Está en la página 1de 8

TRABAJO PRÁCTICO DE CULTURA

CLÁSICA

Circe
Adaptación
recomendada para
mayores de 10 (diez)
años en adelante

Elena E. Magg
Correo electrónico: elena.e.magg@gmail.com
Episodio elegido: encuentro de Odiseo con
Circe, “Odisea”
Circe
Hola, me llamo Circe. Soy dueña y señora de
la tierra de Eea. Usualmente no hay mucha
acción por mis tierras, no llevo una vida tan
emocionante como podría ser la de cualquier
otro. Ay, perdón, me olvide de mencionar que
soy una hechicera. Sí soy una hechicera,
dicho con otras palabras, una bruja, y una
muy buena, por cierto. Tengo poderes de
todos los tipos que tú insignificante mente
humana pueda imaginar y procesar. Amo mi
caldero, ahí es donde preparo mis pociones y
algunos de mis encantos.

Bueno, ¿a qué iba todo esto…? Ah, sí, ya me


acordé, estás acá para conocer mi versión de
la historia, esa historia que me hace quedar
como una bruja mala, una traidora, una
cualquiera caza héroes. Bueno, algunas cosas
que se contaron sobre mí son bastante
parecidas a lo que ocurrió en realidad. Nadie
sabe mi parte de la historia, no me quisieron
escuchar, se quedaron con lo que dijo Odiseo
y así me describieron en la Odisea. Es por eso
que voy a poner todas las piezas en el tablero
y a relatar lo que ocurrió en realidad.

Hace mucho tiempo atrás, más de lo que


puedo recordar, en una mañana de sol,
agradable a la vista, me levante, tomé un
baño de burbujas con fragancias de moras,
me vestí, y después de desayunar seguí
trabajando en el telar. Ese tapiz me quedo
hermoso, es una pena que fuera un regalo
para la diosa del hogar, Hestia. En fin, ahí
estaba yo bajo esa ventana, trabajando,
cuando escuché pasos, muchos pasos y voces,
me asomé un poco y, ocasionalmente, observé
a un grupo de guerreros levantando el pasto
bajo sus zapatos y pisoteando mis flores. Casi
me agarra un ataque al corazón. Mis
mascotas exóticas adiestradas los observaban
con curiosidad, pero no se acercaban. Eso
llamó mi atención, solo podía significar que
estos hombres no eran una buen presagio.

Tocaron las puertas de cristal, quizá con


demasiada brusquedad. Creí que las
arrancarían de sus quicios. Salí corriendo
para evitar que destrozaran mi hogar, abrí la
puerta y me presenté. No me cayeron para
nada bien. Ya empezaron de mala manera.
Primero, no respetaron mi jardín; después, se
la pasaron haciendo comentarios
inapropiados para una dama como yo; y como
si fuera poco, me rompieron una estatua de
Pegaso hecha de cristal, que había sido un
regalo del propio Poseidón. Esa fue la gota que
colmó el vaso de mi paciencia, de algún modo
tendría que castigarlos. Entonces no tuve
mejor idea que transformarlos en muñecos de
peluche. Les di de tomar una de mis pociones,
mezclada con el vino que les serví. Después
de cinco minutos de haber ingerido el líquido,
la poción hizo efecto y ¡puf!, se transformaron
todos.

Eran tantos, tan bonitos y tiernos. Tenía


distintas clases de animales. Con mucho
cuidado, para no lastimarlos, los acomodé en
una repisa de mármol que se ubicaba encima
del estante de los recuerdos.

Pasaron varias horas y llegó de visita mi


amigo Hermes, el de los pies alados. Mis
aprendices le sirvieron frutas frescas y jugo
orgánico de naranja. Me contóacerca de sus
viajes al Hades y de cómo había hablado con
el sabio Tiresias. Y yo le conté lo que había
sucedido esa misma mañana, acerca de los
hombres que destrozaron mi jardín, cómo me
asombraron con las barbaridades que salían
de sus bocas y cómo habían destrozado mi
hermosa estatuilla de Pegaso. Y le conté,
además, lo que les había hecho a modo de
castigo. No lo noté entonces, pero por la
ventana nos estaban espiando. Hermes, mi
buen amigo, me consoló y se mostró de
acuerdo con mi postura y con el castigo que
impuse sobre esos bárbaros. Igualmente, le
expresé que, en cuanto saliera el sol, iría en
busca de la nave de la que habían salido y los
devolvería al mar, en su forma humana.

Cuando se hubo ido mi amigo, el dios


mensajero, sentí ruidos que venían de la
cocina. Me aventuré en busca del responsable
de todo ese lío. ¿Y a quién me encontré,
hurtando mi comida? Al mismísimo Odiseo.
Cuando notó mi presencia, no se molestó en
presentarse, ni en pedir disculpas por la
comida robada, tomó su espada y amenazó
con quitarme la vida, arrinconándome contra
la pared. Mientras le hablaba, le lancé un
hechizo para que se calmara y no cometiera
imprudencias.

Logré captar su atención, y me comentó, a


medias, quéera lo que estaba haciendo aquí
en mi casa, tan maravillosa, grande, hermosa
y lujosa. Me dijo que estaba buscando a los
bárbaros, y que los quería de vuelta. Yo le
comenté la enorme coincidencia que
estábamos viviendo, ya que justamente me
había encontrado unos bárbaros y los quería
devolver a su dueño. Él buscaba bárbaros, así
que le propuse que se los llevara, pero me
vino con pretensiones; primero quería ver a
los hombres que se llevaría. No tuve más
remedio que transformarlos en personas, o al
menos eso parecían ser cuando llegaron a
casa. Los miró, me hizo un par de reclamos,
como por ejemplo, que uno estaba medio
golpeado, o que el otro tenía la patita chueca.
Le dije que se los daba gratis, pero sin
devoluciones. Aceptó, por suerte. Esa noche
dejaron mis tierras, no sin antes robarse un
carnero y una borrega negra de mi propiedad.
Yo se los hubiera dado sin problemas, no me
hubiera molestado nada, mientras se fueran
de mi casa. Al final, me enteré que había
escuchado mi conversación con Hermes,
porque ni bien se fue de mi morada, llegó al
Hades y hablo con Tiresias.

La verdad es que no me importó ni un poco


que se haya ido al Hades, lo que me molestó
es que me dejó muy mal parada ante los
feacios, y que cuando se fue no le bastó
hacerme pasar un mal día, para colmo me
rompió mi caldero mágico. Eso es lo que gané
con la visita de Odiseo.

También podría gustarte