jaula. Cinco días mi


madre no volvió a casa para alimentarme. Me había derrumbado de la
misma manera. Aunque había llorado mientras me daba de comer, sus
lágrimas no me habían conmovido como solían hacerlo. Mis manos se
hicieron puños. No puedo soportar ver a nadie hambriento, indefenso.

»Volveré con comida —dije, aunque dudaba que me entendiera. Su


mirada se atenuaba, su cabeza giraba hacia un lado, sus ojos cerrados,
luego un solo ojo se abrió de golpe y un destello de fuego carmesí me
siguió mientras me iba.

Gracias a Shazam, mi piso está bastante lleno de carne. Él caza solo


una vez al día, pero está hambriento incesantemente, comiendo
compulsivamente como un agujero negro sin fondo. Le traigo sangre de
cerdo del carnicero de la calle Parnell. Conservo un poco de sangre
congelada y descongelada. Esa es otra razón por la que no tengo
invitados. El contenido de mi refrigerador es difícil de explicar.

Agarré un contenedor de sangre y un paquete de carne molida de


res, un tazón de uno de los estantes, y lo arrojé junto y luego volví a la
bestia. No movió un músculo cuando me acerqué esta vez, así que puse el
tazón cerca de su cabeza y esperé a que deslizara uno de sus enormes
apéndices con largas y crueles garras alrededor del tazón. Aunque sus
fosas nasales se ensancharon levemente y exhaló con un bajo, estridente
sonido, no hizo ningún movimiento por la comida. Estaba demasiado débil.

Maldiciendo a quien le había hecho esto, recogí un puñado de carne


ensangrentada y me incliné. Mi mano estaba a centímetros de su rostro
cuando me di cuenta de que estaba usando mi peligrosa y dominante
mano izquierda y la retiré con horror. Dejé caer la comida en el tazón, me
raspé la comida de la palma de la mano, limpié la sangre de la mano con
mis jeans, metí mi mano asesina en el bolsillo trasero y luego volví a
recogerla con mi derecha.

»No me muerdas la mano —dije severamente mientras rociaba más


sangre en su hocico. Había visto lo que esos mortíferos colmillos podían
hacer en el fragor de la batalla. Necesitaba al menos una mano buena.

Todavía no se movía. Había empezado a contemplar cómo podía


separar sus mandíbulas y alimentarlo con una sola mano cuando tembló
débilmente y lamió la sangre con una larga lengua negra.

Dejé caer la carne en el tazón y solo recogí sangre. Apenas podía


lamer; ciertamente no podía masticar. No podía imaginarme la formidable
fuerza de voluntad que poseía para poder destrozar mi puerta en su
condición.

Recogí y repetí una y otra vez mientras él lamía débilmente.

Para el décimo puñado de sangre estaba lamiendo con un susurro de


animación y un murmullo de vida parpadeó en sus ojos carmesí. Para el
vigésimo puño el tazón estaba vacío, pero la bestia estaba
profundamente exhausta por su escaso esfuerzo.

Aun así, cuando esta vez se le cayó la cabeza al suelo, se encontró


con el azulejo más suavemente.

»Volveré con más —prometí mientras volvía a la cocina.

π
Dos horas más tarde había colocado mi puerta en su marco,
fortificándola con taladro, tornillos y la adición de dos tablillas de la mesa
del comedor que nunca había sido usada, y la bestia estaba inconsciente
en mi cama, un charco de piel negra y huesos contra una sábana
ajustable blanca.

Le había hecho tragar tres tazones de sangre e iba a tener que salir
para asaltar mis otros pisos. El carnicero no abría los martes, e irrumpir
rompería la frágil confianza que habíamos alcanzado. No hace ningún
esfuerzo por ocultar lo perturbador que es encontrar mis frecuentes
compras y no se lo explico.

No podía soportar dejar a la bestia desmayada en el vestíbulo con sus


costillas sobresaliendo por el suelo, así que había empujado a la criatura
inconsciente sobre un edredón y la había llevado a mi dormitorio. Aunque
hambriento, su piel era de terciopelo negro brillante, su cuerpo caliente, y
sentí un pulso sólido, pero poco frecuente en su pierna.

Puedo levantar una cantidad asombrosa de peso, pero ni siquiera yo


puedo cargar con una sola mano a tres metros de la bestia cojeante en
una dirección ascendente (dos manos habrían sido una bendición), así
que arrastré mi colchón hasta el suelo y lo aplasté con la bestia. Luego le
arropé con el edredón alrededor de su cuerpo, ardiendo con preguntas.
¿Qué estaba pasando? ¿Qué villano era lo suficientemente poderoso
como para capturar a uno de los Nueve y contenerlo, y por qué matarlo
de hambre? ¿Cómo había escapado?

Lo miré fijamente durante un largo momento, liberando un aliento de


preocupación que sentí como si hubiera estado aguantando durante dos
largos años. Luego inhalé una respiración profunda y enorme que se sentía
como si fuera la primera en expandir mis pulmones por igual cantidad de
tiempo. Las ovejas son de naturaleza social. Sin la compañía de otras
ovejas, se reunirán con perros, cabras, vacas, lo que haya disponible.

Como yo también lo haré.


Pero esta era mi clase de compañía. Y la estaba manteniendo
malditamente bien.

No había forma de que se me muriera. Claro, volvería, pero ¿a dónde


iría? Dudo mucho que volviera conmigo. Los Nueve son así de irritantes,
maestros de su propio mar, trazan su curso y no consultan.

Me levanté la manga, me puse los guantes y las armas, y luego volé


hacia la noche, esperando matar dos pájaros con un tiro antes de regresar
al Santuario.
9
“Ciudad crónica, carteles
rasgados, aprovechando el
revoloteo”.

L
a noche en Dublín más allá de DTB, o Distrito de Temple Bar, es un
cementerio: solitario, espeluznante y silencioso.

Nadie camina por estas aceras, no hay cuernos enojados, ni


chirridos de neumáticos en las calles. Pocos en Dublín tienen un auto.
Menos aún viven en este lado del río, que presta a los callejones vacíos y a
los carriles el ambiente inquietantemente surrealista de un abandonado set
de películas. La mayoría de la población se aglomera en el lado sur del río,
aferrándose a la normalidad de reconstruir la ciudad y asistir a varios
trabajos como si no vivieran en medio de invasores con poder astronómico
que se deleitarían en borrarnos de la faz de nuestro propio planeta

Sin Ryodan y el resto de los Nueve que son temidos incluso por los Fae,
solamente yo me interpongo entre la imperiosa e inmortal Corte de las
Estaciones y lo que ellos quieren. Sus deseos son tan insondables como
antiguos, y he sido castrada por Mac.

Los Fae son descaradamente despreciativos de la humanidad. Nos


ven como insignificantes e intrascendentes, marchando desde el
nacimiento hasta la muerte en un abrir y cerrar de ojos. Ellos sacian sus
retorcidos deseos en nuestro mundo, sin nadie a quien temer.

Ni. Incluso. Yo.

Por Mac, les di la espalda, me obligué a fingir que no existen. Nunca


he estado dentro de Elyreum, ni una sola vez. Vi cómo se construía, con las
manos en puños, la mandíbula apretada y no hice nada. Cuando las filas
de ovejas se agolpan en las cuadras esperando para entrar, me desvío a
su alrededor, no les doy un vistazo.

Si lo hiciera, estaría en problemas. Vería sus muertes pendientes y mis


cables se cruzarían y las chispas volarían porque eso es lo que sucede
cuando se cruzan mis cables, y terminaría empezando una guerra yo sola.
Conociendo mi suerte, Mac habría negociado la paz y yo sería quien lo
arruinaría todo.

Entonces, como un buen soldado (que no tiene ni un gramo de


respaldo significativo), aprieto mis manos y hago de Kevlar mi corazón y lo
dejo pasar. Enfoco mis esfuerzos en las diferencias que puedo hacer en
este mundo, mientras me mantengo con vida. Muerta, no soy buena para
nadie.

Descubrí hace mucho tiempo que, si suficientes Fae tamizadores me


persiguieran, podría perder. Si se dieron cuenta, también aceptaron mi
tregua. Quizás también se den cuenta de que, si me mataban, Mac y
muchos de los Nueve, lloverían sobre su raza. Existimos en una distensión
fría y volátil.

Me atraganto algunos días. Eso me lleva a un lugar oscuro. Por la


noche, cazo con esa oscuridad. Pero sé este hecho: si Mac no logra ganar
la lealtad de la Corte de la Luz, vendrán por mi espada. Es probable que
solo hayan pasado unas pocas semanas en Faery. Probablemente sigan
jugando bien entre ellos, tanteándola, tratando de decidir qué tanto
poder le traspasó la antigua Reina y que ella ha descubierto cómo usarlo, y
qué tan lejos está dispuesta a llevarlo.
Sé otro hecho, y santo infierno me gustaría hablar con Mac al
respecto.

Para gobernar una raza cruel, uno debe ser cruel.

Espero que la Chica Arcoíris de Barrons pueda ser cruel. Me resulta


más fácil a mí, pero no fuimos criadas de la misma manera. Mac creció
empapada de amor y aprobación, valseando a través de los días del color
del arcoíris.

Objetivamente, considero la posibilidad de que, si los Fae me matan,


ella aprendería a ser cruel al instante. Debes considerar todas las cartas
que tienes que jugar cuando el destino de tu mundo está en juego.

Vi a dos de mis tres pirómanos acechando en un callejón en la orilla


norte del río Liffey mientras me dirigía a otro de mis pisos del lado norte
para conseguir más sangre para la bestia.

Mi cuerpo, un arma infundida de adrenalina, me deslicé silenciosa-


mente cerca, una sombra sobre sus talones, revisando rápidamente mi
plan en uno que mataría tres pájaros, no dos, con una sola piedra esta
noche: averiguando qué estaban tramando; puse a prueba mi teoría
sobre mi brazo en uno de ellos y, si todavía lo reventé a través de mi ropa,
tomé al otro como alimento para la bestia. Si sus actos fueran tan
malvados como sospechaba, los mataría de todos modos. No tiene
sentido desperdiciar sangre.

Identifiqué a los hombres como hermanos, uno unos centímetros más


alto que el otro, moviéndose con el mismo paso tambaleante, cortados de
idéntica tela genética con cabello castaño, la piel flácida e hinchada de
los bebedores de toda la vida, una imagen similar el uno del otro, y furtivos,
ojos astutos detrás de gafas. Conozco esos ojos. Son los ojos de hombres
asustados y pequeños que sirven a un maestro oscuro para mantenerse
con vida, deleitándose en el tormento de los demás porque cada tarea
obscena que realizan es una forma de convencerse a sí mismos de que
están exentos: eligen ser predadores, no presas.
¿Estaba su maestro al otro lado de ese delgado espejo oscuro?
¿Podría ser el "él" con quien AOZ me había amenazado?

No soy un depredador. Ni soy presa. Soy la que se agacha en los


lugares sombríos entre los dos, nativa de ninguna tierra, excepto la mía.

—No podemos regresar con las manos vacías. —El más bajo sonaba
preocupado mientras se ajustaba un gorro holgado y enrollado en su
cabeza.

Era un viento invisible en la brisa besada por la sal, detrás de ellos,


medio en congelar el cuadro, pero no en la estela. Pasé mucho tiempo
analizando cómo se movía Ryodan y había logrado un grado de su
habilidad para fundirme con su entorno. Tomó un intenso esfuerzo mental.
Tenía que mantenerme parcialmente en una forma alternativa de
movimiento, y parcialmente no. Era como comprimirme para encajar en
una puerta, sin ensancharme más que algunos centímetros, pero
ocasionalmente una parte de mí se movía de un lado o del otro si me
sobresaltaba algo o perdía el foco. Sin embargo, había mejorado en eso,
trabajando con Fallon, nuestra joven camaleónica, decidida a aprender
de ella.

—No esta noche —estuvo de acuerdo el otro con una maldición—. Él


quiere incluso una docena. Nos dijo a todos que no volviéramos con nada
menos. ¿Cómo demonios se supone que debemos manejar eso? ¡No
somos malditos trabajadores milagrosos! ¡Él tiene tantos de nosotros en esta
ciudad, que estamos pisándonos el uno al otro!

Los evalué, pero no percibí ninguna señal de armas. Tal vez tenían un
cuchillo escondido en algún lugar, pero la mayoría de la gente no
caminaba por estas calles sin un arma. Tenía una Glock metida en mi
cintura, mi PPQ en una funda interior de cadera a mi derecha.

—Yah, es una mierda. Aún me duele la espalda por lo de anoche, y


juro que me he torcido el hombro —se quejó su compañero—. Jodida
gente gorda. ¿Dónde encuentran suficiente comida para estar gordos?
Su hermano se rio, un sonido delgado y cruel, mientras volcaba un
frasco y lo tragaba.

—No me jodas, ¿cierto? Bueno, no se quedan así por mucho tiempo.


—Soltó una carcajada de nuevo, pero murió rápidamente y se estremeció,
metiendo el frasco y las manos en los bolsillos de su abrigo.

Entrecerré mis ojos, ponderando ese comentario. No se quedaban


gordos. ¿Era posible que para quien trabajaban, hubiera estado
manteniendo a la bestia en mi apartamento? Pero, ¿qué sentido tenía
matar de hambre a personas y / o animales?

—¡Necesita darnos un poco de libertad por ser tan difícil! Ahora tienen
miedo y no salen por la noche. Nos llevamos demasiados. Tiene que
dejarnos mover nuevamente —se quejó el más bajo de los dos.

—Nunca va a pasar, Alfie. Por alguna maldita razón, nos quiere aquí.

—¡Jodido bastardo! ¿Cómo se supone que un hombre haga su


trabajo con las manos atadas?

—Jodido justo como el mundo era antes. ¡Los tipos normales como
nosotros son los que hacen todo el trabajo duro!

Siguió así por un tiempo, mientras los seguía. Maldiciendo sobre el


mundo como si fueran los buenos, maltratados por todos, y lo terrible que
era que se les diera por sentados e incomodados.

Me tragué la bilis de irritación tantas veces que estuve a punto de


vomitar cuando de repente uno de ellos se giró y sentí un dolor punzante
en mi pecho izquierdo, justo encima de mi pezón.

Me puse rígida.

El veneno golpeó mi sangre al instante.


10
“Cariño, me levantaré de
entre los muertos, siempre lo
hago”.

P
or lo menos ahora, sabía por qué no estaban armados.

Expectativas. Te hacen tropezar cada vez. Los había


escaneado en busca de las habituales armas humanas, no
algún tipo de... ¿pequeño dardo? Miré aturdida la pluma
oscura de cinco centímetros que sobresalía de mi pecho
izquierdo mientras pateaba en la estela.

En cambio, bajé, caí al suelo sobre mis rodillas, echando espuma por
la boca.

Mi cuerpo estaba entumecido. Ni siquiera podía persuadir a mi mano


para alcanzar un arma. Maldita sea, se habían quejado por el peso, ¿eso
era porque estaban paralizando y arrastrando a la gente a alguna parte?
¿Eran estos hombres la razón por la que tantos adultos habían
desaparecido últimamente, la causa de los huérfanos en nuestra ciudad?
Luego volvían y hostigaban a los niños por pura y desagradable diversión.
Pero ¿por qué los niños terminaron creyendo que los Fae se llevaron a sus
padres? Estos eran hombres humanos promedio.
Mi boca funcionaba, pero no salía nada. No podía sentir mis pechos o
mi estómago. Mis caderas estaban hormigueando, fallando.

—Estúpida perra, no creíste que supiéramos que habías vuelto. —El


más alto de los dos tocó su gorro—. Te engañé. —Sonrió y me miró mientras
la droga hacía efecto—. Maldición. —Me recorrió con la mirada—. Alfie,
fíjate en esa espada. —Apretó unos dedos gruesos y sucios con
anticipación.

Alfie se movió para unirse a él.

—¿Qué tipo de mujer lleva… oh, mierda, Callum, ¿sabes a quién


tenemos aquí? —Él se rio—. Atrapamos a un vigilante de buena fe. La perra
que sigue llevándose a esos niños, robando nuestra diversión.

Los ojos de Callum se entrecerraron, agudizándose.

—Bueno, no la llevaremos a él.

La lujuria tiene muchas caras. Algunas de ellas son feas. Traté de


levantarme del pavimento, pero mis brazos eran fideos, mis piernas
estaban más allá del control del sistema nervioso central.

—Na, la llevaremos con él después —dijo Alfie—. No podemos estar


desperdiciando cuerpos como ese. No queremos terminar en otra de sus
pandillas, como los excavadores. —Palideció.

—Si queda suficiente de la perra para llevarnos —concedió Callum—.


Pero me quedo la espada. He escuchado que tiene poderes un poco
especiales. —Se inclinó y tiró de mi espada de la funda sobre mi espalda,
la metió debajo de su brazo y luego me propinó una patada brutal en las
costillas, empujándome desde mi curvada posición fetal hacia mi espalda.
Luego me dio unas palmaditas y me quitó ambas armas de mi cuerpo,
metiéndolas en su cintura. —Maldita sea —respiró, sus ojos se entrecerraron
aún más. Él se inclinó y arrancó el dardo de mi pecho, luego cerró su mano
sobre mi pecho y apretó con fuerza.
Estaba gritando por dentro. Congelada, incapaz de detenerlo o de
escupir una de las muchas amenazas en mi boca. La toxina que habían
usado tenía propiedades mágicas —me estaban llevando demasiado
rápido; mi loco metabolismo quema las toxinas normales— y apostaría a
que fue dada por quien fuera para el que trabajaban. ¿Pero cómo me
habían visto seguirlos? Había tocado su gorro cuando dijo que me había
engañado.

Callum soltó mi pecho con una sonrisa burlona.

—¿Quieres algo de esto, perra? —Agarró su entrepierna y se rio—. No


te preocupes, perra, vas a tener bastante. Tanto que no sabrás qué hacer
con él. —Se volvió y se alejó, ordenando por encima de su hombro—.
Tráela. Pero no dañes la mercancía. Demasiado. Salgamos de la calle,
disfrutémosla en algún lugar agradable y privado.

Alfie se quejó:

—¿Por qué siempre tengo que hacer todo el trabajo?

Agarra mi mano izquierda, agarra mi mano izquierda, deseé


silenciosamente.

—Porque eres más joven y estúpido, por eso.

Gruñendo, Alfie se giró, se inclinó, y agarró mi mano derecha con la


izquierda y comenzó a arrastrarme por la acera sobre mi espalda. Empleé
uno de los trucos de Shazam: me hice más pesada. Solía hacerlo cuando
era una niña. No tengo idea de cómo funciona, solo sé que lo hace. La
hija de Kat, Rae, a menudo me lo hace a mí, especialmente si estoy
tratando de levantarla para acostarla. También necesitaba que agarrara
mi mano izquierda para ver si mi toque asesino funcionaba a través de la
tela.

Dio una docena de pasos antes de decir:


—¡Maldita sea, la perra es pesada! —Se detuvo, extendió la mano
hacia atrás, agarró mi mano izquierda con la derecha y reanudó el
camino.

Mi teoría había sido probada: solo el contacto de piel con piel era
mortal. Un objetivo abajo.

»Oye, Cal —llamó Alfie con entusiasmo a Callum—, tal vez ella
compense no conseguir más. Podríamos decir que nos llevó toda la noche
capturarla porque es una especie de súper heroína. Eso nos daría mucho
tiempo para divertirnos con ella primero.

Callum guardó silencio un momento.

—No sé. Tal vez si agregamos la espada. Pero no estoy seguro de que
la perra valga la pena como para renunciar a ella.

—Joder que no, mira sus tetas. No obtenemos muchas como esta.
Apuesto a que es pelirroja por todas partes. Tiene fuego en sus entrañas,
¿sabes? Jesús, puedes verlo en sus ojos. Dale la espada y dile que tiene un
poco de magia, que pensaste que a él le agradaría más. Sabes que él
cree que somos estúpidos y estamos ansiosos por agradar. Vamos, vamos
a llevarla de regreso a la galería.

Otro silencio, luego Callum dijo:

—Pero nos partimos el culo y conseguimos su docena mañana. No


quiero conocer su lado malo.

—Todo lo que tiene son lados malos.

—Apresúrate. Espero que pueda tomarme toda la noche con esta.

—Es mi turno —protestó Alfie—. No eres el único que tiene


necesidades.

—Tu turno durará aproximadamente lo que mide tu polla, mientras


parpadeo una vez.
A medida que se envolvían en discusiones juveniles sobre el tamaño
de sus genitales y especulaban sobre mis cualidades, en todo lo que podía
pensar era que ya habían hecho esto antes. ¿Cuántas de las personas que
habían secuestrado eran mujeres? ¿Cuántas mujeres paralizadas e
indefensas habían violado?

Callum y Alfie iban a morir esta noche.

Me arrastraron por cuatro manzanas de la ciudad antes de que


Callum finalmente regresara para ayudar a Alfie a arrastrar mi débil cuerpo
por un empinado tramo de escaleras, hacia un edificio de oficinas
abandonado que albergaba varios negocios en el primer piso.

La parte de atrás de mi chaqueta de motociclista sin duda estaba


destrozada, pero no pensaba que lo estuviera mi espalda. Todavía. Tenía
suficientes cicatrices y me sentía orgullosa de cada una de estas, pero las
cicatrices por ser estúpidamente emboscada y arrastrada no eran algo
que quisiera lucir. Había estado fuera de mi juego, meditando en un rincón
de mi mente acerca de Bridget, preocupada por Shazam y la bestia en mi
apartamento. Había sido tan estúpida como mi presa.

Había reflexionado sobre dos cosas mientras era arrastrada, mirando


hacia el cielo despejado y estrellado, incapaz de cerrar los ojos: ¿Dónde
estaba exactamente el hechizo de parálisis dentro de mí, y cómo se
desarrollarían los acontecimientos? ¿Me desvestirían, o solo las partes
necesarias? ¿Cuán profundo en mi pecho se había extendido la negrura
debajo de mi piel? ¿Los volaría si me tocaban el pecho desnudo sin mi
consentimiento? Me gustaba ese pensamiento. El problema era que solo
se ocuparía de uno de ellos. El otro podría tomar mi espada y
desaparecer, dejándome allí paralizada.
Mientras medio caminaban, medio me arrastraban por una puerta
hacia una galería retro de los años ochenta, busqué a fondo la magia que
le había ordenado a mi sistema nervioso central dejar de funcionar
apropiadamente. Los hechizos que entraban al torrente sanguíneo
invariablemente se aferraban a alguna parte del cerebro, presionándolo y
reformándolo. Pero ¿dónde estaba la maldita cosa y cómo haría para
neutralizarlo?

Imaginé mi cerebro, rebuscando en este, buscando una anomalía. No


sé si otras personas ven sus cerebros como yo. Quizás años de
confinamiento me torturaron para forjar caminos que de otro modo nunca
habría desarrollado. Quizás lo que fuera que me hizo Rowena me hizo
diferente. Independientemente, tengo un conocimiento agudo y
detallado de lo que hay dentro de mi cráneo, y la capacidad de
experimentarlo con múltiples sentidos. Tengo archivos y bóvedas y estoy
moviendo cosas constante-mente, optimizando la funcionalidad. Tienes
que cuidar tu cerebro. Es tu mejor arma.

Ajá, ¡ahí! Un brillo plateado, una gota de posesión, acurrucada cerca


del centro del dolor en mi cabeza. He pasado mucho tiempo trabajando
en ese punto. Cuando solía dolerme tanto por hambre, me ponía
mentalmente almohadas mullidas y cómodas en el estómago para
absorber el ácido, y envolvía el centro del dolor en mi cerebro con
edredones acogedores y cálidos. Pasaba el tiempo más tolerablemente.

—No demasiado cerca de su jodida puerta —espetó Callum.

—¿Por qué? Él nunca sale. No va a salir.

—Espera con ella mientras preparo todo. Estará en un momento.

Callum dejó a Alfie apoyándome torcidamente mientras revolvía


audiblemente en una parte de la galería más allá de mi capacidad de
ver, preparando un lugar para violarme.

Mis ojos estaban ciegos de todos modos, girados hacia adentro


mientras jugueteaba con el pequeño nudo plateado clavando zarcillos de
control en las complejas membranas dentro de mi cráneo, susurrando
órdenes a mi cuerpo.

Era una magia poderosa. Magia vieja. Viejo dios de la tierra, estaba
dispuesta a apostar. Tal vez batida con un poco de savia de un árbol
sagrado que ya no crecía, mezclada con minerales encontrados en lo
profundo del suelo, molida con mortero y mano hasta un delgado y vil
veneno, realzado por artes arcanas.

Yo también tenía magia. Imaginé una sola vena negra del residuo del
Cazador debajo de mi piel expandiéndose a través de mi clavícula, la
alenté a deslizarse por mi cuello, donde se deslizó sin esfuerzo, casi
ansiosamente, dentro de mi cerebro, encontrándose con el nudo
plateado, filtrándolo y anulando…

Santo infierno, ¡mi cabeza se sacudió!

—Jesús Cal, ¡malditamente se sacudió! —explotó Alfie, estremecién-


dose.

—No, no lo hizo —se burló Callum—. Nada se mueve después de una


dosis de uno de esos dardos. No hasta que él lo diga.

—Lo hizo —insistió Alfie.

No sé qué más se dijo entonces porque por un tiempo simplemente no


estuve allí.

Estaba flotando en el espacio, navegando entre estrellas, dando


volteretas a través de agujeros de gusano manchados por nebulosas,
deslizándome a lo largo de los bordes de anillos gaseosos rodeando
planetas. Un gong profundo, abrumadoramente hermoso resonó en el
enorme vacío del espacio a mi alrededor —una imposibilidad técnica—
vibrando en mi alma, expandiéndose hacia las estrellas, y las estrellas
respondieron. El espacio era un océano viviente, lamiendo suavemente las
estrellas, planetas, soles, lunas, y asteroides. El sonido, la visión, era tan
exquisito que una parte de mí lloró. Era… cielo. Era… paz. Nada dolía,
nada estaba mal, todo encajaba y tenía sentido y podía quedarme allí
para siempre y nada podría volver a tocarme nunca más.

Pero. Pensé.

Mi. ¿Qué era lo que me importaba?

Mundo.

Nada de paz para mí.

Aparté la encantadora visión y devolví mi atención al nudo plateado,


llenándolo de Esencia de Cazador.

El hechizo manteniéndome inmóvil se hizo añicos.

Bendije el día en que había apuñalado al Cazador en el corazón. De


alguna manera, me había regalado un poder deslumbrante y descomunal
que esperaba explorar más a fondo. Y aprender a controlar. No más
accidentes.

»Te lo estoy diciendo, se movió. —Alfie todavía estaba discutiendo.

Estaba acostada boca arriba, en una plataforma de madera que


mordía mi columna vertebral. Me habían reubicado mientras flotaba
dentro de mi cabeza. Nos hicieron una “cama” de trastos y revistas viejas;
Podía oler las páginas mohosas, la tinta vieja.

Callum y Alfie se alzaron sobre mí.

Golpeé el piso detrás de mi cabeza con mis manos, me levanté y me


puse en pie con un elegante movimiento, sobresaltándolos tanto que
tropezaron hacia atrás, pasmados conmigo, boquiabiertos.

—¿Quieren jugar, chicos? —ronroneé con ácida dulzura—. Porque


definitivamente me pusieron de humor para ello.
11
“Y tú no eres yo, las
distancias que recorreré”.

—Q
ué demo… —comenzó Callum.

Nunca terminó.

Mano derecha alrededor de su


garganta, aplasté su tráquea y lo observé
morir. Rápido, una muerte mucho más misericordiosa de la que merecía; la
bondad que me separaba de él.

Giré y atrapé a Alfie, el más bajo de los dos, por la parte de atrás de
su camisa, lo lancé al otro lado de la habitación, golpeándolo contra una
pared con tanta fuerza que se estremeció. Luego me abalancé sobre él
mientras saltaba hacia la estrecha abertura negra unos pocos metros a su
derecha. Este Espejo Plateado que conducía a ese reino caliente y
desconocido era más pequeño, más ancho que el anterior, pero la misma
brisa acre brotaba de este, oliendo a humo de leña y sangre. Al igual que
el último, este no tenía un marco adornado, o un ancho borde negro
encontrado en los Espejos Plateados Fae. Los espejos que usaban para
viajar eran algo diferente.

Arrebaté a Alfie cuando estaba a punto de zambullirse en el oscuro


abismo y lo arrojé a la habitación. Se estrelló contra un silencioso y oscuro
Pac Man en posición vertical, destrozó el armazón, se deslizó en una
máquina de pinball, rebotó y cayó al suelo. Se levantó y trató de alejarse,
pero lo pateé por un costado y lo dejé caer al suelo.

—De rodillas, manos detrás de tu cabeza —ordené—. No vuelvas a


correr o estás muerto.

—¡V-v-vas a m-matarme de todos modos! —gritó Alfie, agarrando sus


costillas.

—De rodillas —gruñí.

—¡Mataste a mi hermano, perra!

—Última oportunidad —dije suavemente, concentrando más amena-


za en un susurro que un grito.

—¡Hay algo malo contigo, perra!

—No tienes idea —acordé.

—¡Jodidos ojos de un psicópata!

—Deberías hablar. Rodillas. Ahora.

Temblando, lanzando miradas furtivas y de ojos desorbitados hacia mí,


gateó torpemente, gruñendo ruidosamente, hacia sus manos y pies para
luego sentarse sobre sus talones, jadeando mientras colocaba sus manos
detrás de su cabeza. Lo había pateado un poco más fuerte de lo que me
había dado cuenta. Sus gafas estaban rotas, torcidas en su nariz, su gorro
colgando. Las gafas eran gruesas con pesado armazón negro. Finos
alambres de plata estaban expuestos por una brida rota.

Mientras se arrodillaba, temblando de rabia y miedo, capté un


destello de algo metálico en los oscuros pliegues de su gorro y sonreí
débilmente. Dancer podría haber creado un artilugio similar para mí.

»Cámara en tu cabeza, tus gafas se atan a esta. Te da una visión de


ciento ochenta grados.
—Infrarrojo —dijo hoscamente.

—Viste mi calor detrás de ti.

—No nos envía sin herramientas.

—¿Quién?

Los delgados labios de Alfie se unieron, su mandíbula sobresalía


desafiantemente.

»¿Para quién trabajas y qué está haciendo? Respóndeme o mueres.

Aun así, no dijo nada.

»Respóndeme o meteré tu culo por el espejo con un mensaje


grabado que dirá que dijiste todo y que voy por él.

—¡Joder que lo harás! ¡No tienes ni idea de con qué te estás


metiendo! ¡No puedes tocarlo! ¡Nadie puede! ¡Y no quieres tocarlo! ¡No
quieres que él siquiera te mire!

—¿Quien? No volveré a preguntar.

—¿Qué vas a hacer? —habló con desprecio—. No vas a torturarme.


Conozco a tu clase. Vigilante engreída y estricta, salvando niños sin valor.
Piensas que estás por encima del resto de nosotros. Piensas que estás en el
lado correcto, pero cariño, el lado correcto es el lado ganador… y no
estás en ese.

Tenía razón sobre parte de lo que había dicho irritado. Necesitaba


información. La tortura lo conseguiría. Pero siempre he evitado cruzar esa
turbia línea. Necesitaba un compinche que no tuviera ese problema. Aun
así, un poco de dolor no era una tortura.

Mi navaja salió con un pequeño chasquido.

—Esculpir. Mensaje. Decide.


Echó un vistazo a su hermano, muerto en el suelo, luego detrás de mí
hacia la abertura oscura en la pared de ladrillo.

»No lo lograrás —dije con una sonrisa gélida—. No me pasarás.

Ojos marrones se encontraron con los míos. Furia ardía en estos, pero
estaban dilatados por el miedo, manchados con una sombría resignación.
Tenía más miedo de su amo que de mí.

Alfie me devolvió la sonrisa fríamente.

—Entonces moriré en el intento.

Lo hizo.

El espejo desapareció en el momento en que el corazón de Alfie se


detuvo, buen truco ese. Fuera cual fuera el maestro al que servían, tenía
un poder formidable. Sentí la temperatura de la habitación caer y girar
instantáneamente, pero era demasiado tarde. La pared era de ladrillo, el
portal estaba cerrado.

Pateé las gastadas cajas de palomitas de maíz y latas de cerveza


vacías, esparciendo cucarachas, mientras recuperaba mi espada y
recogía mis armas, reconociendo que probablemente no habría
atravesado de todos modos.

Si su “él” era el mismo “él” al que se había referido AOZ, entregarme


directamente a su guarida, sin un plan o respaldo, sin que nadie supiera a
dónde iba, bordeaba lo suicida y nunca he sido así.

Aun así, me hubiera gustado tener tiempo para inspeccionar el cristal.


Busqué en ambos cuerpos, palmeándolos, despojando las cámaras
de sus gorros, enganchando el par de gafas intactas sobre el escote de mi
blusa para una inspección posterior. Metí dos delgadas cajas metálicas del
tamaño de billeteras que contenían algunas docenas de sus letales plumas
en mi chaqueta. En un bolsillo interior de sus abrigos, encontré horribles
máscaras de Halloween y guantes de goma. Por supuesto, los niños
pensaban que eran Unseelie. En la oscuridad de la noche, después de los
horrores que había presenciado la raza humana, era una suposición
razonable.

Mi búsqueda no arrojó otra información particularmente útil, pero sí la


noche. Tenía mucho sobre lo cual reflexionar, buscar pistas, plantear
teorías. Las teorías son una hoja de ruta fluida para resolver un misterio y, si
se abordan con una mente abierta y atención escrupulosa al detalle, te
otorgan las respuestas que buscas.

Por el momento, sin embargo, tenía un miembro cruelmente


hambriento de los Nueve en mi cama que podría tener algunas de esas
respuestas.

Y la sangre en los cadáveres se estaba enfriando.

Una vez, unas semanas atrás, en una noche cálida y estrellada, había
caminado por el Distrito de Temple Bar, haciendo nada más que
divertirme. Necesito hacer eso de vez en cuando. Me mantiene
conectada a mi mundo.

Dentro de los confines de esas calles protegidas, patrulladas por los


Nuevos Guardianes y, sospechaba, protegidas por la Reina de los Fae
misma, brindando a los humanos un cielo seguro donde podrían hacer
más que simplemente sobrevivir, podían vivir, me olvidaba de mis muchas
responsa-bilidades por unas pocas horas.

Caminé con los músicos callejeros. Paré en pubs y bailé con los
clientes. Lancé dardos en una despedida de soltera, olvidándome
intencionalmente de muchas cosas y hablando entusiasmadamente de la
foto del vestido de la novia, perfectamente consciente de que mi futuro
permitiría pocas ocasiones para vestidos hermosos y nunca un vestido de
novia. Tomé un sorbo de Guinness y agarré un bocado para comer en mi
pescadería favorita.

Antes de dejar el aparentemente encantado cielo, miré hacia el otro


lado de la calle, entre bulliciosos fiesteros de paso, a través del cristal de un
restaurante, observando a una familia celebrar el cumpleaños de su hija
con un pastel de chocolate, mi boca haciéndose agua. El chocolate es
uno de los pocos alimentos hacia los que tengo una reacción emocional.

Me preguntaba cómo sería tener ese tipo de vida. No podía


entenderlo. Estoy conectada de manera diferente. No sería capaz de
disfrutarlo. Estaría indagando mi entorno incesantemente, sabiendo que
había alguien allí afuera, necesitado, y yo estaba comiendo pastel. La
conciencia situacional es instintiva para mí. No puedo anularla.

De vuelta en mi apartamento, me recosté contra la pared en el


vestíbulo, estiré mis piernas y las crucé por los tobillos, observando a la
bestia comer los cuerpos que había subido por cuatro tramos de escaleras
porque el ascensor de mi edificio estaba fuera de funcionamiento y, como
nadie vivía aquí realmente, tendría que resolver cómo arreglarlo yo misma.
Había arrastrado a la criatura profundamente exhausta hacia el vestíbulo
sobre mi edredón para alimentarla allí. Nada de sangre, nada de
cartílago, nada de entrañas en mi cama es una regla irrompible.

La bestia se despertó en el momento en que olió los cuerpos,


haciendo un trabajo rápido con uno antes de pasar al siguiente.
Dejé de observar y miré por la hilera de altas ventanas, reflexionando
sobre los eventos del día.

Cuando por fin la bestia rodó sobre el edredón, el cual ahora estaba
ensangrentado y significaba que tendría que volver a hacer mi versión de
ir de compras, ya que ninguna cantidad de blanqueador saca todas las
manchas de sangre, lo tiré de vuelta a mi cama y limpié el desastre que
quedó en el vestíbulo, luego desinfecté la cocina de los restos del festín de
Shazam, pensando en el pastel de chocolate todo el tiempo.

Más tarde, permanecí de pie en mi dormitorio con la bestia dormida y


desnuda, inspeccionando mi ropa. La parte trasera de mi chaqueta
estaba destruida y el trasero de mis jeans tan desgastado que se
romperían si los usaba de nuevo, así que arrojé ambas cosas a la basura.

No me ducho varias veces al día a menos que esté cubierta de


sangre que no se desprende de mi ropa, pero a veces siento la necesidad
de enjuagar una suciedad más intangible de mi cuerpo.

Después de secarme el cabello, me examiné en el espejo. La negrura


de mi piel era estática con una pequeña excepción: una sola vena
obsidiana se enredaba por el lado izquierdo de mi cuello y desaparecía
debajo de mis rizos.

—Bueno, maldición —murmuré mientras me ponía una blusa negra de


manga larga y ajustada por mi cabeza. Tiré del mismo guante de nailon
que había servido como protección de mi toque letal más temprano
mientras consideraba qué hacer respecto a mi cuello. No podía pensar en
ninguna razón por la que alguien pudiera tocar esa extensión de quince
centímetros de mi piel y desprecio los cuellos de tortuga, me hacen sentir
como si me estuviera ahogando. Aun así, no tenía ninguna garantía de
que… Maldita sea, Rae siempre lanzaba sus brazos alrededor de mi cuello.

Consideré la delgadez de la tela de mi guante, un nailon sedoso y


casi transparente, luego hurgué en el cajón del tocador, saqué un rollo de
cinta plateada —no pregunten por qué la tengo en mi baño, mi vida es
extraña— y puse cinta en el lado de mi cuello, decidiendo que tan espeso
como era mi cabello, protegería a cualquiera que tocara mi cabeza.

Tiré de un par de pantalones deportivos desteñidos y cubrí con una


colcha bien gastada a la enorme bestia dormida. Después de un
momento de deliberación, me encogí de hombros y me acurruqué sobre
la pequeña cantidad de colchón disponible para dormir unas horas,
espada a mi lado.

Soñé que estaba indefensa, en una jaula, y supe, incluso en el sueño,


que la sensación de estar paralizada, a punto de ser violada por esos
despreciables ogros había desencadenado un duro recuerdo que
mantengo encerrado en una de mis bóvedas de seguridad más altas.

Soñé que realmente cargaba a Rae en la abadía, y la encantadora


niña explotaba en mis brazos. Las niñas pequeñas deben ser apreciadas,
protegidas, y criadas para ser poderosas jóvenes. Algo dentro de mí murió
con ella, y mi corazón se convirtió en una piedra oscura, fea e inútil.

Soñé que estaba en la tumba de Bridget, llorando sangre mientras


sombras negras se elevaban de la tierra. Entonces había algo detrás de mí
y me iba a matar de hambre peor que cuando me habían dejado morir
de hambre en mi jaula, y fuera lo que fuera la cosa, quería que dijera su
nombre una y otra vez. Pero no sabía su nombre.

Soñé con la noche, años atrás, en que Mac llegó a la abadía,


insistiendo en que no había tenido la intención de apuñalar a la sidhe-seer
que la había atacado, pero la lanza estaba en su mano, y la mujer se
abalanzó y se habían encontrado de manera letal. Cuando se movió a
través del grupo de mujeres y me abrazó, pude sentirla, sentir el aroma del
champú en su cabello. La vida es una acumulación inevitable de
transgresiones. Ninguno de nosotros está exento. Déjalos ir y trabaja más
duro para hacer milagros, susurró contra mi oreja, besó mi cabello y
desapareció.

Soñé que de mi antebrazo izquierdo brotaban espinas de obsidiana


oscuramente hermosas, tantas que se convertían en un guante de ópera
tachonado de negro, letal al tacto. Luego se extendió, consumiéndome, y
me volví letal al tacto. Aislada por mi propia piel, nunca más siendo
sostenida o abrazada o permitido ningún contacto físico en absoluto.

Soñé que la bestia en mi cama lamía mi hombro, mi nuca. Eso podría


haber sido real. No sentí dientes, así que no me preocupé.

Soñé que Ryodan se inclinaba sobre mí, grabando símbolos en mi


frente, mis mejillas, mi pecho, murmurando: Punto cero, mujer. Déjalo ir,
déjalo ir. Ve solo belleza. Conoce solo alegría.

Entonces soñé con el infinito paisaje nocturno y deslumbrante que


había recorrido cuando abracé el poder dentro de mí.

Manchada por nebulosa, besada por nova, fui a la deriva, ojos


abiertos de par en par con asombro y admiración, entre las estrellas.
12
“Una oscura intervención
divina, tú eres una luz
brillante”.

K
at sorbió su té mientras esperaba a que las demás se unieran a
ellas en el salón.

El Salón Faisán era uno de sus favoritos en la abadía,


amueblado con adorables sofás de terciopelo negro y crema de un siglo
de antigüedad, otomanas blancas bordadas con motivos de nudos celtas
negros, brillantes mesas laterales negras, y curiosos armarios de ébano de
cebra. Descoloridas alfombras persas grises y marfil cubrían los pisos.
Cojines borgoña y cobertores se esparcían en las sillas.

Pero era la pared sur de las ventanas de piso a techo abriéndose


hacia el jardín de meditación lo que hacía que la amplia habitación fuera
una de sus favoritas.

La habitación había tomado su nombre por la sedosa pared que


cubría de faisanes color canela y gris sobre un fondo marfil que se extendía
desde el revestimiento hasta las molduras de embellecido acanto. En los
días de Rowena, las pesadas, oscuras y polvorientas cortinas habían
estado eterna-mente bajas, protegiendo (o escondiendo como había
escondido todo lo valioso) su preciada herencia del sol y ojos
entrometidos.

Ya no. Tanto el sol como los encantadores rayos luminosos de la luna


brillarían, por Dios, en esta abadía, si Kat misma tenía que quitar cada
maldita cortina del lugar. No habría oscuridad, ni secretos dentro de estas
paredes.

Bueno, quizás unos pocos.

Sean había encontrado a un hombre que podía hacer una prueba


de paternidad una vez que el niño hubiera nacido. Cómo lo había
localizado, no tenía idea. Aquellos con formación médica de algún tipo
tenían una gran demanda y escasa oferta.

Kat había sido pesada con el niño en ese momento. Crees que te he
sido infiel, había dicho ella. Lo había sido. No voluntariamente, pero lo
había hecho.

¿Lo has hecho?, contrarrestó ella. Estábamos tomando precauciones.

De hecho, lo estaban, no estaban preparados para traer a un niño a


un mundo incierto.

¿Me amas?, preguntó ella en voz baja.

Och, y sabes que lo hago. Lo que sea, donde sea, lo hago, eres tú,
siempre y solamente tú.

Entonces ¿cómo podría importar, si te prometo mi fidelidad por el


resto de nuestras vidas?

¿Estás dispuesta a hacerlo, Kat?

Sí.

Había sido un Príncipe Unseelie para entonces, alas formándose en


esa espalda oscura y hermosa por la que tanto adoraba pasar sus manos.
Había estado medio loco a veces, por el dolor, torturado por el miedo
de que la retorcida magia de los Unseelie lo había elegido porque él,
como todos los irlandeses negros O’Bannion, era profunda e
irrevocablemente imperfecto.

Aun así, lo había elegido. Su confidente de la infancia, su amante, su


alma gemela.

Los celos, una retorcida emoción que nunca había sentido en su


dulce Sean, había retumbado tan violentamente en su corazón, que la
aterraba. Este no era su mejor amigo, el hombre al que ella conocía casi
tan bien como ella se conocía a sí misma.

Él había dicho: No puedo aceptar eso. Necesito saberlo.

¿Qué diferencia podría hacer?, había dicho cansinamente. ¿Me


pedirías que renunciara al niño si no es tuyo? ¿Crees que podemos solo
devolverlo? ¿Es eso lo que quieres de mí? También es mi hijo. O podía
amarlos a los dos o no podía. Para entonces, el amor de una madre había
despertado, feroz y protector. Podía sentir la vida dentro de ella, pequeña
y encantadora. Ya había resuelto su lucha. Si el niño era de Cruce, había
dos opciones: matarlo, lo cual no era ninguna opción en absoluto; o
regalarlo, que no era una opción en absoluto. Era la mitad de ella, y si lo
peor era cierto, el niño no podía tener una mejor madre que Kat. Otra
mujer no tendría ni idea de lo que estaba criando. Su única opción era
confiar en el poder del amor.

Un amor que Sean claramente no sentía. No lo había visto en dos


años. Dolorida por verlo. Luchaba para no pensar en él, para no pensar en
muchas cosas.

—Buenas noches, Kat —dijo Enyo, dejándose caer en una silla


tapizada junto a ella. Pateando sus piernas por el costado, la soldado de
piel oscura empujó la culata de su arma, metida en una funda de cadera,
para evitar que se clavara en sus costillas y deslizó su automática,
suspendida en una banda en su pecho, sobre el brazo de la silla.
Empuñaduras de dagas brillaron, metidas en sus botas. Enyo era una
tiradora de primera, francotiradora o a corta distancia, responsable de
entrenar a todas las mujeres de la abadía que querían aprender. Ninguna
era presionada. Aun así, todas venían eventualmente.

—Buenas noches, Enyo —respondió Kat con una sonrisa que no fue
devuelta, pero Enyo raramente sonreía. Energía se precipitaba bajo su piel,
inteligencia destellaba en sus oscuros ojos. Aunque Kat nunca lo
expresaría; no era su lugar; conocía algunos de los secretos de la mujer.
Eran dolorosos y la habían convertido en la guerrera endurecida que era.
Nacida dentro de un tanque militar bajo fuego pesado, la guerra fue
donde prosperó Enyo Luna.

Mientras el resto del Shedon entraba, Kat se concentró hacia afuera,


bajando sus guardias, evaluando la habitación. Su don le daba muchas
ventajas injustas. Las usaba.

Había ocho miembros del Shedon: ella misma; la feroz Enyo franco-
libanesa; la etérea Rhiannon de Gales, cuya especialidad era destruir
guardas y neutralizar hechizos; la callada Aurina de Derrynane, condado
de Kerry, que podía comunicarse con animales de todo tipo; la aguda
Ciara de Ulster del este, con su salvaje fogata mágica; Colleen MacKeltar
de Escocia, que en los últimos dos años se había convertido, bajo la tutela
de uno de sus tíos, en una experta en las artes druidas; la encantadora y
distante Duff de piel chocolate de su poderosa casa hermana de Boston,
que poseía un don terrible; y la cínica y fatigosa Decla, quien había
viajado por el mundo con un padre militar y que poseía más talentos sidhe-
seer oscuros por lo que podía responsabilizarse.

Estas mujeres eran la nueva disposición. Con Duff y Decla se tomaron


un poco más de tiempo para ser evaluadas que las otras, pero Kat
escaneó despiadadamente a cada una de ellas, evaluando, buscando
puntos podridos en la más brillante de sus manzanas.

No encontró ninguno.
Esta noche.

Pero mantuvo la conciencia eterna de que un día, su elegante y


brutal invasión podría fallar en producir resultados tan felices.

Tal vez incluso con su propia hija.

La Canción de la Creación lo había cambiado todo. La guerra


estaba llegando, no había duda de ello. Se tomarían lados. Ninguno de
ellos negro y blando; había hectáreas y hectáreas de tierra gris hasta
donde podía ver, evidenciados por los cambios incluso en su propiedad.
Seis meses atrás una casta de pequeños Spyrssidhe se había establecido
en los jardines y laberintos de la abadía. Eran tan sencillos y bondadosos
como podían ser, nutriendo amorosamente el follaje, buscando
abiertamente a las sidhe-seers, prometiendo su lealtad, huyendo de su
propia raza, rechazados por ellos. Suplicando refugio para vivir entre
humanos. Inicialmente, Kat había temido que fueran espías, pero había
vuelto su don hacia los diminutos sprites y los había encontrado tan puros y
simples como el amanecer. Elementales terrestres, un tipo de Fae que
nunca había imaginado que existiera. Los buenos.

Aunque había estado horrorizada al descubrir que eran capaces de


reproducirse.

Había un nombre Fae en quien nunca se permitía pensar.

Un nombre que Rae nunca conocería. Estaba muerto. No había razón


para saberlo. Y ninguna necesidad de una prueba de paternidad.

El tiempo lo diría.

—¿Tuvieron suerte? —preguntó a la habitación, mientras las mujeres se


sentaban en sillones y se extendían sobre divanes. Una docena de sus
sidhe-seers, Adeptas, habían desaparecido.

Duff dijo sombríamente:


—Aún no. Recorrimos Temple Bar de principio a fin y planeamos
extendernos a las afueras esta noche. Decla y yo fuimos a Elyreum,
tratamos de preguntar por ahí, pero si no estás dispuesto a follarte un Fae
—escupió con un ceño oscuro—, no consigues nada más que sospecha en
ese club. No sé cómo sobrevivieron a sus turnos allí.

—Sabían que era necesario —dijo Kat, sin ninguna pequeña medida
de arrepentimiento—. Solo enviamos voluntarias. —Las doce eran espías,
mujeres maduras, Adeptas, enviadas a Elyreum porque el Shedon
finalmente había acordado unánimemente que ya no podían continuar sin
recopilar información sobre el estado de la corte Fae. Durante dos largos
años habían esperado y se habían preparado, dando un amplio espacio a
los Fae. Nunca acercándose a ellos, como había exigido Mac.

Pero habían estado creciendo los rumores de que los Fae habían
cambiado, y ¿cómo podían esperar prepararse para una guerra si no
conocían a su enemigo? El equipo había entrado con plena conciencia
sobre en lo que se estaban metiendo. Sobre lo que se les estaba pidiendo.
Habían estado trabajando en el turno durante una semana. Y cada
mañana, cuando volvían de tener sexo con los Fae, Kat había usado su
don en cada una de ellas, dolorosamente consciente de cuán
despiadada y abrumadoramente seductores podían ser los Fae. Para una
mujer, su docena de espías sidhe-seer en Elyreum se habían mantenido
fieles. Noche tras noche habían permitido que sus cuerpos fueran usados,
mientras protegían sus mentes, minando chismes de información. Se
habían hundido en las profundidades necesarias para infiltrarse en el club,
mientras se aferraban a sus esencias. Y por tan poco beneficio. Todo lo que
habían podido contarle al Shedon hasta ahora era que los Fae eran
definitivamente más poderosos, hasta grados desconocidos,
definitivamente cambiados por la Canción, pero había un círculo interno
de Fae de la Realeza encerrados en lo profundo dentro de su propio club
privado, al que a unos pocos muy selectos se les permitía el acceso.
Ninguna de las doce había ganado una invitación aún.
Ahora se habían ido. Todas ellas. Desvanecido sin dejar un rastro. Se
habían ido al club, como de costumbre, el sábado por la tarde y fallaron
en regresar el domingo al amanecer. Había estado desaparecidas por dos
días, y temía lo peor.

—¿Qué dijo Dani? —preguntó Colleen—. ¿Ha tenido suerte


buscándolas?

—No le conté que habían desaparecido por la misma razón por la


que acordamos no decirle que íbamos a enviar espías. Si lo hubiera sabido,
habría insistido en acompañarlas. Si supiera que han desaparecido,
irrumpiría en Elyreum, exigiendo respuestas a punta de espada. Todos
sabemos qué resultado tendría.

Enyo dijo:

—Nuestro juramento a la Reina Fae se rompería. Esa espada es parte


del alma de Dani. No puede no matar Fae. La única forma en que lo ha
manejado durante todo este tiempo, y ha mantenido su palabra a Mac, es
porque no se permite acercarse a ellos.

—Precisamente. Por eso no podemos decirle nada. Continúen su


búsqueda. Continúen su silencio.

Asintiendo, el Shedon se levantó y se preparó para volver a la ciudad


para encontrar a sus hermanas desaparecidas.

—Mami, ¿por qué los Fae son malos? —dijo Rae más tarde mientras
Kat se quitaba los zapatos y comenzaba a llenar la bañera.
—No todos lo son —respondió distraídamente, reflexionando sobre los
acontecimientos del día con la mitad de su mente.

Se dio cuenta de lo que estaba haciendo y se obligó a dejar el asunto


de la abadía a un lado por un tiempo. Su hija merecía toda su atención,
algo que nunca había conocido de su propia madre. Había sido
considerada una herramienta inútil por sus dos padres; discapacitada con
una empatía tan extrema, había parecido quebrada, incluso demente, de
niña.

Rae era su mundo. Un regalo inesperado. Un tesoro que siempre


apreciaría, protegería, y amaría, y haría todo lo que estuviera en su poder
para criarla bien. El amor de un niño de su propia carne era lo más puro
que un empático podía conocer.

Su hija había sido lenta para empezar a hablar, pero dada su propia
infancia, eso no la había preocupado. Entonces, repentinamente, un mes
atrás, Rae había empezado a pronunciar palabras que ni siquiera se
imaginaba que su hija entendiera, encadenándolas en oraciones
impresionantes.

—Les gusto a los Spur-shee —anunció Rae felizmente—. Dicen que


huelo bien para ellos.

Kat se quedó congelada, su mano apretando el borde de la antigua


bañera esmaltada con patas de garra en su suite.

—¿Dijeron a qué hueles?

Rae agitó la cabeza, rizos negros rebotando, ojos bailando


alegremente.

—Solo que soy deliciosa. Ellos también huelen rico para mí.

—¿Como qué? —preguntó Kat.

Rae se mordisqueó el labio inferior y pensó. Luego se frotó la nariz y se


rio.
—Me hacen cosquillas en la nariz. Solo bien.

Polen, pensó Kat. Muchos de los pequeños Fae, desterrados de su


propia corte, vivían escondidos dentro de flores humanas, hacían hogares
en fragantes matorrales cubiertos de hierbas y nidos en piñones.
Últimamente, algunas de las sidhe-seers habían comenzado a construir
diminutas casas de madera para ellos, pintadas de colores brillantes.
Medio había esperado que los terrenales Spyrssidhe protestaran contra las
estructuras humanas, pero el otro día había visto a una pareja —se unían
para toda la vida— luchar con un hostil y sorprendido gorrión en su puerta,
protegiendo su nueva morada.

—Vamos, amor, tu baño está listo.

—¿Burbujas?

—Esta noche no. Solo en las noches de lavado de cabello. —El


cabello de Rae era tan grueso y rizado, era una tarea el lavarlo. Solo lo
hacían cada tres noches, y luego las burbujas en su baño eran su
recompensa por el tiempo que tenía que sentarse mientras Kat
desenredaba su cabello.

—Mami —dijo Rae—, me pica la espalda. No puedo alcanzarla.

Sonriendo, Kat levantó sus brazos, y cuando Rae se le acercó,


acurrucándose en su pecho, tiró de la blusa de su hija sobre su cabeza.

»Me pica mucho.

—Date la vuelta y déjame verlo, calabaza —dijo Kat.

—No soy una calabaza. Hoy soy una libélula.

—Bueno, entonces, señorita libélula, gira…

Pero Rae ya se había dado la vuelta y se había inclinado hacia


adelante.

—Mami —resopló—, ¡pica!


—¿Te acostaste sobre algo hoy?

—Siempre me acuesto sobre cosas.

—¿Como qué? ¿Rocas? ¿Algo afilado?

—Solo cosas. Césped y esas cosas.

—Pero podría haber rocas en la hierba.

—No recuerdo ninguna. Pica.

Kat levantó una mano que le temblaba solo ligeramente y rascó la


hermosa y lisa piel de su hija que se parecía tanto a la de Sean, pero que
con el sol más ligero se volvía dorada.

Había dos manchas rosadas, redondas, del mismo tamaño.

Una en cada hombro.


13
“Levanta un pequeño infierno,
levanta un pequeño infierno,
levanta un pequeño infierno”

M
e despierto gruñona y dislocada la mayor parte del tiempo,
a menos que esté bajo ataque. Luego me despierto
elegante, fresca, y letal. La falta de presión me convierte en
una pelota de ping pong de alta velocidad que rebota en cualquier cosa
que encuentra. La adversidad moldea mi mejor forma.

Hoy era una inquietante anomalía. Me desperté sintiéndome brillante,


enfocada, alerta. Más descansada de lo que podía recordar en años.

Algo estaba definitivamente mal.

Arrebaté mi espada, salté de la cama, y giré en un círculo pequeño,


buscando intrusos. No había ninguno. Estaba sola en mi dormitorio y la
bestia se había ido.

Perdí una fracción de segundo de conciencia situacional para


ponerme furiosa por esto, luego reanudé el análisis de mi humor
inexplicablemente bueno. No había otra explicación para ello; tenía que
haber una amenaza en algún lugar de mi apartamento.

Me dispuse a revisar todas las habitaciones, armarios, y cubículos.


Nada.

Me dirigí de nuevo a mi habitación para buscar por segunda vez, y a


medida que cruzaba el umbral, lo sentí. Me habría dado cuenta la primera
vez, pero la gran alerta me centra como un láser en los potenciales
intrusos, no inocuas puertas.

Miré hacia abajo, escudriñando, mirando a un lado sin realmente


mirar. Las guardas pueden ser difíciles de ver. Especialmente las buenas, y
esto era exquisito: una pizarra tan oscura que era casi indistinguible del
umbral de mármol negro en el cual fue tallada, la guarda tenía siete
capas de distinto diseño, minuciosamente incrustadas encima de la otra,
además del indicio suave y brillante de dos capas más que no podía
distinguir. Cuanto más intensamente las estudiaba, más elusivas se volvían,
cambiando a diseños indistintos.

Oh, sí, malditas buenas guardas. Protegidas por un hechizo de


oscuridad para evitar que fueran duplicadas; la marca de un verdadero
artesano. Tomaba sangre, sudor, y tiempo trabajar en tal hechizo en
mármol frío, más habilidad que no poseo.

Me moví a las ventanas. Ubiqué las mismas guardas en cada alféizar.

La bestia me había cubierto con su versión de un edredón muy


gastado antes de que se hubiera ido.

Reconocí los elaborados símbolos y runas. Están grabados en los


umbrales de Barrons Libros y Curiosidades y no hay un Faery en toda la
existencia que pueda cruzarlos. Posiblemente ni siquiera Mac, a menos que
lo trenzara con una excepción para ella, lo cual también habría requerido
su sangre.

¿Eso significaba que mi visitante cruelmente hambriento era Jericho


Barrons? Y, de ser así, ¿adónde fue y por qué? Qué pensaba, ¿que mi
apartamento era un Stop N Go7 donde podía entrar sin avisar, ser

7 Stop N Go: Cadena de tiendas de conveniencia en Estados Unidos.


alimentado, luego marcharse sin decir una palabra, pensando en
calmarme con el regalo de unas pocas guardas?

No me malinterpreten, estaba agradecida por estas. Soy incapaz de


trabajar en tan formidable magia. Su presencia hizo que el Santuario fuera
infinitamente más valioso para mí. Ahora tenía un apartamento con una
habitación que estaba a salvo de los Fae tamizadores que podían
simplemente aparecer justo en medio de cualquiera de mis apartamentos,
si se sentían tan inclinados.

Pero no quería guardas. Había sobrevivido muy bien sin estas durante
dos años. Quería respuestas.

Quería recuperar a mi bestia.

Quería ya no ser la única súper auto acelerando mi motor en Dublín.


Quería toda la flota primaria de Lambos y Ferraris de alto rendimiento
rugiendo y grandes Humvees militares negras y malvadas haciendo truenos
en las calles de mi ciudad.

Además, como que me había convencido bastante de que la bestia


era Ryodan. No por una gran cantidad de datos empíricos, sino por un
inquebrantable sentimiento visceral. Había pensado que se quedaría. Me
despertaría y lo encontraría aquí. Nos pondríamos al día. Nos enojaríamos
el uno con el otro. Sería como en los viejos tiempos.

No.

Mi brillante, alerta y señalando mi norte verdadero de estado de


ánimo tomó una caída al sur. Echando humo, me acerqué al baño,
murmurando en voz baja. Había vivido dos largos años sin un solo vistazo
de los Nueve y cuando finalmente tuve a uno de ellos de vuelta, se había
escapado mientras estaba durmiendo. Después de todo lo que había
hecho por él.

Rara vez —bueno, nunca— soy un huésped, pero si lo fuera, ofrecería


un hola y un adiós. Especialmente si mi anfitrión me había salvado la vida.
Los Nueve me vuelven completamente loca.

Aun así, la bestia podría estar flotando por alguna parte de Dublín.

Después de cepillarme los dientes y meter mi cabello enredado en


una cola de caballo —no a punto de cepillarlo, el tiempo era esencial—,
me metí en pantalones de combate negro y rellené los muchos bolsillos de
cremallera y bolsas con armas, luego metí mi Glock en mi cintura. Sujeté un
cinturón alrededor de mi cintura que se convirtió en tres armas diferentes y
enganché una gargantilla en mi cuello que se convirtió en una cuarta.
Deslicé un brazalete que ocultaba navajas.

Saqué una blusa de manga larga y botas, me puse guantes, coloqué


cinta plateada en mi cuello, deslicé mi espada sobre mi espalda, y me
dirigí a la cocina para engullir proteínas y grasa mientras examinaba mis
mensajes de texto.

Mientras me apresuraba a la puerta llamé a Shazam, diciéndole que


me alcanzara lo antes posible, que lo amaba y lo extrañaba y apreciaría
enormemente su extraordinariamente agudo sentido del olfato que era
tan enormemente superior al mío, y que si por favor, ¿me acompañaría en
una aventura hoy? Sus recientes y largas ausencias me estaban
preocupando mucho.

Entonces, con un trueno en mi paso que contenía agresividad que no


me molesté en ocultar, exploté en la mañana de Dublín besada por la
niebla, una mujer en una misión.

Cazar a la bestia.

Merodeé por las calles, escaneando mis alrededores arriba, abajo, y


hacia los lados, olfateando el aire, escuchando atentamente, mientras
revisaba mis prioridades para el día.

Rainey me había mandado mensajes mientras estaba durmiendo,


dejándome saber que había encontrado un hogar, no solamente para
Sara Brady y sus hermanos, sino para otras dos familias huérfanas. No se
colocaban niños hasta que yo misma inspeccionara sus nuevas casas. No
salvaré a inocentes solo para perderlos por la corrupción de otro.

En mi adolescencia, también había preparado un Diario de Dani


sobre los acontecimientos recientes, pero Dublín tenía un periódico otra
vez y, en estos días, meramente anotaba notas, filtraba fotos, y dejaba la
información fuera de sus oficinas por la Oficina de Correos O’Connell.
Habían demostrado ser confiables sobre la impresión de cosas que
consideraba importantes, así que me apegué a mi graciosa no-
competencia. No conseguía una firma, pero al menos las noticias salían.

También en mi lista estaba la compra de libros. Dado que mi librería


de elección, con su lema patea traseros —Lo quieres, lo tenemos, y si no lo
hacemos, lo encontraremos— estaba desaparecida en acción, iba a tener
que comprar en la Bibliotecnología y Rosquillas de Bane (en serio,
¿demasiada imitación? Consigan su propia idea original) con sus pisos de
concreto, luces fluorescentes, orejas de perro, maloliente, de segunda
mano, libros a precios excesivos, y café aún más costoso.

El euro todavía gobernaba, en segundo lugar, luego de la fuerza


bruta y el chantaje del mercado negro. Dublín había recaído rápidamente
en esa elaborada conspiración de fingir que los trozos de papel sin sentido
valían algo, lo cual funcionaba para mí. Había hurtado un montón de
dinero que encontré escondido en una sala de almacenamiento en las
profundidades de Chester’s. Una de diez salas de almacenamiento,
repletas de monedas de muchos países para contar, mucho de ello
intrigantemente antiguo.

Aunque las antenas de telefonía celular funcionaban confiablemente


en su mayor parte, el Internet estaba en triste forma, le faltaban extensos
pedazos. Con gran parte de la raza humana desaparecida, enormes áreas
del planeta carecían tanto del poder como de la fuerza de la mano de
obra para dirigir las cosas. Sumado a la magia haciendo las cosas
imprevisibles, los libros una vez más ordenaban calidad superior.
Necesitaba información sobre los dioses y diosas de Irlanda. Nunca
había pensado mucho en ellos. Prefería superhéroes y había pasado
mucho más tiempo estudiando los cómics y novelas gráficas. ¿Quién era
AOZ y cuál era su modus operandi para hacer tropezar a la gente con sus
propios deseos?

Mientras descubría sus leyendas, quizás tropezaría con una historia


acerca de un dios que mucho tiempo atrás solía raptar adultos, dejando a
sus hijos atrás. Descubrir la razón, un nombre. Una forma de derrotarlo.
Concedido, un libro contemporáneo no brindaría ni de cerca la
información detallada de las bibliotecas privadas de la abadía, pero era
un buen lugar para empezar como cualquiera.

Bestia primero.

Decidí, a pesar de que BL&C había desaparecido, ir allí directamente.


No solo estaba más cerca, sino que las guardas eran decididamente del
estilo de Barrons. Tal vez el propietario y el establecimiento habían
reaparecido milagrosamente; uno siempre podía tener esperanzas.
Además, cuando había descubierto que desapareció el otro día, no había
explorado los terrenos con mi habitual atención a los detalles, ofendida por
su desaparición y rastreando a la presa. Si BL&C no aportaba nada, iría
directo a Chester’s.

Mientras me movía enérgicamente a través del puente Ha’Penny y


entraba en el lado sur de Dublín, me encontré con mi segunda anomalía
del día.

Era sábado, pero esta mañana a las siete y media las calles estaban
llenas con gente vestida con trajes y vestidos que lucían sospechosamente
como si estuvieran yendo a trabajar. Mientras se abría camino por la acera
hacia mí —una mujer de unos veinte o treinta años que estaba mirando su
celular atentamente—, le dije cortésmente:

—Perdón, ¿qué día es?


Levantó su cabeza, me contempló, observando la empuñadura de mi
espada asomándose sobre mi hombro, los muchos bultos en mis bolsillos,
tal vez no le gustó mi rostro. Sus ojos se entrecerraron, agarró su bolso con
más fuerza y se lanzó a mi alrededor, corriendo en tacones altos.

Fulminé con la mirada hacia su escapada.

»Correcto, porque los monstruos no existen y no necesitas gente como


yo en el mundo —murmuré mientras agarraba mi teléfono. Cuando había
leído mis mensajes de texto más temprano, no había prestado atención a
la fecha. No había habido razón para hacerlo. Duermo unas cuantas horas
a lo mucho y puedo pasar días sin ello. Pero ayer fue un poco más agitado
y había dormido cerca de cuatro horas.

Miré a la pantalla.

Era martes.

Lo sacudí. Fuerte. Todavía decía martes.

Era imposible. Entrecerré mis ojos mientras los jirones de un sueño que
había tenido anoche —o más bien días atrás— surgían en mi mente.
Ryodan. Trazando símbolos en mí. Murmurando.

Ese cretino. ¡Me había despertado sintiéndome tan inusualmente bien


porque me había hechizado para dormir desde el viernes por la noche
hasta el martes por la mañana!

Erizada, giré bruscamente e irrumpí en la dirección opuesta, tachando


a Barrons de mi lista de sospechosos. Ryodan había usado sus poderes de
“relajación” en mí en el pasado. Este fue un movimiento maquiavélico,
sacándome del juego para poder abandonar Dublín en su propio horario.

Si Ryodan no estaba en Chester’s, iba a destrozar el lugar. Hacerlo


polvo. Tal vez quemarlo. No, no había terminado de buscarlo. Pero
definitivamente destrozado.
Nadie me noquea durante días. Especialmente no después de haber
estado desaparecido durante dos años. Especialmente no después de
haberle salvado el trasero.

Mientras acechaba hacia el 939 de la calle Rêvemal, mi cerebro


procesó una tercera anomalía: un número desmesurado de trabajadores,
obreros por su aspecto, estaban marchando en la misma dirección,
cinturones balanceados, pesados con herramientas. Eran de ojos brillantes,
de mejillas rojizas, hablando audiblemente con entusiasmo.

Me moví detrás de la muchedumbre en un rápido movimiento para


espiar.

—Escuché que hay un año de trabajo, tal vez más —exclamó uno de
los hombres.

—Escuché dos. Cristo, eso sería genial.

—Disparates, ¡es bueno estar trabajando de nuevo! El negocio de la


construcción ha estado más muerto que un maldito clavo. Demasiados
edificios, no hay suficiente gente para llenar una décima parte de ellos.

—Es bueno ver a alguien dispuesto a poner el dinero en una nueva


construcción.

—Correcto, eso. Con la gente preocupándose por lo que podría traer


el mañana.

Parte de mí estaba complacida por este giro de los acontecimientos.


Alguien iba a construir. Hacer trabajos para aquellos que no tenían
ninguno. Electricistas, plomeros, habilidades especiales todavía estaban en
deman-da. Pero los constructores, hombres que cortaban madera y
colgaban paneles de yeso, trabajadores del metal, hombres que
embaldosaban y enmarcaban, simplemente ya no eran necesarios. Nadie
estaba constru-yendo nada nuevo y probablemente no por mucho
tiempo.
No era como si estos hombres pudieran recibir entrenamiento
adicional para aprender una habilidad más útil. Estábamos de vuelta en el
principio de salarios bajos o sin salario, un largo camino para dotar a las
universidades de nuevo. Había demasiado malestar, una profunda
inquietud sobre el futuro. Éramos una sociedad fracturada de innumerables
maneras. Aquellos empleos remunerados llenaban posiciones esenciales:
producción alimenti-cia, tecnología crucial, aplicación de la ley, noticias.
Los trabajos eran difí-ciles de encontrar, de ahí la alta tasa de delincuencia
en nuestra ciudad. Y empeoraba mientras más lejos ibas.

—¿Quién financia el proyecto? —dijo un recién llegado a la


conversación.

—Cuál es su nombre… maldición, está justo en la punta de mi lengua.


Nombre raro. ¿Riordan? El mismo tipo que dio la vuelta a las cosas unos
años atrás, cuando esos agujeros negros estaban por todas partes y
estábamos quedándonos sin comida. Sacó los diarios. Volvió a poner la
ciudad en buen camino. Ha estado fuera un tiempo. Me alegra saber que
ha vuelto. Podríamos usar más hombres como él en esta ciudad.

Fruncí el ceño. Una parte más grande de mí claramente no estaba


satisfecha.

Había estado aquí, montando la rutina todos los días durante los dos
últimos años, trabajando incansablemente para salvar mi ciudad. ¿Y qué
recibía? Me fruncían el ceño y huían, solo por hacer una pregunta cortés.
Mis manos se volvieron puños y mi ceño se profundizó.

Estaba dispuesta a apostar la mitad del dinero que le había robado a


Ryodan que estos exuberantes recién empleados se dirigían a Chester’s.

Y si mi sospecha era correcta, esa persona en el primer lugar en mi


lista de mierda esta mañana, ese dolor en mi trasero que no había estado
haciendo una maldita cosa para ayudar a Dublín durante los últimos dos
años, estaba a punto de ser santificado por mi ciudad de nuevo.
14

C
ucarachas se escabulleron en grietas de piedra, debajo y
sobre las rocas, reagrupándose más allá de un afloramiento
irregular, profundo en las sombras, en un rechoncho cuerpo
gelatinoso con dos piernas, seis brazos, y una pequeña cabeza con una
boca de pico.

Su frágil e incierta figura disgustaba al dios cucaracha. Ansiaba una


existencia sólida entre los hombres, o al menos, un regreso a la posición
elevada que había disfrutado una vez.

Cuando los titanes pelearon, no fueron los gigantes los que


sobrevivieron. Fueron aquellos que se hicieron pequeños y discretos los que
pasaron más allá de la mira de sus enemigos.

En esto, destacaba el llamado “Papa Roach” por los mortales. Había


sido los insectos debajo de los pies de los humanos, injuriado, agredido
simplemente por cazar pequeños bocados de comida más tiempo de lo
que le importaba recordar. El hombre moderno lo encontraba grotesco y,
con químicos cáusticos y corrosivos, lo llevaban de su mundo brillante, a la
oscuridad de cimientos, paredes, cuevas, y alcantarillas. Lo convirtieron en
una criatura de furtivo sigilo y mezquinas muestras de rascar sus espaldas
en sus cepillos de dientes mientras ellos dormían, escupir en sus vasos, untar
pequeñas cortezas de heces en los bordes, dejar caer más en sus gavetas
de utensilios. Su mísera diversión: compartían su mundo con él lo quisieran o
no, lo supieran o no. La oscuridad era suya; sus hazañas comenzaban
cuando las de ellos terminaban en sueño.
En su venerable plenitud, sus incontables cuerpos, su envidiable
resistencia, agilidad, y habilidad para penetrar los lugares más secretos,
había sido muy aclamado y buscado. Había sido respetado, temido,
admirado, su asesoría considerada invaluable. Mujeres habían puesto
comida para él en cada comida, rogando su presencia debajo de sus
mesas, preparando tentadores platos para atraerlo cerca así podían
importunar su ayuda. Había habido un tiempo en que las había asistido
con benevolencia. Las había disfrutado. Cuidado.

Ya no.

Por la sangre del sidhe, ¿qué esperaban? Cuando tratabas a las cosas
mal, las cosas se comportaban mal. ¿Quién estaba inclinado a medir
momentos de persecución para demostrar su naturaleza más fina? Idiotas.
Tontos. Había estado ahí desde el principio, mucho antes de los Faerie,
había observado a los humanos dar su primer paso a suelo sólido. Los
había aplaudido a medida que habían evolucionado, convertido en más.

Ahora eran mucho menos.

Brillantes mandíbulas se rozaron mientras se frotaba brillante


carapacho negro contra carapacho para rechinar en un silbido.

—Mi nombre es Gustaine.

Habían pasado miles de años desde que había dicho las palabras.
Desde que se había llamado cualquier cosa excepto una "cucaracha".

Los titanes habían caído, la mayoría asesinados para siempre, los raros
pocos, los imposibles de matar, quizás cien de ellos, encarcelados en la
tierra. El puñado de dioses que había sobrevivido a las guerras
catastróficas y escapado del encarcelamiento había, como él,
encontrado una forma de esconderse.

Gustaine disfrutaba una intimidad con el planeta que pocos dioses


conocían. Él, quien una vez había cenado en lo más fino que el mundo
tenía para ofrecer, ahora subsistía en su rechazo, excavado profundo en su
séptico residuo, había llegado a deleitar los diversos sabores de mierda,
por el conocimiento que le ofrecía. Podía saborear la enfermedad en la
asadura humana; sabía qué enfermedad estaba matándolos. En días de
antaño, podría haberles rebuscado la hierba, raíz, o aceite correcto para
corregir el desequilibrio. Que se pudran más rápido, ahora los maldecía.
Explótense a sí mismos, aniquilen su raza y salgan de mi camino.

Incluso había excavado tarde, debajo de la piel humana, cenado la


suculenta grasa de sus cuerpos, anidado entre ellos, al tanto de sus
muchos pensamientos y sentimientos. Se arrastraba por cualquier y todos
los lugares, conocía todos sus secretos, pero carecía del poder para hacer
una maldita cosa con ello. Simplemente moldearse en una forma que
pudiera comunicarse era exigente. Sus brazos y piernas tendían a
desmoronarse en segmentos individuales si se sobrecargaba.

Aun así… la eterna melodía había sido cantada y había cambiado el


mundo, despertando algunas cosas, matando a otras, pero lo más
asombroso de todo, dando lugar a la posibilidad de una nueva orden que
podría restaurar la posición de la cual había disfrutado alguna vez. Elevarlo
de las cunetas y alcantarillas e interminables ataques que eran su
existencia. La Tierra se sentía igual que como lo había hecho alguna vez
para él, un millón de años atrás.

La vieja Canción, sin embargo, no lo había mejorado ni alterado en


ninguna forma. La impermeabilidad de la cucaracha corría profundo en su
centro de insecto. Prácticamente indestructible, solo permanecía
inalterado por la implacable marcha del tiempo, por la magia que
enceraba, disminuía, y enceraba de nuevo. Era, hasta donde sabía, la
única excepción: el obstinado Gustaine.

Había prometido su lealtad a unos pocos durante sus épocas más


oscuras: una bruja medio loca de las montañas Caspian, un hombre
muerto que había resurgido para cazar la noche, una vieja bestia primitiva
que no era dios ni Faerie pero poseía el Lanndubh, la odiada espada
negra que podía destruirlo; y finalmente, recientemente aliado con un
Príncipe de la misma raza que había corrompido y aplastado a la suya.
Con sus hermanos y hermanas muertos, ya no le importaba quién
sostuviera el poder, siempre y cuando él tuviera un porcentaje.

Pero ahora uno de los suyos había vuelto y lo suficientemente fuerte


para merecer atención. Lo suficientemente poderoso para reclamar el
Lanndubh y liberarlo. Y por lo que había presenciado hasta ahora, muy
posiblemente capaz de volverse lo suficientemente mortal para erradicar a
los Faerie de su mundo.

Gustaine dispersó sus muchos cuerpos, reclamando y moldeando una


deforme cabeza encima de uno de los muchos cuerpos ensuciando la
sofocante caverna, con sus brillantes piedras y fogatas, y observó al gran
dios dirigir su legión de adoradores.

El gran Ladrón de Almas, Balor, había regresado.

Los dioses habían sido engañados por sus enemigos Faerie;


defraudados, manipulados, y aplastados. Pero habían carecido de las
ventajas que ahora poseían, activos que Balor ya había comenzado a
explotar, como lo evidenció una reciente adquisición: una docena de
mujeres, muchas de ellas muy golpeadas, encadenadas a una columna
cerca de su altar.

Incluso ahora una delgada apertura oscura se agitaba cerca del


imponente dios oscuro que una vez había sido adorado más
devotamente, y con más terror, que cualquiera de los otros, mientras
despojaba aún más almas humanas de sus cuerpos, incrementando en
poder con cada una que reclamaba.

Una vez, los dioses se habían preocupado por los humanos. Ese afecto
había sido destruido mucho tiempo atrás. Esta vez las cosas serían
diferentes.

Esta vez los dioses ganarían.

A diferencia de Gustaine, Balor había cambiado, al igual que su


método de explotar su —se rio secamente entre dientes ante el juego de
palabras— don dado por Dios. ¿Y por qué no? Con tan enorme poder, era
un milagro que alguna vez hubiera sido amable.

Había observado por suficiente tiempo. Este era el maestro al que


serviría. Una gigantesca deidad despiadada que compartía sus propias
quejas, objetivos, y deseos. Quien ya había comenzado a arrastrar a otros
poderosos dioses cerca, como incluso ahora el malvado, sediento de
sangre dador de deseos AOZ bailaba en su retorcida presencia. Balor tenía
un plan, y uno bueno. Gustaine estaba más que listo para ver a la raza
humana ser eliminada. Y cuando lo fuera, Balor sería lo suficientemente
poderoso para matar incluso a los Faerie.

Gustaine se dispersó en un mar de insectos, hundiéndose en las


ranuras y grietas, dirigiéndose hacia la enorme caverna en una oscura ola
brillante. Se aproximó al dios, donde estaba de pie cerca del espejo negro
y un montón de cuerpos. Aunque muchos de ellos estaban mutilados, no
estaban más allá de la reparación o el uso prolongado.

Esperó respetuosamente mientras Balor terminaba de quitar el hechizo


de parálisis a un grupo de cuerpos antes de reunir una figura precaria y
producir una formal fidelidad.

—Estoy a su servicio, gran y poderoso Balor.

El inmenso dios se giró de los cuerpos en un crujido de largas túnicas


negras, su cojera apenas notable. Ah, sí, ¡estaba más fuerte que antes!

La mitad de su magnífico rostro se curvó en una sonrisa


cegadoramente hermosa, la otra mitad estaba completamente oculta
detrás de una embellecedora máscara azabache brillante.

Mientras bajaba la mirada hacia la figura rechoncha del dios


cucaracha, se rio.

—Ah, Gustaine, mi viejo querido amigo, había esperado que hubieras


sobrevivido y me encontrarías aquí. Tus habilidades siempre han sido
invaluables.
—Es un placer verle —dijo Gustaine—. ¿Cómo puedo servirle? —Un día
nunca diría esas palabras otra vez,

—AOZ me ha informado de una humana que tiene algo que debería


pertenecerme. Recorre Dublín y encuéntrala.

—Estaría honrado de ayudar a su causa. ¿A quién busco?

—AOZ te dará la descripción. Cuando la localices, regresa a mí con su


ubicación. No tomes acción. Recogeré su cuerpo personalmente.

—¿Tiene un nombre? —Gustaine espiaba en todos lados, a todos,


invisible a sus pies, en grietas y basuras. Un nombre ayudaría.

—Se hace llamar Dani O’Malley.


15
“Soy muy subestimada, pero
vine a corregirlo”.

E
fectivamente, el bastardo estaba reconstruyendo Chester’s.

Me paré en la acera, manos en puños, un músculo


moviéndose en mi mandíbula, agredida por una dualidad tan
aguda que había bloqueado mis extremidades para evitar
que me destrozaran, mientras intentaban obedecer deseos
opues-tos.

Sentirme en conflicto no es mi estado natural.

Soy una flecha hacia la meta, centrada, inquebrantable. Escojo un


lado y me apego a este en cada una de las facetas de mi vida que
concierne.

Excepto por uno.

Ese. Hombre.

La mitad de mí quería dar un puñetazo en el aire y gritar: “Maldito


infierno, ¡mi compañero ha vuelto y parece que planea quedarse por un
tiempo esta vez!”, mientras corría abajo para confirmar el auspicioso
evento con mis propios ojos.
La otra mitad de mí quería golpear mi puño en el rostro de Ryodan y
romper sus huesos.

No, reevalué mis porcentajes, la mitad no estaba del todo bien.


Treinta y ocho por ciento de mí estaba a favor de ceder a una sonrisa
idiotamente feliz, mientras que el sesenta y dos por ciento de mí estaba
indignada, ofendida, enfurecida, con espesas columnas de vapor
amenazando con brotar de mis orejas.

No me dan dolores de cabeza a menudo, pero estaba a punto de


tener uno. Había demasiada presión en mi cuerpo y no había manera de
ventilarla.

Si bien me había mantenido fuera de servicio sin mi consentimiento,


había logrado un alucinante progreso. Una estructura enmarcada ahora
estaba en el terreno previamente vacío sobre el club nocturno subterráneo
Chester’s. Varios cientos de trabajadores corrían de un lado a otro,
preparándose para la siguiente fase del proyecto.

Los cimientos habían sido colados y estaban secando, había vigas de


acero y vigas esperando ser colocadas. La maquinaria chirriaba, incluso
había una pequeña grúa maniobrando cosas. Aquí, montones de madera
apoyadas en plataformas, allí, enormes bloques de piedra ahumada
apiladas en lo alto.

Tenía que tener funcionando tres turnos al día, trabajando toda la


noche. Ryodan era así. Una vez que quería algo, lo quería para ayer.
Esperaría si tenía que hacerlo, con la verdadera paciencia de un inmortal,
pero si podía eludir esa espera, lo haría.

¿Por qué ahora? ¡Su maldito club había sido destruido años atrás y no
había hecho ningún esfuerzo para reconstruir la fachada sobre el suelo!
Qué mensaje se suponía que sacara de esto… ¿puede que te hayas
agotado de ayudar a Dublín durante dos solitarios largos años, pero he
ganado su lealtad en cuestión de días?
No que pensara que lo estaba haciendo para meterse conmigo
—dado lo mucho que solía meterse conmigo, habría sido una suposición
razonable—, pero ya no creo que todo lo que haga sea sobre mí.

Aun así, mis súper oídos estaban recibiendo demasiados elogios sobre
él.

—Oiga, ¿señorita? ¿Señorita? —dijo un hombre detrás de mí.

Lo ignoré. Sin duda estaba en su camino y quería que me moviera


para no demorar ni un segundo la planificada recreación del mundo del
gran Ryodan, lo cual la Biblia de Dublín reescribiría pronto para
inmortalizarlo.

»Señorita, ¿es usted? ¡Pensé que sí! —El hombre dio vueltas,
deteniéndose frente a mí. Quitándose la gorra de la cabeza, se quedó
parado, agarrándola con sus manos, una sonrisa cálida arrugando su rostro
rubicundo—. Nadie más con esa espada. ¡En lo alto de la mañana,
querida! La señora sigue preguntando si la he vuelto a ver. Le gustaría que
se uniera a nosotros para la cena una noche.

Recuperé su nombre de mis archivos mentales: Connor O’Connor. A


algunos padres se les debería pegar un tiro el día del registro. Después de
haberlos visitado seis meses atrás, había aprobado que Rainey colocara a
Erin de ocho años con la pareja de mediana edad que había perdido a
sus hijos cuando cayeron los muros.

Logré aflojar mi mandíbula, pero forzar una sonrisa estaba fuera de


discusión. Mis huesos estaban conectados por ligas demasiado apretadas.
Asintiendo con fuerza, dije:

—Eso sería encantador, gracias. Me pasaré cuando pueda. ¿Cómo


está Erin?

—La pequeña muchacha está tan bien como puede estar. Todavía
tiene la pesadilla ocasional, pero son menos y más espaciadas.
—Maravilloso. Sabía que estaría feliz con ustedes. —Todavía no podía
aflojar mi mano, así que sacudí un puño ante la conmoción—. ¿Cuál es el
plan aquí? ¿Cuántos pisos?

—Al menos media docena, escuché, pero no he visto los planos. El


jefe está abajo. Podría preguntarle. He oído que tiene buen ojo para las
damas, y una belleza como usted podría deslumbrarlo para que le diga
algo. —Me guiñó un ojo.

Su opinión y realidad claramente estaban sufriendo desconexión


masiva. ¿Respuestas de Ryodan? Claro que sí. ¿Una belleza como yo?
Tenía cinta plateada en mi cuello, un ceño fruncido incrustado en cada
músculo de mi cuerpo, y ni siquiera me había cepillado el cabello.

»Bien, entonces, señorita Dani, la dejaré en sus asuntos, pero espero


que encuentre tiempo para pasarse. Cambió nuestras vidas, le devolvió su
brillo a mi señora, y cuando esa mujer es feliz, mi mundo está como nuevo.
Siempre habrá un asiento para usted en nuestra mesa, y mi Maggie es una
buena cocinera. —Sonrojándose, bajó la barbilla en una especie de
asentimiento y se alejó.

¿Un buen ojo para las damas?

Eso prácticamente fue todo lo que retuvo mi cerebro.

Si Ryodan estaba asintiendo desde lo alto de su arrogante y mujeriega


escalera otra vez, iba a cortarle la cabeza. No tenía idea de por qué y no
me importaba. Solo lo haría.

Con las manos en puños, mandíbula apretada, crucé el terreno


medio congelando el cuadro, esquivando hábilmente la maquinaria y
hombres, hasta la puerta en el suelo que conducía a la parte inferior de
Chester’s y comencé mi descenso al Infierno, para alzar el mío.
16
“Siento que el clima
tormentoso se está moviendo
(están lloviendo hombres)”.

M
ientras la nueva y brillante trampilla de acero se cerraba
detrás de mí en su nuevo y reluciente brazo hidráulico,
descendí por las (también nuevas) escaleras fijas que habían
remplazado a la tosca escalera vertical que una vez estuvo soldada a la
pared.

Cuando adolescente, había visto a las chicas Te-Veo-en-Faery con


ajustadas faldas cortas, combinadas con tacones increíblemente altos,
avanzar por esa engañosa escalera con un resoplido burlón, pensando,
Por favor, ¡usen bragas!

Las escaleras eran una mejora definitiva.

Solía haber dos juegos de trampillas y dos escaleras antes de que


alcanzaras el vestíbulo inferior de Chester’s. Ese ya no era el caso. La
entrada debió haber sido la primera cosa que Ryodan hizo modificar a su
equipo. El vestíbulo era ahora un único vestíbulo gigantesco, con una larga
escalera elegantemente curva, lo suficientemente formada para utilizarla,
pero aún sin terminar, que terminaba en un suelo de mármol negro tan
pulido que servía como un espejo de obsidiana.
Apreté mis manos con tanta fuerza que casi me rompo los dedos.
Claramente, había admirado el suelo de mi apartamento. Y lo había
copiado.

Nuevas y colosales puertas dobles se alzaban a seis metros, hechas de


grueso acero negro mate adornadas con fantásticos paneles de hierro
forjado retorcidos en complejos diseños, sin duda entrelazados con
guardas listas para ser activadas en cualquier momento. Ultramodernas
consolas de color carbón incrustado con ónix y una docena de sillas de
cuero blanco y cromo adornaban el perímetro del vestíbulo.

Caminé a lo largo de la habitación y abrí de un empujón las masivas


puertas con un ceño fruncido. Tuve que usar mi hombro, lo cual significaba
que el humano promedio necesitaría que le fuera permitida la entrada
desde el otro lado. Me detuve entre las puertas abiertas por un largo
momento, respirando profundo y lento, asimilando la vista.

Luces interiores iluminaban todo el ancho y largo de los múltiples


clubes adosados y estaba esa dualidad de nuevo: ¡CHESTER’S ESTABA
ILUMINADO!, compitiendo con ¿Qué más me copió ese bastardo? Yo
también tenía sillas de cuero blanco y cromo en mi vestíbulo, junto a mi
consola color carbón. Los había robado del ático de algún tipo rico.
Disfrutaba decorar porque nunca antes había podido hacerlo y veo cosas
en estructuras y patrones, y decorar es una forma de arreglar las cosas
para conseguir la máxima felicidad visual. Si su cocina había sido
remodelada con mis encimeras y protectores de salpicaduras, estaba
muerto. La muerte podría ser breve para él, pero temporal era suficiente
para hacerme sentir mejor.

Sofisticación urbana tejida con musculatura industrial, Chester’s era la


alta costura londinense pavoneándose con la mafia irlandesa de la mejor
manera posible. El club estaba dividido en incontables sub clubes
escalonados que pronto estarían llenos a reventar de nuevo. Cuando el
mundo se va al inferno, la gente quiere fiesta. Lo necesitan. ¿A quién estoy
engañando? La necesito. Renueva y limpia mi cerebro, lo refresca como
una explosión de desinfectante removedor de restos. Los días lucen más
brillantes, más sanos, después de que has pasado una noche
pretendiendo que el mundo no se ha vuelto loco y que estás por encima
de eso… especialmente si también lo terminas encima de un hombre
digno, no que hubiera tenido suerte en encontrar uno de esos desde
Dancer.

Dancer. Un hueco en mi corazón que nunca se va. Lo extraño


siempre, especialmente cuando estoy en un lugar que le pertenece a un
hombre contra el que él y yo solíamos conspirar incesantemente.

Una vez había despreciado Chester’s, convencida de que Ryodan


servía a la clientela incorrecta. Ahora veo el lugar de manera diferente.

Como un activo.

El reabrir el club nocturno daría a la gente una opción. Elyreum era el


único club en la ciudad lleno hasta el tope con emociones peligrosas, su
atractivo los Fae letalmente exóticos y sexualmente ardientes con sus
ilusiones, mentiras, y falsas ofertas de inmortalidad.

Pero Chester’s ofrecería un atractivo igualmente seductor: los


inmortales Nueve, básicamente sexuales, misteriosos, ferozmente alfas. ¿Y si
un par de Príncipes Unseelie como Christian MacKeltar o Sean O’Bannion
comenzaban a pasarse por aquí de nuevo?

Chester’s destruiría a Elyreum.

Incluso le permitiría la entrada al inspector Jayne, sería un señuelo


significativo. Y entre más humanos vinieran de fiesta aquí, más Fae del
Elyreum vendrían a husmear, atraídos por el banquete de presas mortales.
¿Por qué eso era bueno?

Tendríamos el control de nuevo.

Sabríamos lo que estaba sucediendo. Las personas se emborrachan y


sueltan la lengua en los clubes, revelan cosas que no deberían. La
desventaja de que se me hubiera prohibido la entrada a Elyreum era que
la única información que había sido capaz de obtener alguna vez sobre el
estado actual de Faery provenía de gente a la que interrogaba en las
calles, y pocos estaban dispuestos a decirme una maldita cosa. Había
comenzado a sospechar que mi foto estaba colgada en los baños de
Elyreum con una leyenda en letras mayúsculas: NO HABLEN CON ESTA
PERRA O LOS MATAREMOS. A excepción de Jayne, no había visto piel ni
cabello de un Fae en… santo cielo, ¿más de un año? Estaban evitándome
aplicadamente, por lo cual había estado agradecida, dado el perpetuo
estado de comezón de mi mano de espada.

Oh, sí, lo entendía ahora: ofrecerte a hospedar a tus enemigos,


dejarlos portarse mal, sin juzgarlos. Sí, hay un precio por eso, tienes que ver
a las presas ser cazadas, pero —y es un pero importante— la suerte
favorece a la mente preparada; conocimiento íntimo del enemigo te
prepara. Estoy a favor de incrementar las probabilidades de éxito en lo
que respecta a la raza humana.

Ahora veía a Chester’s como nunca antes había sido capaz de verlo:
un vasto, complicado, siempre cambiante, traicionero pero necesario
tablero de ajedrez. El ejército blanco definitivamente iba a perder peones,
nada podía hacerse al respecto. Pero su pérdida podría ganar la cabeza
del rey negro, y finalizar la guerra con un jaque mate. Al momento en que
los blancos se distrajeran, tratando de proteger a sus peones, el ejército
negro iría a matar y tomaría al rey blanco.

Miré abajo hacia las pistas de baile, a la elegante y amplia escalera


de cristal y cromo que se extendía hasta uno de los muchos niveles
privados nunca accesibles al público del club, donde estaba ubicada la
oficina de cristal de Ryodan.

A pesar de mi malhumor, sonreí.

Fade y Kasteo estaban en posición en el fondo, brazos cruzados,


piernas ampliamente abiertas, dos guapos, imponentes y cicatrizados
gorilas inmortales.

Los Nueve estaban en casa.


Disfruté del simple placer de ese hecho por un momento.

Entonces mi sonrisa fue borrada por un ceño fruncido. Estaban


resguardando la misma famosa escalinata desde la cual el famoso Ryodan
solía dar sus famosos asentimientos cada mañana.

Conocía la leyenda. Las mujeres nunca se negaban.

Cortar. Su. Cabeza.

Arrastré mi mirada de las escaleras y continué examinando el club.


Cientos de trabajadores rondaban por el interior, desmantelando barras y
cabinas, preparando las renovaciones. Estuve complacida de ver que el
sub club de niños ya había sido demolido. No podía mirarlo sin pensar en
Jo. Aparentemente, Ryodan tampoco podía. Apostaría que ni a Lor le
gustaba. Además, también me recordaba el día en que Ryodan había
salvado mi vida al empujarme en un ascensor, sacrificándose a él mismo
para arrojar mi auto cableado a la seguridad. Le había agradecido al
asesinar a todos en el sub club de los niños mientras él estaba fuera de
combate. Lo había hecho deliberadamente para arruinar su buen nombre
con los clientes a quienes él había garantizado la seguridad dentro de sus
paredes.

Había puesto en peligro su tablero de ajedrez. No era de extrañar que


hubiera estado tan enojado conmigo. Casi le había costado la
información que le daba la habilidad de controlar al mundo de los Nueve,
afectado el mundo más allá de eso.

Dios, ¡parecía tanto tiempo atrás! Era un tiempo completamente


diferente.

Yo era completamente diferente.

En mi adolescencia me había creído grande y a cargo, y había


estado fuera de control, satisfaciendo mis deseos sin considerar ni una vez
sus potenciales consecuencias. Aquí, en Chester’s, había tenido una brutal
epifanía a los catorce, llegué a entender que mis acciones tenían
ramificaciones. Había vislumbrado, por primera vez, los botes que había
dejado volcados a mi paso, sus ocupantes agitándose en el agua mientras
atacaba las blancas calas del tomentoso mar de Dublín.

Me detuve un momento, dejando que los recuerdos se apoderaran


de mí, luego los sacudí enérgicamente.

Estaba agradecida de ver el club reabriéndose. Sin embargo, no


estaba agradecida de ver a su actual propietario.

Entrecerré mis ojos cuando me di cuenta que no veía a su actual


propietario.

En ningún lado.

¿Dónde estaba? Tenía un hueso del tamaño de un fémur patagónico


para molestarlo.

Mis manos estaban tan fuertemente empuñadas, que las uñas de mi


mano derecha habían causado sangre. La izquierda enguantada estaba
fría como el hielo y picaba ferozmente.

Mientras atravesaba las puertas abiertas, los sentí caer detrás de mí,
uno a cada lado. Ni siquiera necesité voltearme.

Dos de los Nueve habían estado de pie detrás de las puertas a cada
lado, y no los había percibido a través del acero de treinta centímetros
que, estaba dispuesta a apostar, estaba cubierto con la misteriosa
aleación que le gusta usar a Ryodan.

Ciertamente, los sentía ahora, una estimulante carga eléctrica


chisporroteando en cada centímetro de mi piel. Pero había algo más, algo
inquietante. Esa emocionante corriente estaba entrelazada con algo que
no había notado cuando era más joven: un lento, oscuro y descarado
calor sexual.

Irradiaban masculinidad, saturaban el aire con una palpable y


primitiva rudeza, una promesa de carnalidad inagotable. A diferencia del
asalto brutal a los sentidos de los Fae, no había compulsión aquí.
Simplemente exudaban eróticas invitaciones y promesas, despertando en
el cuerpo de una mujer una profunda e ineludible conciencia de que un
hombre eminentemente follable estaba cerca y que podía entregar el tipo
de sexo con el que sueñan las mujeres, alucinante, demoledor,
absorbente, grabado en la historia como el mejor de todos. Y en todo en lo
que podía pensar era, Santo y distorsionado diodo, por favor díganme
ahora que Ryodan no exuda esta carga también.

¿Había cambiado algo en ellos? ¿O había algo diferente en mí? ¿Era


esto lo que Jo siempre había sentido cerca de Ryodan? ¿Lo qué otras
mujeres habían experimentado incesantemente cerca de los Nueve?
¿Había sido demasiado joven, demasiado inexperta sexualmente,
demasiado llena de mí misma para sentirlo en ese entonces?

Posible.

Me volteé para ver quiénes me flanqueaban.

A mi izquierda estaba al que llamo Shadow, ya que nunca he


aprendido su nombre. Cicatrizado y enorme, elevándose treinta
centímetros sobre mí, ojos color whisky ardiendo, me observó en silencio. A
mi derecha estaba, santo infierno…

—¡Lor! —Las ligas que aprisionaban demasiado apretadamente mis


músculos se desvanecieron y mi rostro explotó en una sonrisa de cien-
Mega-voltios.

Me arrojé contra los brazos del alto hombre rubio y fui recompensada
con un enorme y aplastante abrazo de oso cuando el vikingo siempre listo
para la fiesta me levantó del suelo y me hizo girar.

Cuando finalmente me bajó, todavía estaba sonriendo como una


idiota hasta que me dio una rápida sonrisa lobuna y dijo:
—Cariño, has estado destrozando mi harapiento trasero por dos
malditos eternos años. Estoy jodidamente contento de que el jefe esté de
regreso. Puede que tenga tiempo de tener sexo de nuevo.

Mi sonrisa se desvaneció.

—Espera, ¿qué?

—Sexo. Podría tener sexo.

—Escuché esa parte. Eso se da por hecho contigo. No necesito oírlo.


¿Dos años? ¿Destrozando tu harapiento trasero?

—Observándote. Asegurándome de que permanecías fuera de


problemas.

Tensé cada tendón de mi mano derecha al empuñarla demasiado


fuerte.

—¿Has. Estado. Aquí. En Dublín. Por dos años? ¿Justo aquí?

Asintió felizmente.

—Pensé que iba a tener que salvarte de esos bastardos babosos de la


otra noche, pero te encargaste de ellos bastante bien, cariño.

No estaba entendiendo por alguna razón, probablemente porque la


idea era tan odiosa que estaba impidiéndole la entrada a mi mente.

—Déjame entender bien esto: durante los últimos dos años has estado
aquí en Dublín. Como, a centímetros de mí. Siguiéndome. Escondiéndote
de mí. —Sabía que podía. Los Nueve podían superarme en cualquier
momento. Eso me enfurece.

Su sonrisa se ensanchó.

—Ajá. Malditamente bueno, ¿verdad? Nunca lo notaste.

Mis fosas nasales se expandieron.


—¿Y por qué harías algo tan ofensivo?

Su sonrisa se desvaneció y me dio una oscura mirada.

—Cristo. Mujeres. No las entiendo. Las protejo, se enojan. No las


protejo, se enojan. Abro las puertas, soy un machista. No abro las puertas,
soy un cavernícola, lo que por cierto, soy. ¿Qué jodida bipolaridad?
Comienzo a creer que ustedes las nenas no tienen ni idea de lo que
quieren, o cambian de parecer constantemente solo para jodernos.

—No me estoy enojando porque estuviste protegiéndome, aunque no


veo cómo lo hiciste, dado que nunca apareciste o hiciste algo para
ayudarme. Me encargué de todo por mi cuenta y, aunque nunca discutiré
contra un refuerzo, el término preciso de lo que estuviste haciendo es
“fisgonear”, equivalente a espiarme, en contra de mi voluntad,
indudablemente bajo las órdenes de ese entrometido y dominante idiota.
Necesitaba un amigo, Lor. No un maldito escudo invisible.

—El jefe no escucha a nadie, cariño. Le dije que esto te molestaría.

Dije glacialmente:

—Pero no le importó. —No te preocupes, me había dicho en el


cementerio esa noche, he tomado precauciones, estarás protegida.
Tampoco nunca había contestado mi pregunta sobre a dónde se iban
todos los Nueve. No había mentido. Pero la falta de información puede ser
igual de ofensiva.

—Oh, le importó, cariño. Siempre se preocupa por ti. Simplemente


toma sus propias decisiones y actúa en consecuencia. Un poco como
alguien a quien conozco. Los dos se merecen al otro, dos del maldito tipo
de lo-sé-mejor-que-nadie.

—Él y yo no somos, y nunca seremos, chícharos en la Mega-vaina. Solo


en sus malditos sueños aspira tan alto. ¿Dónde está? —exigí.

Una profunda y rica carcajada de barítono rodó desde la pista de


baile detrás de mí, dos niveles debajo.
—Ah, Dani.

Y ahí estaba, la voz que no había escuchado en dos largos años,


excepto en sueños no solicitados ni queridos. Me estremecí mientras
rodaba a través de mí. La misma maldita carga, misma instantánea e
intensa conciencia de Ryodan como un hombre desgarradoramente
sexual que estaba recibiendo de Lor y Shadow. Mierda. Prefería esa
inexplicable agitación que solía sentir en mi estómago cuando era
adolescente que esta dolorosa e intensa conciencia del estado de mis
propias hormonas y yo. No. Me. Estaba. Electrocutando. Ahora. Inhalé
profunda y completamente, estrellé una apresurada pero formidable
barrera mental alrededor de todo lo que tuviera que ver con sexo. Lo
empaqué, cubrí con titanio puro. Ya no era una niña, y no actuaría como
una.

»Estoy justo aquí. Niña.

Niña. Mi visión se nubló de carmesí por la sed de sangre y mi mente se


afiló en un doloroso grado de agudeza.

Lor gruñó:

—Auch, demonios cariño, no hagas eso.

Parpadeé dentro de la estela, elegante como una gacela,


hambrienta como un león. Conozco cada centímetro de este club como
la palma de mi mano.

Mis porcentajes habían cambiado. Estaba en un miserable uno por


ciento de felicidad de que hubiera regresado. Y noventa y nueve por
ciento comprometida a patear su insufrible trasero.
17
“Cómo pudiste dejarme cuando
necesitaba poseerte, te odié”.

C
hoqué contra Ryodan a toda velocidad, una granada a
punto de explotar, puños volando. Lo golpeé tan fuerte que
nos precipitamos contra una columna de mármol que tembló
por completo por el impacto. Entonces lo agarré, lanzándolo lejos de esta,
y lo estampé en una pared.

No me estaba devolviendo el golpe, ni siquiera se estaba resistiendo, y


eso me molestaba incluso más.

Me lancé hacia él otra vez, lo despegué de la pared y lo arrojé a


través de la habitación. Chocó contra una plataforma de madera con tal
fuerza que explotó la madera y salió volando en todas direcciones.

Débilmente, registré los rostros atónitos de los trabajadores.


Débilmente, registré que me estaba comportando alarmantemente como
lo hacía en mi juventud.

No me importó.

—Salta dentro de la estela —le gruñí. Ni siquiera se estaba uniendo a


mí. Solo colgando allí en un lento mundo de indiferencia donde todos
podían verlo, dejándome ganarle. Debió parecerles como si estuviera
siendo arrojado por la habitación por un irascible demonio de Tasmania.
Se puso de pie, sacudiéndose su hermoso y bien diseñado atuendo,
cruzó sus brazos sobre su pecho y me dio una dura mirada de advertencia.
También es bueno verte, Dani.

Ni siquiera estaba sangrando. ¿Qué era yo, inofensiva?

Bajé pesadamente de la estela con un estruendo de mis botas y gruñí:

—No dije que fuera bueno verte, y no lo creo. Bastardo. Entra. Pelea
conmigo.

¿Por qué lo haría?

—Y no me hables sin hablarme. No tienes el derecho. Mantente fuera


de mi cabeza.

Sus ojos se entrecerraron. El poder hace…

Me volví a meter en la estela, interrumpiéndolo. Esto era todo, no iba a


escuchar una sola palabra de su condescendiente basura de “el poder lo
hace correcto” o “posesión es el noventa por ciento de la ley”, o
cualquiera de sus otras filosofías inmortales. A veces solo hay una forma de
resolver las cosas: bajar y ensuciarse y pelear. Y, por Dios, él iba a pelear
conmigo e iba a descargar mi indignación en su inquebrantable cuerpo
por las muchas cosas que había hecho para pincharme y ofenderme.

Exploté de nuevo contra él, golpeándolo tan fuerte que volamos en el


aire, llevándolo hacia atrás con mi cuerpo para pegarlo contra otra
columna con tal intensidad que el pilar se agrietó del techo hasta el piso.
Nos deslizamos hacia abajo juntos, agarrando su cuello con ambas manos.

Me había dejado por dos años. Ni una sola vez me envió un mensaje
de texto. Nunca llamó. Dejó a Lor aquí, escondido de mí, lejos de mi
alcance. No me apaciguó en absoluto pensar que Lor podría haberlo
mantenido informado sobre mi bienestar. Eso no contaba en mi libro.

Luego había regresado, me había permitido salvarle la vida, y se


había alejado sin decir palabra.
Me había llamado niña.

Cuando estaba a punto de darle un puñetazo en su rostro y llevar su


cabeza de vuelta a la columna para ver si podía colapsarla con mi
siguiente golpe —la columna, no su rostro—, Ryodan me arrancó de la
estela, me tiró de una manga y me arrastró suavemente hacia el mundo
real con consecuencias del mundo real donde están las cosas dolorosas y
me obligó a quedarme quieta, una gran mano enredada alrededor de mi
muñeca.

—¿Cuál —dijo muy suavemente—, es tu problema, Dani?

¿Mi problema? No era yo quien tenía problemas. Lo fulminé con la


mirada. Nuestros rostros estaban tan cerca que podía ver las diminutas
chispas carmesí brillando en sus ojos grises como el hielo. Antiguos e
inhumanos ojos claros y fríos.

Ni siquiera estaba respirando con dificultad.

Yo estaba jadeando.

Retiré mi mano libre para estrellar mi puño en su rostro exasperante-


mente compuesto, pero mi mano claramente poseída agarró un puñado
de su corto cabello oscuro en su lugar y tiró de su rostro hacia el mío
mientras mi boca claramente loca se enterraba contra la suya.

Un frenesí de lujuria estalló dentro de mí. Años de soledad, años de


hambre frustrada, años de extrañarlo.

Lo besé como si fuera el campo de batalla en el que nací para librar


todas mis guerras. Lo besé como si fuera el único rey por el que esta
guerrera amazona podría llevar a su ejército al combate. Lo besé como si
fuéramos bestias primarias, letales, acechando intrépidamente a los
violentos, matando en esas tierras de nadie donde los ángeles temían
pisar, y lo besé con un hambre que nunca ha sido saciada, mientras
desataba todo el fuego y la furia y el salvajismo en mi alma… y hay una
jodida enorme cantidad de eso.
Gimió bruscamente, manos deslizándose hacia mi trasero, tirándome
más cerca, si más cerca era siquiera posible cuando ya estaba pegada a
él como una segunda piel. Entonces mi beso cambió y lo besé con cada
gramo de cruda y adolorida soledad en mis demasiados humanos carne y
huesos, cada angustiada y dolorosamente desnuda parte de mí que
estaba cansada de buscar con intensidad e intención en la vida y
tocando nada porque no puedo follar a hombres normales, no me
entienden más de lo que los entiendo a ellos y me alejo, más fría y más
solitaria que antes. Lo besé con las coloridas esperanzas y los sueños rotos
de una niña traicionada de formas demasiado dañinas y numerosas para
contar, y lo besé con el anhelo de ser la única haciendo brillar la alegría en
sus ojos.

Apisoné mi cuerpo contra el suyo y lo besé como si fuera el único


hombre al que consideraba complejo, brillante, y lo suficientemente fuerte
como para valer la pena besar, y lo besé como si fuera hecho de
porcelana china, un hombre que había conocido poca ternura en su vida
porque siempre había tenido que ser fuerte, como yo, porque él podría,
como yo, y el mundo lo necesitaba, como yo, y eso es lo que haces
cuando encajas en la descripción.

Lo besé con devoción, con cruda reverencia sexual, hambrienta por


desinhibirme de esta manera. Le ofrecí mi plegaria, mi desafío, el que
había quedado eternamente sin respuesta: ¿Estás allí? ¿Estás tan
dolorosamente vivo y consciente como yo? ¿Puedes sentir cuánto estoy
dándote cuando te toco de esta manera? ¿Me mereces?

En otras palabras, para mi completo y absoluto horror, besé a Ryodan


con todo mi corazón. Y este hijo de perra sí que no se lo merecía.

Exploté hacia atrás, alejándome de él.

Me detuve.

Quedé de pie.
Me miró, ojos completamente carmesí, lujuria ardiendo en estos con
tal intensidad que jadeé desigualmente y di otro paso hacia atrás. Había
despertado una bestia y, en ese momento, no estaba del todo segura de
que podría ser puesta a dormir de nuevo. Se lanzó hacia adelante, se
comprobó a sí mismo y se detuvo, manos en puños a sus costados.

Arrastré mi mirada de él. Miré alrededor. Todos los ojos en la


habitación estaban sobre mí.

Ni siquiera sé por qué hice eso, pensé. Entonces me di cuenta, para mi


completo y total horror, que había dicho las palabras en voz alta.

—Bueno, si estás sintiendo la necesidad de otro momento, hora, o


incluso año de esa manera —dijo uno de los trabajadores con una voz
ronca—, estaría feliz de ser voluntario.

—Estás despedido —gruñó Ryodan, sin molestarse en mirar al hombre.


Inhaló lento y profundo, se cruzó de brazos otra vez y se recostó contra la
agrietada columna de mármol, mirándome con ardientes ojos carmesí. Sin
chispas. Bestia pura y sin diluir flameó en su mirada, colmillos brillando en su
boca.

Siseé:

—No, no lo está. No despides a las personas solo porque no te gusta lo


que dijeron. Despides a las personas si no hacen bien el trabajo. Necesita
el trabajo. No lo vas a despedir.

—Ah, Dani —dijo firmemente—, te me adelantaste. Me dices qué


hacer. Parece que he olvidado quién de nosotros es el hombre. Quizás
necesites un recordatorio.

No tenía dudas sobre qué tipo de recordatorio tenía en mente.

Tú abriste esta puerta, dispararon ojos carmesí.

Y la estoy cerrando, le disparé de vuelta.


Inténtalo, mujer. Sus labios se curvaron con una oscura sonrisa, llena
de promesas de que había escuchado cada palabra que había dicho
con mi cuerpo y que no iba a dejarme olvidar ni una sola de estas.

Mis emociones estaban por todos lados, cada maldita de ellas


encendida, chispeando. Mientras se había ido, había tenido innumerables
conversaciones con él, enumerando con elaborados y mordaces detalles
los muchos reclamos que tenía contra él. Lo había fustigado con
ingeniosos, brillantes e incisivos comentarios. Lo había reducido a un
contrito hombre disculpándose, ansioso por recuperar mi gracia.

No se me ocurrió una sosa cola —quiero decir, una sola cosa— que
decir. Maldito infierno, alguien había extraído mi cerebro de mi cráneo y
rellenado el compartimiento vacío con bolas de algodón.

Elevé el titánico peso de mi humillación y vergüenza en la estela, lo


tiré por las escaleras, y exploté la puerta con este.

—Maldita sea —dijo Lor bruscamente. Se aclaró la garganta y dijo de


nuevo—: Maldita sea. Jefe, eso debió haber valido cada gramo de la
paliza que te dio más una tonelada de mierda más. Creo que necesito
una ducha fría. Nop, cinco rubias.

Los hombres se rieron, murmurando en acuerdo.

Rostro caliente, mejillas ardiendo, no permanecí allí para escuchar la


respuesta de Ryodan.
18
“Un alma en tensión está
aprendiendo a volar, atada a
la tierra”.

E
l beso fue al interior de una caja.

Toda la debacle en Chester’s lo hizo.

Simplemente fingí que no había sucedido y me ocupé de


mi día. La gente pierde tanto tiempo reflexionando sobre las
cosas que han hecho cuando todas las reflexiones en el mundo no
deshacen ni cambian ni un ápice de lo que hiciste. Lo único que altera el
estado insatisfactorio en el que has dejado las cosas es la acción futura.

O nunca más vuelves a ver a la persona, o la ves y haces algo para


dejar las cosas claras. Como mentir. Afirmar que estabas poseída por un
Gripper. Dar marcha atrás con fuerza y rapidez.

No tenía ninguna duda de que volvería a ver al bastardo y, dado que


no había desperdiciado todo ese tiempo en el intermedio molestándome
a mí misma, estaría genial, serena y sería capaz de corregir los hechos. De
algún modo.

Pasé varias horas visitando las casas de mi lista y me alegré de poder


despejar dos de ellas para ubicar niños. Cuando llamé a Rainey, estaba
encantada de que hubiera encontrado aceptables sus elecciones. Hasta
la fecha, ella nunca había elegido un hogar que yo consideraría carente,
su historial era impecable y comencé a desarrollar un agradable grado de
confianza en nuestra relación laboral.

También entré en la fastidiosamente brillante y molestamente


moderna librería de Bane (me negaba a darle tres B's, no se lo merecía) y
me fui con una bolsa de libros: Leyendas de Irlanda; Un Resumen Conciso
del Libro de las Invasiones; Cuando los Druidas caminaron sobre la Tierra;
Gigantes y Reyes de Irlanda; Una Enciclopedia de Mitología Celta, más dos
de mis icónicas novelas gráficas favoritas en condición prístina: Batman's
Arkham Asylum y Batman: ¿Qué pasó con el Caped Crusader?

Me dirigí a mi apartamento para buscar a Shazam, ya que cada vez


me preocupaban más sus recientes y largas ausencias, cuando mi bolsillo
trasero vibró con una alerta de mensaje de texto.

Juro por Dios que mi culo supo de quién era.

Hoy recibí varios mensajes de texto de parte de Rainey, Kat, algunos


de mis amigos y "aves" reportándose. Pero este era diferente.
Prácticamente me mordió el culo a través de mis jeans.

Ryodan.

Sus palabras en mi bolsillo trasero.

Incluso esas tenían colmillos.

Frunciendo el ceño, lo saqué, los recientes eventos bien guardados en


una caja amenazando con estallar en mi cráneo.

TE RECOGERÉ A LAS OCHO. USA UN VESTIDO.


Mis cejas se alzaron hacia mi frente y se desvanecieron en mi cuero
cabelludo.

¿En serio? Pulgares furiosos volaron sobre las teclas mientras escribía
las palabras de Barrons de hace unos años. Él había tenido razón.

Todas las mayúsculas hacen que parezca que me estás gritando.

Su respuesta fue tan rápida, que juro que ya la había escrito y la tenía
preparada.

Lo hice. De lo contrario nunca escuchas.

—Usa. Un. Vestido. —Me enfurecí, vapor saliendo de mi cabeza.


Conozco a Ryodan y él me conoce. Lo que significaba que sabía que
decirme que usara un vestido garantizaría que elegiría cualquier cosa
menos un vestido.

Pero... tienes que llevar las cosas un poco más lejos con ese hombre
porque así es como piensa, siempre mirando hacia el futuro. Como sabía
que decirme que me pusiera un vestido me haría elegir otra cosa, y
también sabía que era plenamente consciente de cómo funcionaba su
cerebro manipulador, sabía que al final decidiría usar el maldito vestido
solo para demostrar que no estaba siendo manipulada por él. Entonces, él
conseguiría que usara un vestido de todas formas.

Esto era un completo jodido rompecabezas. ¿Cómo ganaba?


¿Usando un vestido o no?

Ahora entendía por completo y enteramente el por qué Esa Mujer


había ido a la batalla con Sherlock desnuda.
La única forma en que podía ganar era no estar allí para ser recogida
a las ocho. Mi pantalla brilló en ese preciso instante con un nuevo texto de
él.

Esto no es sobre nosotros. Nuestra ciudad está en problemas. Estate ahí.

—Oh, jódete —gruñí. Correcto, provoca mi sentido de responsabilidad


personal innato y altamente dismórfico.

Guardé mi teléfono en mi bolsillo, resistiendo el impulso de silenciar


más textos. No dejaría que me hiciera rechazar mi ciudad al no estar allí si
alguien en necesidad me enviaba un mensaje de texto.

Estaba yendo de regreso a mi apartamento para demandar la


presencia de Shazam (¡y consejo!) cuando vi a uno de ellos: un ave con un
ala rota, tal vez dos.

Suspiré, y regresé en círculo hacia un vendedor de comida, hice mi


pedido, reordenando las prioridades, mirándolo por el rabillo del ojo donde
se acurrucaba en un banco frente a un pub, temblando y pálido, muy
magullado.

No conocía su historia y no la necesitaba. Conocía la mirada. Este era


un problema omnipresente: los desposeídos se podían encontrar en casi
cada esquina de cada calle en cada ciudad de nuestro mundo.

Sus historias eran una versión de esto: sus familias / hijos / amantes
murieron cuando los muros cayeron y perdieron su trabajo; vieron a sus
hermanos / amigos / padres ser seducidos y destruidos por Seelie o
Unseelie; el peor de los humanos se había aprovechado de ellos.

Ojos vidriosos, fangosos, aterrorizados, una vez victimizados, eran


imanes de presa.
No todos fueron tan afortunados como yo. No todos tenían una vida
difícil, así que cuando las cosas se ponen difíciles, no saben cómo ponerse
en marcha.

—Ten. Come. Le ofrecí a la mujer el bocadillo que acababa de


comprar. Era joven, demasiado bonita para pasar desapercibida,
delgada.

Temblando, levantó la cabeza y me miró. La sorpresa cubrió sus ojos,


el miedo blanqueó su piel hasta la nieve. Ella no hizo ningún movimiento
para tomar la comida envuelta en papel encerado, y si no la tomaba
pronto, yo me la comería. Era uno de mis platillos favoritos, un caliente
pescado recién empanizado y salsa tártara en un bollo de sésamo, con
papas fritas y grasa goteante.

»Soy Dani —dije, instalándome en el otro extremo de su banco,


manteniendo la mayor distancia entre nosotras para que no se sintiera
acorralada—. Ayudo a la gente que lo necesita. Toma el sándwich y
cómelo. No quiero nada de ti. Pero si te quedas aquí, algún bastardo te va
a hacer un daño peor del que ya te han hecho. ¿Lo entiendes?

Ella se estremeció. Alguien la había apaleado. Recientemente. Su


labio inferior estaba dividido y tenía un ojo hinchado recién cerrado.
Conozco hematomas, su ojo y la mitad de su mejilla estarían negros antes
del anochecer. Ella sabía que era vulnerable pero lo que le había pasado
la había fracturado, incapaz de tomar decisiones. Ella estaba allí porque
no tenía ningún terreno a donde ir, nadie podía cuidarla mientras se
recuperaba, o aprendía a recuperarse por primera vez, a fuerza de lucha.
Ahí es donde entro.

»En serio. Te sentirás mejor después de comer. Aquí hay un refresco.


Bébelo. El azúcar hace que todo se vea mejor. —Puse la lata suavemente
en el banco en la extensión entre nosotras.
Después de un momento ella arrebató el sándwich de mi mano y
tomó el refresco. Cuando buscó a tientas, tratando de abrir la tapa, la
tomé para ayudarla y se estremeció de nuevo.

»Tranquila, solo voy a abrir la lata —dije. El dorso de sus manos estaba
raspado casi en carne viva, con las uñas rotas manchadas de sangre.

Ella tomó su primer bocado del sándwich con aparente repulsión,


masticó automáticamente, tragó saliva. El segundo bajó de la misma
manera.

Entonces vi lo que siempre espero ver, pero no siempre consigo: se


precipitó vorazmente en la comida, arrancando grandes trozos,
metiéndoselos en la boca, metiendo papas al costado, untando salsa
tártara y grasa en su barbilla. Su cuerpo estaba hambriento y, a pesar de
su trauma, quería vivir. Ahora solo tenía que poner su mente en línea con
eso.

Cuando terminó, se dejó caer contra las tablas de madera del banco,
limpiándose el rostro con una manga manchada y raída.

»No sé lo que sucedió y no necesito saberlo —dije en voz baja—. Te


ofrezco llevarte a una casa que tengo provista de comida, agua, todo lo
que necesites. Tengo docenas de lugares similares en la ciudad para gente
que los necesita. Esta es tuya por treinta días. Puedes quedarte allí mientras
trabajas con lo que sea que estés enfrentando, comer, dormir y ducharte
en paz. Periódicamente, pasaré para asegurarme de que estás bien. —Por
lo general, en una semana, estaban listos para hablar. Lo necesitaban.
Ofrecía treinta días porque un límite de tiempo era presión y una mano
firme les da forma de Play-Doh. Si necesitaban más de treinta días y
estaban tratando sinceramente de recuperarse, los conseguían.

Se aclaró la garganta y cuando su voz salió fue grave, ronca, como si


recientemente hubiera estado gritando. Pero nadie escuchó. Y nadie vino.

—¿Por qué? —dijo.


—Porque cada hombre, mujer o niño que perdemos en este mundo,
lo tomo como personal.

—¿Por qué?

—Es solo la forma en que estoy conectada.

—¿Qué deseas a cambio?

—Que te enojes. Sanes. Tal vez que te unas a aquellos de nosotros


tratando de hacer una diferencia. ¿Te drogas? —Ese era un factor
determinante. Con los drogadictos muy metidos en eso generalmente
pierdo. Tantas aves con alas rotas, trato de enfocarme en las que tienen
mayores probabilidades de éxito.

—No —dijo, con el primer rastro de ánimo que había visto, un leve
destello de indignación.

—Bien.

—¿Eres real, niña? —dijo bruscamente, énfasis en niña.

La ira era común. Menospréciame, aléjame. Eso nunca funcionaba.

—Como si fueras mucho mayor que yo —me burlé—. Tengo veintitrés


años —me fui al extremo de mi edad para establecer credibilidad—, y
fueron años difíciles.

Su agudeza desapareció. Eso tomaba energía, y las aves tenían poca


de sobra cuando todo estaba atrapado en un ciclón interno girando
alrededor de cualquier cosa horrible que hubieran soportado, levantando
tantos restos internos que era difícil ver algo claramente.

—Tengo veinticinco años —susurró—. Mi cumpleaños fue ayer.

Eso fue duro. Yo también tuve algunos cumpleaños difíciles. No fui tan
estúpida como para desearle un feliz cumpleaños. A veces no existe tal
cosa. Busqué nuevamente su nombre, para hacer esa primera frágil
conexión.
—Soy Dani.

Sus fosas nasales se ensancharon.

—Te escuché la primera vez.

—¿Y tú eres?

—No llevo una espada, una serie de pistolas y armas. —Lo hizo sonar
como un insulto.

Dije a la ligera:

—Bueno, quédate conmigo y solucionaremos la mierda de eso.

Sus ojos se volvieron planos y dijo con una exhalación suave y


agotada:

—No soy una luchadora.

—¿Entonces eres una moribunda? —Había solo dos posiciones en mi


libro.

Un largo silencio, entonces:

—No quiero serlo.

—Eso es un comienzo. ¿Crees que el mundo va a ser más agradable?

Ella comenzó a llorar, las lágrimas silenciosas se deslizaban por sus


mejillas. Sabía que no debía acariciar su mano en un gesto de consuelo.
Las aves son muy volátiles. No se podía invadir su espacio o medio
volaban, medio se escabullían. Tenías que hablar tranquilamente.
Concentrarte en llevarlas a la seguridad. A lo que sea que ella había
sobrevivido, había sucedido muy recientemente. Por la forma en que
habló sobre su cumpleaños, sospechaba que ayer.

Dije:
»Estoy de pie ahora. Voy a empezar a caminar. Sígueme y te sacaré
de las calles. Tendrás treinta días, para cuidarte, alimentarte y alojarte,
para decidir qué quieres ser cuando seas grande —le clavé la espina.

La pinchó, se erizó minuciosamente.

—Soy grande.

—Si este es tu producto terminado, estás en problemas. —Me levanté


y me alejé, no de manera lenta tampoco. Tenían que querer venir.

—Espera —dijo detrás de mí—. Estoy herida, no puedo caminar tan


rápido como tú.

Como ella no podía ver mi rostro, me permití una sonrisa.

Le mostré el apartamento, enfatizando los muchos cerrojos al interior


de la puerta, la comida en la despensa, la forma en que tenía que mover
las perillas de la cocina para que funcionaran. No abrí el refrigerador;
agarraría la sangre de Shazam en el camino de salida.

Ella caminó hasta el dormitorio, se quedó de pie con la mirada


perdida hacia la cama, tormentas corriendo detrás de sus ojos. Cuando
suceden cosas malas, las revives por un tiempo, sigues viéndolas una y otra
vez. Los psiquiatras lo llaman "pensamientos intrusivos", pero eso hace que
suene como que son poco frecuentes y los inmiscuye como pensamientos
"normales". No hay pensamientos normales en las próximas secuelas. Estás
atrapado en una sala de cine que está reproduciendo una película de
terror una y otra vez y no puedes escapar porque alguien cerró todas las
puertas y la película se refleja por todas las paredes.

A menos que te enojes lo suficiente como para derribar una puerta.


Algunas cosas no son dignas de analizar. Las dejas atrás. Actus me
invito factus non est meus actus8. Luego están aquellas acciones que
elegiste hacer que tampoco deberían analizarse.

Si no puedo hacer que se enojen —de la manera correcta, y hay


muchas maneras equivocadas— invariablemente los pierdo.

Ella no tenía bolso. Sin dinero. Su ropa estaba desgarrada y sucia, su


camisa de hombre demasiado grande era un obvio hurto, una camisa de
empleado de una gasolinera fuera de servicio con el nombre "Paddy"
estampado en el bolsillo.

—¿Tienes un teléfono? —dije.

Asintió y lo sacó torpemente del bolsillo de la camisa.

—Guarda mi número en él. —Recité los dígitos y la vi marcarlos—. Si


quieres irte del apartamento, envíame un mensaje de texto. Uno de mis
amigos o yo vendremos a buscarte. Mi objetivo es mantenerte a salvo y
viva hasta que tu cabeza se aclare. ¿Entiendes?

—Entiendo —susurró.

—Necesitas cualquier cosa, mensaje de texto. ¿Necesitas un doctor?

Ella sacudió su cabeza.

—Sanaré.

Su cuerpo lo haría. Veríamos acerca del resto.

—¿Tu nombre?

—Roisin —dijo aturdida.

Conexión hecha.

En latín: Una acción hecha por mí en contra de mi voluntad, no es una acción mía.
8
—Genial. —Me di la vuelta para alejarme cuando sentí su mano en mi
hombro y me giré hacia ella.

Entonces ella estaba abrazándome, y pensé, Mierda, si me toca la


cabeza, podría hacerla estallar, así que estaba aún más incómoda de lo
que usualmente estoy cuando alguien me abraza de la nada, pero me las
arreglé y como que la acaricié reconfortantemente en la espalda mientras
trataba de mantenerla alejada de mi cuello y cabeza.

Ella jadeó de dolor y se alejó tambaleándose. Cuando me dio la


espalda, vi sangre en su camisa, cerniéndose sobre su omóplato derecho.
Una cantidad considerable.

—Puedes irte ahora —dijo. Herméticamente. No porque estuviera


enojada, sino porque apenas se sostenía. Quería exigirle que me mostrara
la espalda, determinar por mí misma si necesitaba un médico.

Sé lo que es tener a alguien intentando acercarse demasiado a las


cosas de las que no quieres hablar.

Aun así, no estaría esperando una semana para ver cómo estaba.
Estaría allí otra vez mañana. Por la mañana. Con café y vendas y la
esperanza de que una noche segura de sueño la hubiera calmado lo
suficiente como para permitirme echar un vistazo.

Por ahora, una distracción de despedida.

—No te asustes si aparece una enorme... eh, cosa felina con ojos
violetas y un blanco vientre gordo. Quiero decir, literalmente, simplemente
aparece de la nada. No le arrojes cosas, y hagas lo que hagas, no lo
llames gordo ni le dejes saber que piensas que lo es. Es súper sensible y
emocional, se pone lloroso. Puede volverse un gran desastre lloroso por ti.
Solo dile que Dani no se quedará aquí ahora y se irá.

Roisin giró como una espasmódica marioneta que no estaba tirando


de sus propias cuerdas.

—¿Espera, qué?
Pero ya había tomado cinco unidades de sangre del refrigerador, las
había arrojado en una bolsa y salido por la puerta.

—Bloquéala después de que me vaya —ordené mientras cerraba la


puerta.

Shazam siempre escaneaba nuestros apartamentos antes de que se


materializara, Roisin no tenía nada que temer.

Pero, por lo menos durante un tiempo, estaría preocupada por la


aparición de un gato muy gordo, emocional y de ojos púrpuras, y las horas
hasta que finalmente durmiera pasarían más fácilmente.

Aprendí de joven que los momentos de comedia durante el


espectáculo de terror pueden ser una balsa salvavidas, lo suficiente como
para mantenerte flotando en un mar violento y asesino.
HOMICIDA

E
lla me vendió.

Al mejor postor.

Traicionando a Rowena, mi madre me vendió en el mercado abierto


como un cerdo de premio, me enteré más tarde, con un vídeo de mí
tratando de congelar el cuadro en mi jaula, de ella haciéndome aplastar
varios objetos en un puño diminuto, acompañado por una lista detallada
de mis habilidades sobrehumanas.

Llegaron tarde una noche, y estaba tan emocionada de ver a alguien


además de mi madre o, en la muy rara ocasión, a uno de sus novios
borrachos, alguien que seguramente había venido a liberarme, que
empecé a vibrar, moviéndome tan rápidamente de un lado a otro detrás
de las rejas que me convertí en una mera mancha blanca en la
menguante luz del televisor.

Estaba tan emocionada que ni siquiera podía hablar.

Nunca antes nadie había estado en nuestra casa, aparte de mi


madre y esos hombres de ojos vidriosos, drogados, y estaba aterrorizada
de que ella hubiera regresado para impedir que mis salvadores me
soltaran.

Cuando finalmente encontré mi lengua, dije una y otra vez por favor
déjame salir, por favor déjame salir, debes dejarme salir en una especie de
aturdimiento.

Eran Adultos Responsables como los de la tele.

Llevaban trajes oscuros y zapatos brillantes, y tenían el cabello bien


arreglado sobre sus cuellos y corbatas.

Esta era la clase de gente que rescataba a otras personas. Que venía
de lugares como la Agencia del Niño y la Familia, TUSLA9, otra palabra que
siempre veía en mi cabeza en letras mayúsculas, el color de los cielos
azules muy abiertos.

Pero a pesar de mis súplicas, se pararon en medio de nuestra


destartalada sala, con su sombrío sillón de cuadros y pisos de madera
raspados, y comenzaron a hablar de mí como si no estuviera allí.

Como si fuera súper rápida y súper fuerte. Pero súper estúpida. O


súper sorda.

TUSLA: Agencia para niños y familias de Irlanda, se estableció el 1 de enero de 2014 y


9

ahora es la agencia estatal dedicada a la mejora del bienestar y los resultados para los
niños.
Eventualmente dejé de correr en mi espacio atrofiado y me callé.

Levanté mis rodillas contra mi delgado pecho y me acurruqué tras las


rejas, dándome cuenta de que algunas personas nacieron en el infierno y
simplemente nunca escaparon.

Dijeron cosas como límite de resistencia y condiciones de estrés,


dijeron cosas como huevos e inseminación artificial y súper soldados.
Discutieron sobre la mejor manera de alterarme y controlarme.

Luego me sacudieron a través de esas rejas, una y otra vez, enviando


un arco de extremo alto voltaje en mi pequeño cuerpo, friendo mis
sinapsis, reduciéndome a un charco tembloroso en la desgastada y
grumosa paleta que una vez había sido un colchón.

Dijeron cosas como el realce quirúrgico y discutieron las regiones de


mi cerebro, la posibilidad de disección una vez que tuvieran suficientes
reservas de material reproductivo.

Hablaron de la sobredosis que le habían dado a mi madre, borrando


todos los lazos entre el mundo y yo.

Una persona sola es algo difícil de ser.


Cuando ya ni siquiera podía moverme, abrieron mi jaula.

Ellos.

Abrieron.

Mi.

Jaula.

Nunca desde esa perfecta, burbuja mágica de recuerdos mágicos de


una noche, hace años, que mi madre me había lavado el cabello y
jugado conmigo en la mesa de la cocina hasta que había tenido
demasiado sueño para mirar, nunca desde esa noche que me había
dormido en la cama junto a ella con mis manitas apretadas en sus mejillas,
mirándola fijamente mientras me quedaba dormida, disfrutando de su
amor, asegurándome que era lo más especial para ella en todo el mundo,
había tenido esa maldita puerta abierta.

MAYOR y AFUERA esperaba.

Y yo no podía moverme.
En la periferia de mi visión, el calendario desfasado y descolorido con
sus bordes amarillentos y ondulados, en el que mi mamá había dejado de
tachar días atrás, se burlaba de mí con la conciencia de que había sido
una tonta ingenua.

Creyendo —hacía mucho tiempo que me habían dado todas las


señales concebibles de que yo no era nada para ella, y nadie iba a
salvarme jamás—, creyendo sin cesar que yo importaba. Que le
importaba.

Detrás de ellos, la tele reproducía una repetición de Días Felices y me


acostaba paralizada, las sinapsis carbonizadas, mirándolos doblarse para
agarrarme los pies y arrastrarme de la jaula, y me preguntaba por el tipo
de gente que tenía días felices, y me preguntaba por qué el mío había
sido tan breve.

No tenía ninguna duda de que su jaula sería aún más poderosa, mi


encarcelamiento mucho más difícil de soportar.

A veces, algo dentro de ti se rompe.

No es reparable.

Morí en el suelo esa noche.

Mi corazón dejó de latir y mi alma huyó de mi cuerpo.


Lo odiaba.

Lo odiaba.

Lo odiaba.

Lo odiaba.

Odiaba con tanto odio que las cosas se volvieron oscuras y me fui por
unos segundos, luego volví, pero cada cosa que había dentro de mí se
había roto, cambiado, reconectado.

Yo, la niña feliz de cabello rizado con esos grandes sueños,


fanfarroneando, con el pecho hinchado, esperando, siempre esperando
que alguien me ame.

Cuando Danielle Megan O' Malley murió, nació otra persona. Alguien
mucho más fría y más tranquila que la Otra en la que me había deslizado
tan a menudo últimamente. Jada.

Le di la bienvenida. Ella era necesaria para sobrevivir en este mundo.


Era fuerte y despiadada y una asesina fría como una piedra. Era
humana, demasiado humana, pero no lo era en absoluto.

Jada los miró fijamente, mientras hablaban y se reían y me quitaron la


cadena y el collar del cuello.

¡Oh, la sensación de aire en mi piel bajo esa maldita banda!

Tenían esposas y cadenas. Una capucha.

Jada analizó con frialdad mi cerebro, mi cuerpo, decidiendo cómo la


corriente había alterado las cosas, y luego Jada lo desató todo, quedando
engañosamente pasiva, indefensa, derrotada.

Recuerdo que pensé, Dios, ¿no pueden verla en mis ojos? Ella es el
Juicio Final. Ella es la muerte. La he visto en el espejo desde entonces.

No me malinterpretes, no tengo múltiples personalidades. Aprendí


disociación para lidiar con el hambre y el dolor. La Otra era una versión
más fría y entumecida de mí. Pero Jada es la Otra con esteroides. Dani es
mis cimientos, Jada es mi fortaleza. Danielle era la hija de mi madre. Jada,
la hija de Morrigan, diosa de la guerra, una madre digna de tener.

Danielle es la que murió.


Mantuve el corazón puro. Mantuve el salvaje.

Fue la pequeña niña que amaba a Emma O' Malley la que dejó de
respirar.

En el momento en que salí de la jaula me levanté, congelé el cuadro


y les arranqué el corazón, uno tras otro, apretándolos entre los dedos hasta
que explotaron, goteando sangre por todo el suelo.

Entonces, silenciosamente, en mi camisón desgarrado y manchado


de sangre, fui a la cocina, me lavé las manos y me comí un trozo entero de
pan viejo.

Ella no había estado en casa en tres días.

Ya no tenía miedo de ella.

Ya no tenía miedo de nada.

¡Tomé una larga ducha caliente, Dios, la felicidad, el éxtasis de una


ducha y jabón!

Dios, la bienaventuranza de estar de pie.


Me vestí con mis jeans muy cortos y demasiado pequeños que me
quedaron cortos el año pasado, una camiseta descolorida y aburrida, y
me puse una de las chaquetas de mi mamá.

Luego me comí cada lata de frijoles de la despensa, las tres. Luego


me volví hacia el contenido semisólido del refrigerador.

Cuando ya no quedaba nada para comer, me senté en la mesa de


la cocina, doblé mis pequeñas manos y esperé.

Él vino primero.

El hombre que se suponía que debía pagarle a ella. No traía dinero.


Me vendió por drogas.

También lo maté y me las llevé.

Ella vino poco después.

Vio la jaula abierta, los hombres muertos en el salón.

Mis recuerdos de esa noche son cristalinos.


Faltaban tres días para Navidad, la tele mostraba una versión antigua
en blanco y negro de Que Bello es Vivir. El volumen era bajo, los acordes
de Mujeres de Buffalo tenues pero inconfundibles mientras George Bailey
coqueteaba con Mary Hatch bajo un cielo estrellado en un mundo donde
la gente se bajaban la luna unos a otros.

Me vio sentada inmóvil en la mesa y se quedó en la puerta un largo


momento.

No intentó huir.

Eventualmente, ella se unió a mí en la mesa de Formica amarilla


pelada y manchada con aluminio, sentada frente a mí en una silla de
melanina naranja, y nos miramos la una a la otra durante mucho tiempo,
ninguna de nosotras diciendo una palabra.

A veces no hay nada que decir.

Solo cosas que hacer.

Saqué la bolsa de mi bolsillo.

Me dio su encendedor y su cuchara.


Aprendí casi todo lo que sé de la vida por televisión. Vi cosas que los
niños no deberían ver.

Tomando sutiles señales de sus ojos, una sacudida de la cabeza, un


gesto de asentimiento, con dedos de ocho años y un corazón antiguo,
calenté la última dosis de mi madre y le di la aguja.

Miré su torniquete, su brazo y golpeé la vena. Veía las huellas, la


agudeza de sus extremidades, la piel flácida, el vacío en sus ojos.

Lloró entonces.

No desagradable, solo ojos llenos de lágrimas. El vacío desapareció


por breves momentos.

Ella lo sabía.

Sabía que cualquier cosa que estuviera en esa aguja sería su última.

Si hubiera entendido más acerca de la heroína y el fentanilo, me


habría asegurado de que había suficiente heroína en la aguja para hacer
que la muerte fuera hermosa, pero esos hijos de puta deben haber traído
fentanilo puro.
Cerró los ojos un largo instante, luego los abrió y colocó la aguja sobre
su vena.

Habló entonces, las únicas palabras que me dijo, dolorosamente


lentas y dolorosamente tiernas:

—Oh... mi hermosa... preciosa niña.

La aguja perforó su piel, el veneno golpeó su vena.

Murió horrible, con convulsiones, vomitando sangre.

Murió con su rostro en un charco de vómito carmesí sobre una mesa


vieja y agrietada, en su propia mierda en una silla barata.

Me senté en la mesa mucho tiempo antes de levantarme y disponer


de los cuerpos.
19
“Dama de rojo”.

U
sé un maldito vestido.

No realmente maldito. Aunque lo consideré breve-


mente.

Shazam no había respondido a ninguna de mis


interminables invectivas durante toda la tarde, o le hubiera pedido su
consejo, pensando que era un cincuenta por ciento contra un cincuenta
por ciento que conseguiría una respuesta brillante en lugar de una
respuesta tremendamente emocional. Prácticamente el mismo espectro
de respues-tas que estaba obteniendo de mí misma.

Mientras me alejaba del espejo, lo intenté una vez más.

—Shazam, te veo, Yi-yi. Por favor, baja desde donde sea que estés.
Estoy preocupada por ti —le dije al aire—. Para mí eres lo más importante
en el mundo. Eres mi todo. Si algo te molesta, podemos arreglarlo juntos. Si
quieres una pareja, por Dios, iremos a explorar mundos y te buscaremos
una. Por favor, por favor, solo déjame saber si estás bien.

Nada. Sin sonrisa, siseo, ni gruñido sin cuerpo, sin la menor


confirmación de que aún vivía y respiraba. El mismo maldito silencio que
tuve toda la tarde.

»Está bien, esto no es justo —dije, empuñando mis manos en mi cintura


y mirando hacia arriba—. ¿Cómo te sentirías si no pudieras encontrarme y
estuvieras preocupado? ¿Cómo te sentirías si estuvieras sufriendo por
cariños y cepilladas y me negara a responderte, o incluso ponerte un
poquito de atención? ¿Si tu pelaje duele por falta de amor y besos? Si te
abandonara completamente y dejara que tu corazón se rompa todo el
tiempo hasta que sintieras que podrías marchitarte y...

—¡B-IEN! —Mi Hel-Cat explotó desde el aire encima de mí y se estrelló


contra el suelo del armario con sus patas acolchadas, con la piel erizada,
la espalda arqueada, siseando—: ¡Estoy aquí! ¿Todo bien?

Caí de rodillas y extendí los brazos.

—Shaz, cariño, ¿qué está pasando? ¿Qué pasa? ¿Por qué me estás
evitando?

Se dejó caer sobre sus ancas y extendió sus patas alrededor de su


peludo vientre.

—¡Me estoy acostumbrando! —gruñó.

—¿Acostumbrando a qué? —pregunté, desconcertada.

—¡Me estas dejando! Solo otra vez. Te irás. ¡Todos se van!

Fruncí el ceño. ¿De dónde venía este miedo? ¿Qué había hecho para
hacerle pensar que podía dejarlo? Desde el día en que lo conocí, siempre
le habían gustado grandes porciones de tiempo a solas y, aunque a veces
era propenso a emociones vibrantes, casi paranoicas, nunca había
expresado tal preocupación. Por el contrario, parecía estar cada vez más
seguro, feliz, con nuestro hogar y nuestra relación. Hasta este reciente
incidente del maul.

—No seas tonto. Tú y yo, somos familia Shaz. La familia es para


siempre.

—No-oh —dijo truculentamente y las lágrimas comenzaron a fluir—. En


este planeta —resopló—, las familias casi nunca duran. Ellos mueren o te
dejan por alguien más.
—Las familias de otras personas tal vez. Nosotros no. Somos diferentes
y lo sabes. ¿Alguna vez te he dado alguna razón para dudar de mi amor
por ti? ¿Mi compromiso eterno?

Él gimió:

—¡Pero NO es eterno! Tú no lo eres. ¡Yo lo soy!

Parpadeé. Nunca lo había pensado de esa manera. ¿Era por eso que
se había obsesionado con encontrar una pareja? ¿Porque había
empezado a mirar hacia el futuro para un día en el que yo podría ya no
estar aquí?

Incluso yo no podía ver ese día. Nunca pienso en morir. Siempre estoy
demasiado ocupada viviendo.

—¿De eso se trata? Empezaste a pensar que un día moriré y...

—¡DETENTE! —Él presionó sus patas peludas en sus orejas—. No puedo


oírte, no puedo oírte, la, la, la, la —habló sin cesar, dejando de ponerme
atención.

Extendí la mano hacia él, arrastrando sus patas-clavadas-en-la-


alfombra-estoicamente-resistentes, en mis brazos y lo abracé con fuerza,
tratando de decidir cómo abordar esto.

En realidad, tratando de envolver mi propio cerebro alrededor de eso.

Yo era mortal. Él no lo era. Allí estaba.

Me golpeó como un ladrillo en el rostro. Nunca me había proyectado


en el futuro sobre este tema, tan firmemente enraizada en el presente que
me había vuelto corta de vista a futuro.

Los Hel-Cats podría ser asesinados —aunque no tenía ni idea de lo


que se necesitaba ni podía comprenderlo— pero, excluyendo la violencia
letal, Shazam viviría para siempre.

Yo era mortal y él no.


Tampoco lo era Ryodan.

O Mac.

O Barrons.

Ninguno de mi pandilla lo era.

Todos iban a vivir para siempre y yo estaría muerta —dada la


intensidad y la velocidad con que vivía mi vida— probablemente mucho
antes de una edad madura.

Cuando era adolescente, solía decir que no quería vivir lo suficiente


como para envejecer y arrugarme y desmoronarme, pero tuve dos
imágenes repentinamente horribles: yo viviendo hasta que fuera vieja y
arrugándome y cayendo a pedazos, pasando el rato con mis eternos,
amigos inmortales que iban a continuar para siempre teniendo aventuras
épicas y salvando el mundo, y yo muriendo mañana y dejando solo a
Shazam.

Él estaría perdido sin mí. Perdería la cabeza. ¿Quién se ocuparía de


él? ¿Quién sería capaz de manejarlo? ¿Quién lo amaría como yo? ¿Quién
entendería sus volubles estados de ánimo, sus decadentes depresiones, su
naturaleza ampulosa, sus emociones caleidoscópicas?

Dancer, con su frágil corazón, había rechazado el Elixir de la Vida de


la Reina Fae que habría sanado su órgano comprometido y otorgado la
inmortalidad al precio final de su alma. Murió una vez, cuando tenía ocho
años, había visto algo, había creído en algo y no había estado dispuesto a
sacrificar su alma inmortal.

La existencia de mi alma inmortal era discutible en lo que a mí


respecta. Además, si perdiera mi alma, me adaptaría. Siempre lo hago. La
adaptación es mi especialidad. Prácticamente inventé la palabra.

Quité las patas de Shazam de sus orejas, ignorando la explosión de


gemidos y siseos.
—Shazzy —dije con firmeza—. No voy a morir y dejarte. Lo prometo.

Gruñó entre hipeantes sollozos.

—¡No puedes hacer esa promesa!

—¿Conoces a Mac, verdad?

—Piensa que soy gordo y odia a los Hel-Cats —escupió.

—No lo hace. Ella me dará el elixir de la inmortalidad. Se lo pediré. —Y


si por algún motivo insondable, ella no lo hiciera o no pudiera, siempre
estaría Ryodan. O Lor, o cualquiera de los Nueve que tuviera que
engatusar, intimidar o seguir matando hasta que hicieran por mí lo que
hicieron por Dageus—. No moriré —dije con severidad.

Se revolvió en mi regazo y me miró con llorosos ojos violetas,


resoplando.

—¿Lo prometes?

—Lo prometo. No te dejaré solo. Jamás. Promesa de meñique.

—Promesa de meñique es todo —dijo, asombrado, parpadeando


para contener las lágrimas.

Le había enseñado bien.

—Lo es. Y estoy jurando con el dedo meñique en este momento.


Muéstrame uno de esos adorables dedos de los pies.

Levantó una pata y extendió una gorda, aterciopelada y acolchada


extremidad. Enganché el meñique de mi mano derecha alrededor de su
dedo del pie…

—Ese no. El otro —dijo impacientemente.

—Es negro. Explota a la gente.

—No a mí.
—¿Por qué es eso?

—Soy yo —dijo engreído—. Mejor, más inteligente, más.

Oh, sí, nos pertenecíamos el uno al otro, ego a ego, emoción a


emoción, Dios, ¡amaba a esta pequeña bestia! Riendo, enganché dedo a
dedo del pie y dije:

—Shazam O'Malley, juro solemnemente que voy amarte por siempre.

—¿Entonces nueve millones de días más? —exigió.

Sonriendo, terminé el voto que habíamos tomado hace mucho


tiempo, al otro lado de los Espejos.

—Aja. Porque ni siquiera por siempre será tiempo suficiente para


amarte.

—Me muero —dijo efusivamente, y cayó de espaldas, con las patas


en el aire, tirándose alegremente.

—Nunca te voy a dejar, mejor amigo. Puedes contar con ello.

Con los ojos brillantes, murmurando de satisfacción, me siguió al baño


y se dejó caer sobre el tocador para observar con interés mientras hacía
algo que raramente hacía.

Maquillarme.

Esta noche estaba usando una armadura. El vestido correcto, el


peinado adecuado, ojos ahumados y los labios carmesí de terciopelo.
Como no me atrevía a aparecer desnuda para luchar con Ryodan, iba en
la dirección opuesta: como la mujer impresionante, poderosa y sexy que
puedo ser si tengo ganas.

Suspirando, me puse a pensar en mi plancha, qué maldita pérdida de


tiempo, pero mi estado de ánimo parece imitar mi cabello. Cuando es una
nube salvaje, yo también y esta noche quería ser elegante y refinada. Se
necesita una inusual y gruesa savia de árbol que encontré en el otro lado
de los Espejos para alisar mi cabello. Traje conmigo una bolsa de cuero
con las cosas, pero ya casi se termina. No tengo idea de qué haré
entonces.

Mientras empezaba a maquillarme, un débil sonido en la ducha llamó


mi atención. En el espejo, observé la antena y la cabeza de una
cucaracha salir del desagüe. Nunca se sabe si una cucaracha es un simple
insecto nacido en la Tierra o parte del nefasto Papa Roach que solía pasar
el rato en Chester's, atacando a las camareras que habían permitido que
sus viles partes se escondieran debajo de su piel y comieran su grasa —la
versión de DCM de la liposucción— es decir, los trato a todos como el
enemigo.

Fingí no haberla visto hasta que se aclaró la rejilla, luego agarré una
lata de laca para el cabello, giré congelando el cuadro y la rocié con un
estallido nocivo, gruñendo:

—No en mi territorio, pequeña mierda.

La cucaracha siseó y me dio una violenta reacción de cuerpo entero,


ahogándose y chisporroteando mientras desaparecía por el desagüe.

No todas las pelirrojas lucen bien el rojo. Tiene que ser el tono
adecuado para nuestro color. Mi cabello es color cobre fuego, mi piel
blanca, y mi vestido esta noche era rojo sangre.

Mi brazo y clavícula todavía negros resultaron ser un desafío. Tenía


que mantenerlo cubierto, aunque, francamente, volar el culo de Ryodan
me atraía bastante en este momento y, oye, él siempre regresaba.
Aun así, he sido imprevisiblemente violenta una vez el día de hoy y
trato de limitarme a una vez en un período de veinticuatro horas.

Es decir, mi vestido tenía mangas de tres cuartos, se abrazaba a mi


cuerpo como una segunda piel, y el corte era tan bajo en la espalda que
el tatuaje en la base de mi columna que Ryodan me tatuó hace años
estaba hermosamente enmarcado, llamando la atención a ese sensual
hueco.

No soy vanidosa. Nunca seré femenina. Pero me gusta ser una mujer
de vez en cuando y estoy agradecida por el metro setenta y cinco
centímetros de carne y huesos fuertes que tienen una forma atractiva pero
delgada y femenina. Mi culo y piernas son mi mejor atributo,
poderosamente musculosas desde un movimiento sin fin. Después de
pegar mi cuello con cinta Gorilla porque el negro iba mejor que el
plateado con mi conjunto, deslicé mis pies descalzos en tacones de aguja
negros y diamantes de imitación, difuminé mis ojos ahumados por última
vez, recogí mi cabello en una elegante cola de caballo al estilo Lara Croft,
secos labios carmesí, y asentí para mí misma en el espejo. Debatí dejarme
el cabello suelto para cubrir la cinta —pero en una pelea, y ciertamente
esperaba una o diez— mi cabello suelto es un real dolor en el culo. Añadí
la última pieza: una gargantilla de ocho centímetros de brillantes
diamantes y cornalinas que ocultaban un garrote. Aunque odiaba que se
sintiera como un collar, cubría la cinta, sostenía un arma y se quitaba
fácilmente.

—Él no tiene ninguna posibilidad —murmulló Shazam.

—¿Él, quién?

—El que olí en nuestro colchón. Él está de vuelta. Lo olí antes en ti. Te
hace oler diferente cuando está cerca.

De acuerdo, eso era perturbador.

—¿Diferente cómo?
—Como el maul me hace oler.

De acuerdo, ESO era perturbador.

—No lo creo —gruñí.

Él se encogió de hombros.

—Lo negamos a nuestro propio riesgo...

—¿Qué? ¿Qué negamos a nuestro propio riesgo?

—El grito de la carne por la experiencia Dionisiaca.

Con los ojos entrecerrados, lo miré con desconfianza.

—¿Dónde escuchaste eso? ¿Eso es de algún documental que viste en


el cine o historia o algo así?

Se encogió de hombros otra vez.

—Es por eso que como. Mi carne llora mucho.

—Como en Dioniso. El Dios de las Bacantes. Vino y orgía —dije


rígidamente.

—Elegí uno de tus dioses, no los míos, es mejor que no te blufesqueés.

Santo cielo.

—¿Los Hel-Cats tienen dioses?

—La mayoría de las cosas lo hacen. Luce sospechosamente como


ellos.

Quería tener esta conversación. Shazam estaba de un humor


inusualmente lúcido. Los dioses eran un tema candente en mi plato. Y eran
las 8:01.

No quería a Ryodan en mi apartamento. Él tendría más tiempo para


mirar alrededor, copiar algo más.
—Por favor, estate aquí cuando regrese —le dije a Shazam—. Extraño
nuestros abrazos.

Su sonrisa fue instantánea, enorme, y se tragó su cabeza, todos los


colmillos y los labios delgados y negros, y estaba ese recordatorio evasivo y
persistente de algo que no podía volver a señalar. Shazam sonriendo me
hacía pensar en otra cosa, algo que una vez había visto pero que
aparentemente no había considerado lo suficientemente importante
como para archivarlo con una etiqueta ordenada.

—Yo también. —Saltó del tocador, caminó hacia el colchón, dio tres
vueltas rápidas y se dejó caer pesadamente sobre la cama—. ¿Podemos
volver a poner el colchón en alto? Me gusta allí.

—Tan pronto como regrese. Te veo, Shaz-ma-taz.

—También te veo, Yi-yi.

Tiré de los guantes de seda negros, tachonados con diamantes, que


terminaban donde empezaban mis mangas, agarré mi espada, la deslicé
a través de mi espalda, metí tres cuchillos en la funda del muslo y salí por la
puerta.
20
“Me enloqueces como nadie
más”.

B
ajé lentamente cuatro tramos de escaleras, no por mis tacones,
sino porque estuve abruptamente desbalanceada en el
momento en que cerré la puerta del Santuario y la cerré con
llave detrás de mí.

Ryodan estaba recogiéndome. Yo estaba usando un vestido. No tenía


ni maldita idea de a dónde íbamos o qué estábamos haciendo.

Fuera de control en todos los aspectos.

Durante dos largos años había sido dueña de la vacía Mega-vaina,


dominatriz de cada detalle. No había habido sorpresas. No había perdido
control de mis emociones ni una vez. Ni siquiera cuando maté a Bridget. No
me había desplomado en un charco de dolor y autodegradación, y había
querido hacerlo. Esa había sido una de mis cosas más difíciles de encerrar.
Había matado a otra inocente. Pero, sin importar lo que sucediera, seguí
adelante, estable y comprometida, haciendo lo que necesitaba ser
hecho, siendo lo que la gente necesitaba que fuera, y lidié con como
fuera que me fracturaba. Estaba orgullosa de mí por eso. Lo consideraba
una señal de mi madurez.

Aun así, unos pocos pensamientos de él camino a su club me habían


convertido en un frenesí de emoción incontrolable y me había vuelto un
tornado, girando vertiginosamente, mareándome incluso a mí.
Me detuve, me centré con una respiración kata, y solamente cuando
estuve recompuesta continué el descenso. No estaba a punto de repetir
mi volatilidad más temprana. Si él traía el beso a colación, lo desestimaría
como SPM10. Los hombres lo usan contra nosotras todo el tiempo. Si eso no
lo callaba, emplearía la excusa de “muerta de hambre”. Sabe cuán a
menudo necesito comer para funcionar al máximo rendimiento, me ha
visto inestable y febril.

Rodeé la última escalera, esperando encontrarlo estacionado afuera


en la Hummer.

Estaba esperando en la parte inferior de las escaleras, mano en el


poste de la escalera, mirando hacia arriba. Luciendo increíble. Alto,
oscuro, y el sabor preciso del peligro que encuentro tan adictivo. De pie allí
como si fuéramos a una cita o algo. Fui instantáneamente atacada por
emociones conflictivas.

Había soñado con verlo allí de pie, en algún lugar, en cualquier lugar
en mi mundo de nuevo. Y estaba tan malditamente enojada, no podía
procesar la complejidad de esto. Soy lo suficientemente inteligente para
saber que también puedo ser tan emocionalmente miope como el Señor
Magoo es corto de vista. Cuanto algo más me importa, menos entiendo
cómo me siento al respecto. Mac solía ayudarme con eso. Por enésima
vez, deseaba que estuviera aquí para hablar. La extrañaba tanto.

—Podrías haber esperado en el auto —dije monótonamente.

—Sé malditamente bien lo que puedo y no puedo hacer, y no uses la


voz de Jada conmigo. Vine a ver a Dani esta noche.

Ryodan es hermoso. No como Barrons, quien es hermoso de una


manera perfectamente imperfecta, mucho más animal que hombre. Ves
la bestia en Barrons primero. Tienes que buscarla en Ryodan, quien vierte
una piel impecablemente humana sobre su forma animal,
meticulosamente consciente de dónde está precisamente cada átomo

10 SPM: Síndrome premenstrual.


de su ser en relación con el mundo a su alrededor. Tiene una elevada y
absoluta conciencia que codicio y emulo. Es gracia líquida cuando se
mueve. Estoy malditamente cerca de ello. Lo he admirado desde el día en
que lo conocí. Solía estudiarlo cuando no estaba observándome. Una vez
pasé ocho infernales horas atrapada en su oficina, observando su oscura
cabeza inclinada sobre papeleo, absorbiendo cada detalle de su perfil,
intentando descifrar alguna manera de romper esa infernal calma y
gracia, hacer que ese controlado rostro explotara en incontrolable
emoción. Hacer que actuara como siempre me sentía alrededor de él.

No me había eludido que el primer hombre en captar mi mirada


después de que Dancer muriera —metro noventa y ciento ocho kilos, con
corto cabello oscuro— se pareciera a Ryodan. Hay dos tipos de hombres
que me atraen y son raros como el infierno: brillantes, sexys, llenos de
curiosidad, puros como un cielo abierto y fáciles de tratar; o brillantes,
sexys, inhumanamente fuertes, esculpidos por despiadada experiencia y
difíciles de manejar. Me gustan los extremos.

Ryodan era oscuro y elegante, su poderoso cuerpo vestido en un traje


Versace color carbón, una camisa sutilmente estampada, una corbata
blanca y negra que combinaba con sus ojos, anchos puños brillantes en su
muñeca, las puntas de intrincados tatuajes asomando por encima de su
blanco cuello almidonado, zapatos italianos oscuros. Era tan dicotómico
como su club, sofisticación en la superficie, bestia primitiva debajo. Su
mandíbula estaba cubierta de oscura barba incipiente y —inhalé
ligeramente— olía bien. No recordaba que oliera tan bien. La débil luz de
la única bombilla iluminando el vestíbulo detrás de él ensombrecía la
majestuosa estructura ósea de su rostro. Hombre primordial, pulido, un
dolor en el trasero que nunca falla en sacudirme. O hacerme sentir
dolorosamente viva. Lo deseo. Me vuelve completamente loca.

Sostuvo mi mirada un largo momento. Hermosa bajo cualquier


estándar, en cualquier siglo, en cualquier mundo, mujer, dijeron sus ojos.
Obligué a que mis ojos permanecieran inexpresivos. Aguas esmeraldas
poco profundas lamiendo suavemente una orilla. No un tsunami fuera de
control.

Mientras comenzaba a descender el último tramo, dijo:

»¿Qué extrañaste más de mí, Dani?

¿Aparte de esa oscura voz aterciopelada exóticamente acentuada,


su clara forma de verme sin filtro; su habilidad de volver mi cerebro más
activo; sus interminables desafíos; y cómo siempre parece entender qué
estaba sintiendo, incluso cuando yo no lo sabía?

—Inteligente —dije fríamente—. “Más” implica que extrañé muchas


cosas. No pensé en ti en absoluto.

—Tienes que dejar de encerrar las cosas que te perturban.

Entrecerré mis ojos.

—Cómo organizo mi cerebro no es asunto tuyo.

—Lo es cuando soy el receptor del caos resultante.

—No tengo idea de qué estás hablando.

—Cuando te niegas a pensar en un problema, permanece igual,


precisamente en el mismo estado en el que lo guardaste.

—Precisamente el punto de encerrarlo. El problema muere. Ya no


puede afectarte. Es una táctica malditamente efectiva.

—A corto plazo, sí. A largo plazo, una receta para el desastre. La


próxima vez que te encuentres con lo que desencadena los sentimientos
que encerraste, eres emboscada por emoción reprimida y no resuelta.

—Tu punto me elude —le dije rígidamente. No lo hacía. Solo no me


gustaba. Nadie nunca descubría mis mentiras. Me había acostumbrado a
eso. Había extrañado eso de él. Incluso cuando me molestaba su lógica
por ser tan malditamente lógica.

—Si hubieras pensado en mí mientras estaba lejos, no habrías sido una


perfecta tormenta de oposición de deseos en Chester’s esta mañana.

Verdad. No estaba a punto de admitir eso.

—No tenía nada que ver contigo. Tenía SPM y estaba hambrienta.

Sonrió débilmente.

—Ya veo. Entonces, así vamos a jugar esto. ¿Sin ropa interior o tanga?

Mi rostro se retorció en una mueca instantánea.

—¿Qué?

Se rio.

—Ah, Dani, esa es una de las muchas cosas que extrañé sobre ti.
Cuando tus ojos destellan, tu piel se sonroja, y eres incluso más
jodidamente hermosa. Solía imaginar tu rostro mientras no estaba, cuando
estabas en una de tus diatribas, acechando, feroz, e irascible. Lo extrañé.
Dime algo que extrañaste de mí. Debo haberme escapado de tu caja de
vez en cuando.

Le dirigí una mirada pétrea. ¿Había imaginado mi rostro mientras se


había ido? ¿Entonces por qué no había llamado? No era una mujer que
iba a ser ablandada con unas palabras bonitas después de dos
interminables malditos años de silencio. Dos años en los cuales me había
demostrado precisamente cuán poco significaba para él.

Mientras me acercaba al final de la escalera, dijo:

»Necesitamos algunas reglas.

—No hago reglas. —No era verdad. Tenía un elaborado conjunto


propio—. Y ciertamente no las tuyas.
—Nuestras —corrigió—. De mutuo acuerdo. Regla número seis…

—¿Cuáles son las reglas uno al cinco? ¿Tengo la oportunidad de


inventarlas? —Tenía una lista preparada.

—Ya llegaremos a esas. Simplemente estaba enfatizando el punto de


que esta regla en particular no es la más importante entre nosotros. La
próxima vez…

—Y, por supuesto, eres quien decide qué es lo más importante.

—… que necesites liberar tensiones, dilo. Tengo un gimnasio


totalmente equipado en Chester’s…

—Nivel siete. Ring de boxeo, cada arma imaginable. Exploté todos tus
sacos de boxeo. También agarré tus armas. Oh, y esos geniales guantes de
cuero tachonados con las cuchillas empotradas.

—… donde podemos enguantarnos y entrenar, pequeña fisgona. En


privado.

Me estaba enojando de nuevo. Ve a través de mí. Tenía razón y eso


me enojaba aún más. Ponerlo en un compartimiento mental me había
dejado, de hecho, desprevenida para su regreso. Él estaba aquí ahora,
pero yo todavía estaba atrapada dos años atrás, en un cementerio, herida
y enojada, con dos años adicionales de dolor y enojo acumulados en la
parte superior. Necesitaba abordar eso rápidamente, y la actividad física
siempre me ayuda a pensar.

—Bien. Vayamos ahora.

—¿Y renunciar a una noche contigo en ese vestido? De ninguna


manera. Tendremos nuestra cita primero.

—Personas como tú y yo, y uso ese término ligeramente en referencia


a ti, no tienen citas. Y regla, definición: algo que no rompes y ciertamente
no la primera vez fuera del portal. Claramente, nadie más que tú puede
invocar las reglas. Típico. Siempre eres el único que tiene permitido tomar
las decisiones.

—Ah, y ahora finalmente estamos llegando a tu punto —murmuró.

Descendí el último escalón.

—No, no estamos. Y es sin ropa interior. La fricción es una perra


cuando congelo el cuadro. Nada aquí debajo excepto piel, cariño.

Su risa fue suave, ronca, y peligrosa.

—Batalla comprometida. Nena.

Cruda corriente se arqueó entre nosotros cuando pasé junto a él.


Canalicé esa energía en una poderosa zancada con pasos largos afuera,
sintiendo su mirada quemar mi trasero todo el camino hasta el auto.

Y eso también me enfadaba. No que estuviera mirando mi trasero.


Debería estar haciéndolo. Lucía fenomenal. El auto. Era un Ferrari negro
mate. Elegante, sexy. Material de cita.

—¿Qué le pasa a la Hummer? —exigí.

—Lucirías como una de esas mujeres subiendo la escalera en


Chester’s tratando de subirte en esa.

Tenía un punto.

—Mis manos no están rotas —dije cuando me ganó en llegar al auto


en ese deslizamiento inhumano suyo y abrió la puerta para mí.

—Ah, por el amor de Dios, Dani, disfruta de la noche. Es una hermosa.


El cielo es aterciopelado, claro. Mira todas esas malditas estrellas.

Sus palabras fueron suaves, moduladas como siempre, pero cerró la


puerta de un portazo antes de ir con paso airado hacia el lado del
conductor.
Sonreí débilmente mientras inclinaba mi rostro hacia arriba y echaba
un vistazo a través del parabrisas hacia un cielo cobalto, ni una nube de
lluvia a la vista, ni una voluta de niebla, solo estrellas brillando como
diamantes sobre terciopelo oscuro. Le había sacado un portazo. Un paso
airado. Tensión intensificándose en su cuerpo mientras pasaba por los faros
del auto. La vida era buena.

Cuando se deslizó detrás del volante y encendió el auto, el profundo y


sexy ronroneo del motor fue ahogado por una repentina ráfaga de música
que perforaba los oídos, especialmente para alguien que escucha tan
bien como yo. El bajo era tan fuerte que casi me hizo vibrar fuera del
asiento.

Conocía esa canción. Me encantaba esa canción.

La había bailado. Un montón. Me sonrojé.

Heart. La línea actualmente resonando: Lancé mi hechizo de amor


sobre ti, una mujer de un niño.

Hombre Mágico.

Fruncí el ceño atronadoramente, haciendo puños mis manos. Ryodan


y sus malditos hechizos. ¿Era eso lo que me había hecho? ¿Era por eso que
siempre estaba tan malditamente confundida cerca de él? ¿Porque no lo
amaba realmente, él solo me había hecho pensar que lo hacía? Fruncí el
ceño. Espera, ¿qué?

No iba a mirarlo para nada ahora. Miré al frente.

—Me gusta alto —dijo mientras bajaba el volumen—. Una de mis


canciones favoritas.

No tenía permitido que fuera una de sus canciones favoritas. Era la


mía. Todavía mirando hacia adelante, dije entre dientes apretados:

—¿Cuán constantemente me observaba ese hombre de las cavernas


tuyo?
—¿Por qué?

Con los dientes apretados, escupí:

—Hombre Mágico. Bailaba eso. Mucho. Como, desnuda. Frente a una


pared de ventanas. En lo alto donde no esperas que personas o no-
personas estén merodeando en los tejados, espiándote sin tu
conocimiento o consentimiento. ¿Cuán constantemente?

Ryodan estuvo en silencio durante un largo momento. Luego,


firmemente:

—Ese hijo de perra no dijo nada sobre que bailaras.

Le lance una mirada. Las palabras habían salido guturales, pesadas.


Colmillos completamente distendidos, era él quien ahora miraba hacia
adelante. Con las manos tan apretadas en el volante que sus nudillos
estaban blancos. Después de un largo momento, dijo con voz ronca:

»Lor no se habría quedado para mirar.

—No puedes saberlo.

—Puedo. Puede que te haya visto comenzar. Pero te lo aseguro, no se


quedó.

Entrecerré mis ojos, estudiándolo. Estaba empleando una de mis


tácticas, relajando sus dedos de uno a la vez, modificando su respiración,
obligándose a recuperar el control, colmillos retrayéndose lentamente.
Imitador.

—¿Qué te hace estar tan seguro?

—Puede que caminemos como humanos. Pero somos mucho más


bestia que hombre.

—¿Tu punto?
No dijo nada durante tanto tiempo, que estuve a punto de
descartarla como otra pregunta que el gran Ryodan nunca se dignaría a
responder.

—El sexo es la mayor hambre de la bestia —dijo finalmente—. Más que


la sangre. Más que incluso guerra. Es su mayor obsesión y también es la
cosa capaz de afectarlo más profundamente.

—Nivel cuatro. Sexo para el desayuno.

Inclinó su cabeza.

—Si Lor se hubiera quedado, su bestia habría tomado el control.

—¿Y qué? No habría hecho nada con él.

—El consentimiento no hubiera importado. No eres tan poderosa


como él. Como nosotros.

Me ericé ante el recordatorio. Era sumamente consciente de eso,


cada maldito momento de cada maldito día.

—Me estás diciendo que Lor, mi Lor, quien siempre es bueno conmigo,
habría… —me interrumpí—. Yo habría usado su propio club contra él. Lor y
yo, no nos sentimos así respecto al otro.

—Lor primero es bestia. Todos los somos. Nunca olvides eso. Nunca lo
subestimes. Tenemos nuestros límites. Hacemos lo que debemos para lograr
esos límites y minimizar las repercusiones. A excepción de Barrons, ninguno
de nosotros permitimos que la bestia corra salvaje. Hace cosas que no
queremos que haga. Con consecuencias mortales. Por lo tanto, en el
momento en que comenzabas a desnudarte, Lor se habría ido. Te aprecia.
Te protege. Te llama su pequeño cariño.

—¿Me estás diciendo que los Nueve no pueden ver a una mujer
desnuda sin convertirse en una bestia y agredirlas? Eso es patético. ¿Qué
tipo de superhéroe tiene ese tipo de problema?
Hizo un ruido de risa ahogada.

—Ah, Dani, solo tú nos llamarías patéticos. Los superhéroes luchan


constantemente contra una oscuridad interior, un hambre para desechar
todas las cadenas. Se necesitó a Christian Bale para darnos a un auténtico
Batman. Era el maldito momento para que el mundo prestara atención y
nos diera una versión cruda y complicada del Murciélago que podía
defender las cosas que importaban, no el maldito uso de cinturones de
seguridad, hacer tus deberes, y comer tus jodidas verduras. Los
campeones no surgen de infancias felices. Explotan de infancias torturadas
con una racha oscura de un kilómetro que han aprendido a usar para el
bien. Los superhéroes no son perfectos y generalmente son su peor
enemigo. Sí, podemos ver mujeres desnudas. Se necesita la adición de un
extremo para soltar a la bestia.

Parpadeé, intentando entender su visión de Batman. No estaba


medio mal. Moría por debatirlo, diseccionar detalles. ¿Leía o no leía
cómics?

—Extremo, mi trasero. No estaba haciendo nada sexual. Solo estaba


bailando.

—Eres un extremo. Y te he visto bailar. Es sexual. Descaradamente.


Gráficamente. Una jodida bandera roja para un toro. Presta atención a la
advertencia. Nunca bailes desnuda frente a mí. A menos que tengas
intención de llevarlo a cabo. Todo el camino. Y es un largo e ilegal camino.

—No estaba planeando hacerlo —espeté. A veces soy demasiado


visual. Tenía una vívida imagen en mi cabeza de hacer eso ahora. Había,
de hecho, imaginado hacer precisamente eso mientras bailaba Hombre
Mágico en mi apartamento durante los últimos dos años. Aturdirlo,
deslumbrarlo, hacer que perdiera el control y me jurara su amor eterno.
Satisfacer anhelos que había guardado cuidadosamente al momento en
que salí airada, exhausta, desde el piso de mi sala de estar. Así era cómo
había aprendido a desahogarme cuando el sexo con hombres humanos
no había funcio-nado. Volcaba mis dolores, mis sueños, en una pista de
baile privada, en lugar de acostarme con un extraño. Vivía de mis fantasías
más salvajes, desnuda y sola. De la misma manera en que vivía mi vida.

Todavía me parecía muy sospechoso que hubiera estado


escuchando mi canción, y se lo dije.

—Por el amor de Dios, Dani, no es tu canción. Me gusta Heart. Son dos


dinámicas y sexys mujeres.

Mis cejas se alzaron hasta mi frente.

—¿Conoces a Heart? ¿Las has conocido?

—Solían venir al club a veces, tiempo atrás. ¿De quién crees que
habla Hombre Mágico?

Me quedé boquiabierta.

—De ninguna manera. Tus ojos son plateados.

—Lor.

—Sus ojos son verdes, no azules. Y leí una entrevista en Rolling Stone
donde decía que era sobre Mike Fisher.

—Protegiendo la identidad de Lor.

—Ella es morena.

—Ocasionalmente, rompe su propia regla. Ann Wilson era una mujer


por la que valía romperla. También tuvo algo con Joan Jett por un tiempo.

—En serio. ¿Hombre Mágico es sobre Lor?

Con una pizca de irritación, dijo:

—Según él, sí. Dice que también lo es Loca por Ti. Fue difícil vivir con él
por un tiempo. Eso fue cuando pasaba el rato con los Kinks.
—Santo Salón de la Fama, ¡Lor fue inmortalizado en rock and roll
clásico! —No pude evitar la nota de envidia en mi voz. Está bien, envidia
goteaba liberalmente de cada palabra. Pero, Cristo, ¡qué tributo! Quiero
decir, seguro que era solo sobre cuán bueno era en la cama, pero ¡la
música vivía para siempre!

Ryodan rio suavemente.

—Ah, Polvo de Estrellas, no tengo duda de que serás inmortalizada de


maneras mucho más importantes.

Me puse rígida.

—¿Por qué me llamaste así? —Así solía llamarme mi mamá, una vida
atrás, durante el breve momento en que me había amado.

—Parece apropiado. Cuéntame el estado del mundo en pocas


palabras.

Lo había hecho de nuevo, cambiado el asunto tan rápidamente que


perdí el hilo un momento, tratando de cambiar de marcha.

—Estoy segura de que Lor te puso al día —dije firmemente. Se había


ido por dos años y no había sabido nada de él en absoluto. Pero él había
estado recibiendo constantes actualizaciones sobre mí.

—Tampoco supe nada de tu vida. Quedó a cargo de mantenerte


viva, nada más, y aunque me puso al día cuando volví, su mente no es la
tuya. Quiero el análisis de Mega-cerebro.

Sonreí. Ya que lo ponía de esa manera.

—Estamos al borde de nuestra gran guerra hasta el momento. Si Mac


no logra ganar la lealtad de la corte Fae, si tienen éxito en matarla, y no
necesitan la espada para hacerlo, encerrarla en la prisión Unseelie
eventualmente la mataría también, una vez que se adueñen de su poder
también nos erradicarán de la faz de este planeta o nos esclavizarán. Si la
han encerrado en la prisión de Unseelie como Cruce hizo con Aoibheal,
cada momento que perdemos podría estar acercándola un paso más a la
muerte. —Ese era un miedo que me mantenía despierta por las noches:
Mac en problemas, necesitándome y, por respeto ciego a sus deseos, no
estaba haciendo nada. Dos años de silencio se habían convertido en una
preocupación persistente que roía en la boca de mi estómago.

—¿No has tenido noticias de Mac? —Sonaba sorprendido.

—Ni una palabra desde que te fuiste.

Maldijo en voz baja.

—Cristo, ella dijo que se mantendría en contacto. ¿Qué hay de


Rainey? Sé que la ves. ¿Ha tenido noticias de su hija?

—Dejé de preguntarle hace casi un año. Le molestaba. Sospecho


que, si hubiera tenido noticias, me lo habría dicho.

—¿Alguna teoría sobre a dónde fue la librería?

Le ofrecí cinco:

—Mac y Barrons la movieron por alguna razón. Alguien más la tomó. El


interior de los Espejos Plateados fue cambiado por la Canción y devorado
por un reino Fae. Un AFI la devoró y siguió adelante. —No pude resistir la
tentación de agregar una teoría de Douglas Adams—: Básicamente, se
hartó de estar donde estaba.

—Iras Celestiales.

—Me encantó ese libro.

—El aeropuerto que estalló.

Asentí. Ryodan leía libros. Del tipo que me gustaban.

—Creo que podemos descartar esa.

—Estoy de acuerdo con eso.


De repente, se sintió como en los viejos tiempos. Bromas ligeras,
camaradería fácil.

—¿Examinarás la escena mañana, Robin? —dije suavemente.

Me miró duramente.

—Como si fuera a usar ese traje. Sherlock. La versión de BBC.

Mis ojos se entrecerraron.

—No soy tan Watson.

—Te había etiquetado más como “esa mujer”.

Estuve a punto de pavonearme. Esa mujer era malvada; sexy y letal y


una de las pocas que alguna vez le hizo competencia al detective épico.
Ella había irrumpido en conflicto con el penúltimo cerebro deductivo que
vestía el traje de batalla más atrevido y formidable de todos, desnudez, de
la cual no había podido extraer ni una sola pista sobre ella o sus
intenciones. Mi casi pavoneo se convirtió en un ceño fruncido mientras
consideraba el resto de su historia.

—De ninguna manera. Sherlock rompió su código. Tú eres “esa mujer”

—Sherlock rompió su código porque ella se negó a admitir que lo


deseaba. Si hubiera sido sincera al respecto, si hubiera actuado en
consecuencia, habría habido un código diferente, uno que no podría
haber sido capaz de romper. En lugar de “ser un perro policía”, hubiera
sido sabiamente absurdo e indescifrable.

Que tuviera un punto válido me molestaba aún más.

—¿Tu punto es que, si follaba con él, podría haber estado pensando
con más claridad? ¿Sabes lo insultante que es eso?

—Si el zapato te queda.

—Sugieres que el no follar contigo me vuelve estúpida.


—No es exactamente lo que estaba diciendo —dijo secamente.

—No afectas ni debilitas de ninguna manera alguna célula de mi


magnífico cerebro.

—Simplemente observando que negamos, bajo nuestro propio riesgo,


lo que deseamos.

Sus palabras fueron inquietantemente similares a las que Shazam


había dicho antes de que yo hubiera dejado el apartamento.

—Yo. No. Soy. Esa. Mujer.

—Toqué un nervio, ¿verdad?

—Y si lo fuera, tengo todo el maldito derecho a serlo. Sherlock ni


siquiera hubiera respondido ni uno solo de sus malditos mensajes de textos.
Ni uno solo. —Y el tono de alerta que ella había programado en su
teléfono para sus textos debería haberlo derretido, al menos de la cintura
para abajo.

—¿Me estoy perdiendo de algo? ¿Me enviaste un mensaje de texto?

No estaba lista para esta discusión.

—Tu sincronización apesta.

—El tiempo siempre ha sido el problema con nosotros.

—¿Me estoy perdiendo algo? —me burlé—. ¿Me enviaste un mensaje


de texto? Yo no soy la que se fue. La persona que se va asume la
responsabilidad. Punto. —Dios, sonaba justo como Dancer, cuando final-
mente había regresado de la Mansión Blanca con Christian. Pensé, Amor
mío, lo siento, lo entiendo ahora. Lo entiendo con creces.

—No soy el único que nunca llamó. Tenías un teléfono. No llamaste ni


una vez. Solo estabas ahí fuera haciendo… —terminó la frase abrupta-
mente.
—¿Qué? ¿Qué estaba haciendo que quieres arrojarlo a mi rostro?
Porque no lo estaba pasando muy bien, puedo decir eso.

—Define “muy bien”

—Jódete, Ryodan. —Y aquí estábamos otra vez. No creo que alguna


vez le haya dicho esas palabras a Dancer. Nunca sentí la necesidad.

—No hay razón para no hacerlo. Estoy aquí. Estás aquí. Ambos
queremos hacerlo.

Lo miré boquiabierta. Cristo, simplemente lo había puesto sobre la


mesa sin rodeos.

»¿Crees que no lo pondría sobre la mesa sin rodeos?

Dije con dulzura acida:

—Más bien pensaba que tratarías de ponerlo sobre un escritorio. ¿No


es ahí donde usualmente lo pones?

Se estremeció imperceptiblemente y lamenté las palabras al instante.

Jo.

Como llamado desde una tumba, su fantasma estaba allí, parado


entre nosotros. Casi podía verla sacudiendo la cabeza con tristeza, dicién-
dome que Ryodan era un buen hombre y que yo no lo estaba viendo con
claridad. Su lápida se alzaba en el aire, una sólida pared de concreto que
me separaba de él. El calor de las insinuaciones murió y su mirada se cerró.

—Para Mac fue difícil cargar eso —dijo—. Supongo que para mí
también.

Me quedé boquiabierta de nuevo, parecía que era todo lo que


estaba haciendo esta noche.

—¿Mac se comió a Jo? —prácticamente grité.

—Cuando estaba poseída por el Sinsar Dubh.


Me dolía por ella, entendiendo demasiado bien el dolor que ella
sentía. Bridget, todos los demás, mis fantasmas por el resto de mi vida.

—¿Por qué maldito infierno nadie me dijo? ¿Por qué soy siempre la
última en saber las cosas?

—Estoy haciendo todo lo posible para asegurarme de que no lo


hagas —cortó, aclarando su punto.

Ryodan me deseaba. Y él no iba a ocultar ese hecho. ¿Qué


pensaba? ¿Que simplemente podría regresar cuando creciera, tener sexo
conmigo, luego un día pasearse y decirme que se iba a ir de nuevo?

—Cuando te follas a un hombre —dije con veneno silencioso—, le


estás dando un maldito regalo.

Se quedó inmóvil, esperando. Cuando no continué, me incitó, con


ojos brillantes

—Vamos, Dani, dilo. Sabes que quieres hacerlo. Te estás muriendo de


ganas. Arrójame ese jodido guante.

—Tú. No. Me. Mereces —dije con helada satisfacción.

Sonrió con una luz indescifrable y feroz en sus ojos. El bastardo


realmente sonrió. ¿Quién hace eso cuando lo insultas? Luego cambió
completamente el tema.

—Nadie te lo dijo porque tenías muchos problemas en ese momento.


—No dijo una palabra sobre Dancer, pero no tuvo que hacerlo porque, al
instante, otro fantasma apareció transparente entre nosotros.

Dancer. Jo. Los bucles de niebla curvándose sobre sus cuerpos


transparentes, perdidos para siempre para nosotros.

Tanta pérdida

No estaba de humor para nada más.


Me refiero a todas las cosas que se quedan.

Mi ciudad. Mi gente que me necesita. Shazam. Kat. Enyo. Los que no


se van arrancando en largas caminatas sin ti, sin decir una palabra.

Me aparté de Ryodan y cambié por completo el tema.

—¿Has tenido noticias de Barrons?

No dijo nada por un largo rato y me sentí perversamente complacida


de verlo teniendo dificultades para cambiar la velocidad como lo había
estado haciendo. Entonces:

—Ni una palabra en dos malditos años. No tengo ni jodida idea de


dónde está.

Lo miré, sorprendida. ¿Había estado tan desconectado de noticias


suyas como yo? ¿No sabía dónde estaba Barrons? Había imaginado a
Ryodan sentado en algún lugar, recibiendo actualizaciones constantes de
todos. En control como siempre, monitoreando el mundo. ¿Dónde
demonios había estado?

»¿Algo más, Dani?

—Los viejos dioses están de regreso. No tengo idea de cuántos o


quiénes. Los humanos están secuestrando a adultos, paralizándolos y
llevándolos a través de espejos a un lugar desconocido por razones
desconocidas. —Él había dicho la versión “en pocas palabras”, así que lo
mantendría breve.

—Mientras rescatas a los niños que quedan atrás —murmuró—.


Consiguiendo que se instalen en nuevas casas. Lor me dijo esa parte.

—¿Dónde estaba Lor observándome cuando AOZ y Jayne intentaron


tomar mi espada?

—Al otro lado de la calle. No podía escuchar una maldita palabra de


la conversación. Ponme al tanto.
Le di un resumen, omitiendo la parte del deseo porque era asunto
mío, no de él, y todavía estaba tratando de descubrir qué deseo había
decidido conceder AOZ que aún no me había mordido el trasero.

—El rumor es que Jayne está siendo perseguido —me dijo Ryodan
cuando había terminado—, los Fae pusieron un alto precio a su cabeza.
No lo había visto en mucho tiempo hasta que apareció en tu
apartamento. Algunos dicen que fue a esconderse profundamente con su
familia mortal, tratando de protegerlos. Tal vez él quería tu espada para
Mac, tal vez para él mismo.

—¿Qué dice Lor sobre los Fae? —A pesar de su afirmación de que no


estaba teniendo sexo, no tenía ninguna duda de que había estado en
Elyreum, incapaz de resistir una fiesta o seducir a las rubias con su encanto
mortal de hombre de las cavernas.

Ryodan me miró con expresión sombría.

—Mac nos dio el mismo mandato que te dio: ninguna interferencia.


Obedecimos. No ha estado dentro de Elyreum, y por lo que dice, los Fae
no salen.

—¿Los Nueve obedecieron a Mac? —dije con incredulidad.

—Barrons. Maldito protector.

Me reí suavemente.

—Oh, cómo debe irritar eso.

—Es por eso que —dijo, cuando finalmente nos alejamos de la acera y
comenzamos a conducir a través de Dublín—, dos años después, no
sabemos nada sobre nuestro enemigo. Según Lor, esos humanos que
ingresan al club están manipulados. Interrogó a algunos y dijeron que no
estaban dispuestos o no podían hablar de lo que habían visto. Su mandato
debería haber venido con una fecha de vencimiento. No fue así. Ahora
que falta la librería, junto con Mac y Barrons, vamos a aplicar una fecha de
vencimiento. Esta noche.
Seguramente, no quiso decir…

—¿A dónde me llevas?

Me mostró una sonrisa lobuna, toda dientes y hambre.

—Elyreum.

¡Sí! ¡La adrenalina golpeó mi corazón! Esta no era una cita. Era una
misión. Había estado adolorida por hacer esto por una pequeña
eternidad. Muriendo por acechar su club y sacudir su mundo. Que esos
bastardos sepan que estábamos observando y esperando, y que no había
terminado.

—Te das cuenta, estoy llevando la espada que todos quieren.

—Maldito infierno, sí, lo hago —dijo, con deleite indiscutible.

Condujimos en silencio por un tiempo y volvió a subirle a la música


justo cuando Miley Cyrus estaba cantando. No te atrevas a decir, que solo
me alejé. Siempre te querré.

Wrecking Ball. A menudo me sentía como una. Su gusto por la música


estaba comenzando a volverme loca. Quería saber si estábamos
escuchando la pequeña estación local administrada por voluntarios o un
iPod que había cargado con opciones personales. Quería saber si él
estaba, como, enviándome mensajes subliminales. Simplemente se había
alejado. Punto. Fin del tema. Ninguna letra de canción podría cambiar
eso.

No hubo interrupción comercial cuando la canción terminó, pero eso


no era una revelación; ya nadie hace publicidad. Sigo esperando que
aparezca una especie de estación de radio renegada que ofrezca tanto
música como comentarios sociales mordaces, pero ninguna lo hace.
Empezaría una yo misma si tuviera más tiempo, pero ya no puedo hacer
muchas de las cosas que me gustaría hacer. Tengo un gusto asombroso en
música, recorre toda la gama, producto de ver interminables programas
de televisión descontinuados y con frecuencia retro.
Foxy, Foxy de Rob Zombie era la siguiente. Ryodan apagó la radio y
estacionó el Ferrari a media cuadra de la calle de Elyreum.

Eché un vistazo al club y le dije algo que nunca pensé que me iba a
escuchar decir:

—Ryodan, ¿lo pensaste bien?

Él se rio, y perdí la respiración por un momento, mirándolo.

—¿Qué diversión habría en eso?

—¿Te das cuenta de que podríamos comenzar una guerra?

Se encontró con mi mirada y la sostuvo.

—¿No crees que es hora de que lo liberemos todo? ¿Ver qué


demonios sale de eso?

Entrecerré los ojos, sin perder su mensaje dual, pero tampoco iba a
hacerle frente.

—¿Ganancia potencial?

—Nada ha sucedido en dos largos años, ¿o sí? Quiero decir, nada


con una verdadera trascendencia. Has cambiado. El mundo ha
cambiado. Pero ninguna cosa sangrienta ni significativa ha resultado.
Pasas por esta ciudad, tocando todo. Y nada. Y nada te toca. No haces
nada que pueda alterarte de manera cataclísmica o el curso del mundo.
¿Cuán malditamente harta de eso estás?

Estaba hablando mi idioma. Pero entonces, siempre lo hacía.

»Podemos sentarnos en nuestras manos y esperar sin parar, solo para


descubrir que esperamos demasiado y no nos gusta el resultado. O bien
podemos moldear bien ese resultado. Quizás Mac y Barrons necesiten
ayuda. Quizás nos necesitan para crear una distracción, ser una pieza
clave, cambiar las cosas en sus cabezas, forzar la mano de la corte Fae. Tú
y yo, Dani, somos buenos en eso.
Podía saborear el peligro en mis labios mientras encontraba su salvaje
y feroz sonrisa con una de las mías.

—¿Objetivos? —dije sin aliento.

—Determinar hasta qué punto han cambiado los Fae, contra qué nos
enfrentamos. Descubrir dónde en el maldito infierno están Mac y Barrons.
Los Fae son tan arrogantes como inmortales. Si tienen la sartén por el
mango, si de alguna manera han capturado a Mac y Barrons, no serán
capaces de resistir el refregarlo en nuestros rostros. Es simple: si están
desesperados por tu espada, sabremos que todavía está viva.

Inhalé bruscamente. Esto era lo que había estado esperando. Apoyo.


Alguien para romper las malditas reglas conmigo, porque ni siquiera yo soy
un arma lo suficientemente formidable contra una raza entera de
inmortales. Aunque había habido muchas noches en que prácticamente
me había convencido de que lo era.

—Estoy dentro como Flynn —dije fervientemente.

Me mostró una sonrisa lenta y sexy.

—Primero, cuéntame que extrañaste de mí.

Puse los ojos en blanco.

—Te lo dije, no pensé en ti.

—Nunca escapé de tu caja. Ni una sola vez.

—Seguro.

—Bien. Te diré lo que extrañé de ti.

—No pregunté y no quiero saber.

—Extrañé la forma en que funciona tu mente. Cómo estás dispuesta a


tomar las decisiones difíciles que pocas personas están dispuestas a
enfrentar, las que le cuestan una parte de tu alma. Cómo no vacilas al
actuar en base a esas decisiones, a pesar de su precio, y cada vez que
llegas a un punto crítico, se te ocurre una nueva forma de reconstruirte.
Cómo nunca dejas de preocuparte, sin importar qué tan mal te trate el
mundo, y maldito infierno, este mundo te ha tratado de forma
abominable. Cómo, a pesar de la guerra que libras eternamente entre tu
cerebro y tu corazón, posees lo mejor de ambos, intelecto y emoción,
como jamás lo vi. Me deslumbras, Dani O'Malley. Malditamente
jodidamente me deslumbras. ¿Arriba o abajo?

No entendí su pregunta al principio. Estaba demasiado distraída por


los cumplidos. Él veía lo mejor de mí, las cosas de las que estaba orgullosa.
¿Halaga mi apariencia? No tan halagada. Nací en mi cuerpo. ¿Alaba mi
cerebro, mi espíritu? Me derrito. He trabajado duro con ambos. Entonces
mi rostro se arrugó en un ceño fruncido y casi exploté, ¿Qué? pero me lo
tragué en el último segundo. No iba a enviar a Ryodan una invitación para
continuar con ese tema.

Él lo tomó de todos modos.

»Concretamente, ¿todavía necesitarías estamparte sobre mí y


descargar esa interminable pasión tuya en una follada dura y salvaje o has
crecido lo suficiente como para poder recostarte en mi cama y permitirme
dar, mientras solo recibes? Quién sabe, tal vez incluso me arrojarías algunas
sugerencias mientras estuviera en eso. Exigir lo que querías. Me gustaría
eso. Dani O'Malley tomando para variar, pensando solo en ella.

Estaba teniendo dificultades para respirar. Sugerencias. Como si fuera


necesario. Había visto a Ryodan en acción. El hombre no necesitaba
sugerencias.

»Vamos a limitarnos solo a esas dos en este momento. Pasaremos a


otras posiciones más tarde. Aunque admito un gran interés sobre el tema
de mí detrás de ti, versus tú contra la pared, con esas largas, hermosas y
poderosas piernas envueltas alrededor de mi cintura.
Por detrás. Primero. Agarré mi espada, abrí la puerta de un empujón,
me alejé pisando fuerte y me volteé para mirarlo, usando sus propias
palabras contra él, desde hace mucho tiempo.

—Algunos secretos, niño —silbé con empalagosa malicia—, solo


aprendes participando.

Echó la cabeza hacia atrás y se rio, con dientes blancos resplande-


cientes y ojos brillantes.

Cerré mis ojos, manteniendo fuera la visión que, eterna e incesante-


mente, había escapaba de mi mente.

Ryodan. Riendo.

Esa era una de las cosas que más extrañaba de él. Los raros
momentos en que lo sorprendía con una risa. Vislumbraba alegría pura
ardiendo en sus ojos.

Definitivamente prefiero arriba. Pero no era de su incumbencia.


Cuando dejó de reírse, abrí los ojos otra vez.

—Lamentable —dijo—. De las dos, arriba también es mi preferencia.

—Mantente fuera de mi cabeza. —Si hubiera pensado tanto en mí,


debería haber llamado.

—Tendremos que luchar por esto. Ver quién gana.

Una imagen de Ryodan y de mí, desnudos, resbaladizos por el sudor y


llevados por la lujuria, luchando por la posición dominante, se estrelló
contra mi cerebro, aturdiéndome por un momento.

—En tus sueños. —Mientras salía del auto, me concentré en cerrar la


puerta suavemente. Si le daba un portazo, sabría cuánto acaba de llegar
a mí.
La ventana se hizo añicos, el vidrio tintineó en el pavimento a mis pies.
Suspiré. La desconexión cerebro/mano claramente era una de mis reglas
no escritas a su alrededor.

Su risa —esa misma risa que había extrañado tanto— salió flotando
por la ventana rota en la noche.

Lado positivo: no podría estar más de humor para la guerra.


21
“Cuando vengan por mí”.

K
at metió la cobija cómodamente alrededor de su dormida hija,
recuperó la copia usada de “La pequeña locomotora que sí
pudo” de la cama, y se giró para ponerla de nuevo en el
estante.

Mientras se movía hacia la puerta y apagaba las luces, miró otra vez a
Rae y, como hacía siempre, su corazón se hinchó dentro de su pecho con
más amor del que había creído que una persona pudiera contener.

Rae había pasado la mayor parte de la tarde hasta tarde en la noche


en los jardines, jugando con los Spyrssidhe. Amo a los Spur-shee, mami,
había dicho antes de quedarse dormida. Ellos no son como yo. Son tan
brillantes por dentro.

Otras madres habrían hecho la pregunta que implicaba su


comentario. Si son luz por dentro, pero no son como tú, ¿qué te hace eso?

No había preguntado. El tiempo lo diría. Si Rae creía que era oscura


por alguna razón, aun así, amaba tan instintiva y libremente como lo
hacía, no había razón en preguntar.

Usar su don de empatía en su hija había probado ser inútil. Rae sentía
tanto amor por su madre, Kat no podía sentir nada más allá de eso.

Los puntos en los pequeños hombros de Rae se habían desvanecido.


Debió haberse extendido en algo, quizás se apoyó en dos rocas en el suelo
en una posición muy extraña. Un desconcertante raro acontecimiento,
nada más.

Cuando Rae rodó en su sueño, murmurando inaudiblemente, el


teléfono de Kat cayó al suelo, y se dio cuenta de que lo había olvidado en
la cama. Lo recuperó, metió a su hija dentro de nuevo, besó su frente
ligeramente y acarició sus rizos.

Mientras se daba la vuelta hacia la puerta, una nube radioactiva de

¡PÁNICOMIEDOHORRORMIEDOTOMAARAECORRE!

explotó en su cabeza. Un grito escapó de sus pulmones, arañando su


camino por su garganta. Se atragantó en este para evitar asustar a Rae.

Anclada en el lugar por terror, se paró, farfullando suavemente,


temblando de pies a cabeza, mirando con grandes ojos horrorizados.

No, no, no, no, no, comenzó la desesperada letanía en su mente. Por
favor, Dios, no, no merezco esto, Rae no merece esto. Soy una buena
persona, una buena madre, pero ¡no puedo protegernos de esto!

Él se elevaba contra la puerta del dormitorio, impidiendo su salida.

Atrapándolas dentro.

Enormes alas negras se arqueaban ligeramente hacia adelante


alrededor de su cuerpo. Conocía esas alas. Les había temido. Tenido
exquisitos orgasmos, una y otra vez, envuelta en estas.

Respira, respira, respira, debes respirar, se dijo. Pero sus pulmones se


rehusaban a cooperar. Todo estaba encerrado más fuerte de lo que el
Sinsar Dubh había estado alguna vez.

No era posible.

Estaba muerto.
Mac les había asegurado antes de irse a Faery que la Corte Unseelie
había sido destruida, todos y cada uno.

Incluyendo a Cruce.

Especialmente Cruce.

Kat había preguntado repetidamente. Y Mac le había dicho


repetidamente que podía sentir a toda la demás realeza existente. No por
ubicación, solo un pequeño ardor en su mente.

Cruce no estaba ahí.

Kat había ido tan lejos como para zambullirse en el corazón de la


Reina Fae para asegurar la veracidad de sus palabras. Mac creía que
Cruce estaba muerto.

Pero ahora, parado alto, oscuro y malévolo, poderosos brazos


cruzados, observándola con ojos de… Oh, querido Dios.

Ojos de tal finalidad.

Se sacudió y rozó sangre de sus mejillas. Forzó su mirada a un lado, por


la gruesa columna oscura de su cuello, sobre el retorcido torque brillante,
abajo hasta su masivo cuerpo vestido de negro. Sus hombros eran
enormemente musculosos, sus piernas poderosamente esculpidas.

—Nunca sostengas mi mirada, Kat —ronroneó suavemente—. Puedo


protegerte de mucho. Pero no de eso. No fue mi intención sobresaltarte. Te
busqué en privado, para no alertar a las otras.

Atrajo una respiración a sus pulmones que los quemó, tan


desesperada-mente necesitada, e inclinó su cuerpo como si pudiera
ocultar a su hija de él.

¿Había venido para llevarse a Rae? ¿A las dos? Si esa era la opción,
¡ella iría! Solo no alejes a mi hija de mí, pensó histéricamente. Cualquier
cosa menos eso.
—¿Por qué estás aquí? —susurró débilmente.

—Och, muchacha, es Sean, te necesita.

¿De qué estaba hablando? ¿Cómo Cruce siquiera estaba vivo? ¿Y


qué estaba haciendo con Sean? ¿Y por qué su voz era tan diferente de lo
que recordaba de esos infernales sueños febriles?

»Tenemos un pequeño problema, Kat. ¿Tienes a alguien que cuide a


la pequeña muchacha?

Su segundo uso de la palabra “muchacha” finalmente penetró un


cerebro de concreto. Kat parpadeó, mientras lento entendimiento
aparecía.

—¿Christian? —disparó suavemente—. ¿Eres tú?

Sus labios retrocedieron en un gruñido silencioso. Luego:

—Ouch, Cristo, ¡dime que no pensaste que era Cruce! ¿Luzco tan
mal?

Ella asintió vehementemente.

—Sí.

—Maldito infierno —gruñó—. Está muerto. Sabría si estuviera vivo. Al


menos creo que lo haría.

Aspiró una respiración desigual y se agazapó mientras la fuerza


volaba de su cuerpo, paralizada por el profundamente peor momento de
su vida: pensar que Cruce había regresado e iba a alejar a Rae de ella.
Tenía pesadillas sobre eso sucediendo, se despertaba horrorizada y
temblando, apretando una mano contra su boca para ahogar los gritos.

Christian la atrapó antes de que golpeara el suelo, la puso de pie y la


estabilizó con un brazo cerca de sus hombros.

Buen Dios, era enorme. Dos metros al menos. Masivo.


»Tranquilízate, Kat. No quería asustarte. Pensé que sabías que estaba
muerto.

Ella no lo creía. Nunca lo creería hasta que viera su cuerpo sin vida
con sus propios ojos. Las palabras de antes de Christian penetraron al final
y, tan rápidamente como el horror había confiscado su corazón, duda
floreció y felicidad sonrojó su piel.

—¿Sean preguntó por mí? —dijo sin aliento, y cometió el error de


levantar la mirada buscando sus ojos.

—Deja de hacer eso —gruñó—. No puedo camuflarlo y malditamente


odio usar gafas en la noche. —Barrió un ala a su alrededor y limpió la
sangre de sus mejillas con la punta de sus sedosas alas.

La sensación era tan familiar, se encogió y gritó suavemente:

—¡Detente! Conseguiré un pañuelo.

Él retrocedió, sintiendo su repulsión.

—Tengo el Sidhbha-jai silenciado, muchacha —dijo rígidamente—. Lo


mantendré de ese modo.

Mientras hurgaba en la cómoda de Rae —encontrando, sí, un


calcetín funcionaría— y limpiaba sus ojos, lo observó cuidadosamente por
la periferia de su visión.

Él se había girado y estaba mirando a Rae. Entonces la miró de vuelta


a ella.

Su mirada instintivamente fue a buscar sus ojos otra vez; por los santos,
¡iba a quedarse ciega por la sangre! Se pasó otro de los calcetines de su
hija y dijo débilmente:

—¿Qué ves?

Jaló un par de gafas de su bolsillo, se las puso, y dijo:


—Una adorable pequeña muchacha, Kat, nada más.

No importa, no importa, es mi hija.

—¿Sabrías si fuera algo más? —Joder, pensó, y nunca pensaba esa


palabra. Pero había hecho la maldita pregunta y estaba colgando allí y
esperó, su aliento atrapado otra vez, por su respuesta.

No dijo nada por lo que le pareció un tiempo interminable.


Finalmente:

—No necesariamente. Pero ¿qué estás diciendo, muchacha? ¿Tienes


alguna razón para temer que sea de Cruce?

—No —dijo Kat en una explosiva exhalación.

—Mentirosa —dijo rotundamente.

Joder, pensó otra vez. Christian MacKeltar era tan malo como ella; un
detector de mentiras andante.

Christian suspiró, pero se volvió una divertida risa oscura.

»En qué mundo vivimos, ¿eh, Kat? ¿No supongo que te importaría
contarme esa historia?

—Dijiste que Sean me necesita. —Dirigió la conversación lejos del


tema que nunca discutía y ciertamente no lo haría en la presencia de su
hija, ni siquiera mientras dormía. Algunos nombres parecían demasiado
poderosos para arriesgarse a pronunciarlos. Se arrepentía de que el suyo
alguna vez hubiera sido pronunciado en el dormitorio de su hija. La mera
sílaba parecía sostener el poder de llamados divinos.

—Sí. Kat, ¿tienes a alguien que cuide de la muchacha? Necesito


llevarte a un lugar. Solo por la noche.

Había sufrido tan gran susto, sentía miserable dolor ante el


pensamiento de dejar a su hija. Pero la abadía estaba llena de mujeres
que competían por la oportunidad de hacer de niñera de Rae y guardas
colocadas firmemente contra… Otra vez, joder.

Tres veces en una noche. Esa palabra. Exigió:

—¿Cómo llegaste aquí sin activar las guardas, Christian?

Sonrío débilmente. Era una terrible sonrisa. Dientes blancos, colmillos


afilados, traía solo más oscuridad a sus ojos.

—Ouch, muchacha, no soy quien solía ser. Ninguno de los Fae lo son.
Necesitarás nuevas guardas. Mi clan y yo podemos ayudarte con eso.

—¿Nuestra abadía ya no está segura de las Fae? —exclamó


suavemente, horrorizada.

—No lo ha estado por un largo tiempo. Desde poco después de que


la Canción fuera cantada.

—Pero no hemos tenido ningún intruso Fae —protestó.

—Han estado ocupados en otro lugar. No son su enfoque actual. En


verdad, dudo que incluso les importe que existan.

—¿Por qué?

—No son una amenaza para nosotros. Nos hemos vuelto lo que una
vez fuimos. Así que, ¿y qué si pueden identificarnos? Las aplastaremos. No
quiero decir eso personalmente. Pero así es como se sienten.

Kat aspiró una profunda respiración, ordenándoles a su mente y


corazón calmarse. Entonces disparó varios mensajes de texto rápidos. Sin
importar si Sean la necesitaba o no, Christian tenía información —y
claramente un montón— que ellas no poseían y necesitaban. Así como la
habilidad de ayudarles a volver a colocar guardas en la abadía. Inclinó su
cabeza.

—¿A dónde vamos?


—Escocia.

Se encogió internamente.

—¿Tienes intenciones de tamizarme? —Eso significaba que tenía que


tocarlo, y él le recordaba demasiado a Cruce.

Él sonrió otra vez, esa sonrisa embrujada e inquietante.

—Lo siento, muchacha, no será así de fácil. Necesitaremos volar.

¿Volar? ¿Como aferrarse a él por horas?

—Trata de no irradiar despreciable jodida miseria, Kat —dijo


monótona-mente—. Soy uno de los chicos buenos.

—¿Cuán seguro estás de eso? —preguntó cautelosamente.

—Completamente —dijo con finalidad—. Y fue una perra batalla, te


diré.

Unseelie. Y uno de los chicos buenos. Quería creer eso.

—Deberíamos irnos antes de que llegue Enyo. Tendrá una reacción


similar.

Había elegido deliberadamente a su guerrera más feroz para que


hiciera de niñera en su ausencia. Y pedido a Duff y Decla que estuvieran
apostadas más allá de la puerta. Tres mujeres capaces de amabilidad
extrema. Y extrema violencia. Capaces de cambiar entre las dos en un
latido.

—Puedo tamizarnos hasta el perímetro de la finca, pero tendremos


que volar desde allí. Vamos, muchacha. Y si ayuda, cierra tus ojos y piensa
en Sean. Él también luce como yo. Necesitarás estar preparada para eso.
La repulsión podría empujarlo sobre el borde empinado en el que ya está
situado. Pero —añadió suavemente, mientras me movía vacilantemente
en el círculo de sus brazos—, podrías estar sorprendida por cuán hermoso
encontrarás el cielo de noche. Volaremos sobre la niebla que oscurece el
terreno, donde la luna besa la cima de las nubes, volviéndolas charcos
plateados sobre los que parece que podrías bailar. Verás los oscuros lagos
cristalinos y la hierba volverse sedosos flujos metálicos. Las criaturas
nocturnas son diferentes de esas del día, más raras de ver. Podrías espiar
grandes búhos nevados volando, aullando, lobos correteando mientras
atraen a sus compañeras, incluso podrías ver un juguetón lince o dos.

Me di cuenta que estaba tratando de tranquilizarme, distraerme de la


intimidad que tendría que atravesar. Funcionó. Mientras había hablado,
escuché la verdad del placer en sus palabras. Él amaba volar de noche,
amaba la tierra, y Cruce nunca habría notado ni una maldita cosa en el
suelo, ningún pájaro, ningún animal; demasiado hambriento de poder e
impulsado por ver más allá de sus propias ambiciones.

Robé una última y rápida mirada a mi hija y murmuré que la amaba,


mientras pasos se aproximaban más allá de la puerta de mi dormitorio.

—Suena encantador, Christian —dije mientras me arrastraba a su


pecho.

—Lo es —prometió, mientras nos tamizábamos.

Encantador era una palabra inadecuada. Una vez que superé el puro
terror de ser sostenida y cargada, y el miedo de que podría dejarme caer,
fui deslumbrada por la noche debajo de mis pies.

—No te dejaré caer, deja de hundir tus uñas en mis hombros —gruñó.

Estaba contando con eso. Si me hubiera querido muerta, podría


haberme matado en mi dormitorio.
Eventualmente, me relajé, todavía sosteniéndome fuertemente a sus
hombros, acunada en sus brazos. Distrayéndome de la presencia de un
Príncipe Unseelie al mirar el mundo desplegarse debajo de nosotros,
considerando la bendición que implicaba su presencia: la promesa de que
la oscuridad dentro no equivalía necesariamente a la oscuridad afuera.

Nunca sería capaz de leer sus ojos, una de las formas más fáciles de
medir el alma de una persona —y a menudo me preguntaba si alguien
más puede ver los muchos matices en un iris como yo lo hacía—, pero
podía sentirlo con mi don, con mi corazón.

Muy adentro de Christian, tan profundo que casi me lo había perdido,


se situaba una malvada perla negra dentro de una cegadoramente
blanca cubierta fuertemente cerrada.

Pero no era una perla pequeña. Era una gigantesca, llenando cada
átomo de su ser, y él la había comprimido de alguna forma. Había tomado
un inconcebiblemente vasto, retorcido y aterrador abismo de oscuridad
que se removía dentro de él y lo había convertido en un archivo
comprimido de algún estilo, abotonado y encerrado. Una oscuridad que
podría tragar por completo, destruir. Una oscuridad que bullía con
ambición, hambre, alucinante sexualidad y necesidad.

Se las había arreglado para contener una infinidad de maldad dentro


de una pequeña concha blanca brillante en la cual no podría haber
espiado siquiera una pequeña fisura.

—¿Cómo? —pregunté, mientras pasábamos sobre Belfast, eleván-


donos hacia el océano.

He sentido la capacidad de tanta maldad en solo otros dos


recipientes: el Sinsar Dubh y Cruce. Nunca he visto tan enorme oscuridad
contenida. Encerrada tan completamente lejos, ni siquiera podía sentir lo
que era. Había algo, un sutil sabor de él que lo identificaba como el
Príncipe que era…
—La muerte es mi reino. Mientras la Corte de Luz es uno de sueños e
ilusiones, la Corte de Oscuridad es una de realidades y pesadillas. Los
Seelie tienen primavera, verano, otoño, e invierno. Nosotros tenemos
muerte, guerra, hambre, y peste. Pero mantén tus preguntas, muchacha.
Toma energía mantener ese control, y aún más silenciar el Sidhbha-jai.
Mientras esté desviando poder, mis habilidades más imponentes son
retadoras. Nos detendremos en los Highlands para descansar y te diré lo
que puedo. Por ahora, disfruta la vista.

Volamos sobre el furioso y espumoso océano blancuzco golpeando la


orilla, entonces aún más allá donde las olas se calmaban por kilómetros en
el estrellado cristal oscuro.

Cuando pasamos sobre las tierras bajas, descendió en picada debajo


de las nubes para rozar claros donde criaturas nocturnas saltaban y
jugaban, luego se disparó otra vez hacia la vista panorámica de la
superficie de hectáreas estampadas, campo y riachuelo.

Cuando finalmente llegamos a las Highlands, la belleza me robó el


aliento. Montañas se elevaban en picos majestuosos antes de hundirse
agudamente en valles alfombrados, frondosos y florecientes de vida. La
Canción había despertado a Escocia tan vibrantemente como Irlanda,
transformando las plantas, arbustos, y árboles en expansiones verdes,
dándole lugar a una explosión demográfica en el reino animal.

—Nessie está de vuelta —dijo secamente—. No creerías algunas de las


cosas que han regresado.

—¿Cómo los viejos dioses? —dije.

—Sabes sobre ellos.

Aparté un enredado mechón de cabello de mi rostro.

—Un poco. Ciertamente, podríamos usar más información.

—Casi estamos allí, muchacha. Tengo un pico favorito. Hablaremos


pronto.
Regresé mi mirada al brezo cayendo en abundante exuberancia
sobre las laderas, los pastos plateados, las flores que florecían entre cada
fisura en cada piedra.

Nunca había estado en Escocia. Nunca había dejado Irlanda. Traería


a Rae a ver esto. No permitiría que creciera tan protegida como yo. Quería
que viera el mundo, experimentara cada maravilla, las conociera
íntimamente, lo mejor para amarlas.

Aterrizamos en una gran roca plana en la cima de un pico blanco.


Mientras me bajaba al suelo, me tambaleé, acostumbrada a tener mis pies
en el suelo, y me estabilizó otra vez.

—¿Qué pensaste? —preguntó y, en ese momento, escuché solo a un


Highlander, orgulloso de su país, buscando un cumplido de un turista.

—Escocia es encantadora. Y ahora sé por qué los ángeles tienen alas.


Es su recompensa.

Sonrió, complacido, y ondeó una mano.

—Tira un cojín junto a la fogata, Kat. Hace frío aquí arriba.

Eché un vistazo hacia donde había señalado. Una crepitante fogata


saltaba y ardía en una cantera que no había estado allí antes. Un cojín y
una manta esperaban cerca.

—¿Cómo hiciste eso?

—Las pequeñas cosas son fáciles. Fomento objetos a cambiar de


forma, convirtiéndolos en lo que quiero que sean.

—¿Esto? —Me estiré por la acogedora manta de tela escocesa


morada y negra.

—Los colores Keltar. Diseñados de una alfombra de musgo del otro


lado de las rocas.

—¿La fogata?
—Un pensamiento. Las piedras se vuelven leñas, una combustión de
aire, una invitación de calor.

—Pensé que la magia Fae era más que todo una ilusión.

—Sí, para los Seelie. Prefieren forma sobre funcionamiento, belleza


sobre valor. Transformar materia requiere más energía que esbozar ilusión, y
son perezosos hijos de perra. Aun así, harías bien en nunca subestimarlos.
En el momento que asumo que es una ilusión, termino atrapado en esta.

—Entonces has tenido problemas con ellos. —Me senté en el gran


cojín plano cerca de la fogata.

Se dejó caer en una roca cerca de las llamas y se rio oscuramente.

—Eso he tenido, muchacha. Han estado tratando de capturarnos a


Sean y a mí por un largo tiempo. Cuando eso falló, comenzaron a ofrecer
varios señuelos. Somos el enemigo número tres. Mac es el enemigo número
uno. Escuché que Jayne es el enemigo número dos. Pero estoy adelantán-
dome. Hay mucho que necesito contarte.

Envolviéndome en la manta de lana, me arrastré cerca de la fogata


para escuchar.
22
“En el jardín del Edén”.

E
lyreum en lenguaje “Fae” significa “el jardín prohibido” o “el
paraíso oscuro”, dependiendo de a quién le preguntas, y era
una sobrecarga.

La única cosa acerca del club que no era molestamente erótico,


realzado por una ilusión opulenta, era el exterior, fingiendo ser normal en
una ciudad fingiendo ser normal.

Una vez que atravesabas esas altas puertas de oro y alabastro, la


realidad se desvanecía y el sueño comenzaba. La música era surrealista,
sensual, erótica, con un compás rítmico, resonando un ritmo que me hacía
pensar en un viejo CD de Enigma mezclado con Puscifer.

El club era una mezcla anacrónica de natural belleza exótica y


tecnología ultra elegante. Flores caían de majestuosas urnas, perfumando
el aire con jazmines, amarilis, lirios y avellanas de invierno que florecían por
la noche. Exuberantes enredaderas repletas de amapolas negras y rojas se
entrelazaban alrededor de grandes columnas románicas. El lugar olía a
bosque verde, invernadero tropical húmedo, y sexo.

Las paredes, el techo, y piso del vestíbulo eran gigantes pantallas LED
sin bordes cubiertas con pornografía Fae/mortal desplegándose en
detalles gráficos (Dios, no necesitaba ver eso) en un desagradable formato
demasiado atractivo, con color, textura y sonido realzados por Fae.
Mientras recorría la antesala, dos enormes e impresionantes hombres
Fae teniendo sexo con siete humanos molían y bombeaban debajo de mis
pies y, lo juro, ambos Fae voltearon sus cabezas en el suelo para mirar mi
vestido. Cuando golpeé bruscamente uno de sus ojos, el bastardo se rio.

Saliendo del vestíbulo, la segunda antesala más allá nos llevaba a una
balaustrada cubierta con más enredaderas y flores drogadictas desde las
cuales podíamos ver todo el club. Habían replicado Chester’s un paso más
allá al dividir Elyreum en numerosos sub clubes individualmente temáticos,
escenificados alrededor de una sola pista de baile central que estaba
llena de humanos y Fae girando, moliendo, teniendo sexo.

Nunca antes había visto tantas castas de Seelie, vibrantemente


esculpidas en los deslumbrantes tonos aparentemente realzados con
Photoshop de las Cuatro Cortes: el rubor y rosa de la primavera
enhebrados con verde metálico; los deslumbrantes e incontables dorados
del verano; el fuego cobre y carmesí del otoño; mil matices escarchados
del hielo del invierno. Altos, pequeños, grandes, delicados, algunos
volaban, otros planeaban, todos cazados.

Entrecerré mis ojos. Había rebobinado el volumen de mis sentidos


sidhe-seer al momento en que entramos al club, silenciando la cacofonía
de tantos Fae agrupados en cuartos cerrados.

Mac me dijo que escucha las castas individuales como melodías,


piezas de canción que se reproducen dentro de su cabeza. Yo también,
pero mi percepción de las diferentes castas es pesada en la percusión,
una especie de batalla de tambores de Godsmack que se reúne con
Ramalama (Bang Bang) de Roisin Murphy. Hay una gran disonancia para ti.

Esta noche también iba a recibir algo más, una cosa que nunca antes
había notado… o escuchado. Había un bajo y molesto zumbido debajo en
alguna parte. Una especie de estática distractora en mi canal.

Algo en la pista de baile no estaba bien. Alcé un poco mi volumen, sin


resultados. Lo subí más alto, y aun así nada. Lo aumenté aún más hasta
que la presencia de tantos Fae era ensordecedora, haciendo un agujero
en mis entrañas. Con una fuerza de voluntad suprema, apretando mis
dientes contra el salvaje ataque de los primitivos tambores retumbando en
mi sangre, diciéndome Matar, matar, lo golpeé una muesca más,
abriéndolo más de lo que lo había hecho antes. Nunca lo había
necesitado.

¡Oh!

No había una sola persona en esa pista de baile.

Estaba vacía. Podía verlo ahora.

Pero ningún otro humano podía. Santas ilusiones insidiosas, ¡los Fae
habían mejorado en glamour! ¡El Shedon necesitaba saber de esto!

Al igual que el vestíbulo, la pista de baile estaba formada por


pantallas LED brillantemente iluminadas, mostrando imágenes aún más
gráficas de humanos teniendo sexo con Fae corriendo por la superficie.

Subí mi volumen, haciendo una mueca de dolor cuando la presencia


de tantos Fae se estrelló y golpeó dentro de mi cabeza con la tormenta y
trueno de la Cabalgata de las Valquirias encontrándose con las peores y
más escalofriantes partes de El Réquiem.

Oh, Dios. ¡No había ningún Fae teniendo sexo con humanos en una
pantalla de televisión!

Eran solo humanos. Y no eran imágenes en la superficie de una


pantalla LED, eran personas vivas reales.

Atrapadas debajo.

Algunos estaban arañando la parte inferior del piso, tratando de


escapar. Otros… oh, Dios, otros estaban muertos. Había una enredada y
enfurecida masa de humanidad, algunos follando, otros luchando por
escapar, entre cientos de cadáveres.
¿Qué era esto? Si pisabas esa traicionera pista de baile, ¿eras
abruptamente succionado debajo, nunca siendo liberado de nuevo?
¿Obligado a tomar la decisión de morir tratando desesperadamente de
escapar o morir haciendo algo que los hiciera sentir bien, mientras los
helados Fae estaban sentados junto a vampiros emocionales sin alma
alimentándose de la pasión del sufrimiento humano, saboreando cada
bocado de tormento? ¡Había pensado que solo los Unseelie eran
depravados!

¿Fue esto lo que pasó cuando la Corte de la Luz no fue controlada


por una Reina? ¿Se transformaron en la peor versión posible de sí mismos,
como el peor de los humanos cuando el mundo se fue al infierno, y se
entregaron a sus impulsos más bajos de disturbios, saqueos y desmanes?
¿Cuánta gente habíamos perdido en los últimos dos años en este maldito
club?

Bajé mi volumen, para ver el club como lo hacían los humanos. Sobre
nosotros, un cielo estrellado centelleaba en el alto techo abovedado, a
nuestro alrededor cuatro cortes decoradas según las estaciones del año.
Era absolutamente encantador, seductor y libre de dolor y totalmente
falso.

Lo volví a subir, abriendo mi canal de par en par.

Estábamos en un infierno viviente. El interior estaba completamente sin


decorar salvo las pantallas LED. Muros de concreto. Pisos de concreto. Y
había estado equivocada, había solo una Corte Seelie asistiendo a
Elyreum, la más helada de todas. Los otros eran una ilusión.

Invierno se había apoderado de nuestra ciudad.

—Vamos a matar a cada uno de ellos algún día —dije entre dientes.

—De acuerdo. Por ahora, objetivos y salgamos jodidamente de aquí.

—De acuerdo.
Nos pusimos en marcha y empezamos a descender por la escalera
juntos. Antes de que siquiera llegáramos al fondo, cabezas se movieron
bruscamente en nuestra dirección, la conversación se detuvo, y un firme
silencio suspendido cayó sobre el club.

El silencio había caído tan abruptamente, que escaneé los sub clubes,
con la certeza de que los Fae habían matado a sus compañeros humanos.
No lo habían hecho. Los habían inmovilizado de alguna manera.

Habían sabido que estábamos aquí desde el momento en que


entramos al club. Nos habían permitido entrar, nos habían estado
esperando.

Esto no era lo que había imaginado que pasaría. Había imaginado


una pequeña escaramuza, con la mayoría de los Fae ocupados. Un poco
de cebo para osos. Deambularíamos por ahí. Nos reiríamos. Habiendo
agitado suficiente mierda para obtener respuestas sobre lo que estaba
pasando en Faery.

Como estaban las cosas, éramos el único foco de atención de mil Fae
de la Corte de Invierno, levantándose, aproximándose, acercándose a
nosotros. Desde abajo, desde arriba, detrás de la balaustrada y del
vestíbulo. Surgieron en una brillante y helada ola, moviéndose con una
gracia depredadora e inhumana.

El poder que irradiaban era exponencialmente mayor de lo que había


sentido jamás proviniendo de una corte sin realeza, y con mi sentido
abierto, me di cuenta de que no había ni un solo Príncipe o Princesa en
ninguna parte del club. La melodía de la realeza es inconfundible,
tambores del infierno, seductora, hipnotizante, roba la mente.

Los Fae habían cambiado. Incluso sus miradas eran diferentes, ya no


brillaban con una irisación uniforme y arremolinada. Letales como cuchillas
de afeitar, te cortaban en pedazos, cada uno de un color único, a falta de
una mejor palabra, aunque me sería difícil nombrar el matiz: aquí, un tinte
de decadencia inmortal, putrefacción, y cementerios; allá, el matiz preciso
de guerra nuclear tóxica sin fin; aquí, la tonalidad de hambre rabiosa y
deshuesada; allá, la mancha de locura galopando sobre ti con
estruendosas pezuñas.

Solía burlarme de ellos, estos pomposos, hermosos, pero relativamente


inocuos Fae sin sangre real. Los había encontrado farsantes que no eran lo
que pretendían ser, haciéndonos creer que poseían un poder mucho
mayor del que tenían.

Ahora, el Fae de la Corte de Invierno promedio era —tenía que forzar


mi cerebro a aceptar la verdad— visceralmente aterrador.

Objetivo uno cumplido. Sabíamos que nuestro enemigo era mucho


más poderoso de lo que nunca había sido.

—La Canción definitivamente los cambió, Ryodan —murmuré


mientras nos deteníamos a mitad de la escalera.

—No me digas, Sherlock —acordó.

A pesar de la gravedad de nuestra situación actual, sonreí.

Ya era hora de que por fin hubiera entendido nuestros papeles.


23
“Te daría todo lo que
tengo”.

S
i Dancer hubiera vivido.

Hay un agujero de conejo en el que me he caído varias


veces.

A veces, a regañadientes, otras veces, en las noches


oscuras, Shaz ronca a mi lado, una de sus suaves piernas pataleando sin
descanso en sueños, incapaz de dormir, he caminado deliberadamente
hacia el costroso borde y me he desplomado. Ido a explorar ese fantástico
y mortífero país de las maravillas de locura, monstruos y tal vez.

Su cerebro, mis súper poderes: ¿qué tipo de bebés habríamos hecho?

Si el corazón de Dancer hubiera estado completo, si, digamos,


hubiera tomado el Elixir de la Vida, ¿qué atrevidas hazañas de valentía y
brillantez hubiésemos logrado juntos en nombre del mundo?

Batman no tenía un solo súper poder, a menos que cuentes su


oscuridad interior. Dancer definitivamente no tenía eso. Pero tal vez la
ligereza interior también sea un súper poder, y él tuvo eso en abundancia.

Shazam podría haber sido la niñera.

NO.
Él podría habérselos comido. Pero, aun así, Shaz es el mejor amigo de
un niño. Los niños que no tuvimos lo adorarían completamente, se jactarían
de él ante todos sus amigos, y a Shaz le habría encantado. Y si hubieran
zumbado de un lado a otro, nos hubiéramos mudado a un lugar donde
podríamos haber zumbado junto a ellos y no habríamos temido a nada.

Ni siquiera sé si mis ovarios funcionan. No sé todo lo que Rowena me


hizo. Había lagunas cronológicas en sus diarios narcisistas que implicaban
montones de volúmenes faltantes.

Otro agujero de conejo: no tengo idea de quién es mi padre. No


estoy segura de haber tenido uno. Todo lo que sé es que cada diario de la
vieja murciélago que encontré no contenía ninguna mención de mi
patriarcado. Tal omisión completa en un tema tan crítico es, para mi
cerebro, completa-mente condenatoria.

Así que, tal vez, esos adorables niños pequeños con el cabello oscuro
y ondulado de Dancer y hermosos ojos azul celeste nunca fueron una
posibilidad.

Tal vez Ryodan tiene razón.

Tal vez no soy humana.

Pero me estoy adelantando a mí misma.


24
“El trono pertenecía a
Conchobar, a Cathain el
guante de la bruja”.

—E
ncontrarás —le ronroneó a Ryodan un imponente
hombre Fae de piel pálida con cabello plateado
hasta la cintura, abriéndose camino a través de la
multitud—, que incluso para una abominación como tú, algunos de
nosotros somos mucho más difíciles de matar.

Eran dos contra mil. Apestosas probabilidades.

Entrecerré mis ojos, modificando mi evaluación. Más allá del Fae, siete
bestias negras comenzaron a avanzar silenciosamente desde el perímetro
de la habitación.

¡Sí! Me costó un inmenso esfuerzo resistir mi impulso de bombear el


aire.

Los Nueve estaban aquí. Gracias, Ryodan.

Habían estado todo el tiempo, tal vez fundidos con una columna
enrejada, camuflados como un mueble. O, más precisamente, mezclados
como camaleones con paredes de hormigón y pantallas LED.
Los Fae pueden sentir sus propias reliquias, la lanza y la espada, si se
acercan lo suficiente, lo cual, dice Mac, tiene que ser a unos tres metros o
menos. Pero no pueden percibir a los Nueve, lo que los convierte en el
enemigo número uno de los Fae. Uno de los Nueve puede acercarse
sigilosamente por detrás y matarlos antes de que siquiera sepan que hay
una amenaza en las proximidades.

Hasta donde yo sé, nada puede captar la presencia de los Nueve.


Una vez le pregunté a Kat qué sentía cuando estaba cerca de ellos y
había dicho: Ninguna maldita cosa. Completo y total silencio. No existen
en absoluto. Había pensado en el momento, qué don debía ser para una
mujer que nunca escapaba de las vastas, inflamables y a menudo terribles
emociones del mundo. Habla de un “punto cero”. El suyo era un don que
nunca había deseado tener. Recojo demasiadas cosas terribles del mundo
sin una mayor empatía.

Una hembra Fae de Invierno envuelta en una capa nevada de piel


de armiño, y una multitud de cortesanos obsequiosos, irrumpieron
imperiosa-mente a través del grupo al pie de la escalera y se movieron
para unirse al macho. Me comprometí a guardar cada detalle de ellos en
la memoria. Marcándolos como míos.

Salvajismo brillaba en sus ojos antiguos, en un rostro tan exangüe que


estaba teñida de azul. Una sonrisa despectiva mostró dientes blancos
afilados y el destello de una lengua pálida e inquieta. Largas pestañas
estaban espolvoreadas con cristales brillantes. Su cabello era tan incoloro,
cubierto de diminutos diamantes translúcidos, que reflejaba cualquier
sombra que estuviera cerca. Sus uñas habían sido afiladas hasta
convertirlas en crueles puntos, diez picos de hielo golpeteando
incesantemente.

—Se está convirtiendo en una Princesa —le murmuré a Ryodan. Como


aún no estaba completamente transformada, carecía de la quemadura
letal del Sidhbha-jai, la endémica sexualidad asesina de la realeza de la
Corte de la Luz.
—Ya deduje eso —gruñó Ryodan.

—La única razón por la que no nos transformamos en realeza antes, la


única razón por la que humanos llorones asumieron nuestros lugares
legítimos fue…

—El tiempo en nuestro mundo los disminuyó —la interrumpí—. Hacién-


donos más poderosos.

—Pero no más —escupió, delicadas fosas nasales ensanchándose—.


Las cortes son fuertes de nuevo y soy nacida-en-invierno. —Cuando pisoteó
con su pie, una delgada capa de hielo brotó, cubriendo el piso entre
nosotros. Cuando me apuñaló con una mirada de tormenta y escarcha, mi
aliento pintó diminutos cristales de hielo en el aire—. Dame la espada,
humana, y no te haré sufrir. —Sus ojos se entrecerraron en hendiduras de
hielo ardiente y ronroneó—: Demasiado. Al principio.

Objetivo dos: ella quería la espada, Mac estaba viva. Pero ¿dónde?
Cada Fae en el club estaba mirando más allá de mi hombro, mirando mi
arma ansiosamente.

Los Nueve se acercaron cautelosamente, derritiéndose en el mar de


Fae de esa manera casi invisible de ellos, pareciendo transformarse de un
Fae al siguiente y, aunque las cabezas inhumanas estaban girando, ojos
alienígenas escaneando, permanecieron justo más allá de la visión Fae,
causando una conmoción sin un punto de enfoque concreto.

—¿Dónde está su Reina?

—No es nuestra Reina y nunca lo será. La farsante está peor que


muerta —dijo, con una dura sonrisa.

—En otras palabras —dije, devolviendo la sonrisa fríamente—, no


tienes ni maldita idea de dónde está. Y está irritando tu trasero de hada,
¿no es así, cariño?

Ryodan hizo un sonido de diversión ahogada a mi lado.


La diversión desapareció y ella giró en un torbellino con su capa de
piel de armiño, gruñendo:

—Quítenle la espada. Filetea al bastardo en pedazos no más grandes


que un pez y tráiganmela. Mayormente intacta.

Mientras se alejaba, dejó una gruesa capa de hielo en su estela y


todo en lo que pude pensar fue: Va a ser una perra para luchar,
imaginándonos resbalando y deslizándonos, tratando de matar a la otra.

Estábamos demasiado atentamente rodeados para que me lanzara a


la estela, pero no necesitaba hacerlo. Ryodan me agarró del brazo y tiró
de mí hacia la suya.

Directo hacia arriba.

Maldita sea, ni una vez he logrado alcanzar un ascenso


perfectamente vertical. Otro desafío más para trabajar. Mientras
avanzábamos, expulsé mis tacones, en anticipación a la batalla.

Un vasto túnel negro manchado de carmesí floreció a mi alrededor.


Luego estábamos golpeando con fuerza en el lado opuesto de la pista de
baile.

Nacida-en-invierno giró, gruñendo desde el otro lado del club:

—¡Dije tráiganmela! —gritó—. ¿Qué les pasa, imbéciles? ¿Debo hacer


todo yo misma? —Se echó hacia atrás y arrojó dos largas, esbeltas y
heladas manos blancas hacia nosotros, liberando docenas de picos de
hielo brillantes y mortales.

—Estela. Ahora —gruñó Ryodan.

—No lo creo —gruñí.

Me empujó tan fuerte y rápido que caí de cabeza en su túnel negro y


sangriento, donde perdí preciosos segundos tratando de descubrir cómo
pasar de su modo de viaje al mío. Finalmente recuperé mi equilibrio y me
metí a mi largo pasadizo estrellado, luego cambié abruptamente a
congelar el cuadro, quitándome mi guante izquierdo y tirando de mi
espada en la espalda con mi mano derecha mientras avanzaba.

Embestí mi espada en el primer Fae que vi, con un rugido de


satisfacción largamente esperado.

Uno menos, faltan mil, pensé ferozmente.

Me sumergí en la carnicería. Los bastardos que pensaban matar a


Mac, pensaban arrebatar nuestro mundo, habían estado torturando y
matando a nuestra gente durante dos largos años sin control.

En la periferia de mi visión pude ver a los Nueve cortando su camino


hacia nacida-en-invierno, dejando Fae asesinados a su paso. Ella era
precisamente a quien necesitábamos matar, para comprar tiempo antes
de que naciera otra Princesa, y sabía lo que estaba pensando Ryodan:
matarla antes de que se volviera letal para mí. El Sidhbha-jai es mi
kryptonita. Si es expuesta hacia mí con toda la fuerza, me causa un
cortocircuito, me deja impotente. No habíamos tenido idea de que estaba
naciendo nueva realeza. Ningún maldito indicio. Nos habían aislado por
demasiado tiempo.

Giré, apuñalé, di vuelta, luché. Volví a la vida en Elyreum, siendo lo


que necesitaba ser, haciendo lo que nací para hacer.

Fae tras Fae cayeron bajo mi espada. Entonces Ryodan estuvo detrás
de mí y nos movimos en una formación impecable, luchando espalda
contra espalda.

—Te dije que te fueras jodidamente de aquí —gruñó sobre su hombro.

—Dile al sol que se vaya del cielo —gruñí de vuelta.

—Lo hace cuando llega la noche. Soy la noche.

—Científicamente falso. El sol permanece, simplemente no lo ves.


—Hemos logrado nuestros objetivos. Retirada.

—No eres mi jefe.

—Maldito infierno, no lo sé. Algo está mal. La perra está perdiendo Fae
a diestra y siniestra y no le importa. Está esperando algo. Hay que
prevenirlo. Ahora.

Pero era demasiado tarde. Había discutido demasiado tiempo.

La quemadura debilitante y abrasadora del Sidhbha-jai se estrelló


contra mí y carbonizó mis entrañas con cenizas inútiles.

—J-Jayne —tartamudeé—. Él d-debe estar a-aquí en a-a-algún sitio. E-


encuéntralo. ¡M-mátalo! —¡Ese bastardo! No estaba escondido con su
familia. Había estado trabajando para la Corte de Invierno,
¡probablemente le ofrecieron amnistía si les traía mi espada!

—Lo haré. ¡Fuera de aquí! —rugió Ryodan.

Pero no podía. Nada estaba funcionando bien. Bajé a cámara lenta y


caí de rodillas. Entonces Ryodan me atrapó y me estaba arrojando sobre
su hombro.

—¡No toques mi mano izquierda! —grité, alzándome de espaldas


como una cobra, desesperada por mantener el apéndice letal y sin
guante lejos de él.

Un Príncipe se tamizó detrás de nosotros, bombardeándome con


asombrosa sexualidad y, cuando se estiró por mí (¡ansiaba ir hacia él,
ardiendo por ser su esclava, ansiaba adorar a mi maestro!) logré mantener
un control sobre una pizca de mi mente, le sonreí dulcemente con total
adoración y le ofrecí mi mano izquierda, rogándole silenciosamente que
me recogiera del hombro de Ryodan y me llevara al paraíso.

Una promesa oscura y profana ardió en su mirada. Sangre se acumuló


en la mía mientras le ofrecía mi mano mortal. Llévame, tómame, lo deseé.
Aceptó mi sumisión como su deber real y me alcanzó.

Cuando nuestras puntas de los dedos se unieron, una explosión de


alto voltaje apuñaló mi cabeza, se disparó en mi cuerpo, y mientras
estallaba en vida letal, el Príncipe Fae explotó en mil fragmentos de pálida
carne blanca y hueso más pálido y afilado.

Pedazos de él llovieron sobre el club y, cuando el apretón asesino del


Sidhbha-jai liberó mi mente, vislumbré el rostro pálido e incrédulo de
nacida-en-invierno entre la multitud.

Entonces los Fae comenzaron a gritar y a pisotearse en su prisa por


escapar.

Tomé impulso, lanzándome como un cohete desde el hombro de


Ryodan, saltando alto en el aire, desesperada por alejarme de él porque el
voltaje todavía estaba formando un arco y crepitando dentro de mí.

Fuera de balance, me perdí la estela por completo, me estrellé contra


el suelo, rodé y salté sobre mis pies.

Lo que fuera que había liberado dentro de mí no había terminado


aún, no estaba ni cerca de exhausta, todavía estaba construyéndose,
construyéndose, y no tenía idea de cómo controlarlo.

—Dani, ¡vuelve aquí! —rugió Ryodan.

Tenía que hacer algo con eso antes de que me agarrara de nuevo.
Antes de que lo enviara disparado contra él. No iba a matar a Ryodan. Lo
había hecho dos veces antes y lo odié las dos veces.

Giré hacia nacida-en-invierno y lancé mi mano hacia ella, en el


preciso instante en que ella empujaba dos manos pálidas, esbeltas y
heladas hacia mí.

Rayos de relámpagos explotaron de las puntas de mis dedos, uno tras


otro, haciendo añicos sus armas invocadas por el hielo, abriendo un
camino a través de ellos, mientras enviaba mi poder por ella…
Santo infierno, ¡se tamizó! ¡Había errado el tiro!

Furiosa, tiré más rayos a las paredes, al piso. Si no podía matarla, al


menos podía arrasar su horrible club de la faz de nuestra tierra. Deseché
energía de mi cuerpo en poderosas oleadas de relámpagos, luego,
abruptamente, estaba…

Navegando en el espacio, cristalino y fresco, rodeada por una


infinidad de estrellas en un lienzo pintado de nebulosa de cielo de
terciopelo negro.

Era vasto, pero yo era enorme. Era antiguo, pero yo también lo era.
Era intemporal, pero yo era infinita.

Había viento aquí. Ráfagas, remolinos de olas de este zarandeando


mi cuerpo. Se sentía como si pudiera atrapar uno e ir disparándome más
alto, más alto, antes de canalizar la velocidad prestada para bucear bajo
una luna, tal vez ir rebotando alrededor de una estrella.

Siempre había pensado que el espacio estaba quieto, pero no lo


estaba, estaba vivo y fluyendo, disminuyendo y cambiando. Aquí no había
vacío sino una especie de… materia oscura que desafiaba la
comprensión, las cosas del Cosmos, plagadas de posibilidades, como si
todas las esperanzas y sueños y deseos que nunca habían sido y nunca
serían estuvieran acurrucados profundamente dentro de moléculas súper
densas de oscuridad que nunca podríamos comprender, y, de vez en
cuando, llegaba algo cuyas alas, o melodía, ondulaban contra esa
materia oscura, agitándola con un rayo y una canción, con rayos de
voltaje extremadamente alto, cambiando, despertando, comenzando
algo nuevo, cosiendo cosas juntas de maneras que desafiaban la
comprensión, haciendo conexiones, forjando patrones y simetría del caos.

Sentí una gran brisa y volteé cualquiera fuera la cabeza que tuviera al
viento. Un enorme Cazador negro navegaba a mi lado, cabeza
balanceándose suavemente mientras golpeaba las olas, labios hacia atrás
mientras resoplaba suavemente y giraba su gigantesca cabeza para
mirarme fijamente con un solo ojo naranja brillante. ¿Lista?

Fruncí el ceño. ¿Para qué?

Yo vuelo.

Veo eso.

Tú también vuelas.

¿Qué estaba diciendo? ¿Que podría quedarme aquí con él, volando
a través del territorio inexplorado más grande de todos? ¿Descubrir los
secretos del cosmos, contemplar sus antiguos misterios?

Todo eso y más.

Pero mi gente. Este no era mi mundo. El mío estaba en peligro una vez
más, y probablemente siempre lo estaría. Mi mundo me necesitaba. Tenía
un trabajo que hacer.

Cerré mis ojos, deseando que todo desapareciera.

Cuando los abrí de nuevo, estaba parpadeando repetidamente,


cegada por la repentina luz dañina, la transición discordante.

Estaba en el club, pero las cosas habían cambiado mientras había


flotado en la visión cósmica. Los Fae superviviente habían desaparecido;
tamizado, volado o huido, dejando atrás solo a los muertos, a los Nueve y a
mí.

—Dani. —La voz de Ryodan parecía venir desde una gran distancia.

Parpadeé de nuevo, mirando aturdidamente la destrucción que me


rodeaba.

Las paredes estaban astilladas y desmoronadas. El suelo estaba


hundido por una grieta de quince metros de ancho con bordes dentados
que caían a un abismo sin fondo. Las pantallas LED habían sido
destrozadas, rociando trozos de cristal y cables en todas partes, y esas
personas atrapadas debajo del piso habían desaparecido. Me estremecí.
Había dejado caer sus muertes por el desfiladero que había tallado. Una
pequeña parte de mi cerebro dijo: Una muerte mejor que la que iban a
enfrentar. Una parte más grande dijo: Aún hay más personas que no has
podido salvar.

La estructura de Elyreum gimió, mientras las maderas se retorcían en


un esfuerzo desesperado por acomodar los cimientos comprometidos.

»Dani —dijo Ryodan nuevamente.

—Cariño —escuché a Lor decir—. ¿Puedes oírnos?

Asentí con fuerza.

—Baja la mano, Dani —dijo Ryodan suavemente, cuidadosamente.

No me había dado cuenta de que todavía estaba alzada. La miré,


girándola de un lado a otro, tratando de procesarlo. En mi antebrazo
izquierdo habían brotado oscuras y hermosas espinas de obsidiana.
Parecía un guante de ópera tachonado de terciopelo negro.

Lo obligué a caer a mi lado.

—Mírame, Dani —dijo Ryodan en voz baja e intensa.

Me giré lentamente y encontré su mirada. Sus ojos parpadearon


extrañamente, girando con sombras y vi, tan claramente como si hubiera
pronunciado las palabras: Maldita sea, tenía razón. Ella no es humana. Lo
sabía. Entonces: Mierda, esto no era para nada lo que esperaba. ¡Joder!

Las palabras no me habían llegado de la manera usual en sus


comunicaciones silenciosas, deliberadamente telegrafiadas. Había tenido
todo un recuerdo apegado a su primer pensamiento, nada con el
segundo.
No había creído que fuera humana desde que me vio fuera de
Temple Bar mientras había observados a los mimos de la calle, riéndome,
una mano metida en mi bolsillo, la otra metiéndome una hamburguesa de
queso en la boca. Había tenido dos ojos negros y estaba muy magullada,
todavía ebria de poder congelar el cuadro por toda la ciudad antes de
que aprendiera a bloquear mi red mental.

Pero no fue entonces cuando nos habíamos conocido. No nos


habíamos conocido por un tiempo después de eso.

Aun así, él tenía un recuerdo perfectamente detallado de caminar


detrás de mí, deteniéndose a solo unos centímetros de mi espalda,
esperando un momento, inhalando profundamente, antes de desaparecer
en esa forma misteriosa e instantánea suya. Si había sentido una presencia
electrizante detrás de mí, la había descartado como mi propia emoción
por finalmente ser libre en el mundo.

Él había sabido sobre mí mucho antes de que viniera a buscarme a la


torre de agua, a persuadirme a que trabajara para él.

Traté de reflexionar sobre ese pensamiento, pero mi cerebro era lento


y poco cooperativo. No podía acceder a ninguna de mis bóvedas
mentales. ¿Así se sentía la gente normal? ¡Qué terrible debía ser! ¿Cómo
siquiera lo soportaban? Tenía lodo en mi cabeza.

Mis piernas se apagaron debajo de mí entonces.

Mientras me desplomaba en el suelo, le grité a Ryodan:

—¡No me atrapes! ¡No me toques! ¡Soy peligrosa!

Ryodan sonrió débilmente, pero no llegó a sus ojos.

—Creo que ya nos dimos cuenta de eso.


DESCENDIENDO

P
ertenecer, etimología: inglés antiguo, "por suceder", "a la
mano", "junto con".

Definición: ser adecuado, ventajoso, apropiado.

Tener las calificaciones adecuadas, especialmente sociales, para ser


miembro de un grupo, encajar.

Ser unido, obligado por nacimiento, lealtad o dependencia.

Ser un hijo, hija, madre, padre, amante.

Las familias se pertenecen entre sí.

No tengo idea de lo que significa la palabra.

Mi mamá dijo que "pertenecía" a una jaula.


Pero no soy tonta.

Nunca he pertenecido a ningún lado.

—DANI O’ MALLEY
25
“En qué me he convertido, mi
más dulce amigo”.

—H
ola, Shaz-ma-taz —lo saludé con cansada alegría,
mientras entraba a mi dormitorio y encendía la luz
superior.

Levantó su gran cabeza peluda del colchón en el suelo y me echó un


vistazo, examinándome intensamente de pies a cabeza. Era una mirada
que a menudo nos habíamos dado después de la batalla, determinando si
el otro estaba bien.

Sus ojos violetas se abrieron de par en par.

—¡Estás espinosa! —exclamó—. ¡Ese será un rasguño de tryllium!

Una de mis viejas contraseñas solía ser thornybitch314159, una


combinación de cómo me sentía a veces más los primeros seis dígitos de
pi. Consideré elegir más sabiamente en el futuro.

—Esa soy. ¿Asumo que el tryllium es bueno?

—¡Lo mejor! —canturreó, pero se puso sobrio rápidamente—. ¿Estás


bien, Yi-yi? —dijo preocupado—. Creció de nuevo.

—Estoy bien —dije, deslizándome de mi vestido—. Me voy a lavar,


luego necesito abrazos a lo grande. Un montón de ellos.
—¿Y volveremos a poner el colchón?

—Puedes apostarlo. —Me dirigí a la ducha.

Ryodan me había dejado y se había ido, hirviendo, unos minutos


atrás.

No pude evitarlo. Necesitaba estar sola. Me había acostumbrado a


estar sola. Algo me estaba pasando y quería tiempo para concentrarme
en ello.

Había tenido que descansar cinco minutos enteros antes de poder


levantarme del suelo, dejando atrás el destrozado y derrumbado club. No
iba a dejar que nadie me recogiera y me sacara. Aunque ya no sentía el
eufórico y aterrador salvaje voltaje dentro de mí, no iba a correr ningún
riesgo.

Mientras había reunido mis fuerzas, Lor había buscado entre los
escombros, buscando mis zapatos, pero no estaban en ninguna parte, lo
cual me enojó porque amaba esos zapatos. Los había usado una vez. Los
otros habían permanecido en forma de bestia, en caso de que los Fae
decidieran volver para otro ataque, lo cual encontré altamente
improbable. Habían pasado dos años sin una sola amenaza, y habíamos
matado a cientos de ellos, si no más. La posibilidad de muerte es algo que
los Fae evitan como los humanos evitan el ébola. Quería reflexionar sobre
las ramificaciones de nuestras acciones de esta noche, pero en este
momento solo podía pensar en mí.

Mi confusión había disminuido, pero todavía estaba temblorosa y


débil. Ryodan, como el planificador meticuloso que es, tenía bocadillos
escon-didos en el Ferrari y había inhalado barras de caramelo, una tras
otra, antes de meterme media bolsa de papas fritas en la boca.

Me miré al espejo y levanté la frente pensando, irónicamente, ajá por


eso todos me estaban mirando así.
Negrura se había apoderado de más de mi pálida piel irlandesa. No
solo mi brazo izquierdo era un guante negro espinoso, la mancha se había
extendido más en mi carne.

Exóticas llamas negras se arqueaban por el lado izquierdo de mi


cuello, curvándose sobre mi mandíbula, mi mejilla, hasta mi sien y dentro
de mi ceja izquierda. La punta puntiaguda de una de esas llamas
terminaba a solo tres centímetros de mi boca. La boca que
repentinamente se dio cuenta de que no había besado lo suficiente.

Los Nueve se habían cerrado protectoramente a mi alrededor


mientras caminábamos hacia el auto, lo cual me pareció histéricamente
gracioso, dado lo que había hecho. Matado a un Príncipe sin usar la
espada, destruido un club.

Ryodan había discutido conmigo todo el camino de vuelta al


Santuario, demandando que volviera a Chester’s con él. Demandando
que habláramos.

Careciendo de energía para discutir, lo había mirado y simplemente


dicho: Por favor, necesito estar sola en este momento.

Conozco a Ryodan. Si hubiera discutido, me habría debatido para


siempre. Pero mi silenciosa súplica le había quitado las ganas al lobo y,
erizado con apenas contenida testosterona e ira, se había estacionado y
me había acompañado hasta mi puerta, diciendo firmemente: Si me
necesitas, llama. Envía un mensaje de texto. Lanza una maldita batiseñal. Si
no tengo noticias tuyas a primera hora de la mañana, estaré en tu jodida
puerta, derribándola.

Solo después de que se lo prometiera había accedido a marcharse a


regañadientes.

Di un paso atrás y evalué mi cuerpo desnudo en el espejo. Me gusta


mi cuerpo. Es fuerte y delgado y me sienta bien. Debería estar horrorizada
por lo que me estaba pasando, pero no podía evitar pensar que me veía
un poco… hermosa. Todo mi brazo izquierdo estaba cubierto de hermosas
espinas oscuras. No tenía ni idea de por qué me parecían adorables, pero
lo hacía. No eran feas ni de aspecto aterrador. Eran tan suavemente
curvas como las espinas de una rosa, más grandes con puntas ligeramente
redondeadas. Pasé mi mano por encima de estas ligeramente y temblé.
Eran frías, pero extraordinariamente sensibles, como si grupos enteros de
terminaciones nerviosas estuvieran anidadas en las puntas.

Las púas terminaban justo debajo de mi hombro, pero la negrura de


la tinta también se había apoderado de territorio en el lado izquierdo de mi
torso, desde debajo de mi axila hasta mi cintura, disparando más de esas
llamas de ébano a través de mi estómago y pechos. En otra persona, lo
habría encontrado genial, un tatuaje de otro mundo, la mujer de fuego de
obsidiana.

En mí, aunque era impresionante, no tanto.

A menos que desapareciera, nunca volvería a sentir las manos de un


hombre tocar mis pechos. A menos que se fuera, nunca volvería a
saborear el beso de Ryodan. Los rostros se tocan cuando besas. No había
manera de que un hombre pudiera acercarse a mi boca con algo más
que un casto beso y no soy del tipo de mujer de besos castos, como había
demostrado ampliamente esta mañana.

Dios, eso se sintió como toda una vida atrás.

Lo habría besado más fuerte, más largo, mejor, si hubiera sabido que
esto iba a pasar al anochecer.

Me obligué a concentrar mis pensamientos, me aparté del espejo y


empecé a contar lo que sabía.

Hecho: Apuñalé a un Cazador cuando tenía catorce y mi mano se


volvió negra durante días.

Hecho: Siguió sucediendo a través de los años.

Hecho: Recientemente, había desarrollado un extraordinario súper


poder, la habilidad de disparar rayos altamente destructivos desde mi
mano, capaces de volar estructuras y matar a la realeza Fae. Sonreí un
poco. Ja, ¡tomen eso, Nueve! ¡Soy tan ruda como ustedes!

Hecho: Cada vez que usaba el poder, más de mí se volvía negro y


helado.

Fruncí el ceño. Impreciso. La oscuridad no se había expandido


cuando maté a Bridget. Ni cuando lo usé para romper el hechizo de
parálisis. ¿O lo había hecho, solo que no donde pudiera verlo?
Manchando más profundo debajo de mi piel, opuesto a más ancho.
¿Tenía los huesos negros ahora?

Hecho: Cuando usaba el poder, me drenaba a un grado que parecía


estar incrementando con el uso, o quizás con la magnitud del uso.

Hecho: Si alguien tocara la parte negra de mí, moriría. Lo mataría.

—¿Demasiado Hiedra Venenosa? —murmuré. No era quien había


planeado ser cuando creciera. Era la némesis de Batman. Se suponía que
yo fuera Batman, solo que con súper poderes.

Hecho: Si seguía usando esos increíbles rayos, parecía altamente


probable que me volvería completamente negra. Me preguntaba si eso
también afectaría mi cabello. ¿Mis ojos se volverían negros? Intenté
imaginarme completamente de negro. Bastante extraño.

Me metí en la ducha y me puse bajo el rociador pensando si, como


había sugerido Shazam, podría hacer que desapareciera. Tal vez si nunca
más lo usaba, la mancha se retiraría y volvería a la normalidad. Se había
retirado una vez, al principio, hasta debajo de mi codo. ¿Era acumulativa
de alguna manera? ¿Era su misterioso final inevitable e irreversible una vez
que había comenzado?

Me sequé el cabello con una toalla, me puse unos pantalones


deportivos y una camiseta, agradecida de que Shazam fuera
impermeable. Al menos tenía eso.
Suponiendo que sobreviviera a lo que me estaba pasando, me iba a
convertir en esa extraña señora Hel-Cat, excéntrica y solitaria.

Podría ser peor, reflexioné, mientras me dirigía de vuelta al dormitorio.


Puede que ni siquiera tuviera a Shazam.

Yo, quien en el mejor de los casos nunca había conocido más que
una vaga conexión con el mundo, estaba volviéndome cada vez más des-
conectada, más aislada. Por mi propia piel. Siempre había sido peligrosa.
Ahora era letal al tacto.

En mi primer año en una jaula, mi madre me había colmado de


afecto. Antes de que se hubiera ido por la mañana, y de nuevo cada
noche cuando llegaba a casa. Me había lavado y secado, cepillado mi
cabello. Nos habíamos agarrado de las manos a través de los barrotes.
Había frotado crema hidratante en mi piel y me había hecho cosquillas en
la espalda, y había sabido que lo lograríamos. Que MÁS GRANDE y AFUERA
eran una garantía. Lo había sabido por su tacto. Puedes sentir amor en las
manos de alguien.

No había permanecido de esa manera por mucho tiempo. Su afecto


se volvió cada vez más y más infrecuente hasta que, finalmente, había
dejado de tocarme. Entonces, no mucho después, también había
empeza-do a dejar de verme.

Cuando ya no recordaba la sensación de sus manos en mi cuerpo, mi


cabello, suaves besos presionados a través de barrotes; cuando esos besos
se habían convertido en un recuerdo nebuloso que pertenecía a otra vida,
a algún otro niño, me había tumbado en mi jaula y abrazado a mí misma,
girando mi cabeza de un lado a otro, besando mis hombros, mis brazos.

Mi pequeño cuerpo había sufrido por el tacto. Por comodidad, por


amor.

Como lo hacía ahora.


Levanté nuestro colchón hasta la base de los resortes, me estiré sobre
mi espalda y abrí mis brazos.

Shazam se lanzó hacia mí, aterrizando directamente sobre mi pecho.

—¡Ay!

Rugiendo, ojos brillando, empujó mí cabeza con deleite, luego se


acurrucó en mi abrazo mortal.

Y, como había hecho tan a menudo en el otro lado de los espejos,


apreté mis ojos para contener las lágrimas, y me aferré a él con todas mis
fuerzas.
26
“Las oxidadas cadenas de la
prisión de las lunas son
destrozadas por el sol”.

—P
rimero, Kat —dijo Christian—, un pertinente resumen
de historia. Intenta contener tus preguntas hasta el
final. La línea de tiempo que te estoy dando es
aproximada. Los Fae no están apegados al concepto de tiempo; tienen
una infinidad de este para derrochar. Tuve que conectar retazos y partes
de la historia con algunos puntos de referencia.

—Entendido —dije. Encontramos el mismo problema con los textos


que tradujimos. Los puntos de referencia eran vagos en el mejor de los
casos, como vincular nuestros eventos históricos con los programas de
televisión que eran populares en ese momento y que alguien intentara
descifrarlo milenios después. Si él poseía una visión general, la quería
mucho.

—La primera mención significativa de los Fae aparece hace


aproximadamente un millón de años, aunque existieron mucho antes de
eso. Originalmente, había una sola Corte de la Luz de las Cuatro
Estaciones. El Rey de la Luz se volvió insatisfecho con la vida en la corte, se
fue y se declaró el Rey Oscuro o Rey Unseelie. Algún tiempo después
conoció a su concubina mortal, se obsesionó con ella y buscó hacerla
inmortal como él. Como la Canción de la Creación era un poder
matriarcal, tuvo que solicitar a la Reina de la Luz que transformara a su
amante. Fue cuando la Reina se negó que todo comenzó a irse al infierno.

»El Rey Unseelie se retiró a su oscuro reino, jurando recrear la Canción


y hacer a su amante inmortal él mismo. Lo Unseelie o Corte Oscura nació
como un resultado de sus interminables experimentos. Por lo que puedo
decir, pasó aproximadamente un cuarto de millón de años trabajando en
ello. De nuevo, de forma aproximada, creo que Cruce nació hace tres
cuartos de millón de años, y fue uno de los últimos de la Corte Oscura que
creó el rey.

»Como sabes, Cruce traicionó al rey con la Reina y le contó lo que


había estado haciendo el rey, hace unos quinientos mil años. Cruce quería
que la Corte Oscura vagara libremente por el mundo, mezclándose con
los Seelie, lo cual estaba prohibido por el rey. El rey sabía lo que haría la
Reina si descubría que él había creado una Corte Oscura propia,
especialmente si se enteraba que la amante mortal a la que tanto
despreciaba todavía estaba viva, escondida en un reino más allá del
tiempo para evitar que envejeciera.

»Cuando la Reina se enteró de la existencia de la Corte Oscura,


comenzó una guerra para terminar con todas las guerras. Cuando Seelie y
Unseelie se enfrentaron, destruyeron su propio planeta, dividiéndolo en el
medio. Sucedió lo impensable: el Rey Unseelie mató a la Reina Seelie,
antes de que ella pudiera transmitir la Canción de la Creación a su
sucesora.

»La Canción era todo lo que mantenía a los Fae poderosos. Ellos solos,
poseían esa antigua melodía de vida.

—Sin duda, robada de alguna manera —le dije, incapaz de resistir el


comentario mordaz. Ningún dios en el que creía habría confiado algo tan
poderoso y bello a una raza tan superficial, hambrienta de poder y
despiadada.
—Como has visto, la Canción se filtra en la realidad y repone la magia
que se desvanece. Una vez que perdieron la antigua melodía, los Fae
estuvieron condenados. Con el tiempo se habrían vuelto más débiles,
hasta que desaparecieran en el viento, con solo leyendas de ellos
restantes.

—Pero cuando Mac usó la canción para sanar nuestro mundo, fueron
restaurados —dije con seriedad.

—Precisamente. Lo que la melodía no destruyó, lo hizo más fuerte.


Como sucedió mucho tiempo atrás en las brumas del tiempo, la Canción
se hundió profundamente en el fondo de todas las cosas y canturreó
Despierta. Otra de las espadas de doble filo de Mac. Esa mujer tiende a
causar estragos de vez en cuando.

Empecé a protestar, pero él lo desestimó con un gesto.

»Lo sé, muchacha. No tuvo más remedio que usar la Canción o el


Cosmos mismo habría sido destruido por los agujeros negros. Somos
afortunados de que pudiera manejarla, y estoy agradecido. Pero ninguna
acción carece de consecuencias. De hecho, hay ocasiones en que la
acción más deseable, correcta y necesaria resulta en consecuencias
catastróficas. Estamos frente a ellas ahora.

»De vuelta a la línea de tiempo: las Reinas subsiguientes movieron la


Corte de la Luz de mundo a mundo, drenando aún más poder de la corte
cada vez que se movían, buscando desesperadamente un planeta
ricamente impregnado en magia. Sabían que estaban disminuyendo,
poco a poco. Muchos de ellos bebieron del Caldero del Olvido, para
olvidar cuán poderosos habían sido una vez, cuán débiles se estaban
volviendo.

»Eventualmente, unos doscientos mil años atrás, descubrieron nuestro


mundo, el cual todavía latía con considerable magia. Pero ya estaba
ocupado tanto por dioses como por el hombre antiguo. Fue una época
pacífica en nuestro planeta antes de que llegaran los Fae. Los dioses eran
en su mayoría benignos y, aunque ocasionalmente luchaban entre sí,
cuidaban y atendían a los mortales que los adoraban y había un fuerte
vínculo entre ellos.

»Los Fae, como bastardos mentirosos que son, fingieron tener mucho
menos poder del que tenían, y rogaron por refugio a los dioses, afirmando
que su mundo había sido destruido por causas ajenas a ellos. Los dioses, sin
percibir amenaza alguna, les dieron a los Fae una justa cantidad de tierra,
y las cosas fueron pacíficas durante un tiempo.

»Pero los Fae estaban ocupados reuniendo inteligencia, desesperados


por aprovechar y gobernar nuestro mundo rico en magia. Estudiaron a los
dioses encubiertamente, buscando debilidades. Su ataque fue paciente,
sigiloso, y un brillante ejemplo de prensa sesgada a escala global.
Secuestraron a los dioses uno por uno, usaron su glamour Fae para hacerse
pasar por ellos, y comenzaron a castigar, torturar y matar humanos. Para
los humanos, parecía que sus dioses se habían vuelto contra ellos.

»De la misma manera, los humanos se volvieron contra sus dioses, y los
dioses que permanecían se volvieron contra sus humanos por traicionarlos,
por negarse a escuchar cuando trataban de explicar lo que habían hecho
los Fae. Entonces, el gran y benevolente Fae finalmente intervino para
“rescatar” a los humanos.

»Los dioses se dieron cuenta de que los Fae habían estado ocultando
su verdadero poder todo el tiempo, pero los dioses no pueden penetrar el
glamour de los Fae, y los Fae se reunieron y mataron a la mayoría de las
deidades en nuestro mundo, dejando un disperso puñado de aquellos
demasiado poderosos para matar, o aquellos que idearon formas de eludir
sus garras.

»No tengo idea de cuántos quedan, pero apostaría que unos cientos
más o menos. Esos dioses a los que no pudieron encontrar la manera de
matar; a diferencia de los Fae, no todos los dioses pueden ser asesinados
por dos armas comúnmente conocidas, cada uno tiene una manera única
en la que puede morir y es un secreto bien guardado; los capturaron y
sepultaron en la tierra. Renunciaron a uno de sus talismanes más poderosos
o reliquias Fae para usar como una prisión.

»Durante un largo tiempo, los dioses dormitaban en el suelo,


desvanecidos en meras volutas de sus antiguos seres, pero cuando la
antigua Canción fue cantada de nuevo, los despertó y los liberó de esas
tumbas. Los dioses habían aprendido de sus errores. Regresaron débiles,
como meras sombras, y esperaron su momento tan sigilosamente como lo
habían hecho los Fae una vez, descansando, absorbiendo el poder de la
recién revitalizada Tierra, hasta que fueron poderosos una vez más. Solo
recientemente comenzaron a mostrarse.

Murmuré:

—Y desprecian a los Fae más que nunca y planean su destrucción.

—Peor que eso, Kat. También desprecian a los humanos. Detestan a


ambas razas y quieren que ambas desaparezcan, y las probabilidades no
están tan en contra de ellos ahora. La primera vez que los dioses y los Fae
lucharon, las sidhe-seers no existían. Los Fae no estaban en nuestro mundo
y no había necesidad de ellas. Pero ahora sí existen y los dioses tienen una
enorme ventaja de la que antes carecían. Antes, no podrían haber visto a
un Fae parado junto a ellos si estaba usando glamour como un humano.
Con los perros guardianes sidhe-seer, pueden.

Me estremecí. ¿Era allí adonde habían ido nuestras doce sidhe-seers:


secuestradas por dioses? Era lo suficientemente prudente para no
asegurarle que nuestras sidhe-seers no los ayudarían. Dale suficiente
tortura, eventualmente alguien cooperará.

—¿Has descubierto cuándo nació nuestra orden? —Nuestras raíces


eran un misterio para nosotras, estaba fascinada por nuestros orígenes.
Sabía el porqué de eso; para proteger el Sinsar Dubh.

—Sí, de nuevo aproximadamente. Como sabes, después de que el


Rey Unseelie matara a la Reina, Cruce robó a su amada concubina e hizo
que el rey creyera que estaba muerta. En un acto de expiación, el rey
descargó todo el formidable poder de su magia oscura en el Sinsar Dubh, y
lo arrojó al mundo. Pero como hacen las cosas Fae, evolucionó y, furioso
con el rey, obsesionado con él, el doppelganger oscuro comenzó a
acechar al Rey Unseelie, causando estragos dondequiera que fuera. Los
dos jugaron un juego de gato y ratón durante cientos de miles de años.

—Espera un momento, tengo que preguntar esto: nos hicieron creer


que el Sinsar Dubh tenía casi un millón de años. ¿Es solo medio millón?

—Depende de cómo lo mires. Al Sinsar Dubh se le considera


comúnmente como de un millón de años porque contiene el
conocimiento del Rey Unseelie desde el momento en que comenzó a
crear su corte oscura, hace casi un millón de años, hasta el momento en
que se despojó de este, más de medio millón de años después.
Técnicamente, tiene solo medio millón de años. De nuevo, esto es solo
aproximado.

Asentí.

—Continúa.

—Cuando el rey finalmente logró capturar a su peligroso alter ego,


hace aproximadamente ciento cincuenta mil años, necesitaba un lugar
seguro para contenerlo con guardias. Convenientemente, ya existía un
talismán en un planeta, rico en magia, enlazado con los elementos
adecuados, el lugar perfecto para enterrarlo; un lugar al que los Seelie
nunca irían porque ya habían enterrado allí a su antiguo enemigo y lo
habían abandonado.

Jadeé.

—¿Me estás tomando el pelo? ¿Estás diciendo…? —Me quedé en


silencio con incredulidad.

Me cortó con una oscura sonrisa.

—Sí. El Rey Unseelie hizo una visita a nuestro mundo, y ocultó el Sinsar
Dubh debajo de lo que ahora es la Abadía de Arlington, sobre los dioses
sepultados, y luego creó a las sidhe-seers como su última casta Unseelie,
para servir como sus perros guardianes. Le dio a tu orden el poder de
penetrar el glamour Fae, la capacidad de proteger tu tierra contra Fae, y
varios dones para luchar contra ellos si venían.

Negué con mi cabeza, aturdida ante la idea.

—¿Los dioses han estado durmiendo debajo de nuestra abadía todo


este tiempo?

—Och, muchacha, de las pistas que he reunido aquí y allá, su abadía


yace sobre muchas cosas poderosas. Me gustaría explorar el fondo si me lo
permitieran. Pronto. Tenemos un lío en nuestras manos y necesitamos todas
las ventajas que podamos encontrar.

Asentí. Encontraríamos una manera de trabajar juntos.

»Volviendo a la línea de tiempo. La guerra entre dioses y Fae había


devastado la tierra. La Reina Aoibheal, quien había sido mortal una vez,
había visto muchos planetas destruidos. Eventualmente, y no puedo fijar
ese evento en un momento del tiempo, ella removió a los Fae a la fuerza a
un reino separado, fabricando muros aprovechando el poder de las
paredes de la prisión Unseelie, llegando a un Pacto con un clan llamado
los Keltar, y entrenándolos como druidas para mantenerlo. Aquí es donde
se complica. Voy a tratar de explicarte el reino “Faery” en pocas palabras.

»Bajo la Primera Reina y el Rey Seelie, Faery solo consistía en la Corte


Seelie, una tierra enorme y resplandeciente con cuatro reinos distintos, con
casas reales que gobernaban cada uno: primavera, verano, otoño e
invierno. Sobre todos estos, reinaba la Reina.

»Cuando el Rey dejó a la Reina Seelie y se convirtió en Unseelie,


expandió Faery para contener la enormidad de su propia heredad. Dentro
de su reino construyó la casi infinita Mansión Blanca, y la ató al
verdaderamente infinito Salón de Todos los Días. También fabricó los
Espejos Plateados como un medio secundario de viaje, inicialmente uso
suyo y de su concubina solamente. Faery creció de una sola corte a un
enorme tapiz de mundos conectados. Algunos dicen que la batalla que
libramos aquí en la Tierra entre mortales y Fae está sucediendo en
innumerables mundos con innumerables otras cortes Fae conectadas por
esta red, en una multiplicidad de universos.

Vio la expresión en mi rostro y rio.

»Sí, la idea también perturba mi mente. Eventualmente, los Espejos


Plateados fueron maldecidos y el terreno de Faery se volvió aún más
complejo, como si ya no fuera un desastre. Pero para simplificar, piensa en
Faery como la Corte de la Luz y la Corte Oscura, el Salón de Todos los Días,
los Espejos Plateados y la Mansión Blanca todo en un enorme reino de otro
mundo. Pero ya no es de otro mundo. Ningún muro nos divide. Existe
adyacente, derramándose en el nuestro.

Por eso necesitábamos desesperadamente que Mac descubriera


cómo usar su poder como Reina Fae, para que pudiera cantar y
retroceder esos muros y restaurar nuestro mundo a su orden normal sin que
los Fae atacaran a humanos.

—¿Cómo sabes todo esto? —le pregunté. Este era el tipo de historia
que habíamos estado buscando durante mucho tiempo.

—Envié a mi clan a la Mansión Blanca, a la verdadera biblioteca del


Rey, e hice que me trajeran cada libro y objeto de interés que pudieran
encontrar. El castillo, como pronto verás, está lleno de libros y botellas y
pociones y artefactos interminables que hemos transportado a la Fortaleza
de Draoidheacht. Escúchame bien, no toques nada. No son sus libros y
botellas y cosas habituales. Dani puede contarte una o dos cosas sobre lo
que se puede encontrar en la colección del Rey. —Se rio—. Pregúntale
sobre los libros de Bora Bora. Pero no le preguntes por la Bruja Carmesí, y no
importa lo que hagas, una vez que llegues a mi castillo, maldita sea, no
abras ninguna botella que puedas ver tirada por ahí.

—Si son tan peligrosos, ¿por qué los trajiste a nuestro mundo?
—Muchos podrían ser útiles. El conocimiento es poder. También lo es el
poder —dijo secamente—. Una Bruja Carmesí controlable sería una gran
ventaja. No duermo, Kat, estudio. Aprendo sobre mí, sobre la raza Fae. Me
preparo. Los dioses y Fae van a volver a la guerra, y esa batalla bien podría
destruir nuestro mundo. Los dioses quieren erradicar a los humanos, los Fae
quieren esclavizar a los humanos. En cualquier caso, vamos a salir per-
diendo.

Le dije:

—¿Esto qué tiene que ver con Sean? ¿Supongo que se relaciona de
alguna manera?

—Nosotros también nos hicimos considerablemente más poderosos


por la antigua melodía. Pasaron meses antes de que me ocurriera la
transformación completa, y algunos meses más después de eso para Sean.
Sospecho que también se ha movido lentamente para los Seelie. Todos
cambiamos a nuestro propio ritmo único. He aprendido a controlar en lo
que me he convertido. Pero Sean, ay muchacha, tu Sean no. Y debe
hacerlo. Se está quedando sin tiempo.

Llegamos al perímetro del reino fuertemente custodiado de Christian


justo antes del amanecer. Había separado veinte mil hectáreas de las
Highlands para sí, y comenzado a reparar y fortificar el enorme y antiguo
castillo que había bautizado como Fortaleza de Draoidheacht. Era en ese
gran y extenso castillo donde vivían él y Sean, en las partes terminadas de
las deterioradas ruinas. Mientras nos elevábamos sobre una montaña final,
Christian dijo:

—Prepárate, muchacha, no es bonito.


Incluso preparada, me quedé atónita por la visión que nos recibió
cuando despejamos esa montaña final, atravesamos las nubes y se elevó
sobre su reino.

Dondequiera que mirara, la tierra era negra.

Había desparecido la exuberante vegetación, la abundante profusión


de follaje y vida. Bajo un interminable banco de bajas nubes tormentosas,
densas y estruendosas que se extendían hasta donde alcanzaba mi vista
—un agitado y aplastante techo gris oscuro— la tierra estaba quemada y
árida, como si hubiera sido carbonizada.

—¿Qué pasó aquí, Christian? —jadeé, aferrándome más fuerte a sus


hombros cuando una ráfaga helada me golpeó. También estaba
excepcionalmente frío. La temperatura había caído en picada entre
treinta y cuarenta grados en el momento en que cruzamos la dura línea de
demarcación.

—Meses después de que se cantara la Canción, tomé un vuelo a


través de las Highlands, saboreando la belleza. Recién había comenzado a
abrazar mis alas. Estaba de un humor optimista ese día y decidí dar un
paseo, visitar nuestro pub local para tomar un trago antes de regresar al
Castillo Keltar. Caminé los últimos kilómetros, disfrutando de un inusual y
suave zumbido que sentía en la tierra. Parecía estar filtrándose a través de
las suelas de mis botas, a mi piel, en lo más profundo de mis huesos. Me
sentí bien, Kat, una hermosa vibración rítmica animándome. No entendía
lo que estaba sucediendo, no me di cuenta de que una parte latente de
mí estaba respondiendo a la nueva magia en la tierra, despertando. Que
me estaba convirtiendo en el Príncipe de la Muerte que había existido una
vez tres cuartos de millón de años atrás. Cuando entré al Cock and Crown
ese día, ciento cuarenta y dos personas; mi gente, bajo el cuidado de los
Keltar; estallaron en nubes de polvo negro frente a mis ojos. Maté a cada
persona en ese pub, simplemente entrando. Si hubiera vuelto a casa en
vez de ir a tomar algo, habría matado a todo mi clan, con la única
excepción de Dageus.
Me estremecí.

—Lo siento mucho.

—He pasado los últimos dos años escudriñando tomos de la biblioteca


del Rey, buscando información sobre lo que soy, qué poder tengo y cómo
usarlo. No es como si tuviera a alguien a quien preguntar. Los Seelie
preferirían que estuviéramos muertos. Salvo eso, nos quieren con una
correa muy corta, para ser utilizados como armas. No quedan Unseelie
para educarme.

—Pero ¿no se supone como que sepas qué puedes hacer? —Mi don
era simple, me golpeaba en el rostro cada día. Desde que se cantó la
Canción, se había vuelto aún más potente, pero gracias al tiempo que
pasé con Kasteo, había aprendido cómo hacer y mantener muros,
envolverme con una armadura Kevlar emocional. Cada noche, antes de
dormir, delimitaba el mundo exterior deliberada y cuidadosamente,
creando una bendita fortaleza de silencio para mí, para poder enfrentar el
siguiente día rejuvenecida, fuerte.

—No hasta que lo intento —dijo Christian—. Y a menudo no estoy


tratando de hacer nada en absoluto. El poder se manifiesta sin mi
consentimiento, como el día que entré al pub. Poco después de
encarcelarme aquí, tu Sean se unió a mí. Él es Hambre. Dondequiera que
camine, la tierra muere, los cultivos se marchitan, la tierra se vuelve árida;
con el tiempo suficiente, el mundo se moriría de hambre. Le sucedió lo
mismo que me ocurrió a mí: sintió algo filtrándose del suelo y, mientras
caminaba, la tierra a su alrededor comenzó a morir. A diferencia de mí, no
ha sido capaz de contener ese poder.

Hice una mueca.

—¿Fue Sean quien destruyó esta tierra?

—Sí. Se prueba a sí mismo, se pasea por una franja de lo que queda


de verde blanquecino cuando cree que está listo para volver a intentarlo.
Cada vez que destruye la tierra, vuelve más enojado, se vuelve más
amargo. Ira y amargura no son emociones que un Príncipe Unseelie pueda
disfrutar sin resultados catastróficos.

—¿Qué es eso? ¿Quién vive allí? —exclamé. Nos había elevado hasta
el norte mientras habíamos hablado, y ahora nos deslizábamos directa-
mente por encima de la línea de demarcación donde el perímetro de su
ennegrecido reino se encontraba de nuevo verde exuberante. Había visto
algo así antes, la abrupta transición donde las Sombras habían devorado
todo a la vista a medida que se habían aproximado a nuestra abadía,
pero se habían detenido por razones desconocidas.

En la tierra carbonizada a mi derecha había una pequeña casa de


campo con techos de paja en medio de la tierra sin vida. En el lado
herboso, directamente adyacente a este, había otra pequeña casa de
piedra de campesino que era acogedora y cálida, rodeada de jardines
prolijamente cuidados donde florecían las flores.

Las cabañas eran día y noche, yin y yang, acurrucadas una junto a la
otra. Muy por debajo de nosotros, una pareja caminaba por el lado
herboso, cerca de la cabaña, tomados de la mano.

—Son Dageus y Chloe. Él vive dentro de mis guardas. Ella vive justo
más allá de ellas. También he colocado jodidas guardas en su cabaña,
pero no le permitiré entrar a mi reino, no sea que la dañe
inadvertidamente.

—Entraste en nuestra abadía, pero no mataste a nadie. Te sentí,


Christian. Lo tienes bajo control.

—No hay guardas, ningún encanto, ninguna solución mágica para


aprovechar los poderes mortales de un Príncipe. Lo que solía dominar es el
más simple pero a menudo el más esquivo de todos: el amor. Si me enojo,
si me permito cualquier emoción negativa, puedo resbalar —dijo en voz
baja—. La clave del éxito es nunca ser amargado, nunca estar enojado,
nunca codiciar, nunca sucumbir a ningún tipo de deseo que contenga
oscuridad. Tu Sean, muchacha, está consumido por eso.
Parpadeé una rápida quemadura de lágrimas. Me había preguntado,
tantas noches, en mi jardín privado de silencio al final de cada día, a
dónde había ido el amor de mi infancia. Por qué nunca había enviado
mensajes de texto o llamado. Simplemente se había alejado, sin decir una
palabra más. Me había dolido casi más allá de lo soportable.

Aun así, todo este tiempo, Sean había estado escondido en


aislamiento, protegido del mundo, tratando de aprender a controlar el
monstruo Unseelie en el que se había convertido. Todo este tiempo, había
pensado que me había dejado porque no me quería, no nos quería. Y
entonces le había dado su privacidad. Tampoco había enviado mensajes
de texto ni llamado. Ardía, hería. McLaughlin terca e inflexible.

Pero esa no era la razón por la que se había ido. A veces, a pesar de
la ventana abierta que tengo de las emociones de los demás, puedo ser
ciega y tonta con respecto a las mías.

—Llévame con él, Christian.

—Esperaba que dijeras eso.


27
“Arrastrándose en mi piel,
estas heridas no sanarán”.

P
erdí una de mis aves esta mañana.

Su nombre era Charles James Aubry. Tenía veintitrés


años. Se colgó en mi piso en Desoto después de solo nueve
días fuera de las calles. Lo visité tan solo tres días atrás y aun
así había sido engañada.

Pero había visto ir y venir a muchos y había aprendido un poco de sus


caminos; a veces justo antes de salir, parecían mejor que nunca, bien
ajustados. No un tipo de felicidad atolondrada o de te-aconsejo-que-seas-
feliz, sino engañosamente balanceado, y me pregunto por esa gracia
prestada. Me pregunto por la enorme cantidad de dolor que deben estar
sufriendo para finalmente sentirse bien solo cuando deciden optar por salir
de este loco y hermoso mundo. No lo ves venir, ni siquiera yo. Aunque
había aprendido a estar pendiente de una paz inesperada y sospechosa.

Dejó una nota: No pedí nacer.

Desearía tener más tiempo. Tengo una teoría sobre la depresión. Creo
que proviene de cambios en las sustancias químicas en nuestros cerebros
porque el estrés, trauma, y dolor merman nuestro jugo feliz, interrumpen el
delicado y necesario equilibrio y hacen que el mundo se desinfle a nuestro
alrededor, se vuelva espeluznante y monocromático, demasiado pesado
para soportar. Y una vez que estás ahí, con sustancias químicas del
cerebro mermadas y colores planos, estás demasiado deprimido para
luchar por salir. Creo que el ejercicio es una forma de aumentar las
endorfinas, reequilibrar el cerebro, y me pregunto si mi velocidad extrema y
constante movimiento alimentan mi cerebro con jugo feliz puro,
animándome constantemente. Me pregunto si descifro, digamos: la
mezcla correcta de cortisol, 5-HTP11, y Bacopa12, tal vez algunos otros
nootrópicos, más mucha diversión, actividades físicas y un montón de
amabilidad y luz del sol, luego darle a esa gente un feliz año libre de estrés
sin ninguna responsabilidad, tal vez podría cambiar su mundo.

Lo bajé y lo abracé. Todavía estaba tibio; pude haberlo perdido por


una hora, debió haber muerto poco después del amanecer. Permanecido
para ver un amanecer más. Si fue así, eso me mataba porque significaba
que aún tenía alegría en algún lugar dentro de él, si tan solo alguien
hubiera podido alcanzarlo y nutrirlo. Lo envolví en una manta y lo llevé al
cementerio que uso para los perdidos. No tengo mucho tiempo, pero
siempre los entierro, y siempre hago algo por ellos.

Dublín pasa desapasionadamente. Esta crónica ciudad hermosa,


terrorífica, repleta de ilimitadas posibilidades y peligros, una locomotora
corriendo por las vías, sin desviación de horario ni pausas para los caídos.

Desaparecen, desapercibidos, olvidados.

Soplo el cuerno por ellos. Tiro del cable y dejo que suene.

Grafitié su nombre en un paso subterráneo en tres vibrantes tonos de


neón de tres metros de alto diciéndole al mundo que Charles James Aubry

115-HTP (5-Hidroxitriptofano): Sustancia química subproducto del l-triptófano, componente


de las proteínas. Se usa para el tratamiento de los trastornos del sueño como el insomnio,
la depresión, las migrañas y dolores de cabeza tensionales, la fibromialgia, el síndrome
premenstrual (SPM), el trastorno disfórico premenstrual (TDPM), el trastorno por déficit de
atención e hiperactividad (TDAH), para tratar trastornos con convulsiones y la enfermedad
de Parkinson.
12 Bacopa: Planta que se ha utilizado en la medicina tradicional hindú para tratar

problemas relacionados con la memoria y el cerebro.


estuvo aquí. Pudo haber sido breve, pero, por Dios, estuvo aquí y será
recordado. Aunque fuera solo por mí.

No pudo soportar el dolor.

Y no pude salvarlo de este.

Fui directo a Chester’s después de pintar el paso subterráneo, y me


apresuré escaleras arriba hacia la oficina de Ryodan cuando no lo
encontré abajo con los trabajadores. Le había enviado un mensaje de
texto más temprano, diciéndole que estaba bien y que pasaría alrededor
de las diez. No es un hombre a quien no le envías mensajes de texto
cuando te dice que lo hagas. Vendrá a buscarte. Y estará enojado. No
estaba de humor para reparar mi puerta de nuevo. Todavía tenía que
reparar el ascensor. Y no había aspirado en semanas. El pelo de Shazam
estaba en todos lados.

Cuando el oscurecido panel de cristal se movió silenciosamente a un


lado, caminé con paso aireado por el suelo de cristal que siempre me
hace sentir suspendida en el espacio, me lancé a la silla frente a su
escritorio, pasé mi pies por un lado, y le conté lo que había decidido a
última hora anoche —o más bien cerca del amanecer de esta mañana—
sin preliminares ni preámbulos.

—Creo que me estoy convirtiendo en un Cazador. —Me recliné y


esperé a que lo negara. No pensaba eso realmente. Era absurdamente
descabellado. Estaba, sin embargo, bastante segura de que me volvería
completamente negra en algún momento. Aun así… la visón que había
tenido en el club anoche parecía como… no lo sé, una especie de
invitación, y quería dejar caer mi peor escenario a alguien que se reiría y
me diría que era ridículo. No me estaba convirtiendo en una de esos
negros demonios helados con ojos como puertas al Infierno, sin importar
cuán benigno hubiera parecido en mi visión, navegando por ahí a mi lado.
Escucharlo decir que sabía de un hechizo, una guarda, o un
encantamiento que haría desaparecer mi mortífera piel, porque, por Dios,
Ryodan sabía todo.

Cristo, estaba hermoso esta mañana. Alto y oscuro, recién duchado y


afeitado, oliendo bien. Luciendo poderoso y ridículo detrás de ese
cargado escritorio. Pertenece a un campo de batalla. Como yo.

Dijo monótonamente:

—¿Eso crees?

Me endurecí. Esa no era la respuesta correcta, la versión de Ryodan


de duh.

—¿A qué te refieres, duh? Ni siquiera sabías que había apuñalado a


un Cazador.

Se reclinó en su silla y cruzó sus brazos detrás de su cabeza. Las


mangas de su camisa estaban enrolladas hasta los codos, sus antebrazos
fuertes, cicatrizados, un brazalete plateado brillando. Conozco bien a
Ryodan, los finos músculos de su rostro estaban muy tensos. Estaba enojado
por algo. Extremadamente.

—Sabía que apuñalaste a un Cazador. Leí cada periódico que


escribiste. Y tu libro. Todas las ediciones. Tus notas al pie necesitan trabajo.
Sin embargo, no sabía —gruñó—, que tu maldita mano se volvió negra
después de eso. Omitiste mencionar eso.

—No era asunto de nadie más que mío. ¿Y cómo es que lo sabes
ahora? —¿Y por qué se lo estaba tomando tan seriamente? Le había
dicho que pensaba que me estaba convirtiendo en uno de esos enorme
dragones a los que Jayne solía disparar todo el tiempo, y yo solía tratar de
matar, especies desconocidas, y él solo había dicho: ¿Eso crees? Era una
teoría absurda. Yo era pequeña. Los cazadores eran enormes. Al menos,
carecía de masa suficiente.

—Kat me contó esa parte.

—Kat —dije incrédulamente—. ¿Cuándo? ¿Qué hacen ustedes, se


sientan por ahí y hablan sobre mí, o algo?

—Esta mañana cuando le envié un mensaje de texto —dijo


firmemente—. Le dije que te estabas volviendo negra y ella sabía todo
sobre eso. Lor no te estaba vigilando a cada momento. Hacía lo mejor que
podía. Se suponía que Christian lo relevara a veces y él todavía no está
respondiendo mis jodidas llamadas. ¿Sabes cuán exasperante es tener que
enterarme de los detalles de tu vida por alguien más?

—¿Sabes cuán exasperante es ni siquiera ser capaz de descubrir los


detalles de tu vida? —contesté igual de irritada—. Al menos tú puedes
entrometerte y enviar mensajes de texto a mis amigos. Yo no tengo el
número de Lor. O el de Kasteo. O el de Fade —dije, enojándome—. Y si los
tuviera —continué, con los ojos brillando—, les habrías dicho que no me
dijeran una maldita cosa solo para mantenerme deambulando por ahí,
por siempre frustrada por el gran misterio del jodido R.K.S. ¿Y qué demonios
significan la K y la S, de todas formas?

—Killian. St. James.

—¿Eh? —¿Ryodan me dijo su nombre? Lo rodé silenciosamente por mi


lengua: Ryodan Killian St. James. Me gustaba. Era fino, urbano como el
hombre que pretendía ser. Killian era como matar13, de bordes afilados, e
intrigante. St. James era noble, de dinero viejo, sangre azul y poder—. Oh,
ahora eso es un montón de mentiras —dije con enfado—. Eso es tan
malditamente irlandés y no lo eres. ¿Cómo posiblemente podrías tener un
nombre irlandés? —No estaba ni de cerca a nada con lo que yo hubiera
podido inventar. Y eso me hacía enojar aún más. Entonces hice algo tan
increíblemente bizarro y plebeyo y… y… juvenil que ni siquiera pude

13 Juego de palabras en inglés entre “Killian” y “kill” (matar).


entender. Pensé: Dani Killian St. James. Tenía un buen sonido. Espera,
¿qué?

—No fue mí primero —dijo—. Aunque las iniciales son las mismas. Es el
que tomé cuando establecí mi hogar aquí. Cambiamos nuestros nombres
para encajar con el clima, el tiempo. He mantenido este por un tiempo.

—Entonces, ¿hablaste con Kat, te dijo que mi mano se volvió negra, y


de solo ese hecho dedujiste que me estaba convirtiendo en un Cazador?
—Al menos había tenido la visión de proseguir, el: ¿Lista? Tú también
vuelas. Aunque no podía decidir si eso implicaba que en verdad me
transformaría físicamente en un Cazador o solo me volvería
completamente negra, me volvería letal al tacto, aunque recibiría el
pequeño premio y consuelo de ser capaz de proyectarme astralmente
hacia las estrellas en ocasiones. Las reglas de los superhéroes son bastante
oscuras.

Inclinó la cabeza en uno de esos imperiosos asentimientos.

»Algunas personas podrían haber pensado que me había infectado, y


que estaba muriendo —le dije. Yo misma había considerado brevemente
esa noción. No había resonado en mis entrañas, aunque me jactaba de mi
cerebro, valoraba mis entrañas igual de alto. Muchas veces incluso más.

—No soy como algunas personas.

—Ni siquiera eres persona.

—Ahí está. ¿Estás segura que tú lo eres?

Le disparé una mirada penetrante.

—Tú no crees que lo sea. ¿Y por qué no sabía que me conociste antes
de que pensara que nos conocimos?

Su mirada se entrecerró.
»¿Querías reglas? Bien, voy a hacer una. Una de las “nuestras”, lo que
significa que ambos la obedecemos. Revelación total o malditamente no
interfieras en mi vida. Ni siquiera trates de ser parte de esta. ¿No crees —le
lancé sus propias palabras—, que es tiempo de que lo soltemos todo?
Puede que me vaya pronto. Flotando en el espacio. Un Cazador. Puede
que nunca me veas de nuevo. Apuesto a que entonces estarás
arrepentido de que no hablaste conmigo. —No dije: Apuesto a que
entonces estarás arrepentido de que te fuiste por dos años y los
desperdiciaste. Pero quería hacerlo. Excepto que las personas tenían que
querer estar contigo y él claramente no había querido.

Se sacudió y gruñó:

—Estaré malditamente arrepentido de que no hice más que eso


contigo, Dani. Quería hacerte el amor. Quería follarte, quería soltarme
contigo como nunca he podido soltarme con una mujer en toda mi
existencia. Quería explorar cada gramo de esa mente brillante y cada
centímetro de ese poderoso cuerpo tuyo, conocer tus deseos más
profundos, ser quien sacudiera tu maldito mundo, observar a la gran Dani
O’Malley entregarse a la pasión, verla en el único lugar donde nunca está
en conflicto, y se deleita de estar viva.

Santo infierno, él también lo sentía.

»Los Nueve no tenemos igual —dijo, sus ojos brillando con fuego
carmesí—. Siempre nos contenemos. Una eternidad de ser cuidadosos. No
está en nuestra naturaleza ser restringidas. Especialmente no cuando
follamos.

Nunca lo había pensado de esa forma. Como yo, él podía romper


personas sin siquiera quererlo. Sexo restringido: oxímoron por donde sea
que lo miraras. Tener tanto dentro de ti —todo enroscado y listo para
explotar, esperando, siempre esperando a que venga alguien que pueda
verlo, que pueda manejarlo, y nunca ser capaz de dejarte ir—, sé cómo se
siente.
Dolor.

Un dolor que, a diferencia de otros que he dominado, nunca he sido


capaz de descifrar cómo dejar de sentir. No sé si puedes. Es la vida
tratando de suceder.

»Una mujer como tú es una-oportunidad única en la eternidad. Cada


maldito uno de nosotros estaba esperando ver en qué te convertirías
cuando crecieras. Te lo dije, eres un jodido tsunami. Lo supe incluso
entonces. No olías como otras personas.

Los Nueve habían estado observándome. Esperando para ver en qué


tipo de mujer me convertiría.

»Y Cristo, corrías con adrenalina pura, agresión desenfrenada y sueños


jodidamente elevados. La cosa más intrépida que había visto alguna vez.
Maldita sea, Dani, todo lo que he hecho desde el día en que te conocí ha
sido para mantenerte con vida. Para nunca encarcelarte o quitarte tus
oportunidades, para verte levantarte, ver tu porvenir.

—¿Qué? ¿Un maldito Cazador? —demandé.

—No tenía jodida idea de que eso podía pasar —gruñó—. Si hubiera
sabido que tu mano se había vuelto negra, hubiera factorizado eso en mi
eje de teorías sobre ti, y sacado conclusiones antes. Podría haber afectado
ms acciones, podría haberlas cambiado. Ocultaste una pieza de informa-
ción crítica. —Estaba enojado por eso, y ni siquiera estaba tratando de
esconderlo, su rostro ya no era frio y compuesto, sino salvaje, los colmillos
distendidos.

—Como si tú no lo hicieras todo el tiempo —le lancé, al borde de la


vibración, derritiéndome en la estela sin siquiera quererlo. Papeles en su
escritorio volaron, su cabello se despeinó.

—Respira —ordenó—. Contrólate.

—Sigue tu consejo. Estás mostrando tus colmillos. —Pero cerré mis ojos
y me tomé un momento para centrarme. Luego mis ojos se abrieron rápido
y dije—: ¿Qué demonios, Ryodan? ¿Y si de verdad me convierto en un
Cazador? —Mi voz se quebró en la última palabra, dolor envolviéndola.
¿Era una de esas personas que nunca llegaban a pertenecer? ¿En este
mundo, pero no de este? ¿Nunca, ni una vez realmente parte?

Guardó silencio por un largo momento, como tratando de decidir qué


decir. Un músculo se movía en su mandíbula. Finalmente, dijo cuidadosa-
mente:

—Si te conviertes en un Cazador, tal vez no te interesarás por este


mundo, o los que estamos en este nunca más. Tal vez es lo que debes ser.
Tu viaje te lleva a otro lado.

—No crees en el destino —rechacé planamente—. Crees en ti mismo.

—Ah, Polvo de Estrellas, he visto demasiados patrones desarrollarse


durante mi existencia que tienen una alarmante simetría cohesiva. Hay un
plan y es mucho más jodidamente grande que tú y yo. El universo tiene
una agenda. Por un largo tiempo, todo lo que hacía era en desafío a esta.
Luego comencé a tratar de proteger esa agenda, así podría, al menos,
tener algo pequeño que decir en los detalles.

Irritablemente, dije:

—Te extrañaría. Y definitivamente me seguiría interesando en nuestro


mundo. —Amo nuestro mundo. Es siempre mi segunda prioridad. Sobrevivir
es la primera.

—Me gustaría creer eso. Pero tal vez algunas personas están
destinadas a cosas más grandes. Y, de acuerdo contigo, no me extrañaste
para nada en los últimos dos años. Difícilmente te veo extrañándome
ahora, si te conviertes en algo incluso menos humano.

—Tal vez no sea inevitable. Tal vez pueda hacer que desaparezca.
—Ignoré sus otros comentarios. Aún no sabía a dónde se había ido ni por
qué. Y nunca le iba a decir una sola cosa que hubiera extrañado de él
hasta que me lo dijera.
—Tal vez. El tiempo lo dirá. Mientras tanto, una vez más, tenemos un
mundo que salvar. Tal vez necesitaremos a un Cazador para salvarlo.

—Tal vez —contesté—, solo necesitaremos un poco del poder de un


Cazador. Y tal vez, pueda apagarlo una vez que arreglemos las cosas, y
me vuelva normal de nuevo.

—“De nuevo” implica que alguna vez fuiste de esa manera. No lo


fuiste. Y no hay nada en este mundo que odiarías más que ser normal.

Tenía razón sobre eso.

—¿Qué harías, si fueras yo?

—Mantendría la mente abierta, consideraría todas las posibilidades.


Eso es todo lo que podemos hacer. La vida es una caja que no logras abrir
toda al mismo tiempo. Puedes tocarla, levantarla, incluso agitarla, pero
solo puedes suponer los contenidos. Hay un agujero en la tapa de la caja
por donde salen cosas, a su propio tiempo, en sus propios términos. Piensas
que tienes las cosas descifradas —dijo con una nota de amargura en su
tono—, solamente para descubrir que viste todo completamente mal, no
entendiste ni una mínima maldita cosa. Así que esperas para ver qué sale
después. Y mientras tanto sigues viviendo.

Buen consejo. Muy parecido a lo que yo había concluido, sin la


metáfora de la caja.

—¿Qué hay en la agenda de hoy, jefe?

—Ryodan. Solo seamos tú y yo por un tiempo. Sin juegos de roles, sin


superhéroes. Solo un hombre y una mujer que se admiran y se vuelven
completamente locos, pasando tiempo juntos. Hagamos de esa la regla
número dos.

—¿Cuál es la regla número uno y quién la hizo? —demandé.

Encontró mi mirada y la sostuvo por un largo momento. Detrás de esos


remotos ojos plateados, tormentas se precipitaban y giraban. Tormentas
inmensas y atronadoras. Estaba molesto. Eso me preocupaba. Una de mis
reglas iba algo así: si un Príncipe Unseelie dice “corre”, corres. Otra es: si
Ryodan se ve molesto, ten miedo. Ten mucho, mucho miedo.

Pero él y yo, no tenemos miedo. Nos sumergimos de nuevo en nuestros


mundos, y esperamos por lo próximo que salga de la caja. Preparados
para enfrentarlo.

—Dejaré esa para ti —dijo finalmente—. Logras decidir nuestra regla


número uno. —Su mirada agregó, Haz que sea una buena. Nunca la
romperé.

Entonces intercambiamos una sonrisa diferente de todas las que


habíamos compartido antes. Una expresión de calidez y respeto sin
barreras.

Desafortunadamente, no hizo nada en absoluto para alejar las


tormentas.

De los ojos de ninguno de los dos.


28
“Un momentáneo lapso de
razón que une una vida a otra
vida”.

E
l castillo de Christian era… atmosférico, por decir lo menos.

Se extendía sobre un alto acantilado, elevándose sobre


los valles abajo, proporcionando una visión clara de
potenciales invasores. Aunque era de mañana, ni una
partícula de luz solar penetraba el grupo de sombrías nubes
de tormenta. Ese asfixiante cielo de pizarra se extendía de horizonte a
horizonte, hasta donde alcanzaba la vista. La única iluminación era un
débil rayo que chisporroteaba y crepitaba en lo alto, causando que las
nubes parpadearan brevemente con un tono ligeramente más pálido de
depresión.

El castillo era vasto, trepándose a través de un enorme risco, cayendo


bruscamente por tres lados. En el cuarto, el salvaje y estrepitoso mar se
estrellaba contra la base del elevado risco oscuro.

La única forma de entrar era un serpenteante sendero excavado en


un lado del acantilado. Una vez que uno llegaba al final del sendero, un
largo camino con muros de piedra a cada lado conducía a un muro de
piedra perimetral que encerraba toda la finca, interrumpido solo por un
poderoso puente elevadizo que estaba levantado y fuertemente
enrejado. Entonces las sinuosas calles de la fortaleza comenzaban
propiamente. Altas torres de piedra se destacaban en el denso cielo gris,
desapareciendo dentro. El castillo se elevaba y bajaba, se alzaba y luego
se hundía en bajos edificios de apariencia fortificada. Un total de dos
tercios se estaba desmoronando, cediendo al paso del tiempo. El tercio
restante había sido restaurado.

El océano hacía espuma más allá, chocando contra las rocas de más
abajo. Toda la finca era un estudio de enojadas tejas de pizarra, melan-
cólicos grises, y oscuras sombras llenas de tensión, rotas solamente por el
débil rayo intermitente parpadeando en lo alto.

Aterrizamos en lo alto de un bajo torreón y me alejé de él,


abrazándome para permanecer cálida, mi cabello azotando mi cabeza
en la salvaje brisa salada.

—¿Por qué es tan frío y sombrío aquí? —Tuve que hablar en voz alta
para ser escuchada sobre el viento—. ¿Es debido a ti?

—Sean. Afectamos el clima con nuestro estado de ánimo. Su estado


de ánimo ha sido terrible por un largo tiempo. El sol no ha brillado en mi
vigilancia desde unas semanas después de su llegada. Lo que queda de
hierba para que él pueda probarse es pálida y escasa. Dijo la semana
pasada que si se agota la hierba dentro de mi reino, se va.

Respiré profundamente.

—¿A dónde?

Christian se encogió de hombros.

—No tengo ni idea, muchacha, y no diría nada. No me está hablando


en este momento. Tal vez a Faery, o el reino Unseelie, tal vez dentro de los
Espejos Plateados y más allá. No podemos perderlo. Tenemos que
recuperarlo de alguna manera. —Cuando mis dientes comenzaron a
castañetear por el frío, dijo—: Pero entremos, muchacha. Hace calor
adentro. Veré que seas alimentada y te pondré en camino a Sean.

Me estremecí mientras avanzaba por polvorientas y desmoronadas


escaleras de piedra. Durante una comida apresurada de queso y pan,
Christian me había contado un poco más acerca de Sean, concluyendo
con instrucciones sobre cómo encontrarlo. Sintió que era mejor que me
acercara sola, ya que Sean podía sentir a Christian a medida que se
acercaba y se enojaba aún más. Entonces las malditas nubes consumen
todo el castillo, por dentro y por fuera, me había dicho. No es agradable.

Mientras había deambulado por la excéntrica torre, atestada de


elevadas pilas de libros antiguos y manuscritos, cofres y botellas, Ryodan
me había enviado mensajes de texto repetidamente y le había devuelto
los mensajes de texto, respondiendo sus preguntas sobre Dani, deseando
desesperadamente llamarlo y averiguar qué estaba pasando. Pero tenía
mi propia batalla aquí, y por lo que me había dicho Christian, iba a ser
difícil, sino aterradora.

Hice una pausa para recuperar el aliento antes de terminar las últimas
rondas de la escalera de piedra en forma de caracol. Sean se había
retirado a la parte en ruinas del castillo, la torre más lejana donde, según
me dijo Christian, se había acostumbrado a asomarse, una sombría y
melancólica sombra, mirando hacia el mar.

A diferencia del resto del castillo, el cual Christian mantenía caliente


de alguna manera, estaba congelante aquí. Tiré del cobertor de lana que
me había dado Christian más cómodamente alrededor de mis hombros
mientras terminaba mi ascenso.
Entonces solamente quedaba una puerta entre Sean y yo.

Dos largos años más cambios habían pasado desde la última vez que
lo había visto.

Hice otra pausa y cerré los ojos cuando las palabras de Ryodan de
mucho tiempo atrás flotaron en mi mente. Palabras a la que no había
hecho caso, y repentinamente estaba de vuelta en su oficina de cristal,
mirando a Sean, y Ryodan estaba diciendo: Si no le dices a Sean que
Cruce te está follando mientras duermes, destruirá lo que tienes con él más
ciertamente de lo que podría cualquier otro trabajo en mi club. Ese, allí
abajo, había señalado a Sean sirviendo un trago a una bonita Seelie casi
desnuda, es un bache en el camino, una prueba de tentación y fidelidad.
Si tu Sean te ama, la pasará volando. Cruce es una prueba para tu jodida
alma.

También había dicho: Tu dios puede amar a las almas gemelas, pero
el hombre no. Cada pareja es vulnerable, particularmente si son lo
suficientemente tontos como para dejar que el mundo vea cuán brillantes
y felices son. Su riesgo aumenta diez veces durante tiempos de guerra. Hay
dos cursos que puede trazar una pareja en tales circunstancias: Ir al interior
del campo y ocultarse lo más lejos posible de la humanidad, esperando
como el infierno que nadie los encuentre. Porque el mundo los separará. O
hundirse hasta sus cuellos en el hedor y suciedad y corrupción de sus
existencias destrozadas por la guerra. Ver las cosas por lo que son. Dejar
caer sus vendas y elevar la alcantarilla hasta el nivel de ojos; admitir que
estás nadando en mierda. Si no reconoces el bamboleo del desagüe
bajando hacia ti, no puedes esquivarlo. Tienen que enfrentar todos los
desafíos juntos. Porque el mundo los destrozará.

Correcto en ambos sentidos, Ryodan, pensé con una triste sonrisa.


Debería haber escuchado. Pero me había sentido avergonzada. Asustada.
Había sido totalmente contra mi voluntad, pero lo había disfrutado. ¿Qué
hace una mujer con eso? Me había dicho a través de los años que no era
mi culpa. Había sido usada por el príncipe Fae más poderoso que existía,
que podía hacerme pensar que estaba sintiendo algo. Aun así… la
vergüenza. Nunca había querido a otro hombre dentro de mí aparte de
Sean. Aun así, había sentido hambre por Cruce de una manera en la que
nunca había sentido hambre por Sean. Incluso si eso era una ilusión que él
me había impuesto, aún podía saborear el recuerdo de eso. ¡Y odiaba a
Cruce por eso!

Sabía por qué estaba enojado Sean. Sabía por qué estaba
amargado. Conocemos cada gesto, cada contracción, dolor, miedo,
esperanza y sueño del otro. Un engaño vivió y respiró entre nosotros y
había adquirido una vida propia oscura y rapaz. Si tenía alguna esperanza
de ayudarlo a convertirse en el hombre que creía que podía ser, no era el
único que necesitaba enfrentar a sus demonios hoy.

Inhalando bruscamente, cuadré mis hombros y empujé la puerta,


rezando que hubiera validez en el adagio “y la verdad los hará libres”.

—¿Por qué has venido, Kat? —dijo Sean en voz baja, enojada, sin
volverse.

Estaba de pie al otro lado de la recámara de piedra circular,


enmarcada en una alta y estrecha abertura cortada en la piedra, el viento
arremolinando el cabello negro hasta la cintura alrededor de su cuerpo,
revolviendo las plumas de sus enormes alas de cuervo.

»Vete. Ahora. No hay nada aquí para ti.

Si no hubiera visto a Christian primero, y sentido su corazón, Sean me


habría aterrado. Mi amor una vez fue un apuesto y robusto pescador,
trabajando duro en el océano, consiguiendo su musculosa espalda por
lanzar redes durante todo el día con el poderoso y letal clan O’Bannion.
Con su cabello negro, ojos oscuros, y sonrisas rápidas y fáciles, había
aprendido a confiar en él en ese estado asustado y abierto en el que
había pasado mis primeros años. De todas las personas que había
conocido, el suyo había sido el único corazón que me sonaba fiel,
desprovisto de complicidad.

A pesar de su apariencia, casi idéntica a Christian y Cruce, no me


asustaba ahora. Podía sentirlo, estaba lo suficientemente cerca. Estaba
perdido en su interior, a la deriva en una tierra mucho más árida y
desperdiciada que lo que se extendía, tan fea y negra, más allá de los
muros de este castillo. El credo de su sociópata primo Rocky O’Bannion,
inscrito en el reverso de un reloj de oro y diamantes que siempre llevaba,
había sido: Aísla la marca. Había jurado que cada hombre y mujer,
independiente-mente de su educación, pedigrí o riqueza, en última
instancia caería presa de ello; que no podríamos estar solos. Aun así, Sean
había permanecido en un peligroso aislamiento durante dos años y no
había sucumbido. Eso me daba esperanza.

—No estoy de acuerdo —dije, moviéndome más dentro de la helada


habitación—. Tú estás aquí.

—Puede que lo esté. Pero Sean no lo está —dijo amargamente—. Ha


estado fuera mucho tiempo.

—No te creo.

Cuando giró en una tormenta de plumas oscuras e intermitentes ojos


alienígenas, inhalé bruscamente, pero me mantuve firme.

Mi amor, pensé. Oh, mi amor, lo siento mucho.

Ambos nacidos en poderosas familias criminales irlandesas, habíamos


pasado todas nuestras vidas huyendo de la oscuridad de nuestra propia
sangre.

Pero la oscuridad lo había encontrado.

Nublé la visión de mis ojos, para enfocar mejor la mirada de mi


corazón.
—Sal, Kat. No te quiero aquí. No eres nada para mí —dijo fríamente—.
Menos que nada. Y malditamente no me hagas eso. No quieres sentirlo.
Vete ahora y te dejaré vivir.

Si yo no era nada, ¿entonces por qué estaba congelada en su


corazón la imagen del día en que había insistido en que me aceptara a mí
y a mi hija sin saberlo? El día que había erigido un muro impenetrable entre
nosotros y lo había excluido.

Dejé escapar una ráfaga de palabras porque sabía que nunca las
sacaría de otra manera esa verdad, esa terrible y divisiva verdad que me
había estado comiendo viva por dentro, y había cortado los lazos que nos
unían.

—Mentí, Sean. Te mentí. Cruce venía a mí mientras dormía. Me violó


en mis sueños. Rae podría ser suya. —Comencé a sollozar en el instante en
que salió, sentí como si una enorme presión, constantemente
aplastándome, se hubiera desvanecido de mi alma. Lloré de alivio, lloré de
pena. Lloré con conflicto porque amo a Rae. La amo con todo mi corazón
y ella podría ser la hija de mi enemigo. ¿Qué haces con eso?

Sean se sacudió violentamente, estremeciéndose de la cabeza a los


pies con la intensidad de su emoción. El hielo veteado de negro explotó en
la habitación, cubriendo el suelo, trepando por las paredes de piedra,
goteando desde el techo en estalactitas de cristal oscuro. Su voz era
ensordecedora cuando explotó.

—Cruce te violó… —Se interrumpió, incapaz de terminar la frase,


sacudiéndose violentamente, con las manos en puños—. Ese hijodeperra.
Ese hijo de una jodida… —Se apagó, gruñendo, su cuerpo esforzándose
por controlarse.

Con una simple emoción había convertido la habitación en una


cueva de hielo oscuro. Me estremecí, llorando silenciosamente, pero me
mantuve firme. No me congelaría. No mi Sean.

»¡Joder, Kat! —gritó entonces—. ¡Joder! ¿Por qué no me dijiste?


—Lo siento mucho —dije, mi voz quebrándose—. Quería decírtelo,
pero estaba tan avergonzada. Y cuanto más tiempo no te lo dije, cuanto
más proseguía, menos posible se volvía. —No dije que me sentía cómplice.
No podía comenzar a explicar cuán atrapada me había hecho sentir, no
sin decirle por qué. Que también había sentido placer con eso—. No
habías comenzado a cambiar. Eras un hombre, él era un Príncipe. ¿Cómo
podrías haber luchado contra Cruce? ¿Y si te hubiera matado?

—¡Pensé que era de Kasteo! —Su voz se quebró—. ¡Pensé que me


engañaste con uno de los Nueve!

—Oh, no, ¡Sean! Estaba embarazada antes de eso. ¿No hiciste las
matemáticas?

—¡Podría haber sido prematura!

—No lo fue. Kasteo me enseñó a dejar de lado el dolor del mundo, me


enseñó a ser fuerte, pero nunca… —Me interrumpí, sacudiendo la cabeza
violentamente—. El corazón de Kasteo pertenece a otra persona. No a mí.
Nunca a mí. Y mi corazón siempre te ha pertenecido. Te amo, Sean,
siempre has sido tú. ¿No recuerdas lo que nos prometimos?

—Eso fue entonces. Antes de que me convirtiera en el monstruo que


soy. Nunca hubieras prometido tal fidelidad a lo que me he convertido.
¡Soy lo que te violó!

—Si te debilitas, seré fuerte —dije entre lágrimas. Era la primera línea
de la promesa que habíamos hecho cuando éramos jóvenes, el día en
que habíamos huido a Paradise Point junto al faro, vestidos como si fuera el
día de nuestra boda, tuvimos nuestra propia ceremonia, prometiendo
nuestros corazones y almas juntos. Demasiada pasión ardiendo. Ternura
estallando. Siempre hemos sido tiernos el uno con el otro. Y esa pasión que
compartimos fue rica y buena y fuerte. Hasta que un príncipe Fae la hubo
destrozado con lujuria alimentada por ilusión. Y me hizo comparar. Nunca
compares. En el momento en que lo haces, destruyes los dones que
posees, y tus dones son preciosos—. Déjame ser fuerte por ti ahora.
Giró entonces, me dio la espalda, y se volvió para mirar el tormentoso
mar embravecido.

—Es demasiado tarde, Kat. Demasiado tarde para eso.

Me negaba a creer eso.

—Si te pierdes, seré tu camino a casa —dije suavemente.

—¡Vete! No soy el hombre que solías conocer. No queda nada de él y


no tengo un maldito hogar.

Negué con la cabeza mientras limpiaba las lágrimas de mis mejillas.


Sean no iba a permanecer perdido en su feo y horrible lugar en esta fea y
horrible tierra. Ni iba a irse solo a Dios sabía dónde. La Kat que había sido
una vez se habría acobardado ante semejante criatura, que se parecía
tanto a Cruce. La mujer que había sido antes de Kasteo no habría sido
capaz de soportar las oleadas de dolor, miseria y auto desprecio brotando
del alma de Sean, estrellándose contra mí, heladas lanzas, perforando mi
corazón, tratando de destruir mi esperanza.

Pero había aprendido, encerrada debajo de Chester’s por Ryodan,


atrapada con uno de los Nueve. Había aprendido lo que necesitaba saber
para solucionar el problema que había cometido al fallar en prestar
atención a las advertencias de Ryodan en primer lugar. No era la mujer
que había sido una vez. Y, también estaba enojada ahora.

Ryodan me había advertido tan claramente que el mundo destruía


almas gemelas. No solo me había negado a escuchar, había ayudado al
mundo a hacerlo. Había sido yo quien nos dividió. Y, por Dios, nos
recompondría.

—Si te desesperas, te traeré alegría —le dije, repitiendo la tercera línea


de nuestros votos—. ¿Me escuchas, Sean O’Bannion? Alegría. La vas a
sentir de nuevo. No lo crees ahora, pero lo harás. Tomamos esos votos por
una razón. Los formamos juntos, reduciéndolos cuidadosamente a lo que
era más importante para nosotros. Lo hicimos porque sabíamos que la
mancha de nuestra propia sangre era fuerte. Sabíamos que un día
podríamos resbalar. Sabíamos cuánta presión nos pusieron para ser como
ellos. Cuán traicioneros y taimados eran, cómo les gustaba tentar,
ridiculizar e intimidarnos. Juramos que nunca nos dejaríamos caer sin
ayudarnos uno al otro a ponernos de pie y encontrar nuestro camino. Te
vas a poner de pie de nuevo. Vas a luchar contra lo que te han hecho.
Voy a luchar contigo, con todo lo que tengo. Juro que nunca más te daré
otra cosa que la verdad. Y un día tomarás esos votos conmigo otra vez. Y
un día dirás esa última línea de nuevo. Y lo dirás malditamente en serio. Y
eso es lo que usaremos para contener la oscuridad dentro de ti.

—No es tan simple, Kat —gruñó—. No tienes ni maldita idea de con


qué tipo de monstruo estás tratando.

—Le dices eso a la mujer que fue violada por alguien como tú, y voló
aquí con otro como tú. Sé exactamente lo que eres. Mi Sean, en
problemas. Pero no solo. Nunca solo de nuevo.

—No es posible. Lo he intentado. Maldito infierno, ¡lo he intentado! No


soy Christian. No soy tan fuerte. Él proviene de una línea de corazones
puros. Yo provengo de una línea de sangre corrupta.

Christian tenía un clan que lo amaba, que había luchado por él,
luchado junto a él. Sean no tenía a nadie. Toda su familia estaba muerta, y
yo había permitido que escapara, a la oscuridad. Lo que había jurado que
nunca haría. ¿Cuándo había dejado de creer en nosotros? Sabía la
respuesta a eso: Cuando había comenzado a construir una muralla de
vergüenza y mentiras entre nosotros. Cuando Ryodan me había advertido
que estábamos en peligro.

—Pelea por tus limitaciones, tú las haces tuyas. Juntos, vamos a pelear
por tus posibilidades. Es completamente posible que Rae sea tu hija. Si
todavía quieres esa prueba de paternidad… —Eso podría darme un punto
de apoyo, hacer que vuelva al mundo otra vez. Y tal vez la prueba sería
positiva para Sean, y tal vez no sería concluyente si era de Cruce. Quizás lo
que fuera que pasara como ADN de Fae no se registraba. Y no
concluyente no era tan preocupante. Los corazones humanos son
divertidos de esa manera. Nos permitimos creer mentiras piadosas. Pero
esta sería su elección esta vez, no la mía en ocultarle la verdad.

Un temblor recorrió su cuerpo, alborotando sus alas. No dijo nada por


un largo tiempo, entonces:

—¿Cuáles son las probabilidades?

—Cincuenta y cincuenta —le dije rotundamente, dolida por la idea


de que él creyera que pudiera haber tomado otros amantes—. Nunca ha
habido nadie más que tú y, en contra de mi voluntad, él. Nunca has
conocido a Rae, Sean. Deberías. Es adorable, con tu cabello y ojos. Llena
de diversión, buena y amorosa. Eso no me suena a Cruce. Aun así, tiene
uno de dos padres: tú o él, de cualquier manera, tiene un príncipe Unseelie
por padre. Cruce está muerto. —Esperaba—. Tú no lo estás. ¿No preferirías
que mi hija, y muy posiblemente también tuya, creciera conociéndote
como su padre, no a él?

Se giró y me miró, con una chispa de emoción en sus ojos, e inhalé


bruscamente. En lo profundo, podía sentir una leve y débil agitación de
esperanza. Durante dos largos años nadie había venido por él. Tal vez
pensaba que yo sabía dónde estaba, qué estaba haciendo, y había
decidido no venir.

»No tenía idea de dónde estabas, o lo que te había pasado —dije,


avivando la llama de esa esperanza—. Pensé que ya no te importaba.
Pensé que te habías ido porque me despreciabas. Te extrañé, Sean. Dios,
te extrañé más de lo que las palabras pueden decir. —Cerré los ojos
cuando un nuevo ardor de lágrimas los picó. ¿Cuántas veces nos había
imaginado a Rae y a mí caminando por los campos cerca de la abadía
con Sean? Siendo una familia, sin importar de quién era hija. Cocinando
una comida de pescado recién capturado, observando las estrellas salir,
arropándola, haciendo el amor hasta el amanecer.
»Danos una oportunidad más, Sean —le supliqué—. Por favor, di que lo
intentarás.
29
“Hay un castillo en una nube”.

A
lgunos días Dublín es tan hermoso que me mata, y esta
mañana era uno de esos días, mientras Ryodan y yo nos
apresurábamos por las calles adoquinadas hacia Barrons
Libros y Curiosidades.

Una noche de lluvia torrencial había dejado charcos tan inmóviles y


claros como espejos en el pavimento, reflejando edificios y tiendas y cielo.
Todo estaba brillantemente húmedo, limpio, dorado por rayos de sol
deslizándose a través de las nubes. Era una de esas mañanas
alarmantemente frescas, hecha en vívidos grises y negros y plateados,
salpicada con coloridas flores brotando en macetas y árboles esparcidos
en las aceras.

Ryodan me había pedido que acortara el período de tiempo de la


desaparición de la librería, pero no fui capaz de darle más que una
ventana de dos semanas. Había pasado ese tiempo desde que había
pasado por última vez antes de que descubriera que no estaba, lo que
significaba que pudo haber desaparecido dos semanas antes, o ese
mismo día, el día antes que él hubiera destruido mi puerta.

Deambulamos por los lotes repetidamente, buscando pistas. Mirando


hacia abajo, echando vistazos hacia arriba, hurgando en los pocos restos
de escombros moviéndose como plantas rodadoras a través del concreto.

Aparte de una impresión de una distorsión antinatural, no había una


sola esclarecedora porción de evidencia por encontrar. El misterio de
Barrons Libros y Curiosidades había asumido el equivalente del vestido de
batalla de “esa mujer”.

—No tengo nada —le dije a Ryodan unos minutos más tarde, cuando
nos encontramos en el lugar donde una vez había estado la majestuosa
entrada principal.

—Esto no tiene sentido —murmuró mientras el sonido de un mensaje


de texto sonaba en su teléfono. Lo sacó de su bolsillo, lo leyó y frunció el
ceño. Otra alerta sonó y sujetó mi brazo robustamente protegido y cubierto
con un guante mientras leía y comenzaba a jalarme a través del lote hacia
el callejón.

—¿Qué? ¿A dónde vamos? —demandé.

—Solo ven.

—No tienes que arrastrarme —gruñí.

—No estoy tan seguro de eso. —Me estaba jalando tan rápidamente
que apenas tuve tiempo de registrar hacia dónde nos estábamos
dirigiendo, pero lo hice y me detuve inmediatamente.

—Oh, no, ¡infiernos no! No voy a perder tiempo de nuevo. —Mi ciudad
me necesitaba ahora, no meses o años después. Shazam me necesitaba.

Me dio un rápido tirón y fui tropezando hacia adelante, saltando


hacia la pared detrás de Barrons Libros y Curiosidades, dentro del preciso
portal al que había entrado una vez no mucho tiempo atrás y luego pasé
interminables años en el otro lado de los espejos, tratando de volver a
casa.

Me apretujé dentro de la pared. Luego yo era la pared. Entonces fui


expulsada al otro lado, en la infame Habitación Blanca, la cual aún
carecía de estorninos cansados, donde permanecí de pie, frunciendo el
ceño ferozmente hacia diez enormes espejos, uno de los cuales me había
arrojado tan nefastamente hacia el antiguo y hostil Salón de Todos los Días
una vida atrás.
Parpadeé. La Habitación Blanca había cambiado. Ya no era un
cuarto completamente blanco y monótono. Alguien la había redecorado,
o, como todas las cosas en el mundo, le había provisto una reforma
mágica.

Vistosas molduras blancas coronaban las paredes, fusionándose en un


transformado techo lujoso desde el cual colgaba una docena de
candelabros, brillando como hielo frente al rayo de sol. Las paredes habían
sido cubiertas de suelo a techo con paneles ornamentalmente embelle-
cidos. El suelo era brillante mármol blanco. Los espejos, sin embargo, eran
exactamente los mismos, colgando sin ninguna clase de soporte visible,
algunos girando perezosamente dentro de elaborados marcos, otros
estáticos, en bordes de delgadas cadenas soldadas. Unos pocos espejos
eran negros como la noche, algunos lechosos, otros girando en
desconcertantes sombras.

Una vez más habían sido cambiados de lugar.

Realmente odiaba esta habitación.

Cuando Ryodan apareció a mi lado, dije con enfado:

—No voy a volver a la Mansión Blanca. O el Salón. No me importa


cuáles sean tus razones.

—Barrons envió un mensaje. Nos quería lejos del sitio rápidamente


para que dejáramos de atraer la atención.

—¡Barrons! —exclamé—. ¿Dónde está?

—Vamos con él ahora.

Inhalé profundamente, aprestándome para la lucha. Estaba lista,


donde fuera que estuviera, pero tenía recuerdos desagradables de este
lugar. Atravesando un espejo y perdiéndome por años. Saliendo siendo
perseguida por la Bruja Carmesí y asesinar a Ryodan y Barrons. Más
recientemente, entrar para salvar a Mac, volviendo a un Dublín
enteramente diferente y un Dancer profundamente enojado. Había
perdido semanas que no había podido pasar con él y, maldito infierno, si
hubiera sabido que nuestro tiempo sería tan corto… bueno, la verdad es
que aun así hubiera entrado, porque era necesario y eso es lo que hago.
Aun así, había perdido demasiado tiempo en mi vida.

—No perderemos tiempo ahora —dijo Ryodan—. Vamos a usar un


grupo diferente de Espejos Plateados que evitan la Mansión Blanca
completamente. —Cuando atravesó el tercer espejo de la izquierda, un
Espejo Plateado en el que nunca antes había entrado, puse mis ojos en
blanco, sacudí mi cabeza, y me sumergí detrás de él.

Después de un largo, retorcido e incómodo estiramiento a través de lo


que fuera que estuvieron hechos los Espejos Plateados, tropecé fuera —
juro que los espejos te hacen eso a propósito, para mantenerte fuera de
equilibrio— hacia el corazón de Barrons Libros y Curiosidades.

Solo permanecí ahí por un momento, brillando silenciosamente, Harry


Potter reunido con Hogwarts. Estaba en mi lugar mágico de nuevo, donde
una vez había sentido, mucho tiempo atrás —por primera vez en mi vida—,
que tal vez pertenecía a alguna parte. El lugar alberga un ambiente
sagrado y místico para mí. Amo BL&C. Lo amo, amo, amo. Huele a grandes
aventuras encuadernadas en cubiertas de cuero, abarrotadas en
estanterías esperando ser liberadas, a velas de durazno y crema de Mac, a
los finos muebles y alfombras de lana de Barrons, y al aroma de mi tipo de
peligro. Los sonidos de esta tienda son música para mi alma, el tintineo de
la campana de la puerta principal, a la cual tenía intenciones de darle un
portazo al menos una vez mientras estuviera aquí, el suave siseo del fuego
a gas en una chimenea esmaltada, el silencioso zumbido del refrigerador
detrás del mostrador de Mac.

Mac. No podía esperar para hablar con ella. Tenía tanto que contarle,
tanto que preguntarle.

Me di la vuelta lentamente, absorbiéndolo todo, los elegantes


muebles, la forma en que el sol se inclinaba a través de las ventanas de
cristal plomado, mi amada puerta con campana, las cuerdas de luces de
colores cubriendo las estanterías, las medias colgando de la chimenea, el
alto árbol de Navidad decorado en la esquina… Esperen, ¿qué?
¿Habíamos perdido tiempo después de todo? ¡No era diciembre!

—¿Por qué maldita sea tienes un árbol de Navidad, Barrons? —gruño


Ryodan detrás de mí.

Giré y contuve el aliento, sonriendo. Jericho Barrons es una de las


pocas constantes en mi mundo. Otras cosas pueden cambiar, pero Barrons
nunca lo hace. Es impermeable, inmutable, una gigante y obstinada roca
de hombre que ni siquiera el agua puede esculpir. Como Ryodan.

Sus fosas nasales se ensancharon y un pequeño músculo se movió en


su mandíbula.

—No lo tengo. Esa fue idea de Mac. Al menos no es rosado esta vez.

Un rápido movimiento llamó mi atención en una alta estantería detrás


de él.

—Eh, Barrons, ¿por qué hay un lémur en tu tienda?

Su rostro no podría haberse ensombrecido más.

—También idea de Mac.

—¿Con que lo estás alimentando? —¿Lo estaba alimentando? El


pequeñito lucía horriblemente delgado para mí.

—Si pudiera atrapar al peludo hijo de perra, lo arrojaría por la maldita


ventana. Ha estado cagando por todos lados. Tienes llamas negras en tu
cara, Dani. ¿Qué te ha estado haciendo Ryodan? Sabe que no debería
tatuar el rostro cuando queda cuerpo para hacerlo.

Le lanzó una mirada interrogante a Ryodan, y algo pasó entre ellos


que no entendí. Ryodan movió su cabeza una vez, Barrons asintió. Estaban
teniendo una conversación completamente privada.
Años atrás, los habría ignorado. No lo hice esta vez. Me pregunté si
podía colarme, como lo había hecho en Elyreum. Miré a Ryodan a los ojos,
dejando que los míos se salieran de foco, y pensé en el tatuaje que había
hecho en la base de mi columna. En su sangre y la mía entremezcladas y
el peligroso poder de tales hechizos, las inadvertidas conexiones que
forjaron. Vacié mi cerebro de cualquier pensamiento, expandí mis sentidos
y… ¡zas!

…no tengo ni maldita idea. Creo que se está convirtiendo en un


Cazador.

Conmoción y profunda resaca de pesar.

Cristo, de todas las cosas que pensaste, esa nunca fue una opción.
¿Qué estás haciendo aquí? Ella no llamó a SESM, o lo habría sabido. No
deberías estar aquí.

Lo sé.

¿Cómo volviste?

Te lo dije, ni maldita idea. En un momento estaba allí, y el siguiente


estaba…

—¡Detente! —gruñeron ambos al mismo tiempo.

Me tambaleé por la fuerza con la que me habían expulsado de sus


pensamientos.

Solo estabas en su cabeza, no en la mía. Barrons me lanzó una mirada


oscura. Te sentí en su cabeza y me escuchaste ahí, así que no seas
engreída.

Levanté una ceja, sintiéndome bastante engreída de todos modos.


Había entrado en la impenetrable cabeza de Ryodan. Maldición.

En voz alta dije:

—¿Dónde estamos y cómo supiste que estábamos en el lugar?


—Eché un vistazo por la ventana.

Bloqueada, me dirigí hacia la puerta para lograr dos objetivos: tocar


esa campana y ver dónde estábamos, cuando Barrons rugió:

—¡No la abras!

Lo dirigí una mirada sorprendida y en cambio fui hacia la ventana.


Miré, parpadeé, miré de nuevo. BL&C reposaba en medio de esponjosas
nubes blancas, con una estrecha vista a través de estas hacia los lotes
vacíos abajo. Estaba soleado aquí, lúgubre abajo. Presioné mi mejilla
contra la ventana y pensé, Bendito dispositivo encubierto Romuliano, ¡la
tienda era invisible desde afuera!

—Increíble, estamos en la película Up. ¿Qué hiciste? ¿Cómo hiciste


que BL&C flotara? —Si hubiera atravesado la puerta, me habría caído—.
No te atrevas a tirar a ese pobrecito lémur —añadí preocupada.

—Yo no la hice flotar. Fue Mac.

Eché un vistazo alrededor, muriendo por verla. Este estaba resultando


ser un día excepcional. Ryodan, Barrons, y Mac; mis leones, tigres y osos
habían retornado.

—¿Dónde está? —pregunté animadamente.

—Eso es lo que necesitamos discutir —dijo Barrons seriamente.

Los Fae nunca habían tenido la intención de aceptar a Mac como su


nueva Reina, nos contó Barrons mientras nos reuníamos en el área trasera
de descanso de la librería en el sofá Chesterfield favorito de Mac.
Enfurecidos ante el descubrimiento de que su antigua Reina, quien los
había removido forzosamente del reino humano tanto tiempo atrás, había
iniciado su existencia como un humano, agraviados ante el
descubrimiento de que su confiable Príncipe Seelie, V’lane, era de hecho
un Príncipe Unseelie, la Corte de la Luz se había vuelto completamente
purista. Solamente a un Seelie se le permitiría gobernar en el futuro,
solamente un Seelie se convertiría en el siguiente miembro de la realeza.
Así, comprometidos, habían puesto un alto precio por la cabeza de Jayne,
determinados a matarlo para que el próximo Príncipe nacido sería uno de
ellos.

—Ahora hay dos Príncipes de la Corte de la Luz que son


completamente de sangre Fae —nos contó Barrons—. Ocultan su
presencia de ti.

—Uno —corregí—. Maté a uno anoche.

Barrons levantó una ceja.

—Ignoraste el decreto de Mac.

—No tuvimos opción. Te fuiste y no enviaste ningún mensaje. No


teníamos idea de que siquiera estaban vivos —dije rotundamente.

—No gracias a los Fae. Demandaron que ella fuera a la corte,


sacaron la alfombra roja. Por un par de días fueron amables, fingiendo
voluntad de aceptarla. Gratitud de que hubiera reparado el mundo y
destruido a los Unseelie. Pero sus poderes antiguos estaban siendo
revitalizados por la Canción. Después de cuatro días en Faery,
encontrándose con cada casta, sin darle tiempo a Mac de aprender
cómo acceder al poder que le cedió la Reina, comenzaron los ataques.
Cuarenta y dos ataques a su vida en doce horas —gruñó, oscuros ojos
brillando.

—¿Fueron tras ella a pesar de que tiene la espada y a ti a su lado?


—dije incrédulamente—. ¿Están locos?
—Sigilosos ataques en gran número, tratando de separarnos. Estaban
dispuestos a morir para poner a uno ellos en su lugar. Necesitábamos
tiempo. Una Reina que no puede usar su poder no es Reina en absoluto.
Retornamos a Dublín, amontoné Espejos Plateados, y la llevé a una
recámara que conozco en la Mansión Blanca; la primera habitación que
creó el Rey Unseelie para su concubina, mucho antes que la Mansión
Blanca existiera. Una recámara donde el tiempo se mueve tan lentamente
que ni siquiera se arrastra. Un día en nuestro mundo son décadas allí. Mi
mejor suposición, ha estado sentada en esa habitación casi un siglo.

—¿Y tú? ¿Cuánto tiempo has estado sentado aquí? —demandó


Ryodan.

—Irrelevante.

—¿Por qué estás aquí, si ella está en la Mansión Blanca? —pregunté.


Barrons nunca dejaría sola a Mac, sin protección.

—No lo está. Movió las cosas. Estaba en la Mansión Blanca, afuera de


la recámara, montando guardia. Abruptamente, me encontré en la
biblioteca con su recámara conectada por una puerta que no existía
antes. —Hizo un gesto por encima de su hombro, hacia la puerta a la
derecha de la chimenea esmaltada cerca del área de descanso—. Tal vez
percibió una amenaza acercándose y nos movió. Entonces empezaron a
aparecer cosas, a cambiar. Agradezcan que no vinieron el día que volvió
todo rosado. Si nunca llegan a ver un maldito sofá Chesterfield rosado,
considérense afortunados. Está probando sus poderes. Viendo qué puede
hacer. El lémur debería desvanecerse pronto. La mayoría de las cosas lo
hacen.

—¿Está comiendo, bebiendo? ¿Haciendo algo? —pregunté. Dios, solo


quería verla. Tantas veces en los últimos años, había estado hambrienta
por hablar con ella. Especialmente ahora, con Ryodan de vuelta. Mac y yo
somos muy parecidas y al mismo tiempo no podríamos ser más diferentes.
Ella entiende emociones, pero no siempre la lógica. Somos el yin-yang y
buenas la una para la otra.
—No. No solo el tiempo pasa muy diferentemente allí, dudo que
necesite hacerlo de aquí en más. Se está convirtiendo en Fae. Abrí la
puerta. Una vez. El choque temporal casi me mató.

—¿Cuándo fue la última vez que comiste? —preguntó Ryodan.

—Demasiado tiempo.

—Ve. Me quedaré.

Barrons negó con la cabeza.

»No luces bien.

—Tomamos nuestras propias decisiones, ¿no es así? No escuchamos


los consejos de otros. ¿Cómo funcionó eso para ti?

—Joder, déjalo ya. Lo discutimos entonces. Parecía la opción más


sabia en el momento y lo sabes —dijo Ryodan fríamente.

—Tiempo. Ese es siempre el problema, ¿no es así?

No tenía ni idea de qué estaban hablando una vez más, pero estuve
de acuerdo silenciosamente. Tiempo insuficiente con Dancer. Ahora,
tiempo insuficiente con Ryodan antes de que mi cuerpo se hubiera vuelto
letal al toque.

Ryodan me echó un vistazo. Ni siquiera necesitaba que abriera la


boca para saber lo que iba a decir.

—Solo ve —dije irritablemente—, tengan su tiempo alfa de Nueve


para ponerse al día. Tengo que hacer algo de investigación, de todos
modos. —A Barrons, le dije—: Libros sobre viejos dioses de la tierra,
señálame dónde están.

Lo hizo, y mientras se dirigían hacia la oficina de Barrons, me apresuré


hacia arriba en dirección general al lémur que se había balanceado sobre
la barandilla, para educarme sobre nuestros nuevos y antiguos enemigos.
π

Dicen que aquellos que olvidan su pasado están condenados a


repetirlo. ¿A qué, entonces, están condenados aquellos que borran su
pasado?

¿A ser devorados por este?

¿A destruir cualquier esperanza de un futuro?

Porque eso es prácticamente lo que le ha sucedido a nuestro pasado:


un borrador gigante se había encargado de este.

Los celtas eran conocidos por no escribir las cosas, la nuestra era una
antigua tradición oral.

Luego llegaron los romanos y cubrieron los nombres de nuestros dioses


con los de ellos, y como si eso no hubiera ofuscado lo suficiente nuestros
orígenes, el cristianismo irrumpió y cubrió con aún más nombres, imágenes
y leyendas a nuestros dioses hasta que fuimos dejados con poco más que
cosas como duendes, pequeñas y malvadas hadas, y trolls.

Los irlandeses somos gente terca. No caemos fácilmente. La única


manera en que el cristianismo había podido erradicar nuestra historia tan
completamente fue erigiendo iglesias en nuestros sitios sagrados, obscure-
ciendo su origen y propósito, y renombrando nuestras fiestas paganas,
transformándolas en celebraciones cristianas sin ninguna de nuestras
tradiciones.

Nuestros dioses eran un desastre de reescrita prensa sesgada.

Leí por horas y en lugar de descubrir respuestas, encontré más


preguntas. Los Fomorianos habían estado vinculados con los Fae,
mezclados con deidades de alrededor de toda Europa occidental, y
muchos presunta-mente fueron derrotados o convertidos a varios santos.
San Patricio recibió el crédito no solo de eliminar a todas las serpientes de
Irlanda, cuando estudios científicos respaldaron concluyentemente que en
Irlanda ni siquiera había habido serpientes jamás para empezar, sino
también de encontrarse con dioses de nuestro pasado y después de un
gran discurso convertirlos incluso a ellos al cristianismo.

En otras palabras, nuestra historia era una mierda.

Nombres de dioses y nombres de Tuatha De Danaan habían sido


intercambiables en gran medida.

Oh sí, eliminemos ese monumento a lo que sea que hicimos que era
terrible, para que pueda mordernos el trasero en el futuro. Se recoge lo
que se siembra, si eres suficientemente estúpido para permitirlo. Es por eso
que recuerdo cada una de las cosas que he hecho, me miro al espejo y
encuentro esos ojos que la han jodido, plenamente consciente de mis
errores, porque el día que me permita olvidarlos es el día que puede que
vuelva a cometerlos de nuevo.

Nunca. Iba. A. Pasar.

Saqueé la tienda de Barrons, acumulando tomos para futuras lecturas,


apuntando nombres en el bloc de notas de mi teléfono, desde Abhartach
a Balor, Morrigan a Lugh, Dagda y Aine, Medb y Daire, notas rápidas sobre
cada uno.

No pude encontrar una sola mención de AOZ o algún dios que


abdujera humanos.

Mientras le estaba frunciendo el ceño a mi teléfono, se volvió


abruptamente rosado, brillantes corazones explotaron por toda la pantalla,
borrando mis notas, reemplazándolas con un texto floreado.

Estoy llegando, Dani. Estaré de vuelta pronto. Te extraño. ¡¡¡Te quiero


mucho!!! Mac.
Sonreí de oreja a oreja, luego estallé en carcajadas. Rosa y corazones.
Mac aún era Mac, a pesar de convertirse en Fae. Mac siempre sería Mac.
Había atravesado tanto, sobrevivido la posesión de la maldad más grande
alguna vez conocida por el hombre o Fae, derrotado a la enorme y
psicopática entidad que la había consumido. El poder y conocimiento Fae
nunca borraría a la chica arcoíris de Barrons.

No había manera de responder el mensaje y la nota desapareció,


pero fui lo suficientemente rápida para tomar una captura de pantalla del
mensaje antes de que desapareciera. Un recuerdo.

Una promesa. Justo ahí un juramento de meñique.

Eché un vistazo por la ventana hacia el cielo oscureciéndose, reuní los


libros que iba a llevarme conmigo, y bajé las escaleras para encontrar
bolsas donde guardarlos. Estaba hurgando detrás de la caja registradora
cuando entraron Barrons y Ryodan.

Barrons echó un vistazo a mis libros y gruñó:

—Esos estaban en una vitrina cerrada.

Duh.

—Soy quien los sacó.

Ojos negros me escrutaron.

—No hay manera de que pudieras abrir ese cerrojo.

—Lo sé, ¿cierto? —respondí con enfado. Soy increíble abriendo


cerrojos. Es una de mis especialidades y la maldita cosa me había
derrotado—. Rompí el cristal con la empuñadura de mi espada.

—Tú. Rompiste. El cristal.

Dios, Mac me dijo que Barrons se enojaba cuando te metías con sus
cosas.
—Bien deberías saber que también agarré tu motocicleta y Land
Rover, antes que desapareciera el garaje —le informé, solo para dejar las
cosas claras entre nosotros.

Me miró como si fuera un espécimen en una diapositiva.

»Mac envió un mensaje de texto —dije para distraerlo—. Está bien.

Quedó preternaturalmente quieto, tan inmóvil que desapareció ante


mis ojos por un momento, fundiéndose con el empapelado detrás de él.
Entonces estuvo de vuelta, diciendo suavemente:

—Ella te envió un mensaje de texto. A ti. Déjame verlo.

Oh, imagino que no se había molestado en enviarle un mensaje de


texto a él. Solo enviarle árboles de Navidad y lémures. Le pasé mi teléfono,
con la captura de pantalla.

Lo miró por un largo momento, sombras danzando en sus ojos oscuros,


y vi un destello de pura e incauta hambre en estos que me hizo tambalear.
Lo de ellos era unidad, una simbiosis, una relación de pareja con la que
sueño, lobos que decidieron unirse y cazar juntos, soldados que siempre
cuidarán sus espaldas, sin importar qué, sin importar cuán grande fuera la
transgresión o el pecado.

Tocó la pantalla con su pulgar como si de alguna manera pudiera


tocar a Mac a través de esta. Y pensé, Santos infiernos, Jericho Barrons
tiene una… no una vulnerabilidad, pero sí, eso. Una debilidad, una
necesidad. Mac. También lo había visto en ella. Era lo que me molestaba
sobre el amor. Desear a alguien tanto que sentías como si no pudieras
respirar cuando no estaba, tan intensamente que tu mundo perdía la
mitad de sus colores y eras raramente suspendido hasta que volvían. Como
mis últimos dos años. Vulnerabilidad de cualquier forma que la miraras. Miré
nerviosamente a Ryodan, luego desvié la mirada rápidamente. Perder a
Shazam casi me había destruido. Perder a Dancer me había lanzado al
suelo nuevamente.
Luego el rostro de Barrons se tornó remoto, frío e ilegible. Se dio la
vuelta bruscamente, caminó airosamente hacia la chimenea, hurgó en la
estantería, luego volvió y me devolvió mi teléfono, junto con un sobre.

—Mac me pidió que te diera esto la próxima vez que te viera.

Lo agarré, un sobre blanco sellado sin ninguna escritura.

—¿Qué es?

—No tengo idea. Simplemente me pidió que me asegurara que lo


tuvieras.

Quería abrirlo en ese momento. No lo hice. Lo miraría después, en


privado.

»¿No lo vas a abrir? —demandó.

—Si tiene que ver con Mac, te enviaré un mensaje de texto.

Inclinó su cabeza.

—Y en el momento en que aparezca, te lo haré saber. Hasta


entonces, manténganse lejos de la librería. No atraigan atención a
nosotros. Los Fae no la han encontrado aún y tengo intención de que siga
siendo así.

Asentí.

—Alimenta al lémur. Seguramente tienes comida en algún lugar. Al


menos ponle un tazón de agua. —La pobre criatura se había sentado en
una estantería sobre mi cabeza mientras había leído. Estaba solo. Y
hambriento.

Guardé el sobre en mi bolsillo, empaqué mis libros en bolsas de BL&C,


y Ryodan y yo nos fuimos, atravesando el espejo, retornando al oscuro
Dublín debajo.
π

Más tarde, me senté en lo que quedaba de la mesa de mi comedor,


sin algunas hojas, con mis libros extendidos, el sobre de Mac en mi mano.

Shazam no estaba en ninguna parte, pero la noche anterior había


prometido frecuentar más seguido. Estaba contando con eso. Era la única
cosa viva que podía abrazar.

Ryodan se había opuesto rotundamente a que volviera a mi


apartamento, pero había insistido, recordándole el estelar trabajo de
colocación de guardas que él había hecho en mi dormitorio,
permitiéndome un lugar seguro de los Fae. Si se hubiera salido con la suya,
estaría viviendo en Chester’s. Nada nuevo ahí. Había estado tratando de
que cambiara de residencia desde que era una niña.

Ya no era una niña, era una mujer que se había acostumbrado a su


propio espacio y tiempo. Había acordado encontrarme con él en
Chester’s después de que investigara qué había en el sobre de Mac, y de
que pasara un par de horas más con los tomos antiguos de Barrons.

Di vuelta al sobre, me quité mi guante, y lo abrí, retirando dos hojas de


papel y desdoblándolas.

Mi respiración se atoró en mi garganta y todo en lo que pude pensar


fue: Cómo malditos infiernos… ¿cómo Mac había recibido una carta de
Dancer?

Cerré mis ojos, relajé mi respiración, me preparé para el dolor y


comencé a leer.

Hola Mega.
—Hola, Dancer —susurré.

Te amo.

—También te amo.

Pensé en decirlo primero para no empezar con un cliché de mal gusto


como: Si estás leyendo esto, estoy muerto. Pero si estás leyendo esto,
entonces lo estoy. No te preocupes por mí, estoy bien y nos veremos de
nuevo.

Quería dejarte una carta, pero no podía pensar en un lugar donde


dejarla donde A: no la encontrarías antes que muriera y B: definitivamente
la encontrarías después y, honestamente, no quería que la tuvieras
inmediatamente, así que le pedí a Mac que te la diera en el momento que
pareciera más adecuado. Sé que mi muerte será muy dura para ti, y lo
lamento malditamente mucho.

He sospechado por un tiempo que el reloj cósmico está disminuyendo


para mí. Conozco las señales. Tú también las conoces, y te amo hasta el fin
de la tierra y de vuelta por ignorarlas conmigo. Eso tomó más que coraje,
Mega. Eso tomó un corazón de oro y un carácter de hierro.

Solía preocuparme que nunca podría sostenerte y hacerte el amor en


esta vida. Que nuestro hilo rojo iba a tener que ser platónico porque eras
muy joven cuando nos conocimos y yo tenía un corazón enfermo, y me
enloquecía porque sabía que nos habíamos amado antes. Lo supe desde
el momento en que te vi, gritando “joder” a un millón de kilómetros por
minuto, sintiendo todo en la vida tan intensamente.
Busca en Google el mito japonés del hilo rojo. Si internet no funciona,
mira en mi álbum de fotos, el de cuero marrón con todas las selfies que
tomamos cuando nos estábamos divirtiendo como locos. Junto con todas
esas selfies donde estábamos haciendo sexys cosas locas. Te amo por eso.
El. Mejor. Porno. Del. Mundo.

En fin, imprimí el mito para ti, en caso de que el mundo quede fuera
de línea, pero en resumen, los japoneses creen que nuestras relaciones
están predestinadas por los dioses, quienes atan los dedos meñiques de
aquellos que se supone que se encuentren en la vida. Las personas
conectadas por hilos rojos tendrán un profundo impacto entre sí, un
impacto que cambia tu vida, que le da forma a tu alma. Harán historia
juntos. Aunque esos hilos puedan enredarse, anudarse, y enmarañarse, son
irrompibles. (Por otro lado, creo que es mejor no tomar por sentado la parte
de “irrompible”. La elección es primordial. Los hilos rojos son sagrados. Se
gentil con ellos). (Por otro lado de nuevo, esos hilos rojos salen de nuestros
meñiques porque la arteria ulnar corre desde el corazón hacia el dedo
pequeño y esos hilos están ahí para mantener nuestros corazones
conectados, a través del espacio y tiempo).

Gracias por ser mi hilo rojo. Sé cuán afortunado fui al tenerte.

Te conozco, salvaje. Mejor de lo que tú crees. Pensabas que te


amaba porque solo veía las partes buenas de ti. Pensabas que te veía a
través de un filtro. No lo hice.

Se sobre la jaula (la odié por eso más de lo que puedes saber), los
asesinatos en los que fuiste engañada para realizalos (también odio a
Rowena), las terribles injusticias que sufriste.

Aun así, saliste de ello con un corazón tan puro que me quita el
aliento. Si pudiera, te habría salvado miles de veces. Habría sido tu
caballero en brillante armadura. Habría asesinado dragones, te habría
rescatado, habría peleado guerras por ti.

Pero nadie te salvó. Así que salvaste al mundo.


Y ahora estoy muerto y te dejé sola y odio eso.

¿Recuerdas cuando te pregunté por Ryodan? Te enojaste conmigo


cuando dije que no era tan súper como él. Dijiste que era igual de súper,
solo que no de la misma manera. Gracias por decir eso.

Te miro de la misma forma en que tú miras a Ryodan. Te adoro. Te


admiro. Pienso que eres la persona más increíble que he conocido.

Envidiaba a Ryodan. Su corazón fuerte, su cuerpo inmortal. Envidiaba


su larga vida tanto que casi lo odiaba a él.

Entonces un día él vino a mí, después de que le contaras que estaba


muriendo. Me contó cosas sobre ti. Las cosas que nunca me dejaste saber.
No me lo contó todo, así que no te enojes con él. Lo sé porque hice
preguntas que él no respondería. Él quería que supiera el milagro que eres.
También estaba midiéndome, tratando de decidir si te merecía. Mi respeto
y cariño por ti crecieron incluso más ese día, y no había pensado que eso
fuera posible. Eres una mujer de una en un gúgol, Mega.

Antes de irse, me ofreció el Elixir de la Vida.

Cuando dije que no, me ofreció hacerme como él.

Solté la carta y me quedé mirando en blanco. ¿Había hecho qué? Le


había pedido que hiciera precisamente eso. Él había dicho que no, que no
funcionaría, que podría matarlo. Luego había ido con Dancer y se lo había
ofrecido de todos modos. Por mí. Pasé varios minutos tratando de
procesarlo, luego continúe la lectura.

Dijo que no era un éxito garantizado, mi corazón podría estallar de


todos modos. Podría no sobrevivir a la transformación. Pero porque me
amabas, lo intentaría. Dijo que ni el elixir, ni convertirme como él, venía sin
un precio, ambos venían acompañados por significativos problemas. Dijo
que me contaría sobre esos problemas si escogía alguna de las opciones.

Nunca he estado tan tentado en mi vida.

Pero hay un patrón y propósito para todas las cosas. Lo veo en la


sublime verdad de las matemáticas. Lo escucho en la perfección de
grandes composiciones musicales. Este espectacular universo sabe lo que
está haciendo.

También me contó sobre la definición de amor que le diste cuando


tenías catorce años —¡muy buena, por cierto!—, pero dijo que habías
olvidado algo.

Dijo que el amor es la voluntad de poner la felicidad y la evolución de


la persona antes que la propia. Incluso si significa renunciar e ellos.

Momento para la brutal verdad: siempre supe que nos querías a


ambos. No te preocupes, salvaje. Solo soy uno más de los giros de tu
evolución.

Me estoy cansando ahora. No me demoraré demasiado. Quiero


descansar para poder hacerte el amor de nuevo esta noche cuando
llegues a casa. La manera en que me miras en la cama, con toda esa fiera
emoción brillando en tus ojos, la manera en que me tocas —las palabras
no son lo tuyo, pero lo siento en tus manos— y, gracias a ti, he logrado ser
el hombre que siempre quise ser en esta vida.

Dani, mi admirable y magnífico hilo rojo, moviste mi jodido mundo,


sacudiste mi existencia, me despertaste a matices de la vida que nunca
antes había visto.

A veces pienso que no conseguimos ver nuestros hilos rojos por una
docena o más vidas. Espero que otras veces tengamos cientos de vidas
juntos, consecutivamente. No puedo esperar por la oportunidad de
amarte de nuevo.

Pero ahora no es mi turno.


Ese privilegio le pertenece a alguien más.

Te amo como pi.

Dancer

Cubrí mi rostro con mis manos y lloré.

30
“Todas esas cosas me hicieron
lo que soy”.

C
uando decido encerrar algo, no fallo.

Lo hice ahora.

Me senté en la mesa, mirando fijamente la noche


más allá de las ventanas, recordando a Dancer. La
primera vez que lo había visto, cada una y todas las veces desde
entonces. Las veces que desaparecería por días, entonces lo encontraría
de nuevo y estaríamos tan malditamente felices de vernos, y nos reiríamos
de nosotros mismos y jugaríamos con el puro y salvaje abandono de
adolescentes en un mundo que no tenía reglas excepto aquellas que
hacíamos para nosotros. Nadie que nos dijera cuándo dormir o despertar,
qué comer, qué no comer, nadie que nos dijera cómo vivir. Habíamos
aprendido el uno del otro.
Habíamos puesto bombas e investigado misterios. Había inventado
cosas para mí, me había dado un brazalete que había perdido en el otro
lado de los espejos, y le había enseñado mi estrafalario y rápido mundo.
Habíamos visto caricaturas, jugado a ser Pinky y Cerebro, otras veces yo
había sido el Demonio de Tasmania con él o el Correcaminos, zumbando
alrededor de nuestra ciudad, torciendo y tallando e incrustando nuestras
iniciales en todo.

Habíamos crecido y abordado misterios aún más importantes, salvado


juntos al mundo, enamorándonos.

Había recibido su mensaje no tan sutil: tenemos más de un hilo rojo.

Y esos hilos no son de género o incluso de especies específicas, al


menos no en mi caso. Algunos de ellos son románticos, algunos de ellos no
lo son.

Mac es uno de mis hilos, nuestras vidas inextricablemente


entrelazadas. Creo que Mac y Christian también tienen un hilo rojo, sus
interacciones no siempre fáciles, pero definitivamente transformadoras.

Shazam también es uno de mis hilos. Creo que Kat también puede
serlo. Tenemos cosas que aprender la una de la otra; ella con su enorme
empatía y yo con mis formidables muros.

Rowena fue un desagradable gran hilo, pero no uno rojo. Creo que la
gente puede invadir tu vida y enredarse a tu alrededor, una soga negra, y
si juntas crean demasiado karma malo, tal vez se conviertan en uno de tus
hilos rojos en una próxima vida, y para siempre, hasta que consigues lo que
sea que se supone que aprendas de tu implicación con ellos… estas
personas que fuerzan su camino y destrozan tu mundo. Tal vez sea una
lección en algún tipo de perdón cósmico.

No la he aprendido aún. No la perdono. Fue una perra loca y todavía


no sé todo lo que me hizo.
Ryodan también es uno de mis hilos rojos. Podría ser un enorme hilo
rojo, diez veces más grueso que un hilo normal. Me temo que Dancer vio
eso.

El amor es gracioso. Aunque ya no tengas a esa persona, aún tienes el


sentimiento. No perdiste tu amor. Perdiste la habilidad tangible, táctil y
sensorial de experimentar a la persona o animal que perdiste.

El dolor es todo acerca de ya no ser capaz de tocar. No poder usar


tus sentidos para experimentarlos en un nivel físico. Se han movido más allá
de un velo impenetrable, más allá de tus manos y boca y ojos.

Y… por supuesto… eso me llevó a otro pensamiento que traté de


encerrar y fallé.

Estaba perdiendo mi habilidad de tocar todo.

Reconozco agujeros de conejo cuando los veo. Ese era uno grande e
interminable.

Me empujé enérgicamente, negándome a caer sobre ese borde. Era


lo que era. Punto. Patrones, significado, no mi fuerte. Acción, rápido y
seguro, lo entiendo.

Eché un vistazo a mi teléfono por la hora, agarré mi espada, la


empujé sobre mi hombro en la funda, y me dirigí al dormitorio para
refrescarme y dirigirme a Chester’s. Si no me apuraba, él estaría golpeando
mi puerta.

Él que había estado dispuesto a hacer a Dancer uno de los Nueve


para mí. Tuve un breve destello de los dos sentados juntos, hablando sobre
mí, Ryodan ofreciéndose para salvar a Dancer, Dancer sabiendo que los
quería a los dos. Santo infierno. Relaciones complicadas. Mi vida está llena
de esas.

Cuando entré a mi oscuro dormitorio y me moví hacia el baño para


cepillarme los dientes y lavarme el rostro, lo sentí.
Había una presencia viva en mi habitación. Al acecho, hirviendo,
rezumando oscuramente en la esquina detrás de mí.

No era Fae.

Enormemente malévola, aterradora.

Giré bruscamente. Irrumpió en la esquina a la derecha de mi cama,


llenándola, atiborrándola con oscuridad amontonada sobre oscuridad.

No, se agachó, haciéndose mucho más pequeño de lo que


realmente era, voraz, y sofocantemente malvado.

Mi espada estuvo en mi mano derecha instantáneamente, mi


izquierda desnuda, levantada.

—Muéstrate —gruñí.

Se deslizó hacia adelante de la densa sombra de tinta que había


tejido alrededor de sí mismo y, mientras su forma humana aparecía poco a
poco, la cabeza por último, me di cuenta de que se estaba quitando una
máscara de su rostro.

Tengo una teoría sobre la gente que sospecho que es universal:


cuando alguien esconde algo de ti, hace que quieras verlo. En el
momento en que la máscara despejó ese lado de su rostro, miré fijamente,
y fui instantáneamente atrapada por su terrible mirada.

Hay reglas en este mundo que solo las aprendes al violarlas. Con
algunas cosas nunca puedes hablar, como el Fear Dorcha, que puede
robar un trozo de tu cuerpo si eres ese tipo de tonto. El bastardo tomó mi
boca una vez, me dejó incapaz de decirle al mundo las muchas cosas
brillantes que tenía que decir. Mac me salvó de él.

Y ahora, además de los Príncipes Unseelie, aprendí que hay otras


cosas con las que nunca se puede conectar la mirada.
Al momento en que mis ojos se encontraron con la insondable,
húmeda y sofocante mirada llena de niebla del único enorme ojo que
había estado ocultando esta criatura detrás de su máscara, estuve
pegada en el piso, incapaz de moverme. Sin posibilidad de meterme en la
estela. Ese ojo malvado y consumidor pinchó un trozo de mí y lo encerró
con púas salvajes que no cederían.

Entonces lo sentí entrar en mi mente, no como Ryodan, con una sutil


zambullida, sino una despiadada jabalina con un anzuelo brillante en el
extremo que tenía múltiples puntas, mientras rasgaba mi misma carne,
tirando, jalando, arrancando algo de mi cuerpo.

Y supe en ese momento, maldito infierno lo supe de hecho, que tenía


un alma porque eso es lo que me estaba quitando.

La misma esencia de Dani O’Malley fue atrapada en su barba letal.


Los cimientos de todo lo que soy, mi fuerza y poder, mis verdades y
mentiras, mi corazón y mi cerebro y mi tejido y energía. Mi subconsciente,
mi conciencia, mi identidad y ego, mi personalidad entera estaba siendo
extraída en el extremo enganchado de su jabalina. Estaba perdiendo todo
lo que yo era. Me estaba raspando como un molusco de una concha,
para devorarme, absorber mis fortalezas y habilidades, y una vez que me
tuviera, nunca existiría de nuevo. Era muerte tan final que estaba más allá
de mi compren-sión. Esta cosa, fuera lo que fuera, traficaba la destrucción
del alma humana.

El fin de todas las aventuras permanentemente. El fin de todos los hilos


rojos.

No hay mayor abominación en mi universo. No le temo a la muerte.


Me la tomo jodidamente mal. No me gustan las interrupciones comerciales
en mi programación. Pero no le temo porque sé que soy un Sharpie perma-
nente, indeleble y masivo con punta gruesa, no puedo ser borrada del
cosmos.
Pero esta cosa desafiaba todas las reglas. Podría borrarme para
siempre.

Mientras continuaba arrancándome de mi cuerpo, arrastrándome en


su húmeda y sofocante niebla, tragándome entera, vislumbré el horror de
ello, el horror de lo que contenía.

Decenas de miles de almas como la mía, volviéndose cada vez más


poderoso con cada una que robaba. Decenas de miles —tal vez cien mil
almas— gritando con pánico y locura, existiendo en una vida medio sin
forma, como combustible para algo que estaba borrando cada
fragmento de su individualidad, moldeándolo en un bulto sin forma con
voluntad propia, borrándolos de la existencia pedazo tras tortuoso pedazo
y eran conscientes de ser destruidos.

Atrapé una visión entonces, dentro de su mente oscura, de cuerpos


arrastrándose como zombis, controlados por este. Los despreciaba,
apenas los mantenía vivos, los hacía pelear como perros por restos de
comida. Los atormentaba interminablemente, riéndose mientras hacían su
puja estúpidamente. No solo se volvía cada vez más poderoso con cada
alma, sino que estaba acumulando…

Un ejército.

De humanos.

Esclavos. Incontables almas humanas destruidas.

¡Esta cosa se había estado llevando a mis adultos! Este era el “él” en el
otro lado de esos estrechos espejos negros, oliendo a humo de madera y
sangre. Pero más, mucho más. Había estado eliminando humanos por
toda Europa Occidental, creciendo su poder, persiguiendo su oscura
agenda, que era… oh, santo infierno… ¡la destrucción de toda la raza
humana!

Nos quería muertos. Desaparecidos. Para siempre erradicados, para


nunca volver. Nos odiaba más allá de la razón. Planeaba poner su ejército
de humanos en contra de nosotros, entonces contra los Fae, y con mi
espada tenía una buena maldita oportunidad de exterminar ambas razas.
Aún más horripilante, creía que una vez que adquiriera un cierto número
de almas, sería tan poderoso que su ojo demoníaco ya no sería necesario.
Solo tendría que caminar a través de una ciudad e inhalar cada alma
humana en esta, su alcance mortal más amplio con cada nueva
adquisición.

Estaba en lo cierto sobre ti, ronroneó. Vales cien de ellos.

Fruncí el ceño. Seguramente más que eso.

Su risa burlona hizo eco dentro de mi alma. Me encontraba arrogante.


Ansiaba comerme, convertirme, asimilarme, robar todo lo que había
trabajado tan duro para llegar a ser.

Con enorme esfuerzo, hice una caja, y me deposité dentro de esta.


Terminé con menos de la mitad de mí adentro, él tenía la otra mitad.

Pelear es inútil. Yo existía mucho antes de que tu débil raza viniera y


existiré mucho después de que te hayas ido.

Se arrancó salvajemente.

Me estiré larga y dolorosamente delgada, excavé bajo el borde de mi


caja. Necesitaba un nombre, maldita sea. No me iba a ir sin uno y me iría.

¿Quién eres?

Dios, la Muerte. Ladrón de Almas.

Pero atrapé un nombre debajo de este, muy por debajo. Era


orgulloso, mucho más arrogante que yo. Quería que se dijera su nombre,
una y otra vez, mandaba a su ejército sin alma a repetir un canto
interminable, adorándolo. Ese era el canto indescifrable que había oído a
través de esos espejos oscuros.

Balor.
Era un lugar para empezar. Instantáneamente, abracé la oscuridad
del Cazador dentro, la animé a explotar dentro de mí, choqué en mi
cerebro, volví a mi corazón, luego levanté ambas manos y las arrojé hacia
él.

¿Cómo te estas moviendo?, gritó Balor.

Lancé rayo tras rayo azul pálido…

Dios Santo, ¿dónde estaba yo?

Atacando a través de un agujero de gusano, alcanzando la


velocidad súper lumínica, más rápido de lo que jamás había logrado en mi
estela, explotando en un espacio abierto, llegando a un repentino alto
completo en medio de un círculo de Cazadores.

Ella viene, resonaron. Ya es hora.

Me quedé allí, sintiendo como si estuviera de pie en una puerta, una


tierra detrás de mí, una tierra por delante; ambas fascinantes, ambas
reales, y todo lo que tenía que hacer era levantar mi pie y dar un paso en
cualquier camino.

Y por una fracción de segundo tuve hambre de ir hacia adelante y no


hacia atrás, sentirme genial, alas negras de Cazador agitando hielo
mientras volaba, explorando los misterios del universo, ninguna puerta
obstruida para mí, ser tan malditamente poderosa e indomable y salvaje y
libre, la peor de los grandes del universo, poseyendo los cielos, saboreando
polvo estelar y eternidad, y se sentía extrañamente como si perteneciera
allí, como si mi destino estuviera escrito en estas mismas estrellas…

Pero.

Mi gente.

NO, NO ES HORA, rugí, resistiéndome con cada gramo de mi voluntad.


¡MI MUNDO ME NECESITA!
Entonces estaba retrocediendo a través de ese agujero de gusano a
una velocidad vertiginosa y estaba en la habitación con Balor, y mi
hermoso rayo azul pálido estaba explotando, no solamente de mis manos,
sino de mi cuerpo, chisporroteando en poderosas ráfagas, sacudiendo al
dios, una y otra vez, y Balor estuvo rugiendo dentro de mi cabeza, gritando
de dolor, entonces estuvo torciéndose en la esquina, doblándose,
agarrando su pierna, y lanzó su cabeza atrás y me rugió, como insultado
más allá de aguantar. ¡Heriste mi jodida pierna!

Me recompuse para lanzar un rayo directamente a su rostro.

Balor dejó caer su máscara sobre su ojo y explotó en una nube de


polvo negro brumoso y húmedo que olía a forros de ataúd y los químicos
estériles de salas de autopsias y morgues, tan empalagoso y sofocante que
no podía respirar.

Abruptamente, se había ido.

Traté de girar y escanear la habitación, en caso de que hubiera


vuelto para otro ataque, pero no tenía sentido del espacio, no podía
compren-derme en relación con ello.

Mi fuerza fue diezmada, tanto por el tira y afloja de mi alma como por
el asombroso alto voltaje todavía brillando bajo mi piel.

Dejé salir un aliento desigual y luego otro, tratando


desesperadamente de centrarme.

Levanté un pie para dar un paso, pero cuando lo bajé, no se sintió


sólido. Me tropecé y me estrellé contra el suelo, golpeando mi cabeza en
la esquina del marco de la cama.

Todo se volvió negro.


VIGILANTE

R
owena estuvo en mi vida mucho antes de que la conociera
a los ocho años.

Después del rechazo de Seamus, un hombre que mi


madre amaba profundamente, un hombre que podría haber sido nuestro
salvador, ella se vino abajo. Su corazón había recibido demasiados golpes.

Mientras que mi madre era derrotada por el dolor, y sin trabajo


gracias a la manera despiadada y vengativa de Seamus de borrarla de su
vida, Rowena despachó al hombre que se convertiría en su proxeneta.
Fingiendo amor, el bastardo comenzó sus interminables manipulaciones,
tratándola al principio mejor, y finalmente peor de lo que nadie lo había
hecho jamás. Para entonces, el dolor y la desesperación se habían
convertido en lo normal para Emma O'Malley. Ella esperaba ser abusada
por la vida.

Rowena también envió al próximo novio, un aficionado a las drogas,


para presentarle el único escape que ella podría conocer, además de la
muerte.

Su sádico plan: someterme a más dolor y sufrimiento, quemar mi


mundo a mí alrededor mientras observaba, indefensa, para quemarme sin
remedio.
Para ver qué se levantaba de las cenizas.

Para entrar como mi salvadora y rescatarme de mi jaula, esperando


un arma rota y maleable. Una que se despreciaría por la oscuridad interior,
una tan profundamente fracturada que se arrastraría por migajas de
amabilidad, a pesar de los muchos súper poderes que la hacían infinita-
mente más poderosa que la misma Rowena.

Su plan funcionó.

Me quebré.

Pero cicatricé más fuerte.

Cuando me encontró, deambulando por Dublín a los ocho años y se


dio cuenta de que las cosas no se habían desarrollado de acuerdo con su
cuidadoso plan, usó las artes negras para alterar mi mente, enterrando la
verdadera bajo un recuerdo falso de que ella me descubrió,
rescatándome de mi jaula mientras estoy esperando a morir. Como
cualquier buen mentiroso, sació su mentira con granos de verdad;
dejándome seguir creyendo que maté a mi madre estrangulándola a
través de los barrotes. Ella quería que fuera atormentada por la daga del
matricidio.

Del otro lado de los Plateados, meticulosamente descubrí sus hechizos


y compulsiones. No me deshice de mis demonios, no creo que eso sea
posible para mí. Pero los conozco por sus nombres ahora. Y ellos me
obedecen, no al revés.

Después de mudarme a la abadía, incluso antes de conocer el


alcance de la participación de Rowena en nuestras vidas, soñé que la
había matado.

Más tarde, cuando descubrí todo lo que ella nos había hecho, tuve
ese sueño de nuevo.

Tenía hambre de matarla.

Me dije a mí misma que la única razón por la que no lo hacía era


porque las otras sidhe-seers me habrían condenado al ostracismo, y había
querido pertenecer desesperadamente. No habría sentido un gramo de
arrepenti-miento; los animales rabiosos necesitan ser sacrificados Mi ira
definitiva-mente habría disminuido.

Pero había una razón más profunda que me dio una pausa.

Ambas veces, mientras ella agonizaba en mis sueños, había visto un


destello de puro y malvado triunfo brillando en esa sádica mirada azul.

Alegría. Regocijo. Jubilo.


Sus ojos habían dicho: Eres un animal, eres un monstruo, estás dañada
sin remedio. Te hice eso y es posible que me esté muriendo, pero te derroté
conmigo. Puedo ir al Infierno, pero vivirás en él todos los días por el resto de
tu vida. Te destrocé y nunca serás otra cosa que una criatura de
reacciones impulsivas, una asesina de inocentes. Eres tan fea y corrupta
como yo.

Me alegro de que Mac la haya matado.

Nunca quise darle la oportunidad de mirarme de esa manera o sentir


que tenía una sola razón para regodearse.

Porque conozco una verdad inestimable: cuando alguien ha hecho


todo lo que está en su poder para destrozar tus alas más allá del
reconocimiento, al cortarlas en tiras para que nunca puedan ser utilizadas,
solo hay una manera de ganar.

Volando.
NACIENTE

A
lo que la oruga le llama el fin del mundo

El maestro lo llama mariposa

—RICHARD BACH
31
“Vivir sin tu luz solar, amar sin
el latido de tu corazón”.

D
esperté en ese raro, suave y concentrado humor que me dijo
o que estaba bajo ataque o Ryodan me había hechizado
hacia un reparador sueño de nuevo. Dados mis fragmentados
recuerdos, era lo último.

Me senté, mirando alrededor en la tenue luz. La habitación era


enorme, con altos techos con travesaños de adornados y oscuros azulejos,
las paredes con rebordes negros. A mi derecha había un enorme fuego en
una chimenea que ocupaba la mitad de la pared, un sofá de cuero negro
y sillas, una oscura mesa auxiliar, sobre la cual colgaba una sola araña
brillante de cristal tallado, reflejando cientos de pequeñas llamas.

Estaba sola, en una cama de terciopelo negro con alta cabecera,


enredada en negras sábanas de seda.

Podía olerlo en las sábanas. Imaginarlo demasiado fácil aquí,


desnudo, poderoso, salvaje pero controlado, esos fríos ojos plateados
brillando cálidamente, inyectados en sangre con bestia. Sabía cómo
follaba, como un hombre en llamas. Desinhibido, crudo, cien por ciento
concentrado. Lo había observado cuando era demasiado joven para
haberlo visto, aun así lo suficientemente grande como para haberme
estremecido con concien-cia. Aferrando un puñado de seda en mi nariz,
inhalé. Era una violenta excitación, deliciosa lujuria dolorosamente
despierta y viva. Nunca había logrado tener el tipo de sexo que quería
tener, de la manera en que vivía mi vida, en una carrera precipitada,
salvaje, desenfrenada.

Tortura.

Aparté la sábana y comencé a revisar recuerdos inconexos.

Ryodan encontrándome en el piso del Santuario, envolviéndome en


una manta, tirándome sobre su hombro, llevándome. Un breve destello del
club nocturno Chester’s, luego oscuridad.

Ryodan exigiéndome que despertara, bebiera un batido de proteínas,


despertara, bebiera más. Luchar con él, queriendo solamente dormir. Una
mano enguantada detrás de mi cabeza. Líquido vertiéndose por mi
garganta, siendo amenazada con un tubo de alimentación de nuevo.

No importaba cuán profundo fuera, él siempre me traía de vuelta.

Balor. El recuerdo golpeó mi mente mezclado con pura adrenalina y


me tensé.

Santos demonios chupadores de almas, necesitaba hablar con


Ryodan, ¡con el Shedon! Teníamos que encontrar a Balor, pero más
importantemente teníamos que descifrar cómo matarlo, dado que hasta
mi asombroso poder había demostrado ser ineficaz contra el dios. Mi
primera explosión habría volado a cualquier Fae en pedazos. Aun así, todo
lo que había logrado hacerle al letal y voraz Balor fue herirle su pierna.

Exhalando tempestuosamente, arrastré mi largo cabello enmarañado


fuera de mi rostro. Y parpadeé, bajando mi mirada a mis manos. Ambas
eran negro carbón. En uno de mis puños había una maraña de rizos
negros. En la otra había una maraña de rojo. Levanté una manga, luego la
siguiente. Espinas en ambos brazos.

Salí de la cama e intenté decidir cuál de las cinco puertas conducía


al baño. Abrí la más cercana y parpadeé, mirando. Lucía familiar, pero era
difícil saberlo con cada pieza de mueble destrozado. Incluso las paredes y
pisos tenían profundos cortes, como si masivas y letales garras se hubieran
vuelto contra estos con furia.

Después de un largo momento reconocí los pedazos de mueble, tan


similares a los míos. Era la habitación en la que Ryodan me había tatuado,
que había pensado era su recámara privada, pero era solamente la
antesala a la verdadera recámara. Espera… ¿qué? Me quedé de pie,
procesando el desorden. Estaba amueblada exactamente como lo había
estado cuando me había tatuado. Santos monos imitadores, yo había
imitado su gusto, ¡no al revés! Y ni siquiera me había dado cuenta de eso.
Yo era la imitadora. Mi humor se agrió.

Cerré esa puerta de un portazo e intenté la siguiente. Una cocina. No


tenía mis exactas encimeras, pero estaban malditamente cerca. Cerré esa
puerta de un portazo y abrí la tercera, entonces permanecí de pie,
vacilando en el umbral.

Había encontrado el baño y lucía una pared entera de espejos —en


la morada de cualquier otra persona que no fuera la de Ryodan, esos
espejos plateados me habrían inquietado— pero abruptamente, ya no
tenía tanta prisa por mirarme. Tenía una maldita buena idea de qué
encontraría.

Sacudiendo mi cabeza, preparándome, me dirigí al espejo.

Y jadeé.

Jalé de mi camiseta, desabotoné la cremallera de mis jeans, los dejé


caer y me quedé mirando, abruptamente tan enojada que no podía
respirar.

Las únicas partes de mí que no eran negras eran la mitad de mi


cabello, mitad de mi rostro, y una mancha del tamaño de un puño en mi
estómago. Mi ojo izquierdo estaba completamente negro. En lo profundo,
brillaban chispas ardientes. Tenía un ojo de Cazador. Maldito infierno.
Permanecí allí por un largo momento, luchando contra emociones tan
intensas que no sabía qué hacer con estas. Quería encerrarlas. Sabía que
podía. Simplemente empacarlas y salir allí al mundo y ver qué sucedía
después. Lidiar con lo que fuera que sucediera. Esa era la forma en la que
vivía.

—¿Y cómo ha estado funcionando eso para ti hasta el momento? —le


murmuré a mi reflejo sarcásticamente.

No muy bien. Ryodan tenía razón. Encerrar las cosas que me


molestaban era, a largo plazo, mortal. Ya era hora de que enfrentara las
cosas, y no solo el estado de mi cuerpo.

Tiré de mis jeans, dejé caer mi camiseta, luego miré mi reflejo, ojos
encontrándose con ojos, diciéndome lo que siempre me he dicho: es lo
que es. Encuentra el lado positivo. Echa esa cabeza hacia atrás y explota
de risa. Es solo otra aventura. Recíbela, domínala.

No funcionó. Porque no lo era esta vez.

Esta aventura me estaba robando de mi mundo tan seguramente e


inevitablemente como Balor había estado arrebatando mi alma de mi
cuerpo.

Mis aventuras se suponían que ocurrieran aquí, en mi ciudad, con mis


amigos que habían regresado finalmente. Con Ryodan. Él estaba aquí. Nos
deseábamos. Finalmente nos habíamos involucrado en esa tan ansiada
danza de lujuria y… bueno, quién sabía qué más… estaba siendo jalada
de esa pista de baile contra mi voluntad.

La cosa que había odiado más de estar enjaulada fue ser alejada del
mundo, ser aislada de este. Había tenido hambre de MAYOR y AFUERA
porque, en el fondo, había tenido los mismos sueños que todos los demás,
solo que del tamaño de superhéroe. Había sido criada por esos sueños,
desplegándose en la televisión frente a mi solitaria, inamovible e
intensamente impresionable mirada. Un día yo también tendría amigos, un
lugar al cual pertenecer. Tendría citas, quizás incluso iría a la universidad.
Bailaría. Me enamoraría de la manera en que lo hice con Dancer. Quizás
me enamoraría de nuevo. Así era la forma en que funcionaba en esos
programas.

Pero me estaba quedando sin tiempo. Rápido.

Repentinamente, entendí cómo se había sentido Dancer, con su


corazón dañado, su odio hacia los relojes, su negativa a usar un reloj, su
abyecto rechazo a la implacable marcha del tiempo.

Pero mi corazón no estaba dañado, y el de Ryodan era inmortal, y


había tenido cada razón para creer que teníamos mucho tiempo.

Un beso y dos días después, BUM… era intocable. Si fuera un


personaje en una novela, atacaría a la perra que escribió mi vida de esta
manera.

Apreté mis manos, mirándome al espejo, presión construyéndose en


mi cabeza mientras me daba cuenta de que si me volvía negra sólida o si
realmente me convertía en un Cazador, el resultado final era el mismo.

Mi vida como la conocía había terminado.

Nunca besaría a Ryodan. Nunca lo tocaría. Nunca llegaría a


perderme en la pasión en ese gran y hermoso cuerpo suyo. Nunca llegaría
a probar sus límites sexuales, y los míos. En él, podía vibrar a mi máxima
intensidad y nunca tendría que preocuparme por apagar su corazón.
Tantos deseos que había escondido, guardado en mi corazón, creyendo
que de alguna manera, un día, lograría probarlos todos. Cuando fuera el
momento.

No.

Veintidós años. Eso fue todo lo que había obtenido y, santo infierno,
habían sido locos. Enjaulada, perdida, fracturada, pronto ni siquiera sería
humana en absoluto.
Por alguna razón, en mi mente, Ryodan y yo siempre habíamos sido
una conclusión inevitable. Así como Dancer era mío, él también. Siempre
fue solo una cuestión de tiempo. O eso había creído. Algunas mujeres
recibían un gran amor en sus vidas. Yo había conseguido dos al mismo
tiempo, totalmente diferentes, pero ambos míos. Lo había sabido incluso
entonces. El corazón defectuoso de Dancer había hecho mi elección más
fácil. Honestamente, no sé qué habría hecho si él hubiera vivido una larga
vida. Siempre he estado dividida entre los dos. Y a pesar de que había
trabajado duro para ocultarlo, Dancer lo había visto. Descubierto mi
mentira. Me había amado de todos modos. Eso había tomado enorme
coraje. Amar a alguien que sabías que también quería a otra persona,
pero que, por alguna razón, te había elegido. No puedo decir que sería
capaz de eso. No creo que mi corazón sea tan puro.

Entonces Ryodan había arruinado todo al irse. Casi había terminado


de llegar a términos con ello. Todo el acertijo de dolor/culpabilidad me
había tragado por completo por un tiempo. La abrupta partida de Ryodan
me había empujado al límite. Cualquier caja que estuviera a punto de
abrirse, la había cerrado de golpe otra vez.

En algún lugar de la suite, una puerta se abrió y se cerró. Pisadas.


Estaba aquí.

Y como yo lo veía, todo era su culpa.

Hace tiempo, habría congelado el cuadro allí, me habría lanzado


contra él, descargado mi ira sobre su cuerpo. No me atrevía a hacer eso
ahora.

Me giré y volví a la habitación y casi me choco con él. Ambos


retrocedimos al instante.

Lucía como el infierno. Cada músculo de su cuerpo estaba apretado,


sus ojos entrecerrados en rendijas, brillando, y había truenos en su sangre.
Podía oír el martilleo de su corazón a una docena de pasos de distancia.
Tenía los nudillos raspados, sus manos cortadas pero ya curando, sin duda
por demoler la antesala.

—Eso fue ayer —dijo firmemente—. Hoy destrocé el gimnasio. Y mi


oficina.

—¿Qué demonios tienes tú para estar enojado? —demandé.

—Aclara tus emociones, Dani —espetó—. No soy yo con quien estás


molesta.

—No me digas con quién estoy molesta —espeté de regreso—. Sé


perfectamente bien con quién estoy molesta. La persona que se fue por
dos malditos años. Podríamos haber tenido dos años, Ryodan, pero ¡lo
arruinaste!

Gruñó:

—¡No te atrevas a tratar de culparme de eso! Sabes malditamente


bien por qué me fui. No te permitirás pensar sobre eso. La persona con la
que estás enojada eres tú.

—Tonterías. —Puse mis manos a mis costados y cerré mis piernas para
evitar abalanzarme sobre él.

—Para una mujer que siempre aprovecha el momento, soy el


momento que jodidamente seguro nunca aprovechaste. Y estaba justo allí
para ser aprovechado.

—No, no lo estabas. Ese es exactamente mi punto. Te fuiste. Te


lanzaste al mundo y tuviste aventuras y sexo y una vida sin mí y ni siquiera
estarías de regreso ahora si no te hubiera deseado de vuelta y AOZ lo
garantizara, ¡pensando que la negra bestia muerta de hambre me
mordería el culo de alguna manera! —exploté en una acalorada prisa.

—¿Me deseaste de vuelta? ¿Así es cómo llegué aquí? Maldito infierno,


¿y recién ahora me estás diciendo eso? ¡Barrons y yo perdimos medio día
tratando de descifrar eso!
—Y si no te hubiera deseado de vuelta —grité—, todavía estarías por
ahí teniendo una vida mientras yo estaba aquí por mi cuenta, tratando de
manejar esta maldita ciudad sola, ¡ennegreciéndome y escabulléndome y
tú ni siquiera lo sabrías! ¿Sabes por qué? ¡Porque no te importa! No me
enviabas mensajes de texto ni me llamaste siquiera una vez. ¡Jodidamente
no te preocupas por mí en absoluto!

Echó la cabeza hacia atrás y rugió, manos en puños, cuerpo


tensionándose, y se transformó tan rápidamente en la bestia que su ropa
explotó en pedazos, camisa desgarrándose por la espalda, mangas y
pantalones partiéndose, cayendo mientras se transformaba de un hombre
de metro noventa y ciento nueve kilos, a una bestia de casi dos metros
diez y doscientos veintiséis kilos.

Luego de vuelta al hombre.

Luego la bestia, luego el hombre.

Bestia.

Hombre.

Sonido de huesos quebrándose, tendones rechinando.

Bestia. Hombre. Bestia de nuevo. Más rápido.

De uno a otro a una velocidad vertiginosa y yo lo observaba con


horror, golpeada por el repentino temor de que pudiera matarse a sí
mismo si no estabilizaba su cuerpo rápidamente, por el puro estrés que
estaban experimentando sus órganos en las rápidas e incesantes
transformaciones. ¡Por no mencionar su piel y huesos! Y, sin importar cuán
enojada estuviera con él por arruinar nuestras vidas, nunca puedo soportar
ver morir a este hombre.

—Ryodan, ¡respira! ¡Contrólate! —grité, pero mis palabras fueron


gasolina para su fuego y la transformación se aceleró y comenzó a aullar,
mandíbulas ensanchadas, luego fue un hombre rugiendo, luego una bestia
aullando, tal terrible, desolado y fracturado sonido, y no podía pensar en
nada más que decir, así que grité—: Ryodan, maldita sea, ¡te amo! ¡Deja
de hacerte daño! ¡No te atrevas a morir! ¡No puedo lidiar con eso en este
momento! —No solo odiaba verlo morir, tendría que esperar días, tal vez
incluso semanas para que regresara así podíamos terminar esta maldita
pelea, y ¿quién sabía si siquiera estaría aquí?

La bestia se sacudió, tropezó, cayó sobre una rodilla, temblando


violentamente, luego comenzó a volverse hombre, poco a poco, primero
sus manos, luego sus brazos, sus hombros, y finalmente su rostro.

Contuve mi respiración, me negué a decir nada, en caso de que lo


empujara de nuevo a esa terrible transformación de cuerpos. Durante años
había querido ver al gran Ryodan perder el control. Había aprendido una
dolorosa lección. Nunca quería ver que ocurriera de nuevo. Mataría a
cualquiera que siquiera probara su control, protegiéndolo. Nunca permitiría
que se rompiera. Este hombre era mi… maldito infierno, mi héroe y quería
que siempre se mantuviera fuerte y completo.

Se arrodilló, jadeando por aire, el pecho agitado, jirones de ropa


colgando de su cuerpo tembloroso.

Luego, con la barbilla hacia abajo, levantó la mirada hacia mí desde


debajo de sus cejas, ojos todavía carmesí y gruñó:

—Nunca. Me. Digas. Que. No. Me. Importas. Puedes lanzarme


cualquier otro insulto que quieras, pero no ese. Nunca ese. Todo lo que he
hecho, lo he hecho por ti. Todo.

Se puso de pie y caminó hacia mí, desnudo excepto por alguna


extraña pieza de ropa aquí y allá. Dirigí mi mirada a su rostro, sin humor
para atormentarme más.

—¡No me toques! —Di un rápido paso atrás—. Y ponte algo.

—No me digas qué hacer —gruñó—. Sugerir funciona mejor en


momentos como estos.

—Tú me dices qué hacer todo el tiempo y es…


—Nunca escuchas.

—… no es como si fuéramos a tener futuros momentos como estos


porque…

—Siempre estaremos golpeándonos de esta forma. Eres demasiado


malditamente obstinada y yo también.

—… nuestro tiempo se acaba, Ryodan. Ese es mi punto y es tu culpa.

Gruñó:

—¿Qué te dije en el cementerio esa noche?

—Me dijiste que te ibas —gruñí de regreso—. Y que no podría ir.

Pasó junto a mí, hacia el baño, y salió con una toalla alrededor de la
cintura, quitándose parte de una manga del brazo.

—Eso no es lo que quiero decir y lo sabes. Lo que encerraste. Lo que


nunca miraste una vez. Las últimas palabras que te dije.

—Me dijiste que nunca volviera por ti —dije acaloradamente. Se


estaba acercando demasiado y tenía razón, estaba enojado conmigo
misma y lo había estado durante mucho tiempo.

—Después de eso. Maldita sea, Dani, ¿qué dije justo antes de irme? Sé
que lo escuchaste. Sé cuán aguda es tu audición.

Cerré mis ojos. Había dicho, hasta el día en que estés dispuesta a
quedarte.

»¡Tenías mi número! Si me hubieras llamado, habría venido. Pero no lo


hiciste.

—¡Tampoco me llamaste!

—Querías mi marca. Querías saber que nunca más podrías perderte.


Eso te importaba. Te lo di.
—¿Qué demonios tiene eso que ver con algo?

—Por el amor de Dios, debido a esa marca, siento tus emociones. Las
sentí esa noche en el cementerio. Puede que no hubieras querido que me
fuera, pero no era porque quisieras que me quedara. Querías que me
sentara, esperando continuamente, sin hacer nada, todo por la leve
posibilidad de que Dani O’Malley decidiera que quería verme. Maldita-
mente dije eso. Estuve allí cuatro malditos meses y tú nunca. Ni una vez.
Viniste. Vine a buscarte una docena de veces, pero no podías alejarte de
mí lo suficientemente rápido. Sé exactamente lo que sentiste esa noche en
el cementerio, sentí cada parte de ello. Ira de que me iba, dolor de que no
te dijera por cuánto tiempo. Pero más que nada, más intensamente que
todo el resto, sentiste alivio. ¡Estabas jodidamente aliviada de verme partir!

Apreté mis manos con tanta fuerza, mis uñas se clavaron en mi carne
helada a través de mis guantes.

—¿Qué estás diciendo? ¿Que te fuiste para castigarme?

Resopló, luego rio, un sonido amargo.

—Nunca eso. Y te lo aseguro, no eras quien estaba siendo castigada.


Esperé cuatro meses y ¿qué hiciste? —Me lanzó una mirada tan llena de
mordaz furia, que me estremecí—. Agarraste al hombre más cercano que
se parecía a mí y lo llevaste a la cama.

Jadeé:

—¿Cómo sabes que se parecía a ti?

Sonrió, dejando los colmillos al descubierto, ojos relucientes de color


carmesí.

—Me lo comí.

Mis cejas subieron hasta mi frente.

—¿Antes o después de que vinieras al cementerio?


—¿Eso importa? Antes. Tres minutos después de que lo dejaras esa
noche. Y no fue porque casi te violó. La marca que querías, el hechizo que
te impedía perderte, es la marca de mi bestia. Me une a ti en innumerables
e insoportables formas. Acopla a mi bestia a ti. ¿Entiendes eso? Déjame
deletreártelo: mi bestia aborrece a los intrusos. Mi bestia cree que le
perteneces. —Sus siguientes palabras salieron acompañadas de un salvaje
crujido en lo profundo de su pecho—: Y maldición, yo también. O no te la
hubiera dado en primer lugar.

Lo miré fijamente.

—Me pusiste esa marca cuando tenía catorce años.

—Como una forma de mantenerte viva y una promesa para la mujer


en la que te convertirías algún día. Era mi mejor oportunidad de
protegerte, manteniendo tu intrépido e impulsivo culo a salvo. Y si hubieras
querido la marca como mujer, te hubiera permitido marcarme con una
marca recíproca. Si hubieras elegido a alguien más, la habría cortado.
Pero te habría mantenido respirando hasta entonces.

Protesté:

—Pero no la cortaste cuando estaba con Dancer.

—Él era un temporizador de corta duración —dijo salvajemente—.


Pensé que podría sobrevivir a eso.

Me sonrojé.

—Oh, Dios, ¡podías sentirme cuando tuve sexo con Dancer! Así es
como supiste que no debería vibrar sobre él. ¿Podías vernos?

—No es así. Y no lo hubiera hecho, si fuera así. No tengo deseos de


verte teniendo sexo con otro hombre. Pasaba la mayor parte del tiempo
tratando de bloquearlos a ustedes dos, por el amor de Dios. Sentía tu
pasión. Sentía la suya. Sentí tu calor, tu necesidad, y casi jodidamente me
mató. Estaba listo. Tú no lo estabas. Lo sabía. Cuando elegiste a un hombre
que se parecía a mí, no podrías haberme enviado un mensaje más claro. A
través de ti, pude sentir la fuerza de la vida de Dancer. Él se estaba
debilitando cada día. Si hubiera vivido, si te hubieras quedado con él, la
habría eliminado. No podría haberlo soportado mucho más, de todos
modos.

—Aun así, ofreciste hacerlo como tú —le dije, aturdida.

—Cómo carajos… ah, la carta de Barrons. Era de Dancer. Esa mierda.


No se suponía que te lo dijera.

—Me dijiste que no. ¿Por qué cambiaste de opinión?

Se encogió de hombros, músculos y tatuajes ondulándose.

—Tuve un momento de locura temporal, Dani. Joder, no lo sé. Solo


quería terminar con tu dolor. Quizás sabía que él no aceptaría. No lo
pongas honorable. No lo soy en lo que concierne a ti.

Sí, lo era. Sin importar cómo quisiera hilarlo. Porque amaba a Dancer,
a pesar de sus propios deseos, había estado dispuesto a hacerlo inmortal
por mí. Quería agradecerle. Le agradecería. Pero aún no había terminado.
Había desaparecido, luego aparecido en mi puerta, casi muerto de
hambre, y quería saber dónde había estado y qué le había pasado. No
más secretos. Seríamos, al menos, amigos, por Dios, quería algo con este
hombre y la amistad exige verdad. Además, no podía soportar pensar en
él ahí afuera, ni una sola vez llamando ni enviando mensajes de texto. Eso
era una mierda. No había excusas.

—¿A dónde fuiste? ¿Dónde estuviste por dos años? —exigí.

—¿Por qué te sentiste tan aliviada de verme partir? —disparó de


regreso—. Hubo una emoción a la que no pude llegar. La tenías
fuertemente encerrada. Nunca he sido capaz de entrar a tus bóvedas de
alta seguridad.

Era bueno saberlo. Cerré mis ojos, armándome de valor. Si quería


verdades de él, tenía que estar dispuesta a darlas yo misma. Pero esto era
lo que había creado todo el lío de mis cajas, para empezar. Las cajas son
como mentiras, se reproducen como conejos y saltan fuera de control. Aun
así, no era como si hubiera algo que perder. Inhalando profundamente,
abrí los ojos y dije:

—Te lo diré, si me lo dices.

—De acuerdo.

Guardé silencio durante un largo momento que se extendió por un


minuto aún más largo. Luego dos. Estábamos a punto de hacer algo que
nunca antes habíamos hecho. En lugar de deslumbrarnos uno al otro con
nuestras fortalezas, nuestras mejores cualidades, aquí y ahora, en este
extraño turno final de un juego al que ya no podíamos jugar, estábamos
desnudando nuestras debilidades, nuestras fallas. Algo que nunca había
hecho con nadie. El mundo desentraña tus fallas con suficiente frecuencia,
no me parece muy útil echarle una mano.

Dije lentamente, queriendo retener cada palabra:

—Porque la duración de la pena parece como si debería ser equiva-


lente a la profundidad del amor que sentías por la persona que perdiste.
—Me detuve un momento, luchando por pronunciar las siguientes
palabras—. Y quería acercarme a ti poco después de que Dancer muriera.
—Había estado lista mucho antes de que él se hubiera ido. Y lo había
encerrado en el momento en que lo sentí. ¿Quién hace eso? ¿Quién sigue
adelante tan rápidamente? Había amado a Dancer. ¡Se había merecido
algo mejor que eso!

Se quedó inmóvil, mirándome a los ojos. Suavemente, dijo:

—Tú, loca, bella y exasperante mujer, eso es porque te entrenaste


para vivir de esa manera. Y sabiamente. Es lo que te mantuvo con vida. Ha
sido tu gracia salvadora. Aprendiste joven la necesidad de dejar atrás el
dolor y abrazar la siguiente cosa buena. Pocas personas logran esa
claridad. El dolor prolongado es automutilación; una espada que vuelves
hacia ti. No los trae de regreso y solo te mantiene atrapado en la miseria.
Estabas sanando de la forma en que las personas deberían sanar, pero en
su lugar se castigan a sí mismas. Por qué… ¿por ser quien vivía? Aquellos
que amamos morirán. Y morirán. Y morirán. La vida continúa. Tú eliges
cómo: mal o bien.

Sabía eso. Con mi cabeza. Pero mi corazón había sentido una culpa
tan enorme y aplastante, no había sabido qué hacer con ello. Había
estado fuera de control desde ese momento. Cada vez que había pasado
frente a Chester’s, diciéndome que solo lo estaba comprobando, era todo
lo que podía hacer para no acechar esa puerta y continuar donde había
quedado nuestro último beso, cuando me había besado como si fuera las
tantas cosas complicadas que soy, cuando me había mostrado cuán
completamente me entendía. Había querido olvidar mi dolor, pero de
cualquier forma en que lo mirara era equivalente a olvidar a Dancer y yo
era de las que recordaba a las personas que morían, maldita sea. Eso era
lo que hacía. Notaba a la gente invisible. Sabía lo que se sentía ser una.
Solía pensar que moriría en mi jaula y nadie nunca sabría siquiera que una
vez estuve allí. Simplemente me desvanecería, desconocida, sin pena,
olvidada. A veces, hacia el final, me había preguntado si ella había estado
tratando de matarme de hambre.

—No podía perdonarme —dije suavemente—. Era una traición al


amor que habíamos compartido. Me negaba a verte porque sabía lo que
haría y no podía resolver el conflicto. Pero lo hubiera hecho —agregué
acalorada-mente—. En unos meses como máximo. Podrías haberme
enviado mensajes de texto, verificado cómo estaba. Pero nunca lo hiciste.
Ni una vez —dije amargamente—. Tu turno. ¿A dónde fuiste? ¿Y por qué
estabas muerto de hambre cuando volviste?

Sonrió débilmente, sin alegría.

—Nunca fui a ningún lado, Dani. Nunca me fui en absoluto. Estuve


aquí en Dublín todo el tiempo, debajo de tus pies, debajo del garaje detrás
de Barrons Libros y Curiosidades.

—¿Qué? —exploté.
—Caminaste sobre mí una vez, sintiéndote perdida. Traté de enviarte
un pensamiento, pero para entonces el dolor era tan intenso, el hambre
era tan consumidora, no estoy seguro de que llegara. Era o que Barrons me
encarcelara en una jaula hechizada de la cual no pudiera escapar,
donde una vez había contenido a su hijo, o cortar mi marca de ti, y
arriesgarme a que te perdieras. Si me hubieras llamado, Barrons me habría
liberado. Si hubieras usado SESM, habría pasado por alto los hechizos que
me retenían.

Lo miré fijamente. ¿Había estado encerrado en una jaula durante dos


años? El hijo de Barrons… ¿qué demonios? ¡No sabía nada de un hijo! Lo
archivé para futuras preguntas. En este momento todo lo que podía pensar
era en Ryodan atrapado como un animal, como lo había estado una vez
mucho tiempo atrás cuando era un niño. Como yo lo había estado. Los
dos conocíamos el infierno de las jaulas. Nunca más volvería a entrar en
ningún tipo de prisión. No podía imaginar ninguna razón para
comprometerme voluntariamente a dos años de aislamiento, encerrada.
Oh, Dios, todo el tiempo que había estado tan enojada de que Ryodan
me hubiera dejado sola, ¡él también había estado solo, sufriendo! Había
estado muerto de hambre porque no había comido durante dos años,
¡encerrado bajo el suelo!

»Me convertí en la bestia poco después de que Barrons completara el


hechizo final, y nunca cambié de vuelta. Sabía lo que sucedería cuando
entré. Solo podemos pasar cierto tiempo sin comer. Después de eso, fue
una locura. Perdí todo sentido del tiempo. Momentos marcados por tus
más intensas emociones. Mi bestia se enfurecía cada vez que follabas. Mi
bestia lloraba cada vez que llorabas. Con una pequeña parte de mi
cerebro, seguía pensando que llamarías y esto terminaría. Sería libre.
Seríamos libres. Juntos.

El horror de eso inundó mi corazón. Todo ese tiempo, esperando a que


llamara. Pero nunca lo hice.

—¿Por qué? —grité, incrédula—. ¡No entiendo!


Las sombras se precipitaron en su mirada plateada y moteada de
carmesí. Habría matado a cada hombre con el que te acostaste, Dani.
Habría dejado un rastro de hombres muertos detrás de ti, culpable de
nada más que ser elegido para compartir tu cama. Me hubieras odiado
por eso. Y no podía controlarlo.

—Pero lo controlaste con Dancer —dije.

Encerrado debajo de Chester’s. Maté a tres de mis hombres la última


noche que pasaste con él. Que lo amaras y él también te amara fue
suficiente para darme una ventaja sobre la bestia. Pero la lujuria, ah, Dani,
mi bestia no puede aceptar eso. No podía luchar contra eso. No podía
ganar. No soy humano. A pesar de mi apariencia, a pesar de mis esfuerzos,
soy bestia primero y no siempre es controlable. Eso es lo que estaba
tratando de decirte cuando te dije que Lor no se habría quedado para
verte bailar. Conocemos nuestras debilidades. Si no podemos controlarlas,
las evitamos. Vivimos bajo un rígido código. No siempre lo hicimos. Barrons
lo desarrolló y lo hizo cumplir y uno por uno todos nos adherimos a este.
Siempre has sido mi mayor debilidad. Tenías todo el derecho de llevar
hombres a la cama. No tenía derecho a detenerlo. Me detuve de la única
manera que podía.

Lo miré fijamente y comencé a llorar. No feo, solo grandes y


silenciosas lágrimas deslizándose por mis mejillas.

—Cristo, no hagas eso. No cuando no puedo… ah, joder. Cierra tus


ojos.

Lo hice, porque no podía soportar mirarlo, sabiendo que no podía


tocarlo. No podía soportar la expresión en sus ojos, idéntica a la mía.

Entonces me estaba abrazando y mis ojos se abrieron de golpe, pero


él no se había movido.

—Hay beneficios para el vínculo que compartimos. Cierra tus ojos,


Polvo de Estrellas.
Lo hice, otra vez, entonces sus manos estuvieron en mi cabello y
estaba acunando mi cabeza, sosteniéndome contra su pecho. Podía oler
su piel, sentir la fuerza inquebrantable de su cuerpo.

Abrí los ojos y la ilusión desapareció.

—Solo funciona si mantienes los ojos cerrados.

—Ryodan, lo siento mucho —dije miserablemente—. Si lo hubiera


sabido, si hubiera tenido alguna idea de que esto pasaría… —Me apagué.
Ambos habíamos perdido dos años. Yo los había desperdiciado. Nunca
había llamado. Y había querido hacerlo tantas veces.

Su mirada plateada se trabó con la mía. Tú, Dani O’Malley, siempre


has sido el mayor misterio de mi existencia, la única cosa que nunca he
sido capaz de predecir. La teoría de vivir al máximo no significa nada en lo
que a ti te concierne. Mis acciones puede que tampoco hayan sido las
más sabias. Pero lo que sea que esté pasando, no cambia nada. Eres tan
malditamente hermosa para mí, de cualquier color, cualquier raza,
cualquier piel, cualquier especie, mujer, te amaré sobre todos ellos. Si te
conviertes en un Cazador, mi bestia y la tuya correrán juntas. Lucharemos
guerras, salvaremos mundos, seremos leyenda. Sonrió débilmente. Seré la
única bestia en el universo enamorada de un dragón.

Sus palabras me dejaron sin aliento, se estrellaron contra mí con una


dolorosa mezcla de alegría y tristeza. En un momento me recompondría.

—Igual que yo. Eso es lo que hacemos, tú y yo —dijo en voz baja.

Y en un momento nos pondríamos a determinar cómo salvar nuestro


mundo.

—Precisamente.

Y tal vez en un millón, un trillón, tropecientos millones, ser un dragón


amado por una bestia sería suficiente para mí. Pero por el momento no
podía comenzar a visualizar ese lugar en el tiempo.
Hace tiempo había esperado demasiado y aprendido el verdadero
significado del arrepentimiento. Me estaba ahogando con ese sabor
amargo ahora.

Crudo. Interminable. Dolor. Lloviendo. Eternas. Lágrimas.

Cerré mis ojos contra el ardor y me pregunté si los dragones podían


llorar.
32

P
ara un novedoso cambio, Gustaine estaba feliz de ser
pequeño y discreto.

El gran dios Balor se encontraba en un estado de ánimo


letal, matando los cuerpos humanos traídos a él sin
molestarse siquiera en absorber sus almas —¡un total
desperdicio de poder!— solo para que pudiera disfrutar de cada momento
de dolor y tortura que inflige sobre ellos antes de que murieran.

Gustaine tenía poco respeto por aquellos que reaccionaban con ego
y emoción sobre la planificación a largo plazo para la supervivencia, iba
contra su naturaleza cucaracha. La supervivencia era primordial.
Paciencia, movimientos sutiles de ajedrez, y aún más paciencia, éxito
garantizado. Por eso había prometido lealtad al que se llamaba Ryodan
durante todo el tiempo que lo hizo. De sus muchas alianzas en el tiempo,
era esa bestia fría y calculadora la que le había ordenado su respeto. Al
igual que la cucaracha, el hombre bestia perduraría.

El Príncipe Faerie fue una vez el segundo más cercano, pero Cruce
mintió y el letal icefire que le había impuesto a Gustaine con la plantación
en la abadía había dañado muchas de sus partes individuales. Una sola
mente controlaba su colmena de cuerpos, y Gustaine contaba cada
parte incremental de sí mismo como preciosa. Sintió el dolor de todos ellos.
Cientos de sus cuerpos lucían cicatrices permanentes de esa batalla,
habían quedado cojos, lisiados, como lo estaba ahora Balor.

Dani O'Malley había herido al gran dios, haciendo que Gustaine se


preguntara si había prometido sus servicios apresuradamente. El
Ladrón de Almas cojeaba con una herida cruda y dentada en la pierna,
carbonizada en los bordes.
Eones en el pasado, Balor había sido uno de los dioses más poderosos
caminando sobre la faz de la Tierra, y uno misericordioso. El Ladrón de
Almas hace tiempo había aliviado el sufrimiento de los humanos,
caminando por los campos de batalla, asistiendo a la muerte persistente,
quitando sus almas de sus cuerpos para evitarles el dolor de la muerte
lenta.

Pero el Faerie había venido con sigilo, secuestrado y torturado a Balor


por una pequeña eternidad, tratando de matarlo, todo el tiempo
haciéndose pasar por sus tribus. El Faerie había destruido la mitad de su
rostro en sus esfuerzos por arrancar ese gran ojo asesino de su cuerpo. Pero
él había deslizado sus garras, incluso con su pierna destrozada, y volvió a
vivir de acuerdo a cada una de las horrendas leyendas que los Fae habían
sembrado sobre él.

Luego fue capturado de nuevo por el Faerie y sepultado en la tierra.

No había ningún dios vivo que despreciara más a los humanos y a


Faerie. Por esa sola razón, Gustaine permanecería a su servicio un poco
más. Para ver si Balor podría cambiar su falla reciente.

—¡Gustaine! —rugió Balor—. ¡Muéstrate!

Siseando suavemente, Gustaine se ensambló en una pequeña


cabeza en lo profundo de las sombras.

—Mi señor y amo, ¿cómo puedo servirlo?

—¡Encuéntrala otra vez! Despacha tus innumerables cuerpos y localiza


a esa perra. Quiero saber en el instante en que la ves, dónde está, qué
está haciendo, quién está con ella, a dónde va. ¡Consigue información
concreta esta vez! —gruñó.

No señaló que Balor había conseguido información perfectamente


concreta la última vez, pero el dios se había sobreestimado a sí mismo y
había subestimado a su presa. Detestaba tener que dejar suficientes de sus
cuerpos aquí con el dios destructivo y furioso para permanecer en
constante comunicación con él. Sin embargo, otro maestro, aún más
volatilidad. Evitaría a Balor hasta que conociera su ubicación,
manteniéndose comprimido debajo de las rocas.

Aclarándose la garganta, gritó:

—¿Cómo la destruirá cuando posee tanto poder? —Tal vez debería


haberse aliado con la mujer. Cualquiera que pudiera lastimar a Balor era
un aliado potencial digno de consideración.

Balor le dirigió una terrible sonrisa, dientes afilados, odio y rabia.

—¿Por qué crees que hice mi campamento aquí de todos los lugares?
Los beneficios fueron innumerables. Ya tengo algo que le importa
profundamente, y cuando a los humanos les importa, los humanos caen.
—Giró en un remolino de largas túnicas negras y gruñó—: AOZ, reúne a los
otros dioses y tráelos aquí ahora. Ya es hora de que llueva el infierno en
este mundo.
33
“Quieres tocarme allí,
donde…”

M
ás tarde, Ryodan y yo nos reunimos con Kat y el Shedon en
una auténtica sala de conferencias debajo de Chester’s que
estaba decorada con la misma pulcra combinación de
músculo y elegancia que el resto de su club. Por husmear sus archivos
mientras se había ido, supe que tenía vastas sociedades comerciales, e
imaginé que tenía reuniones aquí, prefiriendo mantener sus negocios en
privado. No podía imaginarlo entrando a un banco o la oficina de un
abogado.

Parte del club nocturno estaba abierta de nuevo, ya que Elyreum era
una pila de escombros, y podía sentir el poderoso bajo zumbando bajo mis
botas mientras golpeaba mis dedos irritantemente al ritmo de Quieres
Tocarme de Joan Jett y los Blackhearts. Claramente, alguien dejó a Lor a
cargo de la música. Claramente, alguien necesitaba sacarlo de los años
ochenta antes de ahuyentar a la clientela. Claramente, podrían elegir una
canción mejor que una sobre personas que quieren ser tocadas. Mi única
opción ahora mismo era un pinchazo de Pillsbury Dough Boy en el
estómago.

Cuando había llamado a Kat para informarle sobre Balor, había


propuesto rápidamente venir a la ciudad para una reunión, diciendo que
también tenía información para nosotros.
—Es posible —estaba diciendo Kat ahora—, que esto nunca hubiera
sucedido, pero la Canción mejoró lo que sea que el Cazador dejó dentro
de ti, Dani.

—También es posible —dijo Enyo—, que como los Fae, cuando un


Cazador muere, otro deba nacer; del modo en que Christian y Sean
reemplazaron a los Príncipes Unseelie.

—También es posible —dijo Colleen—, que, con los Cazadores, si


alguien los mata, automáticamente se conviertan en el próximo.

—No solo todo eso es irrelevante porque es lo que es, sino que
también es posible —dije secamente—, que solo me volveré negra sólida y
jamás me convertiré en nada más. —Dudaba eso. Pero estaba harta de
hablar de mí. Estaba harta de pensar en mí—. Llamamos esta reunión para
discutir sobre Balor, no sobre mí —les recordé, rascándome el brazo a
través de mi guante. Ya no era helada al tacto, pero estaba teniendo
esporádicas y aleatorias ráfagas de picazón bajo mi piel, como si mis
células estuvieran haciendo algo que preferiría que no hicieran.

Estaba enguantada, cubierta de pies a cabeza, y malditamente muy


caliente. Mi cabello estaba peinado hacia atrás en una trenza, porque
temía que si me giraba rápidamente, mis largas ondas saldrían volando y
matarían a alguien. Santos rizos chisporroteantes, ¡mi cabello podría matar
a alguien!

Todos sabían que no debían tocarme. No era como si pudieran


olvidar que era peligrosa cuando la mitad de mi cabeza era negra. Llamas
de obsidiana lamían el lado izquierdo de mi rostro, salpicando mi nariz. Con
un ojo completamente negro, bailando con llamas bajas, era
absolutamente feroz. Y hermosa. Solo no era quien o lo que quería ser.

Kat nos había informado de su estadía con Christian y Sean, y había


reflexionado sobre la impactante comprensión de que todos nosotros
—Mac, Barrons, Ryodan, Christian, Sean y yo— habíamos estado en nuestro
rincón del mundo, tratando de lidiar con nuestros problemas. No me
habían abandonado. De hecho, ninguno de ellos se habría ido si no se
hubieran visto obligados a hacerlo por sus circunstancias. Mac necesitaba
aprender a manejar el poder de la reina, Christian habría matado a todos
si hubiera venido, Barrons nunca dejaría a Mac, y Ryodan, oh Dios, Ryodan
se había encerrado para darme la libertad de tener amantes, de
aclararme, de crecer. Todo lo que he hecho, lo he hecho por ti, había
dicho. Salvándome del incendio de la abadía, tatuándome, ofreciéndose
para salvar a Dancer, ayudándome a rescatar a Shazam, obligándome a
vivir cuando Dancer murió, desapareciendo cuando había escogido a
alguien parecido a Ryodan.

No podía pensar en eso ahora. Teníamos un mundo para salvar.

Gracias a Christian, finalmente teníamos una línea de tiempo


confiable de la historia de los dioses, Fae y el Hombre. Cuando Kat hubo
terminado de recapitular, había tomado mi turno y les había informado de
mi batalla con Balor.

El Shedon hojeaba furiosamente los libros que había robado de BL&C,


mientras yo hablaba.

—Escucha esto —dijo Decla, leyendo en voz alta—. “Balor: rey de los
Fomorianos, a menudo descrito como un gigante con un gran ojo que
siembra la destrucción cuando lo abre. Se dice que cuando niño, Balor se
quedó mirando un caldero venenoso, o un hechizo de muerte siendo
preparado por druidas, y los vapores le hicieron crecer un ojo enorme y
tóxico. Eventualmente, fue asesinado por Lugh, en la batalla entre Fae y
Fomorianos por el dominio de Irlanda”.

—Aquí hay otro —dijo Duff, leyendo un libro diferente—. “El


demoníaco Dios de la Muerte tuerto. Invasor, conquistador, con una sola
pierna enorme…”

—¿Cómo siquiera alguien camina en una pierna? —dijo Ciara con un


resoplido.

—Tenía dos —le aseguré—. Dañé una de ellas.


—“… y un gran ojo…”

—Tenía dos —dije de nuevo—. Uno era mucho más pequeño.

—“… que puede usar para matar simplemente abriéndolo y mirando


a alguien”.

—Así es cómo estaba tomando mi alma. Cometí el error de conectar


mi mirada con la suya y no pude despegarla. Cuando lo encontremos, no
deben mirarlo a los ojos. Estaba usando una máscara, y cuando se la quitó,
fue instintivo para mí mirar bajo esta.

—Probablemente es el motivo por el cual la usa —dijo Aurina—. Yo


también habría mirado. Cuando la gente oculta algo, te hace desear verlo
más.

—No creo que fuera eso, o eso es simplemente una ventaja adicional
para él —dije—. Su rostro estaba gravemente marcado debajo de la
máscara, pero el resto era atractivo. Hermoso, incluso. Tengo la impresión
de que es vanidoso, egoísta.

—Tal vez quedó marcado así cuando miró el caldero venenoso


—sugirió Duff.

—Si siquiera hubo un caldero —dijo Kat secamente—. Investigué los


mitos de Balor tan pronto como Dani me dijo su nombre por teléfono. Está
por todos lados. Historias completamente diferentes. Encontré una que
suponía que era un dios benévolo que venía a los campos de batalla
cuando se lo suplicaban, para asistir a la persistente muerte, liberando sus
almas para que no tuvieran que sufrir el dolor de la muerte. Según ese mito,
era misericordioso, los sacaba suavemente de sus cuerpos y los llevaba al
cielo.

—Bueno, definitivamente no está haciendo eso ahora —dije grave-


mente—. Los está manteniendo, absorbiéndolos, usándolos para obtener
poder y combustible. Teniendo en cuenta lo que te dijo Christian, Kat, tal
vez alguna vez fue un dios benigno, y lo que le hicieron los Fae lo volvió
contra nosotros. En lugar de utilizar su don para el bien, lo usa para sí
mismo.

Kat dijo:

—La pregunta es: ¿cómo lo encontramos?

—¿Y cómo lo matamos? —dijo Enyo.

—Las leyendas dicen que sacándole el ojo —dijo Decla.

—Esas mismas leyendas dicen que Balor está muerto —señaló Kat—.
Lo cual parece implicar que no sirven.

—No necesariamente —dijo Enyo—. Dani dijo que tiene cicatrices


alrededor de ese ojo. Eso suena como si alguien lo intentó, pero falló.

—Los mitos dicen que Lugh usó una resortera para sacar el ojo de
Balor con una piedra —dijo Decla.

—Sí —respondió Kat—, pero supuestamente Lugh era su nieto, y Lugh


era Fae. Nuestra historia es un desastre.

—Puede que haya una solución más simple —les dije, echando un
vistazo a Ryodan—. ¿Puedes matar a un dios? —Los Nueve podían matar a
Fae sin esfuerzo. Una vez había visto a Jericho Barrons arrancar al
psicopático Sinsar Dubh de dentro del cuerpo de una Princesa Unseelie y
arrojarlo. No estaba segura de que hubiera algo que no pudieran matar.

Se encogió de hombros.

—Nunca lo he intentado. Cultivamos alianzas con los pocos que


quedaron después de que los Fae los mataran o encarcelaran.

Encarcelado. Cristo. Todavía no podía superar la noticia de que los


dioses habían sido encarcelados debajo de la Abadía Arlington todo este
tiempo. Cuando Kat lo había contado, había recordado
instantáneamente la noche en el cementerio, años atrás, cuando cientos
de oscuros seres parecidos a las Sombras se habían levantado de la tierra,
finalmente resolviendo un caso desagradable y sin resolver en mis archivos.

Había estado de pie justo allí cuando los dioses obtuvieron la fuerza
suficiente para escapar de sus tumbas, meses después de que la Canción
hubiera sido cantada. Lo había visto suceder, sin tener idea de qué eran.

Entrecerré mis ojos. No les había preocupado mi mano esa noche.

—También es posible que yo pudiera matarlo. Solo necesitaría


conseguir un golpe directo en su ojo la próxima vez.

—No —gruñó Ryodan.

—No —escupió Kat.

—No —escupió Enyo.

Parpadeé hacia ellos.

—En serio, chicos, mírenme. Ya no puedo ser tocada. ¿De verdad


creen que voy a sentarme en mis manos, literal y figuradamente, y no
hacer nada para salvar nuestro mundo, para no empeorar? ¿Cuán peor
puede volverse? —Tenía una buena idea. La diferencia entre humano y no
humano. Pero ellos no sabían eso. No con seguridad.

Ryodan me miró fijamente, gruñendo para que solo yo pudiera


escuchar: Deja que otros ataquen al enemigo esta vez. Has hecho más de
lo que te corresponde. Miró hacia otro lado bruscamente, pero no antes
de que atrapara: Cristo, mujer, solo quédate conmigo un rato, ¿quieres?
Todo el tiempo que puedas.

Eso me mató. También quería quedarme. El tiempo siempre ha sido el


problema con nosotros. Dije:

»Seré el último recurso, ¿está bien? Prometo no hacer nada a menos


que sea absolutamente necesario, solo si nadie más puede hacerlo. —Eso
era lo mejor que podía ofrecer. Me conozco. Si puedo hacer algo para
salvar al mundo y nadie más puede hacerlo, pagaré el precio. Esa es mi
naturaleza.

Todos en la sala asintieron, luciendo enormemente aliviados.


Interiormente, sonreí. Todos querían mantenerme la mayor cantidad de
tiempo que pudieran.

Kat dijo:

—Cuando estaba intentando quitar tu alma, ¿notaste algún detalle


sobre dónde hizo su campamento base, Dani?

—Ni una maldita cosa. Podría estar en cualquier parte. Pero sus
secuaces, Callum y Alfie, dijeron que los quería en Dublín por alguna razón
y que no se les permitiría mudarse a otra ubicación. Me dio la impresión de
que había decenas de miles de personas, tal vez cien mil o más, todas
reunidas en el mismo lugar. No es fácil esconder un ejército de ese
tamaño.

—Ya hice que la mayoría de los Nueve salieran a buscar —dijo


Ryodan—. Examinarán cada centímetro de la ciudad esta noche y
continuarán más allá de eso por la mañana.

—Mientras tanto, continuaremos investigando —dijo Kat, poniéndose


de pie—, y veremos si podemos encontrar algo más.

—¿Puedes ponerte en contacto con Christian y Sean? —pregunté—.


Podrían cubrir mucho más terreno desde el cielo. —Yo también podría… si
fuera un Cazador.

—Christian, sí. Sean, no —dijo—. Me contactaré con él.

Dije:

—Ryodan y yo patrullaremos, cazaremos a los bastardos que


secuestran humanos. Si podemos encontrar uno de esos espejos, eso resol-
verá todos nuestros problemas.
—No lo haremos —dijo Ryodan firmemente.

Antes de que siquiera pudiera discutir, Kat estuvo de acuerdo.

—Dani, no te dije esto porque sabía que estabas muy ocupada, pero
una docena de nuestras Adeptas desaparecieron el sábado pasado. Por
lo que dijo Christian, es razonable suponer que Balor las tiene como perros
guardianes Fae. Dos personas, contra el dios que describiste, más un
ejército de innumerables humanos controlados por él, no serán suficientes.
Nuestras hermanas están allí. Quiero a todas en el terreno para esta misión.

—Tiene razón —gruñó Ryodan—. Necesitamos una ubicación, vamos


con fuerza. Los Nueve, todas los sidhe-seers, Christian y Sean. —Miró
sombríamente a Kat—. Arregla sea cual sea su jodido problema y ponlo
operativo.

Ella suspiró.

—Es más fácil decirlo que hacerlo. Voy a intentarlo.

—Pero si mato a Balor —argumenté—, es lógico concluir que los


humanos ya no serán controlados. Podría funcionar.

—Acabas de hacernos una promesa —espetó Kat—. Eres el último


recurso. Punto.

—Lo que ella dijo —dijo Ryodan fríamente.

—Pero podría llevar demasiado tiempo que…

—Dani, cierra la jodida boca —espetó Enyo—. Solo estamos tratando


de mantenerte viva, ¿está bien? Déjanos manejar esto. Sí, podría llevar
más tiempo. Todos sabemos que no somos tan malditamente superhéroes
como tú. Pero podemos hacerlo. Piénsalo de esta manera, tendremos que
hacerlo si ya no estás aquí. ¡Y suena como si no fueras a estar aquí pronto!
—Su voz se quebró y la miré, estupefacta, mientras los endurecidos ojos de
la guerrera brillaban con repentinas lágrimas. Sacudió su cabeza,
secándose la humedad furiosamente—. Dios, para ser tan brillante, a veces
eres tan jodidamente tonta. Todavía no lo entiendes, ¿verdad?
Malditamente me salvaste cuando me encontraste. Me estaba volviendo
loca. Me arrastraste y me pusiste a trabajar y me diste una causa por la
que valía la pena luchar. No quiero perderte. Ninguno de nosotros lo
quiere. —Se puso de pie de un salto y salió de la habitación, desatando
una serie de maldiciones a medida que avanzaba.

—Siempre salvas a todos los demás —dijo Kat en voz baja—. Déjanos
salvar lo que podamos de ti esta vez.

No podía lidiar con esta mierda.

Me puse de pie y salí de la habitación.

Paseé por la suite de Ryodan, prácticamente arrancando trozos de


concreto pulido y esmaltado del suelo con cada paso.

Querían que no hiciera nada. Que me cruzara de brazos, mientras


iban a la batalla contra Balor. No tenía idea de cómo vivir así. Y no tenía
mucho sentido. Mi futuro era inevitable. La única diferencia entre que me
convirtiera ahora o más tarde era que lograría pasar más tiempo con las
personas que amaba. Pero ¿y si el quedarme sentada y no pelear
terminaba costando las vidas de esas mismas personas con las que quería
pasar este tiempo? ¡Nunca podría vivir con eso!

Sentía como si me estuviera partiendo por la mitad. Parte de mí quería


desesperadamente aguantar todo lo que pudiera y quedarme aquí con
mis amigos, pero había otra parte de mí que…

—Oh, demonios, Dani, admítelo —murmuré en voz alta. Parte de mí


estaba hambrienta del poder que estaba creciendo en mí. Había tantas
cosas buenas que podía hacer con eso. Convertirme en un Cazador no
hubiera sido mi primera opción para la forma en que iría mi vida. De
hecho, ni siquiera hubiera estado en mi lista de opciones. Pero si tenía que
suceder, bueno, al menos no terminé convirtiéndome en cualquiera de las
muchas otras cosas más débiles y repugnantes que había matado. Los
Cazadores eran letales, su poder astronómico. Y estaba bastante segura
de que eran inmortales.

Podría cuidar a mis amigos para siempre. Protegerlos eternamente.


Matar Fae, matar cualquier cosa que se metiera con ellos.

Entonces él estaba allí, en la habitación conmigo, entrando


silenciosamente, deteniéndose detrás de mí. Me estremecí por el doloroso
y crudo conocimiento de él como un hombre poderoso, inteligente,
vilmente sexual en todos los sentidos que se había alejado para siempre de
mi alcance.

—El amor es lo único que nunca has entendido —dijo en voz baja—,
porque no lo tuviste. No necesitas salvar el mundo para hacernos amarte,
Dani. Ya lo hacemos.

Estallé en lágrimas, llorando feamente.

¿Cómo siempre sabía mis secretos? Eso era exactamente lo que


mantenía encerrado en una de mis bóvedas de seguridad más altas.

La mayor inseguridad de “Mega”: tengo que ser Mega; tengo que ser
un superhéroe para ser amada.

Con las manos en puños, dio dos pasos hacia adelante, luego se
detuvo bruscamente. Ambos sabíamos que no podía tocarme.

—Cristo, jodidamente me mata cuando lloras —dijo bruscamente.

Gruñí entre lágrimas:

—Lo tendré bajo control, solo dame un minuto.


—Siempre lo haces —dijo rotundamente. Lo miré, sorprendida por el
trasfondo en su voz. Enorme respeto, enorme dolor. Frustración gigantesca
por no poder tocarme.

Me obligué a respirar profundo y parejo. Había descifrado mucho


tiempo atrás que la libertad no era solo una palabra más para nada que
perder.

Intrépido lo era.

No había tenido nada que perder. Ni mamá. Ni casa. Ni amigos. Ni


vida. Es fácil ser intrépido en esas circunstancias.

Ahora tenía todo que perder, y una parte destructiva y furiosa de mí


quería seguir adelante y enloquecer de inmediato, acabar de una vez
porque el limbo me desenreda. Una vez que pierdes todo, puedes tomar
medidas: o mueres o lo enfrentas. Pero antes, mientras estás observando
que todo se va al infierno, no hay ninguna acción que puedas tomar. Eres
indefenso, estás atrapado en una corriente asesina. Mi mamá era mi
mundo entero y, atrapada en una jaula, fui forzada a verla desaparecer
poco a poco, incapaz de hacer nada para prevenirlo. Podría haber
robado comida para nosotras. Con mis habilidades extraordinarias, podría
haber robado dinero, habríamos sido ricas. Podría haber cuidado de
nosotras.

Pero había tenido que sentarme allí, mirando, mientras todo se


derrumbaba.

—Cierra tus ojos —dijo Ryodan suavemente.

No discutí, solo dejé que mis párpados se cerraran, entonces él estaba


allí, de pie junto a mí. Podía verlo a él, a nosotros, tan claramente como si
estuviera realmente sucediendo. Me estremecí de emoción, de deseo.
Podía oler el aroma de su piel, sentir la omnipresente corriente erótica de
su cuerpo mientras sus poderosos brazos se deslizaban a mí alrededor.
Dejé caer mi cabeza hacia su pecho y me fundí en él como una
segunda piel, saboreando su fuerza, su calor, su cuerpo grande y duro. Este
hombre era la única cosa en mi universo que me hacía sentir segura.

Frotó su mandíbula contra mi cabello, sus manos cubriendo mi


espalda, y cuando comenzó a trabajar en mis tensos músculos, mis
lágrimas se detuvieron, mi cuerpo se tranquilizó, mi respiración se
profundizó. Incluso una ilusión de él podría llevarme a la zona cero. Me
preguntaba cómo había sobrevivido a su infancia y resultado tan
malditamente fuerte.

Cuidado, dijo en mi mente. Estamos vinculados en este momento. Es


posible que veas cosas que preferiría que no vieras.

—Conoces mi dolor. Muéstrame el tuyo. Quiero saber.

No fue bonito.

—Como si mi vida lo hubiera sido.

Exhalando tempestuosamente, dejó caer su frente a la mía en nuestro


abrazo imaginario, levantó sus manos a mis sienes.

Habíamos estado de pie en su oficina en Chester’s, años atrás,


cuando me había demostrado que, como yo, había sido enjaulado de
niño, terriblemente maltratado, mantenido en un pozo en el suelo que
estaba oscuro y húmedo y frío.

Repentinamente, yo estaba allí. Atrapada. El olor a tierra húmeda y


mis propios desechos. Jamás me dejaban salir.

A menos que me lastimara tanto que tuvieran que llevarme a sus


“doctores” para curarme así podía hacerlo de nuevo. Era la única vez que
veía el sol. Vivía por las veces en que casi me mataba. Comencé a orar
por ellas. Quería tanto ver el sol. Sentirlo en mi piel maltratada, empaparlo
en mis huesos rotos, caminar “allá arriba” con los demás. El rayo de sol se
convirtió en sinónimo de vida.
No solo estaba hablándome en mi cabeza, de alguna manera estaba
traduciendo cada matiz de la desesperación del niño, la esperanza, el
odio, el dolor. Estaba en ese hoyo horrible, maloliente, con esa horrible
puerta de acero encima de mí, montada tan estrechamente que no se
filtraba ni una pizca de luz. Tenía frío. Estaba perdida. Era un animal. Todos
los demás conseguían vivir. Pero no yo.

Me estremecí por la intensidad de eso. Yo estaba… ¡oh! Como yo, se


había metido en su cerebro. No había habido otro lugar al cual ir. El niño
había creado mundos lujosos en su cabeza, vivido en estos. Había
reproducido cada detalle de la maravillosa vida amorosa que había
tenido una vez, sacándole provecho a lo que necesitaba para continuar
tratando de sobrevivir.

¿Por qué ella no viene por mí? ¿Por qué no me salva? Un grito
angustiado. El chasquido de hueso rompiéndose.

Él no había tenido la bendición de mi televisión, mi madre infrecuente,


mis vislumbres más allá de las cortinas estrechamente corridas cuando ella
había salido y cerrado la puerta de un portazo, soplando las cortinas de la
pared, del mundo más allá, del EXTERIOR. Solo infinita y eterna oscuridad.
Sin estimulación. Incesante confinamiento solitario.

¿Cómo diablos no se había vuelto loco?

Me aferraba a mi familia en mi mente. Mi madre era una mujer


hermosa, codiciada en todas partes. Barrons era el hijo de su primer
esposo. Cuando murió, dos pretendientes ricos y poderosos compitieron
por su mano. Eligió a mi padre y rápidamente se embarazó de mí. Tuve
una infancia increíble. Mis padres nos adoraban. El daño no me tocaba. Si
lo hubiera intentado, mi hermano mayor los hubiera golpeado sin sentido.
Pero era una época barbárica sin leyes y mi padre fue asesinado en la
batalla. Su otro pretendiente volvió otra vez, determinado a poseerla esta
vez. A ella nunca le había gustado, siempre le había temido, llamó a
amigos para que se mantuvieran firmes con ella, suplicando tiempo. Él
accedió a irse solo si le permitía llevar a su hijo más pequeño hasta que ella
se uniera a él. Dijo que era para criarme. Todos sabíamos que era su rehén.

Vi al hombre entonces, oscuro y salvaje, mucho tiempo atrás, y me di


cuenta de que Ryodan estaba traduciendo las cosas en palabras que
pudiera entender porque la gente había sido mucho más primitiva
entonces. La riqueza no significaba un buen hogar. Significaba una vasta
tribu, pieles, y fuego.

Ella nunca vino a buscarme porque murió. Barrons dice que falleció
pacíficamente en su sueño por un corazón roto, que perder tanto a su
esposo como a su hijo fue más de lo que podía soportar. Sé más. Una mujer
desprotegida por un hombre en ese entonces era una presa. Sospecho
que esos mismos amigos que estuvieron con ella ese día cayeron más
tarde y la mataron, apoderándose de nuestras tierras, y Barrons apenas
escapó con vida. Juró que me recuperaría. Y lo hizo. Pero ese es un cuento
para otro momento, Dani. Nuestro tiempo podría ser corto.

Estuve a la deriva por un momento, unida a él, sintiéndolo con todos


mis sentidos. Nunca antes había experimentado intimidad como esta,
mucho más que nuestros cuerpos tocándose, nuestras mentes
fusionándose. Podía saborearlo: Peligro, crueldad, salvajismo, intrepidez. Y
un compromiso y una lealtad feroz e inquebrantable. Era un animal
primero, puro, leal, y territorial como un lobo.

La familia era todo para Ryodan. Había seguido a Barrons durante


toda su existencia, determinado a seguir juntos. Los Nueve se habían
convertido en su familia también. Los había reclamado pacientemente
cada vez que deambulaban, los movió por el globo por eones, siguiendo a
Barrons mientras él buscaba una manera de liberar al hijo que no había
sabido que había tenido.

Me mostró al hijo de Barrons entonces, la jaula en la que él (¡y


Ryodan!) habían sido aprisionados. También compartió la escena final
conmigo: la manera en que el atormentado niño finalmente había sido
puesto a descansar.
Mis ojos se abrieron en conmoción, destrozando la ilusión de nuestro
abrazo, y lo fulminé con la mirada a través de la distancia que nos
separaba, la cual ahora parecía muy cercana para mi comodidad.
Retrocedí precipitadamente.

—¿Estas bromeando? —grité—. ¿Me estoy convirtiendo en la única


cosa que puede matarte?

Se encogió de hombros, una débil sonrisa jugando en sus labios.

—Siempre dije que quería a un igual, Dani. Parece que la encontré.

Lo mire con horror.

—Si mi piel desnuda te toca y te hago explotar, ¿morirás permanente-


mente?

Se encogió de hombros de nuevo.

—No tengo idea. Puedo, sin embargo, tocar a un Cazador sin ningún
problema. —Me destelló una sonrisa lobuna—. Al menos entonces podré
montarte mujer, en el sentido de la maldita palabra.

—No bromees en un momento como este —siseé.

Hielo plateado brillo en sus ojos.

—Por el amor de Dios, Dani, deja salir tu sentido del humor. Es una de
las cosas que más extrañé de ti. Hablando de eso, en cualquier momento
puedes empezar a contarme qué extrañaste más sobre mí. Por lo que
entiendo, si te conviertes en un Cazador, serás inmortal. Esa es una ventaja.
No me quejo. Esa es la actuación de Barrons. Nunca tuya y mía.

Tenía un punto. Existían destinos peores. A Shazam probablemente le


gustaría más como un Cazador. Ryodan y yo podríamos reírnos a
carcajadas del otro por toda la eternidad. Un dragón, una bestia, y un Hel-
Cat, creando juntos nuestra propia y única forma de vida.
Aun así, eventualmente cualquier hombre se cansaría de amar a un
dragón.

—No soy cualquier hombre —dijo en voz baja, mientras se movía


hacia una serie de cajones y sacaba una larga caja de madera—. ¿Qué
te dije hace tiempo? Adaptabilidad es supervivencia. Hay maneras. No te
quería en las calles esta noche porque hay algo más que quiero que
hagas. Ven.

Se dio la vuelta y caminó hacia una mesa cercana al fuego, donde


sacó objetos de la caja. Tintas. Agujas. Un complicado diseño grabado en
una pieza de pergamino. Mientras me unía a él, manteniendo una
cuidadosa distancia entre nosotros, él dijo:

—Aunque puedo crear una ilusión en tu mente que se sienta real, no


puedes hacer eso por mí a menos que completemos la marca. Entonces la
ilusión será real para ambos. Específicamente —continuó, en caso de que
no estuviera entendiendo el punto—, el sexo será indistinguible de la
realidad. Que se joda el futuro incierto. Tatúame, Dani. Déjame ser una
bestia enamorada de un dragón. Aún podemos tenerlo todo.

Permanecí allí, haciendo algo completamente ajeno a mí, pensando


en todo lo podría salir mal. El amor te hacía eso. Jugaba con tu cerebro, te
hacía pensar en cosas que de otra manera nunca pensarías.

Sacudí mi cabeza con fuerza, dispersando esos pensamientos. Yo no


invito a los problemas. Invito a la próxima gran aventura, y con Ryodan era
una certeza que sería tan increíble como impredecible. ¿Y si podíamos
crear una ilusión convincente de intimidad? Se había sentido
exquisitamente real para mí con todos mis sentidos ferozmente ocupados.
Había sabido años atrás que parte de la razón por la que escogí a Dancer
fue porque Ryodan me desestabilizaba profundamente. Dancer había sido
risa simple y un futuro normal. Ryodan era un desafío interminable y un
futuro que era imposible de imaginar. El futuro estaba aquí. Nunca había
tenido una vida normal. ¿Por qué esperaría un futuro normal?
Un inesperado regocijo me llenó. No lo iba a perder, solo estábamos
cambiando, convirtiéndonos en la siguiente cosa. Éramos buenos en eso,
él y yo. Era nuestra fuerza. Se me ocurrió que la adaptabilidad era más que
supervivencia; era el fundamento del amor. Todos estábamos cambiando,
todos los días, y esas relaciones que perduraban eran aquellas que
montaban las olas juntas, crecían y permitían que cada uno progresara. Lo
alentaban, incluso cuando era aterrador. Adaptabilidad en las relaciones
era el absoluto opuesto a una jaula. Era un compromiso necesario junto a
una libertad necesaria.

Se dejó caer en una silla y se quitó la camiseta, su espalda


elegantemente ondulada y hermosa a la luz del fuego, y dijo en una voz
baja y sensual:

»Vamos, Polvo de Estrellas, marca a tu hombre. He estado esperando


jodido demasiado tiempo por esto.

Tu hombre. Me gustaba eso. Santo infierno, sí que me gustaba eso.


Ryodan Killian St. James se había llamado mi hombre.

»A menos que tengas miedo de comprometerte con una bestia como


yo —me provocó.

Resoplé.

—Difícilmente. Tatuaré tu trasero.

Se rio.

—La columna. Es más efectivo ahí. Pero termínalo y puedes hacer lo


que quieras con mi trasero. Solo recuerda que después será mi turno, así es
el juego.

Levanté una ceja.

—Puede que te arrepientas de eso. —Era una desinhibida mujer llena


de lujuria.
—Contigo no hay límites. Muéstrame lo que tienes, nena —me
provocó.

Hubiera respondido con una provocación, pero una repentina


preocupación me golpeó.

—¿Qué hay de mi sangre?

Él había tenido que mezclar nuestra sangre para completar mi


tatuaje. Si mi sangre había cambiado, ¿le haría daño?

—No es necesario. Probé la tuya hace años.

Sabiendo cómo funcionaba su mente, la había tomado solo en caso


de que la necesitara para una de sus muchas teorías.

»Los guantes están en la mesa junto a la cama —dijo por encima de


su hombro.

Mientras me ponía los guantes, admiré sus amplios hombros, su


musculosa y tatuada espalda, apretado y poderoso trasero y piernas. Se
había desabotonado los pantalones, bajándolos a sus caderas. Dios, era
tan hermoso.

Al menos en una ilusión, pronto iba a lograr tocar cada centímetro de


su cuerpo. Dejar salir toda esa violenta pasión enjaulada que había estado
conteniendo por tanto tiempo. No podía esperar para explorar lo que nos
iba a hacer este vínculo.

Dijo suavemente:

»Intimidad en un nivel que ni siquiera puedes empezar a imaginar.


Deberías saberlo de antemano, nunca me quitaré el mío. Si haces esto, no
hay vuelta atrás. Nos conoceremos como los humanos nunca podrán.
Serás capaz de sentirme constantemente. Bueno, malo, y feo, todo está
ahí. ¿Aún quieres tatuarme, Dani?

No me perdería esta aventura con él por nada en el mundo.


34
" Lo mejor está por venir”.

T
rabajé toda la noche en el tatuaje de Ryodan, compitiendo
contra el reloj, preocupada de que —dada la imprevisibilidad de
mi vida— podría suceder algo que me impidiera terminar la
marca antes de que me convirtiera en lo que fuera que me estuviera
convirtiendo. Dudaba que las enormes garras de un Cazador fueran
capaces de la destreza necesaria para tatuar esmeradamente el delicado
hechizo de varias capas en su piel.

Hablamos sin parar, haciendo reír al otro, compartiendo historias de


aventuras extravagantes que habíamos tenido, sutilmente elevándonos
frente al otro y riéndonos de nosotros mismos por hacerlo. Ryodan es tan
consciente de sí mismo como yo. Está bien, tal vez un poco más. La cosa
es que amamos el juego que jugamos, la forma en que nos provocamos,
prosperamos en eso. Y ese era un rasgo que no podía esperar para
explorar en la cama con él. La gente dice que los opuestos se atraen y eso
es cierto, lo hacen: de manera explosiva y a corto plazo. Creo que son
aquellos con mentes y corazones similares los que tienen éxito a largo
plazo.

Más tarde esa mañana, cuando tatuaba las últimas líneas del tatuaje,
inhalé bruscamente. Sentí una conexión instantánea, sutil, pero penetrante
hacia él que no podía comenzar a expresar en palabras, una conciencia
omnipresente de él a nivel celular.

—¿Esto es lo que siempre has sentido desde que me tatuaste?


—Hasta cierto punto. Ahora que ambos usamos la marca, es más
fuerte —dijo, dándose la vuelta en la silla para mirarme—. Estás sintiendo
una conexión con mi energía esencial, a falta de una mejor frase.

Su “energía esencial” constaba de una asombrosa cantidad de


sexualidad cruda y hambre fuertemente atada. Para todo: más vida, más
sexo, más juguetes, más aventura. Estaba un mil por ciento exaltado por
estar vivo. Todo el tiempo. Como yo.

»Estás en la superficie. Siempre me sentirás ahora. Piensa en ello como


un puente entre nosotros. Podemos permanecer en nuestros propios lados
como estamos, o podemos movernos a través de ellos, entrando uno en el
otro en distintos grados. El respeto es primordial. Si te resistes a mi presencia
en cualquier momento, retrocederé. Tienes derecho a tus secretos. Tú
eliges qué me permites ver. Este tipo de conexión íntima puede ser
hermosa o terrible. Nunca tomes, solo pídelo, nunca fuerces, solo ofrécelo,
respeta los límites.

Siempre, prometí en silencio. Tal acceso era un privilegio, no para ser


dado por sentado o explotado. Expandí mis sentidos y, mientras me
permitía profundizar más, jadeé de nuevo.

Estaba a mí alrededor, una gran y sexy manta de Ryodan frotándose


contra mi mente. Se sentía como si estuviera deslizándome más profundo
dentro de él, sin percibirlo en palabras, sino probándolo con un sentido sin
nombre. Descubriendo sus matices. No había mentiras o engaños aquí;
estaba abierto, crudo, solo lo que era; bueno, malo y feo. ¡No era de
extrañar que hubiera dicho que nos íbamos a conocer más íntimamente
de lo que podría la gente!

Su sabor era adictivo. Era orgulloso, fuerte, a menudo había sido un


rey durante su vida, determinado, ferozmente centrado en las cosas que le
importaban y ferozmente protector de estas. Pero tenía razón, era bestia
primero, humano después. No lo hubiera creído hasta este momento, tan
impecablemente había perfeccionado Ryodan su piel de hombre. Su
bestia era salvaje, primitiva, su ley totalmente egoísta, un rugido
interminable que decía: SOY EL REY DE ESTA JODIDA JUNGLA. TODO ES
MÍO. LO QUIERO TODO, TODO EL TIEMPO. Su bestia era antigua,
despiadada, voraz, ansiaba todo lo sensual e inmediatamente gratificante,
y no tenía absolutamente na…

Cuidado… ¿segura que quieres saber eso? Una risa suave rodó en mi
mente.

—Nada de conciencia —dije, aturdida—. Dios mío, tu bestia no tiene


absolutamente ninguna moral ni escrúpulos ni ética. Nada siquiera cerca.

—Solo esas reglas que elaboro y hago cumplir. Es una batalla eterna.
Generalmente, gano. —Me destelló una sonrisa salvaje y feroz—. Pero hay
momentos, como la guerra, en los que libero a la bestia.

Él amaba esos momentos. Se sentía entero en su propia piel por un


tiempo poco frecuente. Aun así, siempre anhelaba el retorno al hombre y
su mundo, a los que había elegido como su familia.

—Dani, siento al Cazador en ti —dijo en voz baja.

—¿Y?

—Es hermoso. —Una vez más, no dijo nada su mirada plateada. Eso es
todo lo que obtienes.

Y yo lo dije: Entonces nunca lo volveré a usar.

Y él no dijo: Gracias por eso.

Porque ambos sabíamos que lo usaría la próxima vez que fuera


necesario. Al igual que ambos sabíamos que él se transformaría en un
monstruo rebelde la próxima vez que se presentara la oportunidad.

Éramos lo que éramos, y nada podía cambiar eso.

El amor no construye jaulas. Construye escaleras a las estrellas.


—Cierra tus ojos —dije suavemente, lista para probar cuán íntimos
podíamos ser. Cuando lo hizo, me centré en la conexión entre nosotros,
bloqueando todo lo que había en la habitación en mi red mental,
recreándonos en un espacio privado en mi mente mientras cerraba mis
propios ojos.

—Cristo, eres natural —dijo bruscamente—. Estoy aquí contigo.

Debido a la forma en que me había enseñado a usar mi cerebro, era


una segunda naturaleza recrear realidad en mi mente. En la ilusión, me
acerqué ansiosamente hacia él, me senté a horcajadas sobre su regazo y
deslicé mis brazos alrededor de su cuello, mirándolo fijamente. Un hombre
sexy, brillante, un dolor en el culo, y todo mío. Maldito infierno, no había
mentido, podía sentir cada centímetro de su cuerpo, indistinguible de la
realidad.

»También lo siento, ahora que ambos estamos marcados —dijo


bruscamente—. Antes no podía. —Sus manos se deslizaron por mi cintura,
deteniéndose en la curva de mis pechos, pulgares desplazándose para
acariciar mis pezones. Inhalé una respiración superficial, sacudiéndome del
contacto erótico—. Cristo, eres increíble.

Fue tan convincente, me pregunté si sería posible olvidar qué versión


de los eventos era cierta. En el mundo real, todavía estaba sentado en una
silla solo mientras yo estaba parada a varios metros de distancia. Probé mi
capacidad para moverme hacia adelante y hacia atrás entre la realidad y
la ilusión, aturdida al encontrarlo indistinguible. Alucinante.

»Regresa tu trasero aquí. Practica la técnica más tarde —gruñó—.


Jodidamente bésame, mujer.

Tenía intención de besarlo con una explosión de lujuria cruda


reprimida durante mucho tiempo, pero cuando levanté mis manos hacia
su rostro, encontré su piel con reverencia. Pensé que había perdido la
capacidad de tocarlo, de sentir el roce de su barba contra mi palma,
deslizar mis dedos en su cabello. Este era un regalo inesperado. Bajé mi
boca a la suya y la rocé ligeramente, provocando, pellizcando,
saboreando la tensión enroscada en su cuerpo, sabiendo que él lo quería
duro, salvaje, y llegaría a eso en un momento pero, maldita sea, provocar
a este hombre sexualmente era algo que había anhelado…

La alarma de mi teléfono sonó.

—Ignóralo —gruñó.

No podía. Al menos tenía que mirar. Si nuestro mundo fuera pacífico,


podría hacerlo. Pero no lo era y podría ser importante, así que volví a la
realidad con un gemido, saqué mi teléfono del bolsillo y lo miré.

¿Tu apellido es O’Malley?

Era de Roisin. Hice una mueca. Con todo lo que había estado
sucediendo en mi vida, no había regresado para ver cómo estaba.

Sí, ¿por qué?

Necesito hablar contigo. Hay algo que necesitas saber

Te llamaré

No. Necesito verte


Suspiré tortuosamente en el mismo momento en que Ryodan lo hizo y
le eché un vistazo, sorprendida.

—¿Puedes ver su mensaje de texto?

—No. Solo capté que alguien te quería y que habías tomado la


decisión de ir, cuando hace una fracción de segundo no había nada más
que sexo en tu mente. Sea lo que sea —dijo sombríamente—, vayamos a
hacerlo.

—Esto ciertamente va a hacer las cosas más fáciles. Puedes saber


cuando…

—Tu terquedad entra en acción —gruñó—. Sí. Ambos sabremos


cuando no tiene sentido discutir.

—Eso va a ahorrar tanto…

—Lo que significa más tiempo para follar —ronroneó, levantándose de


la silla.

—Vas a empezar a terminar todo…

—Es muy probable. Pronto dejarás de hablar.

Santo infierno, ¡ya no necesito hacerlo!

Tú y yo, guisantes en esa Mega-vaina caleidoscópica y loca tuya. Me


destelló una de esas raras sonrisas llenas de alegría.

Me dejó sin aliento. Tal vez esta cosa de bestia/dragón podría


funcionar.

Nunca lo dudes, dijo en mi mente mientras nos dirigíamos a ver a


Roisin.

π
Estuve complacida de escuchar el sonido de múltiples cerrojos
deslizándose cuando le envié un mensaje de texto a Roisin para hacerle
saber que estábamos parados afuera de su apartamento, que había
traído compañía y que se preparara: lucía un poco diferente.

Aun así, supongo que ninguna advertencia podría haberla preparado


para verme. Había recibido mi cuota de impresionadas, sorprendidas y
asustadas miradas en el camino. Y levanté mi barbilla más alto, puse un
poco de arrogancia a mi paso. No tenía apariencia espeluznante en lo
que a mí respectaba; Cazador azabache y llamas de obsidiana se veían
bien en mí. Pensé que lucía francamente peligrosa y extrañamente
caliente.

Risa suave en mi mente. Lo eres, acordó Ryodan.

Le envié una sonrisa sin palabras en respuesta.

Sexy de cualquier forma, Dani. Mujer o dragón.

Igual para ti, rudo amigo.

Más risas, roncas con un trasfondo descaradamente sexual. Me


estremecí. No podía esperar para poner mis manos imaginarias sobre él de
nuevo.

Durante la caminata, me había vuelto consciente de que algo


profundo en mi interior estaba cambiando, transformándose, oruga a una
mariposa negra con alas curtidas. Podía sentir sutiles diferencias en mi
cerebro que no podía comprender, pero se sentía como si áreas inertes de
la materia gris se estuvieran despertando, operando con nuevas neuronas.
Podía sentir más energía bruta que nunca antes juntándose dentro de mí.
Detestaba que los cambios me estuvieran alejando de mis amigos, pero
dado lo que podíamos hacer Ryodan y yo con nuestro vínculo, y el poder
que pronto tendría, mi inevitable transformación era más agridulce que
amarga. Él me amaba. Me amaría sin importar lo que fuera. Yo lo amaba
de la misma manera. El amor no siempre viene en paquetes ordenados.

—¿Qué demonios te pasó? —jadeó Roisin, mirándome atentamente.

—Gajes del oficio —le dije mientras entrábamos a su apartamento,


incapaz de mantener una nota de irritación en mi voz. No había reglas en
nuestro mundo, no las había habido por años. ¿Quién sabía que matar a
un Cazador significaba que te convertirías en uno? ¿Quién siquiera podía
adivinar ese tipo de giro? Había pasado entre siete y nueve años desde
que lo había apuñalado. ¿Qué tipo de transformación llevaba tanto
tiempo? Dije—: ¿Cómo está tu espalda?

—Sanando. Los bastardos nos arrastraron por la calle —dijo


firmemente.

Parpadeé.

—¿A un espejo?

Fue su turno de parpadear.

—Sí. ¿Cómo supiste eso?

¿Balor la llevó?, dijo Ryodan en mi mente. ¿Y ella escapó?

Suena como si así fuera. ¿Cómo lo había logrado esta pequeña mujer
sin magia aparente? A Roisin, le dije:

—Cuéntame todo.

Roisin, su padre, y hermano habían sido secuestrados por cuatro


hombres casi una semana atrás. Habían irrumpido en su casa, les habían
disparado con dardos paralíticos, los habían arrastrado por la calle,
arrojado a una pila con otros cuerpos cerca de un espejo, luego habían
vuelto a las calles a recoger más.

Pero su secuestro había tomado un giro más oscuro que el mío. Los
hombres que los habían recogido habían sido sádicos, violando y
torturando a sus cautivos. Habían roto las piernas de su padre y habían
golpeado brutalmente a su hermano mientras ella yacía impotente, siendo
violada una y otra vez.

Jodidamente mataré a todos y cada uno de esos malditos, gruñó


Ryodan en mi mente.

Tú y yo juntos, le respondí sombríamente.

Eventualmente, los habían transportado a través del espejo y añadido


sus cuerpos a un creciente montículo de humanos paralizados y torturados.

—Era como algo sacado de una película de terror —nos dijo


roncamente—. No podía moverme. Me dolía todo y solo podía ver hacia lo
que estaba apuntando. No podía mover mis ojos en mi cabeza. Podía
escuchar a personas hablando. —Se estremeció—. Las cosas que estaban
diciendo eran horribles. Odian a los humanos y planean erradicarnos de la
faz de la tierra. Y no son Fae.

—¿Por qué preguntaste si mi apellido era O’Malley? —dije.

—Porque el que estaba detrás de todo, lo llamaban Balor, te quería.


Eso fue lo que escuché justo antes de arrastrarme de vuelta a través del
espejo. Envió a un repugnante pequeño monstruo que podía dividirse en
cucarachas para encontrarte. Balor dijo que iba a recogerte personal-
mente.

—¡Papa Roach! —exclamé.

—El bastardo sigue cambiando de bandos —dijo Ryodan,


maldiciendo—. Voy a matar a ese hijo de perra de una vez por todas.
—Vi a una cucaracha en mi ducha unas noches atrás —le dije.

—¿Y recién ahora me lo estás diciendo?

Me encogí de hombros.

—Nunca estoy segura de sí son solo cucarachas. No todas pueden ser


Papa Roach.

—Lo son —gruñó.

Le fruncí el ceño.

—Quieres decir que cada cucaracha en todo el mundo…

—Sí. Y va a morir la próxima vez que vea a una.

Roisin miró entre nosotros.

—¿Ustedes chicos saben todo sobre esto?

—No todo —dije—. ¿Cómo escapaste?

—Debido a Gustaine; así llamó Balor al monstruo cucaracha. Balor


había eliminado el hechizo de parálisis de un grupo de nosotros cuando
Gustaine interrumpió y lo distrajo. —Sus ojos se llenaron con lágrimas—.
Podía moverme, pero mi padre y hermano estaban demasiado
gravemente heridos para escapar. —Las lágrimas comenzaron a correr por
sus mejillas y se las limpió furiosamente—. Seguían sacudiendo sus cabezas
hacia el espejo, diciéndome que me fuera.

Oh, Dios, ¿cómo abandonas a las personas que amas de esa manera;
pero cómo te quedas? No tiene sentido quedarse. O uno de ustedes vive o
todos mueren. Es una decisión horrible con repercusiones dolorosas de
cualquier manera.

—Lo siento tanto.


—Tenía que irme. Era la única oportunidad que tenían. Tenía que
volver y descifrar cómo salvarlos. Pero cuando volví, no podía… no podía
funcionar y me encontraste y me trajiste aquí y dormí por días.

—Estabas conmocionada —le dije—. Tus ojos estaban vidriosos. Habías


atravesado el infierno y lleva tiempo recomponerse. Creo que lo hiciste en
tiempo récord.

—¡Han pasado seis días! —gritó Roisin—. ¡Quién sabe qué les ha
pasado en este tiempo!

—Hiciste lo mejor que pudiste —dije en voz baja—. Vi cuán rota


estabas. Estamos aquí ahora y llegaremos al bastardo que hizo esto. Te lo
prometo.

—Descríbenos dónde estaba —ordenó Ryodan—. No omitas ningún


detalle.

Comenzó a temblar mientras hablaba, frotando sus brazos como para


protegerse de un escalofrío.

—Estábamos en alguna especie de caverna enorme. Había… no sé,


miles, quizás decenas de miles de personas, pero no estaban… bien.
Estaban en blanco, lucían casi muertos de hambre, como marionetas
siendo controladas, moviéndose bruscamente, y cantaban sin parar,
diciendo el nombre de Balor una y otra vez. Estaba construyendo un
ejército de humanos, controlándolos de alguna manera.

—Toma sus almas —le dije sombríamente—. Intentó tomar la mía.

—¿Ya vino detrás de ti? —exclamé.

Asentí.

—¿Cómo escapaste?

Sonreí débilmente.
—Tengo algunos talentos únicos. De vuelta a la caverna, cuéntanos
más.

Suspiró.

—Era como esas cuevas debajo del Burren, pero podía ver túneles
disparándose en todas direcciones. Me dio la impresión de que estábamos
en las profundidades de la tierra. —Sacudió su cabeza—. No, eso no es del
todo correcto, lucían más como… pasillos que habían sido tallados mucho
tiempo atrás. Altos, hechos de bloques de piedra, con altos arcos
redondeados. Había fogatas en la caverna principal y cientos de
antorchas de aspecto antiguo clavados en las paredes por todos lados,
desapare-ciendo por los pasillos.

—¿Apliques de metal? —dije, usando mis manos enguantadas para


dibujar una imagen en el aire—. ¿Con tres tallos subiendo en tazas del
tamaño de mi puño con llamas dentro?

—Sí, ¿cómo supiste eso?

—¿Y esos tres tallos formaban una especie de trébol? —demandé.

—Con una hoja doblada —dijo, asintiendo.

¿Estaba jodidamente burlándose de mí?

—¿Se sentía como si estuvieras en una ciudad subterránea más que


en una cueva? —dije firmemente.

Asintió de nuevo.

—Sí. Eso es lo que estaba tratando de decir. No parecía una cueva


natural, sino algo deliberadamente planeado…

—Maldito jodido infierno, ¡ese bastardo está debajo de la abadía!


—explotó Ryodan.

—¿Qué abadía? —dijo Roisin.


Le lancé una mirada oscura.

—Cuando Balor despertó, nunca se fue. Se quedó en el único lugar al


que sabía que los Fae nunca vendrían, construyendo su ejército,
absorbiendo poder, justo debajo de nuestros malditos pies. Así es cómo
atrapó a nuestras sidhe-seers. No fueron secuestradas en Elyreum. O las
tomó en su regreso a altas horas de la noche, o simplemente fue y las
agarró mientras dormían. Ese hijo de perra planeaba fortalecerse lo
suficiente para destruirnos a todos, mientras era protegido por nosotras,
¡luego matarnos e ir tras los Fae!

—Pero ¿no habrías escuchado los cantos y gritos? —dijo Roisin.

—No tan profundo como va nuestra ciudad subterránea, no. Ni


siquiera estoy segura de que lo hubiéramos escuchado en la caverna que
ocupó el Sinsar Dubh una vez, si la puerta estaba cerrada. Todo es roca
sólida y la mayor parte decenas de metros de grosor. —¡Maldito el Shedon
por no permitirnos explorar debajo!, pensé mientras tiraba de mi teléfono y
le lanzaba un rápido mensaje de texto a Kat:

SACA A TODOS DE LA ABADÍA. CREEMOS QUE BALOR ESTÁ DEBAJO

—Yo también voy —dijo Roisin instantáneamente.

—Nos retrasarás —dijo Ryodan bruscamente.

Estaba de acuerdo con él en ese punto y se lo dije.

—Siéntate y espera. Prometo enviarte un mensaje de texto en el


momento en que lo matemos. Encontraremos a tu familia, Roisin, lo
prometo.

No le dije que temía que no hubiera nada que pudiéramos hacer por
ellos una vez que lo hiciéramos. La sensación que había percibido de Balor
era que una vez que perdías tu alma, era un trato hecho. Las almas no
eran encurtidos que pudieran ser conservados en un frasco. Especialmente
no tan brutalmente como él había intentado sacar la mía de mi cuerpo.
Luego estaba toda la faceta de aniquilación de personalidad una vez que
los tuviera. Él se había sentido como un masivo mezclador de pulpa,
rompiendo almas en nutrientes fundamentales para alimentarse como si los
humanos fueran su polvo de proteína.

Mientras nos alejábamos del apartamento, Ryodan le envió un


mensaje de texto a Christian, un segundo a Lor, diciéndole a él y los otros
que se reunieran con nosotros en la abadía, y un tercero a Barrons, aunque
dudaba que se uniera a nosotros. Proteger a Mac de un ataque Fae era
primordial.

Teníamos esto. De una u otra manera.

Lo prometiste. Eres el último recurso, Dani, me recordó Ryodan


firmemente.

Asentí.

Escuché eso, espetó.

Sonreí débilmente. No lo hiciste. No lo dije. Límites, ¿recuerdas?

Jodidamente lo sentiste.

Vamos a tener que hacer algunas otras reglas, dije ligeramente. Una
de ellas es que no puedes hacerme responsable por mis sentimientos si no
los expreso. Lo que había recogido era mi inquebrantable sentido de
inevitabilidad. Como si este día, lo que fuera que estuviera a punto de
suceder, hubiera estado dirigido a mí, tratando de colisionar conmigo
durante un largo tiempo, y era… bueno, no creo en el destino, pero sí creo
en acciones y reacciones. Años atrás, había hecho una acción. Las
repercusiones de ello me estaban cayendo como un huracán categoría
cinco cuyo curso no podía ser alterado.

Estaba lista. Pasara lo que pasara. Siguiente aventura.


Intrépida como siempre. Sentí su calidez, su respeto, su constante y
continuo amor.

Es todo lo que sé ser.

Eres como nosotros en ese sentido. Convertirse en una bestia estaba


destinado a ser una maldición. Pero si pudiera volver a ese día y elegir de
nuevo, haría exactamente lo mismo. ¿Vivir para siempre de esta manera?
Joder, sí.

Jadeé. Nunca me había hablado de nada relacionado con sus


orígenes. ¿Eso significa que un día me contarás?

Dime algo que extrañaste de mí, evadió.

Todo, admití finalmente. La mitad de los colores desaparecieron de mi


mundo y no pude respirar bien hasta que regresaste.

Dilo, Polvo de Estrellas. Quiero escucharlo.

Te amo, Ryodan Killian St. James. Cualquier nombre, cualquier forma.


Siempre.

Pura alegría ardió en mi alma, calentándome hasta el centro.

Metida debajo de una moldura en la sala de estar del apartamento,


una de las innumerables cucarachas que inundaba cada rincón de Dublín
retrajo sus antenas y envió un mensaje silencioso a su contraparte en la
caverna, haciéndole saber a Gustaine las auspiciosas noticias de que la
mujer a la que Balor buscaba había sido localizada.

Y que iba directo hacia él.


35
“Maldigo a las estrellas que te
alejan”.

B
alor ya había tomado la abadía cuando llegamos allí.

Originalmente nos habíamos dirigido a la puerta


principal, pero, a medio kilómetro de distancia, escuchamos
el canto de miles de zombis de Balor y volvimos en círculos
hacia la parte trasera. Habíamos abandonado la Hummer
detrás de un alto laberinto de setos donde ahora nos agachamos, con Lor
y el resto de los Nueve que ya estaban en forma de bestia.

Caminamos por el costado de la fortaleza hacia la batalla que se


libraba en el jardín delantero. Me recordó demasiado a otra batalla, entre
los Fae y nosotros, cuando me fundí y corrí de vuelta a la abadía en llamas
para salvar un animal de peluche. La noche en que Ryodan se había
carbonizado hasta los huesos para salvarme.

El césped estaba lleno de casi mil sidhe-seers que luchaban con diez
veces ese número de zombis de Balor, cortando y atravesando la multitud.
Era horrible, humanas luchando con humanos con los ojos en blanco, y
sabía que cada sidhe-seer estaba luchando contra sus propios instintos
innatos para hacerlo. Estamos programadas para matar Fae y proteger a
los humanos. Sin embargo, estos humanos eran máquinas de matar
estrecha-mente controladas que Balor nos había lanzado con instrucciones
de destruir.
El mismo Balor estaba en el jardín —maldito infierno, ¡era enorme! Más
de seis metros de altura, vestido con ondulante negro— avanzando a
través de la multitud, máscara colgada de su cabeza, ese terrible y
enorme ojo revelado mientras se inclinaba, agarraba a las sidhe-seers en el
aire por un brazo como si fueran muñecas, se bebía sus almas y luego los
arrojaba al suelo como juguetes rotos.

Gruñí, con las manos en puños. No había forma de que me quedara


fuera de esta pelea. Me lancé hacia adelante, solo para sentir la mano de
Ryodan cerca de mi muñeca como una esposa.

Lo prometiste.

¡Mis hermanas están muriendo!

Danos una oportunidad.

—¡Mátalo! —gruñó Ryodan. Se lanzó hacia adelante, transformándose


sin esfuerzo, y ocho bestias se fundieron en la batalla, decididas a derribar
a Balor.

Frunciendo el ceño, con las manos en puños, me quedé fundida en el


lado de la abadía, conteniendo la respiración, sintiendo el crudo poder
dentro de mí, exigiendo ser usado, exigiendo que hiciera lo que nací para
hacer.

Escuché eso, gruñó. Quédate quieta.

Entonces los Nueve explotaron de la nada, saltando en el aire,


aterrizando en el dios titánico, desgarrando con letales colmillos su carne.

Sabía cuál era Ryodan, podía sentirlo ahora, y, mientras lo miraba, se


lanzó al aire y fue directo hacia el rostro de Balor, mandíbulas primitivas
que se abrieron de par en par, cerrándose sobre la carne del dios,
hundiendo profundamente los colmillos.
Balor rugió, pateó y golpeó a las muchas bestias que lo atacaban,
aullando de rabia y dolor. Abruptamente, se centró únicamente en
Ryodan, cerrando enormes manos alrededor de su garganta y apretando.

Mi corazón se apretó. Podía sentir el dolor de Ryodan mientras esos


enormes puños se cerraban más y más. Me sentí como si no pudiera
respirar, también. Podía sentir que cualquier cosa que Ryodan solía hacer
para matar a los Fae no estaba funcionando en Balor.

¡Fuera de él ahora! Troné dentro de la cabeza de Ryodan. Quita a


todos los Nueve de él. ¡No está funcionando!

Pero Ryodan hundió sus colmillos más profundamente en el rostro de


Balor, a pesar de la horrible sensación de estrangulamiento, pude sentirlo
sufrir, ignorándome, y de repente entendí que estaba tratando de drenar
la fuerza de vida del dios, de la misma forma en que Barrons había
succionado al Sinsar Dubh del cuerpo de la Princesa Unseelie, y supe en el
preciso momento en que lo hizo que no estaba funcionando. De lo que
sea que estaban hechos los dioses, no era lo mismo que Fae.

Los Nueve no podían matarlos.

No me sorprendió. Había tenido un extraño sentido del destino


inamovible, cabalgando sobre mí como una perra todo el día.

Estaba dispuesta a apostar que yo podría.

Inhalé profundo y lento, abrazando mi poder, llamando al Cazador


dentro, haciendo señas, dándole la bienvenida. Lléname, tómame, estoy
lista, deseé. Cualquiera que sea el precio.

La energía se estrelló contra mí como un puño en mi corazón y todo


mi cuerpo se erizó eléctrico. No podía dispararle al dios con las bestias en
el camino sin sacar a uno de ellos, y aunque regresarían si Balor los
mataba, era muy probable que no lo hicieran si los golpeaba con un rayo
de Cazador.

Quita a todos de Balor, le gruñí a Ryodan. ¡Ahora, dije!


Podía sentir cada emoción que estaba sintiendo. Furia, dolor, ira,
pena, negación.

Él no dijo Extrañaré ese hermoso cuerpo tuyo, aunque lo sentí.

Y no dije Me temo que no seguirás amando a un dragón, aunque él lo


sintió.

Los dos somos demasiado pragmáticos para eso. Hacemos lo que


debe ser hecho.

Mientras los Nueve se retiraban, mientras Ryodan se liberaba de las


garras de Balor, dejé de ser el alhelí que simplemente no puedo ser y me
lancé a la batalla con fuego en mi sangre, guerra en mi corazón y un
voltaje extremadamente alto en mis venas.

Mi primer rayo atrapó a Balor en el pecho, lo golpeó hacia atrás y casi


lo levanta.

¡El poder dentro de mí se sentía mucho más grande ahora! Y sabía


con profundo conocimiento en mi alma que esta vez no volvería. No hay
segundas oportunidades. Iba a ser un Cazador cuando esto hubiera
terminado.

Rugiendo, Balor se giró para mirarme, me apuñaló con esa mirada


letal para succionar el alma y comenzó a tirar de mi alma.

Para mi sorpresa, nada sucedió. Ni siquiera podía sentirlo tratando de


tomarla. Me había movido más allá de su alcance. Creo que ya no era del
todo humana.

Vi la expresión de asombro en su rostro y me reí mientras acechaba


más, empujando a sus zombis fuera de mi camino. Lo golpeé con un rayo
tras otro, en su pecho, en su rostro, chamuscando y carbonizándolo, pero
ese maldito ojo no se veía afectado.

Entonces, el bastardo dejó caer la máscara sobre su ojo y escuché a


Ryodan decir: No es suficiente, Dani. No lo estás dejando ir. Tienes que
soltar todo. Conviértete en lo siguiente. Él no dijo Déjame ir, pero lo
escuché y él tenía razón. Todavía me resistía con una pequeña parte de
mí, no queriendo convertirme en algo que me separara para siempre de
las personas que amaba.

Tenía que abrazar la transición por completo, aceptar que me estaba


muriendo, para que un nuevo yo pudiera nacer.

Te amo, Polvo de Estrellas. Por siempre. A través del espacio y el


tiempo. Sin final. Nuevos comienzos.

La pena se apoderó de mí. Esto no era lo que había planeado. Esta


no era la vida que quería para mí. Me froté con furia las lágrimas que
cubrían mis frías mejillas negras.

Nuevos comienzos, envié de regreso a lo largo de nuestro vínculo, con


una expresión sin palabras de cómo me sentía acerca de él. Cómo
siempre me había sentido acerca de él.

Inhaló bruscamente y maldijo, Joder. Mierda. Maldita sea, mujer.


¡Muéstrame eso ahora!

Era ahora o nunca. Cada segundo que desperdiciaba era


potencialmente el alma de otra sidhe-seer. Eché la cabeza hacia atrás y
levanté mis manos hacia el cielo, llamando poder desde los cielos. Estaba
a punto de convertirme en otra cosa, algo tan extraño que ni siquiera
podía comprenderlo. Pero era el momento y era mi destino y las estrellas
esperaban. ¡SOY UN CAZADOR! Rugí en silencio. LO ACEPTO. QUIERO ESTO.
ME COMPROMETO.

Mi cuerpo se enfureció con el crudo alto voltaje, me volví de alto


voltaje, me estremecí con un indescriptible poder eléctrico, enfoqué y
lancé todo al ojo de Balor en un rayo furioso.

La cabeza del dios estalló en una lluvia de...


36
“Siempre abriría la puerta,
siempre mirando hacia pisos más
altos”.

E
strellas.

Millones, quizás trillones de estas brillando en una vasta y


eterna paleta negra.

Estaba volando a una velocidad súper lumínica, dirigida


directo hacia un fantástico grupo de nebulosas rosas, doradas, púrpuras y
naranjas.

Esta vez era diferente. En el pasado, siempre me había sentido


extrañamente incorpórea.

Ahora no. Flexioné mi mano y miré hacia abajo. Tenía una especie de
pezuña con garras negras. Estaba humeando como hielo seco, dejando
un rastro de brillante escarcha a mi paso. Eché un vistazo sobre mi hombro
y me quedé simplemente mirando por un largo momento.

Tenía el cuerpo de un enorme dragón negro con piel curtida y


escamosa, helado y majestuoso.

Santo infierno, era un Cazador.


Eché un vistazo a la derecha e izquierda para ver mis hermosas alas.
Aunque había sabido que iba a suceder, saberlo no era lo mismo que
verlo.

Ya no era humana. Y nunca lo sería de nuevo. Este era mi cuerpo


ahora.

Me centré en curvar una de mis alas. No solo obedeció, casi me envió


en picada. La dejé rígida y salí de ello momentos antes de estrellarme
contra un pequeño meteorito que pasaba.

Oh, Dios, estaba en el espacio.

Era un Cazador.

Era demasiado para procesar. Había sido arrancada demasiado


rápidamente de una realidad y metida en otra.

Mi cuerpo había desaparecido. Mi cabello pelirrojo, mis brazos, mis


piernas, todo. Solo desaparecido. Para siempre. Nunca ataría zapatillas en
mis pies de nuevo. Nunca me deslizaría en un vestido sexy y tacones.
Nunca engulliría Pop-Tarts, o accedería a mi marca de estela. Nunca
acariciaría a Shazam con una mano.

Dicen que lidiamos con la muerte por etapas. Siempre pensé que
reiría a carcajadas y me sumergiría en esta sin temores, pero ahora me
sentía terriblemente normal por primera vez en mi vida, mientras me movía
instantáneamente a la negación.

—No puedo ser esto. ¡Devuélveme! —protesté. Mis palabras salieron


en un profundo y resonante gorjeo, sin palabras en absoluto. ¿Dónde
estaban los Cazadores? Habían venido en el pasado. ¿Por qué no estaban
aquí ahora?

Ira levantó su ardiente cabeza roja.

»¡No pueden hacerme esto! ¡Tenía una vida!


Silencio.

En caso de que estuvieran cerca, escuchando, me moví a la siguiente


etapa: negociación.

»¡Por favor! Solo necesito ver a Ryodan una vez más, ¡y necesito
contarle a Shazam lo que sucedió! ¡No estoy lista!

No estarías aquí si no lo estuvieras.

La voz resonó dentro de mi cabeza y me volví para encontrar un


gigantesco Cazador negro cayendo en un patrón de vuelo a mi lado.

¡Un Cazador enorme! Veinte veces mi tamaño. Era pequeña en


comparación.

Se regodeó con risa. Recién has nacido. ¿Qué esperabas? Pasarán


eones antes de que hayas crecido completamente.

Parpadeé, sufriendo una alucinante desconexión. Parte de mí todavía


era humana, allá en la Tierra, arrancada de la batalla, desesperada por
saber si había tenido éxito en matar a Balor, desesperada por ver a
Ryodan y Shazam, por saber a cuáles de mis hermanas había perdido.
Otra parte de mí estaba simplemente estupefacta, intentando procesar y
aceptar que era un Cazador ahora. Tenía un nuevo cuerpo que,
afortunadamente, parecía entender instintivamente cómo volar por sí
mismo.

»¿Adónde fue mi otro cuerpo? —retumbé.

El Cazador resopló un zarcillo de fuego. Pregunta tonta. Parte de ti.

»Necesito saber si maté…

Balor está muerto.

»¿Cómo lo sabes?

Te he estado observando.
Volví mi cabeza (¡de dragón!) y escrudiñé su ardiente mirada anaran-
jada.

»¿Por qué?

Protegiéndote. Anidamos nuestros huevos.

»No soy un huevo —dije indignadamente.

Lo fuiste. Ahora eres un Cazador.

»¿Quieres decir porque apuñalé a uno? Ese es el trato… si alguien


mata a un Cazador, ¿tiene que convertirse en uno?

¿Tiene? Difícilmente. Ser un Cazador es un privilegio. No engendramos


niños. Los elegimos. Nuestros elegidos entonces deben elegir convertirse en
uno de nosotros. Podrías haberte alejado en cualquier momento. Elegiste
no hacerlo.

Parpadeé, reflexionando sobre eso, incapaz de discutir. Tenía un


defecto fatal: más armas para proteger mi mundo me seducen. Había
ansiado el colosal poder de un Cazador. Me había atraído la posibilidad
de tales astronómicas aventuras. En un lugar profundo y silencioso dentro
de mí había estado insaciablemente curiosa sobre lo que me estaba
sucediendo. Siempre ha sido una de mis ruinas, dirigiéndome de una
situación extrema a la siguiente.

Durante los últimos dos años cando había estado tan sola, me habría
sumergido de lleno en la transición.

Pero mi familia había regresado. Estaba enamorada. Tenía una vida y


un mundo y un Hel-Cat que me necesitaba.

Cada vez que te volvías negra, no lo rechazabas. Lo encontraste


curioso, intrigante. Cuando comenzaste a transformarte, le diste la bienve-
nida, siempre mirando las estrellas. Eso es lo que sentí el día en que me
apuñalaste. Estás hecha de polvo de estrellas, destinada a los cielos.
Perteneces aquí, con nosotros.
Miré boquiabierta al gigantesco Cazador que parecía de alguna
manera femenina para mí.

»¿A ti te apuñalé?

Volvió su cabeza y sonrió, delgados labios negros despegándose de


dientes como sables y movió su gran cabeza negra curtida. Soy Y’rill. He
estado esperando ver si te convertirías en una de nosotros por muchos
años. Manteniéndote viva cuando podía. Si un dragón pudiera lucir
avergonzado, Y’rill lo parecía entonces. Rompí muchas reglas por ti, Dani
O’Malley.

»Pensé que te maté.

No puedes. Morimos solo si escogemos convertirnos en lo siguiente.

»¿Qué? —demandé sospechosamente, queriendo saber qué me


esperaba a continuación.

Está dentro de nosotros algún día convertirnos en planetas. Tu Tierra


una vez fue un Cazador. Tú, Dani O’Malley, eres uno de nuestros elegidos.
Es un gran honor.

Pero ¡mi gente! Miré hacia abajo a través del espacio, viendo
solamente lunas y mundos desconocidos. Ninguna señal de la Tierra. No
tenía idea de dónde estaba, ningún concepto real de arriba o abajo. Era
desorientador en extremo.

Pronto se sentirá natural. Y todavía son tu gente si lo deseas, dijo Y’rill.

»Quieres decir que puedo volver y vivir entre ellos como un Cazador
—clarifiqué. Tenía todas las intenciones de hacerlo.

También puedes vivir con ellos como una humana. La mitad del
tiempo.

No tengo idea de qué hice entonces porque no tenía la técnica de


mi nueva forma, pero di un tirón explosivo de todo mi cuerpo y
repentinamente estuve saliendo disparada a través del espacio en una
vertiginosa barrena, cabeza sobre cola… Santos lagartos saltantes, ¡tenía
una cola! ¡Una larga cola negra curtida!

Deja de luchar contra ello, dijo Y’rill, resoplando suavemente. No


puedes hacer las cosas con fuerza aquí. Movimientos fáciles y suaves,
pequeños.

Intenté, realmente lo hice. Me concentré solamente en las puntas de


mis alas, pero estaba cayendo tan rápido y fuera de control que cada
movimiento que intentaba hacer generaba intensa fricción y no podía…

Dientes de dragón me arrancaron de una caída libre por la nuca.


Como un gatito o algo así, pensé enfadada. Cielo santo, ¿realmente tenía
que ser una niña de nuevo?

Aprenderás, dijo Y’rill, riendo entre dientes. Disfrútalo. A diferencia de


tu infancia humana, esta será grandiosa, con universos infinitos por explorar
y nada de jaulas. Nunca.

»¿La mitad del tiempo? —grité al momento en que me orientaba de


nuevo—. ¿Logro ser humana la mitad de mi vida, como Perséfone?
¿Recupero mi cuerpo?

No sé sobre ella, pero sí. Sin embargo, si fallas en pasar la mitad de tu


tiempo como un Cazador, perderás el privilegio de ser uno. La mayoría de
nosotros elige permanecer como Cazador. Pocos retornan.

»¿Por qué no?

Los seres queridos mueren. Planetas mueren. Esto es hogar. Todo está
aquí. Somos nochevientovuelaaltolibre. No hay lugar más majestuoso, no
hay mayor libertad a ser encontrada que entre las estrellas. Ansías libertad.
Probé tu mente cuando me apuñalaste. Ya eras una de nosotros, sueños
altísimos, nada de límites. Desprecias los límites. Nosotros no tenemos
ninguno.
No estuve escuchando mucho más allá de que podría ser humana de
nuevo.

Esto no era muerte. Esto no era permanente.

Era como Ryodan y su bestia. Era mujer y dragón —santo infierno—,


esto era lo mejor de los dos mundos, ¡mejor que cualquier cosa que
pudiera haber imaginado! No había perdido nada, había ganado.

—¿Completamente humana? —presioné—. Como, ¿no letal al tacto?

Serás igual que lo eras antes de comenzar a cambiar. Pero pasará


algo de tiempo antes de que puedas cambiar de forma; debes vincularte
a tu nueva piel. Mientras más a menudo cambies, más hábil te vuelves,
pero esa primera vez es terriblemente difícil. Podría llevarte muchos años.

»¿Años? —exploté, erizándome. Eso era inaceptable.

Él es inmortal, pequeña. No se va a ningún lado.

Me golpeó entonces. Ya no podía sentir a Ryodan. Arqueé mi —santo


cielo, negro, largo y escamoso— cuello para mirar sobre mi hombro, pero
no podía ver mi espalda.

»¿Tengo una marca? —demandé.

Tu piel es nueva. Nada de su marca permanece. Las baratijas no


sobreviven a la transformación.

Exhalé tortuosamente, sobresaltada de ver pequeños y oscuros


cristales de hielo resoplando de mi boca mientras me daba cuenta de que
Ryodan debió haber sentido que nuestra conexión se cortaba
abruptamente y no tenía idea de qué me sucedió. Demasiado para
nuestro plan de amarnos en la ilusión. No hubiera funcionado, de todos
modos. Pero no necesitaba hacerlo. ¡Podía ser una mujer la mitad del
tiempo! Euforia me llenó. ¡Esto era increíble! Era una mujer que podía
convertirse en un dragón. ¡Y convertirme en una mujer de nuevo!
Pero… Ryodan, Shazam, mis amigos. Tenía que contarles.

»Llévame a la Tierra, Y’rill. Puedes enseñarme a cambiar allí. Aprendo


rápido. —Estaba prácticamente vibrando en el aire con emoción.
Regresaría a la Tierra, les contaría a Ryodan y Shaz lo que había sucedido,
luego pasaría el rato con ellos, aprendiendo todo sobre mi nueva forma.

Maldición. ¡La bestia de Ryodan no era tan buena como la mía! Podía
sentir mis labios de Cazador estirándose en una sonrisa mientras
resplandecía radiantemente. Era ruda, la súper heroína más increíble que
podía posiblemente ser. Si hubiera sabido que meterme en esto era lo que
me estaba esperando, lo habría abrazado antes.

Dale una oportunidad a tu nuevo mundo. Todo te estará esperando


cuando regreses. ¿A dónde se fue esa chica que sentí cuando me
apuñalaste? ¿La que no podía esperar por la siguiente aventura? Está
aquí. Mira a tu alrededor. ¿No es magnífico?

»Y’rill, ¡Shazam se desmoronará sin mí! Se derretirá. Es tan emocional y


no sabe dónde estoy. No tiene a nadie que cuide de él. ¡Tengo que
regresar! ¡Muéstrame cómo regresar!

Y’rill resopló suavemente. Shazam está bien, pequeña pelirroja.

Me detuve bruscamente y la miré.

»¿Qué dijiste? —jadeé.

Y’rill dijo tiernamente, Shazam está bien.

»Después de eso.

Esos feroces ojos brillaron con diversión. Pequeña pelirroja.

Y’rill dijo que había estado observándome.

»Pero eres una ella —dije débilmente, tratando de hacer que mi


mente adoptara una forma que simplemente se negaba a lograr—.
Shazam es un él.
Eres tú quien está atribuyendo géneros. Nosotros no los tenemos.

Y’rill sonrió entonces y repentinamente entendí a qué me había


recordado siempre la sonrisa de Shazam, lo cual nunca había sido capaz
de ubicar.

Delgados labios negros retirándose de afilados dientes.

La misma expresión completamente alienígena.

La sonrisa de Shazam me había recordado a un Cazador. Escalofríos


cubrieron todo mi cuerpo. De ninguna manera. Imposible.

Dije lenta y cuidadosamente:

»Y’rill, ¿qué fuiste antes de convertirte en un Cazador?

Antes de ser elegido para esto por un gran dragón volando entre las
estrellas, atraído por mis gritos de soledad y anhelo por un hogar, una vez
fui el último Hel-Cat restante en existencia. Los ojos de Y’rill parpadearon
con un resplandor violeta. Mi amada Yi-yi.
37
“Shaz la poderosa bestia
peluda”.

Y
’rill era Shazam

Me quedé allí tumbada en el espacio mirándola con la


boca abierta hasta que se acercó y me empujó suavemente
con una garra. Atraparás desechos espaciales. Lamento
haberte engañado.

Estaba engañada sin palabras; una rareza extrema para mí. Mientras
estaba allí colgada, mirando fijamente, reproduje mis años con Shazam en
mi mente: su misterio, sus constantes desapariciones, su “otra forma” de la
que no había sabido nada. Sus constantes, cautelosas y evasivas
respuestas a tantas preguntas, la extraña yuxtaposición de extrema
emoción y sabiduría.

No tenemos permitido interferir o influenciar la elección de nuestros


elegidos de ninguna manera. Nunca debemos tener contacto después de
la invitación inicial. Les he dicho que es por eso que tenemos tan pocos
jóvenes, pero no escuchan. Y’rill/Shazam lucía avergonzado. Cuando te
perdiste en los Espejos Plateados, estabas tan sola, como yo una vez, y
temía que murieras. Vine a ti en mi forma Hel-Cat para ayudarte a
sobrevivir.

—¿Todas esas veces que desaparecías?


Tenía que ser un Cazador o perdería el derecho. Solo podía pasar la
mitad de mi tiempo contigo.

—Pero Shazam es tan emocional y tú eres bueno, más… sereno.

Como humana, también me pareces bastante emocional, dijo


Y’rill/Shazam, sonando ligeramente ofendido. Viste mi sabiduría en alguna
ocasión. No siempre era emocional. Luego, Cuando cambiamos, somos lo
que fuimos una vez. Defectos y todo. La enormidad de un Cazador no
puede caber en una piel pequeña. Otra razón por la que la mayoría de
nosotros elegimos permanecer como Cazadores. Es difícil acostumbrarse a
ser pequeño, impulsado por nuestras naturalezas biológicas de nuevo. Y’rill
se estremeció, desprendiendo hielo negro en el aire debajo de sus alas. Ser
Shazam es humillante, soy una criatura muy diferente en esa forma,
necesitado, pequeño, solitario. Luego sus ojos brillaron y dijo: Fuiste una
buena madre para mí. Yo también lo seré contigo, en esta forma.

»¡OHDIOSMÍOSHAZAM! —exploté, mientras finalmente, penetraba


completamente—. ¡Eres mi oso Shazzy!

Y’rill sonrió. Lo soy. No podía decírtelo. Dicen que si incumplimos esa


única regla, nuestro hijo nunca nacerá.

»Es por eso que nunca te molestó mi mano negra. ¡Siempre me


pregunté por qué podía tocarte!

Y’rill asintió. También por qué te dije que lo hicieras desaparecer.


Recordándote que convertirte en uno de nosotros era tu elección. Dijiste
que no lo harías aunque pudieras. Elegí bien contigo. Tu deseo de
aventura se ve superado solo por tu deseo de cuidar los mundos. Hacemos
mucho de eso aquí. Un día verás.

»¿Ver qué?

Los hilos que conectan todo. Nosotros los cuidamos. Los sembramos.

Empecé a volar otra vez, cautelosamente, luego con mayor


entusiasmo. ¡Estaba volando en el espacio! ¡Con Shazam! ¡Santo infierno!
Siempre supe que Shaz tenía otra enorme forma y se mantenía “en el aire”,
pero ¡no había imaginado ni una sola vez que esa forma fuera un Cazador!
Incluso había escrito esa canción sobre Shaz, la poderosa bestia peluda
que vivía en el aire, y nosotros luchando juntos contra dragones.

Solté un bufido de risa y salió como un suave y delicado gorjeo


acompañado de penachos de fuego de mis fosas nasales. Cristo, ¡disparé
fuego por mi nariz!

Cazador la mitad del tiempo, mujer la otra mitad; con Ryodan la


mitad del tiempo, con Shazam la otra mitad; con aventuras increíbles para
tener en ambos sentidos. Una feroz euforia me llenó.

Sabía que lo pensarías así, dijo engreído Y’rill/Shazam. Ven. Tengo


mucho que mostrarte.

Tan emocionada como estaba por ver más de mi nuevo hogar,


Ryodan ya no podía sentirme.

»Primero, llévame de regreso a la Tierra para que pueda…

Envíale uno de tus mensajes, Yi-yi, y déjalo ir. Tienes todo el tiempo en
el universo. Otros están esperando conocerte. Pocos son elegidos, muchos
menos nacidos. La mayoría lo rechazan. Solo los intrépidos se unen a
nosotros aquí.

—Ja, ja, un mensaje —dije secamente.

Ah, lo olvidé, no serás capaz de hacer eso por un tiempo. Suspiró.


Supongo que romperé una regla más por ti.

Mientras observaba, Y’rill se giró, batiendo hielo bajo sus enormes


velas curtidas, y centró su atención en una estrella cercana. ¿Qué quieres
que diga?

Intenté mordisquear mi labio y me di un golpe en la mejilla con un


colmillo.
»¡Auch! —Esto tomaría tiempo acostumbrarse—. Dile que estoy bien y
que voy a volver a casa pronto.

Un delgado rayo púrpura pálido, fino y agudo como el láser, surgió de


una pezuña con garras mientras Y’rill tallaba un pequeño trozo de la
estrella, dejando marcas en el rostro que brillaba como polvo de estrellas.

Entonces, abruptamente, Y’rill desapareció y reapareció muy por


debajo de mí, atrapó el pedazo de estrella y lo trajo de vuelta,
lanzándomelo. Santas bolas de harina, ¡podía tamizarse! ¡Eso significaba
que también podía tamizarme! Había eclipsado a Batman un millón de
veces. Atrapé el trozo de estrella, ahuecándolo torpemente en mi pezuña,
maravillándome. Algún día sería capaz de esculpir mensajes en estrellas.
Grabar una retorcida D de Dani en todo el maldito universo. Cristo. Dancer
estaría fuera de sí si pudiera verme ahora.

Lánzala.

»¿Eh? ¿Cómo, dónde?

Corregiré su curso. Solo lánzala.

Lo hice, lanzándola al espacio, luego Y’rill giró en el aire, lo golpeó


con su cola y la envió a una velocidad tal que desapareció de su vista
como si hubiera entrado en un agujero negro.

Está hecho. Ha recibido tu mensaje.

Entendía un poco acerca de viajar en el espacio y dije, secamente:

»¿Cuándo? ¿Cinco millones de años en el futuro?

Lo ajusté para que lo recibiera en el momento adecuado.

»¿Puedes manipular el tiempo? —Estaba asombrada.

Asintió.

»¿Puedo hacer eso también? —prácticamente grité.


Gracias a las estrellas, ¡NO! Debes crecer en tus poderes de Cazador.
Lleva mucho, mucho tiempo.

»¿Tengo algún poder de Cazador en este momento? —Puede haber


sonado un poco irritante, pero en serio, era un dragón. Quería un poco de
jugo.

Y’rill se entusiasmó. Ahí está mi Yi-yi. Un poco. Pero cuando vuelvas a


ser humana, no.

»Te refieres excepto por el rayo. —Me gustaban mis rayos. Me pregun-
taba si sería capaz de usarlos ahora sin volverme negra.

No el rayo. Eso es parte del proceso de parto. Serás como eras antes
de cambiar.

Apestoso, no obstante.

»Pero ahora soy inmortal, ¿no? —dije, y si hubiera sido humana,


hubiera estado rebotando en híper velocidad de un pie a otro.

Puedes ser asesinada en tu forma humana hasta que hayas pasado


suficiente tiempo como Cazador para completar la transición completa.
Debes tener cuidado cuando seas humana, Yi-yi.

»¿Por cuánto tiempo?

Lo considerarías un muy largo tiempo. Ahora ven, déjame mostrarte tu


nuevo hogar.

Mi nuevo hogar. Todos los mundos eran mi ostra, la mitad de mi vida.


El mundo que amaba era mío por la otra mitad. Giré mi cabeza de un lado
a otro, bebiéndolo todo; la aterciopelada, exquisita y enorme extensión
del espacio y, un día, los misterios incluso del tiempo. Más allá de eso, si
elegía morir, podría convertirme en un planeta.

Esto era, decidí, desconcertante y aturdidor, la mejor actuación de


superhéroes de todos.
Era un Cazador.

Como la oruga, obligada más allá de la razón a transformarse en un


capullo, me había dolido la transformación, creyendo que estaba
perdiendo mi vida. En el fondo, en un lugar que nunca me permitía sentir,
en realidad había estado… asustada. Me había lamentado. Solo para
descubrir maravillas que nunca había soñado posibles. Convertirme en
algo completamente nuevo.

Podría volar a Ryodan hacia un cielo nocturno estrellado. Sobrevolar


mientras su bestia cazaba. Un dragón y una bestia, vagando juntos por la
Tierra. Dios, ¡las cosas que podríamos hacer ahora!

Era un futuro que no podía esperar para explorar.

»¿Cuántos meses? —demandé.

¿Para qué?

»Para cambiar.

Dije años.

Dije engreídamente:

—Bien, ¿cuántos meses? Vamos, oso Shazzy, rompe otra regla por mí.

Y’rill suspiró. Vas a ser problemática.

Sonreí con suficiencia.

—Como si tú no lo fueras. Logro ser el niño ahora. Enséñame a volar


como lo haces. Enséñame a tamizarme. Vamos, Y’rill, ¡muéstrame todo!

Un placer.

Cuando Y’rill se giró con una aguda y hermosa bajada de su


poderoso cuerpo de Cazador, curvando la punta más pequeña de un ala,
imité el movimiento y, juntas, nos deslizamos hacia el cielo estrellado.
38
“No queda nada por hacer
esta noche, salvo
enloquecerte”.

CUATRO MESES DESPUES

C
orro por las escaleras frontales de Chester’s, maravillándome
ante la sensación de tener el cuerpo de una mujer de nuevo,
y por lo mucho que ha logrado Ryodan mientras me fui.

Chester’s es un increíble y moderno edificio de seis pisos de piedra


caliza y vastas extensiones de cristal. La profunda y curvada escalera lleva
a unas ornamentadas puertas de hierro, fuertemente grabadas con
guardas, como lo es todo lo de ese hombre; le gusta proteger su
propiedad. Mientras empujo la puerta y entro, sonrió.

El vestíbulo abovedado tiene suaves pisos de mármol negro, simples


muebles blancos y cromados, ventanas en todos partes, y claraboyas
creando arcoíris en el suelo. Puedo sentir el bajo desde aquí, llegando
desde los muchos sub clubes debajo de mí.
Soy una mujer de nuevo. Es extraño y eufórico, pero tengo que admitir
que, ser un Cazador, volando a través de las estrellas durante los pasados
meses fue mejor que mis sueños más salvajes. Y’rill y yo jugamos con el
abandono que había compartido en el otro lado de los espejos, con una
diferencia: sin predadores, sin enemigos, solo aventuras. Había visitado
mundos más allá de la descripción, ido a la deriva dentro de nebulosas,
jugado a las escondidas en campos de meteoros, observado estrellas
convertirse en supernovas, jugado con una honda alrededor de lunas,
jugado en los gaseosos anillos de planetas, mi cuerpo de Cazador
impenetrable al daño. Apenas había rasgado la superficie de lo que era
ser un Cazador; Y’rill era absolutamente misteriosa sobre muchas cosas y
estaba llena de molestos dichos como: “paciencia, saltamontes”. Según
ella, aprendería cuando fuera el momento y no antes. Aun así, tenía una
buena idea de que mi potencial era prácticamente ilimitado, un día en el
futuro.

A diferencia de Shazam, quien vivía para romper reglas en cada


oportunidad, Y’rill prefería adherirse a estas. Me había tomado semanas
convencerla para ayudarme a realizar la transición de vuelta a mi forma
humana antes de que hubiera aprendido a hacerlo yo misma, luego otros
cuatro meses para lograr que realmente lo hiciera.

Entonces me había advertido que tenía solo una semana en mi forma


humana antes que viniera a reclamarme.

Pensé que era mitad y mitad, había protestado.

No al principio. Debes aprender a establecerte en esta piel. Si te


mantienes humana más tiempo ahora, puedes perder tu forma de
Cazador.

Oh, demonios, ¡de ninguna manera!, había gritado.

Aun así, me sentía la mujer más afortunada del mundo. ¡Tenía toda
una semana con Ryodan! Después de creer que lo perdería para siempre,
una semana se sentía como una pequeña eternidad para mí.
Habíamos volado a Dublín, aterrizado sobre el edificio que albergaba
mi apartamento, donde ella me había transformado a mi forma humana
(¡doloroso!), luego se reintegró en Shazam. Nos habíamos precipitado
(estaba desnuda; ahora entendía por qué Ryodan siempre tenía ropa
extra guardada en lugares convenientes) hacia mi apartamento, donde
Shazam me destelló una sonrisa maliciosa y murmuró un críptico: Ve con él,
ha estado esperando mucho tiempo, antes de hacerse un ovillo y tomar
una siesta en nuestra cama.

Había tomado mi primera ducha en meses —no que pareciera


necesitar una—, me había vestido con cuidado, agarrado mis armas y
congelado el cuadro directo hacia Ryodan, electrificada con emoción.

Mientras atravieso el segundo conjunto de puertas, mi sonrisa se


profundiza. El bar y restaurante a nivel de la calle son adorables, con una
elegante escalera que desciende a los sub clubes. Corro por la escalera y
permanezco detrás de la balaustrada observando la pista de baile,
buscándolo.

Es temprano en la noche, el club está lleno como de costumbre y


estoy complacida de no ver a un solo Fae. Una parte de mi quiere una
actualización inmediata sobre los eventos sucedidos en Dublín y nuestro
mundo, quiere ir a la abadía y obtener todos los detalles, pero aprendí una
valiosa lección sobre el tiempo, de ambos Dancer y Ryodan.

No siempre tenemos todo el que creemos. Las actualizaciones


pueden esperar.

Es necesario ser egoístas a veces, y esta noche tengo toda la


intención de serlo.

Fue un absoluto placer deslizarme en un vestido de elastano negro,


tacones, y nada más que cremosa piel irlandesa. Sabiendo que estoy a
punto de quitármelo y enloquecer sobre el cuerpo de ese grande y
poderoso hombre.
Quiero a Ryodan en mi cama, dentro de mí, alrededor de mí, y ese es
mi único objetivo por un largo tiempo. Antes de que tenga que irme de
nuevo, me pondré al corriente. Esta noche es para mí. Esta noche es para
nosotros. Y ya estamos atrasados.

Desciendo el tramo final de escaleras, pensando que tal vez lo


encontraré en su oficina, y atravieso la atestada pista de baile,
dirigiéndome hacia las escaleras de cristal cromado hacia los niveles
privados de los Nueve. Estoy casi ahí cuando alguien me empuja por
detrás, me abraza fuertemente, me arrastra el resto del camino hacia las
escaleras, y luego me empuja hacia los escalones. Tiene que ser uno de los
Nueve; nadie más puede sujetarme así.

Sacudo mi cabello y frunzo el ceño. Entonces:

—¡Lor! —exclamo, deleitada de verlo.

Me mira con absoluta incredulidad.

—¿Dani?

—Mega en carne y hueso. —Le destello una sonrisa de cien


megavatios para probarlo—. Estoy de vuelta. Y no vas a creer todas las
cosas que he visto y hecho.

Luego Fade y Kasteo están allí con él, los tres mirándome, con una
mezcla de irritación e incredulidad.

—¿Qué pasa con ustedes? Le dije que volvería.

—Al jefe —dice Lor monótonamente—. Le dijiste eso.

Asiento.

—Le envié un mensaje.

—Jodidamente seguro que no piensa que vayas a volver —gruñe


Fade—. Y estoy jodidamente agradecido contigo porque ha sido
malditamente imposible vivir con él. Fóllalo y hazlo cuerdo de nuevo. —Se
da la vuelta y se aleja.

A Lor, le digo:

—Él pensó que no iba a… espera, no entiendo.

—Solo ve con él, cariño —dice Lor—. Está en su suite. Nunca sale. Pasa
la mayor parte de su tiempo como la bestia. No está comiendo, no está
durmiendo, no está follando, y se está tornando feo aquí.

Me muevo rápidamente antes de que siquiera termine de hablar,


corro por las escaleras, subiendo los escalones tres a la vez, me apresuro
hacia el ascensor y golpeteo mi pie impacientemente mientras desciendo.
¿Cómo pudo no saber que iba a volver? No creo que Y’rill me mintiera.
Frunzo el ceño, recordando sus palabras exactas: Lo ajusté para que lo
recibiera en el momento correcto. Está bien, ¿entonces cuál era la idea
del “momento correcto” de este ser misterioso?

Cuando la puerta se abre, exploto fuera del ascensor, congelo el


cuadro a través del pasillo, y atravieso la puerta de la antesala de la suite
de Ryodan.

Aún está destrozada. Nunca la limpió. Vidrios rotos suenan debajo de


mis tacones mientras camino hacia el panel escondido que oculta la
entrada a su verdadera suite y la empujo hasta abrirla.

Mientras entro en la habitación, inhalo profundamente. Esta


habitación también está destrozada, cada mueble destruido. Marcas
salvajes de garras marcan los paneles de las paredes, los candelabros
arrancados del techo, cables colgando, expuestos, astillas de cristal
brillando en el suelo. La cama es un revoltijo desplomado de madera, con
destrozadas almohadas de terciopelo, sábanas desgarradas, colchón
pulverizado.

Entrecierro mis ojos, permitiéndoles que se ajusten a la penumbra. Está


aquí, puedo olerlo; ese aroma a especia oscuramente exótica que
siempre permanece se aferra a su piel, animal, embriagadoramente
masculina, absolutamente sexual. Puedo sentirlo, cada terminación
nerviosa de mi cuerpo electrificada por su presencia.

Hay más en esta habitación. Ira. Furia. Duelo. Está incrustado en cada
objeto demolido, grabado en cada panel, esculpido en cada hendidura
en el piso.

Hizo duelo por mí. Creyó que nunca regresaría. Pero ¿por qué?

Todos mis sentidos se ponen en marcha. Esta es mi noche. Mi decisión,


mi más profundo deseo negado por tanto tiempo, y me siento dolorosa-
mente e increíblemente viva. Lo escucho inhalar, buscando en el aire,
atrapando mi esencia. Luego una áspera risa flota desde las sombras
cerca del fuego donde está sentado en una silla alta.

—No de nuevo —dice, con un tono de agonía en su voz.

Me estremezco. Conozco el poder y la persuasión de las


alucinaciones. Las viví en mi jaula. Me despertaba de un tortuoso sueño
oliendo comida, con la certeza de que mamá había llegado a casa e iba
a abrir mis ojos ante un tazón lleno de crema de maíz, rematado con una
crujiente porción pollo frito y frijoles verdes, solo para descubrir que no
había nada ahí para poder roer aparte de mis propios nudillos.

De nuevo.

Conocía la desesperación del momento en que el cerebro procesaba


la mentira, esa esperanza viniéndose abajo en cenizas. Que la cosa que
querías tan desesperadamente no estaba ahí, y tal vez nunca lo estaría de
nuevo.

Me huele y cree que soy un sueño.

Tengo la intención de cumplir cada uno de sus sueños más salvajes


esta noche.
Entro cuidadosamente a la habitación, evitando escombros y
pedazos de cristal roto, tratando de decidir qué decir, cómo convencerlo
de que soy real. Algunas de mis alucinaciones habían sido tan extremas
que casi me habían desquiciado. De hecho, había comido cenas
imaginarias. El hambre juega con tu cabeza. La privación constante de
cualquier cosa que necesites desesperadamente lo hace.

Me necesitaba desesperadamente. Me gusta eso. Me siento igual


respecto a él. Decido que la mejor manera de acercarme es simplemente
tocarlo. Dejar que nuestros cuerpos hablen.

Mientras rodeo la mesa auxiliar destrozada y me acerco a su sofá,


inhalo profundamente, mariposas revoloteando desde mi estómago a mi
garganta. ¿Estoy… nerviosa? No. Estoy eufórica. Está bien… un poco
nerviosa y no tengo ni maldita idea de por qué. Solo que este hombre
siempre me ha descontrolado.

Dios, ¡esto es todo! Está aquí, estoy aquí, mi piel es perfecto marfil,
somos libres para estar juntos, para ser todo lo que siempre he anhelado
ser con él. Sé que soy real; aun así ni siquiera yo puedo casi creer que este
momento ha llegado. Había pasado que nunca sucedería. Que nos había
perdido para siempre.

Aun así, me liberé rápidamente de mi duelo. Él ha estado sufriendo


por mí por meses.

Despejo su sofá y lo rodeo para pararme frente a él

Levanta su cabeza y me mira con plateados ojos entrecerrados,


manchados con vetas rojas.

»Estoy mejorando en esto —se burla—. Dios, te ves tan jodidamente


real. Tan sexy en ese vestido. —Su mirada me estudia de la cabeza a los
pies, el calor llena mi cuerpo, fuego enciende mi sangre—. Nunca te lo
dije. Eres la definición de belleza para mí, Dani O’Malley. Llamas cobrizas y
hielo esmeralda. El níveo rosado de tu piel. Esas increíbles y poderosas
piernas. El acero en tu columna. El inextinguible fuego de tu espíritu.
Bueno, joder, me había silenciado. Me quedaría de pie sin decir una
palabra por una hora si significaba que seguiría hablando así.

»Eres inquebrantable, mujer. Nada de esto te destruyó. Eres mi jodido


lugar sagrado. ¿Sabes eso? ¿Por qué carajos nunca te lo dije?

Trago con fuerza, lágrimas ardiendo en la parte posterior de mis ojos.


Su lugar sagrado. Así es exactamente cómo se siente él para mí. Es mi
templo. Me deslizo en su presencia y el mundo desaparece y estoy segura
y juntos podemos enfrentar cualquier cosa, hacer cualquier cosa, sobrevivir
a cualquier cosa, siempre encontrar la siguiente manera de estar juntos.
Creo que eso es el amor; considerar sagrado a alguien, honrarlo,
protegerlo, ser tan buenos para ellos como es posible. El duelo, el dolor, la
furia en su mirada me matan. Me humillan. Nunca dudaré de la
profundidad de las emociones de este hombre. Es evidente en cada tensa
línea de su cuerpo, la rigidez de su rostro, la mirada medio salvaje en sus
ojos.

Me dejo caer de rodillas frente a él. Santo infierno, es hermoso. Nunca


lo he visto así, vestido únicamente con un par de pantalones de tiro bajo
desgastados, piel inundada con músculos ondulantes, brillando como oro
frente al fuego. Este es Ryodan deprimido. Su rostro oscurecido por una
barba que nunca he visto y que lo hace lucir diabólico, oscuro, fascinante.
Huele a bestia y furia feroz y nada de ducha en un largo tiempo y no me
importa una mierda. Huele exactamente correcto para mí. Peligro. Bordes
lo suficientemente filosos para cortarme. Y sé que curará cada una de mis
heridas si lo hiciera. Su cabello perfectamente cortado ahora es largo,
desordenado como si hubiera estado pasando sus manos por este. Está
demasiado delgado, piel tensa contra hueso, y sé que no ha comido en
un largo tiempo.

Estiro mi mano y coloco una palma contra su pecho duro y cincelado.

No hay pulso. Definitivamente no ha comido recientemente.


—Puede que quieras hacerlo —bromeo—. Planeo agotar tu trasero
esta noche. Nene.

Inclina su cabeza, ojos brillando, respirando profundamente.

—Incluso si estuviera famélico, no podrías agotar mi trasero. Eres una


ilusión. Te dejé ir. Demonios, jodidamente te alejé y no debería haberlo
hecho. Debería haber luchado por ti. Debería haberte contado todo.
Debería haberte persuadido para que rechazaras lo que estaba
sucediendo.

Deslizo mi palma de su pecho, hacia abajo a su paquete de seis


abdominales, arrastrando mis dedos ligeramente por su piel aterciopelada.

—No me alejaste. Hiciste lo más difícil posible, sacrificaste tus propios


deseos por mis mejores intereses. Tratar de mantenerme aquí, casi
completamente a oscuras, incapaz de usar mi poder de nuevo, nos habría
destruido a ambos. Ninguno de nosotros está hecho de esa manera.
Empujamos los límites. Nos adaptamos. Es lo que hacemos.

—Y mi ilusión ofrece absolución —dice con un resoplido—. Realmente


estoy mejorando en esto.

Me dejo caer en su regazo, arrojando mis piernas, una a cada lado


de la silla, y agarro su rostro en mis manos, miro sus hermosos ojos, fuego y
hielo, sangre y acero.

—¿Me siento como una ilusión? —Mi vestido está levantado casi al
borde de mis muslos. Bajo, suavemente, firmemente, contra él. Está duro.
Está tan jodidamente duro. Y yo estoy tan jodida y dolorosamente viva y
hambrienta de tenerlo dentro de mí. No necesito juegos previos. No esta
vez. Solo necesito hacerlo. Él. Dentro. De. Mí. Una y otra vez. Tal vez la
próxima vez que sea humana nos molestaremos con juegos previos. Tal vez
no soy el tipo de mujer de juego previo.

Sus manos se cierran en mi cintura fuertemente, dedos hundiéndose


con ira, con dolor.
—Nunca lo haces. He pasado horas tocándote, sosteniéndote, días
follándote en mi mente.

Digo ligeramente:

—Hazlo de nuevo. Pero soy yo. Puedo ser mujer la mitad del tiempo.
Dragón la otra mitad. Aun así, solo tengo una semana. Y’rill me ayudó a
cambiar para que pudiera volver y decirte que estaba bien, pasar tiempo
contigo hasta que aprenda a transformarme yo misma.

—Esa es la explicación más lúcida y coherente que me has ofrecido


hasta el momento —dice secamente, su mirada fija en mis labios.

—Porque es la verdadera. Bésame. Siente cuán real soy.

Me inclino hacia adelante, acaricio mis labios con los suyos y mis
manos están en la base de sus pantalones y estoy tan malditamente
mojada, está brillando en mis muslos.

Inhala bruscamente, se aleja un poco, baja la mirada. Entonces su


mano está en mi muslo y está recorriendo el calor resbaladizo por toda mi
pierna. Gime:

—No recuerdo que fuera tan real. ¡Joder!

—Si, por favor —digo mitad risa, mitad gruñido—. Ahora.

Entonces se está levantando y me está empujando en el suelo sobre


una gruesa alfombra de piel, y estoy recostada con mis piernas extendidas
y su boca está en mi muslo, mientras levanta mi vestido por encima de mis
caderas, entonces su boca se cierra, cálida y húmeda entre mis piernas y
está lamiendo y chupando y escucho a alguien gritando y me doy cuenta
que soy yo y santo infierno de orgasmo para mí es una explosión de mente
y cuerpo, mi cerebro vuela y se destroza en pequeños pedazos y mi
cuerpo está electrificado y me muevo contra su rostro mientras me
retuerzo debajo de él, entonces me estoy levantando, aun viniéndome,
desesperada por tenerlo dentro de mí, porque me he venido demasiadas
veces con mi propia mano pensando en él y esto es real y lo quiero todo y
estoy saltando sobre él, empujándolo en el piso y golpeando sobre él con
violencia y lujuria y necesidad, y sus ojos se abren de golpe y brillando con
deseo mientras grita:

—Joder, ¡eres real!

No tengo idea de qué lo convenció y no me importa y tiro mi cabeza


hacia atrás y medio me río, medio gruño mientras tomo a Ryodan Killian St.
James dentro de mí y aprieto cada músculo en la parte baja de mi cuerpo
que estoy malditamente agradecida de tener y no tengo que ser
cuidadosa con él porque nunca puedo romper a este hombre de ninguna
manera, y puedo vibrar…

—Maldito infierno, mujer, ¡todavía no hagas eso!

Pero está sobre su espalda debajo de mí y estoy montándolo y tengo


el control, y estoy vibrando y maldita sea, sí, está perdiendo el control y
esta es la única manera que quiero que este hombre pierda el contacto
con la realidad.

»La venganza es el infierno —gruñe mientras explota dentro de mí.

Y todo en lo que puedo pensar es, eso espero. Espero que me lo


devuelva una y otra vez, en toda mi vida inmortal.

Entonces está temblando y su mente está echada hacia atrás y está


riéndose de mí mientras se corre y acuno su rostro, esa hermosa, sexy,
familiar, desafiante y terca piel humana vertida sobre el rostro de una
bestia que nunca me cansaré de mirar y atrapo su alegría en mis manos y
llena mi corazón.

π
Más tarde pongo Hombre Mágico en mi celular y subo el volumen.

Más tarde bailo desnuda para él a la luz del fuego y le digo que sé
que no es un hechizo; pero es cierto que esta mujer-chica-dragón ha
estado esperando por él toda su vida.

Euforia llena sus ojos mientras me lleva al suelo y está sobre mí esta
vez, el bastardo, y me dice algo que archivo, pero no pregunto en ese
momento porque mi boca está ocupada y me gusta que este ocupada
precisamente de esa manera.

Me dice que ha estado esperando por mi mucho más que una vida.
No tengo idea de qué quiere decir. No me importa. Está dentro de mí y
estoy dentro de él y el futuro es vasto y enorme como el cielo estrellado
que ahora es mi hogar la mitad de mi tiempo.

Aun más tarde, demando saber qué paso en la abadía, y me dice


que Kat y el Shedon sobrevivieron, pero perdimos ciento cuarenta y dos
sidhe-seers ese día. De hecho había matado a Balor con mi última
explosión y luego de que me hubiera desvanecido, Ryodan satisfizo un
largo picor; Papa Roach estaba muerto, finalmente asesinado por esa letal
espada negra con la que Ryodan lo había estado amenazando por tanto
tiempo. AOZ también estuvo en la batalla, pero escapó y vivió para
atormentarnos otro día. Aun así, yo estaba de vuelta, era poderosa, y
algún día el pequeño duende sería mío.

Roisin se había unido a las mujeres en la abadía, aunque no tenía


dones sidhe-seer y estaba trabajando con Enyo, reclutando a otros
humanos desplazados y sin derechos, moldeando un ejército, dándoles
propósito, una causa por la cual pelear, una razón de ser. Dios sabe que
todos necesitamos una en tiempos como estos.

Mac y Barrons aún estaban desaparecidos. Ninguna señal de los Fae


en nuestra ciudad por meses.

Aun así lo sabía, aunque ninguno de nosotros lo dijera…

—Joder con eso —dijo Ryodan firmemente—. Lo diré. Y lo


publicaremos en el Diario de Dublín porque el mundo necesita saberlo y
prepararse. Nuestra gran batalla aún está por venir. Será contra los Fae, no
los antiguos dioses. Esos bastardos van a convertir nuestro mundo en una
zona de guerra, y pronto. Hay una violencia apenas contenida en la tierra,
la siento moviéndose bajo mis botas, una oscuridad en el viento, puedo
sentir sangre en la brisa. Están planeando, conspirando para apropiarse de
este planeta. La guerra viene y si Mac no logra controlar su poder,
entonces la perderemos.

—Entonces necesitamos asegurarnos de que Mac tenga tiempo


suficiente.

Asintió, gruñendo.

—¿Alguna noticia de Christian?

—Lo mismo. Kat ha estado pasando tiempo en la Fortaleza de


Draoidheatch, trabajando con Sean. Todavía no hay progreso allí. Destruye
cualquier cosa viviente que toca.

—¿Personas? —jadeo. Conozco ese horror.

—No. Como Hambruna, son solo plantas vivas y cosechas. Personas y


animales están exentos. Esas son las especialidades de Christian.

—¿Algún problema con los otros dioses?


—Aún no. Pero sospecho que solo hemos visto la punta del iceberg.
Humanos y dioses tendrán que unirse para tener alguna oportunidad
contra los Fae.

De alguna manera, juro silenciosamente, haremos que suceda.

—La buena noticia es que ahora tenemos un Cazador de nuestro


lado. Y quien sabe, tal vez pueda encontrar algunos refuerzos.

Se ríe.

—Si alguien puede persuadir entidades no persuasivas, eres tú.

Luego está sobre mí de nuevo y estamos luchando por el dominio


porque siempre lo haremos, esa es lo forma en que estamos conectados y
me pierdo en la pasión y ya no pienso en este mundo ni nada en este.

Él es mi zona cero, mi meca, bestia para mi dragón. Siempre.

Cuando tenía catorce años, observé a Ryodan teniendo sexo en el


cuarto nivel en Chester’s; el sub club dedicado a proveer el exceso carnal
necesario para mantener a las bestias de los Nueve bajo control.

Sonrió débilmente. Ahora soy el exceso carnal de Ryodan.

Ese día, tanto tiempo atrás, lo marqué como mío.

Ahí está. La verdad.

Crucifíquenme por ello, si quieren. No me importa.

Nunca fui una niña normal de catorce años.


Nunca he sido normal para nada.

A los catorce, había jurado que, algún día, sería la mujer haciéndolo
reír, haciendo que la felicidad brillara en su rostro, tan tangible que parecía
que podría atraparla con mis manos. Trazaría los imperiosos y regios planos
sombreados por barba incipiente de su rostro, cerraría mi mano alrededor
de su polla y lo tomaría dentro de mí. Sería la responsable de la tormenta
de lujuria en su mirada pesada, del salvaje retumbar en lo profundo de su
pecho, de los crudos sonidos guturales que hacía cuando se corría, mitad
rugido, mitad risa, un erótico ronroneo.

No con mi cuerpo de catorce años. No estaba lista para el sexo


entonces.

Pero algún día.

Con el cuerpo de una mujer.

El hombre era mío.

No fue solo lujuria lo que había sentido esa tarde que lo había
observado follar. Y sí, había sido capaz de sentir lujuria a esa edad, por la
vida, por el sexo que tendría algún día, por chocolate, por estar viva. Estoy
hecha de lujuria. Todos lo estamos. Saboréala. Arde en esta. Nunca te
disculpes por ello.

Es lo que hace que la vida valga la pena.

Conozco una verdad: Follamos como vivimos. La gente tímida folla


tímidamente. La gente desinhibida folla desinhibidamente.

Él había follado enfocado al cien por ciento, con salvaje devoción y


lujuria. Asombrosamente vivo, eufórico de estarlo.

Es la forma en la que siempre he vivido. Completamente compro-


metida, todos los sentidos ardiendo.
Reconocí, ese día, que él y yo éramos la misma clase de persona.
Nunca había pensado encontrar a alguien como yo en el mundo.

Había estado vagando por la ciudad, por mi cuenta, durante seis


años entonces. Había visto y hecho mucho más de lo que cualquier niño
debería. (Cuando pienso en Rae, sé cuán errónea estaba mi vida y haré
cualquier cosa en mi poder para mantener su niñez pura, no que Kat
necesite mi ayuda, pero estaré allí. Cuidándola. Siempre). Había pagado
precios que pocos adultos tienen que pagar alguna vez. Había cargado
con pecados que me cortaban hasta lo más profundo de esa alma que
solía fingir que no tenía. Pecados que me habían forzado a encontrar
maneras creativas de reorganizarme así no me autodestruiría.

Ojos milenarios habían visto desde mi rostro de catorce años hacia


Ryodan, y había pensado: Este hombre me entenderá. Este hombre puede
resistirme.

Eso es algo para una mujer de mi complicada calaña.

Es un dolor en el trasero. Terco, controlado, controlador. Yo también lo


soy.

Ha hecho cosas innombrables. Yo también. Y sospecho que


hablaremos sobre ellas fácilmente con el otro.

Él es fascinante, brillante, hambriento por más vida todo el tiempo.

Igual que yo.

Es vida y muerte, alegría y pena, piedad y crueldad. Igual. Que. Yo.

Fue duro para mí atravesar esos años entre nosotros.

Me resistí a lo que sabía que no estaba lista. Resentí a cada mujer a la


que llevaba a su cama en un oscuro y posesivo rincón de mi mente,
incluyendo a Jo. A pesar de que entendía.
Luego la vida me dio inesperadamente a un hombre para el que
estaba lista.

Y Ryodan había entendido.

Pero… siempre, interminablemente, había sido apuntada hacia este


hombre como un misil buscando bestias, esperando el día en que estuviera
—no simplemente bloqueada y cargada— completamente lista para
tomarlo, mujer a hombre.

Eso era lo que Dancer siempre había percibido en mí.

Y me había amado de todas maneras.

Creo que mis dos amores son mejores hombres que yo. No puedo
compartir. No puedo ser la segunda mejor. No sé cómo interpretar ese
papel.

—Nunca tendrás que hacerlo —me aseguró Ryodan, mientras


cerraba sus brazos alrededor de mí desde detrás y se molía, duro y ansioso
contra mi trasero.

—Deberías saber que soy posesiva.

Sus brazos se apretaron alrededor de mí.

—Igual que yo. Tú y yo. Nadie más. Si no estás bien con eso, lárgate
de mi cama —dice, mientras comienza a empujar lentamente dentro de
mí.

Jadeo y empujo mis caderas hacia atrás, necesitando sentirlo


saturándome por completo, como más temprano cuando había sido parte
bestia, tan profundo que casi dolía de la mejor manera posible. No soy una
mujer para comparar. Todos traemos activos únicos a la mesa. Pero los
activos de Ryodan se ajustan a mí estupendamente bien y el hecho de
que fueran… ajustables… bueno, eso era un extra que una mujer no tenía
razón para esperar y cada razón para agradecerle a sus estrellas de la
suerte.
Se ríe suavemente contra mi oreja mientras se desliza
infinitesimalmente más profundo, rayando mis nervios con una necesidad
salvaje que está creando… y rehusándose a llenar, volviéndome loca.

—Sospecho que las estrellas siempre tendrán suerte para ti, Dani.

Gruñendo, empujo hacia atrás, duro, pero sus manos están


aseguradas en mis caderas y no me dejará acercarme ni un maldito
medio centímetro.

—Déjame jugar, Polvo de Estrellas. Aprender lo que te excita. Quiero


volverte salvaje. Quiero encontrar tus puntos de ruptura. Todos.

Eso hace que seamos dos. Aunque nunca quiero verlo perder el
control en el mundo real, anhelo despojárselo en la cama.

Dos centímetros, luego desaparece, frotando entre mis piernas,


donde estoy hinchada y dolorosamente húmeda. Luego cinco centímetros
dentro de mí. Después desaparece, luego de regreso y lento, tan lento que
casi grito con frustración mientras entra lentamente en mí como si tuviera
todo el tiempo del mundo.

»Lo tenemos.

Risa explota en mí, pura felicidad. Eternidad. Puedo amar a este


hombre para siempre.

»Joder, Dani, ¡deja de reírte!

—¿Asustado de que perderás el control? —bromeo y me río de nuevo,


un ronco sonido malvado mientras subía el nivel, y comenzaba a vibrar de
la cabeza a los pies.

—¡Hija de perra!

π
Más tarde, me extiendo encima de él, contemplando los brillantes y
perezosamente saciados ojos plateados.

Es bueno que la habitación ya estuviera destrozada, porque la


habríamos destruido de todas maneras. No tengo idea de cuánto tiempo
ha pasado aquí abajo, donde la luz del día no penetra, pero estoy
dispuesta a apostar que hemos pasado veinticuatro horas seguidas
explorando el cuerpo del otro, probando límites, descubriendo lo que
vuelve salvaje al otro.

Y este hombre es definitivamente salvaje. Caliente y sexy y el toque


de pervertido que me gusta.

—Solo tengo una semana —le recuerdo suavemente.

Se pone rígido y gruñe mientras lo pongo al día con todo lo que


sucedió, explicándole los parámetros de mi nueva existencia; sus ojos
plateados resplandecen con alegría.

—La mitad del tiempo seremos humanos. La otra mitad, seremos


bestias juntos —dice, riendo suavemente—. Qué vida tan jodidamente
buena.

En efecto. Aun así, algo me está molestando. Necesito saber por qué
pensaba que no iba a regresar, qué hizo Y’rill con mi “mensaje de texto”.

—Ryodan, ¿no recibiste mi mensaje? Te envié…

—Un jodido trozo de estrella. Cristo, ese maldito pedazo de piedra ha


sido la pesadilla de mi jodida existencia.

Entonces, sí lo recibió.

—Tenía la intención de darle paz a tu mente.


—Tu intención apestó, Polvo de Estrellas —gruñe. Me rueda fuera de
él, se levanta, se va ofendido hasta la chimenea donde recoge algo de
una caja en el piso y la trae de vuelta, entregándomela.

La miro en la tenue luz y jadeo.

Dice:

ESTOY BIEN, ESTOY

—¡Pero es solo la mitad!

—Lo sé malditamente bien. ¿Qué carajos es el final de esa oración?


No tienes idea de cuántas palabras conecté. Estoy bien, estoy feliz. Estoy
bien, estoy libre. Estoy bien, no voy a regresar nunca. ¿Qué carajos, Dani?

Le doy la vuelta al trozo de estrella y estudio el borde.

—Se rompió. Debió haber golpeado algo en el camino hacia ti.


¿Dónde estabas cuando la recibiste?

—En una playa.

Fruncí el ceño.

—¿Una playa? ¿Fuiste a la playa? —Lor dijo que no había salido de


Chester’s desde que me fui.

—Solía pasear por el océano en la noche. Cayó del cielo y aterrizó a


mi lado.

—¿Cuándo?

Se ríe, pero hay un profundo trasfondo de amargura, un toque de


tormento en ello.
—Mujer, me has vuelto loco mucho más tiempo del que sabes. Recibí
tu condenada maldita estrella tres mil ciento cuarenta y un años, cinco
meses, nueve días y dos horas antes de que te convirtieras en un Cazador
en la abadía.

Jadeo.

—¿Tres mil años atrás? —¿En qué estaba pensando Y’rill? ¿Su puntería
era tan mala? ¿Manipular el tiempo era más complicado de lo que le
había importado admitir?

—Eres la razón por la que comencé a estudiar la teoría del eje, más
de tres milenios atrás. Eres la razón por la que comencé a tratar de
proyectar el futuro. Tú, Dani O’Malley, has sido el más grande e irritante
misterio de mi existencia. Te olí en la estrella esa noche en la playa. El
aroma de una mujer que anhelaba conocer, a diferencia de cualquier
otra mujer que hubiera conocido alguna vez. Esperaba conocerla. Y
esperé. Y maldita y jodida-mente esperé. La encontré una noche en
Dublín, una incontrolable niña fanfarrona con un maldito deseo de muerte,
pelotas de acero, complejo de superhéroe, y un novio adolescente.

—Oh, Dios, ¿sabías que era quien había lanzado la estrella cuando
me viste esa noche?

—Había renunciado a todo el asunto mucho tiempo atrás, decidido


que la estrella era el equivalente a un mensaje de texto enviado al
teléfono equivocado. Entonces me moví detrás de ti esa noche y olí tu
aroma. Supe que eras ella, la que algún día me arrojaría una estrella, a
través del tiempo.

»Mi mundo se fue al infierno desde ese momento. No tenía idea de lo


que eras o qué hacer contigo. Solo sabía que un día lanzarías un maldito
cuerpo celeste en mi camino. Admítelo, nunca escribiste más que eso. Te
torturé demasiado, decidiste devolverme la tortura por algunos miles de
años.

Me eché a reír. Si hubiera pensado en ello, podría haberlo hecho.


»Eso era todo lo que tenía para seguir adelante. Entonces, cuando
comenzaste a volverte negra…

—Esa es la razón por la que estabas tan seguro de que me estaba


convirtiendo en un Cazador —exclamo—, ¡porque viven entre las estrellas!

Inclina su cabeza.

»¿Por qué no me lo dijiste?

Guarda silencio por un largo momento, luego exhala con fuerza.

—Fue una locura hasta el extremo. Estaba preocupado de que


pudiera cambiar las cosas.

—Ilógico. Si eso…

—… ya sucedía, sí, no importaría nada. También pensé en ello. Barrons


y yo lo discutimos sin parar.

—¿Barrons sabía?

—Mi hermano es el único a quien le conté. He aprendido a no dar


nada por sentado en este mundo. —Guarda silencio otra vez, luego dice—
: Había comenzado a sospechar que debido a mis sentimientos por ti,
trataría de sabotear cualquier cosa que pudiera pasar. Cuestioné mis
motivos.

Me quedo inmóvil cuando la enormidad de lo que me está diciendo


se hunde. Desde el día en que me conoció, había sabido que un día le
lanzaría una estrella. ¡No es de extrañar que no hubiera pensado que era
humana! Entonces, una vez que comencé a convertirme en un Cazador,
había sabido la razón de ello, pero no cómo terminarían las cosas. No
había sabido, incluso cuando lo marqué, incluso cuando me alentó a
abrazar mi destino, si alguna vez me vería de nuevo. Aun así, me había
ayudado a través de ello.
—Nada de jaulas, Dani. Nunca. No para ti. Era posible que ser un
Cazador fuera todo lo que quisieras. Era posible que la palabra final fuera
“feliz”. Si había sucedido, entonces se suponía que sucediera, y lo único
que podía hacer era estar allí mientras sucedía. Pensé que te había
perdido para siempre. En el momento en que cambiaste, ya no te pude
sentir. Pensé que tu estrella era tu despedida.

—Nunca —digo rápidamente—. Era mi promesa de que iba a


regresar, para poner tu mente en paz. Porque no te llamé durante esos dos
años y debería haberlo hecho. No iba a cometer el mismo error otra vez.
Malgasté esos dos años porque fui terca y orgullosa y seguía encerrando
mis emociones en lugar de admitirlas. Te amaba. Siempre te he amado.

—Entonces, ¿qué carajos decía? Imagina trabajar en una ocurrencia


críptica por tres mil malditos años y nunca resolverla.

—Estoy bien, voy a regresar a casa.

—¿Esto lo es, Dani? —dice tranquilamente—. ¿Casa? ¿Vivirás aquí


conmigo?

—Siempre. Bueno, la mitad del tiempo. La otra mitad del tiempo…

—Maldito infierno, voy a ir contigo cuando te vayas.

—Tan alto como pueda llevarte sin matarte —prometo. Navegaríamos


el cielo nocturno juntos, vigilaríamos nuestra ciudad, nuestros amigos y
nuestra familia.

—Puede que te sorprenda —dice, sonriendo débilmente—. No


necesito respirar, Dani. No todo el tiempo. Además, siempre regreso.

Acuno ese hermoso rostro y lo beso, largo y profundo.

—Yo también siempre lo haré. Esa es nuestra regla número uno,


Ryodan. Sin importar nada, siempre regresaremos al otro.
—Una regla que nunca romperé. —Me destella una sonrisa lobuna—.
Todas las demás están disponibles. Tendrás que mantenerme en línea. No
soy un hombre fácil de manejar.

Ya lo sé. Es una de las cosas que más me gustan de él. Todavía estoy
teniendo dificultades dándole vueltas en mi cabeza al hecho de que
había estado esperando por más de tres mil años por mí. Algo respecto a
la duración del tiempo que había estado esperando se burla de mi
cerebro.

—Espera un minuto, ¿cuánto tiempo pasó desde el momento en que


recibiste mi estrella hasta que me convertí en Cazador?

—Tres mil ciento cuarenta y un años, cinco meses, nueve días y dos
horas —dice llanamente—. Me preguntaba cuándo te darías cuenta.

Lo miro fijamente.

—Ryodan, eso es pi.

—Los primeros siete dígitos. Era la esperanza a la que me aferraba.


Que de alguna manera también conseguiríamos el resto de esos dígitos.

Estoy estupefacta. Dancer tenía razón. Hay un patrón y propósito para


todo.

Este espectacular universo sabía exactamente lo que estaba


haciendo.

—Lo haremos —digo, sonriéndole. Puedo sentirlo en mis huesos de


Cazador.

Una eternidad con este hombre era todo lo que había deseado
alguna vez. Cualquier cosa que venga, cualquier desafío que
enfrentemos, lo sobrellevaremos juntos. Será intenso, será peligroso, será
impredecible, pero nunca será aburrido. No con él.
Mientras se levanta sobre mí, estirando su hermoso gran cuerpo sobre
el mío, dejo ir todo, me extiendo hacia atrás y le cuento en gran detalle
exactamente lo que quiero que haga. Cumple con mil por ciento de
devoción la tarea en cuestión mientras me recuesto y tomo lo que deseo,
finalmente entendiendo que lo merezco. Que no tengo que ser súper nada
para ser amada.

Las jaulas eran cosas graciosas.

Aunque había escapado con mi cuerpo mucho tiempo atrás, solo


recientemente mi corazón había sido liberado.

Sanado por el amor de un hombre que había estado dispuesto a


sacrificar todo, incluso a renunciar a mí si tenía que hacerlo, solo para
verme crecer.
39

Y
'rill se rio entre dientes mientras su hija desaparecía en Chester’s,
corriendo a los brazos y a la cama del hombre que había
elegido para ella, cuando había atado el primero de muchos
hilos rojos en la vida de Dani.

Y'rill había roto la estrella de Ryodan por la mitad, enviándole solo


"Estoy bien, estoy" para determinar si era digno de su hija. Se la había
enviado en el pasado para averiguar si él estaría allí para velar por ella y
para evaluar de qué estaba hecho.

Había superado sus pruebas con gran éxito, ayudando a su hija a


evolucionar, incluso cuando creía que la estaba perdiendo, entregándole
su amor sin ninguna garantía de devolución

Apoyando sus alas cerca de su cuerpo, Y'rill se elevó hacia el cielo


sobre Dublín, observando la ciudad que Dani amaba, estudiando lo que
solo los más antiguos entre los Cazadores podían ver: los innumerables hilos
rojos que conectaban vidas que estaban destinadas a hacer historia
juntos. Había un patrón y un propósito para todas las cosas.

Un día, si lo deseaba, Dani también volaría entre las estrellas,


estudiando mundos y atando esos hilos del destino. Solo aquellos con los
corazones más puros, profundos y resistentes podrían manejar la delicada
tarea. Su hija ciertamente cumplía con los requisitos y se destacaría
tejiendo finales felices para los demás.

Pero ahora era el momento de que ella disfrutara del suyo.

Epílogo
“Deja que mi amor abra la
puerta a tu corazón”.
EN ALGÚN LUGAR EN EL TIEMPO…

E
n un planeta con baja gravedad y cuatro lunas, una bestia de
piel negra abarcaba dunas de arena. Él era su mejor amigo y
amante.

Al lado de la bestia corrían un Hel-Cat, su hijo y madre.

Por encima de ellos se alzaba majestuosamente un Cazador negro


como el cuervo, forjado de pasión, fuego y una cucharadita de polvo de
estrellas.

Dani O'Malley tenía una familia. Ella pertenecía.

FIN
Escenas Eliminadas
Las siguientes escenas fueron escritas durante Feversong, pero por una
u otra razón, o las corté y reescribí de una manera diferente o simplemente
escogí no incluirlas. Cuando mi equipo y yo estábamos revisando mis
notas, disfrutamos tanto los otros puntos de vista que decidí incluirlos aquí.

Escena de Christian Mackeltar,


Eliminada en Feversong:

B
arrons dijo:

—¿Recuerdas la Víspera de Todas las Reliquias cuando


invocamos al antiguo dios en el círculo de piedras de Ban
Drochaid?

—Cómo podría olvidarlo —le respondió Christian con una sonrisa


tensa—. Me jodiste y fui lanzado a los Espejos Plateados, donde me
convertí en esto.

—También fui lanzado hacia los Espejos Plateados esa noche. Por tu
culpa. Solo que escapé más rápidamente.

—¿Y cómo hiciste eso? —dijo Christian secamente.

—¿Recuerdas lo que te dije antes de que comenzáramos el ritual?

—Sí. Ni una maldita cosa.


—Te dije una cosa que tenías que recordar y la ignoraste. Dije:
“Cuando se levante, salúdalo con calidez y respeto”.

—La tonta cosa llegó explotando de la tierra, persiguiéndome. Era


oscuro y antiguo y olía a huesos y tumbas. ¿Y se suponía que sonriera y le
dijera hola?

—Eres oscuro y un día serás antiguo y no solamente hueles a muerte,


eres el Jinete más letal del Apocalipsis. Tu leyenda te precederá por
siempre. Sí, malditamente esperaba que fueras cortés, aun así corriste
como si fuera la cosa más vil que te hubieras encontrado alguna vez. Te
respondió de la misma manera. Nuestro plan tuvo éxito esa noche. No le
diste la bienvenida. Se fue.

—Bueno, ¿por qué demonios estuvo sobre mí la obligación esa


noche?

—Atraes al poder.

Christian se quedó inmóvil. A menudo se había sentido de esa manera


cuando era un muchacho, paseando por las montañas y valles de sus
Highlands, atado por un profundo lazo a todo ello, tierra al cielo, polvo a
las estrellas, sintiendo como si los mismos cielos a veces dispararan un
zarcillo lácteo parra acariciarlo, lo notaban, lo observaban con curiosidad.
Su conexión druida con todas las cosas vivientes era intensa. Ni siquiera
había sido capaz de pescar cuando era un muchacho porque no podía
soportar el dolor del gusano atravesado, vida robada por el gancho. El
gusano había disfrutado su oscura, dulce y rica vida en el suelo,
reconfortado por los ritmos y canciones de la tierra. Y ahora él era el Gran
Ladrón.

—¿Por qué lo atraigo?

—Tienes el potencial para el gran bien o el mal. El universo lo nota.


—¿Por qué maldito infierno estás sacando este tema ahora? —Barrons
siempre tenía razón. Nunca hablaba a menos que lo necesitara para
lograr un objetivo.

—Estás a punto de conocer a alguien. Salúdalo con calidez y respeto.


No te lo diré de nuevo.

Christian se detuvo en seco.

—¿Esa cosa de Samhain está aquí?

—Otro de los antiguos dioses de la tierra. Este, sin embargo, no


correrá, te diezmarán si les temes. Los antiguos pueden ser cascarrabias.

—Tus pronombres no están coincidiendo. ¿Qué maldito infierno es


eso… uno o múltiples? —Cuando Barrons no dijo nada, espetó
irritablemente—: ¿Dónde carajos siquiera encuentras a esos dioses
antiguos? No es como si estuvieran merodeando por las esquinas de las
calles.

Barrons le disparó una mirada de oscura diversión.

—Podrías sorprenderte. Si un día fueras convocado por aquellos en


necesidad de tus servicios y aun así fueras recibido con temor y hostilidad,
¿qué le harías a aquellos que te habían llamado?

Christian desnudó sus dientes en una sonrisa torcida. Si alguien se


atrevía a exigir su presencia y luego lo tratara con horror y rechazo…
bueno, en su reciente estado mental podría ser peor de lo que había
hecho el antiguo dios. Cumpliría su jodida leyenda, cada aterradora parte
de esta.

»Alégrate de que el que vino esa noche no fuera tan amargo y


melancólico como tú. Considerando todas las cosas, fue sorprendente-
mente educado.

Christian entrecerró sus ojos.


—Como lo has sido tú. Nunca te explicas. —¿Estaban volviéndose…
amistosos? ¿Barrons era capaz de ser amigable?

—El poder es gris. Va a donde lo desees, correcto o incorrecto,


oscuridad o luz. Injuriarte a ti mismo es la forma más segura de ir a la
oscuridad.

Christian se erizó, pero no dijo nada. El bastardo había tocado una


fibra sensible. Barrons no sabía que había comenzado a odiarse a sí mismo
mucho antes de convertirse en Unseelie, cuando no había sido más que un
muchacho, por escuchar todas esas verdades que nadie más podía
escuchar, por poner incómodos a aquellos a los que amaba, por incitar
sospecha y temor. Pero incluso más vergonzoso para su carácter… había
comenzado a injuriar a aquellos a su alrededor, a sentir desprecio por sus
mentiras y evasiones, su inhabilidad para hacer frente a lo que sentían.
Entre despreciarse y considerar a los otros mentirosos y cobardes, se había
convertido en adulto culpando gravemente a otros. Se había puesto la
máscara de un despreocupado y guapo joven escocés, pero siempre
había habido una vena de oscuridad en él, tal vez incluso sadismo
reprimido, furia desbordante hacia su prójimo. ¿Era por eso que había sido
uno de los primeros en convertirse en Príncipe Unseelie? ¿La magia
desahuciada del Príncipe fallecido lo había descubierto de alguna
manera y considerado que era adecuado? ¿El poder Fae lo había
marcado como objetivo mucho tiempo antes de esa noche en Ban
Drochaid, incluso antes de que Mac lo alimentara con Unseelie?

Movió sus alas incómodamente. Joder, tenía alas. Podía volar.


Consideró eso por un momento, buscando por primera vez más allá del
elemento Unseelie la simple belleza y poder de tener alas. La libertad. La
fuerza.

Pero desde el día en que comenzaron a crecer, no había hecho


nada más que quejarse de la picazón y el dolor, de la necesidad de
limpiarlas, de cómo ya no podía dormir boca arriba. Ninguna posición era
cómoda, y había comenzado a temer que, como un murciélago, podría
necesitar colgarse boca abajo para conseguir algo de descanso en
absoluto. Y por supuesto, las malditas cosas dolían la mayor parte del
tiempo, se sentían erróneas en su cuerpo, lo mantenían constantemente al
borde.

Inclinó los hombros hacia atrás, expandiendo su esencia druida hacia


los apéndices Fae, mientras aceptaba —nay, les daba la bienvenida— por
primera vez. Cuando el mundo estuviera seguro otra vez, podría volar por
un aterciopelado cielo nocturno en las Highlands, observar a los lobos
pelear a la luz de la luna con sus cachorros, remontar vuelo junto a una
gran águila durante algunas horas, deslizarse a través de un lago plateado,
caer en un suave aterrizaje en una cama de brezo.

Maldito infierno, ¡tenía alas!

Por primera vez desde que había comenzado a transformarse en algo


de otro mundo, sentía… júbilo.

Sus alas respondieron, levantándose ligeramente, batiéndose como


con un suspiro de placer, como si, con la actitud reservada de un gato,
hubieran estado esperando ser notadas, acariciadas, apreciadas. Calor se
precipitó a través de su cuerpo hacia las fuertes velas seguras que se
extendían y abanicaban sin pensamiento consciente, los poderosos
músculos en sus hombros ondulando suavemente mientras se arqueaban
en lo alto antes de cruzar hacia abajo otra vez para plegarse detrás de sus
hombros en una posición que nunca antes había sido capaz de lograr.
Perfectamente plegadas donde fueron hechas para estar precisamente.

Sin esfuerzo.

Ni arrastre ni dolor.

Sacudió su cabeza con una sonrisa irónica. Sus alas siempre habían
sabido instintivamente cómo arreglarse solas, pero su cerebro había sido
un obstáculo. Él había sido un obstáculo para sí mismo. Habían sido una
carga porque había pensado en ellas como una carga, y ahora que
pensaba en ellas como un regalo, se comportaban como un regalo.
Robó un vistazo hacia su compañero. Si podía aprender a gustarse a sí
mismo y al mundo a su alrededor, Barrons podía aprender a tener amigos.
Gracias a Dageus, los Keltar y los Nueve estaban prácticamente maldita-
mente casados ahora. Se habían vuelto un clan en todo el pleno sentido
de la palabra. Igual que los Nueve, los Keltar habían sido estrechos de
miras, reservados, quedándose aislados intencionalmente durante mucho
tiempo. Pero el mundo había cambiado y ningún lado podía permitirse ya
la estrechez de miras. Había muchos riesgos para que todos evitaran el
conocimiento y poder compartidos.

Christian quería amigos. Había extrañado tenerlos desde que era un


muchacho. Maldita sea, al menos podía tener compañeros.

Barrons le ofreció una mirada irritada.

—¿Qué? No me digas que realmente puedes escuchar lo que estoy


pensando —espetó Christian. No estaría sorprendido. Barrons y sus hombres
estaban bizarramente sintonizados a las más mínimas sutilezas de la gente.

—Me esfuerzo para no hacerlo —murmuró Barrons—. A veces tus


criaturas parecen estar sujetando un maldito megáfono a sus cerebros.

—¿Cuál es el nombre del dios? —Christian cambió el tema rápida-


mente. Sería más fácil ser cortés si sabía algo de a quién se iba a dirigir.

—Culsans. Son los guardianes de portales, de puertas y pasadizos, del


inframundo en sí mismo, bastión permanente de todo lo que es casi
imperceptible. Cuando pueden ser agitados para molestarse entre ellos.
Puede que Culsu esté con él. En ese caso, ten cuidado con sus espadas.

—¿Cuáles espadas?

—Las que te acabo de mencionar.

—¿Por qué Culsans es un ellos?

—Ya lo verás.
—¿Son repugnantes? —Christian se preparó para lo peor.

Barrons le ofreció una mirada burlona.

—No más de lo que ellos podrían encontrarte a ti.

—Bueno, ¿de dónde provienen? ¿Cómo encuentras a esos dioses


antiguos?

—Por el amor de Dios, cállate.

—¿Qué maldito infierno está mal con tratar de entender mi situación?


¿Eras tal dolor en el trasero cuando Mac estaba tratando de descubrir las
cosas? ¿Cómo te prefirió?

—Me prefiere acostado. Encima de ella. Frecuentemente, detrás de


ella. ¿Quieres seguir hablando, Highlander?

Recorrieron su camino por el largo corredor blanco en silencio.


Escena de Christian Mackeltar,
Eliminada en Feversong:

R
obé un poco del cabello de Mac un tiempo atrás y lo llevo en
mi billetera. Sí, la Muerte carga una billetera. Son graciosas las
cosas que haces para tratar de normalizarte. No es como si
algo en esa billetera valga la maldita pena de la manera en que está el
mundo ahora, pero cuando me deslizo en mis jeans, tengo la vaga
sensación de ser Christian MacKeltar del clan Keltar, quien tiene una
licencia de conducir y tarjetas de crédito y una foto de mi madre y una
mía y de mi amor de la infancia, Tara, construyendo un fuerte junto al lago.
No llevo el cabello de Mac por sentimentalismo o interés en ella, sino
porque con eso puedo tamizarme hasta su ubicación cuando sea, donde
sea, cuando me apetezca, y mantener un ojo sobre esa mujer está en mi
lista de prioridades.

No le mencioné esto a Barrons. No es el tipo de hombre al que le dices


que cargas un mechón de cabello de su mujer, y no hay duda en la mente
de nadie que eso es ella.

Tamizarme hasta su localización dentro de casa de Malluce es simple.


Toco su cabello y dejo que mi mente vaya hasta ese extraño y frío lugar
que tengo ahora que parece conectar a algo más profundo dentro de la
tierra de lo que alcancé alguna vez con mis artes druidas, es atraído por
este, se convierte en uno con ello, y repentinamente puedo dar un paso…
de lado, de alguna manera, porque espacio y tiempo ya no funcionan de
la misma manera para mí una vez que he establecido una conexión con lo
que sea que estoy conectado ahora. Uno de estos días realmente quiero
ser capaz de sentarme y hablar con un Fae de nacimiento y recolectar
información detallada respecto a lo que puedo y no puedo hacer. Tal vez
cuando todo esto termine y consigamos una pizca de paz.

Ella es un espanto, de pie en medio de una exagerada pesadilla


gótica de habitación. No debido a cómo luce, sino porque puedo sentir un
tipo de viento oscuro dentro de ella, y por un momento me pregunto si
Barrons me mintió. Está Mac, luego hay una sombra dentro, al acecho, tan
maldita-mente hambrienta, oscura, aterciopelada, y totalmente
seductora. Tengo la vaga impresión de enorme encanto y carisma. Lo que
sea que aceche dentro de ella puede ser encantador si lo desea. Expando
mis sentidos, tratando de evaluar el contenido emocional de lo que sea
que es, y no consigo nada.

Absoluta y jodidamente nada. La cosa que habita dentro de la Chica


Arcoíris de Barrons no se siente. En absoluto. Ni una pizca, ni un destello. No
puedo penetrar más allá de eso. Si hubiera sabido antes, cuando se me
aproximó en la abadía, que estaba habitada por el Sinsar Dubh, puede
que hubiera detectado esto. Pero mis expectativas teñían lo que había
percibido. Cuando no esperas un monstruo, es difícil verlo. Cuando sabes
que está allí, se vuelve tan visible que te preguntas cómo demonios no te
diste cuenta.

—¡Christian! —exclama, entonces explota en una rápida carrera


entrecortada—: ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Dónde está Barrons? ¿Está
bien? ¿Le hice daño a alguien? ¿Qué hay de mis padres? ¿Jada está
usando el brazalete? ¡Tiene que usar el brazalete! De lo contrario, los ZCF la
atraparán de nuevo. Ella está bien, ¿cierto? ¿No la lastimé? ¿Maté a
alguien? ¿A quién maté?

Entrecierro los ojos, asaltado por un verdadero aluvión de emoción.


Genuina, a menos que el Sinsar Dubh pueda fingir eso a la perfección. Me
relajo solo ligeramente, reacio a cometer errores. Procedo con extremo
cuidado. Todavía sin acercarme un centímetro.

—Jada está bien, está usando el brazalete, y no, Mac, no heriste a


nadie. Solo nos encerraste malditamente a todos en un capullo.
—Pero tenías sangre y plumas negras y…

—Dime que en estos momentos no eres el Sinsar Dubh —la interrumpí


impacientemente. Esta es la única otra prueba que puedo realizar. Y
puede que sea válida o no, dependiendo del poder del malévolo Libro.

Se detiene abruptamente, parpadea, luego dice:

—Actualmente no soy el Sinsar Dubh. Creo que se durmió, pero tienes


que contenerme con las runas. Ahora, Christian, mientras no esté
consciente. Tamízame a donde sea que estén las runas y encierra mi
trasero. ¡Hazlo!

Es mi turno de parpadear. Bien, o el Sinsar Dubh esté jugando un


profundo juego porque quiera las runas, o es realmente Mac y finalmente
está entrando en razón.

Traba su mirada conmigo. Pequeñitos puntos carmesí aparecen en las


esquinas, luego desaparecen.

—Sé que maté —dice en una voz baja—. Y entiendo que no quieras
decírmelo. Me limpié antes de que vinieras. Sé lo que debo haber hecho
para terminar de esa manera. Por favor, Christian, tienes que neutralizarme.

—Para eso vine, muchacha. —Extiendo mi mano. Cuando se precipita


hacia mí, me estremezco, porque también siento un viento oscuro
corriendo hacia mí, un escalofriante, helado y voraz viento oscuro que
entonces corta dentro de mí incluso más salvajemente que el viento
cortante en la prisión Unseelie, congelando mí ya demasiado frío corazón.
Pero ella agarra mi mano y la suya es cálida, y no lanza ninguna runa sobre
mí, así que me concentro en Chester’s y nos saco parpadeando hacia ese
extrañamente maleable lugar casi imperceptible al que los Fae pueden
acceder y nos hemos ido.

π
Cuando reaparecemos en la oficina de Ryodan, no dice nada al
principio, solo se para y gira, su rostro iluminándose cuando observa a
Barrons, Jada, y Fade. Exhala tempestuosamente y parece relajarse, como
si estuviera tomando su primera respiración profunda en un largo tiempo.

Luego traba la mirada con Barrons y no dice nada por varios largos
momentos, y de alguna manera sé que están teniendo toda una larga
conversación sin hablar.

Cristo. La emoción que veo, demonios, casi puedo sentirla en las


moléculas de aire entre ellos… me convence como nada más podría
hacerlo de que esta realmente es Mac. Observo a Barrons curiosamente.
¿Él siente? ¿Es capaz de eso? No puedo conseguir una lectura sólida de él,
pero el abismo que sentí dentro de él previamente ya no está vacío
abruptamente.

Ella lo llena de alguna manera. Y la llenura, la redefine. Y a él.

El rostro de ella cambia entonces, y frunce el ceño.

—Dije, ¿a quién maté, Barrons? No me mientas.

—No importa —dice.

—Cada vida importa.

—Solo mataste Unseelie y una sola sidhe-seer.

—¿A quién? —espeta.

Barrons se encoge de hombros.

—No lo sé.

—Descríbela —exige Jada.

Cuando él lo hace, Jada le murmura a Mac:


—Margery.

Mac deja caer la cabeza y se desinfla.

Barrons se mueve hacia ella y ella se pone rígida y se retira.

—No me toques. Tienes que contenerme con las runas. Creo que está
dormido, pero sospecho que no lo estará por mucho tiempo y no tengo
idea de lo que sucederá entonces.

—Mac —dice él suavemente—. Necesito tocarte para poder entrar…

—¡No! —espeta—. Enciérrame primero, luego me tocas si quieres.

—Puede que no sea capaz de alcanzarte entonces —le espeta de


regreso.

—Vas a tener que correr el riesgo. Sé de lo que es capaz esta cosa. Lo


siento dentro de mí. No en este momento, pero lo sentí cuando me tomó.
Se… divierte con el sufrimiento. Se alimenta de ello, se nutre de ello, extrae
energía de ello. Es más allá de sádico y enfermo, pero está teniendo
problemas en este momento. No está en su momento más fuerte. Pero lo
estará pronto. —Su cabeza se precipitó hacia Jada—. El brazalete es lo
que evitaba que los ZCF pudieran encontrarte. Nunca te lo quites. No sé
qué le hizo el Libro al Sweeper. Todavía podría estar allí afuera.

—Lo envió de regreso en el tiempo —dice Jada rápidamente.

—¡Joder! Así que esa parte de la leyenda era verdad, eso puede
manipular al tiempo. —Mac explota—: ¡Enciérrame ahora!

Barrons está sobre ella. Simplemente se desvanece, luego reaparece


con las manos sobre los hombros de ella, como si él también pudiera
tamizarse. ¿Qué carajos son los Nueve? Más bien diez ahora. Genial,
Dageus era de armas tomar antes. Ahora está allí afuera en algún sitio y se
puede mover como los Nueve. Si caza, nada lo verá venir.
Ambos se congelan por un largo momento, Mac con la mirada hacia
arriba, Barrons mirando hacia abajo. Luego ella dice suavemente:

»Descifrarás algo. Esto no será permanente. O tal vez descifraré algo.


Pero tienes que hacerlo. No puedo garantizar que si me mato, eso
simplemente saltará a otro cuerpo. Por favor, Jericho, no me permitas
matar a nadie más. No quiero vivir con la muerte de las personas que amo
en mi conciencia. No quiero vivir con el destino del mundo sobre eso. No
puedo. Esta es la única manera y lo sabes.

—Silencio —dice él suavemente y cierra sus ojos.

—Jericho, no —dice ella—. No sé qué podría hacerte. No entres en mí


para perseguirlo.

—Confía jodidamente en que puedo sobrevivir.

—No puedo cargar con tu muerte —dice Mac—. Me transformaría en


el mismo tipo de monstruo que habita en mí. ¡En una ocasión estuve
dispuesta a destruir el mundo solo para traerte de vuelta!

Él abre los ojos y una débil sonrisa curva sus labios.

—Lo sé —dice, ojos oscuros brillando.

—Eso no es algo bueno —sisea ella.

—Lo es en mi libro.

—Bueno, en el mío malditamente bien que no lo es —gruño—. La


escuchaste. Barrons, danos las runas. —Si no lo hace, estaré sobre él en
segundos, se las arrebataré.

Me ignoran. Jada se levanta, observándolos con aparente


fascinación.

—Trata de jodidamente relajarte, Mac —gruñe Barrons—. Déjalo ir.


Levantaste muros. Déjalos caer —demanda. Él abre sus ojos, su oscura
mirada taladrando la de ella.
Ella bloquea su mandíbula y levanta su mirada tercamente.

»Mac —dice él suavemente. Luego sus ojos le dicen algo que no


puedo leer, pero sea lo que sea, los labios de ella se curvan con una lenta
sonrisa de deleite.

—Pensaba que no creías en las palabras —dice ella con una risa
ronca.

—Creo en ti. Y a veces eres tan obtusa que me veo forzado a recurrir
a estas. Déjame entrar.

Con un suave suspiro, ella cierra sus ojos y queda inerte contra él,
fundiendo sus cuerpos.

Y allí es cuando se desata todo el infierno.


Escena sobre Mac / Ryodan,
Eliminada en Feversong:

—M
e besó. Ella quería… —Su voz se apagó.

Le lanzo una mirada venenosa.

—Dime que no tuviste sexo con


Dani.

—Por supuesto que no —gruñó.

Dije indignadamente:

—Bueno, ¿por qué no? ¿Qué hay de malo con Dani? Duermes con
todas las demás.

Me dio una mirada inexpresiva que se volvió inmediatamente en


fastidio.

—No puedes tener ambas cosas, Mac. No puedes estar molesta


conmigo porque crees que lo hice, luego molestarte conmigo porque no lo
hice. ¿Qué carajos hay con eso?

—Es el principio del asunto —dije, frunciendo el ceño—. Dani no


debería estar durmiendo contigo, al menos no por ahora. Pero ¿cómo te
atreves a rechazar a mi chica? Es lo mejor que alguna vez podrías esperar
conseguir.

—¿Crees que no lo sé? —Luego dijo suavemente—: Es virgen.


—¡Oh! —Gracias a Dios. Un nudo en mi estómago del que nunca
había sido consciente se aflojó. Había temido tanto que se la hubieran
arrebatado de niña, o se lo hubieran arrebatado en el otro lado de los
Espejos, o la hubiera regalado tan fría e impersonalmente como una
estrella porno—. Espera —dije, frunciendo el ceño de nuevo—, entonces
¿esa es la única razón por la que no lo hiciste?

—Tenía un montón de jodidas razones. Te dije que era virgen porque


pensé que querrías saberlo. Imaginé que no era el único preocupado por
lo que podría haber pasado al otro lado de los Espejos. El colapso en la
abadía con respecto a Shazam me hizo pensar que podría haber tenido
un hijo.

Me suavicé.

—Oh. Entonces, ¿cómo terminó eso entre ustedes dos? —Mi querida
Dani. Había sido rechazada la primera vez fuera del portal. Odié eso. No
quería que fuera rechazada jamás. ¿Por qué demonios tuvo que elegir a
Ryodan? Cuando había regresado como Jada, podría haberlo visto. Pero
ya no era esa mujer helada, y mientras más se descongelaba, más joven
parecía. Gruñí, entendiendo su motivo—. Siempre dijo que quería que su
primera vez fuera épica. Por eso te deseaba a ti. Ninguna de sus otras
opciones estaba disponible. Barrons estaba fuera de la competencia y
V’lane resultó ser Cruce.

Espetó:

—Ninguna de sus otras… espera, ¿le quería dar su virginidad a


Barrons? ¿Ella dijo eso?

Me encogí de hombros.

—Era una adolescente.

—Barrons y Dani nunca funcionarían —dijo firmemente.

—Nadie dijo que lo harían. Eso sería tan incorrecto como tú y yo. Ew.
Él se erizó.

—¿Qué maldito infierno está mal conmigo?

—Y allí vas —dije—. ¿Lo ves? No quieres tener sexo conmigo, pero
seguro que quema cuando te rechazo.

Me lanzó una mirada helada.

—No me rechazaste. No me estaba ofreciendo. Pero si tuviera ganas,


podría cambiar tu forma de pensar.

Ay, Dios, hombres. A veces no había nada más que pudieras decir.

Barrons gruñó bajo en su garganta.

»No que yo quiera —dijo Ryodan precipitadamente—. O que lo


quisiera alguna vez.

Barrons gruñó otra vez.

»Cristo, terminemos esta conversación —dijo Ryodan hermética-


mente—. No está yendo a ningún lado.

—Hagámoslo —concordó Barrons.

—No lo hagamos —dije—. ¿Cómo terminó eso entre tú y Dani?


—presioné, preocupada por ella.

—Me fui, así fue como jodidamente terminó. Salí de allí tan rápido
como pude.

—Entonces, ¿no sabes a dónde fue? —Necesitaba encontrarla.


Hablar con ella. Ver si podía ayudarla con su herido… orgullo o
sentimientos o lo que estuviera atravesando en estos momentos. Le dije a
Barrons—: Voy a tamizarme hasta ella y ver cómo está.

Ryodan se puso rígido, inhalando una áspera respiración.


—¡Ah, joder! No —gruñó, dándome la espalda, las manos vueltas
puños a sus costados.

—No me digas qué ha…

—No te tamices hasta ella. Tu momento sería terrible.

Lo miré fijamente. Su espalda estaba recta como una tabla y se


estremecía. Se volvió y le lanzó una mirada ilegible a Barrons, tan llena de
una conversación incomprensible y quise una desesperadamente
interpretación.

Barrons se quedó inmóvil, cerró sus ojos y los frotó.

—¿Qué está pasando? —dije suavemente.

Sin abrir los ojos, Barrons murmuró:

—Dani está teniendo sexo.

Mi mirada se disparó de regreso a Ryodan.

—¿Puedes sentirlo debido a la marca en su cuello?

Ryodan no dijo nada, solo se paró allí como si se hubiera vuelto de


piedra, con las fosas nasales ensanchándose, ojos chisporroteando
carmesí. Sus colmillos extendidos, sobresaliendo de su boca.

Mi mirada se lanzó de vuelta a Barrons, y estuve a punto de hablar


cuando le dijo a Ryodan:

—Cuando la tatuaste sabías lo qué te haría. Conocías el precio.

—¿Cuál precio? —exigí.

—Ella fue directamente de mí hacia él —dijo Ryodan casi inaudible-


mente.

—Él, ¿quién? —prácticamente grité.


—Su jodido chico genio —siseó.

No pude evitar sonreír. Estaba con Dancer. Eso era lo épico que había
deseado para la mujer en la que había comenzado a convertirse. Para
Dani “la Mega” O’Malley épico solo podía ser la única cosa que nunca
había tenido: normal. Entonces mi corazón se hundió cuando recordé la
condición cardíaca de Dancer. Me perdí en mis pensamientos un
momento, esperando que ella no… bueno, seguramente no sería
demasiado… vigorosa. Dani era súper fuerte, vibraba cuando se
emocionaba. Oh, realmente tenía que dejar de pensar en eso. Sacudí mi
cabeza para dispersar las imágenes y le dije a Ryodan:

—Hiciste lo correcto. Nunca deberías haber sido su primero.

Me miró como si estuviera absolutamente loca.

—Por supuesto que no debería haberlo sido. —Luego su rostro se


endureció y algo que no pude definir se despertó en sus antiguos ojos—.
Voy a ser su último.

Sin otra palabra, Ryodan se transformó en bestia y desapareció.


Escena Eliminada en High
Voltage:

Antes de que comenzara a escribir la novela, necesitaba ver la


decisión que Ryodan tomó de irse, comprender completamente la
emoción y los motivos detrás de ello. Escribí esta escena entre él y Barrons
para darle cuerpo en mi mente…

—¿Q
ué estás esperando? —demandó Ryodan.

Jericho Barrons se paseaba por las


losas con tal violencia, que sus botas
levantaban polvo de las piedras con
cada paso.

—Pienso que esta no es una buena idea.

Ryodan dijo fríamente:

—No te pedí que pensaras. Solo hazlo.

—¿Y si te necesitamos? —Barrons se giró hacia él tan abruptamente


que la tela de su largo abrigo chasqueó como un látigo.

—Son cinco años. —La comisura de la boca de Ryodan se levantó en


una sonrisa burlona—. Seguramente puedes arreglártelas sin mí por un
tiempo tan corto. En Faery con Mac, puede que pase solo un mes o dos
para ti. —El tiempo se arrastraba en ese lugar casi imperceptible donde los
antiguos Fae mantenían la corte oficial.
—¿Y si algo sale mal? No has pensado en eso —gruñó Barrons.

Ryodan arqueó una ceja. Nunca antes había sido acusado de eso.
Consideraba cada detalle, a menudo mirando siglos hacia delante,
recalibrando pacientemente. La teoría del eje era su especialidad. Él quien
sabía cómo destruir una cosa, una persona, una sociedad, la controlaba.

—¿Has olvidado con quién estás hablando?

—Le estoy hablando al maldito idiota que cree que algo como esto es
una opción viable —espetó Barrons.

—He tomado precauciones. Dani estará a salvo.

—Ella no es nuestra única preocupación. También está Dageus…

—Lor se comunicará contigo si olfatea los vientos del Tribunal. Sabes


dónde encontrarme. —El tiempo también parecía moverse más
lentamente en ese extraño y terrible lugar en el que residía el Tribunal; una
guarida que nunca habían sido capaces de encontrar. Podrían pasar
décadas antes de que la venganza llegara dando portazos. A veces había
abrigado la noción de que el Tribunal se tomaba deliberadamente su
tiempo, permitiéndole al miembro infractor de los Nueve creer que se
habían librado de tomar a un humano, de modo que cuando esa persona
les era robada, cortara más profundo. Por otra parte, eso podría nunca
suceder. Siempre había habido diez de ellos. El Tribunal solamente había
venido cuando ese número era excedido. Con el hijo de Barrons muerto,
podrían nunca venir.

—Esa no es la maldita respuesta correcta, Ryodan —dijo Barrons


impacientemente.

—Maté sin ninguna razón y no para alimentarme. No tomo una vida


sin una razón. Puede que haya poco que nos distinga de los Fae, pero esa
es una de las características definitorias.

—Tenías razón. Yo no habría hecho menos.


Ryoda sonrió sin alegría.

—¿Y esparcir un rastro de cadáveres detrás de ella?

—Ella no mira hacia atrás.

—Está eso. Pero un día lo hará. Y me odiará por ello. Ella protege a los
inocentes. No los mata porque algo la disgusta.

—No sabes si él era inocente.

—No lo era. Pero de acuerdo con el libro de reglas de ella, no


merecía morir.

—No mataste a Dancer.

La mirada de Ryodan se endureció. Eso era diferente. Ella había


amado a Dancer. Ternura había acompañado las imágenes eróticas
bombardeán-dolo a través de su vínculo, calmando a su bestia solo lo
suficiente para que hubiera sido capaz de encerrarse en una celda debajo
de Chester’s, atrincherado, con Lor, Fade, y Kasteo haciendo guardia más
allá.

Dani no había sentido emoción por el hombre al que él había


desgarrado en pedazos, solo un hambre en sus huesos por no estar sola.
Por tener los brazos de un hombre a su alrededor y fingir, con los ojos
cerrados, que era él quien había muerto en su cama. Sentir lo que Dancer
la había hecho sentir: atesorada.

No había funcionado. El hombre no había regresado lo que esa mujer


era capaz de dar. Elísea pasión había sido reunida con tonta lujuria
plebeya. Y entonces, cuando ella se había detenido, el bastardo trató de
tomar lo que no había merecido en primer lugar.

Ella se fue más vacía y más sola que cómo había entrado, y la pena
que había sufrido en lo profundo de su alma había diezmado las cadenas
en su bestia.
Se negaba a ensuciarle la vida con cadáveres.

Barrons le echó un vistazo glacialmente a través de la habitación.


Ryodan lo miraba impasiblemente. Sabía cuánto le costaba a su viejo
medio hermano estar aquí; había jurado nunca volver a poner los pies en
este lugar de nuevo. Después de una interminable duración de silencio
durante el cual ambos se dieron cuenta de que se sentarían allí por una
pequeña eternidad antes de que alguno de los dos rompiera el contacto
visual, Barrons se giró y disparó por encima de su hombro:

»Hay otra opción. Contarle qué…

—No —gruñó Ryodan—. No es su problema. Es mío. Necesita respirar,


vivir bajo sus propios términos, definirse. No en oposición, sino por elección.
Sin fronteras. Sin límites. Sin ninguna maldita jaula. —Conocía a Dani. Si le
contaba, o reduciría sus actividades para acomodarlo o se quitaría el
tatuaje; otra vez; como había hecho en los Espejos Plateados. Ninguna
opción era aceptable. La libertad era algo que ella nunca había
conocido. Quería que se emborrachara con esta.

—Pero Dani te pidió que la tatuaras.

—No sabía lo que estaba pidiendo. Se lo ofrecí como un arma, un


escudo. Quería protección, nada más. —Una pausa, luego, con helados
ojos plateados, Ryodan dijo—: Mataré otra vez. Ese es mi problema. No
suyo. —Mucho tiempo atrás, habían corrido como bestias, sin obedecer
ningún código, sin conocer leyes. Habían estado a un suspiro de
convertirse en algo no mejor que los inmortalmente aburridos y monstruosos
Fae. Barrons los había apartado de ese borde. Los moldeó en salvajes con
un código que los mantenía lejos de la monstruosidad. En las raras
ocasiones en que uno de ellos resbalaba, Barrons y Ryodan hacían lo que
fuera necesario para reclamarlo. Divididos, eran rápidos para abandonar
el canon que funcionaba como una conciencia, protegía sus secretos, y
aseguraba su prosperidad. Barrons aplicaba la ley; Ryodan los mantenía
juntos. Ninguno de ellos había violado su código en los siglos recientes.
Pero Ryodan había descuartizado sin provocación, incitado por una
incontrolable rabia primitiva ante una situación, no el hombre que había
matado.

Podría cortar el tatuaje de la piel de Dani. Anhelaba escapar de la


brutal intimidad de su vínculo. Una intimidad de la que ella no era
consciente, no se daba cuenta de que funcionaba de la forma en que lo
hacía.

Aun así, si lo cortara de su carne, no sería capaz de encontrarla si se


perdía.

Le había jurado que nunca dejaría que se perdiera.

Se lo había jurado a sí mismo. Su vínculo era su garantía de que ella


nunca se enfrentaría sola al peligro de nuevo.

Dani O’Malley había estado sola en todas las maneras equivocadas y


ninguna de las correctas. Encerrada cuando era una niña, no había sido
capaz de escoger ni siquiera los más simples elementos de su supervivencia
cotidiana. Él la micro gestionaría si permanecía en su actual estado
desequilibrado. Le haría un daño irreparable. Ella había cumplido su
tiempo en una jaula. Él cumpliría el suyo.

—¿Si ella sí se pierde? —dijo Barrons finalmente.

Ryodan no dijo nada, solo se recostó contra los barrotes y cruzó sus
brazos detrás de su cabeza. Barrons sabía que si Dani usaba el hechizo
grabado en su teléfono y carne, nada podría detener que Ryodan fuera
enviado a ella, ni siquiera lo que su hermano estaba a punto de hacerle.
También le había dado instrucciones a él de que si ella lo llamaba, lo que
querría decir que estaba lista, Barrons lo iba a liberar.

»Te morirás de hambre aquí abajo —incitó Barrons.

—Sacrificaré allá arriba.

—Los años traerán locura.


—Lidiaré con ello.

—Aun así sentirás todo.

De nuevo, Ryodan no dijo nada. No había nada que decir. Era


verdad. Lo haría. Pero no mataría de nuevo.

»Podrías quedar atrapado en la piel de la bestia. Ser incapaz de


cambiar de nuevo —presionó Barrons, sus ojos chispeando carmesí
mientras recordaba otro día, otro momento.

—A diferencia de ti, prefiero mi piel humana. Encontraré mi camino de


regreso.

—Es oscuro. Subterráneo.

Barrons conocía su pasado.

—Eso fue mucho tiempo atrás —contraatacó Ryodan con una suave
amenaza.

—Será el infierno.

—Sé lo que es el infierno, Barrons. No es esto. —Una pequeña


rebanada de infierno, sin embargo, era arrebatarle la vida a un hombre
tan solo porque Dani lo había llevado a su cama. Una rebanada más
grande de infierno era saber que lo haría una y otra vez. La más justa
porción de infierno sería el desprecio en sus ojos—. Hazlo —le dijo a
Barrons—. Me lo debes. —Antes de que comenzara a perder el
control de nuevo y decidiera que estaba bien matarlos a todos. Antes de
que se convenciera que el cuidado activo y la preocupación por el
bienestar del cuerpo y alma de otra persona, como ella le había
informado una vez que era el amor, con desprecio y fuego destellando en
sus ojos, justificaran eliminar toda intimidad menos la de él.

Después de un largo silencio, Barrons murmuró:


—Cuando transcribimos ese hechizo al principio, sabíamos que su
mera colocación tendría un alto precio. No es tu culpa. Le regalaste la más
alta protección que puedes dar: la voluntad de abandonar todo, de
convertirte en la máquina asesina que ella necesite, en cualquier
momento que la necesite. Aceptas sacrificar tu cordura y vida cada vez
que ella te convoque. Le concedes un inmenso control sobre ti y te abres a
un vínculo que puede ser veneno puro para nosotros. Y la mera colocación
de esa marca afloja las restricciones sobre tu bestia. Es un efecto
secundario inevitable.

Otra vez, Ryodan no dijo nada. Civilizado durante eones, disciplinado,


de voluntad férrea, había creído que podría manejar eso. Nada lo
inquietaba.

Excepto esa mujer.

»Sufrimos el encarcelamiento no mucho mejor que los Fae. Dolerá.


Peor que ser quemado vivo —espetó Barrons.

—El dolor es relativo.

—¿Qué pasa si cinco años no son suficientes?

—Más vale que así sea… ella es mortal. —Cinco años malgastados.
Cinco años de la vida de ella que Ryodan nunca lograría ver. Y serían los
segundos cinco años de su vida que él se habría perdido. Una década, en
total. Inhaló bruscamente, volviéndose rígido mientras negras garras
curvadas explotaban de las puntas de sus dedos. Golpeó sus manos en el
suelo, cavando profundos cortes en la piedra. Su esqueleto era repentina-
mente demasiado grande para su cuerpo, sus músculos cambiando y
alargándose.

Ella estaba ardiendo por dentro, molesta por algo, y lo sentía. Sentía
todo lo que ella sentía, ese era el problema. Quería que ella probara todo
lo que el mundo tenía para ofrecer. Que se atiborrara de ello.

Que entonces lo escogiera.


Porque él era lo mejor que el mundo tenía para ofrecer.

Para el más anárquico de los hombres, la elección era perfecta: no


importaba lo que fueras, importaba lo que hacías con ello.

»Hazlo. Ahora.

Barrons suspiró, reconociendo que esta era una de esas discusiones


extremadamente raras que no iba a ganar.

—Nuestros brazaletes nos conectan. No tienes sino que exigir que te


libere si cambiaras de opinión.

Y a causa de sus brazaletes, Barrons sentiría su dolor, lo soportaría en


silencio y nunca hablaría de ello. Ryodan se dejó caer hacia atrás sobre
poderosos cuartos traseros de piel negra con un bajo gruñido gutural.

»Ah, hermano. —Barrons murmuró una cadena de maldiciones en un


lenguaje muerto mucho tiempo atrás, pero inclinó la cabeza y cerró sus
ojos. Cuando los abrió de nuevo, eran piscinas de color rojo sangre.
Intrincados tatuajes se deslizaban y movían debajo de su piel mientras
cantaba las palabras de un antiguo hechizo.

Ryodan comenzó a gritar.

Pero llegó el día en que el único sonido que llenaba ese infernal lugar
era el torturado aullido de una hambrienta bestia medio enloquecida en
un dolor interminable.
PLAYLIST
El siguiente es un Compilado de todos los capítulos que contienen parte o son
el título de una cancón.
Capítulo 1: Damien Rice “The Blower's Daughter”
Capítulo 2: Linkin Park “High Voltage”
Capítulo 3: Comet Kid “Batman”
Capítulo 5: Annie Lennox “I Put A Spell On You”
Capítulo 6: R.E.M. “1,000,000”
Capítulo 8: Godsmack “Voodoo”
Capítulo 9: R.E.M. “Carnival Of Sorts”
Capítulo 10: Taylor Swift “Look What You Made Me Do”
Capítulo 11: R.E.M. “Losing My Religion”
Capítulo 12: Annie Lennox “Shining Light”
Capítulo 13: Trooper “Raise A Little Hell”
Capítulo 15: Linkin Park “When They Come For Me”
Capítulo 16: The Weather Girls “It's Raining Men”
Capítulo 17: Kate Bush “Wuthering Heights”
Capítulo 18: Pink Floyd “Learning To Fly”
Capítulo 19: Chris de Burgh “Lady in Red”
Capítulo 20: Fine Young Cannibals “She Drives Me Crazy”
Capítulo 22: Iron Butterfly “In a Gadda Da Vida”
Capítulo 23: Bread “Everything I Own”
Capítulo 24: “Ballad of Cathain”
Capítulo 25: Jonny Cash “Hurt”
Capítulo 26: King Crimson “In The Court Of King Krimson”
Capítulo 27: Linkin Park “Crawling”
Capítulo 28: Pink Floyd “One Slip”
Capítulo 29: Les Misérables “There is a Castle on a Cloud”
Capítulo 30: Awolnation “I Am”
Capítulo 31: David Bowie “Within You”
Capítulo 33: Joan Jett & The Blackhearts “Do You Wanna Touch Me”
Capítulo 34: Frank Sinatra “The Best Is Yet To Come”
Capítulo 35: Kodak Black “Codeine Dreaming”
Capítulo 36: Imagine Dragons “Rise Up”
Capítulo 38: Heart “Crazy on you”
Epílogo: Pete Townshend “Let My Love Open The Door”

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